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Pancho Villa y Emiliano Zapata en el Palacio Nacional de México, 1914
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Ariel
Mayo (ISP Joaquín V. González y UNSAM)
“Si
se pudiera cambiar de naturaleza
como
cambian los tiempos y las cosas,
no
se variaría de fortuna.”
Maquiavelo,
El príncipe, 1513
QUE
vivimos una época de transición está fuera de discusión. Somos conscientes de
la velocidad e intensidad de las transformaciones en curso, pero no tenemos
certezas de hacia dónde nos dirigimos. La incertidumbre es nuestra normalidad.
Es urgente encontrar una respuesta a la pregunta mencionada: ¿hacia dónde
vamos? La experiencia histórica muestra que la voluntad no basta para vencer la
incertidumbre. Es necesario saber, usar la vieja herramienta de la razón para
comprender y explicar. En pocas palabras, los tiempos de cambios exigen cambios
en la ciencia o, si se prefiere y aunque suene presuntuoso, una nueva ciencia.
Maquiavelo
(1469-1527) vivió (y padeció) una época de enormes transformaciones económicas,
sociales y políticas. Él era consciente de ello y dejó testimonio:
“No ignoro que
muchos han creído y creen todavía que las cosas de este mundo las dirigen la
fortuna y Dios, sin ser dado a la prudencia de los seres humanos hacer que
varíen, ni haber para ellas remedio alguno; de suerte que, siendo inútil
preocuparse por lo que ha de suceder, lo mejor es abandonarse a la suerte. En
nuestra época han acreditado esta opinión los grandes cambios que se han visto
y se ven todos los días, superiores a toda humana previsión.” [1]
Maquiavelo
enfrentó los cambios de su tiempo creando una nueva ciencia, una nueva manera
de comprender la política y la sociedad. Hoy vuelve a hacerse presente esa
necesidad. Las respuestas de las ciencias sociales resultan insatisfactorias.
Hoy como ayer se requiere una nueva ciencia de la sociedad. Que no se
malinterprete esta última afirmación: no se trata de tirar a la basura miles de
años de reflexión sobre la sociedad, pues ello equivaldría a quedar a la
intemperie en un mundo inhóspito. Ex nihilo nihil fit [Nada surge de la
nada], afirmación que se hace verdadera en la medida en que reconocemos que es
indispensable partir de esas ciencias sociales que hoy nos dejan insatisfechos.
En
estos tiempos de cambio se encuentra cuestionada, entre otras cosas, la
democracia. La desaparición del bloque socialista, acaecida en 1989-1991, tuvo
un efecto paradójico sobre los regímenes democráticos, pues significó un punto
de inflexión a partir del cual esos regímenes comenzaron a debilitarse. En vez
de asegurar el ingreso definitivo a la Tierra Prometida democrática, la caída
del comunismo soviético puso al desnudo una realidad bien diferente. Terminada
la lucha político-ideológica contra el comunismo, despejado el terreno, la
democracia se vio en el centro de la escena con la obligación de mostrar toda
su magia. El resultado fue, siendo generosos, lamentable. Tres décadas después,
el crecimiento de la desigualdad social y los avances de la precarización
laboral liquidaron tanto al reformismo como al progresismo, y como el comunismo
ya era verdaderamente un fantasma, el capitalismo puro y duro pasó a dictar sus
condiciones sin oposición. El capitalismo arrasó a la democracia y dejó un
cascarón vacío. Por cierto, no hay nada nuevo bajo el sol. Ya en el siglo
XVIII, antes de la Revolución Industrial, Jean-Jacques Rousseau (1712-1778)
advertía sobre la incompatibilidad entre desigualdad social y democracia. [2]
En nuestros días, la ampliación de la desigualdad hace que la famosa frase de
Abraham Lincoln (1809-1865), “la democracia es el gobierno del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo”, no sea más que una caricatura grotesca.
La
crisis de la democracia (que constituye un aspecto fundamental de las
transformaciones en curso), tiene como uno de sus indicadores a la crisis de
representación, cuya manifestación más obvia es la crisis de los partidos
políticos. Para comprender los alcances y el contenido de la crisis, es preciso
revisar los fundamentos de la ciencia política y de la sociología. Ello implica
estudiar y rechazar la mirada autocomplaciente de la academia. En este sentido,
revisar un texto clásico del politólogo estadounidense Robert Alan Dahl
(1915-2014) no es un mal comienzo, sobre todo si se tiene en cuenta la
importancia de la obra de Dahl en el desarrollo de la ciencia política y de la
teoría de la democracia. Dahl fue profesor de Ciencia Política en la
Universidad de Yale y presidente de la Asociación Americana de Ciencia
Política. Pero, y esto es más importante, desarrolló la noción de poliarquía
para caracterizar a las democracias contemporáneas.
La
ficha de lectura que presentamos a continuación se refiere a un texto corto de
Dahl, un artículo para enciclopedia. [3] Como tal, tiene la ventaja de
presentar de manera sintética su caracterización de la democracia. La ficha
sigue la estructura del artículo. Corresponde hacer dos advertencias: a) mis
comentarios, cuando van más allá del parafraseo del texto, se encuentran entre
corchetes; b) la ficha sigue la estructura del texto de Dahl. Sin embargo, el
lector debe prestar atención a los silencios de Dahl tanto como al texto mismo.
Aquí, como en cualquier otro escrito de teoría social, lo que está ausente es
tan significativo como lo que está presente.
Referencia bibliográfica:
Dahl,
R. A. (2004). La democracia. POSTData,
(10), pp. 11-55. Traducción de Silvina Floria.
I-Preguntas
fundamentales
(pp. 11-12)
El
punto de partida de Dahl es la definición de los rasgos principales de la
democracia. Para ello toma la frase ya mencionada de Lincoln y plantea que, si
se entiende por democracia el gobierno del pueblo por el pueblo,
entonces hay que considerar cinco preguntas fundamentales:
(1)
¿Cuál es la unidad o asociación adecuada en que debería establecerse un
gobierno democrático?
Aquí
la pregunta apunta a establecer si esa unidad debe ser un pueblo (una localidad
pequeña), una ciudad o un país.
(2)
¿Quiénes de entre los miembros de esa asociación adecuada deberían gozar de una
ciudadanía plena? ¿Qué personas deberían constituir el demos?
Dicho
de otro modo, el demos ¿debe estar constituido por todos los adultos o
por una parte de ellos?
(3)
Dada una asociación adecuada el demos, ¿cómo han de gobernar los
ciudadanos? ¿Qué organizaciones o instituciones necesitan?
(4)
Si las opiniones de los ciudadanos están divididas, ¿qué opiniones deben
prevalecer, y en qué circunstancias?
(5)
Si se opta porque prevalezca la mayoría, ¿qué habrá de constituir una mayoría
adecuada?
Planteado
con otras palabras, esa mayoría adecuada debe estar conformada por ¿la mayoría
de todos los ciudadanos, por la mayoría de todos los votantes o algún otro tipo
de solución?
Pero
la cuestión no se agota aquí. Hay dos preguntas más que deben ser respondidas
si se pretende que la democracia tenga continuidad en el tiempo:
(6)
¿Por qué debería gobernar el pueblo?
¿La democracia es realmente mejor que la aristocracia o la monarquía?
(7)
La democracia ha persistido porque creen en ella una parte sustancial del demos y del liderazgo. ¿Qué otras
condiciones favorecen la persistencia de la democracia?
Dahl
pasa a puntualizar algunos cambios significativos en los puntos de la
enumeración anterior:
(1)
Se pasó de la democracia directa
(afincada en la tribu o en la ciudad-estado) a la democracia representativa (Estado-nación consolidado a partir del
siglo XVIII).
(2)
Se verificó la ampliación del derecho a participar del gobierno: se pasó de una
minoría de la población adulta [varones] a casi todos los adultos varones en
Europa occidental y EE. UU., etc. a principios del siglo XX. Luego se expandió
a las mujeres.
(3)
La Democracia representativa se conformó como un conjunto de instituciones
políticas diferentes de las democracias más antiguas.
II-Instituciones
democráticas
(pp. 13-34)
Dahl
opta por describir las instituciones democráticas a partir de su desarrollo
histórico.
Esbozo de
historia de los regímenes democráticos:
La
democracia no surgió en Grecia en el
siglo V a. C., como se afirma habitualmente. Data de mucho antes. Los estudios
sobre sociedades tribales analfabetas permiten inferir que muchos grupos
tribales (cazadores y recolectores) se rigieron por un gobierno democrático
durante miles de años. Luego surgieron las comunidades sedentarias
(basadas en la agricultura y el comercio, en las que se verificó un aumento de
la desigualdad interna). En ellas, se produjo la difusión de formas jerárquicas
y autoritarias de organización social. Se sucedieron miles de años de gobierno
basados en formas tales como la monarquía, el despotismo, la aristocracia y la
oligarquía.
Hacia
el 500 a. C. se dieron condiciones para la aparición de gobiernos populares en algunas regiones de Europa. Así, la
democracia primitiva fue reinventada en Grecia (Atenas) y en Roma.
A
continuación, Dahl hace una descripción prolija de la evolución histórica de la
democracia (hay que tener en cuenta que se trata de un artículo enciclopédico).
Esa descripción lo lleva a Atenas, a Roma, a las repúblicas italianas (Venecia,
Florencia, etc.) desde el siglo XII hasta el Renacimiento. [4]
Dilema
democrático
[El
desarrollo de la economía mercantil y la aparición de los primeros Estados-
nación generaron modificaciones sustanciales en la manera de concebir la
democracia. Pero, y esto será explicado más adelante, la economía mercantil
creó un nuevo tipo de trabajador, que era jurídicamente libre y que, por tanto,
más tarde o más temprano, reclamaría participar en el escenario político. Este
es el contexto histórico para plantear el dilema que Dahl plantea a
continuación.]
El
dilema se origina en la diferencia de tamaño entre una ciudad-estado y un
Estado-nación. En la primera, los ciudadanos pueden ejercer influencia directa
sobre los gobernantes (por ejemplo, la asamblea), pero hay dos problemas: las
ciudades-estados son débiles frente a Estados más grandes y tienen serias
dificultades para regular el comercio y las finanzas. En el Estado-nación, el
gobierno expande su capacidad para resolver los problemas importantes, pero los
ciudadanos pierden influencia directa sobre el gobierno. En el siglo XVIII se
halló la solución: la instauración del gobierno
representativo.
El
desarrollo de la democracia representativa:
El
cambio hacia el gobierno representativo ocurrió durante las Guerras Civiles
Inglesas (1642-1651) [5] Dahl acota: “Como ocurre con muchas innovaciones
políticas, el gobierno representativo provino no tanto de la especulación
filosófica como de la búsqueda de soluciones prácticas a un problema
abiertamente manifiesto.” (p. 20)
La
Revolución Inglesa marcó la erosión del poder monárquico y la
aceleración de la expansión de la economía de mercado, pero no resolvió
definitivamente el problema del régimen político. El gobierno parlamentario
en Gran Bretaña se desarrolló a lo largo del siglo XVIII. Un hito en esta
historia fue la aceptación en 1782 por parte del rey Jorge III (1738-1820;
reinó desde 1760 hasta 1820) de un primer ministro y un gabinete whig. [6]
Pero el régimen parlamentario no era democrático. Hasta 1832, las exigencias de
propiedad restringían el derecho de voto, que abarcaba a sólo el 5% de los
varones mayores de 20 años. La Reform Act
(1832) extendió ese derecho al 7% de la población adulta. Posteriormente, otras
leyes parlamentarias (1867, 1884 y 1918) establecieron el sufragio universal
masculino. La ley de 1928, por su parte, estableció el derecho de voto para
todas las mujeres adultas. De este modo, la historia política inglesa mostró la
factibilidad del gobierno representativo.
En
EE. UU. (primero en las colonias,
luego como Estado independiente) surgió la unión de la representación con la
democracia. En este punto, Dahl conecta el análisis de esta unión con sus
preguntas iniciales y enuncia las respuestas norteamericanas a esos
interrogantes: (1) Estado-nación, con forma de gobierno federal (establecida
por la Constitución de 1789); (2) Demos
conformado por los blancos adultos (quedaban fuera: mujeres, esclavos, muchos
negros libres y los pueblos originarios; (3) El gobierno del país y del Estado:
gobierno representativo, elección de representantes, partidos políticos.
Lo
anterior lleva a la pregunta: ¿Era EE. UU. una democracia a fines del siglo
XVIII? Hubo un debate entre los políticos y constitucionalistas
estadounidenses. Se impuso la opinión de James Madison (1751-1836), quien
sostuvo en el Ensayo 10 de El
Federalista que correspondía denominar democracia a la democracia directa, en tanto que había que llamar república al gobierno representativo.
Por lo tanto, EE. UU. era una república. Otros autores, como el francés Alexis
de Tocqueville (1805-1859), sostuvieron que EE. UU. era una democracia. [7]
Dahl
sostiene que las experiencias inglesa y estadounidense mostraron que podía
recurrirse a la práctica no democrática de la representación para tornar
practicable la democracia en los grandes Estados-nación: “En otras palabras, la
representación constituía la solución al antiguo dilema entre acrecentar la
capacidad de las asociaciones políticas para lidiar con problemas a gran escala
y preservar la oportunidad de los ciudadanos de participar en el gobierno.” (p.
26)
Más
en general, el gobierno representativo fue considerado como una “innovación
maravillosa y trascendente” (p. 26). Para el filósofo francés Antoine Destutt
de Tracy (1754-1836, el creador del concepto de “ideología”), la representación
volvió obsoletas las teorías de Montesquieu (1689-1755) y Rousseau, quienes
negaban que los gobiernos representativos pudieran ser democráticos.
[En
este punto hay que hacer un comentario. En el esquema histórico de Dahl no
queda claro el porqué la democracia se expandió en Occidente entre los siglos
XVIII y XIX. De este modo y paradójicamente, el tratamiento histórico deja de
ser histórico. No se entiende qué rasgos de la sociedad moderna favorecieron la
eclosión de la democracia. Para comprender este proceso expansivo hay que
alejarse un poco del terreno estrictamente político y abordar la cuestión de la
sociedad como totalidad. Desde esa perspectiva se advierte un hecho
fundamental, descubierto por Karl Marx (1818-1883) en el capítulo 24 del Libro
Primero de El capital (1867): los trabajadores modernos se distinguen
radicalmente de los trabajadores anteriores porque son libres. En
palabras de Marx, la clase trabajadora moderna está conformada por:
“Trabajadores
libres en el doble sentido de que no están incluidos directamente entre los
medios de producción – como sí lo están los esclavos, siervos de la gleba,
etcétera -, ni tampoco les pertenecen a ellos los medios de producción – a la
inversa de lo que ocurre con el campesino que trabaja su propia tierra,
etcétera -, hallándose, por el contrario, libres y desembarazados de esos
medios de producción. Con esta polarización del mercado de mercancías
están dadas las condiciones fundamentales de la producción capitalista. La
relación del capital presupone la escisión entre los trabajadores y la
propiedad sobre las condiciones de realización del trabajo.” [8]
En
una sociedad capitalista, basada en la propiedad privada y el trabajo
asalariado, era inevitable que la clase trabajadora reclamara derechos
políticos, es decir, algún tipo de participación en el gobierno y/o en la
elección de los gobernantes. Sencillamente no se podía excluir a los
trabajadores libres de la esfera política, algo que sí se había hecho con los
esclavos y los siervos. El problema es que Dahl suprime completamente estas
cuestiones de su análisis. Sólo más adelante va a tratar la consolidación de la
democracia, pero en el contexto de comienzos del siglo XXI.]
La
clase trabajadora no fue el único actor en reclamar derechos políticos. La
cuestión de la incorporación de la mujer a la arena política se planteó con
agudeza ya en el siglo XIX. El filósofo inglés John Stuart Mill (1806-1873), en
sus Consideraciones sobre el gobierno
representativo (1861), sostuvo que el demos
de la democracia representativa incluía [debía incluir] a las mujeres.
En
síntesis, en los siglos XIX-XX al gobierno representativo se le sumaron otras innovaciones,
referidas, sobre todo, a la pregunta (2) del planteo inicial de Dahl: ¿qué
personas deberían constituir el demos?
Se suprimieron los requisitos de propiedad para votar y las mujeres fueron
incluidas. En relación con la pregunta (3): hubo mucha desconfianza hacia la
organización de “facciones” [los partidos políticos]; sin embargo, éstos eran
posibles e inevitables. “Para fines del siglo XIX, se aceptaba casi
universalmente que la existencia de partidos políticos independientes y
competitivos constituye una pauta básica que toda democracia debe cumplir.” (p.
29) En otras palabras, hacia comienzos del siglo XX estaba claro que el proceso
histórico conducía al establecimiento del sufragio universal (hombres y mujeres
adultas) [9] y al reconocimiento de los partidos políticos.
La
expansión de la democracia implicó dejar de lado varios temores y prejuicios de
las viejas y nuevas clases dominantes. Entre ellos, uno de los más relevantes
fue el temor a la tiranía de la mayoría,
habitual en el siglo XVIII, incluso entre quienes simpatizaban con la
democracia. Se pensaba que la mayoría aplastaría a la minoría y, a la vez,
amenazaría el derecho de propiedad.
El
funcionamiento de las primeras democracias disipó las dudas. Las elites vieron
que se podrían crear barreras contra el gobierno irrestricto de las mayorías. Algunos
ejemplos de esas barreras: las Declaraciones de Derechos; el requisito de una supermayoría
de votos para sancionar enmiendas constitucionales; la división de poderes; el poder
judicial independiente con capacidad para declarar inconstitucionales ciertas
leyes o políticas; el otorgamiento de autonomía considerable a estados,
provincias y regiones (federalismo); la descentralización del gobierno en
grupos territoriales; el sistema de representación proporcional. A partir de la
enumeración de estas restricciones, Dahl plantea que la democracia no sólo es
un sistema político de “gobierno del pueblo”, sino también un sistema de
derechos. En consecuencia, el gobierno que viola ciertos derechos no es
democrático.
A
principios del siglo XXI cerca de la mitad de la población mundial vivía en
países democráticos o casi democráticos. [11] Ahora bien, esto lleva a la
cuestión de ¿cómo se explica la rápida expansión de las instituciones
democráticas?
Una
parte de la respuesta al interrogante anterior consiste en que todas las
alternativas a las democracias fracasaron: a) alrededor de 1918, la monarquía,
la aristocracia, la oligarquía, dejaron de ser legítimas; b) fascismo, quedó
fuera de la competencia luego de la finalización de la Segunda Guerra Mundial
(1945); c) el comunismo soviético, cuya caída se produjo en 1989-1991; d) las
dictaduras militares en América Latina, que desaparecieron gradualmente en las
décadas de 1980 y 1990.
Pero
también se produjeron cambios en las instituciones
económicas: a) fortalecimiento de la economía
de mercado, que permitió la expansión de las clases medias y aumentó el
apoyo popular a la democracia; b) bienestar
económico (la prosperidad económica aumenta las probabilidades de que un
gobierno democrático alcance el éxito; c) cultura
política.
[La
economía de mercado (esto es, la economía mercantil, basada en la propiedad
privada y el trabajo asalariado) se hallaba en crecimiento desde, por lo menos,
el siglo XV, y derivó posteriormente en capitalismo (es decir, la economía
mercantil donde el capital se halla concentrado). En otras palabras, la
economía de mercado se había fortalecido mucho antes de lo señalado por Dahl. Es
verdad que la afirmación del politólogo estadounidense puede comprenderse en
otro sentido, es decir, entendiendo por fortalecimiento de esta al proceso
iniciado a finales de la década de 1970 y que se caracterizó por la crisis y
caída del modelo fordista y la implementación de políticas económicas
“neoliberales”. Pero de ese modo se pierde la comprensión de la relación entre
capitalismo y democracia.
La
cuestión del bienestar económico es más compleja de lo que plantea Dahl. En
parte porque la prosperidad económica se da en el marco de una economía
capitalista y esto supone un incremento de la desigualdad social (ojo, aumento
de la desigualdad social no implica necesariamente un aumento del pauperismo).
En parte porque existen casos como el de China, en el que el incremento del
bienestar económico no se traduce en formas de gobierno democráticas al estilo
occidental.
La
cuestión de la cultura política merece un análisis detallado, algo que no
podemos hacer en esta instancia. Sin embargo, cabe indicar que la aparición y
desarrollo de las redes sociales ha sido el vehículo para la expansión de una
cultura política que poco tiene de democrática.
En
resumidas cuentas, Dahl no profundiza en los factores que contribuyeron a la
extensión geográfica de los regímenes democráticos.]
Sistemas
democráticos contemporáneos (pp. 32 y ss.)
Dahl
enumera una serie de variables que sirven para comprender las diferencias en
las instituciones políticas de los países democráticos.
I-Sistema presidencial y parlamentario:
EE.
UU., América Latina, África y otros países en desarrollo, adoptaron
mayoritariamente el sistema presidencial; Europa, el sistema
parlamentario (tomado de Gran Bretaña), con un primer ministro responsable
ante el Parlamento y jefe del Estado ceremonial (ya sea con monarca
hereditario, ya sea con presidente elegido por el Parlamento).
II-Sistema unitario y federal:
En
el sistema unitario, la autoridad
política queda en manos del gobierno central, que determina poderes limitados y
fronteras geográficas para las asociaciones subnacionales (estados y regiones).
Adoptado por la mayor parte de las democracias europeas y de habla inglesa más antiguas.
En
el sistema federal, la autoridad
está dividida constitucionalmente entre el gobierno central y los gobiernos de
entidades subnacionales relativamente autónomas. Es el caso de EE. UU., Suiza,
Alemania, Austria, España, Canadá y Australia. También la India.
III-Sistemas proporcionales y de
ganador único [12]
El
sistema de ganador único establece
que el territorio del país se encuentra dividido en distritos electorales,
donde cada uno de ellos tiene derecho a una sola banca en la legislatura (gana
el candidato que obtiene mayor cantidad de votos). Ejemplos: EE. UU., Canadá,
elecciones parlamentarias de Gran Bretaña.
El
sistema de representación proporcional
establece la correspondencia entre la proporción de votos obtenida por un
partido y la proporción de bancas que recibe. Es el sistema que rige en países
de Europa, Irlanda, Australia, Nueva Zelandia, Japón y Corea del Sur. [13]
IV-Sistemas mayoritarios y
consensuales
Los
sistemas mayoritarios establecen que
las políticas pueden ser aprobadas por un solo partido relativamente
cohesionado.
Los
sistemas consensuales establecen que
las políticas deben ser aprobadas por consenso entre muchos partidos con
opiniones diversas.
Teoría de la
democracia (pp. 35 y ss.)
Dahl
hace una síntesis de la historia del desarrollo de la teoría de la democracia.
Destaca
el aporte de John Locke (1632-1704), Segundo
tratado sobre el gobierno civil, pues allí se plantea la necesidad del consentimiento de la mayoría: “la
fuente última de poder soberano es el pueblo y todo el gobierno legislativo
debe descansar en su consentimiento” (p. 37). Locke también planteó el derecho a la rebelión contra el
gobierno que viola los derechos fundamentales. Respecto a los interrogantes
iniciales de Dahl, Locke sostiene: (1) la democracia debe darse en el
Estado-nación; (2) los varones (mujeres excluidas); (3) representantes elegidos
por el pueblo.
Para
Dahl es significativo el aporte de John Dewey (1859-1952), formulado en Democracia y educación (1916). “La
participación en una democracia exige hábitos mentales críticos e inquisitivos.
(p. 42). Por eso las escuelas públicas
son “la iglesia de la democracia”, pues en ellas se desarrollan esos hábitos
mentales. En La opinión pública y sus
problemas (1927), sostuvo que nadie puede desarrollar todo su potencial,
salvo en la democracia social o en el Estado de Bienestar democrático. Entre
los rasgos más importantes de una democracia
social “debería incluirse el derecho de los trabajadores de participar
directamente en el control de las empresas que los emplean” (p. 42).
Por
último, John Rawls (1921-2002), en Teoría
de la justicia (1971), desarrolló una justificación no utilitarista de
orden político, caracterizado por la justicia, la igualdad, los derechos
individuales. Rawls se plantó como el mayor defensor filosófico del Estado de
Bienestar capitalista democrático moderno.
Democracia ideal:
Dahl
sigue a Aristóteles (384-322 a. C.) y esboza los rasgos de una democracia ideal
[14]:
a)
Participación efectiva: antes de
adoptar/rechazar una política, los miembros del demos tienen oportunidad de dar a conocer a los demás miembros sus
opiniones al respecto; b) Igualdad de
votos: los miembros del demos
tienen oportunidad de votar a favor o en contra. Todos los votos se computan
igual; c) Electorado informado; d) Control ciudadano del programa de acción:
el demos decide que se incluye en la
agenda de toma de decisiones y cómo han de incluirse allí; e) Inclusión: cada miembro del demos tiene derecho a participar en la
asociación; f) Derechos fundamentales:
cada uno de los rasgos necesarios de la democracia ideal prescribe un derecho
que constituye en sí un rasgo necesario de la democracia ideal. Así, “la democracia
es más que un mero procedimiento político; necesariamente también es un sistema
de derechos fundamentales” (p. 46).
¿Cómo
se verifican en la democracia
representativa esos rasgos?
Por
medio de las instituciones de la representación; elecciones libres, limpias y
periódicas; libertad de expresión; fuentes de información independientes;
libertad de asociación.
En
consecuencia, para Dahl existe la siguiente relación entre la democracia
representativa y la democracia ideal:
“En una
asociación del tamaño de un Estado-nación, la representación resulta necesaria
para la participación efectiva y el control ciudadano del programa de acción;
las elecciones libres, limpias y periódicas también son necesarias para la
participación efectiva y la igualdad de votos; y la libertad de expresión, las
fuentes independientes de información y libertad de asociación son todas
necesarias para una participación efectiva, un electorado informado y el
control ciudadano del programa de acción.” (p. 47)
Dahl
pasa a responder a la pregunta (6): ¿Por qué debería gobernar el pueblo?
Formula
una serie de razones: (i) previene que el gobierno sea ejercido por autócratas;
(ii) las democracias representativas no libran guerras entre sí; (iii) los
países democráticos tienden a ser más prósperos que los gobiernos democráticos;
(iv) la democracia tiende a promover el desarrollo humano; (v) la democracia
ayuda al pueblo a proteger sus derechos fundamentales; (vi) la democracia
garantiza a sus ciudadanos los derechos fundamentales; (vii) la democracia
asegura una zona más amplia de libertades personales; (viii) se brinda al
pueblo la oportunidad de vivir bajo leyes de su propia elección; (ix) se brinda
a la gente la oportunidad de asumir responsabilidad moral respecto de sus
elecciones y decisiones respecto a las políticas de gobierno; (x) la democracia
permite un nivel relativamente alto de igualdad política.
[Como
esta ficha/ensayo se ha extendido demasiado, no es posible discutir punto por
punto la lista de razones presentada por Dahl. Basta con formular una única
observación: se trata de razones abstractas en la medida en que no demuestra
que cada una de ellas se verifica en la práctica. Es cierto que se trata de un
artículo para una enciclopedia y no de un libro en el que se puede desplegar
toda la data empírica disponible; pero ello no es obstáculo para dedicarle,
aunque sea un par de líneas, a fundamentar lo que se dice. Al no hacerlo, el
texto de Dahl pasa a convertirse más en un artículo de propaganda que en una
descripción somera de la democracia.]
El
artículo termina señalando problemas y desafíos de la democracia al comenzar el
siglo XXI: la desigualdad de recursos; la inmigración; el terrorismo; sistemas
internacionales; transición, consolidación, colapso.
Respecto
a la desigualdad de recursos, la frase siguiente no tiene desperdicio:
“Aunque las
economías de mercado descentralizadas alentaron la difusión de la democracia,
en los países donde no estuvieron suficientemente reguladas, estas economías
terminaron por producir desigualdades en términos de recursos económicos y
sociales, desde la riqueza y el ingreso hasta en la educación y el estatus
social. Debido a que los que tienen más recursos naturalmente tienden a
emplearlos para influenciar el sistema político en provecho propio, la
existencia de dichas desigualdades constituyó un obstáculo persistente para el
logro de un nivel satisfactorio de igualdad política.” (p. 49 – El
resaltado es mío, AM-)
En
relación con el terrorismo, Dahl señala con lucidez los efectos y peligros de
las restricciones a las libertades que se multiplicaron luego del 11S de 2001:
“Los gobiernos
democráticos adoptaron varias medidas diseñadas para aumentar la capacidad de
la policía y demás agencias encargadas de hacer cumplir las leyes, para
proteger a sus países contra el terrorismo. Algunas de estas iniciativas
implicaron nuevas restricciones a las libertades civiles y políticas de los
ciudadanos (…). En los albores del siglo XXI, aún está por verse si los
gobiernos democráticos pueden encontrar un equilibrio satisfactorio entre dos
imperativos a veces en conflicto: garantizar la seguridad y preservar la
democracia.” (p. 50 – El resaltado es mío, AM-)
Por
último, el autor hace una reflexión sobre la extensión de la democracia a fines
del siglo XX. A pesar de su extensión, conviene transcribirla íntegra:
“Los obstáculos
en la senda hacia una consolidación exitosa de las instituciones democráticas
incluyeron problemas económicos, como la pobreza generalizada, el desempleo,
desigualdades masivas en términos de ingresos y riqueza, una inflación vertiginosa
e índices bajos o negativos de crecimiento económico. Los países con bajos
niveles de desarrollo económico usualmente carecían de una clase media extensa
y una población instruida. En muchos de estos países, la división de la
población en grupos étnicos, raciales, religiosos o lingüísticos antagonistas
dificultó el manejo pacífico de las diferencias políticas. En otros, la amplia
intervención gubernamental en la economía, sumada a otros factores, generó una
corrupción generalizada de los funcionarios de gobierno. Además, muchos países
carecían de un sistema legal efectivo, lo cual tornaba los derechos civiles
sumamente inseguros y permitía el abuso por las elites políticas y los
elementos criminales. En estos países, la idea del Estado de derecho no estaba
arraigada en la cultura política prevaleciente, en algunos casos a causa de la
guerra constante o a muchos años de gobierno autoritario. En otros aspectos, la
cultura política de estos países no inculcó en los ciudadanos las clases de
creencias y valores que pueden respaldar a las instituciones y prácticas
democráticas durante las crisis y aun durante los conflictos ordinarios de la
vida política.” (pp. 51-52)
Lo
anterior lleva a que Dahl afirme que
“Es bastante
posible que el extraordinario ritmo de democratización que comenzó en el siglo
XX no se adentre mucho en el siglo XXI. En algunos países, es probable que continúen
en pie sistemas autoritarios. En ciertos países que han hecho la transición a
la democracia, puede ocurrir que las nuevas instituciones democráticas
permanezcan débiles y frágiles. Otros países podrían perder sus gobiernos
democráticos y revertir a alguna forma de gobierno autoritario.” (p. 52)
[Esta
última frase da por tierra con el optimismo y las abstracciones que dominan
buena parte del artículo. En definitiva, la democracia sigue siendo más una
promesa que una realidad en la medida en que la enorme desigualdad económica,
producto del capitalismo, sea el rasgo dominante en las sociedades modernas.]
Dahl
concluye el artículo con una bibliografía que contiene los trabajos
indispensables para el análisis del régimen democrático (pp. 52-54).
Balvanera,
lunes 25 de noviembre de 2024
NOTAS:
[1]
Machiavelli, N. (1955). El príncipe. Madrid, España: Universidad de
Puerto Rico y Revista de Occidente; p. 444.
[2]
Rousseau escribió en El contrato social: “¿Cuántas cosas difíciles de
reunir no supone tal gobierno [la democracia]? (…) en segundo lugar, una gran
sencillez de costumbres que evite la multitud de asuntos y las discusiones
espinosas; luego, mucha igualdad en los rangos y en las fortunas, sin lo cual
la igualdad no podría subsistir mucho tiempo en los derechos y en la autoridad”
(Rousseau, J.-J., 2000, Del contrato social. Discurso sobre las ciencias y
las artes. Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre
los hombres. Madrid: Alianza, p. 93.)
[3]
El artículo de Dahl se publicó en la edición 2004 de la Encyclopaedia
Britannica.
[4]
Las repúblicas italianas no fueron
democracias, sino oligarquías constitucionales. El demos de estas repúblicas era muy reducido; abarcaba desde un
máximo del 12% en Bolonia (siglo XIV) hasta un mínimo del 2% de la población en
Venecia (s. XV-XVI).
[5]
Se trata de la Revolución Burguesa en Inglaterra. Recordemos al lector
que las revoluciones burguesas representan el pasaje del poder político de
manos de la monarquía y la nobleza a la burguesía. Dahl, probablemente por
razones ideológicas, prefiere no utilizar el concepto. Este es uno de los silencios
significativos del artículo. Para una historia de los principales
acontecimientos de la Revolución Inglesa, consultar: Hill, Ch. (s. d.). La
revolución inglesa 1640. Barcelona, España: Anagrama. 103 p. (Cuadernos
Anagrama).
[6]
En la historia política inglesa, y simplificando las cosas, los whigs,
pueden ser definidos como el partido liberal, opuestos al partido tory
(los conservadores).
[7]
Ver al respecto: Tocqueville, A. (1995). La democracia en América, I.
Madrid, España: Alianza. 447 p. Traducción de Dolores Sánchez de Aleu.
[8]
Marx, K. (1996). El capital. Crítica de la economía política. Libro Primero:
El proceso de producción de capital I. México D. F.: Siglo XXI, p. 893.
[9]
Dahl reconoce tácitamente el carácter tardío del sufragio verdaderamente
universal en los EE. UU.: “Si bien Estados Unidos otorgó el derecho de voto a
las mujeres en 1920, otra exclusión importante persistió casi medio siglo más:
tanto por medios legales como ilegales, se impidió el voto y otras formas de
actividad política a los afroamericanos, principalmente en el sur, pero también
en otras áreas del país. No fue sino hasta después de la aprobación de la Civil
Rights Act de 1964 y de una enérgica coacción que por fin fueron admitidos efectivamente
en el demos norteamericano.” (p. 27) Cosas que, por supuesto, no son
reconocidas por el “marketing” desarrollado por la clase dominante
estadounidense.
[10]
Observación al pasar. Una cosa es la vigencia (formal) de instituciones
democráticas (a eso se refiere Dahl en el texto cuando hace referencia a la
expansión de la democracia) y otra cosa es el fortalecimiento de la
participación efectiva del pueblo en la toma de decisiones (en el gobierno de
un país). Cuando en la introducción a esta ficha mencionamos la crisis de la
democracia en la actualidad, afirmamos que la profundización de la desigualdad
social propia del capitalismo aniquila la mentada participación y, por ende, a
la propia democracia.
[11]
“Al inicio del siglo XXI, observadores independientes [¿quiénes?] coincidieron
en que más de un tercio de los países nominalmente independientes del mundo
poseían instituciones democráticas comparables a las de los países de habla
inglesa [¡!] y a las de las democracias más antiguas de la Europa continental.
En otra sexta parte de los países del mundo, estas instituciones, si bien un
tanto defectuosas [el adjetivo utilizado habla por sí solo acerca de la
seriedad -o falta de seriedad – de la afirmación que sigue], igualmente
proporcionaban grados históricamente altos de gobierno democrático. En
conjunto, estos países democráticos o casi democráticos contenían cerca de la
mitad de la población mundial.” (p. 30)
[12]
Se refiere a los sistemas electorales.
[13]
Nótese la poca/nula importancia que tienen América Latina y África en los
ejemplos proporcionados por Dahl. De modo que podemos afirmar que su análisis
de la democracia es poco democrático en términos geográficos.
[14] Maquiavelo dijo
todo lo que hay que decir sobre la formulación de formas políticas ideales: “Mi
intento es escribir cosas útiles a quienes las lean, y juzgo más conveniente
irme derecho a la verdad efectiva de las cosas, que a cómo se las imagina;
porque muchos han visto en su imaginación repúblicas y principados que jamás
existieron en la realidad.” (Maquiavelo, 1955, p. 342).