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miércoles, 14 de abril de 2021

LA DEFINICIÓN DE LOS CONCEPTOS DE DOMINACIÓN Y ESTADO EN MAX WEBER




El sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) desarrolló las líneas fundamentales de su teoría de la dominación política en su obra Economía y sociedad. Allí, en el capítulo 1, se encuentran los conceptos que sirven de base a su exposición de  los tipos de dominación. [1] La presente ficha tiene como objetivo presentar esos conceptos, siguiendo el pensamiento weberiano del modo más textual posible.

Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de José Medina Echavarría, Juan Roura Parella, Eugenio Ímaz, Eduardo García Máynez y José Ferrater Mora: Weber, M. (1998). Economía y sociedad: Esbozo de sociología comprensiva. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. xxiv, 1245 p. (Sección de Obras de Sociología).


Poder y dominación:

Weber comienza su exposición definiendo tres conceptos:

Poder = “la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad.” (p. 43)

Dominación = “la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas”. (p. 43)

Disciplina = “la probabilidad de encontrar obediencia para un mandato por parte de un conjunto de personas que, en virtud de actitudes arraigadas, sea pronta, simple y automática.” (p. 43)

Indica que la noción de poder es “sociológicamente amorfa” [2], dado que todas las cualidades de los seres humanos y una infinita multiplicidad de situaciones pueden colocar a alguien en la posición de imponer su voluntad. Un concepto tan amplio, en rigor, no explica nada. Por eso el concepto de dominación tiene que ser más preciso, si se pretende que resulte útil en la explicación de los fenómenos sociológicos.

Ahora bien, el concepto de dominación tiene mayor precisión que el de poder, pues se concentra en la probabilidad de obediencia a un mandato. La disciplina, en cambio, implica una obediencia habitual por una masa sin resistencia de crítica; se relaciona con la dominación tradicional. [3]

Dominación, asociaciones de dominación y asociaciones políticas:

El profesor Weber sostiene que  la situación de dominación

“está unida a la presencia actual de alguien mandando efectivamente a otro, pero no está unidad incondicionalmente ni a la existencia de un cuadro administrativo ni a la de una asociación; por el contrario, sí lo está ciertamente – por lo menos en todos los casos normales – a una de ambas.” (p. 43)

En base a lo anterior puede definirse como asociación de dominación a la asociación en la que “sus miembros están sometidos a relaciones de dominación en virtud del orden vigente.” (p. 43) [4] Weber agrega que toda asociación “es siempre en algún grado asociación de dominación por la simple existencia de su cuadro administrativo” (p, 43)

El carácter específico de una asociación esté determinada por: a) la forma en que se administra; b) el carácter del grupo de personas que ejercen la administración; c) los objetos administrados; d) el alcance de la dominación. [5]

Weber concede especial atención a un tipo de asociación de dominación, la asociación política:

“Una asociación de dominación debe llamarse asociación política cuando y en la medida en que su existencia y la validez de sus ordenaciones, dentro de un ámbito geográfico determinado, estén garantizados de un modo continuo por la amenaza y aplicación de la fuerza física por parte de su cuadro administrativo.” (p. 43)

La forma más conocida de asociación política es el Estado, esto es,

“un instituto político de actividad continuada, cuando y en la medida en que su cuadro administrativo mantenga con éxito la pretensión al monopolio legítimo de la coacción física para el mantenimiento del orden vigente.” (p. 43-44)

A partir de lo dicho en el párrafo anterior, se distingue un tipo especial de acción social, la acción políticamente orientada,

“cuando  y en la medida en que tiende a influir en la dirección de una asociación política; en especial a la apropiación o expropiación, a la nueva distribución o atribución de los poderes gubernamentales.” (p. 44)

La violencia, rasgo esencial de las asociaciones políticas:

El elemento distintivo de las asociaciones políticas es la utilización de la  violencia como medio para garantizar la dominación. El profesor Weber lo explica así:

“Es de suyo evidente que en las asociaciones políticas no es la coacción física el único medio administrativo, ni tampoco el normal. Sus dirigentes utilizan todos los medios posibles para la realización de sus fines. Pero su amenaza y eventual empleo es ciertamente su medio específico y, en todas partes, la ultima ratio [último argumento] cuando los demás medios fracasan.” (p. 44)

Las asociaciones políticas han tenido multitud de fines a lo largo de la historia.  Eso hace impracticable definirlas a partir de su fin. Por ello es mejor definirlas a partir del medio que han utilizado (y que utilizan) en todos los tiempos y lugares: la coacción física. [6]

La cuestión se ve clara cuando se analiza el Estado moderno. Con independencia de los fines que se proponen los diferentes Estados, su rasgo esencial es el “carácter monopólico del poder estatal” (p. 45)

Otras asociaciones de dominación. La Iglesia:

Weber señala que existe otro tipo de asociación de dominación, la asociación hierocrática = “una asociación de dominación cuando y en la medida en que aplica para la garantía de su orden la coacción psíquica, concediendo y rehusando bienes de salvación (coacción hierocrática).” (p. 44). La Iglesia es un ejemplo de instituto hierocrático. [7]

En este punto no es importante la cuestión del tipo de bienes de salvación ofrecidos (que pueden estar en el “más allá” o en este mundo), sino “el hecho de que su administración pueda constituir el fundamento de su dominación espiritual sobre un conjunto de hombres” (p. 45).

Las asociaciones hierocráticas se caracterizan, pues, por administrar bienes de salvación y por ejercer coacción psíquica sobre sus miembros.  La Iglesia se distingue entre este tipo de asociaciones por “su carácter de instituto racional y de empresa (relativamente) continuada, como se exterioriza en sus ordenaciones, en su cuadro administrativo y en su pretendida dominación monopólica.” (p. 45). [8] Sin embargo, a diferencia del Estado, el monopolio de la dominación territorial no es esencial para la Iglesia.

 

Villa del Parque, miércoles 13 de abril de 2021


NOTAS:

[1] La exposición de los tipos de dominación se encuentra en el cap. III de la Primera parte de Economía y sociedad, titulado precisamente “Los tipos de dominación” (pp. 170-241).

[2] Es importante tener presente esta observación cuando se emprende la lectura de las obras del filósofo francés Michel Foucault (1926-1984).

{3] La dominación tradicional es analizada en el tercer apartado (Dominación tradicional) del mencionado cap. III (pp. 180-193).

[4] Weber entiende por asociación [Verband] “una relación social con una regulación limitadora hacia fuera cuando el mantenimiento de su orden está garantizado por la conducta de determinados hombres destinada en especial a ese propósito: un dirigente y, eventualmente, un cuadro administrativo que, llegado el caso, tienen también de modo normal el poder representativo.” (p. 39)

[5] Los ítems a y b dependen mayormente de los fundamentos de la legitimidad de la dominación.

[6] “Sólo se puede definir (…) el carácter político de una asociación por el medio – elevado en determinadas circunstancias al fin en sí – que sin serle exclusivo es ciertamente específico y para su esencia indispensable: la coacción física.” (p. 44)

[7] La Iglesia es “un instituto hierocrático de actividad continuada, cuando y en la medida en que su cuadro administrativo mantiene la pretensión al monopolio legítimo de la coacción hierocrática.” (p. 44)

[8] Weber denomina instituto a “una asociación cuyas ordenaciones estatuidas han sido «otorgadas» y rigen de hecho (relativamente) con respecto a toda acción que con determinadas características dadas tenga lugar en el ámbito de su poder.” (p. 42). A su vez, llama empresa a “una acción que persigue fines de una determinada clase de un modo continuo.” (p. 45)


lunes, 23 de junio de 2014

LA NATURALIZACIÓN DE LA DOMINACIÓN POLÍTICA: A PROPÓSITO DE UN ENSAYO DE DAVID HUME




El fallo de la Corte Suprema de los Estados Unidos sobre el litigio entre el Estado argentino y los llamados fondos buitre ha reavivado la discusión sobre la deuda externa en nuestro país. Sin entrar en la discusión específica del tema de la deuda, no es el propósito de este artículo, considero conveniente hacer algunas consideraciones sobre el discurso de los políticos del sistema (léase aquellos que sirven a nuestras clases dominantes) acerca de la cuestión de la deuda. Todos ellos, ya se trate de la presidenta Cristina Fernández, Macri, Scioli, Massa o Carrió, coinciden en que el pago de la deuda es una obligación ineludible de la Argentina. Palabras más, palabras menos, para ellos negarse a pagar la deuda externa equivale a salir del orden natural. Así, honrar nuestras deudas nos eleva a la categoría de país responsable, confiable. Si alguien propone algo distinto (léase no pagar), es porque no entiende la naturaleza del mundo en que vivimos.

En definitiva, el argumento de nuestros políticos se basa en el reconocimiento de la existencia de un supuesto orden natural, en donde unos países prestan a otros y estos pagan, como corresponde, dichas deudas. No es preciso ahondar demasiado para comprender que esta versión angelical de las relaciones internacionales tiene poco que ver con la realidad. El orden invocado por los políticos no es otra cosa que la naturalización de las relaciones de poder existentes. Hace ya mucho tiempo, el filósofo inglés Thomas Hobbes (1579-1688) desnudó la causa última por la que se cumplen los contratos:

“Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno.” (p. 137) (1).

Lo natural no es, pues, otra cosa que la cristalización de una determinada correlación de fuerzas entre las clases sociales. Esa correlación de fuerzas es producto de derrotas y/o avances (depende de la clase desde donde se mire), pero jamás es definitiva. Justamente, el mecanismo ideológico de la naturalización opera para que veamos como definitivo (como “natural”) aquello que es transitorio.

La teoría social (las ciencias sociales si lo prefiere el lector) es uno de los campos en los que se dirime la lucha entre las clases sociales. De modo esquemático, puede afirmarse que el proyecto político-ideológico de la burguesía tiene como uno de sus puntales el desarrollo de argumentos y mecanismos que promueven la naturalización de las relaciones sociales capitalistas; por su parte, la clase trabajadora y los demás sectores populares han procurado negar el carácter natural de las relaciones capitalistas. El ejemplo clásico de esto último es el tratamiento por Karl Marx (1818-1883) de los orígenes del capitalismo, en el capítulo 24 del Libro Primero de El capital, donde somete a una crítica implacable la fábula elaborada por la burguesía acerca del nacimiento del capitalismo:

“Esta acumulación originaria desempeña en la economía política aproximadamente el mismo papel que el pecado original en la teología. Adán mordió la manzana, y con ella el pecado se posesionó del género humano. Se nos explica su origen contándolo como una anécdota del pasado. En tiempos muy remotos había, por un lado, una elite diligente, y por el otro una pandilla de vagos y holgazanes. Ocurrió así que los primeros acumularon riqueza y los últimos terminaron por no tener nada que vender excepto su pellejo. Y de este pecado original arranca la pobreza de la gran masa – que aun hoy, pese a todo su trabajo, no tiene nada que vender excepto tus propias personas – y la riqueza de unos pocos, que crece continuamente aunque sus poseedores hayan dejado de trabajar hace mucho tiempo. (…) En la historia real el gran papel lo desempeñan, como es sabido, la conquista, el sojuzgamiento, el homicidio motivado por el robo: en una palabra, la violencia.” (p. 891-892) (2).

En otras palabras, en la fábula compuesta por la burguesía, la desigualdad entre empresarios y trabajadores es la consecuencia natural de las diferencias de aptitudes para el trabajo de unos y otros. La naturalización reside aquí en la transformación de diferencias que son el producto de las luchas entre sectores sociales en diferencias que ya se encuentran en la “naturaleza humana”. De este modo, la violencia desaparece del escenario, junto con la explotación del hombre por el hombre.

Pero no sólo la dominación económica de la burguesía está naturalizada. También lo está su dominación política. En rigor, desde que existen las clases sociales, los grupos dominantes han procurado naturalizar su dominación, para que ella no se viera como fruto exclusivo de la violencia. La naturalización de la dominación ha tenido tal eficacia que la obediencia de la mayoría a una minoría se da por sentada. El filósofo inglés David Hume (1711-1776) mostró esta situación en un notable ensayo, “De los primeros principios de gobierno”. (3).

“Nada más sorprendente para quienes consideran con mirada filosófica los asuntos humanos que la facilidad con que los muchos son gobernados por los pocos, y la implícita sumisión con que los hombres resignan sus sentimientos y pasiones ante los de sus gobernantes. Si nos preguntamos por qué medios se produce este milagro, hallaremos que, pues la fuerza está siempre del lado de los gobernados, quienes gobiernan no pueden apoyarse sino en la opinión, la cual es, por tanto, el único fundamento del gobierno, y esta máxima alcanza lo mismo a los gobiernos más despóticos y militares que a los más populares y libres. El sultán de Egipto o el emperador de Roma pueden manejar a sus inermes súbditos como a simples brutos, a contrapelo de sus sentimientos e inclinaciones, pero tendrán, al menos, que contar con la adhesión de sus mamelucos o de sus cohortes pretorianas.” (p. 21; el resaltado es mío).

El “milagro” de la dominación consiste en que la mayoría, que tiene la fuerza de su lado por el hecho mismo de ser mayoría, se somete a la minoría. Hume trastoca aquí la concepción de sentido común según la cual la fuerza está siempre del lado de los gobernantes, concepción que naturaliza la dominación al convertir en hecho natural la ubicación de la fuerza junto a los gobernantes. El conocimiento científico exige, como condición previa, el cuestionamiento de lo aceptado, del sentido común dominante en un lugar y en una época determinados. Por ello Hume habla de “milagro”, porque, una vez que se ha corrido el velo del sentido común, el sometimiento de la mayoría a la minoría se nos presenta como algo extraordinario.

Hume también pone en cuestión el papel de la violencia. Decir que un orden político se sostiene en base a la violencia es incompleto e insuficiente, pues deja sin explicar el porqué los ejecutores de la violencia obedecen a los gobernantes. A partir del reconocimiento de las limitaciones de la violencia queda abierto el camino para profundizar el estudio de los mecanismos que posibilitan la dominación política.  Hume avanza en ese camino postulando que la opinión es el instrumento por medio del cual se garantiza la dominación. 

“La opinión puede ser de dos clases, según se basa en el interés o en el derecho. Por mi opinión interesada entiendo sobre todo la derivada de las ventajas generales que proporciona el gobierno, unidas al convencimiento de que el imperante es tan beneficioso en este aspecto como cualquier otro que pudiera implantarse sin gran esfuerzo. Cuando esta opinión prevalece entre la mayoría de un estado, o entre quienes tienen la fuerza en sus manos, confiere gran seguridad a cualquier gobierno.” (p. 21).

En un lenguaje más moderno, podemos afirmar que Hume hace de la ideología el cemento que asegura la obediencia de los gobernados. Pero no se trata de una ideología abstracta, expresada en grandes principios. Es, por el contrario, una ideología que se deriva de la percepción de ventajas materiales (la propiedad es, en este sentido, también una ventaja material para quienes la poseen).

“El derecho es de dos clases: derecho al poder y derecho a la propiedad. El ascendiente que aquel primer concepto tiene sobre la humanidad se comprenderá fácilmente observando el afecto que todas las naciones profesan a su gobierno tradicional, e incluso a aquellos hombres que han obtenido la sanción de la antigüedad. Lo que tiene a su favor el peso de los años suele parecer justo y acertado…” (p. 21-22).

“Fácilmente se comprende que el derecho de propiedad es importante en todas las cuestiones de gobierno. Un destacado autor ha hecho de la propiedad el fundamento del gobierno y la mayoría de nuestros escritores políticos parecen inclinados a seguirle. Esto es llevar la cuestión demasiado lejos, pero hemos de conceder que las ideas sobre el derecho de la propiedad tienen gran influencia en esta materia.” (p. 22).

Bastan estas citas para exponer la posición de Hume sobre los principios que logran asegurar la obediencia de los gobernados. Aquí no dispongo de espacio suficiente para hacer el examen de los mismos. Basta indicar que el énfasis de Hume en los factores ideológicos (más allá de que, como señalé más arriba, se trata de una ideología ligada directamente a lo material) tiende a dejar de lado el hecho fundamental de que, en una sociedad capitalista, la obediencia de los gobernados, es decir, de los trabajadores, se apoya principalmente en la coerción económica. En otras palabras, quienes carecen de medios de producción y viven en una sociedad mercantil, no tienen más remedio que vender su fuerza de trabajo para poder acceder a las mercancías que precisan para vivir.

La obediencia de la mayoría a una minoría no es un hecho natural. Es un hecho “milagroso”, que requiere ser explicado yendo más allá de lo aparente. Y es precisamente esta búsqueda de explicación de lo cotidiano, de lo aparentemente sencillo y/o evidente, la tarea de la teoría social. Por lo menos, de una teoría social que pretende ir más allá de lo que interesa a la clase dominante.

Villa del Parque, lunes 23 de junio de 2014


NOTAS: 

(1)  Hobbes, Thomas. (1998) [1° edición: 1651]. Leviatán o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. Traducción española de Manuel Sánchez Sarto.

(2)  Marx, Karl. (1998). El capital: Crítica de la economía política. Libro primero: El proceso de producción de capital. México D.F.: Siglo XXI. Marx tiene un ilustre predecesor. Maquiavelo (1469-1527), en El príncipe, mostró como el Estado moderno tiene su origen en la violencia. El ya mencionado Hobbes hizo lo mismo en el Leviatán, donde la violencia es concebida como el rasgo fundamental del Estado.


(3)  Hume, David. (1994). Ensayos políticos. Madrid: Tecnos. Traducción española de César Armando Gómez. El ensayo citado en el texto se encuentra en las pp. 21-25. Salvo indicación en contrario, todas las citas de Hume corresponden a esta edición.