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jueves, 1 de abril de 2021

LAS REFORMAS BORBÓNICAS Y LA CRISIS DEL ORDEN COLONIAL EN LA AMÉRICA ESPAÑOLA

 


En la continuación de la serie dedicada a la historia de América Latina llega el turno de un trabajo del historiador inglés John Lynch (1927-2018), “Los orígenes de la independencia hispanoamericana”. Lynch fue especialista en historia de España y en el proceso de la independencia latinoamericana. Cursó estudios en la Universidad de Edimburgo (MA, 1952) y en la de Londres (PhD, 1955). Fue profesor en las Universidades de Liverpool (1954-1961) y Londres (desde 1961); en esta última institución dirigió el Institute of Latin American Studies (1974-1987).

El trabajo mencionado fue incluido en la obra colectiva Historia de América Latina, dirigida por Leslie Bethell (n. 1937). Se ha utilizado la traducción española de Ángels Solá: Bethell, L. (ed.). (1991). Historia de América Latina: 5. La Independencia. Barcelona, España: Crítica. 264 p. (Serie Mayor). (pp. 1-40)

Lynch presta especial atención al papel jugado por las RB en la desarticulación del viejo pacto colonial que mantenía unificado al imperio español. Desde su perspectiva, el camino a la independencia de América Latina tuvo un desencadenante exógeno. Esta visión debe ser complementada con un estudio de los factores endógenos que condujeron a la emancipación latinoamericana.

Abreviaturas:

AL = América Latina / RB = Reformas Borbónicas


En las postrimerías del s. XVIII España era una “metrópoli antigua, pero sin desarrollo” (p. 1): exportaba materias primas; dependía de una marina mercante extranjera; estaba gobernada por una elite señorial sin tendencia al ahorro y a la inversión.

“Caso extraño en la historia moderna: una economía colonial dependiente de una metrópoli subdesarrollada.” (p. 1).

¿Cómo se llegó a esta situación?

Lynch comienza por describir los rasgos principales del Imperio español en AL en el período anterior a las RB. Existía un equilibrio de poder entre la Administración (1), la Iglesia (2) y la elite local (3).

(1) Se trata de la administración colonial. Poseía el poder político pero tenía escaso poder militar. Basaba su poder en la soberanía de la Corona y en sus propias funciones burocráticas. En vez de ser el instrumento de un Estado centralizado, en la práctica cumplía el rol de intermediario entre la Corona y sus súbditos americanos.

(2)Reforzaba la soberanía secular.

(3)Eran los propietarios rurales y urbanos; detentaban el poder económico. Constituidas por una minoría de peninsulares y una mayoría de criollos. En el siglo XVIII controlaban el poder en toda América. Poseían intereses territoriales, mineros y mercantiles; lazos de amistad y alianza con la burocracia colonial [1]; fuerte sentido de la identidad regional.

Las Reformas Borbónicas:

El proceso de reformas se inició alrededor de 1750. Se trató de un conjunto de medidas que abarcaron todas las áreas del gobierno imperial; su propósito fundamental consistió en modernizar la economía, la sociedad y las instituciones españolas. Su núcleo era atacar la disminución de la productividad de la economía del Imperio.

El proceso se inspiró en consideraciones de orden pragmático; coexistieron las ideas de los fisiócratas (primacía de la agricultura y del papel del Estado); del mercantilismo (la explotación más eficaz de los recursos de las colonias); liberalismo económico (la eliminación de las restricciones comerciales e industriales – con la salvedad de que la Corona jamás se planteó la supresión del monopolio comercial español); Ilustración (la preferencia por la Razón y la experimentación, opuestas a la autoridad y la tradición). Por esto sus formulaciones políticas fueron “inconsecuentes” [o, mejor dicho, fueron consecuentes en la preservación del absolutismo]; la modernización coexistía con la tradición.

Cabe hablar de reformas porque sus impulsores (básicamente la Corona, los funcionarios de más alto rango y varios intelectuales) [Lynch no aborda la cuestión de las clases y grupos sociales que promovieron y apoyaron las RB] se propusieron reformar las instituciones existentes antes que crear otras nuevas. Por ejemplo: se impulsó la mejora de la agricultura en vez de la industria. [2]

Las RB no lograron su objetivo primordial; España siguió siendo una potencia en decadencia. Sin embargo, alteraron el equilibrio entre los grupos locales en AL. Esto fue la consecuencia directa de los objetivos del proceso reformista. El profesor Lynch examina una por una las áreas afectadas por las RB y analiza sus efectos en AL:

Reformas administrativas

En este campo la finalidad de las medidas reformistas era la centralización del control y la modernización de la burocracia. Pero las elites locales interpretaron [correctamente] estos cambios como un ataque a sus intereses.

Las Ordenanzas de Intendentes (1784, Perú; 1786, México) se constituyó en el instrumento central de la RB; desarmó el sistema administrativo anterior. [3] Terminó con los repartimientos, sustituyó a los corregidores y a los alcaldes mayores por intendentes, asistidos por subdelegados en los pueblos de indios. Introdujo la figura de los funcionarios remunerados; garantizó a los indios el derecho a comerciar y a trabajar como quisieran. La desarticulación del régimen anterior produjo una crisis: los indios carecían de crédito; disminuyó la producción y el comercio. Las elites locales sabotearon las reformas y rechazaron lo que consideraban el nuevo absolutismo.

Reformas eclesiásticas

Los Borbones atacaron a la Iglesia (a su poder secular, no a su doctrina) porque la consideraban un poder corporativo, opuesto a la centralización del poder en torno a la Corona. En este sentido, el hito principal de las reformas fue la expulsión de los jesuitas (1767), una de las órdenes religiosas más poderosas. En AL había 2500 jesuitas; sus bienes fueron comprados por las familias criollas más ricas. Las reformas avanzaron sobre los fueros de la comunidad eclesiástica; esto golpeó sobre todo al bajo clero (para ellos, los fueros eran prácticamente su única ventaja material). Todo esto genero descontento en las colonias; de las filas del bajo clero, por ejemplo, salieron muchos oficiales insurgentes y jefes guerrilleros de las guerras de Independencia.

Reformas militares

El Ejército era muy débil en las colonias (por falta de recursos de la Corona); constituido por milicias de americanos y unas pocas unidades peninsulares. En 1760 se creó una nueva milicia, encargada de la defensa y cuyo financiamiento corrió a cargo de las colonias. Sus miembros tenían fuero militar. La novedad es que los oficiales y, a veces, los jefes, eran criollos. Lynch comenta: “España creó un arma que en última instancia podía volverse contra ella” (p. 8). A pesar de las protestas de los peninsulares (reacios a armar a criollos, mestizos y negros), la americanización del ejército regular de las colonias “fue un proceso irreversible” (p. 8).

Reformas económicas

Su eje consistió en ejercer mayor control sobre las colonias, para obligar a las economías locales a trabajar directamente para España y enviar a la metrópoli el excedente de la producción y los ingresos.

En 1750 se aprobaron medidas para incrementar los ingresos imperiales: a) monopolios sobre mercancías (tabaco, aguardiente, pólvora, sal, etc.); b) la administración directa de las contribuciones volvió a quedar en manos del gobierno (antes se hallaba arrendada a particulares).

Los nuevos ingresos de la Corona no se gastaban en las Colonias; se convertían en metálico que se enviaba a España. [4] Las quejas de los productores americanos fueron in crescendo a partir de fines del s. XVIII; muchos pensaban que el dominio español “era un obstáculo a la productividad y el beneficio” (p. 10). La resistencia a los impuestos imperiales se intensificó a partir de 1765. [5]

Ahora bien, los reformadores no eran ingenuos. Ellos “quisieron ejercer una presión fiscal creciente sobre una economía controlada y en expansión” (p. 11). O sea, el aumento de impuestos era viable en la medida en que hubiera crecimiento económico. Para ello se reorganizó el comercio colonial, con el objetivo de rescatarlo de manos extranjeras: “su ideal era exportar productos españoles en barcos nacionales a un mercado imperial” (p. 11). En síntesis, ello significaba la instauración de un nuevo pacto colonial.

Pero, ¿en qué condiciones materiales se realizaría ese pacto?

El 80 % de las exportaciones de América a España estaba conformado por metales preciosos; el 20 % eran materias primas comercializables. No se permitían industrias manufactureras en las colonias, salvo molinos azucareros. [6] La agricultura y la industria española experimentaron “cierta revitalización”. Pero, las exportaciones españolas a América eran, en su mayoría, productos agrícolas (aceite de oliva, vino y aguardiente, harina, frutos secos).

Las exportaciones españolas competían, no se complementaban, con los productos americanos.

A lo anterior hay que agregarle que una parte sustancial de las exportaciones españolas hacia las colonias consistía en la reexportación de productos extranjeros (el 75 % del comercio colonial era de origen extranjero).

“España continuó siendo una cuasimetrópoli, apenas más desarrollada que sus colonias.” (p. 13)

¿Qué efectos tuvieron las RB sobre las colonias?

Ante todo, “el comercio libre dejó intacto el monopolio” (p. 13). Las colonias tenían vedado el acceso a los mercados internacionales, a excepción del contrabando. En general, la situación empeoró porque las colonias necesitaban más dinero para pagar las importaciones crecientes. [7]

El quid de la cuestión radicaba en que:

“La metrópoli no contaba con los medios o no tenía interés en ofrecer los diversos factores necesarios para el desarrollo, para invertir en el crecimiento y para coordinar la economía imperial.” (p. 14)

En consecuencia,

“El papel de América continuó siendo el mismo: consumir las exportaciones españolas y producir minerales y algunos productos tropicales. En estos términos, el comercio libre iba ligado necesariamente al incremento de la dependencia, volviendo a una concepción primitiva de las colonias y a una dura división del trabajo, después de un largo período en que la inercia y quizás el consenso habían permitido cierto grado de desarrollo autónomo.” (p. 14)

Las RB terminaron con la Revolución Francesa, que provocó el miedo de las elites metropolitanas; toda reforma pasó a ser vista como un germen de revolución. Se produjo una reacción conservadora bajo el reinado de Carlos IV, cuyo gobierno se extendió entre 1788 y 1808.

El Imperio español no soportó la prueba de las guerras contra Inglaterra. Durante la primera de ellas (1796-1802), las colonias quedaron aisladas de la metrópoli, a punto tal que en éstas se produjo la creación y/o renovación de las manufacturas textiles. Este proceso se acentuó en la segunda guerra contra los británicos (1804-1808). La Armada inglesa aplastó a la flota española en el Cabo de San Vicente (1797) y Trafalgar (1805); Cádiz (el principal puerto español de exportación/importación a las colonias) fue bloqueada y lo mismo ocurrió con los puertos hispanoamericanos. El comercio español se derrumbó. Ante los hechos consumados, la Corona emitió un decreto que permitía el comercio legal y cargado de impuestos con Hispanoamérica en buques neutrales (1797); el comercio quedó en manos extranjeras; España conservó las cargas del imperio pero ninguno de sus beneficios. Si bien la autorización mencionada fue revocada (20 de abril de 1799), varias colonias (Cuba, Venezuela y Guatemala) hicieron caso omiso de la revocación y siguieron comerciando con los neutrales.

El monopolio comercial español concluyó de hecho en el período 1797-1801.

Perdido el monopolio comercial, España sólo conservaba el control político. Este control era precario y había empezado a ser cuestionado varias décadas antes, en una serie de rebeliones que mostraron la agudización de las tensiones entre criollos y españoles a partir de la implementación de las RB. [8]

Bajo los Borbones, el gobierno imperial procuro desamericanizar la administración colonial: reducción de la participación criolla en la Iglesia y la administración; intento de romper las relaciones existentes entre los funcionarios y las familias poderosas a nivel local. Este nuevo imperialismo acentuó las diferencias entre criollos y peninsulares.

Las elites locales, que mantenían estrechos vínculos con la administración colonial, sabían que su influencia alcanzaba sólo al ámbito de su región; sin embargo, eso no los hacía partidarios per se de la independencia. Pero también tenían puesta la atención en los de abajo: procuraban por todos los medios mantener a distancia a la gente de color. Así, de un lado estaban los blancos (peninsulares y criollos, ricos y pobres); del otro, los indios, los mestizos, los negros libres, los mulatos y los esclavos. La política borbónica intentó favorecer la movilidad social: los pardos (negros libres y mulatos) fueron admitidos en la milicia; luego la ley del 10 de febrero de 1795 ofrecía a los pardos la dispensa del estado de infame: los solicitantes que obtuvieran dicha dispensa eran autorizados a recibir educación, a casarse con un blanco, a tener cargos públicos y a entrar al sacerdocio. Como era de esperarse, los blancos se opusieron a estas concesiones y perdieron la confianza en el gobierno español; en otras palabras, comenzaron a dudar de la voluntad española de defenderlos.

Hacia 1810,

“El gobierno hacía poco que había reducido su influencia política mientras que las clases populares estaban amenazando su hegemonía social. En esas circunstancias, cuando la monarquía se derrumbó en 1808, los criollos no podían permitir que el vacío político se mantuviera así, y que sus vidas y sus bienes quedaran sin protección. Tenían que actuar rápidamente para anticiparse a la rebelión popular, convencidos como estaban de que si ellos no se aprovechaban de la situación, lo harían otros sectores más peligrosos.” (p. 26)

En la última parte del trabajo, el profesor Lynch examina varios fenómenos previos a la rebelión general de 1810:

a) aparición de incipiente nacionalismo (criollo, no indio). Las diferentes colonias rivalizaban entre ellas. El concepto de América resultaba demasiado vago en un continente demasiado vasto;

b) la influencia de la Ilustración, que en AL fue un instrumento de la modernización planteada por los Borbones. Su contenido político (por ejemplo: la igualdad) quedó en segundo plano ante el énfasis puesto en la importancia del conocimiento práctico y la ciencia. En otros términos,

“En general (…) la Ilustración inspiró en sus discípulos criollos, más que una filosofía de la liberación, una actitud independiente ante las ideas e instituciones recibidas, significó una preferencia por la razón frente a la tradición, por la ciencia frente a la especulación. Sin duda estas fueron influencias constantes en la América española, pero por el momento fueron agentes de reforma y no de destrucción.” (p. 35)

Pero también algunos criollos comenzaron a mirar más allá de la reforma, hacia la revolución. Así, en julio de 1797 estalló una rebelión en La Guaira (Venezuela), liderada por Manuel Gual y José María España, cuyo objetivo central era establecer una república independiente en Venezuela. Participaron pardos y blancos pobres, trabajadores y pequeños propietarios. Exigían libertad e igualdad, abolición del tributo indio y de la esclavitud de los negros, libertad de comercio. Fue aplastado, pues su radicalismo unió a criollos y españoles.

Por último, destaca la influencia de las revoluciones de Estados Unidos, Francia y Haití.

 

Villa del Parque, jueves 1 de abril de 2021


NOTAS:

[1] La debilidad del gobierno colonial y su perenne necesidad de recursos permitió a las elites desarrollar formas efectivas de resistencia frente a los funcionarios de la Corona.

[2] El énfasis en la agricultura obedecía, también, a un problema demográfico. La población de España pasó de 7,6 millones de habitantes a principios del siglo XVIII a 12 millones en 1808. Esto motivó la aparición de una fuerte presión sobre la tierra y el incremento de la demanda de alimentos.

[3] El sistema anterior giraba en torno a los alcaldes mayores y los corregidores, que no percibían un salario de la Corona y obtenían sus ingresos de actividades mercantiles relacionadas con el ejercicio de su cargo (por ejemplo, comerciar con los indios que se encontraban bajo su jurisdicción, proporcionar capital, crédito e instrumentos de trabajo, monopolio económico en su distrito). Estos funcionarios poseían avaladores financieros, quienes eran comerciantes especuladores en las colonias; los avaladores garantizaban los ingresos de alcaldes mayores y corregidores; también abonaban sus gastos. A cambio, los funcionarios forzaban a los indios a tomar préstamos en metálico para cultivar productos exportables o para que consumieran productos adicionales. Los avaladores recibían su capital y los intereses. A este régimen se lo denominaba repartimiento de comercio y estuvo muy extendido en México y Perú. Visto desde una perspectiva general, este sistema implicaba abandonar el control imperial frente a las presiones locales.

[4] En los años buenos, los ingresos proporcionados por las colonias representaban el 20 % de los ingresos totales del erario español. Estos ingresos cayeron casi a cero durante la guerra con Inglaterra (1796-1802 y 1804-1808).

[5] Hay que tener en cuenta que la presión impositiva sobre las colonias se intensificó al compás de las necesidades bélicas españolas: en 1796 el estallido de la guerra con Inglaterra produjo un aumento de las contribuciones; lo mismo sucedió en 1804, cuando se reanudó el conflicto con los ingleses.

[6] La real orden del 28 de noviembre de 1800 prohibió el establecimiento de manufacturas en las colonias. Posteriormente, la real orden del 30 de octubre de 1801 ordenaba a destruir los talleres en las colonias.

[7] La Corona tampoco promovió el comercio intercolonial: “el imperio continuaba siendo una economía integrada, en la a que la metrópoli trataba con una serie de partes separadas a menudo a costa de la totalidad” (p. 14).

[8] El profesor Lynch caracteriza así a las rebeliones acaecidas a lo largo del s. XVIII: “Aunque no eran auténticas revoluciones sociales, pusieron de relieve conflictos sociales velados hasta entonces. Esto es lo que puede verse en la reacción de los dirigentes criollos. Después de haberse implicado en lo que era una simple agitación antifiscal, generalmente veían el peligro de una protesta más violenta desde abajo, dirigida no sólo contra las autoridades administrativas sino también contra todos los opresores. Los criollos entonces se unían a las fueras de la ley y el orden para suprimir a los rebeldes sociales.” (pp. 26-27). Con anterioridad al desarrollo de las RB se produjeron la rebelión de los comuneros de Paraguay (1721-1735) y la de Venezuela (1749-1752); ambas expresaron un incipiente despertar regional y el surgimiento de la conciencia de que los intereses americanos eran diferentes a los de España. Posteriormente se produjeron la revuelta de Quito (1765), protesta urbana y movimiento antifiscal en un área con una industria en decadencia; la rebelión de Nueva Granada (1781), movimiento antifiscal y contra los funcionarios españoles, que involucró la participación de los elementos populares, pronto controlado por la elite criolla de propietarios y funcionarios. El acuerdo de Zapaquira (8 de junio de 1781) selló el acuerdo entre los comuneros (los rebeldes) y la elite de Bogotá. Se realizaron concesiones a los rebeldes (reducción de impuestos, reformas administrativas, acceso de los americanos a los cargos públicos, mejoras de las condiciones de los indios). Luego, peninsulares y criollos aplastaron a los grupos que continuaron la lucha.

La rebelión más importante fue la del Perú (1780-1782), liderada por José Gabriel Tupac Amaru. Se combinaron una revuelta criolla antifiscal y una revuelta india. El movimiento se radicalizó a tal punto que terminó por provocar la unión de peninsulares y criollos. La rebelión fue aplastada y sus líderes ejecutados.

miércoles, 24 de marzo de 2021

LA AMÉRICA COLONIAL ESPAÑOLA EN VÍSPERAS DE LA INDEPENDENCIA: APUNTES SOBRE UN LIBRO DE ZANATTA

Potosí (actual Bolivia) y sus iglesias

 

Con esta ficha inauguramos una serie dedicada a obras de historia en general, e historia latinoamericana en particular. Se trata de proporcionar materiales que resulten útiles para los estudiantes de ciencias sociales.

El primer texto de la serie es el capítulo 1 de la obra Historia de América Latina: De la Colonia al siglo XXI, del historiador italiano Loris Zanatta (n. 1943), especialista en América Latina y en el peronismo. Zanatta es profesor de Historia de América Latina en la Universidad de Bologna (Italia).

Para la elaboración de la ficha utilicé la siguiente edición:  Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI. 288 p. (Biblioteca Básica de Historia). Traducción de Alfredo Grieco y Bavio y Guillermo David. Todas las citas textuales pertenecen a esta edición. Por último, mis comentarios personales van entre corchetes.


CAP. 1: EL PATRIMONIO ESPIRITUAL DE LA COLONIA (pp. 17-33)

América Latina “fue Europa” entre la primera mitad del s. XVI e inicios del s. XIX (p. 17). Pero hay que tener en cuenta que los casos de la América hispana (la más extensa, rica y poblada) y la América portuguesa (poco habitada y hasta el s. XVIII concentrada sobre las costas) son distintos. [En este primer capítulo el profesor Zanatta no hace ninguna referencia directa a las colonias portuguesas.]

El autor postula la centralidad del patrimonio espiritual, “sin el cual la historia de los períodos siguientes perdería sus coordenadas” (p. 18).

[Zanatta obra aquí de manera arbitraria y no fundamenta su elección. ¿Por qué no comenzar, por ejemplo, por el patrimonio “material”? Que el autor tenga una concepción idealista de la historia, según la cual las ideas pesan más que las formas de vivir, no tiene nada de malo en sí mismo. La ciencia se construye en torno al debate. Lo malo consiste en que no fundamenta su punto de partida.]

A partir de esa afirmación, en este período surgió en América una nueva cultura, que compartió “riesgos y destinos” de la civilización hispánica. [1] Su elemento unitario y principio inspirador y fue la catolicidad; en ese elemento la sociedad colonial encontraba su misión política.

El Imperio español bajo las Habsburgo (1535-1707):

Combinaba un principio de unidad y un principio de fragmentación. Se trató de un régimen pactista, mediante el cual gobernó las relaciones entre el soberano y sus reinos. El pacto fundaba la unidad imperial en el propósito de expandir la Cristiandad. Su unidad política y espiritual era garantizada por el rey, titular y de la ley y protector de la Iglesia. Los súbditos reconocían la soberanía del rey: a cambio, se les concedía una amplia autonomía, cuya expresión era la fórmula popular “la ley se acata pero no se cumple”. La ley del rey era reconocida, pero en la práctica el gobierno se fundaba sobre los usos, las costumbres y los poderes de las elites locales. Se daba así la unidad en torno al rey y a la pertenencia a la misma civilización; se daba así la fragmentación en torno a las elites locales. (p. 20).

La organización social de las colonias americanas:

El profesor Zanatta indica que “no existe un único modelo social válido para todos y cada uno de los tantos territorios gobernados por las Coronas ibéricas.” (p. 20). [Esta diversidad es el problema principal que afronta el historiador de América Latina.]

En consecuencia, sólo es posible formular algunas consideraciones generales:

a) Orden corporativo: la sociedad estaba organizada en torno a corporaciones. Esto significaba que,

“los derechos y los deberes de cada individuo no eran iguales a los de cualquier otro, sino que dependían de los derechos y deberes del cuerpo social al que pertenecía.” (p. 20) [2]

Desde el vértice hasta la base, cada grupo tenía sus propios fueros, sus privilegios y sus obligaciones. El vértice superior de la sociedad colonial estaba constituido por la población blanca de origen europeo, cuyos integrantes controlaban la política, la economía, la justicia, las armas y la religión. En un primer momento fueron los encomenderos, que luego se transformaron en grandes terratenientes. Posteriormente, las sucesivas olas migratorias desde la metrópoli hicieron más heterogéneo a este grupo; se sumaron artesanos, funcionarios, profesionales, comerciantes. Cada uno de ellos se hallaba organizado en un estado (corporación), con sus correspondientes derechos y deberes. Los criollos, por su parte, estaban privados del acceso a los cargos civiles, militares y eclesiásticos más importantes. Los pueblos originarios, por su parte, conservaron sus formas de gobierno y sus divisiones sociales. Los negros (3 millones y medio de africanos fueron llevados como esclavos a América durante el período colonial) trabajaban en las plantaciones, en el servicio doméstico, o eran intermediarios entre los blancos y los indios. Además, había un creciente mestizaje.

b) Sociedad orgánica:

Las colonias americanas compartían esta característica con todas las sociedades occidentales de la época). Esta forma de sociedad poseía dos rasgos fundamentales: 1) era una sociedad “sin individuos”, es decir, “los individuos se veían sometidos al organismo social en su conjunto” (p. 20); 2) era una sociedad “jerárquica” (los individuos – y los grupos – tenían funciones diferentes, asignadas por dios).

Zanatta señala que los más oprimidos (por ejemplo: las comunidades de los pueblos originarios) poseían amplias posibilidades de autogobierno (estos aspectos – sentido comunitario, autonomía, protección – luego fueron idealizados). Esta generó una resistencia al cambio.

c) Naturaleza segmentaria del orden corporativo: a las barreras originadas por la riqueza o el linaje se sumaban las barreras étnicas y culturales, más fuertes donde más fuerte era la población indígena. El resultado fue la generación de “compartimentos que separaban mundos extraños entre sí, aunque constreñidos a vivir en estrecha relación” (p. 22).

La organización económica del período colonial:

América Latina fue desde la conquista la periferia de un centro económico lejano. Sin embargo, no se trató de una situación estática: en el s. XVI el centro (España) era una potencia mundial; en el s. XVIII el centro (España) era la periferia de otro centro (los países pujantes del norte de Europa).

“La economía de América Latina tendió a organizarse hacia el exterior en función del comercio, tanto para obtener ingresos financieros de la exportación de materias primas como para dotarse, a través de la importación, de numerosos bienes fundamentales que el centro del imperio le proporcionaban.” (p. 25)

El profesor Zanatta sostiene que esta “vocación periférica” de la economía latinoamericana fue el principal rasgo de la herencia económica del período colonial.

Los corolarios de la condición periférica fueron: a) la debilidad intrínseca del mercado interno; b) la tendencia centrífuga, pues cada región especializada en producir un bien de exportación procuraba establecer vínculos con el socio exterior más conveniente.

La herencia religiosa del período colonial:

La herencia que más pesó fue el imaginario de tipo religioso. Éste era producto de la sociedad orgánica (la cual se consideraba a sí misma como reflejo del orden divino revelado, donde no había distingo entre unidad política y unidad espiritual (ciudadano y feligrés eran lo mismo).

Los Imperios ibéricos podían ser definidos como regímenes de Cristiandad, es decir,

“lugares donde el orden político se asentaba sobre la correspondencia de las leyes temporales con la ley de Dios y donde el trono (el Soberano) estaba unido al altar (la Iglesia).” (p. 27) [3]

A todo ello hay que agregar que: a) América Latina quedó fuera de la Reforma Protestante. Por el contrario, fue la tierra de la Contrarreforma; 2) la Iglesia se convirtió en el pilar ideológico del orden político. En este sentido, el rol de la Iglesia en las colonias ibéricas no tuvo parangón. La catolicidad fue “el eje de la unidad de un territorio y una comunidad muy fragmentada en todo otro aspecto.” (28).

Lo expuesto en el párrafo anterior tuvo consecuencias perdurables para América Latina: a) el pasaje a la Modernidad política, entendida como la secularización del orden político (separación de la esfera política y la esfera religiosa), fue complejo y traumático; b) el pasaje del unanimismo al pluralismo político y económico resultó arduo. [4]

Las Reformas borbónicas:

Las reformas del siglo XVIII, impulsadas en España por los Borbones [5] y en Portugal por el marqués de Pombal [6], erosionaron el pacto colonial. Detrás de los objetivos declarados de las reformas, lo concreto es que se acentuó la brecha entre la metrópoli y las colonias.

El propósito de las reformas

“era encaminar un proceso de modernización de los imperios y la centralización de la autoridad a través del cual la Corona pudiera administrarlas mejor [a las colonias], gobernarlas de manera más directa y extraer recursos de modo más eficiente.” (p. 30)

El rey de España Carlos III se proponía el cobro el cobro efectivo de más impuestos en las posesiones americanas, para abastecer la creciente demanda de la Corona y asegurar la defensa de las colonias.

En el esquema propuesto por las Reformas, la metrópoli producía manufacturas, en tanto que las colonias suministraban materias primas. Con las medidas reformistas se procuraba detener la decadencia de los imperios ibéricos y enfrentar a las nuevas potencias mundiales (Gran Bretaña).

Hubo reformas fiscales, cuyo resultado fue la triplicación de los ingresos de las arcas reales; administrativas, como la creación de los virreinatos de Nueva Granada y Buenos Aires, y la implementación del sistema de intendencias; militares, entre las que destacó la americanización del ejército colonial, dirigido por oficiales peninsulares; religiosas, cuyo objetivo era el debilitamiento del poder de las órdenes (por ejemplo, la expulsión de los jesuitas en 1776). Se expropiaron bienes de las órdenes y se fortaleció al clero secular, sobre el que ejercía jurisdicción el rey mediante la aplicación del Real Patronato. [7]

Las reformas tuvieron las siguientes consecuencias en América Latina: 1) la percepción en las colonias de que el vínculo con la Madre Patria había cambiado. Si hasta ese momento todas las partes del Imperio eran consideradas iguales, ahora existía una jerarquía en la que la metrópoli ejercía la primacía sobre las colonias; 2) la obediencia al rey fue reemplazada por la obediencia a España y Portugal (que pasaban a ser modernos Estados-nación); 3) las elites criollas se sintieron traicionadas, pues perdieron autonomía política y pasaron a estar sometidas a las necesidades económicas de la metrópoli; 4) el surgimiento del sentimiento patriótico en las colonias a fines del s. XVIII. Los viejos centros coloniales perdieron peso frente a ciudades como Caracas y Buenos Aires, donde la influencia hispánica era menor y mayor el peso del comercio inglés.

 

Villa del Parque, miércoles 24 de marzo de 2021


NOTAS:

[1] El autor define civilización del siguiente modo: “un complejo conjunto de instrumentos materiales y valores espirituales, de instituciones y costumbres capaces de plasmar tanto la organización social y política como el universo espiritual y moral de los pueblos que pertenecen a ella.”

[2] En otras palabras, existían derechos (y obligaciones) de los grupos (corporaciones), pero no existían los derechos humanos, entendidos como derechos de los individuos sin importar su grupo social, raza, religión, género, etc.

[4] La Corona española ejercía el Real Patronato. Se trataba de un privilegio concedido por el Papa que daba amplias facultades en el gobierno de la Iglesia e incluso en el nombramiento de los obispos. Reforzó la trama que unía religión y política.

[4] El profesor Zanatta remarca la persistencia del “mito originario de la unidad política y espiritual” (p. 29). El unanimismo designa la pretensión a la unanimidad, a que un solo criterio rija el gobierno y el pensamiento de un país.

[5] La Casa de Borbón, de larga historia en Francia, llegó al trono de España con Felipe V (1683-1746), cuyo reinado se extendió de 1700 a 1746. La política de reformas (conocidas como las reformas borbónicas) se extendió durante los reinados de Fernando VI, cuyo reinado abarcó de 1746 a 1759, y Carlos III, que reinó entre 1758 y 1788.

[6] El marqués de Pombal (1699-1782) fue un estadista portugués que se desempeñó como primer ministro del rey José I (1750-1777).

[7] Zanatta sostiene que las medidas reformistas en el plano religioso terminaron por provocar el establecimiento de una alianza contra la Corona entre el bajo clero y vastos sectores populares.