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miércoles, 26 de diciembre de 2012

APUNTES SOBRE LA ECONOMÍA POLÍTICA DEL PROGRESISMO ARGENTINO


“Cuando rajés los tamangos
buscando ese mango
que te haga morfar...
la indiferencia del mundo
-que es sordo y es mudo-
recién sentirás.”
Enrique Santos Discépolo

En otras oportunidades dediqué entradas de este blog a comentar artículos del economista y periodista Alfredo Zaiat. Más allá de que Zaiat es una rara avis del periodismo económico, pues suele abordar problemas fundamentales recurriendo (y citando) a la bibliografía especializada, y porque procura debatir la argumentación del adversario, sus artículos presentan un interés adicional, pues exponen de manera “popular” los lineamientos principales de la política económica del “kirchnerismo”.

Zaiat puede ser considerado como un exponente del progresismo en economía. El progresismo es aquella corriente política e ideológica que acepta al capitalismo como su horizonte intelectual, pero que se propone “organizarlo” y/o “humanizarlo”. Cuando se produjo el agotamiento del régimen de acumulación de capital conocido como “neoliberalismo” (agotamiento que en la Argentina se experimentó de manera particularmente aguda en 2001-2002), el progresismo tomó la posta y fue creando las condiciones para el surgimiento de un nuevo régimen de acumulación, que se apoyaba en los “logros” de la década menemista (flexibilización laboral, concentración de la producción, privatizaciones), pero adaptándolos a las nuevas realidades del mercado mundial y a los límites impuestos por la rebelión popular de 2001.

Como es lógico, Zaiat defiende con tesón las políticas económicas del “kirchnerismo”. En su artículo “Inflación y empleo”, publicado en la edición del 9 de diciembre de 2012 de PÁGINA/12, se dedica a plantear la cuestión de cuál es el principal problema de la economía argentina. Su argumento gira en torno a la inflación y el empleo, y termina concluyendo que la temática del empleo constituye el problema principal de la economía. 

No es mi objetivo realizar una discusión económica del argumento de Zaiat. Considero más interesante discutir los supuestos políticos de su propuesta de política económica, pues estos supuestos expresan cabalmente los rasgos principales del progresismo en economía.

Para empezar, corresponde situar la argumentación de Zaiat en su contexto concreto. Para ello, nada mejor que sus propias palabras. Según nuestro autor, la inflación representa un problema más (no el más importante) “para quienes no se incorporaron al mercado laboral, que aún sigue fragmentado, por la existencia de una tasa de desocupación del 7,6 por ciento, de subocupación del 8,9 por ciento y de empleo informal de 33,8 por ciento”. 

La primera herramienta para comenzar a comprender la economía es saber sumar y restar. Siguiendo a Zaiat, resulta que el 50,3% de los trabajadores argentinos padece importantes problemas con el empleo. En otras palabras, luego de casi una década de crecimiento económico ininterrumpido, la mitad de los trabajadores tienen una relación precaria o muy precaria con el empleo. Esta constatación dice mucho acerca del poder de los distintos actores sociales en la Argentina, pero nuestro autor omite cualquier referencia al balance del poder político de las distintas clases sociales en nuestro país. Esta omisión sirve de pilar y/o refuerza la idea implícita de que el Estado representa el interés general y de que su objetivo es preservar “la paz social”.

Zaiat utiliza los datos de precariedad laboral para afirmar que la política centrada en la generación de empleo es más importante que aquella tendiente a contener la inflación. Si la mitad de los trabajadores argentinos sufren de precarización, subocupación y/o desocupación, esto significa que para ellos se vuelve más acuciante la cuestión de tener un empleo estable que la cuestión del aumento de los precios. Zaiat, quien probablemente hace tres comidas al día y no tiene problemas de empleo, deja de lado el hecho de que los precarizados, subocupados y/o desocupados también precisan comer (aunque difícilmente hagan las tres comidas al día de Zaiat), y que esto se les dificulta cada vez más en la medida en que siguen subiendo los precios de los alimentos. Nuestro economista prefiere pasar de largo, en buena medida porque el progresismo ha naturalizado (es verdad que en varios casos a regañadientes) la desigual distribución del ingreso en nuestra sociedad, y el hecho de que los “pobres” coman menos, se vistan peor y no puedan acceder a cuestiones elementales de higiene, pasa a formar parte del paisaje para nuestros progresistas. Para el progresismo es fácil mentar la necesidad de una mejor distribución del ingreso, pero tiende a volverse oscuro como la suerte del pobre al momento de plantear medidas concretas para modificar dicha distribución en términos reales.

La economía política progresista ha descartado la posibilidad de construir una forma de organización social distinta del capitalismo. Esta posibilidad ni siquiera es contemplada como utopía; de hecho, para la economía progresista la utopía es alguna forma de capitalismo “organizado” y no el socialismo. En esto hay una aceptación acrítica del balance de fuerzas resultante de las derrotas experimentadas por la clase trabajadora a nivel mundial en las décadas del ’70 al ’90. Si se tiene en cuenta esto, se comprende que para el progresista sólo existe el capitalismo, y que la explotación de los trabajadores es una característica natural del proceso económico. Sin explotación no habría “eficiencia”. Claro que los progresistas ni siquiera mencionan la palabra explotación, pues ella les trae problemas de conciencia. En todo caso, prefieren hablar de “injusticia” o de “desorganización” y/o “anarquía” del capitalismo. Pero, y por más que se adorne la cuestión, el progresismo se ve obligado a girar en torno a qué grado de explotación del hombre por el hombre es aceptable. Este es el corolario necesario de aceptar al capitalismo como el horizonte intelectual. 

Los progresistas toman nota de las derrotas y convierten aquello que es el resultado de la lucha de clases (siempre incierta, siempre indeterminada) en un resultado natural (en el único resultado posible: la victoria del capital). Ellos leen el proceso histórico que pasa por la dictadura militar de 1976, el alfonsinismo y su reconocimiento de la irreversibilidad de los cambios sociales y económicos promovidos por la dictadura, el menemismo y su exaltación del individualismo y del dinero, y dicen: “- Cambiar el mundo es imposible, pues todos los intentos por hacerlo llevan a la derrota. Hay que ser realista y entender que el capitalismo vino para quedarse. Hasta ahora todos los revolucionarios han procurado transformar al capitalismo, pero de lo que se trata es de aceptarlo y, a lo sumo, de organizarlo.” Claro que no es bueno andar por ahí proclamando verdades. Estamos en la época de lo “políticamente correcto” y nuestros progresistas prefieren disfrazar su negación a pensar algo distinto bajo las vestiduras de la “emancipación nacional y social”.

Zaiat expresa con claridad la tendencia esbozada en el párrafo anterior. Luego de reconocer la enormidad de que la mitad de la fuerza de trabajo en Argentina padece serios o muy serios problemas de empleo, plantea la cuestión en términos economicistas, dejando de lado el aspecto político de la cuestión: “Cuando la estrategia económica oficial ubica a la generación de empleo como primordial, para cumplir con esa meta, instrumenta una serie de iniciativas que, en gran medida, son de base inflacionaria. El dilema se presenta de la siguiente manera: minimizar el crecimiento de la economía sin resolver el frente laboral para tener una baja inflación, o alentar un firme crecimiento de la economía para atender el tema empleo generando presión sobre los precios.” O sea, el Estado, supuesto garante de un supuesto “interés general” tiene que optar entre promover la generación de más empleo o bajar la tasa de inflación. Ante este dilema, Zaiat sostiene, como ya señalamos, que el empleo tiene que ser atendido como tema prioritario, pues garantiza un mayor grado de “bienestar emocional” de las personas. Mientras tanto, los trabajadores “en negro”, los desocupados y los subocupados siguen sufriendo bajos niveles de felicidad.

Ahora bien y puesto que la felicidad es algo esquiva en estos tiempos que corren o tiende a concretarse en una serie de mercancías que pueden comprarse en un shopping, prefiero hablar un poco de política, retomando las cifras que Zaiat analiza tan despreocupadamente.
Todo aquel que ha trabajado en “negro”, o ha padecido la desocupación, sabe que encontrarse en estas condiciones implica estar en una situación de extrema debilidad al momento de buscar trabajo o al momento de aceptar las condiciones que imponen los empresarios en el trabajo mismo. Cuando se tiene un trabajo precario, o se es desocupado o subocupado, no hay derecho al pataleo. Estas situaciones suponen una profunda desigualdad política entre el trabajador y el empresario. La precariedad en la situación laboral refuerza el poder político que poseen los empresarios a partir de su control sobre los medios de producción. La precariedad, la desocupación y la subocupación son, pues, fuentes de ganancias extraordinarias para el capital, pues debilitan profundamente la capacidad de resistencia de los trabajadores. Constituyen un problema político fundamental, en la medida en que se entiende por política a las relaciones entre las distintas clases sociales de una sociedad. Claro que esto es invisible para los progresistas, quienes aceptan al capitalismo como horizonte natural de su pensamiento.

Así, por ejemplo, Zaiat sostiene que la inflación, con todos los inconvenientes que origina, expresa la mejoría de la situación de los trabajadores bajo el “kirchnerismo”: “El desarrollo de esa puja distributiva más que un problema es la expresión de vitalidad de la economía, de la intervención activa de dos protagonistas centrales de la sociedad (capital y trabajo) y de las resistencias estructurales a una mejora en el reparto de la riqueza. La inflación es una manifestación de la puja distributiva.” Hay que tener en cuenta que, según nuestro autor, “el aspecto notable de este período inflacionario es que, a diferencia de episodios similares pasados, los trabajadores formalizados y los jubilados no fueron los perdedores por el alza de precios porque los salarios y haberes no retrocedieron en términos reales. Las negociaciones colectivas permitieron negociar aumentos salariales por arriba de cualquier índice de inflación considerado. La suba de salarios, las paritarias y la creación de una importante cantidad de puestos de trabajo, en el marco de un crecimiento sostenido, mejoraron la situación relativa de los trabajadores formales. También fortalecieron a los sindicatos.”

En el párrafo anterior, Zaiat habla de “trabajadores formales”. Pero deja de lado el dato (presentado por él mismo) de que la mitad de los trabajadores no pertenecen a esa condición. La situación del movimiento obrero en la Argentina actual no puede entenderse si ignora el hecho fundamental de que la mitad de los trabajadores se encuentran en una situación laboral precaria y carecen de margen para discutir condiciones laborales y/o salarios. El crecimiento económico experimentado bajo el “kirchnerismo” requirió, entre otras cosas, de la debilidad política de los trabajadores, expresada en los elevados niveles de precariedad (y en la existencia de una enorme heterogeneidad de situaciones entre los trabajadores del sector formal). Esa debilidad política se construyó a partir de la fenomenal derrota del movimiento obrero en 1976 y de las transformaciones en las relaciones laborales llevadas adelante por el peronismo menemista en la década de 1990. No se trata, por cierto, del único factor que explica dicho crecimiento, pero “curiosamente” es un factor ignorado prolijamente por nuestros progresistas. La razón de esta “ignorancia” es simple: si la mitad de los trabajadores tienen que agachar la cabeza y aceptar lo que venga, no es factible pensar en ninguna “emancipación nacional y social” ni en la “profundización de la democracia”. Ninguna autonomía puede construirse sobre la explotación del hombre por el hombre. Reconocer el carácter político de la precariedad laboral supone reconocer que, lejos de ser el estado natural del ser humano, algo huele a podrido en el capitalismo. Significa, en fin, darse la posibilidad de buscar otros horizontes intelectuales distintos al capitalismo.

Zaiat reconoce que el capital y el trabajo son “dos protagonistas centrales de la sociedad”. Pero, fiel a la idea de que el capitalismo es el horizonte de todo pensamiento, concibe a la relación entre ambos como una articulación funcional, como algo necesario para llevar adelante el proceso productivo, en tanto que el Estado opera como el garante de los intereses generales, suprimiendo los abusos que puedan darse en dicha relación. La declamada “emancipación nacional y social” del “kirchnerismo” es, en el mejor de los casos, el intento de “organizar el capitalismo”. 

¿Qué el capitalismo implica necesariamente la explotación del hombre por el hombre? “- Es posible, dirán nuestros progresistas, pero sin capitalismo la economía naufraga y los pobres están peor que bajo la explotación capitalista”. Claro que quienes resuelven cuánta explotación puede soportarse son aquellos que hacen tres comidas al día y no ven a la existencia como una pelea cotidiana por sobrevivir.

Villa del Parque, miércoles 26 de diciembre de 2012.
12.

sábado, 7 de julio de 2012

LOS TRABAJADORES Y EL IMPUESTO A LAS GANANCIAS


“…para tener derechos, primero hay que cumplir con obligaciones, 
en este caso impositivas en función a la capacidad contributiva.
 Así se desarrollaron los contratos sociales
 de las sociedades modernas.”


El epígrafe que abre esta nota no fue escrito ni por un economista neoliberal ni por el inefable Mauricio Macri. Su autor es el periodista Alfredo Zaiat, quien se encarga de las cuestiones económicas en Página/12, diario que cumple las funciones de vocero del “kirchnerismo”. 

La frase en cuestión se encuentra en el artículo “Contrato social” (Página/12, sábado 1 de julio de 2012), donde Zaiat interviene en el debate sobre el impuesto a las ganancias aplicado a los salarios. El debate se enmarca en un contexto signado por un ascenso de las luchas obreras, cuya expresión han sido los paros del 8 de junio (CTA – Sector De Micheli) y del 28 de junio (CGT – Moyano). Tanto por el tema como por el contexto no se trata de un debate académico, sino netamente político.

No es nuestra intención presentar aquí las razones por las que el salario de los trabajadores no debe ser considerado ganancia. En nuestra opinión, esto ha sido explicado con toda precisión por el economista marxista Rolando Astarita en su nota “¿Impuesto a los salarios o las ganancias?”. En cambio, el objetivo del presente artículo es someter a discusión la concepción general de Zaiat sobre el sistema impositivo. Nada de lo que sigue es novedoso, pero resulta fundamental aclarar una y otra vez las cuestiones básicas
.
Volvamos a la frase del epígrafe. Zaiat invierte la relación entre derechos y obligaciones tal como la concebía el contractualismo (la corriente de filosofía política que proporcionó los argumentos filosóficos para las Revoluciones Burguesas de los siglos XVII y XVIII). Según esta concepción, los seres humanos poseen derechos por el mero hecho de ser seres humanos (los derechos naturales), y esos derechos preceden a cualquier forma de organización social. Es por ello que varios de estos filósofos (Rousseau es el caso más notorio) condenaron las monarquías absolutistas de la época, debido a que dichos regímenes no aceptaban los derechos naturales. Esta corriente de pensamiento ha ejercido una influencia enorme en el pensamiento político posterior, a punto tal que las constituciones de los distintos países parten del reconocimiento de toda una serie de derechos que no pueden ser violados o suprimidos por el Estado, pues son patrimonio de las personas por el mero hecho de ser personas.

Zaiat, probablemente sin advertirlo (es un tipo inteligente), adopta una posición contraria al pensamiento político de la Modernidad, y se encolumna, paradójicamente, en las filas del neoliberalismo. La política económica neoliberal tiene entre sus supuestos la tesis de que sólo los poseedores de dinero tienen derechos. Pague por tener. Los derechos son una mercancía para el neoliberalismo. Zaiat, quien en sus columnas sabatinas suele fustigar al neoliberalismo, adopta aquí uno de los principios de esta corriente. Veámoslo de este modo, quién no puede pagar sus impuestos: ¿tiene derechos? Si nos atenemos  a la frase del epígrafe, la respuesta es no. 

¿Cómo podemos explicar la posición adoptada por Zaiat?

La clave se encuentra en el mismo artículo que estamos comentando:

“En la discusión sobre el Impuesto a las Ganancias a los trabajadores en relación de dependencia intervinieron políticos, sindicalistas, trabajadores, comunicadores sociales y economistas del establishment. No fueron convocados a dar su opinión los que más saben del tema: los tributaristas y los contadores. Estos últimos se ocupan del aspecto técnico de la liquidación del impuesto, que la mayoría de los economistas ignoran porque nunca estudiaron esa materia. La omisión de la voz de los expertos ha provocado que el debate sea dominado por una sucesión de disparates conceptuales y técnicos.” (El resaltado es nuestro). 

El régimen impositivo de un país es una cuestión política antes que técnica. Si se entiende al Estado como un instrumento de dominación, que expresa en cada momento una determinada relación de fuerzas entre las distintas clases sociales de una sociedad determinada, el régimen tributario constituye la cristalización, siempre precaria, de un momento determinado de esa relación de fuerzas. Dicho en criollo: las clases dominantes modelan ese sistema tributario en función de sus intereses, y deben enfrentarse para ello a las clases explotadas. Basta mencionar que, por ejemplo, la Revolución Francesa tuvo su origen en la negativa de la burguesía a pagar nuevos impuestos para financiar los gastos del rey y de la Corte. Si hubiera sido por los expertos, el Tercer Estado (burguesía, campesinos, artesanos) todavía estaría pagando las fiestas de Luis XVI y María Antonieta. 

El llamado a escuchar a los expertos formulado por Zaiat se parece a las invocaciones periódicas de los economistas neoliberales acerca de que la economía tiene que estar en manos de los economistas (neoliberales), pues únicamente ellos saben lo que hay que hacer. Por supuesto, para aceptar esta concepción hay que renunciar, primero, al carácter político de la economía. 

Pero Zaiat va todavía más allá. No contento con plantear que para tener derechos hay que pagar primero, y que la política económica tiene que estar en manos de los técnicos, también iguala a los trabajadores con los empresarios. Nada de clases sociales u otras yerbas. Zaiat equipara en su artículo a los grandes propietarios del campo, el sector financiero, las grandes empresas y la dirigencia sindical de la CGT y de la CTA. Total, todo da lo mismo para nuestro autor. Ahora bien, para que todo sea lo mismo, es preciso dejar de lado el hecho de que los empresarios son dueños de los medios de producción, en tanto que los trabajadores están obligados a vender su fuerza de trabajo para subsistir. Este “pequeño detalle” es pasado por alto por Zaiat. De este modo, se empresarios y trabajadores pueden ser descriptos como igualmente insaciables, o como unos tacaños incurables que se niegan sistemáticamente a pagar más impuestos, desairando al pobre Estado que brega incansablemente por el interés general.

Una vez que nuestro autor ha reducido el tema impositivo a una cuestión técnica, y que también se ha ocupado de esfumar a las clases sociales, el régimen impositivo pasa a ser el producto de un “contrato” entre individuos.  Zaiat tendría que recordar que la noción de “contrato social” es propia de liberalismo, y que este liberalismo es una de las bases del neoliberalismo que nuestro autor dice combatir. Para el liberalismo clásico, independientemente de que, a diferencia de Zaiat, reconoce que los derechos humanos preceden a las obligaciones, la sociedad es un ente artificial en el cual lo verdaderamente importante son los individuos. Dichos individuos son definidos como seres egoístas, que procuran maximizar sus utilidades. Usar la expresión “contrato social” implica aceptar la ideología del liberalismo que, guste o no, es también la ideología de la burguesía. 

A través de todos estos malabares, el señor Zaiat, justifica la posición del gobierno frente al pago del impuesto a las ganancias por los trabajadores. 

Como indicamos más arriba, nada de lo expuesto aquí es novedoso, ni pretende serlo. Pero resulta importante hacer notar, una vez más, la enorme distancia existente entre la realidad del modelo de acumulación de capital promovido por el “kirchnerismo” y la prédica de aquéllos que conciben al “kirchnerismo” como un movimiento de “emancipación nacional y social”. Zaiat muestra, con la claridad que le es característica, que la defensa de dicho modelo de acumulación implica la aceptación de la ideología propia del capitalismo. 

Tal vez así se comprenda mejor la enorme coherencia de la presidenta Cristina Fernández cuando caracteriza sistemáticamente a las huelgas y demás protestas obreras como “chantaje”.

Buenos Aires, sábado 7 de julio de 2012