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jueves, 9 de enero de 2014

“MEJOR NO HABLAR DE CIERTAS COSAS”: LOS INTELECTUALES Y EL KIRCHNERISMO SEGÚN RICARDO FORSTER

Ricardo Forster escribe un artículo ("La cuestión Milani", Página/12, 5/01/2014) sobre el debate suscitado en torno  al ascenso de César Milani, actual jefe del Estado Mayor del Ejército argentino, al cargo de teniente general. Forster, devenido “filósofo oficial” del kirchnerismo, realiza la hazaña de intervenir en la discusión sin decir una palabra sobre el núcleo de lo que se está debatiendo. Ya sólo por esto podemos decir que se trata de un texto antológico. Pero su artículo presenta interés, además, porque expresa con precisión los límites de la intelectualidad progresista que adhirió al kirchnerismo.

Forster calla sobre Milani. No es que no tenga nada para decir. Simplemente considera innecesario hacerlo. Le basta con afirmar que los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández han realizado una tarea de “reparación” en el campo de los derechos humanos, la cual no tiene precedentes en el mundo. Eso, y la mención al pasar de que los cargos contra Milani son acusaciones que no han sido probadas en sede judicial, es lo único que nuestro filósofo se digna a darnos como opinión sobre el caso en sí. 

¿Por qué Forster, tan dado a escribir largos párrafos ininteligibles para el vulgo, considera innecesario hablarnos de Milani?

En este punto, nuestro filósofo es, por una vez, claro. El caso Milani forma parte de una disputa mucho más general, que se da entre quienes habitan el “reino de las ideas” y quienes moran en el “espacio de la política”. En otras palabras, de un lado están los intelectuales que anteponen la crítica y la discusión de principios; del otro, quienes anclan su reflexión en el terreno complejo de la política, donde hay que hacer concesiones y los compromisos están al orden del día. De un lado, los “principistas”; del otro, los “realistas”. De un lado, los intelectuales de café; del otro, los intelectuales que meten las patas en el “barro de la historia”. Como es obvio, Forster se ubica en el segundo grupo; los intelectuales kichneristas que se atrevieron a mostrar dudas en el tema Milani (por ejemplo, Horacio González), son clasificados en el primero.

Forster no habla de Milani porque escuchó decir que en política hay que hacer concesiones. La enormidad de designar a un militar sobre el que pesan acusaciones de complicidad en la desaparición de personas durante la dictadura es una de esas concesiones. Pero para Forster la cuestión es simple. La lógica política se impone sobre la lógica intelectual. Colorín colorado, este cuento se ha terminado. Hegel es un poroto al lado de nuestro maestro de la dialéctica.

Forster está hablando, en definitiva, de la relación entre la política y los intelectuales. Más concretamente, la relación entre el kirchnerismo y los intelectuales que le son afines. La forma en que Forster concibe el carácter de la relación deja en claro que espera el kirchnerismo de los intelectuales.

Los intelectuales pueden rumiar algún rezongo respecto a Milani. Pueden aludir a principios éticos, a la moral, etc. Pero no pueden cuestionar las razones políticas que motivan el ascenso de Milani. No pueden hacerlo porque la fijación de la política está a cargo de Cristina Fernández. Ella sabe lo que hay que hacer. En el límite, el intelectual sólo puede aplaudir los actos de gobierno, le gusten o no. Si le aprietan los zapatos, si le salen callos, debe sonreír. El zapato es bueno, por más que su pie le indique lo contrario. En el fondo, años de parlotear sobre el pluralismo, sobre la diversidad, sobre la expansión de la democracia, quedan reducidos a la consigna: “Subordinación y valor”.

Pero, ¿es posible acometer transformaciones estructurales recurriendo a la política de la “subordinación y valor”?

Si a Forster le interesara el socialismo, la única “anomalía” posible en tiempos de hegemonía mundial del capitalismo, la respuesta sería no. Pero está claro que el kirchnerismo no es socialismo, ni liberación ni nada que se le parezca. Es, ni más ni menos, un proyecto político dirigido a estabilizar la dominación del capital en Argentina, luego de la crisis de 2001. Alguna vez Perón dijo que “el bolsillo era la víscera más sensible en el ser humano”. Retomando a Perón, una forma de calibrar la naturaleza del proyecto kirchnerista consiste en evaluar las ganancias de los empresarios. Cuando se observa el período 2003-2013 puede verse que los empresarios fueron los grandes ganadores de la Argentina kirchnerista. Es por ello que no ha podido avanzarse ni en la reducción del trabajo informal ni de la pobreza. Si Forster piensa que aumentar las ganancias del empresariado significa oponer un modelo alternativo al “neoliberalismo”, allá él. La regla del bolsillo enunciada por Perón sigue vigente y ella no miente. “Lo que falta”, para usar una expresión tan cara a los progresistas que militan en el kirchnerismo, no es otra cosa que el resultado del funcionamiento del “modelo”.

En este contexto, cobra sentido la relación que propone Forster entre intelectuales y política. En una sociedad tan desigual como la nuestra, donde los ricos viven en barrios privados y los asalariados en barrios donde se corta la luz, los intelectuales pueden parlotear acerca de los principios. Pero no demasiado. En lo concreto, deben acatar las directivas de la conducción. La desigualdad no es buena amiga del debate sobre cuestiones concretas. La filosofía, tal como se desprende del artículo de Forster, cumple dos funciones: por un lado, sirve de adorno al poder, es decir, opera como un diccionario de donde puede extraerse lo políticamente correcto; por otra lado, aliena a muchos intelectuales, que, ya sea por obtener una colocación en alguna repartición estatal, o ya sea para avanzar en la carrera académica, se condenan a sí mismos a una genuflexión continua frente al gobernante de turno y frente a los lugares comunes del pensamiento progresista.

Es por todo esto que Forster se queda sin palabras frente al caso Milani. Es por eso, también, que prefiere ubicar la cuestión en el terreno abstracto del choque entre los “principios” y la “política”. Su rol de intelectual acostumbrado a las agachadas y la ingesta de sapos le impide pensar en el plano de la política concreta. Con el ascenso de Milani, el kirchnerismo puso al ejército en el primer plano de la política argentina. Ello no ocurría desde 1983. Y lo hizo recurriendo a un militar especialista en Inteligencia que participó activamente de la dictadura militar. Aquí no hay ninguna traición a los principios, salvo que se crea que el kirchnerismo encarnó alguna vez un camino de liberación social. Se trata, hablando en criollo, de que el modelo hace agua y de que, por tanto, la represión comienza a vislumbrarse en el centro de la escena. En un contexto de crisis económica, la extrema desigualdad existente en la sociedad argentina requiere de la represión para sostenerse.

Como diría el general, “la única verdad es la realidad”.


General Paz y Avenida San Martín, jueves 9 de enero de 2014

viernes, 17 de febrero de 2012

LOS INTELECTUALES KIRCHNERISTAS Y LAS MULTINACIONALES MINERAS

Pastiche. Imitación o plagio que consiste en tomar determinados
 elementos característicos de la obra de un artista y combinarlos, 
de forma que den la impresión de ser una creación independiente.
(Real Academia Española) 

La profunda crisis sufrida por la ideología neoliberal en 2001 abrió un resquicio para discutir la racionalidad del capitalismo. Sin embargo, la apertura de un nuevo espacio para el pensamiento no significa automáticamente que las ideas que se generen en él sean una superación del modelo anterior. Muchas veces, la necesidad de reemplazar las viejas ideas por otras nuevas termina dando origen a un pastiche, sobre todo cuando las relaciones sociales defendidas por la ideología en crisis no han sufrido ninguna modificación sustancial.

Ricardo Forster es un digno ejemplo de como el pastiche se ha convertido en la forma de pensamiento adoptada por los intelectuales progresistas que adhieren al "kirchnerismo". Dado que esta afirmación puede ser considerada exagerada, es conveniente dedicar algunos párrafos al análisis del artículo de Forster sobre la cuestión de las multinacionales mineras en Argentina, publicado en PÁGINA/12 (2).

Forster no dice nada novedoso respecto de las empresas multinacionales que explotan los recursos mineros de varias provincias argentinas. En un lenguaje enredado, que resulta una marca de fábrica de su escritura, termina afirmando que la tarea actual de "invención democrática" consiste en encontrar la "ecuación adecuada" que reúna "en un mismo movimiento la indispensable generación de riquezas –industriales y primarias–, la distribución equitativa, la preservación y expansión de los derechos y la protección del medio ambiente". Como veremos más adelante, las cosas son siempre un poco más complejas de los que parece y no suelen acomodarse a las intenciones de los intelectuales progresistas. Por el momento hay que registrar que Forster, en tanto intelectual partidario del "kirchnerismo", muestra perplejidad ante la represión desatada por las policías proviciales contra las manifestaciones populares en contras de las multinacionales mineras (3). 


La perplejidad de nuestro intelectual se revela en el siguiente pasaje: "Así como resulta absurdo, económica y políticamente, desconocer la historia y la proyección futura de la minería en un país que es atravesado de norte a sur por miles de kilómetros de cordillera, también resulta indispensable reconocer el derecho de los habitantes de esas geografías a ser partes activas a la hora de planificar y resolver estrategias de desarrollo que involucran directamente sus vidas y la de sus hijos. No hay soberanía territorial que no venga acompañada por la soberanía del pueblo, pero no entendida como unanimidad abstracta, sino como conjunción de diversidades. “Pruebas de fuego –escribe María Pía López– para los gobiernos populares, que deben refundar su legitimidad permanentemente en el ejercicio de una vasta conversación que se hace de conflictos, tensiones, discusiones y acuerdos. Nunca –salvo propicios y escasos momentos– de consensos unánimes. Por eso, las destrezas no deberían dedicarse tanto a la búsqueda de estas efímeras unanimidades –que conocimos en días de fiesta o de combate contra un enemigo exterior–, sino a la composición democrática de lo heterogéneo.” 

¡Qué problema! ¿Cómo hará la "invención democrática" para conciliar el apetito de ganancias de las empresas multinaciones mineras con los intereses de las poblaciones en las que se realizan las explotaciones mineras? ¿Cómo lograr la "composición democrática" de lo "heterogéneo"?

Forster no supera el estadio de la perplejidad y su reclamo de "invención democrática" muestra que no da pie con bola frente al problema. Es por eso que resulta más interesante abordar los supuestos de su planteo, pues el conocimiento de éstos permite comprender claramente los límites del progresismo kirchnerista (o, si se prefiere, de la "izquierda kirchnerista").


El sistema social imperante en nuestro país es el capitalismo. Una economía capitalista se basa en la división entre un grupo que posee la propiedad de los medios de producción y otro grupo que sólo tiene su fuerza de trabajo, estando obligados estos últimos a venderse en el mercado para obtener un salario y poder así subsistir. Esto genera la "heterogeneidad" a la que hace alusión Forster. Capitalistas y trabajadores son, pues, dos elementos fundamentales de la "diversidad" de la sociedad capitalista. Y no se trata de una división meramente funcional, sino que implica una radical desigualdad en el poder social de unos y otros. Más claro, quien está obligado a vender su cuerpo y/o su cerebro en el mercado laboral se encuentra en una situación de inferioridad frente al empresario. El sistema democrático se asienta sobre esta desigualdad, guste o no a los progresistas kirchneristas. La "invención democrática" requiere, por tanto, hacer frente a esta fuente primordial de desigualdad; dejar de lado a la diferencia entre empresarios y trabajadores es un buen indicador del nivel de sanata de un discurso político.


Forster se encuentra enfrentado, en el caso particular de las multinacionales mineras, al problema crucial de la democracia. Si la democracia es entendida como el gobierno del pueblo (y la inmensa mayoría del pueblo está compuesto por trabajadores asalariado), sólo puede ser realizada en la medida en que enfrente al capitalismo. Dicho de otro modo, el establecimiento de un régimen democrático consecuente requiere de la supresión del capitalismo, independientemente de que esta tarea sea extremadamente difícil o de los fracasos experimentados por los distintos proyectos socialistas en el siglo XX. Si el planteo parece abstracto, hay que decir que la dominación capitalista supone que la mayor parte de la vida de la inmensa mayoría de las personas transcurre en condiciones de dictadura, pues en el lugar de trabajo las decisiones acerca de qué, cómo y cuánto producir son tomadas de forma unilateral por el empresario. La democracia no entra en el lugar de trabajo. Volvamos ahora al artículo de Forster.


En una sociedad capitalista, es imposible unificar los intereses objetivos de capitalistas y trabajadores, salvo que se entienda por tal unificación el sometimiento absoluto del trabajador a las demandas de los capitalistas. (4). En el caso concreto de las multinacionales mineras, ¿cómo es posible unificar los intereses de la mayoría de la sociedad (los trabajadores) con los de los empresarios de las multinacionales mineras? Si se elige el camino capitalista (y a Forster no se le ocurre ninguna otra alternativa), la "invención democrática" elige dos vías, complementarias entre sí, para lograr "la composición democrática de lo heterogéneo": a) la negociación entre los Estados provinciales y las multinacionales mineras para que los primeros consigan una tajada mayor de la renta minera; b) los palos de las policías para "componer" (o descomponer) las cabezas de quienes no se resignan a que todo pueda ser comprado o vendido. Pero admitir esto es hablar con franqueza, y el progresismo kirchnerista se siente incómodo en esta situación. ¿Qué hace Forster? Realiza varias operaciones ideológicas para transformar un problema crucial de la democracia en una discusión estéril entre los aspectos "buenos" y los aspectos "malos" de la minería explotada por las multinacionales. 


En primer lugar, Forster parte del reconocimiento del carácter ineludible del capitalismo. Por supuesto, no puede ser franco en este punto y recurre a la frase "la indispensable generación de riquezas –industriales y primarias–". Ahora bien, ¿qué es "indispensable"? Puesto que nuestro sistema de producción es capitalista (y Forster no dice una palabra en contra del mismo), quiere decir que el capitalismo es indispensable para producir riqueza. El corolario: cualquier otro planteo es utópico o irracional.


En segundo lugar, la minería constituye un componente indispensable en esa produccion (capitalista) de riqueza. Otra vez Forster se ve obligado a emplear un lenguaje deliberadamente retorcido: "políticas de transformación económico-productivas que requieren de nuevas tecnologías y de emprendimientos extractivos, y sin las cuales es muy difícil imaginar la creación de riquezas socialmente distribuibles". Traducido al castellano corriente. Forster dice que las multinacionales mineras son indispensable porque aportan "nuevas tecnologías" y promueven "emprendimientos extractivos", imposibles de realizar por la siempre buscada (por los progresistas) "burguesía nacional".

En tercer lugar, los enemigos de las multinacionales mineras son vistos como "ecologistas o medioambientalistas", o sea, como una especie de ingenuos que no comprenden la totalidad del problema: "Ninguna corriente ecologista o medioambientalista puede resolver la ecuación, extremadamente compleja, entre creación de riquezas, disminución de la pobreza y distribución igualitaria si es que no se hace cargo de darle alternativas a sociedades que necesitan salir del atraso y de la dependencia; alternativas que no respondan a visiones regresivas y neoconservadoras, sino que puedan dar un profundo debate, de matriz humanista, sobre los vínculos entre producción, tecnologías, medio ambiente, inversión necesaria y sustentabilidad. Lo demás es falso virtuosismo incapaz de pensar la cuestión social o simple cinismo." Para Forster, "pensar la cuestión social" significa no sacar los pies del plato del capitalismo, y esto queda claro si se observa que en ningún momento llega a comprender que nuestra producción, nuestra tecnología, nuestra inversión, nuestro concepto de sustentabilidad, es capitalista. Es por ello que la "invención democrática para componer lo heterogéneo" termina por ser la peor forma de la utopía, esto es, la defensa de la desigualdad existente por medio de la apelación al perfeccionamiento de dicha desigualdad hasta llegar a una situación óptima.


A partir de lo todo lo anterior se comprenden cuáles son los límites de la "invención democrática" invocada por Forster. Puesto que se da por supuesta la necesidad del capitalismo y de las multinacionales mineras, todo su argumento se reduce al esforzado intento por convencer a los sectores populares de la imposibilidad de pensar una producción fuera de las condiciones del capitalismo. Dado que es preciso producir para distribuir, y que las multinacionales mineras son las únicas capaces de aportar tecnología a la producción minera, Forster reduce el problema al viejo tema de compatibilizar la búsqueda de ganancias por los capitalistas con una distribución que mitigue la desigualdad que esa misma producción genera. Ahora bien, Forster puede pensar lo que quiera sobre las multinacionales mineras y sobre la producción capitalista. Lo que no debe hacer es afirmar que las multinacionales mineras son un elemento indispensable para lograr "la emancipación nacional y social". A menos que su concepción de dicha emancipación sea un pastiche.


Buenos Aires, sábado 18 de febrero de 2012

NOTAS: 

(1) Ricardo Forster (Buenos Aires, 1957) es un filósofo y ensayista, integrante del grupo Carta Abierta, núcleo que reune a los intelectuales progresistas que adhieren al "kirchnerismo"

(2) El artículo se titula "La minería, la invención democrática y el desarrollo sustentable" y puede consultarse en:http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-187563-2012-02-14.html

(3) Forster escribe "se vuelve indispensable no sólo impedir que policías provinciales acostumbradas a actuar como capangas y como fuerza de choque de los poderosos repriman la genuina protesta de quienes tienen derecho a oponerse a la minería a cielo abierto –y esto más allá del indispensable debate en torno a su sustentabilidad o no–". Reconocer la existencia de la represión bajo el gobierno de Cristina Fernández no es poca cosa, sobre todo tratándose de un intelectual tan identificado con el "kirchnerismo" como Forster. Claro que, reflejos rápidos mediante, carga toda la responsabilidad sobre las policías provinciales pues, como sabemos, cuando hay un reparto generoso de palos sobre una manifestación popular el gobierno nacional se convierte en un ente metafísico, que flota por encima de los palos, balas de goma y gases lacrimógenos. Pero, dejando de lado esta minucia, el reconocimiento está.


(4) Marx, con su habitual lucidez, escribió hace mucho tiempo que "la verdadera definición de trabajador productivo consiste en lo siguiente: un hombre que no necesita ni exige nada más que lo estrictamente necesario para estar en condiciones de procurar a su capitalista el mayor beneficio posible." (Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, México D. F., Siglo XXI, 1997, tomo 1, pág. 215). Sin darse cuenta, muchos progresistas, al naturalizar al capitalismo, terminan por adherir a esta definición del trabajador.