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sábado, 29 de febrero de 2020

MONTESQUIEU Y LAS CIENCIAS SOCIALES: NOTAS DE LECTURA


Portada de "El espíritu de las leyes"


Irving Zeitlin es autor de un libro clásico sobre la historia de la sociología, Ideology and the Development of Sociological Theory (Englewood Cliffs: Prentice-Hall, 1968). Esta obra se caracteriza, entre otras cosas, por dedicarle un espacio considerable a los precursores de la sociología, es decir, a los autores que comenzaron a diferenciarse de la filosofía política y a elaborar un cuerpo teórico cuyo núcleo era el análisis del capitalismo, esa nueva forma de organización social que estaba reemplazando al feudalismo.
Entre los precursores se encuentra Charles Louis de Secondat, señor de la Brede y barón de Montesquieu (1689-1755). Durante toda su vida manifestó una insaciable curiosidad por conocer el funcionamiento de su sociedad y compararlo con el de otros países; en este sentido, fue uno de los pioneros de los estudios comparativos en ciencias sociales; su pertenencia a la aristocracia le permitió disponer del tiempo necesaria para estudiar la filosofía política y la historia, y para realizar viajes por el continente europeo; en 1728-1729 visitó Alemania, Austria, Italia y Holanda; posteriormente viajó a Gran Bretaña, donde permaneció dos años. Sus obras principales fueron: Cartas persas (1721); Consideraciones sobre la grandeza y la decadencia de los romanos (1734); El espíritu de las leyes (1748).
Zeitlin dedica el capítulo 2 de la obra a presentar los lineamientos fundamentales de la teoría social de Montesquieu. Esta ficha es un resumen de dicho capítulo.
Nota bibliográfica:
Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de Néstor A. Míguez: Ideología y teoría sociológica. Buenos Aires: Amorrortu. (pp. 21-33).


Zeitlin afirma que Montesquieu fue “el primer pensador de los tiempos modernos que intentó construir una filosofía de la sociedad y de la historia” (p. 21). Esta afirmación, demasiado rotunda, requiere ser matizada. El mismo autor menciona una excepción: el caso de Giambattista Vico (1668-1744), quien identificó a las regularidades (sucesos que se repiten y que obedecen a las mismas causas) como la base de la ciencia social. [1] Podemos mencionar otra, la obra de Maquiavelo (1469-1527), que puede ser considerada en muchos sentidos la primera teoría social moderna. Aquí no disponemos de espacio para desarrollar la cuestión de los precursores de los precursores; en todo caso, será elaborada en fichas posteriores.
Más allá del debate sobre los posibles antecesores de Montesquieu en el desarrollo de la teoría social moderna, lo cierto es que éste:
“se emancipó totalmente de la herencia medieval. Su preocupación por las regularidades estaba más cercana a la concepción moderna; buscaba las leyes del desarrollo social e histórico, y éste era su propósito principal en el estudio de los hechos sociales. No estudiaba los hechos por sí mismos, sino para descubrir las leyes que se manifiestan a través de ellos.” (p. 22).
Sus preocupaciones también lo ubican en el terreno de la ciencia social y no de la filosofía política, pues Montesquieu procuraba distinguir las distintas formas de gobierno utilizando como criterio de demarcación a las formas de organización social correspondientes a cada una de aquéllas. En palabras de Zeitlin:
“Existen distintas formas de gobierno que reciben los nombres de república, aristocracia, monarquía y despotismo, y que no constituyen agregados de propiedades adquiridas de forma accidental, sino que son más bien la expresión de ciertas estructuras sociales subyacentes. Tales estructuras permanecen ocultas mientras sólo observamos los fenómenos políticos y sociales, es decir, los hechos. Estos son en primera instancia tan complejos y variados que parecen desafiar toda comprensión.” (p. 22).
El problema central de la teoría social consiste, por tanto, en encontrar las regularidades que permiten relacionar la multitud de hechos que se suceden todo el tiempo en cada sociedad. Para eso es preciso partir del supuesto de que todas las instituciones de una sociedad son interdependientes entre sí; ninguna de ellas existe por casualidad o para satisfacer un “deber ser” al que aspiran los individuos. Todo lo contrario.
“La educación y la justicia, las formas de matrimonio y la familia, y las instituciones políticas, no solo ejercen una influencia recíproca, sino que dependen también de la forma básica del Estado; el carácter de éste, a su vez, descansa en esos aspectos de la sociedad. (…) Si el examen de una sociedad revela determinada interdependencia entre sus elementos, y si una serie de sociedades tienen tantas cosas en común que se las puede clasificar en el mismo tipo, entonces los procesos de funcionamiento de estas sociedades también pueden manifestar ciertas tendencias características similares. Ni estos procesos ni el destino de los pueblos están determinados por accidentes.” (p. 23; el resaltado es mío – AM-.).
Montesquieu sienta así las bases de las ciencias sociales modernas, que se apoyan en el reconocimiento de la existencia de regularidades en todas las sociedades. Ahora bien, esas regularidades no son las mismas en cada sociedad ni en cada época histórica.
“Después de realizar un estudio empírico bastante cuidadoso de las sociedades pasadas y contemporáneas para determinar la causa de la variedad de las instituciones, llegó a la conclusión de que no había ningún gobierno que fuera universalmente apropiado. Las instituciones políticas deben adecuarse a las peculiaridades de la sociedad en la que deben funcionar. (…) no se puede legislar para todas las personas y todos los lugares partiendo de la suposición de que existen leyes universalmente aplicables. No vacilaba en señalar tanto virtudes como defectos en todas las formas de gobierno.” (p. 23; el resaltado es mío – AM-).
Como no existe una única forma de sociedad, Montesquieu elaboró procedimientos metodológicos para distinguir entre organizaciones sociales diferentes. En este sentido, fue el primer gran “metodólogo” de las ciencias sociales.
Toda ciencia tiene que describir la realidad, pero resulta complejo llevar a cabo esta tarea si esa realidad está compuesta por elementos que difieren completamente entre sí. De ahí la necesidad de identificar rasgos comunes y, de ese modo, establecer clasificaciones y tipologías. Para resolver el problema de la descripción de una realidad compleja, Montesquieu desarrolló los tipos ideales y los aplicó al estudio de las formas de gobierno.
“Su obra principal, El espíritu de las leyes, y en medida algo menor todos sus otros escritos, son análisis basados en tipos políticos y sociológicos. Se trataba de una herramienta intelectual indispensable, capaz de dar sentido a lo que de otro modo parecería una maraña incomprensible.” (p. 22).
Los tipos ideales se construyen a partir de la identificación de los rasgos comunes a diversas sociedades. En base a ellos se construye un tipo ideal de sociedad (en el caso de Montesquieu, de forma de gobierno), que permite clasificar a cada una de las sociedades realmente existentes. La condición de posibilidad de la formulación de los tipos ideales es la existencia de regularidades en las sociedades. Si todo fuera azar sería imposible construir una ciencia de la sociedad.
Zeitlin caracteriza así el uso de los tipos ideales por Montesquieu:
“Sus tipos no tenían pretensión alguna de trascender el tiempo y el lugar. Reconocía que las costumbres, las leyes y otras instituciones de las sociedades varían junto con las demás condiciones de su existencia. Discernía ciertos tipos generales, por ejemplo, la monarquía, pero también veía que las monarquías específicas varían según el tiempo y el lugar. Por ello, las reglas nunca pueden ser válidas para todas las sociedades y para todos los pueblos.” (p. 28).
Zeitlin señala Montesquieu no fue el primero en utilizar los tipos ideales. Aristóteles (384-322 a.C.), por ejemplo, también los empleó; pero, el filósofo griego “lo circunscribió [su uso] a las formas políticas.” (p. 27). Zeitlin cae aquí en error conceptual, pues las formas de gobierno en Aristóteles no son sólo formas de organización política, sino tipos de organización social. No cabe hablar de reduccionismo político. [2]
Ahora bien, “la ciencia exige algo más que descripción y clasificación; también supone interpretación y explicación.” (p. 27). Montesquieu sostiene que esto es posible en la medida en que puedan formularse leyes; sin ellas tampoco es viable una ciencia de la sociedad.
Las leyes implican el reconocimiento de la existencia de relaciones causales entre los hechos.
“Los sucesos percibidos no son arbitrarios ni fortuitos; ni la interpretación es la imposición de un orden totalmente subjetivo – un orden que solo existe en la mente – a una realidad en esencia caótica y errática, es decir, desordenada. También fue este uno de los supuestos que guió a Montesquieu en su análisis social.”  (p. 27).
Montesquieu sostuvo que las leyes no sólo se aplicaban a la naturaleza, sino también a la sociedad. De este modo, el terreno de lo social dejaba de ser patrimonio del azar, de la acción de las grandes personalidades, de la voluntad de Dios. La sociedad se convertía en un objeto de estudio, a semejanza de los astros que eran estudiados por la astronomía o de los cuerpos cuyos desplazamientos eran examinados por la física.
Respecto a la utilización del concepto de ley por Montesquieu es preciso desarmar un equívoco que, a esta altura del partido, forma parte del sentido común de toda presentación somera de la obra del filósofo político francés. Según este sentido común, las leyes hacen referencia a la influencia determinante de la geografía y el clima sobre las sociedades. Zeitlin refuta esta concepción:
“El volumen de la sociedad es para Montesquieu la causa principal de estos cambios [en la sociedad y la política]. (…) Las interpretaciones tradicionales de la teoría de Montesquieu han pasado por alto su reconocimiento de las variables sociales y han llamado la atención, en cambio, hacia otras variables: la geografía, la topografía, la fertilidad del suelo, el clima, la proximidad (o la lejanía) respecto al mar, etc. Montesquieu atribuía a todos estos factores una influencia restrictiva sobre la estructura de una sociedad; son las constantes retardantes cuya ausencia o presencia orientan a una sociedad en una dirección particular. Pero en su pensamiento estos factores eran menos importantes que las variables sociales.” (p. 31).
El filósofo político francés distinguió entre ley y costumbre.
“Las costumbres surgen espontáneamente de la existencia social; las leyes, en cambio, son establecidas por un legislador de manera formal y explícita.” (p. 31).
En la concepción de Montesquieu, cada sociedad “parece requerir ciertas leyes definidas que se adapten en grado máximo a la misma. Pero estas permanecen ocultas e implícitas (…), si algún legislador no las discierne y las formula explícitamente.” (p. 31-32).
Ahora bien, la tarea del legislador introduce la contingencia en la cuestión de las leyes de la sociedad, pues la legislación puede diferir de la naturaleza de la sociedad. “Una sociedad sería lo que prescribe su naturaleza, si no fuera por la ignorancia y los errores de quienes interpretan estas prescripciones.” (p. 32). [3]
Montesquieu formuló una clasificación de las sociedades. En ella distinguía las siguientes formas: república (que puede ser aristocracia o una democracia), monarquía, despotismo y una cuarta forma constituida por las sociedades que viven de la caza y la cría de ganado. [4] Con esos tipos ideales se refiere a sociedades totales, no sólo a sistemas políticos. No se basan en la aplicación de principios a priori, sino que se fundan en la observación. [5] Se interesó tanto en las diferencias entre las sociedades como en sus semejanzas. Zeitlin indica que:
“El razonamiento subyacente en esta clasificación es válido todavía hoy. Comprendió que el aumento de complejidad de las estructuras económicas y sociales, el acrecentamiento de las diferencias de riqueza, la aparición de estratos, etc., provocaban cambios en la estructura política.” (p. 29).
Fue el primero en indicar la importancia de la solidaridad social como mecanismo que desarrollaba la cohesión entre los miembros de una sociedad.
“Se percató del hecho de que una república como la Atenas o la Roma antiguas, donde la propiedad privada se hallaba poco desarrollada, lógicamente presentaría el mayor grado de solidaridad social; y que una sociedad moderna, caracterizada por una compleja división del trabajo y por la existencia de clases y de grupos especiales de intereses, debía presentar un grado menor de ella. En este último caso, cada individuo establece una tajante distinción entre su persona y su grupo especial de intereses por una parte, y la sociedad por la otra. La solidaridad social, en la medida en que puede existir en la sociedad moderna, brota de una fuente distinta. Ya no depende de la igualdad y la semejanza, sino precisamente de la división del trabajo, que crea la interdependencia de individuos y de grupos.” (p. 29-30).
El concepto de solidaridad social fue retomado por Saint-Simon (1760-1825), de quien lo recogió, a su vez, Durkheim (1858-1917), convirtiéndolo en una noción central de su clasificación de las sociedades.
Zeitlin sintetiza el aporte de Montesquieu a la teoría social moderna:
“Sin duda, es siempre erróneo rastrear el nacimiento de ciertas ideas hasta un pensador determinado. Sin embargo, puede considerarse a Montesquieu como un precursor importante del pensamiento sociológico, pues usó los conceptos de tipi ideal y de ley con mayor coherencia que cualquiera de sus predecesores o contemporáneos, comprendió la necesidad de los estudios comparativos y sostuvo la suposición de que los elementos de una sociedad son funcionalmente interdependientes.” (p. 33).
Por último, esta ficha es, a la vez, la continuidad de una serie dedicada a presentar el aporte de Zeitlin a la historia del pensamiento sociológico, y la primera de una serie de trabajos sobre la contribución de Montesquieu a la teoría social, basada en la lectura de El espíritu de las leyes.


Villa del Parque, sábado 29 de febrero de 2020


NOTAS:
[1] Sin embargo, Zeitlin sostiene que “en los escritos de Vico, las ideas fundamentales del Iluminismo, las referentes al progreso humano y a la perfectibilidad del ser humano en el ámbito secular, no aparecen por ninguna parte. Siguió siendo esencialmente medieval y teológico en su visión del mundo y consideró que el mejoramiento y la salvación dependen de la gracia de Dios.” (p. 21).
[2] Ver Aristóteles, Política, Libro IV. Por ejemplo, los tipos de régimen democrático son producto de una determinada relación de fuerzas entre las clases sociales de la polis. Estos tipos varían si se modifica la relación entre esas fuerzas sociales.
[3] “La concepción que Montesquieu tenía de la ley como expresión de la relación necesaria entre las cosas encierra elementos ambiguos. Parece creer que estudiando una sociedad es posible descubrir sus leyes (lo que su naturaleza exige) y, por tanto, crear las formas legales y otras instituciones que mejor se adapten a esa naturaleza. La creación de tales instituciones supone una interpretación de cuál es la verdadera naturaleza de una sociedad y, por lo tanto, está sujeta a error. Si faltara este elemento contingente – la ignorancia y/o el error – el ser humano concebiría leyes en total acuerdo con la naturaleza de la sociedad, y en apariencia esto sería beneficioso. La vida social del ser humano estaría totalmente determinada, y los elementos de la sociedad presentarían una articulación e integración perfectas. Los elementos contingentes que Montesquieu introduce parecen implicar que el ser humano nunca puede alcanzar una articulación tan perfecta.” (p. 32).
[4] Esta cuarta forma está conformada por sociedades que se caracterizan por tener “una población pequeña y poseer la tierra en común. Las costumbres, y no las leyes, regulan la conducta. Los ancianos gozan de la autoridad suprema, pero tales sociedades son tan celosas de su libertad, que no toleran ningún poder permanente. Montesquieu las divide, además, en dos subtipos: salvajes y bárbaros. Los salvajes son, por lo general, cazadores que viven en sociedades pequeñas y relativamente nómadas, mientras que los bárbaros crían ganado, viven en sociedades mayores y son relativamente sedentarias.” (p. 30).
[5] Como se indicó más arriba, Montesquieu fue un gran viajero, interesado en las costumbres y la legislación de los países que visitaba. Además de su propia experiencia, se basó en su conocimiento de la historia y en relatos de viajeros. Todo ello sirvió de material empírico comparativo para elaborar su clasificación de las sociedades.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

LAS DOS REVOLUCIONES Y EL SURGIMIENTO DE LA SOCIOLOGÍA



En los años ‘60 del siglo pasado se publicaron una serie de importantes trabajos sobre la historia de la sociología en particular, y sobre la historia de la teoría social en general. Entre ellos se encuentra The sociological Tradition (1966), del sociólogo norteamericano Robert Nisbet (1913-1996).
El presente trabajo es la segunda de una serie de fichas de lectura dedicadas a comentar la obra de Nisbet. Dicha serie será continuada por otras series, una dedicada a Ideología y teoría sociológica, de Irving Zeitlin (n. 1928), y otra a La crisis de la sociología occidental, de Alvin Gouldner (1920-1980).
Para la redacción de la ficha utilicé la traducción española de Enrique Molina de Vedia: Nisbet, R. (2001). La formación del pensamiento sociológico. Buenos Aires: Amorrortu.
La edición española de la obra consta de dos volúmenes y se encuentra dividida en partes. La 1° Parte se titula “Ideas y contextos” (vol. 1, pp. 13-67); la 2° Parte, “Las ideas elementos de la sociología” (v. 1, pp. 69-230, y v. 2, pp. 7-179); la 3° Parte, “Epílogo” (v. 2, pp. 181-188).


La 1° Parte de la obra continua con un segundo capítulo titulado, “Las dos revoluciones” (pp. 37-67).
Nisbet plantea la siguiente tesis:
“Las ideas fundamentales de la sociología europea se comprenden mejor si se las encara como respuesta al derrumbe del viejo régimen, bajo los golpes del industrialismo y la democracia revolucionaria, a comienzos del siglo XIX, y los problemas de orden que éste creara.” (p. 37). [1]
En línea con el método propuesto en el capítulo anterior, afirma: “Nuestro interés se centrará sobre las ideas, y el vínculo entre acontecimientos e ideas nunca es directo; siempre están de por medio las concepciones existentes sobre aquéllos.” (p. 38).
El impacto de la Revolución Industrial sobre la teoría social fue fundamental:
“Los dos aspectos que más influyeron en el pensamiento sociológico fueron: la situación de la clase trabajadora, la transformación de la propiedad, la ciudad industrial, la tecnología y el sistema fabril. Gran parte de la sociología es en rigor una respuesta al reto representado por estas nuevas situaciones, y sus conceptos los sutiles efectos que ellas ejercieron sobre la mente de hombres tales como Tocqueville, Marx y Weber.” (p. 40).
En las formas de organización social anteriores, las crisis estaban relacionadas con cuestiones naturales, como la sequía, las plagas, etc. El hambre era producto de escasa productividad de la agricultura. A partir de la Revolución Industrial, las crisis económicas se dieron en el marco de la expansión de las fuerzas productivas y de la riqueza:
“Tanto para los radicales como para los conservadores, la indudable degradación de los trabajadores, al privarlos de las estructuras protectoras del gremio, la aldea y la familia, fue la característica fundamental y más espantosa del nuevo orden.” (p. 41).
En este punto, Nisbet formula dos observaciones respecto a Karl Marx (1818-1883):
1 – La referencia del Manifiesto [Comunista, 1848] al «nexo del dinero» “debe más a Carlyle – cuyo Signs of the Times, escrito en 1829, exponía con elocuencia y pasión la atrofia de la cultura europea por el comercialismo – que a los radicales o liberales.” (p. 43).
2 – “El carácter esencialmente «urbano» del pensamiento radical moderno (y su falta consiguiente de preparación teórica y táctica con respecto al rol de las poblaciones campesinas en el siglo XX) procede en gran medida de Marx y de una concepción que relegó al ruralismo a la condición de un factor retrógrado.” (p. 47).
Por supuesto, el flamante capitalismo tuvo sus entusiastas. Por ejemplo, el filosofo Jeremy Bentham (1748-1832) consideraba que la fábrica era “el modelo perfecto de lo que debieran ser todas las relaciones humanas” (p. 49).
En cuanto a la Revolución Francesa, “fue la primera revolución profundamente ideológica.” (p. 52). [2] ¿Cómo debe interpretarse esta afirmación? En primer lugar, hay que decir que Nisbet reconoce el papel jugado por el factor económico (y por los hombres de negocios y los funcionarios públicos) en el desarrollo de la Revolución. Pero, en segundo lugar (y esto es lo central para nuestro autor),
basta con que examinemos los preámbulos de las leyes que comenzaron a aparecer hacia 1790, los debates que se desarrollaron en la Asamblea y la Convención, los libelos y panfletos que circularon por toda Francia, para poner en evidencia que cualesquiera fueran las fuerzas subyacentes al comienzo, el poder de la prédica moral, de la filiación ideológica, de la creencia política guiada puramente por la pasión, alcanzó un punto casi sin precedentes en la historia, salvo tal vez en las guerras o rebeliones religiosas.” (p. 53). [3]
Dos observaciones importantes sobre el tema de la Revolución Francesa. En primer término, señala el carácter cuasi religioso del fervor revolucionario de los franceses. [4] En segundo lugar, Nisbet destaca que “las connotaciones peculiarmente modernas de la traición y la subversión” surgieron en el contexto del Terror (1793-1794). [5]
El profesor Nisbet distingue tres procesos en común en las dos Revoluciones:
Individualización = “separación de los individuos de las estructuras comunales y corporativas (…) de los lazos patriarcales en general. (…) No el grupo sino el individuo era el heredero del desarrollo histórico; no el gremio, sino el empresario; no la clase o el estado, sino el ciudadano; no la tradición litúrgica o corporativa, sino la razón individual. Cada vez más, podemos ver a la sociedad como un agregado impersonal, casi mecánico, de votantes, comerciantes, vendedores, compradores, obreros y fieles: en resumen, como unidades separadas de una población más que como partes de un sistema orgánico.” (pp. 64-65).
Abstracción = “atañe en primer lugar a los valores morales (…) la tendencia de los valores históricos a hacerse cada vez más seculares, cada vez más utilitarios, sino también por su separación cada vez mayor de las raíces concretas y particulares que les habían otorgado, durante muchos siglos, su distintividad simbólica y un medio para su realización.” (p. 65). “Ahora, un sistema tecnológico de pensamiento y conducta comenzaba a interponerse entre el ser humano y el hábitat natural directo.” (p. 65). En este punto resulta llamativa la omisión por Nisbet de toda referencia al desarrollo de la economía mercantil, con la consiguiente generalización social de la ley del valor. Hablar de “tecnología” oculta lo esencial: la expansión de las relaciones sociales capitalista.
Generalización = “La nación, y aun el ámbito internacional, han llegado a ser considerados en forma creciente como campos esenciales para el ejercicio del pensamiento y la lealtad humanos.” (p. 66). “Los seres humanos ya no ven en sus congéneres meros individuos particulares, sino más bien miembros de un agregado general, o clase.” (p. 66).
En resumidas cuentas, el profesor Nisbet sostiene que la sociología fue una respuesta al impacto de la Revolución Industrial y de la Revolución Francesa sobre las sociedades europeas. Fueron los desequilibrios provocados por ambas revoluciones, las características de la nueva estructura social, y el novedoso ámbito de desarrollo de los conflictos sociales (la ciudad), los factores que incidieron  el pensamiento de las primeras generaciones de sociólogos. Sin embargo, esta concepción omite algunos puntos fundamentales, sin los cuales la historia narrada en la obra queda notablemente incompleta. Aquí sólo puedo mencionar el más importante de éstos: el ascenso del movimiento obrero, capaz de desarrollar una teoría (el socialismo) sobre su situación en la sociedad.
La siguiente nota de esta serie estará dedicada al capítulo 3 de la obra, “Comunidad” (pp. 71-145).

Villa del Parque, miércoles 12 de diciembre de 2018


Bibliografía:
Hobsbawm, E. (2009). La era de la revolución: 1789-1848. Buenos Aires: Crítica.
Therborn, G. (1980). Ciencia, clase y sociedad: Sobre la formación de la sociología y del materialismo histórico. Madrid: Siglo XXI de España.
Notas:
[1] Nisbet sigue en este punto al historiador inglés Eric Hobsbawm (1917-2012), quien estudió el impacto de las dos revoluciones (Industrial y Francesa) en la conformación del capitalismo moderno (Hobsbawm, 2009). Frente a quienes argumentan que las Revoluciones no representaron una ruptura, sino que se trató más bien de una aceleración de tendencias ya existentes, Nisbet formula una aguda observación: “Hoy resulta harto sencillo sumergir cada revolución, con sus rasgos distintivos, en procesos de cambio de largo plazo; tendemos a subrayar la continuidad más que la discontinuidad, la evolución más que la revolución. Pero para los intelectuales de esa época, tanto radicales como conservadores, los cambios fueron tan abruptos como si hubiera llegado el fin del mundo. El contraste entre lo presente y lo pasado parecía total -terrorífico o embriagador, según cual fuera la relación del sujeto con el viejo orden y con las fuerzas en él actuantes.” (p. 38).
[2] La Revolución Norteamericana influyó poderosamente en Europa con su Declaración de Independencia. Pero, “perseguía objetivos limitados casi exclusivamente a la independencia de Inglaterra; ninguno de sus líderes ~ni siquiera Tom Paine- sugirió que fuera el medio para una reconstrucción social y moral, que abarcara a la iglesia, la familia, la propiedad y otras instituciones.” (p. 52).
[3] Nisbet señala la ironía consistente en que el conservador Edmund Burke (1729-1797), enemigo acérrimo de la Revolución Francesa, comprendió mejor que sus contemporáneos liberales el carácter ideológico de ésta: “él veía en la Revolución Francesa una fuerza compuesta de poder político, racionalismo secular e ideología moralista, que era, a su juicio, única. Y en esto tenía razón.” (p. 53).
[4] Ejemplifica este punto por medio de la comparación de las opiniones del liberal Richard Price (1723-1791) y el conservador Burke: “Pues mientras Price no veía más allá de los objetivos políticos proclamados por la Revolución, Burke advirtió la subyacente intensidad oral, cuasi-religiosa, del  contexto de racionalismo político dentro del cual estos últimos tomaron forma. Aquello que los filósofos del racionalismo descartaron del aborrecido cristianismo durante la Revolución, lo invistieron con verdadero celo de misioneros en la obra revolucionaria.” (p. 54).
[5] En línea con las analogías religiosas, nuestro autor afirma que los revolucionarios franceses se inspiraban en los inquisidores medievales: “Para un Saint-Just, inspirado por la ferocidad disciplinada y espiritualizada de un inquisidor medieval, el terror podía tener las propiedades de un agente cauterizador: aunque penoso, indispensable para exterminar la infección política. Fue en estos términos que revolucionarios del siglo XIX, como Bakunin, pudieron justificar el uso del terror. Justificación que continúa en el siglo XX: en las obras de Lenin y Trotsky, de Stalin, Hitler y Mao. Hay, sin duda, una gran diferencia entre la realidad de la Revolución Francesa y la realidad del totalitarismo del siglo XX, pero no es menos cierto que existe una continuidad vital, como lo han señalado varios estudiosos actuales (entre otros J. L. Talmon y Hannah Arendt), siguiendo conceptos de Tocqueville, Burckhardt y Taine.” (p. 64).

lunes, 3 de diciembre de 2018

LOS ORÍGENES DE LA SOCIOLOGÍA: LA INFLUENCIA DEL ILUMINISMO Y DE MARX. NOTAS SOBRE ZEITLIN




A modo de prólogo:

En los años ‘60 del siglo pasado se publicaron una serie de importantes trabajos sobre la historia de la sociología en particular, y sobre la historia de la teoría social en general. Entre ellos se encuentran The sociological Tradition (1966), de Robert Nisbet (1913-1996); Ideology and the Development of Sociological Theory (1968), de Irving Zeitlin (n. 1928); The Coming Crisis of Western Sociology (1970), de Alvin Gouldner (1920-1980).

Irving Zeitlin (n. 1928) es un sociólogo estadounidense y es conocido sobre todo por la obra mencionada en el párrafo anterior. Göran Therborn se refiere a ella afirmando que Zeitlin adopta la tesis de los orígenes conservadores de la sociología, enunciada por Nisbet. [1]
El presente trabajo es el primero de una serie de fichas dedicada a comentar la Opus magnum de Zeitlin. Utilicé la traducción española, realizada por Néstor A. Míguez: Ideología y teoría sociológica. Buenos Aires, Amorrortu, 1997.


Estructura de la obra y prefacio:
El libro está constituido por “una serie de ensayos” y “ha sido concebido como un examen crítico del desarrollo de la teoría sociológica, en particular de sus elementos ideológicos” (p. 10). Cabe acotar que Zeitlin se concentra en el estudio de la sociología europea, sin hacer referencia a la sociología estadounidense. Sigue en esto la línea de la mayoría de las obras sobre historia de la teoría social, que dejan de lado la reconstrucción de los orígenes y desarrollo de la sociología en EE. UU. Este es un “olvido” significativo, pues la sociología estadounidense alcanzó desde muy temprano un alto grado de institucionalización y una gran influencia tanto sobre las políticas públicas como sobre las grandes empresas. [2] No es este el lugar para dar cuenta de las razones de este “olvido”.
El autor enuncia los varios propósitos que motivaron la redacción del texto:
“brinda una crítica elaborada del pensamiento social de Marx; indica la medida en que los supuestos y las teorías del pensamiento posterior se formaron en el debate con el marxismo; finalmente, pone de relieve los aspectos polémicos y los elementos ideológicos de la teoría sociológica clásica.” (p. 10).
En el Prefacio (pp. 9-10) Zeitlin expone su tesis principal sobre los orígenes de la sociología:
“Buena parte de la sociología clásica nació en el contexto de un debate, primero con el pensamiento del siglo XVIII, el Iluminismo, y luego con el verdadero heredero de aquel en el siglo XIX: Karl Marx.” (p. 9).
Zeitlin considera que el estudio del surgimiento de la sociología tiene que comenzar por el análisis del Iluminismo.
Hay tres razones principales para justificar esta afirmación:
a)    “Con mayor coherencia que cualquiera de sus predecesores, los pensadores del siglo XVIII comenzaron a estudiar la condición humana de una manera metódica, aplicando conscientemente principios que ellos consideraban científicos al análisis del ser humano, de su naturaleza y de la sociedad.” (p. 9).
b)    “Ellos consideraron a la razón como la medida crítica de las instituciones sociales y de su adecuación a la naturaleza humana. El ser humano, opinaban, es esencialmente racional y su racionalidad puede llevarlo hacia la libertad.” (p. 9).
c)    “Creían en la perfectibilidad del ser humano. El hecho de ser infinitamente perfectible significaba que criticando y modificando las instituciones sociales, el ser humano podía conquistar grados cada vez mayores de libertad; lo cual, a sus vez, le permitiría realizar de manera creciente sus facultades creadoras potenciales.” (p. 9).
Pero la posición de los filósofos iluministas no se limitaba a la ciencia. También eran críticos de las instituciones políticas de la época. Éstas eran irracionales, pues el absolutismo no contemplaba ni la igualdad ni la libertad de los seres humanos, cualidades innatas de los seres humanos según los iluministas. Además, es sabido que los iluministas compartían la posición de los filósofos contractualistas, quienes afirmaban que las instituciones sociales eran producto de un pacto entre los seres humanos. Ninguna institución era natural. Dicho de otro modo, nadie podía aducir el carácter natural de la monarquía para salir en defensa del rey. Este argumento se extendió a la religión, aunque aquí la posición de los iluministas distó mucho de ser unánime. Los más consecuentes adhirieron al ateísmo y negaron, por ende, que la monarquía y el feudalismo pudieran justificarse con el argumento de que habían sido creadas por dios.
La crítica de los Iluministas sirvió de inspiración a los revolucionarios franceses de 1789. Es sabido que Robespierre (1758-1794), el líder jacobino, era admirador de J.J. Rousseau (1712-1778. Por su parte, los filósofos conservadores de las primeras décadas del siglo XIX rindieron homenaje a los ilustrados, considerándolos responsables de todos los males habidos y por haber. La respuesta a la Ilustración es conocida bajo las denominaciones de Romanticismo y Reacción Conservadora.
Zeitlin sostiene que la sociología nació en este contexto general marcado por la Reacción Conservadora.
A su vez, Marx representa la respuesta a la teoría social conservadora. En palabras de Zeitlin:
“Tratamos el pensamiento social de Marx como una especie de manantial intelectual, pues aquel, más que cualquiera de sus contemporáneos, reavivó y sintetizó en su obra ambas tendencias del pensamiento del Iluminismo: la revolucionaria-crítica y la científica.
Sostendremos que la contribución de Marx al pensamiento sociológico es una de las más importantes de fines del siglo XIX, quizá la más importante. Esto es verdad, según creo, no solo por las ideas enormemente ricas que expuso, sino también porque su obra provocó una respuesta que explica, en gran medida, el carácter de la sociología occidental. Mi exposición acerca de Marx prepara, pues, el escenario para el intenso debate entre el fantasma de aquel y pensadores posteriores, lo cual constituye el tema principal de este libro.” (p. 10).
Afirmar que la obra de Marx representa una respuesta a la Reacción Conservadora es postular una concepción unilateral sobre los orígenes del marxismo y conlleva un fuerte matiz idealista, según el cual las ideas nacen como respuesta a otras ideas. La historia intelectual pierde toda fuerza cuando se encierra sobre sí misma. El marxismo forma parte del ascenso del movimiento obrero y debe estudiarse teniendo a la vista las diferentes tentativas políticas e intelectuales elaboradas por los trabajadores desde finales del siglo XVIII. Si bien es necesario estudiar el Iluminismo, el Idealismo Alemán, la Reacción Conservadora y la Economía Política, es imposible comprender una jota del marxismo si se lo separa de los amplios cauces del movimiento socialista.
En cuanto a su estructura, la obra está dividida en cuatro partes (de extensión muy despareja entre sí), que reúnen un total de 16 ensayos:
Parte I: El Iluminismo (pp. 11-43)
Agrupa los ensayos 1. El Iluminismo: sus fundamentos filosóficos (pp. 13-20); 2. Montesquieu (1689-1755) (pp. 21-33); 3. Rousseau (1712-1778) (pp. 34-43).
Parte II: El pensamiento posrevolucionario (pp. 45-94)
Reúne los ensayos 4. La reacción romántica-conservadora (pp. 47-55); 5. Bonald y Maistre (pp. 56-69); 6. Saint-Simon (1760-1825) (pp. 70-84); 7. Auguste Comte (1798-1857) (pp. 85-94).
Parte III: El manantial marxista (pp. 95-123)
Conformada por los ensayos 8. Orientaciones filosóficas (pp. 97-107); 9. De la filosofía social a la teoría social (pp. 108-117); 10. La sociología marxista del trabajo alienado (pp. 118-123).
Parte IV: El debate con el fantasma de Marx (pp. 125-362)
La más extensa de todas las partes que constituyen la obra. Integrada por los ensayos 11. Max Weber (1864-1920) (pp. 127-180); 12. Vilfredo Pareto (1848-1923) (pp. 181-220); 13. Gaetano Mosca (1858-1941) (pp. 221-246); 14. Robert Michels (1878-1936) (pp. 247-264); 15. Emile Durkheim (1858-1917) (pp. 265-316); 16. Karl Mannheim (1893-1947) (pp. 317-360).
La obra concluye con un Epílogo (pp. 361-362).
La ficha siguiente estará dedicada al capítulo 1, El Iluminismo.

Villa del Parque, lunes 3 de diciembre de 2018



Bibliografía complementaria:
Coriat, B. (1992). El taller y el cronómetro: Ensayo sobre el taylorismo, el fordismo y la producción en masa. México: Siglo XXI.
Therborn, G. (1980). Ciencia, clase y sociedad: Sobre la formación de la sociología y del materialismo histórico. Madrid: Siglo XXI de España.
Notas:
[1] Therborn (1980: 116). 

[2] Henry Ford, al implementar el five dollars day (1914), promovió la utilización de la sociología en la industria: “Esta época (…) marca el principio de la cooperación entre expertos de formación universitaria (sociólogos, psicólogos, psicotécnicos, etc.) y hombres de negocios. Ford se rodea muy pronto de un «departamento de sociología» y de un cuerpo de inspectores y controladores. (…) Su misión esencial: controlar, desplazándose a los hogares obreros y a los lugares que frecuentan, cuál es su comportamiento general y, en particular, de qué manera gastan el salario.” (Coriat, 1992: 57).