“Cada
paso del movimiento real
Vale
más que una docena de programas.”
Karl Marx, carta a Wilhelm Bracke, 5/05/1875
A modo de prólogo:
Karl
Marx (1818-1883) retomó en sus trabajos de la década de 1870 varios de los
problemas abordados en los primeros años de su producción intelectual; en
especial, aquellos referidos a los aspectos políticos de la dominación
capitalista y a los problemas del Estado y la revolución. Así, La guerra civil en Francia (1871) puede
ser considerada como la crítica del Estado
[1], en tanto que la Crítica del programa
de Gotha (1875) representa la
crítica de la Democracia.
Los
textos mencionados en el párrafo anterior tienen en común el ser producto de la
lucha de los trabajadores. Dicho de otro modo, Marx enfrenta los problemas del
Estado y de la democracia a partir de la experiencia de la clase obrera. Su
preocupación es, ante todo, la práctica.
La
Comuna de París (marzo-mayo de 1871), a cuyo análisis está dedicada GCF, fue la
primera experiencia de toma del poder por los trabajadores y los sectores
populares, y planteó con agudeza el siguiente problema: ¿qué debía hacer con el
Estado una revolución triunfante?
El
desarrollo del Partido Socialista en Alemania, cuyos orígenes se remontan a la
década de 1860 y que se encontraba en proceso de unificación en 1875, enfrentó
a Marx con los problemas de la política práctica y, en especial, con la
cuestión de la democracia [2]. En otras palabras, ¿cuáles eran las tareas de la
organización política revolucionaria en un contexto de democracia?, ¿cómo
actuar en un marco de legalidad?, ¿qué hacer con la democracia (burguesa)?
No es
que Marx no hubiera encarado anteriormente los problemas prácticos de la
política. Su actuación durante la revolución alemana de 1848-1849 y, en
especial, su actividad en la Asociación Internacional de Trabajadores (1°
Internacional) desde 1864, muestran que no era un recién llegado a la política.
Pero el desarrollo del movimiento obrero europeo, el salto cualitativo que
significó la Comuna y el crecimiento de los partidos socialistas, la paulatina
legalización de los sindicatos, la extensión del sufragio universal, etc.,
generaron un cúmulo de nuevos problemas para los cuales no servían las viejas
respuestas.
Los
textos de la década de 1870 muestran la interacción entre las luchas de la
clase trabajadora y el desarrollo de la teoría marxista, así como también la
revisión constante de la teoría por un Marx atento a los cambios sociales. La
expresión “todo lo sólido se desvanece en el aire”, acuñada por Marx y Engels
para el Manifiesto comunista (1848),
tiene plena vigencia al momento de analizar las respuestas de Marx a los nuevos
problemas de la clase obrera.
Pero
obras como GCF y CPG tienen también importancia desde una perspectiva actual.
En ellas se discuten el Estado y la democracia. Y precisamente el estatismo y
el culto a la democracia (burguesa) están ampliamente difundidos en las filas
de las organizaciones de izquierda, a punto tal que puede afirmarse, con un
poco de exageración, que constituyen una especie de pensamiento hegemónico que
ha reemplazado al marxismo. Marx no nos puede ofrecer ninguna respuesta para
los problemas actuales, pero sí podemos encontrar en la lectura de sus textos
una perspectiva diferente para encarar esos problemas. Dicho de otro modo,
contribuye a que podamos formular preguntas diferentes y, muchas veces, cambiar
la pregunta es el principio de la solución.
Nota bibliográfica:
Para
la redacción de este ensayo utilicé la traducción española de las Glosas marginales al programa del Partido
Obrero alemán (Programa de Gotha), incluida en: Chiviló Villar, Matías,
comp. (2013). Programas del movimiento
obrero y socialista. Buenos Aires, Argentina: Rumbos. (pp. 85-100).
Abreviaturas:
CPG = Crítica del programa de Gotha / GCF = La guerra civil en Francia
CPG y la crítica de la democracia
(burguesa):
Existen
muchas maneras posibles de leer una obra. Cada una de esas lecturas es
arbitraria, en el sentido de que se realiza en función de los intereses
específicos del lector. En este caso, hemos optado por leer la CPG
considerándola como una crítica de los grandes tópicos de la democracia
burguesa, empezando por la noción de igualdad.
La
preocupación por la democracia fue una constante en la producción de Marx. En
sus escritos sobre la Revolución Francesa de 1848, Marx señaló que la
democracia era la mejor forma de dominación de la burguesía. En El capital (1867) desarrolló las
nociones de cosificación de las
relaciones sociales capitalistas y de coerción
económica. Los capitalistas son propietarios de los medios de producción.
En virtud de esa propiedad, los capitalistas controlan el proceso de trabajo,
la instancia en la que se producen los bienes que satisfacen las necesidades de
los miembros de la sociedad.
Los
trabajadores, en cambio, sólo poseen su fuerza de trabajo (sus saberes y
habilidades para trabajar); por tanto, se ven obligados a venderse en el
mercado como asalariados, pues únicamente así pueden acceder a los medios que
necesitan para vivir. El trabajador va a trabajar por coerción económica
(necesita el salario para comprar las mercancías que le hacen falta para
subsistir); no necesita un capataz que le dé latigazos para levantarse de la
cama e ir a trabajar.
En
pocas palabras, los capitalistas no necesitan ser propietarios del Estado
porque son propietarios de los medios de producción. De ahí la escisión entre Estado
y sociedad civil, descripta en “Sobre la cuestión judía” (1844), característica
de la sociedad burguesa. Esto permite la autonomía relativa del Estado, que
aparece como el representante de toda la sociedad, el defensor del “bien
común”, etc., y no como el instrumento que asegura la dominación de la clase
capitalista. Una de las condiciones para que el Estado tome esta apariencia es
la difusión de la ideología de la igualdad, que cobra auge con el desarrollo de
la producción mercantil. Dicha ideología se plasmó en el derecho y se expresó
en la educación “igual para todos”.
El
conjunto de estos aspectos conforma esa formidable estructura de dominación que
es la democracia. Sin este recorrido, que Marx realizó a lo largo de décadas de
investigación sobre el capitalismo y que en CPG aparece plasmado como una
crítica de los elementos centrales de la democracia, resulta imposible
comprender la hegemonía burguesa.
La crítica de la igualdad:
Uno
de los aspectos fundamentales de la CPG está referido a la discusión de la
consigna “reparto equitativo del fruto del trabajo” [2], introducida en el
programa por los partidarios de Ferdinand Lassalle (1825-1864). Marx critica la
inclusión de la consigna desde dos perspectivas diferentes pero
complementarias.
Por
un lado, la ciencia económica demuestra que es imposible el reparto de todo el
“fruto del trabajo”, pues eso impediría reanudar el siguiente ciclo productivo
y condenaría a la muerte por hambre a todos los miembros de la sociedad. Antes
de efectuar el reparto, es preciso hacer varias deducciones del producto del
trabajo, a saber: 1) reposición de los medios de producción consumidos durante
el ciclo productivo; 2) parte suplementaria para ampliar la producción; 3)
fondo de reserva contra accidentes y trastornos naturales. Estas deducciones se
derivan directamente de la necesidad económica. Una vez efectuadas, del
producto generado en el ciclo productivo quedan los medios de consumo. Sin
embargo, todavía no es posible proceder al reparto individual. Antes de poder
realizarlo, es preciso hacer nuevas deducciones: 4) gastos generales de
administración; 5) necesidades colectivas (escuelas, hospitales, etc.); 6)
fondo para el mantenimiento de las personas que no pueden trabajar.
Una
vez efectuadas las deducciones mencionadas en el párrafo anterior, es posible
poner en práctica el reparto individual. En este punto Marx introduce otra
perspectiva. Pasa a discutir la noción de igualdad, uno de los pilares de la
ideología capitalista.
Es
imprescindible hacer un rodeo antes de pasar a la cuestión principal. La
producción de mercancías requiere de la igualdad; en otras palabras, el
intercambio de mercancías es intercambio de equivalentes. ¿Qué significa esto?
Quiere decir que las mercancías más diferentes (por ejemplo, computadoras y
papel higiénico), elaboradas a su vez por medio de los trabajos más disímiles,
se igualan en tanto producto del trabajo humano abstracto, en el que desaparecen
todas las características específicas de cada oficio y sólo se conserva la
cualidad de ser gasto de fuerza humana indiferenciada, cuya medida es el tiempo
de trabajo. Todas las cualidades humanas (que se concretan en la elaboración de
un producto determinado) son reducidas a tiempo de trabajo. Las diferencias
entre los individuos (gustos, preferencias, etc.) son igualadas; las mercancías
sólo admiten una diferencia entre sí: la cantidad de tiempo de trabajo que
insume su producción. La noción de igualdad acompaña, pues, el desarrollo de la
producción capitalista.
La
igualdad, originada en el ámbito de la producción mercantil, es pieza
fundamental de la ideología burguesa y constituye uno de los recursos más
eficaces para el mantenimiento de la dominación de los capitalistas. Un sistema
cuya norma declarada es la igualdad parece ser incompatible con la explotación
de los trabajadores. De ahí la importancia de la crítica de Marx a la consigna
del reparto del “fruto del trabajo”. No se trata de una discusión histórica
sobre tal o cual posición de los socialistas alemanes en 1875 (aunque el texto
puede leerse también de ese modo). Sin proponérselo, Marx está debatiendo una
cuestión de urgente actualidad: ¿cómo enfrentar la ideología burguesa?
Como
indicamos más arriba, el concepto de igualdad está en la base de la ideología
democrática, y esta última forma parte de la ideología burguesa. Aquí
corresponde advertir que, en CPG, Marx aborda el tema de la igualdad en
referencia a la sociedad post revolución, cuando la burguesía ya ha sido
derrocada. En esta organización social, el reparto de los bienes para el consumo
sigue efectuándose en base a las reglas del derecho burgués. Cada persona
recibe una retribución igual al trabajo aportado a la sociedad. Quién más
trabaja, más recibe. Todo parece estar bien, pues rige el principio de
igualdad.
No
obstante, la igualdad se vuelve desigualdad. Por ejemplo, a y b son trabajadores,
ambos aportan la misma cantidad de trabajo a la sociedad y reciben por su
trabajo una remuneración igual al producto aportado por cada uno; pero a no tiene hijos, en tanto que b tiene dos hijos. El derecho igual
otorga a ambos la misma remuneración, pero a
sale ganando porque no tiene familia, en tanto que b debe repartir la retribución obtenida entre los miembros de su
grupo familiar. El derecho burgués, cuyo núcleo es la igualdad jurídica de las
personas, pasa por arriba de un hecho fundamental: los seres humanos son desiguales por naturaleza. En otras palabras,
las seres humanos tienen diferentes gustos, habilidades, preferencias, etc.;
también las personas arrancan de posiciones sociales diferentes (unos son
empresarios, otros no tienen donde caerse muertos). Esto no aparece contemplado
en el derecho burgués, porque su norma es la estandarización de los seres
humanos, tal como ocurre con el mercado.
Por
lo tanto, la sociedad posrevolucionaria sigue perpetuando formas de
desigualdad. En palabras de Marx:
“A igual trabajo y, por
consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, uno obtiene
de hecho más que otro, uno es más rico que otro, etc. Para evitar todos estos
inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual.” (p. 90).
El
derecho burgués y la democracia se basan en el principio de igualdad; al
hacerlo, convalidan la desigualdad existente y, a la vez, la legitiman bajo el
paraguas de “lo igualitario”. Las afirmaciones de Marx sobre el derecho en la
sociedad post-capitalista asumen más validez cuando se refieren a la sociedad
capitalista. Defender la igualdad y la democracia, paradójicamente, significa
defender la dominación de la burguesía. A eso conduce la aceptación acrítica de
los pilares de la ideología burguesa.
De
modo que la igualdad en la distribución del “fruto del trabajo” oculta la
persistencia de la desigualdad en el acceso a los productos del trabajo. Es
más, de persistir esa situación se producirá una acumulación desigual de
bienes. Todo ello en condiciones de plena vigencia de la igualdad. Por lo
tanto, el derecho burgués más
igualitario es un derecho que legitima la desigualdad inherente al capitalismo.
La propiedad privada de los medios de producción hace que las personas sean
desiguales desde el vamos, y igualdad jurídica no hace más que reforzar la
desigualdad inicial.
Marx
llega aquí al núcleo de su crítica a la democracia. Los defensores de la
ideología democrática, aun los más consecuentes, se limitan a modificar la
distribución de los productos, sin tocar la propiedad privada de los medios de
producción. Para ellos se trata de distribuir mejor lo producido, de que nadie
pase hambre, de que todos puedan acceder a la escuela primaria, a la
secundaria, a la universidad. De que todos puedan tener acceso a la salud
pública, etc., etc. Pero la propiedad no se toca. Marx describe esta concepción
en el siguiente párrafo:
“La distribución de los medios de
consumo es, en todo momento, un corolario de la distribución de las propias
condiciones de producción. Y ésta es una característica del modo mismo de
producción. Por ejemplo, el modo capitalista de producción descansa en el hecho
de que las condiciones materiales de producción les son adjudicadas a los que
no trabajan bajo la forma de propiedad del capital y propiedad del suelo,
mientras que la masa sólo es propietaria de la condición personal de
producción, la fuerza de trabajo. Distribuidos de este modo los elementos de
producción, la actual distribución de los medios de consumo es una consecuencia
natural. Si las condiciones materiales de producción fuesen propiedad colectiva
de los propios obreros, esto determinaría por sí sola una distribución de los
medios de consumo distinta de la actual. El socialismo vulgar (y por intermedio
suyo, una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a
considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de
producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira
principalmente en torno a la distribución.” (p. 91).
La
democracia es impotente frente al capitalismo porque no afecta la base de este
modo de producción, la propiedad privada de los medios de producción.
Por
ende, la igualdad y el derecho que la proclama no son el camino a la liberación
de la explotación capitalista. Por el contrario, la organización revolucionaria
está obligada a mostrar una y otra vez la conexión entre ese derecho y esa
igualdad y la dominación de la burguesía. Sólo así la clase trabajadora puede
desarrollar una conciencia política autónoma, capaz de superar la trampa de la
democracia burguesa.
La educación estatal: [4]
La
actitud de Marx hacia la educación a cargo de Estado es un ejemplo de lo
expuesto en el apartado anterior. La democracia burguesa propone una educación
basada en el principio de igualdad y a cargo del Estado. Pero no plantea la
abolición de la propiedad privada que constituye la condición previa de esa
educación. Por tanto, no hace más que reproducir en cada estudiante que egresa
del sistema educativo las condiciones sociales de sus padres; en otras
palabras, reproduce los supuestos de la sociedad existente. Además, es
educación estatal. Esto significa que está a cargo del Estado, que es un órgano
de dominación y opresión. El partido socialista no puede avalar una educación
que pone a los niños en manos del Estado; está obligado a mostrar una y otra
vez los límites de esa educación, que no son otra cosa que la expresión en un
ámbito específico (el educativo) de las limitaciones implícitas de toda política
burguesa.
El
siguiente pasaje no precisa mayores comentarios:
“¡Una cosa es determinar, por medio
de una ley general, los recursos de las escuelas públicas, las condiciones de
capacidad del personal docente, las materias de enseñanza, etc., y, como se
hace en los Estados Unidos, velar por el cumplimiento de estas prescripciones
legales mediante inspectores del Estado, y otra cosa completamente distinta es
nombrar al Estado educador del pueblo! Lo
que hay que hacer es más bien sustraer la escuela a toda influencia por parte
del gobierno y de la Iglesia.” (p. 99; el resaltado es mío – AM-).
Marx
defiende, ante la mansedumbre respecto a la democracia y el Estado, las
iniciativas autónomas de la clase trabajadora. Así, por ejemplo, refiriéndose a
las cooperativas, escribe:
“Las sociedades cooperativas
actuales (…) sólo tienen valor en cuanto son creaciones independientes de los
propios obreros, no protegidas ni por los gobiernos ni por los burgueses.” (p.
96).
Lejos
de buscar el apoyo estatal para las acciones de los trabajadores, Marx indica
que la aceptación de ese apoyo supone subordinación al Estado. Y el Estado no
es el representante de “todos”, sino que es el órgano de dominación política de
la burguesía.
A manera de conclusión:
Marx propone
frente a la democracia el desarrollo de la lucha ideológica y la defensa de la iniciativa autónoma de los
trabajadores. Es necesario comprender y defender la idea de que la democracia
burguesa es una herramienta de dominación y no de liberación. Votar y ampliar
la igualdad jurídica no modifica un ápice la dominación capitalista. Al
contrario, al proclamar la igualdad como principio de la sociedad burguesa (y
plasmarlo en medidas que son concretas, no meramente ideológicas), la
democracia oscurece, disfumina, la opresión y la explotación. Ante una crisis
capitalista, las elecciones aparecen ante la abrumadora mayoría del electorado
como la salida política de las crisis. Nada de alborotos y revoluciones.
Nosotros,
que escribimos y militamos en el siglo XXI, tenemos que reconocer dos
cuestiones: a) que la burguesía puede hacer concesiones porque el capitalismo
no está agotado; b) que la democracia capitalista fue capaz de construir
sociedades más igualitarias, tanto en los países centrales como en los de la
periferia. Sin estos reconocimientos es imposible la crítica de la democracia
[5]. Y sin crítica de la democracia es imposible la revolución.
La
crítica de la democracia y del Estado cumple un papel semejante (complementa)
la crítica de la economía política emprendida en El capital (1867). En este sentido, los escritos de la política de
la década de 1870 propones, pues, una perspectiva más amplia que la mera
crítica “económica” del capitalismo.
Parque
Avellaneda, martes 4 de febrero de 2020
NOTAS:
[1]
Ver al respecto mi ensayo “Marx contra el Estado”, blog Miseria de la
Sociología, publicado el 24 de enero de 2020.
[2] La
Alemania de 1875 distaba mucho de ser un Estado democrático. En la CPG se
caracteriza del siguiente modo al régimen político alemán: “un Estado que no es
más que un despotismo militar de armazón burocrática y blindaje policíaco,
guarnecido de formas parlamentarias, revuelto con ingredientes feudales e
influido ya por la burguesía.” (p. 98).
[3]
El proyecto de programa decía lo siguiente: 3. “La emancipación del trabajo
exige que los medios de trabajo se eleven a patrimonio común de la sociedad y
que todo el trabajo sea regulado colectivamente, con un reparto equitativo del
fruto del trabajo.” (p. 87).
[4]
Para un tratamiento más extenso de la cuestión, consultar mi ensayo “Marx,
enemigo de la educación estatal”, blog Miseria de la Sociología, publicado el
19 de junio de 2016.
[5]
Ambas afirmaciones tienen que ser desarrolladas. Basta decir que el capitalismo
no se agotó porque fue capaz de seguir desarrollando las fuerzas productivas, y
que su capacidad para conformar sociedades más igualitarias en términos
relativos (respecto a sociedades anteriores) no elimina, sino todo lo
contrario, la desigualdad y la explotación inherentes al modo de producción
capitalista.
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