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jueves, 20 de junio de 2024

EL FRACASO DEL FIN DE LA HISTORIA: LA SOCIEDAD DEL RIESGO

 

Gaza luego de los bombardeos israelíes, 2024



A veces, las palabras envejecen más rápido que las personas. Hay épocas en las que el cambio es tan desmesurado que la novedad de ayer se convierte en el trasto olvidado en el desván de hoy. Sería interesante indagar los motivos detrás del transcurrir irregular del tiempo social. Pero aquí no podemos hacerlo. Vamos a ocuparnos de la globalización, mejor dicho, de uno de los aspectos de ella, la llamada sociedad del riesgo, tal como lo presenta el sociólogo británico Anthony Giddens (n. 1938).

En el período 1989-1991 se desarmó el sistema de los países socialistas de Europa del este y desapareció la Unión Soviética. El socialismo se esfumó de la faz de la Tierra hasta la actualidad. La vida le reía y cantaba al capitalismo, alguno de cuyos intelectuales llegó a imaginar la llegada del fin de la historia y el pasaje a un presente continuo lleno de mercancías y democracias entendidas como el mero ejercicio del voto.

En ese contexto de economía de mercado y liberalismo victoriosos, muchos cientistas sociales plantearon que el Estado nacional, la herramienta que había sido compañera inseparable del capitalismo desde los albores del siglo XVI, era obsoleta y que los capitales ya no se hallaban encerrados en las fronteras nacionales. Había llegado el reino de la globalización, la palabra que adornó casi todas las publicaciones de ciencias sociales que vieron la luz en la década de 1990. En verdad, no se trataba ni de una realidad ni de un planteo teórico nuevos. De hecho, para mencionar un ejemplo conocido, Marx y Engels describieron la creación de un mercado mundial por el capitalismo en el Manifiesto comunista (1848). Pero el triunfalismo del capitalismo sepultó todos los antecedentes y todos los matices. Se estaba en el comienzo de una nueva era, en la que por fin los dueños del capital iban a poder expandir sin precauciones ni límites su búsqueda de ganancias.

El tiempo puso las cosas en su lugar. Hoy, treinta y tantos años después de los sucesos de 1989-1991, el mundo sigue siendo un lugar caótico, donde la amenaza de un conflicto nuclear toma cuerpo en el marco de la guerra de Ucrania. El sistema internacional dejó de ser unipolar y China (aliada a la Federación Rusa) y EE. UU. se disputan la hegemonía global, mientras emerge una pléyade de potencias regionales. La pretendida desaparición de los Estados nacionales dejó paso a un fortalecimiento de muchos ellos y a la conformación de bloques regionales que necesitan de los Estados de los países que los integran para imponerse en la competencia internacional. Por último, y no menos importante, el capitalismo no ha dejado de experimentar crisis desde 1991 hasta la fecha. Es cierto que el socialismo no constituye, por lo menos por ahora, una amenaza tangible, pero la propia dinámica del sistema capitalista no deja de generar problemas e incertidumbre en el corto, mediano y largo plazo. Nada más lejano del porvenir de orden y progreso ilimitado imaginado a comienzos de la década de 1990.

De la vasta literatura sobre la globalización queda poco para recordar. La mayoría de ella, acorde con la lógica imperante en el mundo académico, fue una moda y, como tal, dejó paso a otras modas. Sin embargo, hay trabajos que merecen ser recordados, aunque no necesariamente constituyan aportes novedosos en el campo de la ciencia de la sociedad. Es por ello por lo que queremos ocuparnos de un libro de Giddens, Un mundo desbocado, cuya primera edición (inglesa) data de 1999. [1] En el capítulo 2 [2], el autor describe las características de lo que denomina sociedad del riesgo. Veamos en qué consiste su argumento.


El sociólogo inglés se ocupa, como casi toda la sociología, de la cuestión de la transición de las sociedades precapitalistas a la sociedad capitalista. Pero lo hace desde un aspecto particular, poco trabajado en las grandes síntesis anteriores: el riesgo.

La afirmación central de Giddens consiste en que la idea de riesgo devela algunas de las características básicas del mundo actual.

En primer lugar, sostiene que la noción de riesgo no existía en las sociedades tradicionales, sino que tomó cuerpo en los siglos XVI y XVII. Fue utilizada originalmente por los navegantes para aludir a una zona de peligro (espacio), su uso se extendió luego al comercio (tiempo) y, finalmente, llegó a denominar a diferentes situaciones de incertidumbre.

“Las culturas tradicionales no tenían un concepto del riesgo porque no lo necesitaban. Riesgo no es igual a amenaza o peligro. El riesgo se refiere a peligros que se analizan activamente en relación a posibilidades futuras. Sólo alcanza un uso extendido en una sociedad orientada hacia el futuro —que ve el futuro precisamente como un territorio a conquistar o colonizar—. La idea de riesgo supone una sociedad que trata activamente de romper con su pasado —la característica fundamental, en efecto, de la civilización industrial moderna.” (p. 35)

Las sociedades tradicionales (incluso Grecia y Roma) vivían en el pasado. Esto significa que estas sociedades:

“Han utilizado las ideas de destino, suerte o voluntad de los dioses donde ahora tendemos a colocar el riesgo. En las culturas tradicionales, si alguien tiene un accidente o, por el contrario, prospera, bueno, son cosas que pasan, o es lo que los dioses y espíritus querían.” (p. 35)

Ahora bien, el riesgo tiene aspectos negativos (la ya mencionada incertidumbre), pero también posee aspectos positivos: es fuente de excitación y aventura; es la fuente de energía que crea la riqueza en la sociedad moderna. Estos dos aspectos aparecen en los orígenes de la sociedad industrial moderna.

El riesgo es la dinámica movilizadora de una sociedad volcada en el cambio que quiere determinar su propio futuro en lugar de dejarlo la religión, la tradición o los caprichos de la naturaleza.” (p. 36; el resaltado es mío – AM-.)

Giddens, en una línea de pensamiento inaugurada por Max Weber, afirma que el capitalismo moderno se diferencia de todos los sistemas económicos anteriores por su orientación hacia el futuro: “El capitalismo moderno se planta en el futuro al calcular el beneficio y la pérdida, y, por tanto, el riesgo, como un proceso continuo.” (p. 37)

Ahora bien, la idea del riesgo conlleva la del seguro (que debe ser entendido en un sentido no exclusivamente económico). El Estado de bienestar, entendido como forma elaborada del seguro, es un sistema de administrar el riesgo. “El seguro es la línea de base con la que la gente está dispuesta a asumir riesgos. Es el fundamento dela seguridad allí donde el destino ha sido suplantado por un compromiso activo con el futuro.” (p. 37)

El seguro sólo es concebible en una sociedad “donde creemos en un futuro diseñado” por las personas. “El intercambio y transferencia de riesgos no es un rasgo accidental en una economía capitalista. El capitalismo es impensable e inviable sin ellos.” (p. 38)

En otras palabras, el sistema capitalista está sometido a crisis periódicas (léase incertidumbre). No hay manera de suprimir esas crisis, pues forman parte de la dinámica del sistema y, tal como lo indica Giddens al tratar el problema del riesgo, representan uno de los motores del sistema. La búsqueda de ganancias, a pesar de todos los cálculos y las previsiones, implica un margen de incertidumbre. Por ello el capital reclama al conjunto de la sociedad que haga su aporte para reducir dicho margen.

Pero el proyecto de regular el riesgo no resultó como se pensaba. Giddens remarca que hoy lidiamos con nuevas formas de incertidumbre (ejemplo: el cambio climático). Para comprender la situación actual, propone distinguir entre riesgo externo (proveniente del exterior, de las sujeciones de la tradición o de la naturaleza), y riesgo manufacturado (creado por el efecto de nuestro creciente conocimiento sobre el mundo y que se refiere a situaciones sobre las que tenemos muy poca experiencia histórica, porque son novedosas).

En estos momentos estamos experimentando la transición desde la preocupación por el riesgo externo hacia los desvelos por el riesgo manufacturado. Mientras que las sociedades tradicionales y la sociedad tradicional hasta ahora se preocupaban por lo que podía hacernos la naturaleza, ahora pasamos a inquietarnos por lo que le hemos hecho a la naturaleza.

No se trata únicamente de riesgos relacionados con la naturaleza, sino que es un riesgo que involucra aspectos de la vida social (por ejemplo, el matrimonio). A diferencia de las sociedades tradicionales, donde el casamiento era fuente de certidumbre, no sabemos qué estamos haciendo, pues la familia ha cambiado muchísimo. En líneas generales, en el riesgo manufacturado “no sabemos, sencillamente, cuál es el nivel de riesgo, y en muchos casos no lo sabremos hasta que sea demasiado tarde” (p. 41; el resaltado es mío – AM-.).

Los problemas derivados del riesgo manufacturado se acrecientan por el cambio de actitud hacia la ciencia. En los dos últimos siglos la ciencia, que se suponía que iba a reemplazar a la tradición como dadora de certezas, se volvió ella misma una tradición. Las personas aceptaban la palabra de los científicos. Sin embargo, en la medida en que la ciencia (vía tecnología) se involucró de manera creciente en la vida cotidiana, las personas notaron que los científicos no se ponían de acuerdo en la mayoría de las cuestiones y que el carácter variable (no absoluto) del conocimiento científico era fuente de controversias sociales y políticas.

En este punto corresponde hacer un alto. La promesa del capital a comienzos de la década de 1990 consistía en el comienzo de una época de progreso continuo, libre de los conflictos que habían asolado la anterior época histórica. Giddens, uno de los intelectuales que se subieron al tren de la nueva era, advierte (menos de diez años después del inicio de la “nueva era”), que el capitalismo es una frazada corta: a la vez que tapa un problema deja al descubierto otro. No se trata sólo de eso: por primera vez en la historia un sistema social tiene la capacidad para destruir al conjunto de la civilización y, más todavía, al planeta entero. El capitalismo, en su devenir, genera problemas civilizatorios. Esto no significa, por supuesto, que mañana vaya a producirse el colapso. Pero da cuenta del fracaso de las ilusiones de la década de 1990.

Frente al riesgo manufacturado se adoptó el principio precautorio, que consiste en la limitación de la responsabilidad aun sin tener todavía evidencia concluyente (ejemplo: la actitud de Alemania Occidental frente a la lluvia ácida en la década de 1980, prohibiendo la emisión de las sustancias que la provocaban).

Giddens concluye:

“Nuestra era no es más peligrosa —ni más arriesgada— que las de generaciones anteriores, pero el balance de riesgos y peligros ha cambiado. Vivimos en un mundo donde los peligros creados por nosotros mismos son tan amenazadores, o más, que los que proceden del exterior. Algunos de ellos son verdaderamente catastróficos, como el riesgo ecológico mundial, la proliferación nuclear o el colapso de la economía mundial. Otros nos afectan como individuos mucho más directamente: por ejemplo, los relacionados con la dieta, la medicina o incluso el matrimonio.” (p. 47)

En este nuevo balance de riesgos y peligros se encuentra la fuente principal para el surgimiento de actitudes anticientíficas:

“Unos tiempos como los nuestros engendrarán inevitablemente movimientos religiosos renovadores y diversas filosofías New Age, que se oponen a la actitud científica. Algunos pensadores ecologistas se han vuelto hostiles a la ciencia, e incluso al pensamiento racional en general, debido a los riesgos ecológicos. Esta actitud no tiene mucho sentido. Sin el análisis científico ni siquiera conoceríamos estos riesgos. Nuestra relación con la ciencia, sin embargo, por las razones ya dadas, no será —no puede ser— la misma que en épocas anteriores.” (p. 47)

Por último, Giddens formula una advertencia: carecemos de las instituciones nacionales e internacionales para manejar el riesgo manufacturado. No obstante ello, es imposible para una economía dinámica y una sociedad innovadora adoptar una actitud puramente negativa frente al riesgo. Por el contrario, el sociólogo británico opina que es probable que haya que ser más audaces que cautelosos en el terreno de la ciencia y la tecnología.

El triunfo apoteósico del capitalismo en 1989-1991 no resolvió ninguno de los grandes problemas de la humanidad. Por el contrario, potenció la aparición de nuevos problemas. La globalización, vendida como un período de paz universal, basado en la extensión ilimitada del libre comercio, dio paso a un recrudecimiento de los conflictos bélicos y a la reaparición de la amenaza de una guerra nuclear. El orden y el progreso dan paso al riesgo manufacturado. Todo ello obliga a repensar la concepción del capitalismo y a revisar, nuevamente, el aporte de la ciencia de la sociedad (de las ciencias sociales, si lo prefiere quien lee estas líneas).

 

Balvanera, jueves 20 de junio de 2024


NOTAS:

[1] Giddens, A. (1999). Runaway World: How Globalization is Reshaping Our Lives. London, UK: Profile. Hay traducción española de Pedro Cifuentes: Giddens, A. (2000). Un mundo desbocado: Los efectos de la globalización en nuestras vidas. Madrid, España: Grupo Santillana. 109 p. (Pensamiento).

[2] El capítulo 2 se titula “Riesgo” y abarca las pp. 33-48 de la obra.


domingo, 30 de octubre de 2022

GIDDENS Y EL GRAN DEBATE SOBRE LA GLOBALIZACIÓN (2001)

 

Refugiados en Irak


Anthony Giddens (n. 1938) ocupa un lugar importante en la sociología de la segunda mitad del siglo XX. Por supuesto, ocupar un lugar importante no es sinónimo, a priori, de calidad y/o valor científico de la obra. En este punto tiene validez absoluta el principio metodológico cartesiano, “dudar de todo”. Hecha esta advertencia, corresponde decir que es conveniente leer a Giddens, ya sea en su faceta de sociólogo académico, como en la de consejero de Tony Blair (n. 1953) y promotor de la “Tercera Vía”. Es más, me atrevo a decir que es más importante este último aspecto de su obra (sin quitarle méritos a su producción académica), porque éste representa una intervención en la política concreta, algo que defendemos a capa y espada aquí en Miseria de la Sociología. La sociología, desgajada de la política, es un árbol seco, que merece ser derribado sin miramientos. 

Presentamos a continuación una ficha sobre la conferencia pronunciada por Giddens el 19 de noviembre de 2001 en Valencia, España. La institución organizadora fue la Fundación Cañada Blanch.

El texto tiene carácter popular y presenta interés porque en ella Giddens canta una loa de la globalización, tal como se acostumbraba en la década de 1990, pero advierte los presagios ominosos derivados de los atentados del 11 de septiembre de 2001. El autor, defensor fervoroso de la globalización se anima a plantear que, a pesar de todo, “algo huele a podrido en Dinamarca”. Para nosotros, lectores de 2022, puede resultar provechoso comparar las evaluaciones y pronósticos de Giddens con las realidades actuales. Por lo general, las crisis (y estamos entrando en una etapa de crisis mundial pocas veces vista) no se llevan bien ni con los pronósticos ni con las profecías.

Referencia:

Giddens, A. (2001). El gran debate sobre la globalización. Pasajes, (7), 62-73. Traducción de Carlos Subiela.


Giddens abre la conferencia formulando una caracterización de la globalización. En su opinión se trata del “debate más importante que se está produciendo en las ciencias sociales, y más allá de ellas, hoy en día.” (p. 63)

El término pasó de ser apenas utilizado a mediados de la década de 1980

“a estar presente en todas partes en un período de tiempo notablemente corto y se podría decir que es el término de las ciencias sociales con más éxito en los últimos tiempos porque no se me ocurre otro concepto científico-social que haya penetrado tanto en el discurso popular y en tan poco tiempo.” (p. 63)

Ahora bien, la omnipresencia del término no significa que sea comprendido. Por lo tanto es preciso explorar qué significa o, para ser más exactos, cuáles son sus diversos significados.

Giddens afirma que desde hace décadas se viene desarrollando el gran debate sobre la globalización, en el que pueden distinguirse dos etapas:

a) Debate entre académicos en torno a si el término globalización indica o no un cambio histórico real. Los escépticos de la globalización argumentaban que no había cambios sustanciales entre nuestra época y el pasado en términos de integración real. Sin ir más lejos, a finales del siglo XIX había mercado abierto, comercio en divisas por todo el mundo, migraciones masivas, etc. El debate se saldó, investigación empírica mediante, con la derrota de los escépticos. La opinión dominante sostiene que el siglo XIX fue la primera época de la globalización y que hoy estamos en la segunda, mucho más abarcadora y dinámica que la primera.

b) Debate entre académicos, pero también entre personas que salen a movilizarse en contra de la globalización (ejemplo: reunión de la OMC en Seattle, 1999). El eje de la discusión es el significado de la globalización y cuáles son sus consecuencias. Se trata de una batalla política.

La conferencia de Giddens se sitúa, deliberadamente, en esta segunda etapa del debate. El autor enfatiza que el debate contiene un error, común a partidarios y adversarios de la globalización. Ambos la consideran un fenómeno esencialmente económico: “La ven primordialmente en términos de expansión de los mercados mundiales y en particular del papel de las instituciones financieras globales en un mercado mundial en expansión.” (p. 64) Es cierto que se asiste a una aceleración del impacto global de los fenómenos económicos; hay una integración creciente de la economía mundial, aunque fuertemente regionalizada. Por ejemplo: la Unión Europea comercia básicamente consigo misma, tiene poco intercambio con los países en vías de desarrollo. O sea, “no hay un sistema completamente integrado, pero sin duda ha habido una aceleración a nivel económico.” (p. 65)

Pero el punto fundamental es que la globalización no es un fenómeno exclusivamente económico (ni sus fuerzas impulsoras son únicamente económicas). La globalización es política, cultural y social.

La diferencia decisiva entre nuestra época y las anteriores radica en el cambio experimentado por las comunicaciones. “La revolución de las comunicaciones es la principal fuerza impulsora de la mayor interdependencia que es característica de nuestra época” (p. 65) El hito en la revolución actual de las comunicaciones se encuentra a finales de la década de 1960, cuando se estableció por primera vez sobre la Tierra un sistema efectivo de satélites. Por primera vez en la historia humana se hizo posible la comunicación instantánea de un extremo a otro del planeta. Ello se aceleró con el maridaje de la tecnología de las comunicaciones y los ordenadores.

Giddens sostiene que la causa de la caída de la URSS fue el impacto de la revolución de las comunicaciones: “la Unión Soviética no podía competir económicamente y su sistema político se quedó obsoleto respecto del sistema mucho más fluido y dinámico que el impacto de las comunicaciones globales más o menos nos impone.” (p. 65)

La globalización no tiene una causa única; tampoco provoca un único efecto. Entre sus efectos:

a) Aleja de la nación, pues debilita a los Estados.

b) Impulsa y genera nuevas fuerzas para la identidad local.

c) Crea nuevas regiones, que a veces atraviesan las fronteras de las naciones.

Las personas no son receptores pasivos de la globalización, sino que “todos somos agentes” de ella (por ejemplo, al utilizar Internet). Supone la transformación de las instituciones (grandes y pequeñas), pero también de la vida personal; cambia la soberanía de las naciones, pero también cambian estructuras muy importantes y profundas de la vida cotidiana. La globalización está transformando la familia, la posición de las mujeres en la sociedad.

“El fundamentalismo, el auge o algunas formas de fundamentalismo, especialmente de índole religiosa, está motivado por la oposición a la emancipación de las mujeres, está impulsado por el síndrome de odio a las mujeres, por un deseo de volver al estado de cosas anterior, tradicional.” (p. 67)

En síntesis, ¿qué es la globalización?

“Si la entendemos en términos sociológicos, la forma más sencilla es la siguiente: «La globalización, la definición más simple de globalización, es interdependencia». Globalización significa interdependencia creciente con gente que vive a muchos kilómetros de nuestro ámbito habitual, pero esa creciente interdependencia ha transformado la mayoría de nuestras instituciones. La globalización representa una especie de cambio estructural de nuestras instituciones básicas que van desde la familia y la vida económica hasta la soberanía de las naciones y las mismas instituciones transnacionales.” (pp. 67-68)

Respecto al movimiento antiglobalización:

a) Los que salen a protestar a las calles se definen como antiglobalización. Esta postura no es coherente, dado que la globalización alude a un conjunto complejo de fenómenos, que no se pueden rechazar en bloque pues no se puede volver atrás. b) El movimiento antiglobalización es, en sí mismo, un movimiento global, que opone a la globalización desde arriba, efectuada por las grandes corporaciones multinacionales, la globalización desde abajo, en la que juegan un papel significativo las ONG.

b) El movimiento antiglobalización sostiene que la globalización está dominada por las grandes corporaciones. El dominio del mercado sobre nuestras vidas y nuestras sociedades amenaza con destruir la cultura cívica y los derechos democráticos. Giddens sostiene que hay que escuchar esta crítica:

“porque creo que es correcto decir que una buena sociedad no es aquella que está demasiado dominada por las fuerzas del mercado. Una buena sociedad no es aquella donde el poder de las grandes empresas es demasiado fuerte. Si permitimos que nuestra sociedad, en Occidente o en cualquier parte del mundo, esté dominada en exceso por las fuerzas del mercado, tendremos mucha desigualdad, tendremos mucha inseguridad y se producirá una mercantilización de valores que deberían quedar al margen del mercado.” (p. 69)

Una buena sociedad debe asentarse en el equilibrio entre tres componentes: mercado competitivo y eficiente; gobierno ágil, efectivo y democrático; sociedad civil desarrollada. Agrega que la tarea de nuestra época es construir una “sociedad civil global”.

c) Los manifestantes antiglobalización sostiene que la globalización es un proyecto de Occidente, que implica sólo ⅕ de la población mundial, y que está produciendo mayor desigualdad en el mundo. Giddens señala que no es posible afirmar de manera concluyente que hay mayor desigualdad, sino que se trata probablemente de lo contrario. La única manera de superar la desigualdad es el crecimiento económico. En este punto dice que “la globalización no puede ser dirigida exclusivamente por el mercado” (p. 71)

En conclusión, “la batalla del siglo XXI en gran medida será una batalla entre el fundamentalismo por una parte y una sociedad cosmopolita mundial por otra.” (p. 72)

En este sentido,

“El fundamentalismo no tiene realmente que ver con lo que se cree, sino con por qué se cree y cómo es la relación con los que tienen creencias diferentes. El fundamentalismo, en mi opinión, no se limita a la religión. Puede haber fundamentalismo étnico, fundamentalismo nacionalista y hemos visto los efectos de estas formas de fundamentalismo en la ex Yugoslavia y otras partes del mundo en los últimos años. El fundamentalismo es la afirmación de que sólo hay una forma de vida que es correcta y adecuada y que todo lo demás ha de ser erradicado o pisoteado.” (p. 72)

Lo opuesto al fundamentalismo es la “tolerancia de la identidad múltiple”. Opina que la Unión Europea está produciendo esa sociedad cosmopolita.

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 muestran los riesgos que debe afrontar la continuidad de la globalización: “Si no conseguimos crear una sociedad global cosmopolita en esta época marcada por la interdependencia, no seremos capaces de controlar las fuerzas divisorias y peligrosas que ha desencadenado la globalización.” (p. 73)

Las última cita del texto resulta particularmente ominosa en 2022. La globalización capitalista ha provocado (¡no podía ser de otra manera!) un salto gigantesco en el desarrollo de las fuerzas productivas y, a la vez, una profundización de las tensiones económicas, sociales y políticas. No hay fin de la historia, sino historia sin fin…

 

Villa del Parque, domingo 30 de octubre de 2022


sábado, 22 de septiembre de 2012

DEMOCRACIA Y CAPITALISMO SEGÚN EL PROGRESISMO ARGENTINO: NOTAS A UN ARTÍCULO DE ATILIO BORÓN (II)


En la nota anterior hicimos referencia a la tesis de Borón acerca de la existencia de una incompatibilidad entre el neoliberalismo y la democracia. Esta tesis descansa en una particular concepción de la democracia y del capitalismo, que es propia del progresismo.

El capitalismo es una forma de organización social basada en la propiedad privada de los medios de producción y en el trabajo asalariado. Gracias a la propiedad privada, la burguesía explota a los trabajadores, apropiándose de manera gratuita del plusvalor generado en el proceso de trabajo. La explotación de la clase trabajadora (la apropiación de plusvalor) es el mecanismo por el cual la burguesía produce y reproduce su poder social. A diferencia de las clases dominantes propias de formas de organización social anteriores, la burguesía sólo emplea la violencia directa contra el conjunto de la clase trabajadora de manera excepciona. En condiciones normales, ejerce su dominación por medio de la “coerción económica”; desprovistos de medios de producción y envueltos en una sociedad mercantil en la que todo se compra con dinero, los trabajadores se ven compelidos por la fuerza de la necesidad a vender su fuerza de trabajo en el mercado a cambio de un salario. Mientras que en otras sociedades el Estado era indispensable para extraer el excedente de los productores, en el capitalista puede permanecer de manera aparente al margen de la explotación, pues la misma cobra la apariencia de un asunto privado, fruto del acuerdo entre empresarios y trabajadores, rubricado en un contrato. De este modo, se esfuma parcialmente el carácter de instrumento de dominación que posee el Estado en cuanto tal.

A pesar de su carácter esquemático, la descripción presentada en el párrafo precedente es fundamental para comprender la naturaleza de la relación entre capitalismo y democracia. La omnipotencia del empresario en el proceso de producción (él decide qué, cómo y en qué cantidad se produce) es la contracara de la supuesta neutralidad del Estado en los conflictos sociales, argumento esgrimido al momento de defender su carácter de “árbitro” en los mismos. La distinción entre lo público y lo privado, propia del capitalismo, encuentra su basamento en la dictadura del empresario en el lugar de trabajo. Trasladada la explotación al ámbito de lo privado, lo público se constituye como ámbito de la “libertad”. Esta “libertad” es funcional a la dictadura capitalista, pues su presencia anula el carácter político de la dominación capitalista en el lugar de trabajo. Marx expresa esto al aludir a “la doble liberación del trabajador” bajo el capitalismo. En ese sentido, cabe decir que la democracia brota de las entrañas mismas del capitalismo, y que la democracia es tanto más profunda cuanto es más sólida la explotación de los trabajadores.

Capitalismo y democracia no son incompatibles: la democracia capitalista es la garantía más sólida de la profundización de la explotación capitalista, entendida esta última en los términos en que la hemos definido más arriba.

Borón pasa por alto las consideraciones que hemos formulado en los párrafos precedentes. Para defender su tesis de la incompatibilidad entre capitalismo y democracia, Borón se ve obligado a efectuar una seria de reducciones. La primera de ellas consiste en reducir el capitalismo a “los mercados”. No es casual que el apartado del artículo dedicado a analizar la incompatibilidad entre capitalismo y democracia se titula precisamente “Mercados y democracia. Cuatro contradicciones” (p. 104).

Borón caracteriza a la globalización como un período de “auge de los mercados” (p. 104). Más en detalle: “la naturaleza de los mercados, las clases y las instituciones económicas del capitalismo cambió extraordinariamente a lo largo del último medio siglo” (p. 118).

¿En qué consisten los cambios experimentados por el capitalismo entre 1950 y 2000?

Borón afirma que: “Los mercados se han vuelto crecientemente oligopólicos, su competencia despiadada, y la gravitación de las firmas planetarias es inmensa. Además se proyectan en una dimensión planetaria.” (p. 118). O sea, su definición de la globalización gira en torno a la consideración del mercado como el nivel privilegiado del análisis, y al reconocimiento de que las empresas transnacionales (ETN a partir de aquí) se han convertido en los factores decisivos en la economía capitalista.

Borón remarca el peso adquirido por las ETN en la economía mundial, y el impacto político del mismo: “Nos importa, ante todo, señalar la magnitud del desequilibrio existente entre el dinamismo de la vida económica – que ha potenciado la gravitación de las grandes firmas y empresas monopólicas en las estructuras decisorias nacionales – y la fragilidad o escaso desarrollo de las instituciones democráticas eventualmente encargadas de neutralizar y corregir los crecientes desequilibrios entre el poder económico y la soberanía popular en los capitalismos democráticos.” (p. 119; la cursiva es mía). Más aún: “En virtud de estas transformaciones, los monopolios y las grandes empresas que «votan todos los días en el mercado» han adquirido una importancia decisiva (…) en la arena donde se adoptan las decisiones fundamentales de la vida económica y social.” (p. 120). “…las empresas transnacionales y las gigantescas firmas que dominan los mercados se han convertido en protagonistas privilegiados de nuestras débiles democracias.” (p. 121). Para Borón, las ETN que dominan los mercados se han vuelto más poderosas que los Estados, y son ellas las que toman las decisiones fundamentales de la vida económica, social y política. La explicación es seductora y resulta atractiva para el progresismo, pues permite imaginar al capitalismo como un sistema gobernado por una “mesa chica” de ETN (las “corporaciones” tan caras a nuestro discurso progresista). Las teorías conspirativas se sienten en su salsa en este escenario. Los “malos” pueden ser identificados y todos contentos. No obstante, cabe acotar que, como ocurre al momento de fundamentar el carácter de la globalización, Borón aporta muy pocas pruebas de sus lapidarias afirmaciones. En el artículo analizado, hay apenas algunos datos comparativos sobre el tamaño de las ETN y el PBI de varios Estados (p. 119).

“El predominio de los nuevos leviatanes en esta «segunda decisiva arena» de la política democrática, que es la que verdaderamente cuenta a la hora de tomar las decisiones fundamentales, confiere a aquéllos una gravitación fundamental en la esfera pública y en los mecanismos decisorios del Estado, con prescindencia de las preferencias en contrario que, en materia de políticas públicas, ocasionalmente pueda expresar el pueblo en las urnas.” (p. 121). El camino que va desde la centralidad del mercado y la hegemonía del capital financiero hasta la entronización de las ETN como sujetos decisivos de la economía capitalista, termina conduciendo a una teoría conspirativa del capitalismo, que postula que las políticas estatales son dictadas por los “leviatanes” (las ETN). La globalización no sería otra cosa que la expresión de la voluntad de estas empresas. Cabe decir que este argumento, desarrollado por el progresismo durante la década del ’90, se modificó en su forma, pero no en su esencia, en la primera década del siglo XXI.  Así, por ejemplo, el “kirchnerismo” afirmó repetidas veces que su enemigo eran las corporaciones, planteando que existía un antagonismo entre éstas y la reafirmación de la acción estatal. Tanto en uno y otro caso, las interpretaciones progresistas niegan el carácter de clase del Estado, atribuyéndole a las ETN (hoy las corporaciones) todos los males del mundo. Según este punto de vista, el capitalismo no es una totalidad, una forma de organización social total, sino que es un rejuntado de lógicas individuales, entre las que priman las de las ETN. Para lograr esto es preciso dejar de lado el nivel de la producción. En otras palabras, se deja de lado la explotación de la clase obrera por la clase capitalista y se pasa al terreno gelatinoso de la “maldad” y /o el “egoísmo” de las corporaciones. El lector imaginará ya que clase social se beneficia con la adopción de esta concepción de la sociedad…

“La fenomenal aceleración experimentada por la velocidad de rotación del capital – gracias al desarrollo de la microelectrónica, las telecomunicaciones y la computación -  (…) Por una parte, (…) estas modificaciones en el desarrollo de las fuerzas productivas tuvieron una influencia considerable (…) a la hora de definir la pugna hegemónica en favor del capital financiero y en desmedro de los sectores de la burguesía más ligados a la producción de bienes y servicios, revirtiendo de ese modo el resultado que había cristalizado en la fase de la inmediata posguerra.” (p. 118). A la caracterización de la globalización formulada en el párrafo anterior hay que agregarle, pues, la hegemonía del capital financiero sobre la burguesía industrial. Hay que decir que Borón es muy parco al abordar esta cuestión, a punto tal que no vuelve a tratar el tema en el resto del artículo. La resolución de la supuesta pugna hegemónica entre capital financiero y capital industrial se despacha con el pasaje citado.

La teoría de Borón sobre la globalización puede ser resumida así: la nueva etapa del capitalismo se caracteriza por el predominio del capital financiero sobre el capital industrial y por el dominio de las ETN sobre los Estados.

Ahora bien, hasta donde sabemos, el capitalismo es una forma de organización social estructurada en torno a la apropiación por la burguesía del plusvalor generado por la clase trabajadora. Suena antiguo, pero ninguna “revolución cultural” ha conseguido modificar este dato de la realidad. La fuente primordial del poder capitalista se encuentra en el nivel de la producción, entre otras cosas, porque sin plusvalor no hay capital ni dominación capitalista. Suena simple, y probablemente sea esquemático, pero lo simple es lo más difícil de aprehender en el campo de la teoría social.  

Decir que se ha producido un desplazamiento del poder desde el capital industrial hacia el capital financiero implica oscurecer el papel de la producción en la constitución de la sociedad capitalista. Implica dejar de lado, como cosa secundaria, aquello que la mayoría de las personas hacen la mayor parte de sus vidas, que es trabajar.

El argumento de Borón parece impresionante y cuenta con muchos adeptos en estos tiempos que corren. El capitalismo ha sido corrompido por la especulación desarrollada a partir de la hegemonía del capital financiero, y se trata de volver a su pureza virginal, encarnada por el capital industrial. Sin embargo, por mucho que se esfuerce Borón, un peso depositado en un banco no se reproduce a sí mismo por el mero hecho de estar depositado allí. El dinero no engendra dinero, no se fecunda a si mismo. Para poder multiplicarse, requiere ser incorporado al ciclo del capital productivo. Si esto no ocurre, no hay capital financiero que valga. A lo sumo, si se crea dinero “ficticio”, las crisis con su tendal de destrucción de fuerzas productivas, se encargan de poner las cosas en orden. Nada nuevo bajo el sol, pero Borón deja prolijamente de lado estas cuestiones.

Para hacerse una idea del significado político de la teoría defendida por Borón es conveniente revisar su descripción de la impotencia política de los trabajadores bajo el imperio de la globalización: “Los trabajadores podrán organizar huelgas, invadir tierras, ocupar fábricas y sitios urbanos, y casi invariablemente la respuesta oficial oscilará entre la represión y la indiferencia, pero pocas veces será el temor.” (p. 121). Borón sitúa las causas de dicha impotencia en el nivel del mercado, en la omnipotencia de las ETN que dominan los mercados y en el predominio del capital financiero. Y deja de lado las derrotas que profundizaron la debilidad de la clase obrera en el nivel de la producción. En un sentido, en la teoría de la globalización planteada por Borón, los trabajadores aparecen un una posición de exterioridad frente al centro de la sociedad, que es el mercado.

En la nota siguiente examinaremos las consecuencias políticas de la concepción de la globalización defendida por Borón.

Buenos Aires, sábado 22 de septiembre de 2012