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viernes, 24 de enero de 2020

MARX CONTRA EL ESTADO


“El instrumento político de su sumisión
no puede servir de instrumento político de su emancipación.”
Karl Marx, 2° borrador de La guerra civil en Francia (1871)



A la manera de una introducción:
La Comuna de París (marzo – mayo de 1871) fue el primer gobierno obrero de la historia. A pesar de su corta duración, de las circunstancias en que se desenvolvió su acción (una ciudad cercada por las tropas del Estado francés y obligada a concentrar la mayoría de sus esfuerzos en la defensa), de la derrota final, su existencia marcó un antes y un después en el movimiento obrero y, en especial, en la formulación de la concepción del Estado y de la Revolución por Karl Marx (1818-1883).
Marx desarrolló su teoría siguiendo las experiencias de lucha y organización del movimiento obrero del siglo XIX. En este sentido, y con cierta exageración, corresponde decir que fue la lucha de los trabajadores la que dio origen al marxismo, y no el marxismo el que provocó las luchas de los trabajadores (la misma afirmación vale para el anarquismo y las otras corrientes político-teóricas del movimiento obrero). Es necesario enfatizar esto, pues resulta habitual entre los intelectuales la actitud de agrandar la propia incidencia en los sucesos pasados, presentes y futuros. Así, muchos intelectuales marxistas afirman con los hechos que las ideas (sus ideas) son la causa de los acontecimientos y que, por ello, los trabajadores deben subordinarse a sus planteos y propuestas, pues los intelectuales saben hacia dónde va el mundo.
Sin embargo, la tarea del intelectual es mucho más importante que la caricatura esbozada en el párrafo anterior. Si bien no es el tema principal de la obra La guerra civil en Francia (1871), ésta puede considerarse un ejemplo práctico de cómo debe actuar el intelectual que pretende contribuir a la conformación de un movimiento revolucionario. Marx extrae de la experiencia de la Comuna una nueva perspectiva sobre la revolución proletaria y, en base a ella, modifica su teoría del Estado. Sin esa experiencia, sin los tanteos y el ensayo y error llevados adelante por los comuneros parisinos, dicha perspectiva habría sido imposible.
El presente trabajo fue elaborado como ayuda memoria para un taller sobre la cuestión del Estado en Marx, desarrollado en el marco de una organización política. Como tal se encuentra en estado de construcción permanente y, por supuesto, todos los aportes son bienvenidos.

Nota bibliográfica:
En la redacción de estas notas se utilizaron las siguientes ediciones:
Marx, K. (1975). El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Buenos Aires: Anteo.
Marx, K. (1985). Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871. Incluido en: Marx, K.; Engels, F.; Lenin, V. I. (1985). La comuna de París. Madrid: Akal. (pp. 7-76).
Marx, K. y Engels, F. (1985). La ideología alemana. Buenos Aires: Pueblos Unidos y Cartago.
Marx, K. y Engels, F. (1986). Manifiesto del partido comunista. Buenos Aires: Anteo.
Rubel, M. y Janover, L. (2010). Marx anarquista. Buenos Aires: Madreselva.
Abreviaturas:
18 B = 18 Brumario de Luis Bonaparte / AIT = Asociación Internacional de Trabajadores / GCF = Guerra civil en Francia / MC = Manifiesto Comunista

La transformación de la concepción marxista del Estado:
La GCP marca un cambio fundamental en la concepción marxista del Estado, que puede mensurarse a partir de la comparación con el Manifiesto Comunista (1848). En MC, Marx y Friedrich Engels (1820-1895) afirmaban:
“El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del Poder político por el proletariado.” (Marx y Engels, 1986: 52). [1]
La clase trabajadora tiene, pues, que conquistar el aparato estatal para iniciar la construcción de las bases de una sociedad socialista:
“El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.” (Marx y Engels, 1986: 62).
Marx y Engels conciben al Estado como un instrumento que puede servir tanto a la dominación de la burguesía como a la de la clase trabajadora. Si bien señalan que ese aparato estatal se conformó desde sus orígenes como maquinaria de opresión de clase, no ponen esta cuestión en el centro del análisis. [2] El carácter de clase del Estado está dado por la clase que detenta el control del mismo, y no se refleja ni en la estructura estatal ni en el tipo de relaciones sociales que se desarrollan al interior de éste. En este sentido, y a despecho de la concepción clasista del Estado desarrollada en MC, al referirse al proceso revolucionario el aparato estatal éste es caracterizado como un instrumento neutral, que puede ser tomado y utilizado indistintamente por cualquier clase social para sus propios fines.
En MC, la función del Estado luego de la revolución socialista consiste en acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas mediante la centralización de la propiedad de los medios de producción. El socialismo es pensado como el resultado del desarrollo de la economía, dedicándole poca o nula atención a los aspectos políticos del mismo. Ahora bien, la construcción del socialismo es imposible sin el desarrollo de la autonomía de cada individuo, de la participación efectiva de todas las personas en el gobierno de la comunidad.
Marx y Engels afirman que el desarrollo de las fuerzas productivas terminará por abolir las diferencias de clase y, una vez ocurrido esto, el Estado dejará de existir:
“Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el Poder público perderá su carácter político. El Poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime al mismo tiempo que estas relaciones de producción  las condiciones para la existencia del antagonismo de clases y las clases en general, y, por tanto, su propia dominación como clase.” (Marx y Engels, 1986: 63; el resaltado es mío – AM-).
La caracterización del Estado como “violencia organizada” para la opresión de clase no se refleja en la concepción de la revolución proletaria. Marx y Engels parecen pensar que es la clase trabajadora en su conjunto quien tomará el poder estatal y comenzará la construcción del socialismo; de ahí que esa “violencia organizada” se dirija únicamente contra la resistencia de la burguesía.
Pero, a poco de reflexionar sobre la cuestión, surgen dos dificultades: a) un aparato que se define como “violencia organizada” para la opresión de clase no pierde su carácter opresor por el cambio de la clase que tiene su control; b) la clase trabajadora no toma el poder, sino que lo hace un partido o un movimiento que es, a lo sumo, una parte de ella o un conjunto de individuos que se identifican con la causa del socialismo. Si el Estado conserva las características mencionadas arriba, no existe ninguna garantía de que la “violencia organizada” no se vuelva contra la misma clase trabajadora.
La Comuna de París vino a modificar drásticamente la concepción marxista del Estado.
¿Por qué? Ante todo, porque la Comuna enfrentó los problemas concretos de la toma del poder. En las revoluciones de 1848, la clase trabajadora estaba muy lejos de plantearse esos problemas de un modo práctico. En 1871 el poder estatal cayó en sus manos y debió resolver qué hacer con él. La organización política construida trabajosamente por la Comuna exigía una reformulación de las ideas previas sobre la conquista del Estado.
Marx, quien ya se hallaba involucrado en la política práctica de la clase trabajadora por su tarea en el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), emprendió la tarea mencionada en el párrafo anterior.
GCF es el título abreviado del Manifiesto de la AIT sobre los acontecimientos acaecidos en la capital de Francia. Fue redactado por Marx y aprobado el 30 de mayo de 1871 en la sesión del Consejo General de la AIT. Se trata, pues, de un texto escrito al calor de los acontecimientos. Marx dedicó el tercer apartado de GCF a reformular su teoría del Estado y la Revolución, basándose en la experiencia de los comuneros parisinos.
Marx comienza citando el Manifiesto del Comité Central de la Comuna, fechado el 18 de marzo de 1871. Allí se lee:
“Los proletarios de París (…), en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos. (…) Han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder.” (Citado en Marx, 1985: 32).
Hasta aquí, el discurso de los comuneros coincide con lo dicho sobre el Estado en el MC. [3] Sin embargo, la acción de la Comuna había ido mucho más allá de lo indicado en el MC. El ejército, la policía y los tribunales habían sido suprimidos, y reemplazados por la organización activa del pueblo. En otras palabras, el aparato represivo del Estado fue modificado drásticamente. Eran los trabajadores (el pueblo de París en su conjunto) quienes se encargaban de las tareas militares y de policía. Éstas dejaron de ser la tarea de un grupo específico de personas, separado del resto de la sociedad.
Marx toma nota de lo anterior y acota lo siguiente:
Pero la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines.” (Marx, 1985: 32; el resaltado es mío – AM-). [4]
Con esa breve frase, Marx modifica su concepción del Estado y la Revolución, y, sin saberlo, cuestiona la experiencia de las revoluciones socialistas del siglo XX. En el 2° borrador de GCF se encuentra el siguiente pasaje:
El instrumento político de su sumisión no puede servir de instrumento político de su emancipación.”(Citado en Rubel y Janover, 2010: 61; el resaltado es mío – AM-.)
La Revolución no puede consistir simplemente en la conquista del poder estatal. Hacer esto implica mantener incólume el aparato represivo forjado por la burguesía, y eso impide el desarrollo de formas democráticas de autogobierno de la clase trabajadora. Mientras que en el MC el núcleo de la atención se encuentra en el desarrollo de las fuerzas productivas, en GCP se verifica un desplazamiento hacia la eliminación del aparato represivo y la conformación de un nuevo poder, que pueda servir efectivamente de instrumento de liberación. A nuestro juicio dicho desplazamiento es fundamental.
El fracaso de las experiencias socialistas del siglo XX es, entre otras cosas, el fracaso de una determinada concepción del Estado y, más específicamente, del papel del aparato estatal en el proceso revolucionario. Para el socialismo del siglo XX el Estado es la solución a todos los problemas y el socialismo es concebido como propiedad estatal de los medios de producción. Según esta concepción, bastaba con desplazar al elenco burgués que detentaba el poder estatal y reemplazarlo por los miembros del partido. Una vez cumplida esa tarea, correspondía desarrollar las fuerzas productivas en el marco de un férreo control estatal. Estatismo y productivismo, he aquí las dos patas del socialismo modelo siglo XX. La centralización del aparato estatal, la concentración de la toma de decisiones en un puñado de altos funcionarios, eran lo opuesto al involucramiento de la clase trabajadora y los sectores populares en los asuntos políticos. El estatismo era (es) enemigo de la democracia.
La preocupación por la eliminación del aparato represivo aparece en el período de redacción de GCP. Así, en una carta a Kugelmann fechada el 12 de abril de 1871, Marx escribe:
“Releyendo el último capítulo de mi 18 Brumario, verás que al hablar de la próxima tentativa de la revolución francesa, declaro allí que ya no va a tratarse de trasladar el aparato burocrático-militar de una mano a otra, como ocurrió hasta el momento, sino de romperlo, y de ahí radica la condición preliminar de toda revolución verdaderamente popular en el continente. He aquí lo que intentan de hecho nuestros heroicos camaradas de partido en París.” (Citado en Rubel y Janover, 2010: 60). [5]
El estudio del desarrollo histórico del Estado moderno demuestra la creciente capacidad de éste para ejercer control sobre el conjunto de la sociedad. Marx distingue tres etapas en la evolución del poder estatal [6]: a) el Estado como arma de la sociedad burguesa para luchar contra el feudalismo; b) como “poder nacional del capital sobre el trabajo”; c) como poder sobre todas las clases sociales (bonapartismo).
El aparato represivo es la manifestación más visible de esa tendencia. Marx acentúa en todo momento el carácter del Estado como instrumento de dominación de clase:
“Al paso que los progresos de la moderna industria desarrollaban, ensanchaban y profundizaban el antagonismo de clase entre capital y trabajo, el poder del Estado fue adquiriendo cada vez más el carácter de poder nacional del capital sobre el trabajo, de fuerza pública organizada para la esclavización social, de máquina del despotismo de clase. Después de cada revolución, que marca un paso adelante en la lucha de clases, se acusa con rasgos cada vez más destacados el carácter puramente represivo del Estado.” (Marx, 1985: 33-34).
Ese aparato se perfecciona de manera incesante, independientemente de la clase o fracción de clase que lo controle. Marx repite aquí el argumento desarrollado en El 18 Brumario, donde señaló el crecimiento de la capacidad de dominación y control del Estado. La atención puesta en los aspectos represivos del Estado contrasta con la escasa y/o nula importancia concedida a la producción y difusión de la hegemonía estatal y la ideología dominante. [7]
Ese aparato represivo fue utilizado por las monarquías absolutistas para poner en caja a los señores feudales durante el período de surgimiento del Estado moderno. De ese modo se restringió el fraccionamiento político propio de la época feudal, en el que el territorio de un país se hallaba dividido entre múltiples señores feudales, cada uno de los cuales gobernaba sus tierras como si fuera un pequeño Estado. Luego, las Revoluciones Burguesas (la Revolución Francesa de 1789 es la más conocida) suprimieron el feudalismo y el Estado pasó a ser controlado por la burguesía (la historia francesa del siglo XIX muestra que la consolidación de ese control fue tarea harto trabajosa). Este momento coincide con el ascenso del movimiento obrero, que creció en un marco de ilegalidad y dura lucha contra el poder estatal. De ahí el acento puesto en el carácter “puramente represivo” del Estado.
Pero también es cierto que la burguesía francesa no pudo estabilizar su dominación política a lo largo del siglo XIX. La historia política de Francia a lo largo del período es una muestra cabal de ello: se pasó sucesivamente del Imperio napoleónico a la Restauración borbónica, a la revolución de 1830 y la instauración de la dinastía Orleáns, a la revolución de 1848, la República, el golpe de Estado y el Imperio de Luis Bonaparte, etc. Todos estos cambios dan cuenta de una gran debilidad política de la burguesía. Si bien estos continuos cambios no pueden reducirse a factores económicos (es preciso estudiar la historia del período para comprender cuáles eran las formas que adoptaba esa debilidad en cada coyuntura), ellos denotan una dificultad persistente en la construcción de hegemonía y ésta puede relacionarse con el escaso (en términos relativos) desarrollo del capitalismo, que impide realizar concesiones materiales a la clase trabajadora y que, por lo tanto, se concentra en la represión de las acciones de lucha de la mencionada clase.

Conclusión. Retomar y desarrollar la perspectiva antiestatista de Marx:
La perspectiva adoptada por Marx contrasta con las ideas de los progresistas sobre el rol del Estado, quienes tienden a considerar la expansión de las funciones estatales como un hecho positivo en sí mismo. Marx no sólo dice que el Estado es un órgano represivo de opresión de la clase, sino que también puede transformarse en parásito del conjunto de la sociedad.
Pero su posición antiestatal, forjada al calor de la experiencia de los obreros parisinos, también es bien distinta a la de los socialismos del siglo XX, quienes hicieron del culto al Estado una verdadera religión laica. Es cierto que una generalización tan amplia puede resultar errónea en los detalles, pero el cuadro de conjunto es exacto: los socialismos del siglo XX, en sus diversas variantes (bolchevique, estalinista, trotskista, guevarista, etc.), se caracterizaron por hacer del Estado la panacea para todos los problemas.
El Estado fue concebido como un instrumento que servía para: a) aplastar la contrarrevolución y defender a la “Patria Socialista” contra las amenazas de las potencias capitalistas; b) impulsar el desarrollo acelerado de las fuerzas productivas mediante la centralización y la planificación. Puede afirmarse que las diferentes expresiones socialistas del siglo XX adhirieron a los puntos de vista de Marx y Engels en el MC. No se tomó en cuenta el replanteo de la cuestión del Estado y la Revolución realizada en GCF y continuada en otros textos de la década de 1870, como la ya mencionada Crítica del Programa de Gotha [8].
Marx señaló expresamente la importancia del cambio de perspectiva respecto al Estado en el prólogo a la edición alemana de 1872 del MC. Allí indicó qué aspectos del texto habían quedado obsoletos e hizo mención expresa al tema del Estado:
“Dado el desarrollo colosal de la gran industria en los últimos veinticinco años, y con éste, el de la organización del partido de la clase obrera, dadas las experiencias, primero, de la revolución de febrero [de 1848], y después, en mayor grado aún, de la Comuna de París) que eleva por primera vez al proletariado, durante dos meses, al Poder político, este programa ha envejecido en algunos de sus puntos. La Comuna ha demostrado, sobre todo, que «la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines»” (Marx y Engels, 1985: 8).
La perspectiva antiestatista de Marx es notoria en los textos de la década de 1870. También lo es el acento puesto en el autogobierno de la clase trabajadora. Desde el punto de vista político (y éste es el interés central del autor de este ensayo), los textos del período indicado contribuyen a elaborar nuevas respuestas a la crisis actual del socialismo. Marx no aporta las soluciones. La realidad que examina en sus obras pertenece al pasado y resultaría necio buscar en sus escritos la solución mágica a nuestros problemas. Pero sí puede enseñarnos una manera diferente de ver las cosas, alejada de la corriente dominante en la izquierda durante el siglo XX.
Tal como lo demuestra el caso de GCF, la elaboración de respuestas políticas a la crisis del socialismo va de la mano con la participación y el análisis de las diversas experiencias de lucha de la clase trabajadora y los sectores populares. Si se pretende hacer una revolución es preciso desarrollar una forma revolucionaria de pensar la realidad. Revolucionaria porque, ante todo, implica el reconocimiento de que ninguna tradición puede resolver los problemas políticos actuales.
En definitiva, ser revolucionario implica, también, romper con las tradiciones revolucionarias. Dicho de modo muy simple, la revolución es el futuro. La tradición es el pasado. Hace mucho tiempo que la izquierda, tanto a nivel internacional como a nivel local, vive del y en el pasado. Contra esa forma de pensar tenemos que luchar todo el tiempo y una y otra vez.

Parque Avellaneda, viernes 24 de enero de 2020


NOTAS:
[1] Más adelante vuelven a repetir la misma afirmación: “Como hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia.” (Marx y Engels, 1986: 62).
[2] Marx y Engels indican un poco más adelante (cita reproducida en este texto) que “el Poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra.” (Marx y Engels, 1986: 63). Esta afirmación va en línea con la concepción que atraviesa todo el MC  y que aparece expresada en la famosa frase “la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases” (Marx y Engels, 1986: 34). El Estado desempeña un papel fundamental en esa lucha, pues defiende la dominación de la clase dominante en cada sociedad determinada.
[3] No hay que interpretar por ello que el Comité Central de la Comuna era partidario de las ideas del Manifiesto. Si algo caracterizó a la Comuna fue su heterogeneidad ideológica. En ella estaban representadas las diferentes corrientes del movimiento obrero francés.
[4] En los Borradores de GCP es todavía más enfático: “Pero el proletariado no puede, como lo hicieron las clases dominantes y sus diversas fracciones rivales inmediatamente después de su triunfo, tomar simplemente posesión del cuerpo del Estado existente y hacer funcionar ese aparato para sus propios fines. La primera condición para conservar el poder político es transformar el mecanismo actuante y destruirlo en tanto que instrumento de dominación de clase.” (Citado en Rubel y Janover, 2010: 61; el resaltado es mío – AM -. La cita corresponde al 2° borrador).
Engels, por su parte, en la Introducción a la edición alemana de La guerra civil en Francia (1891) escribió: “La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no puede seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tiene, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento. ¿Cuáles eran las características del Estado hasta entonces? En un principio, por medio de la simple división del trabajo, la sociedad se creó los órganos especiales destinados a velar por sus intereses comunes. Pero, a la larga, estos órganos, a la cabeza de los cuales figuraba el poder estatal, se convirtieron de servidores de la sociedad en señores de ella.” (p. 92). No entro a examinar el sentido, muy equívoco, de la frase “la sociedad se creó los órganos especiales destinados a velar por sus intereses comunes”. Pero toda la primera parte del párrafo coincide con el punto de vista de Marx en GCF.
[5] El párrafo del 18 Brumario mencionado por Marx es el siguiente: “Este Poder ejecutivo, con su inmensa organización burocrática y militar, con su compleja y artificiosa maquinaria de Estado, un ejército de funcionarios que suma medio millón de hombres, junto a un ejército de otro medio millón de hombres, este espantoso organismo parasitario que se ciñe como una red al cuerpo de la sociedad francesa y le tapona todos los poros, surgió en la época de la monarquía absoluta, de la decadencia del régimen feudal, que dicho organismo contribuyó a acelerar. Los privilegios señoriales de los terratenientes y de las ciudades se convirtieron en otros tantos atributos del Poder del Estado, los dignatarios feudales en funcionarios retribuidos y el abigarrado mapa-muestrario de las soberanías medievales en pugna en el plan reglamentado de un Poder estatal cuya labor está dividida y centralizada como en una fábrica. La primera revolución francesa, con su misión de romper todos los poderes particulares locales, territoriales, municipales y provinciales, para crear la unidad civil de la nación, tenía necesariamente que desarrollar lo que la monarquía absoluta había iniciado: la centralización; pero al mismo tiempo amplió el volumen, las atribuciones y el número de servidores del Poder del gobierno. Napoleón perfeccionó esta máquina del Estado. La monarquía legítima y la monarquía de Julio no añadieron nada más que una mayor división del trabajo, que crecía a medida que la división del trabajo dentro de la sociedad burguesa creaba nuevos grupos de intereses, y por lo tanto nuevo material para la administración del Estado. Cada interés común (…) se desglosaba inmediatamente de la sociedad, se contraponía a ésta como interés superior, general (…), se sustraía a la propia actuación de los individuos de la sociedad y se convertía en objeto de la actividad del gobierno, desde el puente, la casa-escuela y los bienes comunales de un municipio rural cualquiera, hasta los ferrocarriles, la riqueza nacional y las universidades de Francia. Finalmente, la república parlamentaria, en su lucha contra la revolución, viose obligada a fortalecer, junto con las medidas represivas, los medios y la centralización del poder del gobierno. Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez de destrozarla. Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación, consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor.” (Marx, 1975: 131-132). En síntesis, el desarrollo del poder estatal no es otra cosa que el incremento de su capacidad para controlar a la sociedad. Como sucede en todos los textos que mencionamos en este artículo, Marx destaca el aspecto represivo de la maquinaria estatal, sin examinar los mecanismos ideológicos que sirven tanto para la vigilancia como para la dominación.
[6] Marx se refiere al “poder estatal centralizado, con sus órganos omnipotentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura – órganos creados con arreglo a un plan de división sistemática y jerárquica del trabajo –“(Marx, 1985: 33).
[7] Marx y Engels se ocuparon de la ideología en un texto de juventud, publicado mucho después de la muerte de ambos, y que se titula precisamente La ideología alemana. Allí la ideología es concebida como una “falsa conciencia” y los autores pusieron el acento en el papel de los intelectuales y de la prensa en la creación y difusión de esa ideología. “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho de otro modo, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas.” (Marx y Engels, 1985: 50-51).
[8] Dedicaremos un trabajo posterior al examen de los aportes a la teoría del Estado que se encuentran en la Crítica del Programa de Gotha.

jueves, 31 de julio de 2014

MARX Y EL ESTADO: APUNTES SOBRE EL PREFACIO A LA EDICIÓN DE 1872 DEL MANIFIESTO COMUNISTA




“No se puede pinchar con alfileres
lo que debería destruirse a mazazos.”
(Karl Marx, 25 de enero de 1843)

Es imposible comprender el marxismo sin tomar en cuenta la experiencia de lucha del movimiento obrero. Hablar de marxismo académico es, por ello, un oxímoron. La obra de Marx, lejos de ser una producción meramente intelectual, signada por las lecturas de otros autores y por la interpretación marxiana de esas lecturas, está ligada a la militancia política de su autor y a la necesidad de dar una respuesta adecuada a las luchas obreras. La complejidad de los problemas tratados, la enormidad de la producción teórica de Marx, obedecen a la ligazón entre dicha producción y el movimiento obrero.

La Comuna de París (1871), el primer gobierno obrero de la historia, representó un hito en el pensamiento de Marx. Sobre todo, significó una modificación sustancial su teoría del Estado. Hasta 1871, Marx pensaba que los revolucionarios tenían que apoderarse del Estado y utilizarlo para la transformación socialista de la sociedad. Ahora bien, la Comuna dio por tierra con esta concepción. En un contexto muy particular (Francia había sufrido una derrota completa frente al ejército prusiano y París se encontraba rodeada por los alemanes), los comuneros destruyeron el aparato represivo del Estado burgués mediante la supresión del ejército y la policía, y lo reemplazaron por el armamento general del pueblo. Además, al establecer el principio del carácter revocable de los mandatos de los funcionarios y al asignarles a éstos salarios de obreros, la Comuna dio un duro golpe al aparato burocrático, que había funcionado hasta ese momento como herramienta de la dominación de clase de la burguesía, pero también como un instrumento dotado de intereses propios, que sojuzgaba al conjunto de la nación. En otras palabras, la Comuna mostró de manera práctica que el Estado burgués es burgués no solamente porque defiende los intereses generales de la burguesía, sino porque sus instituciones están modeladas a imagen y semejanza de la burguesía. Marx tomó nota de esto y desarrolló la tesis de que la revolución socialista requería transformar radicalmente el Estado para poder llevarse a cabo. Ya no bastaba con apoderarse del aparato estatal; había que convertirlo en algo totalmente diferente, y para ello había que empezar por destruir los organismos especializados en la represión (el ejército y la policía).

Marx desarrolló esta nueva concepción del Estado en su obra La guerra civil en Francia (1871), título que recibió el documento de la Asociación Internacional de Trabajadores referido a los sucesos de la Comuna. Pero también se encuentra presente en otros textos del período. En 1872 apareció una nueva edición alemana del Manifiesto Comunista. El prefacio fue redactado por Marx y Engels. El momento en que aparece esta edición es importante. Por un lado, la experiencia de la Comuna estaba a la vuelta de la esquina, pues hacía apenas un año que esta había sido aplastada por el ejército francés; referirse a la Comuna era una manera de reivindicar la toma del poder por la clase obrera, enfatizando así el carácter revolucionario del socialismo. Por otro lado, esta edición marca el comienzo de una serie de reediciones del Manifiesto, que acompañaron el crecimiento del movimiento socialista en las décadas del ’70 y del ’80 del siglo XIX.

En el prefacio mencionado, Marx y Engels señalaron la vigencia de las tesis del Manifiesto:

“Aunque las condiciones hayan cambiado mucho en los últimos veinticinco años, los principios generales expuestos en este «Manifiesto» siguen siendo hoy, en su conjunto, enteramente acertados. Algunos puntos deberían ser retocados. El mismo «Manifiesto» explica que la aplicación práctica de estos principios dependerá siempre, y en todas partes, de las circunstancias históricas existentes.” (p. 8).

En otras palabras, las afirmaciones teóricas contenidas en el Manifiesto seguían siendo consideradas correctas por sus autores en 1872. Estaban envejecidas, en cambio, las partes “prácticas” del texto. Marx y Engels hacen referencia, en especial, a las diez medidas de gobierno incluidas en el final del capítulo II (pp. 62-63) (1). Es interesante remarcar la razón del envejecimiento de estas medidas: los autores consideran que las políticas concretas dependen siempre de las “circunstancias históricas existentes”. Esto muestra, una vez más, la falsedad de la concepción que considera que el marxismo es dogmático.

En el Manifiesto, los revolucionarios tenían que apoderarse del Estado para poner en marcha la transformación de la sociedad:

“El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del Poder político por el proletariado.” (p. 52; el resaltado es mío).

A partir de la conquista del Estado,

“El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.” (p. 62).

Así, todas las medidas revolucionarias formuladas en el Manifiesto giran en torno al Estado, claro que con la salvedad de que ese Estado es concebido como expresión del proletariado “organizado en clase dominante”. En 1848 Marx y Engels no decían nada acerca de la transformación de la forma de las instituciones estatales. El hecho mismo de la revolución, el cambio en el contenido de clase del Estado (el pasaje del poder de manos de la burguesía al proletariado), parece resolver todos los problemas políticos de la revolución.

En 1872, el Estado burgués, su forma y no sólo su contenido de clase, es el problema fundamental de la revolución una vez conquistado el poder. Marx y Engels vuelven aquí a la tesis desarrollada en La guerra civil en Francia:

“La Comuna ha demostrado, sobre todo, que «la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines»” (p. 8) (2).

A despecho de tantos “progresistas” actuales, que sostienen que el Estado es la solución para todos los males de la sociedad, Marx y Engels veían en el Estado un problema antes que un remedio. Es por esto que no basta con la conquista del poder político, sino que es precisa la transformación misma de la forma de ese poder, comenzando por la eliminación de su aparato represivo. Este punto es central si se quiere comprender la noción de dictadura del proletariado, que posee tan mala prensa en nuestros días. (3) Para Marx y Engels, esta dictadura no es otra cosa que la dominación de la clase obrera organizada como clase autónoma, independiente de la burguesía. La dictadura implica, por un lado, la profundización de la democracia, eliminando en la mayor medida posible a la burocracia mediante el imperio de la revocabilidad del mandato de los funcionarios públicos; por otro, la anulación de la represión a cargo de aparatos específicos (supresión de la policía y del ejército), para evitar que esa dictadura se convierta en el gobierno de una casta de funcionarios o del partido mismo en contra de la clase trabajadora.

El prefacio de 1872 es importante, pues, porque Marx y Engels marcan expresamente que las tesis políticas del Manifiesto tienen que ser corregidas en base a la experiencia de la Comuna de París. Y señalan explícitamente que esa corrección debe darse en lo que hace al Estado y a su transformación en la revolución socialista. Aquí, como en tantas otras partes, los clásicos se muestran infinitamente más actuales que muchos “izquierdistas” contemporáneos, que creen que el Estado es la piedra filosofal.


Villa del Parque, jueves 31 de julio de 2014


NOTA BIBLIOGRÁFICA:


Las citas del Manifiesto Comunista han sido tomadas de la siguiente edición: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1986). [1° edición: 1848]. Manifiesto del Partido Comunista. Buenos Aires: Anteo.


NOTAS:

(1)  “Este pasaje tendría que ser redactado hoy de muy distinta manera, en más de un aspecto. Dado el desarrollo colosal de la gran industria en los últimos veinticinco años, y con éste, el de la organización del partido de la clase obrera, dadas las experiencias, primero, de la Revolución de Febrero [de 1848], y después, en mayor grado aún, de la Comuna de París que eleva por primera vez al proletariado, durante dos meses, al Poder político, este programa ha envejecido en algunos de sus puntos.” (p. 8).

(2)  El profesor José Castillo escribe al respecto: “Sabemos (…) que Marx en la edición de 1872 va a hacer la acotación de que el proletariado no puede simplemente tomar la máquina del poder estatal y ponerla a funcionar para su propio beneficio, sino que debe destruirla y reemplazarla por otro aparato de dominación.” (Castillo, José Ernesto, “La genealogía del Estado en Marx”, en Thwaites Rey, Mabel Cristina. (2007). Estado y marxismo: Un siglo y medio de debates. Buenos Aires: Prometeo Libros, p. 50.).

(3)  Respecto a la cuestión de la dictadura, es conveniente indicar que el concepto no era concebido en el siglo XIX como en el siglo XX: “En el siglo XIX, la palabra «dictadura» evoca la institución romana de un poder de excepción, debidamente mandatado y limitado en el tiempo para enfrentar una situación de urgencia. Se opone a la «tiranía» en cuanto ésta tienen de arbitrario. Marx la utiliza en este sentido en La Guerra Civil en Francia.” (Bensaïd, Daniel. (2011). Marx ha vuelto. Buenos Aires: Edhasa, p. 83). Resulta cuanto menos “curioso” que muchos de los críticos del Marx “autoritario” dejen de lado el análisis del significado del concepto de dictadura.


sábado, 5 de octubre de 2013

EL MARXISMO Y LA CUESTIÓN DEL ESTADO: RESEÑA DE LA INTRODUCCIÓN DE ENGELS A LA GUERRA CIVIL EN FRANCIA





Friedrich Engels (1820-1895) escribió la “Introducción” a La guerra civil en Francia para la reedición de esta obra, con motivo de la conmemoración del 20° aniversario de la Comuna de París. (1) La guerra civil en Francia es el título del manifiesto de la 1° Internacional dedicado a la Comuna. Fue redactado por Karl Marx (1818-1883). En este blog dedicamos un artículo a comentar dicho manifiesto. 

La “Introducción” de Engels puede dividirse en dos partes desde el punto de vista de su estructura temática. En la primera hace la presentación de la obra de Marx y del contexto histórico de la Comuna, así como también esboza una reseña de la acción de ésta. En la segunda desarrolla los aportes de la Comuna en la cuestión del Estado. En esta reseña me concentraré en esta última parte.

La experiencia de la Comuna marcó un antes y un después en el movimiento socialista. Hasta ese momento, la cuestión del Estado era un problema más teórico que práctico. Las distintas corrientes socialistas (incluimos aquí al anarquismo) veían al Estado como un enemigo al que había que destruir o procuraban ignorarlo, construyendo las bases del socialismo por fuera de la intervención de este. La Comuna, al concretar la toma del poder por la clase obrera (aunque sea por un breve plazo) obligó a la militancia socialista a plantearse (o replantearse) qué hacer con el Estado en el caso de una revolución triunfante. Hasta ese momento, corrientes como el blanquismo (2) o los mismos Marx y Engels defendían la idea de que había que servirse del Estado para dirigir a la sociedad hacia el socialismo. Como tantas otras veces, la experiencia del movimiento obrero forzó a Marx a modificar radicalmente sus puntos de vista.

Al revisar sobre la marcha misma de los acontecimientos las acciones de la Comuna, Marx llegó a la conclusión de que, 

“la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines.” (3).

Engels enfatiza esto en su “Introducción”:

“La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no podía seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación, recién conquistada, la clase obrera tenía, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento.” (p. 265).

La clase obrera no puede servirse del Estado burgués, del Estado creado a su imagen y semejanza por la burguesía, porque dicho Estado es una máquina de opresión. Hay que recordar que la institución estatal surgió con la división de la sociedad en clases sociales antagónicas, y que su objetivo primordial fue reproducir la dominación de la clase dominante en cada momento histórico. Engels indica en el texto que el Estado, además de este objetivo, puede transformarse en un fin en sí mismo:

“En un principio, por medio de la simple división del trabajo, la sociedad se  los órganos especiales destinados a velar por sus intereses comunes. Pero, a la larga, estos órganos, a la cabeza de los cuales figuraba el poder estatal, persiguiendo sus propios intereses específicos, se convirtieron de servidores de la sociedad en señores de ella. Esto puede verse, por ejemplo, no sólo en las monarquías hereditarias, sino también en las repúblicas democráticas. No hay ningún país en que los «políticos» formen un sector más poderoso y más separado de la nación que en Norteamérica. Aquí cada uno de los dos grandes partidos que alternan en el Gobierno está a su vez gobernado por gentes que hacen de la política un negocio, que especulan con las actas de diputado de las asambleas legislativas de la Unión y de los distintos Estados federados, o que viven de la agitación a favor de su partido y son retribuidos con cargos cuando este triunfa. (…) Y es precisamente en Norteamérica donde podemos ver mejor cómo progresa esta independización del Estado frente a la sociedad, de la que originariamente debía ser un simple instrumento. (…) en Norteamérica nos encontramos con dos grandes cuadrillas de especuladores políticos que alternativamente se posesionan del poder estatal y lo explotan por los medios y para los fines más corrompidos; y la nación es impotente frente a estos dos grandes cárteles de políticos, pretendidos servidores suyos, pero que, en realidad, la dominan y la saquean.” (p. 265-266).

Más allá de que el párrafo citado contiene la tesis (errónea) de que el Estado surgió para servir a los “intereses comunes de la sociedad”, el énfasis de Engels acerca de la progresiva autonomía del Estado frente a la sociedad es de rigurosa actualidad. El Estado capitalista es inseparable del mantenimiento de la explotación de la clase trabajadora; dicho en otros términos, desde el punto de vista de su propio financiamiento requiere de la plusvalía extraída por los empresarios a la clase trabajadora. Esto pone un límite a la autonomía del Estado capitalista: no le es posible “sacar los pies del plato” del capitalismo. Pero la creciente extensión de la división del trabajo bajo la lógica del capital hace que el Estado deba encarar tareas cada vez más complejas de regulación; la burocracia estatal se multiplica y, como es sabido, los burócratas pasan a considerar como un fin en sí mismo a la conservación de sus privilegios. De este modo, a la vez que sirve al capital, el Estado se convierte cada vez más en un parásito que succiona cada vez más recursos de la sociedad. 

El ejemplo de los EE.UU. es significativo. En la actualidad, cuando tantos políticos e intelectuales progresistas consideran que el Estado es el remedio para los males de la sociedad, donde se pregona la consigna “más Estado” como antídoto frente a los estragos del “neoliberalismo”, es conveniente volver a los clásicos. El Estado es una herramienta de dominación aunque se vista de “nacional y popular”. El Estado capitalista es cada vez más un parásito aunque se pregone que es un instrumento de “liberación”. Engels sostiene que, en la medida en que se mantenga la dominación del capital sobre el trabajo, ninguna liberación puede venir por el lado del Estado. De ahí que la transformación de la estructura estatal y la abolición de la propiedad privada de los medios de producción sean tareas que no pueden separarse.

“En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la república democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que se transmite hereditariamente al proletariado triunfante en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, lo mismo que lo hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los lados peores de este mal, entretanto que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.” (p. 267).

Engels, como Marx en el manifiesto de la 1° Internacional, resalta la eliminación del ejército permanente y de la policía por la Comuna. La transformación del Estado comienza por la desaparición de su aparato represivo y su reemplazo por el armamento general del pueblo (vieja consigna del movimiento socialista). Esto modifica radicalmente el significado de la expresión dictadura del proletariado: ya no se trata de una dictadura a través del aparato represivo heredado de la burguesía. No hay que temer a las palabras. Una transformación radical de la sociedad implica modificar radicalmente la relación de fuerzas, y la revolución socialista, si tiene algún sentido, es precisamente la modificación más radical de esa relación de fuerzas. Esto supone, hablando en criollo, pasar por encima de los derechos adquiridos por la burguesía, de la legalidad desarrollada bajo el capitalismo. Es un hecho de fuerza. Si esa supresión de la legalidad burguesa se hace con los mismos instrumentos del Estado burgués, derivará tarde o temprano en la explotación de la sociedad por los funcionarios. La burocracia socialista pasará a ser la clase dominante en la sociedad y, si se mantiene la economía mercantil, tarde o temprano retornará el viejo capitalismo.

Para que la dictadura del proletariado signifique algo diferente a la dictadura del capital es preciso hacer pedazos el aparato represivo del Estado capitalista y desarrollar la democracia a niveles imposibles bajo el capitalismo. Algo de eso hizo la Comuna cuando estableció que todos sus funcionarios serían elegidos en elecciones y que sus mandatos podrían ser revocados si no cumplían lo prometido a sus electores. Además, la Comuna resolvió que ninguno de sus funcionarios podría cobrar un salario superior al de un obrero. 

“Últimamente, las palabras «dictadura del proletariado» han vuelto a sumir en santo horror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado!” (p. 267).

Los intelectuales, ya sean marxistas, liberales o conservadores, suelen pensar que extraen de sus cabezas toda la sabiduría del mundo. El texto de Engels demuestra, para el caso del marxismo, que fue la experiencia concreta del movimiento obrero la que motivó las transformaciones fundamentales de la teoría.

Villa del Parque, sábado 5 de octubre de 2013

NOTAS:

(1) Utilizo la traducción española incluida en: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1983). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 256-267).

(2) El blanquismo era la corriente socialista liderada por Auguste Blanqui (1805-1881). Sostenía que un grupo de revolucionarios profesionales tenía que tomar el poder por medio de un golpe de mano, y a partir de allí llevar adelante la transformación socialista de la sociedad.

(3) Marx, Karl, La guerra civil en Francia, en: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1983). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (p. 295).