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martes, 14 de octubre de 2014

LENIN, LAS HUELGAS Y LA FORMACIÓN DE LA CLASE TRABAJADORA

Lenin (1870-1924) es conocido como líder revolucionario y organizador. Su fama como dirigente del partido bolchevique eclipsó sus cualidades como como teórico social (me resisto a utilizar la palabra “sociólogo). Es claro que Lenin no era un sociólogo profesional y que, seguramente, habría rechazado esta caracterización. No obstante, fue un fino analista de la realidad social rusa en particular, y del capitalismo en general. El artículo “Sobre las huelgas” (1), escrito en 1899, sirve de ejemplo para exponer las virtudes del Lenin “sociólogo”. Además, este artículo es interesante porque propone una concepción del origen de la conciencia de clase del movimiento obrero un tanto diferente a la expuesta en su célebre obra ¿Qué hacer?

Lenin examina el significado de las huelgas para el movimiento obrero. Su descripción de las etapas de la lucha de los trabajadores contra el capital se asemeja a la formulada por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista (1848). Lenin sostiene que en las condiciones del capitalismo el antagonismo entre empresarios y trabajadores es inevitable:

“Entre patrones y trabajadores se libra una lucha constante por el salario (…) Que el obrero trabaje en el campo o en la ciudad, que sea contratado por un gran terrateniente, un campesino rico, un comerciante o en una fábrica, siempre está luchando contra él con respecto a su salario.” (p. 136).

Los trabajadores son impotentes frente al capital si lo enfrentan como individuos aislados. Es por ello que se organizan colectivamente, para contrapesar la dispersión y la competencia en la que se encuentran sumidos bajo el capitalismo.

“Si el salario del obrero se determina (…) por un contrato entre el patrón y el obrero, y si el obrero aislado es totalmente impotente, es evidente que los obreros deben necesariamente defender juntos sus reivindicaciones, deben necesariamente organizar huelgas para impedir que los patrones rebajen el salario o para lograr un salario más alto.” (p. 137).

La organización colectiva de los obreros aparece, pues, como una necesidad económica, como un medio para obtener mejores condiciones en la venta de la fuerza de trabajo. Pero Lenin va más allá de esto y pasa a examinar la cuestión de las huelgas desde el punto de vista de la constitución de los trabajadores como clase.

Las huelgas marcan el comienzo de la lucha de los trabajadores como clase, superando el estadio del individuo aislado. Ahora bien, es importante enfatizar que la clase se constituye en la lucha:

“Las huelgas, por dimanar de la propia naturaleza de la sociedad capitalista, significan el comienzo de la lucha de la clase obrera contra esta organización de la sociedad. (…) Cuando los obreros aislados se relacionan con los patrones, permanecen como verdaderos esclavos condenados a trabajar eternamente en beneficio de otro por un pedazo de pan, a permanecer enteramente como mercenarios sumisos y silenciosos. Pero cuando los obreros proclaman juntos sus reivindicaciones y se niegan a obedecer a los que tienen la bolsa de oro, entonces dejan de ser esclavos, se convierten en seres humanos y comienzan a exigir que su trabajo no sólo sirva para enriquecer a un puñado de parásitos, sino que permita a los trabajadores vivir como personas. Los esclavos comienzan a exigir transformarse en dueños: a trabajar y vivir no como quieren los grandes terratenientes y capitalistas, sino como quieran los propios trabajadores. Si las huelgas infunden siempre tal espanto a los capitalistas es porque comienzan a hacer vacilar su dominio.” (p. 138; el resaltado es mío).

Es la acción colectiva de la clase trabajadora, manifestada en la huelga, la que convierte a los obreros en una clase consciente de sus derechos. Lenin expresa esto al decir que los obreros dejan de ser esclavos y se convierten en personas. El esclavo es, por su condición, incapaz de llevar adelante una acción autónoma; para hacerlo, debe romper con la relación de esclavitud. El trabajador, al protestar colectivamente en la huelga contra los capitalistas, deja de ser esclavo y se convierte en persona, es decir, en alguien capaz de acciones autónomas. En Lenin esta transformación se verifica por medio de la participación en la acción colectiva.

Lenin examina los mecanismos por medio de los cuales la huelga incide sobre la conciencia de los trabajadores. En primer lugar, está la cuestión del reconocimiento del papel que juega la clase obrera en el proceso productivo:

“Cuando los obreros se niegan a trabajar, todo este mecanismo [la producción capitalista] amenaza con paralizarse. Cada huelga recuerda a los capitalistas que los verdaderos dueños no son ellos, sino los obreros, que proclaman cada vez más sus derechos con creciente fuerza. Cada huelga recuerda a los obreros que su situación no es desesperada, que no están solos.” (p. 139; el resaltado es mío).

Al paralizar la producción, los trabajadores toman conciencia de que son el motor del proceso productivo. Vacila la creencia de sentido común acerca del carácter imprescindible de los empresarios en la organización de la producción.

En segundo lugar (aunque no en orden de importancia), está la cuestión fundamental de que la huelga hace que los trabajadores se vean a sí mismos como colectivo, como clase.

“Durante una huelga el obrero proclama en voz alta sus reivindicaciones, recuerda a los patrones todos los atropellos de que ha sido víctima, proclama derechos, no piensa solo en sí mismo ni en su paga, sino también en todos sus camaradas, que han abandonado el trabajo junto con él y que defienden la causa obrera sin temer las privaciones.” (p. 139).

Para Lenin, la clase obrera no es una cosa preexistente a la lucha contra el capital. Sin acciones colectivas, los trabajadores existen como sujetos explotados, como un grupo de individuos que se encuentran en la misma situación respecto a los medios de producción. Pero son individuos aislados, que viven la explotación capitalista como un fenómeno natural. Es por ello que remarca que la huelga constituye una medida central en la constitución de la clase trabajadora, pues hace que cada trabajador vea al otro huelguista como su compañero, como alguien con quien comparte un destino común. El aislamiento de los trabajadores reproduce las condiciones necesarias para la naturalización de la explotación capitalista; la acción colectiva, en cambio, quiebra esa naturalización, pone las cosas del revés, poniendo en discusión aunque sea por un rato el dominio de los capitalistas sobre los trabajadores.

Por último, la huelga opera también desarrollando la conciencia política de los trabajadores, tanto al interior de la fábrica como hacia fuera de ella.

“La huelga enseña a los obreros a comprender dónde radica la fuerza de los patrones y dónde la de los obreros, enseña a pensar no sólo en su patrón ni en sus camaradas más cercanos, sino en todos los patrones, en toda la clase capitalista y en toda la clase obrera. (…) los obreros ven con claridad que la clase capitalista en su conjunto es enemiga de toda la clase obrera y que los obreros pueden confiar tan sólo en sí mismos y en su unión.” (p. 139-140).

En el interior de la fábrica (el ámbito de las relaciones políticas de la producción), los trabajadores dejan de verse a sí mismos como individuos aislados. Esto tiene su correlato en la percepción que tienen del empresario de la fábrica en que trabajan. Ya no lo ven como un propietario aislado, sino como un miembro de un colectivo, la burguesía, cuyos intereses chocan con los de los trabajadores.

Hacia el exterior de la fábrica, los trabajadores tropiezan con el carácter de clase del Estado:

“El obrero comienza a comprender que las leyes se dictan en beneficio exclusivo de los ricos, que también los funcionarios defienden los intereses de los ricos, que la clase obrera es silenciada y que no se le permite expresar sus necesidades (…) Cada huelga afirma y desarrolla en los obreros la conciencia de que el gobierno es su enemigo y de que la clase obrera debe prepararse para luchar contra él por los derechos del pueblo.” (p. 141).

Este avance en la concepción del Estado por los trabajadores, es otra muestra del papel que Lenin atribuye a la acción colectiva de los obreros en la constitución de la clase en tanto colectivo capaz de actuar de manera autónoma frente a la burguesía.


Villa del Parque, martes 14 de octubre de 2014


NOTAS:


(1)  Redactado a fines de 1899, mientras se encontraba confinado en Siberia por orden del gobierno zarista. Es contemporáneo de su obra El desarrollo del capitalismo en Rusia. “Sobre las huelgas” iba a estar dividido en tres partes, de las que sólo se ha conservado la primera, que ha llegado hasta nosotros gracias a la copia manuscrita de Nadezna Krupskaia. Fue publicado por primera vez en 1924, en la revista PROLETARSKAYA REVOLIÚTSIA, núms. 8 y 9. Utilizo la traducción española de Rossana Córtez y Alejandra Ríos, incluida en: Trotsky, León. (2010). Los sindicatos y las tareas de los revolucionarios. Buenos Aires: Ediciones IPS. (pp. 135-142). 

domingo, 8 de julio de 2012

DE LA CASA AL TRABAJO Y DEL TRABAJO A LA CASA: EL KIRCHNERISMO Y LOS TRABAJADORES


“Y cuando el buey agotado
 todo el trabajo hubo hecho,
aramos dijo el mosquito,
 muy orondo y satisfecho”


Hernán Brienza, editorialista político del diario Tiempo Argentino, nos ofrece en su artículo “Los dilemas de la CGT” una clase de “realismo político”, tal como lo entiende hoy día el “kirchnerismo”. La excusa es la división de la CGT (Confederación General del Trabajo) entre el sector liderado por Hugo Moyano y la pléyade de dirigentes sindicales más o menos acomodados con el gobierno de Cristina Fernández. 

Pido disculpas a los lectores, aunque no me corresponde a mi hacerlo, por el tono presuntuoso que se desprende de las citas de Brienza, pero deben comprender que la “alta política” esbozada por este señor no es materia sencilla para los mortales que sufren la realidad a diario. 

Desde el comienzo, Brienza muestra que sólo se preocupa por las cosas “importantes” y que le preocupa un bledo la situación de los trabajadores. Así procede un verdadero “realista” de la política: 

“Y como no hay mal que por bien no venga, el berrinche de Hugo Moyano de las últimas semana sirve, claro, para detenerse a revisar qué tipo de sindicalismo queremos los trabajadores argentinos y, sobre todo, qué estrategias sindicales, políticas, nacionales, pueden darse a sí mismas, no las agrupaciones de representación minoritarias, sino las formaciones gremiales con vocación mayoritaria.”

¡Clarísimo! Brienza no está para cosas chiquitas, tales como construir pacientemente organizaciones de trabajadores que no transen con la patronal. ¡No!, eso cosa propia de la “paleo-izquierda” (Horacio Verbitsky), que en este siglo XXI sigue pensando que existe la explotación de los trabajadores, y no de los periodistas consustanciados con la “causa nacional y popular” como el señor Brienza. Así que nada de agrupaciones de “representación minoritaria” que no le interesan a nadie. Vamos con las “formaciones gremiales con vocación mayoritaria”. Es cierto que este cuento tiene algunas fallas, tales como el hecho de que las “formaciones gremiales con vocación mayoritaria” se preocupan todo el tiempo por denunciar a los trabajadores que osan enfrentar a las patronales por salarios y demás condiciones laborales. Como los trabajadores saben (los trabajadores de carne y hueso, no los que practican el “realismo político”) los sindicatos están en connivencia con las empresas y recurren a todos los recursos a su alcance (incluyendo la intervención de las simpáticas barras bravas para “persuadir” a los opositores). La CGT puede dividirse y los dirigentes de las “formaciones gremiales con vocación mayoritaria” dedicarse al “rosqueo” sistemático, pero de ninguna manera una “agrupación minoritaria” puede pretender desafiar el régimen de lista única existente en los sindicatos. A este comportamiento “democrático” Brienza lo define como “vocación mayoritaria”.

Apaleados los opositores (¿recuerda Brienza el caso de Mariano Ferreyra, asesinado por las “formaciones gremiales con vocación mayoritaria”?) y establecido el régimen de lista única, el señor Brienza puede dedicarse a… contar los porotos, esto es, a practicar el “realismo político”.

“Ya es tiempo de dejar atrás el debate sobre la equivocación estratégica del líder de la CGT y pensar en los futuros reacomodamientos y, sobre todo, en el rol fundamental que deberán cumplir en los próximos años en el sostén de un modelo económico basado en los sectores productivos.”

Ya estamos en el terreno de la “alta política”. Pero para contrarrestar la tendencia del señor Brienza a volar por las nubes, es conveniente recurrir al testimonio de algunos exponentes de la “paleo izquierda”, con el objeto de poder caracterizar el modelo económico al que deben sostener las “formaciones gremiales con vocación mayoritaria”.

En primer lugar, cedo la palabra a la señora presidenta Cristina Fernández: 

“Yo quiero dirigirme a todos los argentinos para decirles que hay 9 millones de argentinos registrados, tenemos un 32 por ciento que está sin registro, trabajo en negro, más un 7 por ciento de desocupación porque está muy en boga este tema del impuesto a las ganancias, que en realidad más que impuesto a las ganancias es un impuesto a los altos ingresos, que existe en todas partes del mundo. Y yo quiero decirles que de acuerdo con nuestros archivos, a la información que contiene el SIPA, que tiene la AFIP, solamente de esos 9 millones 159 mil el 19 por ciento paga impuesto a las ganancias o a los altos ingresos; el 81 por ciento de los trabajadores no llega a los mínimos no imponibles, estoy hablando de los registrados. Vuelvo a reiterar: tenemos un 32 en negro y un 7 por ciento de desocupados que están cubiertos con la Asignación Universal por Hijo que cubre a 3.800.000 pibes y 1.800.000 familias. Estoy hablando de los que tienen la suerte de tener trabajo, obra social y jubilación asegurada, PAMI, etcétera.” (Palabras de la Presidenta en el lanzamiento de un nuevo plan de créditos para jubilados (ARGENTA), 26 de junio de 2012.)

A continuación, cito el testimonio del periodista Alfredo Zaiat: 

“Los niveles de pobreza siguen siendo significativos, la informalidad laboral alcanza a un tercio de la población y aún persisten importantes bolsones de desigualdad. El déficit habitacional es agudo, un porcentaje de la población no accede a infraestructura básica de servicios esenciales y todavía existen sustanciales brechas educativas según estratos socioeconómicos. El desempleo y el subempleo involucran al 14,5 por ciento de la población económicamente activa, el regresivo Impuesto al Valor Agregado se ubica en un elevado 21 por ciento y las jubilaciones mínimas son insuficientes. Este marco general convive con años donde han avanzando indicadores sociales, económicos y laborales, mejoraron las condiciones materiales de los trabajadores y a la vez se revirtió la tendencia negativa en la distribución del ingreso, ganando posiciones los sectores postergados por décadas. Esto significa que pese a la recomposición de la situación sociolaboral aún se mantienen rasgos estructurales de profunda desigualdad.”( Página/12, 1 de julio de 2012 )

No creo que el señor Brienza se atreva a acusar a Cristina Fernández o a Alfredo Zaiat de partidarios de las agrupaciones de “representación minoritaria”. De modo que tendría que estar anoticiado de que el modelo de acumulación imperante no ofrece solamente rosas a los trabajadores. Pero nada de esto preocupa al señor Brienza. La explotación o la emancipación de los trabajadores son cosas del precámbrico. Ahora la “política realista” pasa porque los trabajadores se dediquen a apuntalar a…los patrones. 

Cedo otra vez la palabra a nuestro “realista”:

Y como telón de fondo, lo verdaderamente importante: el rol importantísimo que deberá cumplir el movimiento obrero organizado como sostén fundamental –porque a juzgar por los resultados mostrados por la siempre flácida burguesía nacional− del modelo productivo nacional. Porque de eso se trata: una vez más, los trabajadores van a ser los únicos responsables de mantener sus propias fuentes de trabajo porque –como algunos ejemplos así lo indican− muchos empresarios van a defeccionar de su rol como clase dirigente en los momentos de crisis.”

¿No será mucho? 

Lejos de cualquier veleidad de “emancipación nacional y social”, Brienza plantea que: a) vivimos en una economía capitalista y que la clase dirigente es la burguesía (los empresarios); b) los trabajadores tienen que dedicarse a trabajar y, a lo sumo, conseguir una mejor posición en la venta de su fuerza de trabajo (mejores salarios), pero sin ofender al patrón. Todo esto era conocido desde la época de los dinosaurios, incluido el antiquísimo lamento sobre la “incapacidad” de la burguesía “nacional”. Sin embargo, el señor Brienza llega al colmo de la desvergüenza (perdón, del “realismo”) cuando sostiene que son los trabajadores quienes tienen que preservar sus fuentes de trabajo. ¿Qué puede significar esto en un contexto de crisis como el actual? Nada más ni nada menos que trabajar sin chistar, aceptando todo lo que proponga la patronal. A esto se reduce la sabiduría política que el señor Brienza predica a los trabajadores.

¿Quedó alguna duda? Nuestro autor se ocupa de despejarla en el siguiente párrafo: 

“El modelo económico –sacudido por la crisis internacional− necesita de un estado –¿y por qué no un Estado?− de compromiso en el cual empresarios y trabajadores moderen sus ambiciones en la puja distributiva. ¿Serán capaces los empresarios argentinos de calmar su voracidad? No, seguramente no. Será el Estado, entonces, el encargado de controlar las ganancias de los capitalistas marcándoles, a través de la presión impositiva –que incluya una reforma progresiva, también− e incentivos particulares y sectoriales, los márgenes de ganancia y de distribución de los excedentes. La CGT deberá ser, entonces, un ariete contra la codicia de los empresarios –industriales y (fundamentalmente) agroexportadores− pero nunca un factor de desestabilización del propio modelo. Y mucho menos llevar adelante medidas de fuerza irracionales que terminen favoreciendo a los sectores empresariales.”

El Estado, que como todos sabemos “nunca ha favorecido a los empresarios” (¡Líbrenos dios de pensar que es un Estado de la clase dominante!), debe regular las relaciones entre empresarios y trabajadores. Esto significa que los empresarios serán reconvenidos a moderar sus ganancias, pero no mucho, no vaya a ser que dejen de invertir. (De paso, hay que decir que esto implica aceptar la vigencia de la explotación de los trabajadores, aunque el “realista” Brienza seguramente piensa que hablar de explotación es absolutamente utópico y ridículo). Esto significa que los trabajadores tienen que aceptar los ofrecimientos de aumentos de salario de la patronal y no exigir una recomposición del salario real. El Estado, en esta relación, tiene que refrendar el hecho de que unos nacen para mandar y otros para laburar. Y aquí termina la cosa. Si hay quejas, seguramente serán motivadas por las “agrupaciones minoritarias”, que, como todos sabemos, no pinchan ni cortan en el mundo laboral. 

Amigo lector: tal vez piense que los dichos de Brienza son un poco increíbles o que exageré deliberadamente la nota. Dejo entonces, para su solaz, esta frase de Brienza que no tiene desperdicio:

“…se sabe, mientras no se invente “Un mundo feliz”, el trabajo es la única herramienta que tiene el laburante para pelearle a la pobreza a la que lo condena el capitalismo, y más precisamente el capitalismo neoliberal.”

O sea que el capitalismo condena a los trabajadores a la miseria…, pero no es “realista” pensar en organizarse para combatirlo. Lo único que puede hacer usted, amigo lector, es trabajar mucho, acostarse temprano y dejar de pensar en tonterías. No en vano nuestro autor invoca la figura de Augusto Timoteo Vandor al momento de referirse a un sindicalismo “realista”.

…Hace mucho tiempo, los trabajadores pensaban que las “únicas herramientas para pelearle a la pobreza” eran la organización y la lucha. Es muy probable que si se hubiera impuesto el “realismo” de los Brienza jamás hubiera habido, por ejemplo, un 17 de octubre de 1945, porque los trabajadores se hubieran dedicado a laburar en vez de marchar sobre Plaza de Mayo. Toda una paradoja del “realismo político”.

Buenos Aires, domingo 8 de julio de 2012

sábado, 7 de julio de 2012

LOS TRABAJADORES Y EL IMPUESTO A LAS GANANCIAS


“…para tener derechos, primero hay que cumplir con obligaciones, 
en este caso impositivas en función a la capacidad contributiva.
 Así se desarrollaron los contratos sociales
 de las sociedades modernas.”


El epígrafe que abre esta nota no fue escrito ni por un economista neoliberal ni por el inefable Mauricio Macri. Su autor es el periodista Alfredo Zaiat, quien se encarga de las cuestiones económicas en Página/12, diario que cumple las funciones de vocero del “kirchnerismo”. 

La frase en cuestión se encuentra en el artículo “Contrato social” (Página/12, sábado 1 de julio de 2012), donde Zaiat interviene en el debate sobre el impuesto a las ganancias aplicado a los salarios. El debate se enmarca en un contexto signado por un ascenso de las luchas obreras, cuya expresión han sido los paros del 8 de junio (CTA – Sector De Micheli) y del 28 de junio (CGT – Moyano). Tanto por el tema como por el contexto no se trata de un debate académico, sino netamente político.

No es nuestra intención presentar aquí las razones por las que el salario de los trabajadores no debe ser considerado ganancia. En nuestra opinión, esto ha sido explicado con toda precisión por el economista marxista Rolando Astarita en su nota “¿Impuesto a los salarios o las ganancias?”. En cambio, el objetivo del presente artículo es someter a discusión la concepción general de Zaiat sobre el sistema impositivo. Nada de lo que sigue es novedoso, pero resulta fundamental aclarar una y otra vez las cuestiones básicas
.
Volvamos a la frase del epígrafe. Zaiat invierte la relación entre derechos y obligaciones tal como la concebía el contractualismo (la corriente de filosofía política que proporcionó los argumentos filosóficos para las Revoluciones Burguesas de los siglos XVII y XVIII). Según esta concepción, los seres humanos poseen derechos por el mero hecho de ser seres humanos (los derechos naturales), y esos derechos preceden a cualquier forma de organización social. Es por ello que varios de estos filósofos (Rousseau es el caso más notorio) condenaron las monarquías absolutistas de la época, debido a que dichos regímenes no aceptaban los derechos naturales. Esta corriente de pensamiento ha ejercido una influencia enorme en el pensamiento político posterior, a punto tal que las constituciones de los distintos países parten del reconocimiento de toda una serie de derechos que no pueden ser violados o suprimidos por el Estado, pues son patrimonio de las personas por el mero hecho de ser personas.

Zaiat, probablemente sin advertirlo (es un tipo inteligente), adopta una posición contraria al pensamiento político de la Modernidad, y se encolumna, paradójicamente, en las filas del neoliberalismo. La política económica neoliberal tiene entre sus supuestos la tesis de que sólo los poseedores de dinero tienen derechos. Pague por tener. Los derechos son una mercancía para el neoliberalismo. Zaiat, quien en sus columnas sabatinas suele fustigar al neoliberalismo, adopta aquí uno de los principios de esta corriente. Veámoslo de este modo, quién no puede pagar sus impuestos: ¿tiene derechos? Si nos atenemos  a la frase del epígrafe, la respuesta es no. 

¿Cómo podemos explicar la posición adoptada por Zaiat?

La clave se encuentra en el mismo artículo que estamos comentando:

“En la discusión sobre el Impuesto a las Ganancias a los trabajadores en relación de dependencia intervinieron políticos, sindicalistas, trabajadores, comunicadores sociales y economistas del establishment. No fueron convocados a dar su opinión los que más saben del tema: los tributaristas y los contadores. Estos últimos se ocupan del aspecto técnico de la liquidación del impuesto, que la mayoría de los economistas ignoran porque nunca estudiaron esa materia. La omisión de la voz de los expertos ha provocado que el debate sea dominado por una sucesión de disparates conceptuales y técnicos.” (El resaltado es nuestro). 

El régimen impositivo de un país es una cuestión política antes que técnica. Si se entiende al Estado como un instrumento de dominación, que expresa en cada momento una determinada relación de fuerzas entre las distintas clases sociales de una sociedad determinada, el régimen tributario constituye la cristalización, siempre precaria, de un momento determinado de esa relación de fuerzas. Dicho en criollo: las clases dominantes modelan ese sistema tributario en función de sus intereses, y deben enfrentarse para ello a las clases explotadas. Basta mencionar que, por ejemplo, la Revolución Francesa tuvo su origen en la negativa de la burguesía a pagar nuevos impuestos para financiar los gastos del rey y de la Corte. Si hubiera sido por los expertos, el Tercer Estado (burguesía, campesinos, artesanos) todavía estaría pagando las fiestas de Luis XVI y María Antonieta. 

El llamado a escuchar a los expertos formulado por Zaiat se parece a las invocaciones periódicas de los economistas neoliberales acerca de que la economía tiene que estar en manos de los economistas (neoliberales), pues únicamente ellos saben lo que hay que hacer. Por supuesto, para aceptar esta concepción hay que renunciar, primero, al carácter político de la economía. 

Pero Zaiat va todavía más allá. No contento con plantear que para tener derechos hay que pagar primero, y que la política económica tiene que estar en manos de los técnicos, también iguala a los trabajadores con los empresarios. Nada de clases sociales u otras yerbas. Zaiat equipara en su artículo a los grandes propietarios del campo, el sector financiero, las grandes empresas y la dirigencia sindical de la CGT y de la CTA. Total, todo da lo mismo para nuestro autor. Ahora bien, para que todo sea lo mismo, es preciso dejar de lado el hecho de que los empresarios son dueños de los medios de producción, en tanto que los trabajadores están obligados a vender su fuerza de trabajo para subsistir. Este “pequeño detalle” es pasado por alto por Zaiat. De este modo, se empresarios y trabajadores pueden ser descriptos como igualmente insaciables, o como unos tacaños incurables que se niegan sistemáticamente a pagar más impuestos, desairando al pobre Estado que brega incansablemente por el interés general.

Una vez que nuestro autor ha reducido el tema impositivo a una cuestión técnica, y que también se ha ocupado de esfumar a las clases sociales, el régimen impositivo pasa a ser el producto de un “contrato” entre individuos.  Zaiat tendría que recordar que la noción de “contrato social” es propia de liberalismo, y que este liberalismo es una de las bases del neoliberalismo que nuestro autor dice combatir. Para el liberalismo clásico, independientemente de que, a diferencia de Zaiat, reconoce que los derechos humanos preceden a las obligaciones, la sociedad es un ente artificial en el cual lo verdaderamente importante son los individuos. Dichos individuos son definidos como seres egoístas, que procuran maximizar sus utilidades. Usar la expresión “contrato social” implica aceptar la ideología del liberalismo que, guste o no, es también la ideología de la burguesía. 

A través de todos estos malabares, el señor Zaiat, justifica la posición del gobierno frente al pago del impuesto a las ganancias por los trabajadores. 

Como indicamos más arriba, nada de lo expuesto aquí es novedoso, ni pretende serlo. Pero resulta importante hacer notar, una vez más, la enorme distancia existente entre la realidad del modelo de acumulación de capital promovido por el “kirchnerismo” y la prédica de aquéllos que conciben al “kirchnerismo” como un movimiento de “emancipación nacional y social”. Zaiat muestra, con la claridad que le es característica, que la defensa de dicho modelo de acumulación implica la aceptación de la ideología propia del capitalismo. 

Tal vez así se comprenda mejor la enorme coherencia de la presidenta Cristina Fernández cuando caracteriza sistemáticamente a las huelgas y demás protestas obreras como “chantaje”.

Buenos Aires, sábado 7 de julio de 2012

miércoles, 27 de junio de 2012

EL PARO NACIONAL DEL 27 DE JUNIO


Cuando se convoca a una huelga nacional en cualquier país del mundo, el gobierno de turno se dedica a rechazar las demandas de los huelguistas. Lo extraño es que la cabeza de dicho gobierno formule una arenga a favor de la huelga. Esto es precisamente lo que ha hecho la presidenta Cristina Fernández, en un discurso que no tiene desperdicio.

Amigo lector: está claro que Cristina y el “kirchnerismo” rechazan de plano el paro nacional convocado por Hugo Moyano. Pero, al atacar al paro e incurrir en ese ataque en toda una serie de lugares comunes caros a nuestra clase media, la presidenta formuló una encendida defensa de los motivos del paro nacional, de un modo mucho más preciso que lo planteado por el mismo Moyano. Mejor dicho, Cristina, sin quererlo, puso al desnudo algunas de las bases sobre las que se sustentó el modelo de acumulación de capital instaurado en Argentina a partir de 2002.

En primer lugar, Cristina declaró que la mayoría de los trabajadores en Argentina perciben bajos salarios. Dejemos hablar a la señora presidenta:

Yo quiero dirigirme a todos los argentinos para decirles que hay 9 millones de argentinos registrados, tenemos un 32 por ciento que está sin registro, trabajo en negro, más un 7 por ciento de desocupación porque está muy en boga este tema del impuesto a las ganancias, que en realidad más que impuesto a las ganancias es un impuesto a los altos ingresos, que existe en todas partes del mundo. Y yo quiero decirles que de acuerdo con nuestros archivos, a la información que contiene el SIPA, que tiene la AFIP, solamente de esos 9 millones 159 mil el 19 por ciento paga impuesto a las ganancias o a los altos ingresos; el 81 por ciento de los trabajadores no llega a los mínimos no imponibles, estoy hablando de los registrados. Vuelvo a reiterar: tenemos un 32 en negro y un 7 por ciento de desocupados que están cubiertos con la Asignación Universal por Hijo que cubre a 3.800.000 pibes y 1.800.000 familias.”
Que se entienda claro. Son palabras de la señora presidenta de todos los argentinos, no de un izquierdista trasnochado. En un país que ha experimentado altas tasas de crecimiento desde el 2002, que forma parte del G-20 (los países más desarrollados del mundo), que ha impulsado “un proyecto de emancipación nacional y social”, en ese mismo país sólo 159.000 trabajadores pagan impuesto a las ganancias (perdón, a los altos ingresos). 

En segundo lugar, la señora presidenta fue por más y reconoció que “tenemos un 32 por ciento que está sin registro, trabajo en negro, más un 7 por ciento de desocupación (…) tenemos un 32 en negro y un 7 por ciento de desocupados que están cubiertos con la Asignación Universal por Hijo que cubre a 3.800.000 pibes y 1.800.000 familias.” 

En otras palabras, en el capitalismo ordenado que pregona la señora presidenta, uno de cada tres trabajadores está en negro. Si sumamos a este grupo los trabajadores desocupados, tenemos que 4 de cada 10 trabajadores en Argentina tienen serios problemas laborales (o están desocupados o están trabajando en negro). La cifra habla por sí misma, sobre todo si se tiene en cuenta que se da en una época en la que el capital ha obtenido enormes ganancias en Argentina, a punto tal que la misma señora presidenta ha dicho que los empresarios “la levantaban con pala” (refiriéndose a las ganancias).

Dado lo anterior, no es extraño que Cristina diga: “Estoy hablando de los que tienen la suerte de tener trabajo, obra social y jubilación asegurada, PAMI”. En verdad es una “suerte” ser un trabajador “registrado” en Argentina cuando un 40% de los trabajadores padecen desocupación o trabajo en negro. ¿Suena pesimista? Es posible, pero son las palabras de la señora presidenta.

Si usted tiene la suerte de pertenecer al grupo que tiene trabajo y, además, está “registrado”, no cante victoria: es altamente probable que se encuentre entre los integrantes del grupo que no percibe altos ingresos. Tenga presente que, según Cristina, sólo el 19% integra esa elite. Es muy probable que usted sea un perdedor, y forme parte del sufrido 81% de los perdedores. Pero puede estar contento: tiene un trabajo “registrado”.

En tercer lugar, Cristina manifiesta claramente la enorme desigualdad tanto entre trabajadores y empresarios, como al interior de los trabajadores mismos: 

“¿Cómo se reparte? Los peronistas siempre dijimos el fifthy – fifthy, que queríamos llegar al 50 por ciento el capital y 50 por ciento el trabajo, estamos llegando al 50 por ciento en el trabajo, el problema empieza ahora en cómo se distribuye ese 50 por ciento dentro de la propia masa de los trabajadores. Uno diría bueno, van a ganar más los que tengan mayores capacidades, los que hayan estudiado más, los que sean más necesarios, ganarán más los médicos de hospitales, los investigadores del CONICET, los profesores de las universidades. No, lamento informarles que no es así. Muchas veces los salarios se obtienen por la capacidad de presión, esto es cuánto puedo amenazar y perjudicar a la sociedad para obtener un determinado salario, y acá está la gran madre del borrego, o del Dorrego como decía un amigo mío: de esos 62.000 millones de masa salarial registrada el 19 por ciento de los trabajadores se queda con el 41 por ciento, y el 81 por ciento de los trabajadores se queda con el 59 por ciento. Con lo cual me parece que sería muy interesante comenzar a discutir en la Argentina esto de hacer socialismo con la plata del Estado y de los demás, pero cuando te vienen a tocar la tuya te convertís en el liberal más acérrimo, me parece que hay que rediscutirlo, sobre todo si te querés seguir llamando peronista.”

En criollo. Los trabajadores, que generan día a día la riqueza del país, perciben cerca del 50 de los ingresos anuales. Los empresarios, que “la levantan con pala”, se llevan el otro 50% en concepto de…su propiedad privada de los medios de producción. ¡Pavada de arreglo! 

Por otro lado, las reglas de juego del capitalismo organizado que propone la señora presidenta generan una enorme competencia entre los trabajadores, que se traduce en las grandes desigualdades que se verifican al interior de los trabajadores. 

Ahora bien, para que una minoría de empresarios se lleve la mitad de los ingresos anuales generados por los trabajadores, ¿no es preciso, justamente, que esos trabajadores se encuentren divididos? 

En este marco, no es extraño que el Estado deba subsidiar a los trabajadores: 

“…me olvido de algo, además de esto todos, desocupados, no registrados, registrados, con ingresos altos, con ingresos bajos, todos están subsidiados en transporte, en luz, en gas, en agua y en combustible”. Todo esto, insistimos, en el marco de un crecimiento económico extraordinario. 

No contenta con agitar a favor de la huelga nacional, la señora presidenta hizo referencia a la situación de los trabajadores latinoamericanos: 

“…estamos hablando del mejor salario de toda América latina, no solamente en términos nominales sino en términos de poder adquisitivo. No solamente es el salario más alto sino con el que más cosas se pueden comprar respecto de todos los demás países de Latinoamérica.”
El lector puede estar tranquilo, siempre y cuando sea un trabajador argentino “registrado” (los inmigrantes “ilegales” no cuentan). Sin embargo, la señora presidenta había indicado, un poco antes en su discurso, la extrema heterogeneidad de los ingresos de los trabajadores argentinos. ¿Sólo la elite de altos ingresos es la que ocupa el podio entre los trabajadores latinoamericanos? De todos modos, si Argentina encabeza el ranking salarial latinoamericano, ¿qué puede decirse de las situaciones de explotación imperantes en otros países hermanos?

Si el lector piensa que exageré en esta nota, le recomendamos fervorosamente la lectura del discurso completo de Cristina. Allí encontrará todo esto y mucho más. 

Hoy corresponde adherir al paro, más allá de Moyano y otros personajes mucho más nefastos que apoyan la medida. El árbol no puede tapar el bosque de la situación social en Argentina.
Total, la misma señora presidenta justificó la medida con su discurso del día de ayer…

Buenos Aires, miércoles 27 de junio de 2012

lunes, 21 de mayo de 2012

LA "COMUNIDAD ORGANIZADA" SEGÚN CRISTINA FERNÁNDEZ


Las épocas de crisis revelan la naturaleza de toda sociedad, pues en ellas los antagonismos aparecen a la luz del día, sin el maquillaje de los tiempos de normalidad.

El modelo de acumulación capitalista que sucedió al colapso de la Convertibilidad está padeciendo una crisis. Es cierto que la existencia misma de la crisis está en discusión, pues, si nos atenemos a los discursos de los periodistas “oficialistas”, estamos en el mejor de los mundos posibles; en cambio, si prestamos oídos a los periodistas “opositores”, nos encontramos en medio del Apocalipsis. Para zanjar esta discusión, no se nos ocurre nada mejor que recurrir a las palabras de la señora presidenta, Cristina Fernández, quien suele ser muy precisa en sus intervenciones, aunque muchas veces no se le preste la debida atención.

El viernes 11 de mayo, Cristina dio un discurso en la Casa Rosada, con motivo de la entrega de certificados de elegibilidad en el marco del Programa de Financiamiento Productivo del Bicentenario. Cristina expresó su opinión sobre la situación de crisis que padece la economía argentina y planteó su concepción sobre las relaciones entre empresarios y trabajadores. Dada la importancia política de ambos temas, nos parece conveniente reproducir extensamente sus opiniones, así como también formular una serie de comentarios sobre las mismas.

En primer lugar, Cristina reconoce la existencia de la crisis: “la verdad que nunca nos caímos del mundo, pero tenemos el problema que el mundo se está cayendo sobre nosotros.” Esto está muy lejos de la época en que la misma Cristina y muchos funcionarios afirmaban que nuestra economía estaba desconectada de la crisis de los países centrales, y que podíamos darle lecciones a las desventuradas naciones que sufrían los efectos del desbarajuste capitalista. Pero siempre hay tiempo para descubrir que existe un mercado mundial capitalista regido por la ley del valor y que las palabras no tapan las realidades, aunque gente como Laclau pretenda reducir la realidad a un discurso. Por si quedaba alguna duda sobre la gravedad del momento, hacia el final de su alocución, Cristina vuelve a la carga: “pongamos la fuerza y la energía en encontrar mecanismos de crecimiento, de ayuda y de cooperación entre el sector público y privado para seguir creciendo. Porque va a depender de nosotros, no nos caímos del mundo, el mundo se está cayendo encima de nosotros.” A confesión de parte, relevo de prueba.

Es cierto que Cristina sostiene que la crisis es externa y no interna. Es verdad. Y también es cierto que este argumento sirve para salir en defensa de su política económica en un momento de apuro. Por razones de espacio no vamos a discutir esto. Al fin y al cabo, ¿le corresponde a Cristina discutir su propia política económica? Nos parece más provechoso tomar nota del reconocimiento implícito de la situación de crisis y pasar adelante con el examen de sus propuestas para enfrentar “el vendaval externo” (son palabras de Cristina). Dichas propuestas permiten caracterizar la posición de clase del “kirchnerismo” en lo que hace a la relación fundamental de toda sociedad capitalista, la que se entabla entre el capital y el trabajo.

Así como Perón tenía en mente su “comunidad organizada”, Cristina tiene la suya y la expresa con claridad. A nuestro entender, sus palabras dan contenido a la expresión tantas veces repetida de “profundizar el modelo”. Veamos cómo describe Cristina su modelo ideal (insistimos en que las crisis tienen la virtud de mostrar a las personas y a las clases tal como realmente son).

En el principio era el capitalismo… Cristina, como tantas otras veces, considera que el capitalismo es la forma racional de organizar la producción social. Fuera del capitalismo está el caos (y el "anarcocapitalismo"). De ahí que en época de crisis la tarea del Estado sea “sostener la inversión”, y para ello es necesario “sentarnos también con todas las grandes empresas, pequeñas y medianas para que nos presenten sus planes de inversión”. En criollo, el Estado puede poner algunos mangos, pero la palanca que mueve la economía (la inversión) está en manos de las empresas. Los “kirchneristas” pueden despotricar a diario contra las “corporaciones”, pero la dura realidad obliga a sentarse a negociar con ellas, pues si no la economía no mueve la aguja. Cristina sabe esto y ahorra retórica. Reconoce, como otras veces, que los empresarios han multiplicado sus ganancias bajo el “gobierno nacional y popular”, y les pide un esfuerzo…que consiste en invertir. ¿Un esfuerzo? Desde que el mundo es mundo (o, por lo menos, capitalista), los empresarios invierten para obtener ganancias mediante la explotación de los trabajadores. Suena feo, pero es así. Que en el trabajo hay explotación suelen entenderlo mejor los trabajadores que los académicos, así que preferimos ahorrar la explicación acerca de la explotación capitalista. Sigamos con los empresarios. Las consideraciones nacionales, religiosas, sentimentales, les tienen sin cuidado. Ponen plata para ganar y punto. Cuando se los llama a invertir se les dice: “Señores, aquí tienen la posibilidad de buenas ganancias. No las desperdicien.” No parece un sacrificio muy grande el que Cristina les pide a los empresarios…

La cuestión es diferente cuando Cristina se refiere a los trabajadores. La asimetría en el trato respecto a lo que exige a los empresarios es llamativa. En “un mundo que se nos cayó encima”, los trabajadores tienen que ser responsables si quieren conservar sus puestos de trabajo. En palabras de la presidenta: “lo que tenemos que hacer es fortalecer este mercado interno, volvernos muy competitivos también porque el mundo va a ser  despiadado en la guerra de la competitividad y pedirle también a los dirigentes sindicales, que tienen la inmensa responsabilidad de representar a los trabajadores, pero no representarlos solamente en la época de la paritaria, representarlos todo el año  para mantenerle el trabajo, necesitamos mantener los 365 días del año a los trabajadores en sus puestos de trabajo. Y para esto es necesario tener una gran seriedad y vivir y ver el mundo que estamos viviendo.” Ta. Los trabajadores tienen que ser responsables y no pedir más que lo que los empresarios les ofrezcan. Estamos en guerra y a los obreros les corresponde hacer de soldados (alguien con espíritu maligno diría “carne de cañón”). Mientras tanto, los empresarios invierten, explotan y obtienen ganancias. No parece haber demasiada equidad en la relación… Pero sigamos adelante.

Cristina insiste: “Yo cuando escucho algunas demandas y algunas posturas en un mundo donde ya hay países con el 25 por ciento de desocupación, donde rebajan salarios, donde echan gentes, donde reducen presupuestos de educación, donde reducen seguridad social uno dice, qué es lo que está pasando que algunos no parecen darse cuenta. Y no digo todos porque sería muy injusto, hace pocos días cerramos la paritaria estatal. Fíjense qué curioso que podían haberse puesto muy duros porque el trabajador estatal tiene la seguridad y la estabilidad del empleo público que no tiene el trabajador del sector privado, inmensa ventaja esta de tener un trabajo donde no te puede echar, es un privilegio en el mundo contemporáneo tener un trabajo donde no te pueden echar. Entonces creo que todos tienen que tomar cuenta de estas cosas, ejercer esa responsabilidad, representar los intereses de sus trabajadores, de sus representados, pero preguntarse realmente cuál es la verdadera forma de ejercer  esa representación.” (El resaltado es mío). Es decir, si el mundo se derrumba, hay que dejarse de embromar con esa estúpida idea de pensar que el salario tiene que crecer en términos reales y acomodarse a lo que hay (a lo que se dignen a ofrecer los señores empresarios). Nuestro modelo “nacional y popular” es tan avanzado como para plantear que tener estabilidad en el trabajo es un “privilegio”. Queda claro que los trabajadores no están en igualdad de condiciones en el modelo propuesto por Cristina, salvo que consideremos como natural la aceptación sin chistar de la explotación capitalista por los trabajadores.

En la Comunidad Organizada de Cristina, los empresarios tienen que dedicarse a invertir, explotar a los trabajadores y obtener ganancias. Los trabajadores tienen que trabajar duro, agradecer siempre el tener trabajo y ¡no hacer huelgas! Cristina deja en claro que con las huelgas no se obtiene nada: “Quién puede pensar que este gobierno, que generó más de cinco millones de puestos de trabajo, que generó nuevamente la negociación colectiva de trabajo, con más de 2.500 convenciones colectivas de trabajo, que ha devuelto la dignidad a los jubilados, que no tenían un aumento hacía 10 años, cuando subió Néstor Kirchner él les comenzó a aumentar. Lo primero que hizo fue aumentarles a los jubilados, donde todavía no había ni ley de movilidad ni tampoco teníamos las AGFJP pero comenzamos a destinar recursos para que los jubilados vivieran mejor. ¿Quién nos puede decir que esto es obra de las demandas? No señores, los trabajadores ganaron más dinero producto del modelo macroeconómico, que permitió darles beneficios que nunca habían logrado. (Aplausos). No se mérito de ninguno que haya hecho una huelga más o una huelga menos. Porque fíjense si solamente haciendo huelgas o solamente haciendo bloqueos se lograran mejores salarios denle la receta a los europeos que vayan y bloqueen La Moncloa, que vayan y bloqueen el Palacio de Buckingham a ver si consiguen estar mejor. No nos engañemos más, estamos mejor porque tuvimos un modelo macroeconómico”. No es necesario decir mucho sobre el contenido de clase de esta declaración, sobre todo si se tiene en cuenta que se da en el marco de una inflación que carcome diariamente los ingresos de los trabajadores y con un 35% de la fuerza de trabajo “en negro” o en condiciones de precariedad. Pero si creemos conveniente recordar (la memoria no es algo que abunda en estos tiempos) que la señora presidenta representa a un movimiento cuyo origen mismo está ligada a una de las mayores huelgas y movilizaciones obreras de la historia argentina, el 17 de octubre de 1945. Claro que los tiempos han cambiado y la clase obrera ya no es “la columna vertebral del movimiento”.

Si los trabajadores quieren retobarse y porfían en la exigencia de mejores salarios, Cristina les recuerda que “no hay mayor disciplinador social que la desocupación.” La aseveración es absolutamente cierta, y el peronismo menemista la aplicó a discreción durante los años ’90. Es verdad que las afirmaciones de Cristina van dirigidas a los dirigentes sindicales y no a los trabajadores, pero nos parece un tanto redundante pedirles “responsabilidad” a dirigentes que hace tres décadas que vienen sirviendo, con contadas excepciones, a los intereses del capital (muchos de esos dirigentes son también empresarios). A buen entendedor, pocas palabras. Es la situación de crisis, inflación mediante, la que obliga a los dirigentes a pedir aumentos en las paritarias, para evitar tensiones con sus dirigidos.

La Comunidad Organizada según Cristina se parece a muchas cosas, pero no puede decirse de ella que sea un camino de liberación social para los trabajadores. Claro que esta es una cuestión que tiene sin cuidado a Cristina. 

Buenos Aires, lunes 21 de mayo de 2012

jueves, 1 de marzo de 2012

MACRI, CAMPEÓN DE LA DIGNIDAD DE LOS TRABAJADORES

"Como no puedo mentir ni ser cómplice de esta grave situación.."
Mauricio Macri

Mañana lluviosa en Buenos Aires. Llueve desde la madrugada y eso, como se sabe, tiene una consecuencia inmediata en el tránsito hacia la ciudad. Todo se vuelve más pesado. Los colectivos, los trenes, los subtes, van más llenos que lo habitual, o por lo menos eso parece para el sufrido trabajador que disfruta de las comodidades que ofrecen dichos medios de transporte.
Pero, puesto que es sabido que si las cosas van mal siempre pueden estar peor, el panorama se presentó más complicado el día de hoy. La causa fue la decisión de la empresa Metrovías de cerrar las bocas de acceso a las estaciones, pues el Gobierno nacional había anunciado el día de ayer, a través de la ministra de Seguridad Nilda Garré, que la Policía Federal sería retirada del subte a partir del día de hoy. La UTA (sindicato que nuclea, entre otros, a los choferes de colectivos y que pretende encuadrar también a los trabajadores del subte) ya había anunciado un paro para el día de hoy en protesta por la falta de seguridad generada por la retirada policial. Mauricio Macri, con una celeridad desacostumbrada en él, dio por cancelado el acuerdo de traspaso de los subterráneos y "se los devolvió" al Gobierno nacional.

Mientras tanto, los trabajadores hacían malabarismos para subir a un colectivo.

Macri, recién desembarcado en la Tierra luego de su último crucero a Júpiter, se encontró con noticias "asombrosas": ""Los trenes de la línea A tienen 90 años de antigüedad, y mientras en España los renuevan cada 37 años, acá no se sabe cómo los sostenemos". Ante esta realidad, nuestro héroe, que acababa de descubrir la pólvora, montó en cólera: "Las inversiones que no se han hecho en estos 10 años ponen en riesgo los servicios y el funcionamiento de los subtes, la seguridad y la comodidad, y la dignidad que debe tener la gente a la hora de viajar en términos de frecuencia, ventilación y equipamiento". Don Mauricio no podía aminorar su bronca: ¿Cómo puede menoscabarse la realidad de la gente? ¿Cómo es posible que el Estado subsidie a las empresas "a las que les interesa el país" y deje de lado a los trabajadores, a los ciudadanos de a pie?

La furia de nuestro guerrero no se hizo esperar; enseguida pasó a la acción. 
"No podemos hacernos cargo de estos diez años de falta de inversión. Por esta razón, hoy se pone en peligro la seguridad de la gente. Como no puedo mentir ni ser cómplice de esta grave situación, decidimos suspender el traspaso". Don Mauricio, sabiendo que lo esperaba una larga lucha, se retiró a...sus oficinas en la Jefatura de Gobiero porteño. Total, todo el mundo sabe que el poder reside en otra parte.

Tras reponer fuerzas, el campeón de la dignidad popular volvió a la carga: "La seguridad en el subte es una responsabilidad del gobierno nacional, se les pidió que nos la pasen junto con los recursos, pero quisieron sólo traspasar la responsabilidad. Nunca la Policía Metropolitana se puede hacer cargo de reemplazar a la Policía Federal". Ahora sí podía retirarse otra vez a la jefatura. 

Mientras tanto, los trabajadores seguían padeciendo el descalabro del transporte. 

Don Mauricio se autoproclamó, hace no tanto tiempo,"el exponente de la nueva política". En días como hoy, queda al desnudo el contenido de esa "nueva política". Las palabras sobran; mejor dicho, son sus propias palabras las que eximen de mayor comentario. En todo caso, posee en grado superlativo el cinismo y la desvergüenza de nuestra burguesía, ya sea la "nacional" o la "otra".

Luego de la masacre de Once, y ante hechos que no pueden ser ocultados, los políticos del sistema han debido expedirse ante el desastre del transporte público en Argentina. En este blog ya nos hemos referido largamente a las respuestas dadas por el "kirchnerismo". Ahora, Don Mauricio aporta la suya. Y no tiene desperdicio. Hasta hace una semana, a Don Mauricio le importaba un bledo (ahora también, pero se ve obligado a decir públicamente otra cosa) la situación en la que viajaban los trabajadores. El propio cronista de LA NACIÓN encargado de cubrir la conferencia de ayer del Jefe de Gobierno, cometió el "desliz" de registrar lo siguiente: "Consultados funcionarios locales sobre si habían realizado una denuncia a la Justicia en virtud del mal estado del subte, que, según palabras de Macri, hacía "peligrar" a los pasajeros, indicaron que no lo habían hecho. Y que esperaban una respuesta del gobierno nacional para determinar los pasos por seguir." (El resaltado es mío).

La masacre de Once ha puesto en el centro de la escena política algo que sabe todo aquél que utiliza los medios de transporte público: la falta de inversiones, la carencia de un plan centralizado, la subordinación del sistema a la lógica del mercado. Las acciones del Grupo Cirigliano, con toda su hijoputez, no son otra cosa que una consecuencia necesaria de la lógica perversa del sistema, la cual puede resumirse diciendo que el Estado pone el dinero para que funcionen los transportes, mientras que los empresarios se llevan las ganancias. Frente a la realidad de la conducta de la "burguesía nacional", Don Mauricio, otro digno exponente de esa burguesía, opta por echarle la culpa a otro hasta que aclare la cosa.

No queda ninguna duda. Los trabajadores pueden estar tranquilos. Viven en el mejor de los mundos posibles, a menos que comiencen a recordar aquella vieja frase que dice:

"La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos".


Buenos Aires, jueves 1 de marzo de 2012

NOTAS:

Los dichos de Macri fueron tomados de la versión publicada por LA NACIÓN. Aclaro esto porque algún lector desprevenido, al leer lo expresado por este hombre que no ejerce ningún cargo ejecutivo de responsabilidad, puede llegar a pensar que hemos tergiversado las palabras del Jefe de Gobierno, llevados por nuestro furor antiliberal. Dejo el enlace: http://www.lanacion.com.ar/1452751-macri-enfrenta-al-gobierno-y-suspende-el-traspaso-del-subte

El título de LA NACIÓN, "Macri enfrenta al gobierno" es una perla que no nos atrevemos a comentar aquí (bonito enfrentamiento en el que sufren....los laburantes).


viernes, 24 de febrero de 2012

LUCAS MENGHINI

Hace pocas horas fue encontrado el cuerpo de Lucas Menghini en los vagones del tren "accidentado" el miércoles pasado en la Estación Once. Lucas era el último de los pasajeros que estaba "desaparecido" desde el día del suceso. Su cadáver permaneció 57 horas en el mismo lugar del accidente, y su búsqueda movilizó a sus familiares, amigos y a la sociedad en general. Que un cuerpo permanezca "oculto" en el lugar del "accidente", en una de las estaciones más concurridas de la Argentina, en medio de un enorme operativo policial, resulta poco menos que increíble, y dice mucho acerca del valor qué tiene la vida humana (sobre todo si se trata de trabajadores) en nuestro país. Hablar de desidia o de inoperancia es ser generoso.

El "accidente" se cobró, pues, 51 muertos y 703 heridos. 

El "accidente", al que cabe calificar de masacre, mostró sin atenuantes las condiciones en que viajan, viven y mueren los trabajadores en Argentina. Escuchar el audio de la grabación de las comunicaciones entre el maquinista de la formación "accidentada" y jefatura del Sarmiento es un ejemplo de absoluto desprecio por la vida humana. Los trenes salen sin frenos, con puertas abiertas o a medio cerrar, etc., etc. Nada de ello importa, pues los que viajan en el tren son trabajadores y sobran.

El "accidente" ocurrió luego de 10 años de crecimiento económico ininterrumpido. En este período los capitalistas han obtenido ganancias siderales. Los trabajadores, en cambio, han seguido viajando en las mismas condiciones que antes del inicio del período de crecimiento, y, además, ponen los muertos cuando hay un "accidente". 


El "accidente" muestra el significado concreto, palpable, del modelo económico promovido por el "kirchnerismo". En este modelo los empresarios tienen la obligación de aumentar sus ganancias y los trabajadores tienen que contentarse con tener trabajo; si viajan mal, si no consiguen una vivienda decente, si les cuesta llegar a fin de mes, no tiene importancia. Todo esto se adorna con lindas palabras, pero la realidad es que los trabajadores ponen el cuerpo y los empresarios se llevan las ganancias. Las declaraciones del ministro De Vido y del Secretario de Transporte Schiavi, efectuadas el día jueves pasado, nos eximen de justificar esas afirmaciones. Judicializar la cuestión, tal como propuso el señor De Vido, equivale a dejar las cosas como están, es decir, apañar al grupo Cirigliano, los dueños de TBA. Esto tiene sentido si se tiene en cuenta que dicho grupo creció con la complicidad de los gobiernos de Menem, De la Rúa, Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández. 

El "accidente" pone al desnudo cuál es la distribución del poder en Argentina. Más allá de los discursos, son los empresarios los que ponen las condiciones y a los trabajadores les toca obedecer. Ni siquiera pueden discutir la forma en la que viajan. Cualquier política que ignore esta cuestión es favorable a la clase dominante en Argentina. 


El "accidente dejará de repetirse cuando los trabajadores se organicen y pongan en discusión la dominación de los empresarios. Sólo la lucha puede cambiar las cosas. Como ha sido siempre.


Por último, doy mis condolencias para los familiares y amigos de Lucas y de todos los fallecidos en este "accidente".


Buenos Aires, viernes 24 de febrero de 2012




miércoles, 22 de febrero de 2012

EL "ACCIDENTE" DEL SARMIENTO EN PLAZA ONCE


La recientemente fallecida Amalia Lacroze de Fortabat no viajaba en el Sarmiento. Los empresarios dueños del maíz, de la soja y de los otros productos de nuestras fértiles llanuras, tampoco viajaban en el Sarmiento. Los banqueros y los traficantes de divisas, tampoco viajaban en el Sarmiento. Los dueños de las multinacionales mineras que se dedican a reconstruir el paisaje de nuestras montañas ricas en recursos naturales, tampoco viajaban en el Sarmiento. Los empresarios católicos de Pérez Companc, los empresarios de los grupos económicos y de las multinacionales, tampoco viajaban en el Sarmiento. Los dueños de las Pymes que “negrean” a sus trabajadores, tampoco viajaban en el Sarmiento. Los empresarios del trabajo “esclavo” tampoco viajaban en el Sarmiento. Los dueños y gerentes de los multimedios de prensa, tanto los de la “corpo” privada como los de la “corpo” oficial, tampoco viajaban en el –Sarmiento. Los dueños de los shoppings, los empresarios de la construcción, los dueños de las grandes cadenas de electrodomésticos, tampoco viajaban en el Sarmiento. Los senadores y diputados que sancionan las leyes y se aumentan las dietas, tampoco viajaban en el Sarmiento. La señora presidenta, el inefable Mauricio Macri  y los demás “lideres” de la oposición de derecha, tampoco viajaban en el Sarmiento. Los miembros de la Corte Suprema, los jueces, los jefes de las fuerzas de seguridad, tampoco viajaban en el Sarmiento.

Los dueños de la Argentina no viajaban en el Sarmiento.

En el Sarmiento viajaban trabajadores. Por eso el servicio se prestaba en condiciones pésimas, por eso las demoras y cancelaciones constantes de servicios, por eso el hacinamiento en los vagones, por eso la falta de respeto cotidiana de la empresa TBA. Por eso la persecución a los trabajadores del ferrocarril toda vez que denunciaban las condiciones de prestación del servicio y/o se atrevían a disputarle poder a la burocracia del gremio. Por eso la persecución de funcionarios del gobierno (caso Aníbal Fernández) a los delegados combativos (el Pollo Sobrero, etc.). Por eso la falta de inversión, por eso la falta de mantenimiento, por eso la tercerización de servicios de parte de TBA. Por eso los accidentes de los años anteriores.

Por eso la masacre de hoy.

En estos días en que tanto se habla de soberanía, los trabajadores no son dueños de su país. Desde que se levantan hasta que se acuestan su vida es manejada por los empresarios, por el gobierno y/o por la yunta de ambos. Recuperar la soberanía significa, ante todo, que los trabajadores consigan el poder de decidir sobre sus vidas. Para que la democracia no sea sólo una bella palabra y para que no haya más masacres como la de hoy. 

Mientras tanto, los trabajadores seguirán viajando en el Sarmiento, y los dueños del país seguirán lucrando con el trabajo de esos trabajadores. Por supuesto, sin viajar en el Sarmiento.
 
Buenos Aires, miércoles 22 de febrero de 2012