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viernes, 15 de enero de 2021

RESEÑA: TORRE, J. C. LA VIEJA GUARDIA SINDICAL Y PERÓN




Ficha biográfica:

Juan Carlos Torre (n. 1940), sociólogo e historiador argentino, es autor de varios trabajos fundamentales sobre la historia del peronismo. Entre ellos se destaca La vieja guardia sindical y Perón: Sobre los orígenes del peronismo (1988), producto de una investigación iniciada en 1972 en el Instituto Torcuato Di Tella y terminada en 1982, tiempo signado por la derrota del proyecto político de Perón en 1973-1976, por la dictadura militar y por el exilio del autor en EE. UU., Francia, Brasil y Gran Bretaña. En enero de 1983 la investigación fue presentada como tesis de doctorado en la Ecole des Hautes Etudes de Paris, bajo la supervisión del sociólogo francés Alain Touraine (n. 1925). [1]

jueves, 14 de enero de 2021

RESEÑA: MATSUSHITA. MOVIMIENTO OBRERO ARGENTINO 1930-1945



Ficha bibliográfica

Matsushita, H. [1° edición: 1983]. (2014). Movimiento obrero argentino 1930-1945: Sus proyecciones en los orígenes del peronismo. Buenos Aires, Argentina: RyR. 480 p.

Ficha del autor:

Matsushita, Hiroshi (n. 1941). Historiador japonés, especialista en el movimiento obrero argentino. Licenciado (1965) y Máster (1970) en Relaciones Internacionales en la Universidad de Tokio. Doctor en Historia (Universidad Nacional de Cuyo); su tema fue el movimiento obrero y el peronismo. Profesor de Historia en la Universidad de Kobe (Japón); fue profesor visitante en Colombia, España y Argentina. Integrante de la Comisión Directiva de la Sociedad de Amistad Japón-Argentina.

Reseña:

El libro de Matsushita se ubica en el debate historiográfico y político sobre los orígenes del peronismo (el autor hace un resumen del mismo en la Introducción de la obra). La intervención de Matsushita en dicho debate se aleja de las interpretaciones clásicas de Gino Germani (el peronismo surgió como resultado de la manipulación por Perón de los obreros “nuevos”, provenientes de las migraciones internas desde las zonas rurales del país y carentes de experiencia política) y de Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero (el peronismo es el resultado de la participación de los obreros “viejos”, que habían liderado el MO hasta ese momento). [1]

Matsushita percibe un problema fundamental en las interpretaciones mencionadas: la simplificación de la continuidad de los procesos históricos. Germani afirma que existe una ruptura entre el MO anterior a 1945 y el posterior a esa fecha. Murmis y Portantiero, por su parte, acentúan las continuidades entre el MO pre-peronista y el MO peronista. La lectura de las Conclusiones (pp. 413-418) muestra las críticas de Matsushita a esos enfoques. Mientras que Germani deja de lado la participación del MO organizado en el surgimiento del peronismo, Murmis y Portantiero ignoran que “la relación entre el gobierno y el movimiento obrero cambió radicalmente a partir de mayo de 1944” (p. 417).

Matsushita se aboca a la reconstrucción de la evolución de la ideología del MO en el período 1930-1945. [2] En su opinión se trata de un aspecto que ha sido descuidado en los trabajos sobre los comienzos del peronismo. Si bien el libro trata superficialmente o deja de lado las luchas obreras (por ejemplo, la huelga de los trabajadores de la construcción en 1935-1936, dirigida por los comunistas) [3], el enfoque adoptado sirve para abandonar la idea de un MO pasivo, que se deja manipular por un coronel ambicioso y/o por el oportunismo de dirigentes que deciden pasarse a las filas del peronismo. Como todo suceso histórico, el 17 de octubre de 1945 constituye la amalgama de rupturas y continuidades. En este sentido, el surgimiento del peronismo es el resultado novedoso de un MO con larga historia y tradiciones ideológicas dinámicas.

En el capítulo I (pp. 41-81) el autor esboza los rasgos principales de las tendencias del MO en Argentina: anarquismo, socialismo, sindicalismo y comunismo. En el resto de los capítulos describe la evolución de estas tendencias hasta 1945, dedicando especial atención a las centrales obreras durante el período 1930-1945 (por ejemplo, la Confederación Sindical del Trabajo) y a los sindicatos más importantes (como la Unión Ferroviaria). 

El anarquismo dejó de tener importancia real bastante antes de 1930; el sindicalismo [4], por su parte, pasó a ser la ideología más influyente en el MO hasta 1935. El socialismo incrementó su influencia en la primera mitad de la década de 1930, en buena medida por la abstención electoral de la Unión Cívica Radical luego del golpe de Estado de 1930, que permitió que el Partido Socialista se convirtiera en la segunda fuerza en el Parlamento. El comunismo, por su parte, ganó peso en varios sindicatos en la segunda mitad de la década de 1930.

El tratamiento del sindicalismo tiene especial importancia. Esta corriente fue introducida en Argentina por disidentes del Partido Socialista (1903); en sus comienzos adoptó una postura revolucionaria, proponiendo la acción directa (la huelga) como método para enfrentar al capital y la independencia del MO respecto a los partidos políticos (esto incluía la desconfianza en el Parlamento). Matsushita muestra como el sindicalismo fue dejando de lado su postura revolucionaria para pasar a una actitud dialoguista con el Estado, sin abandonar la prescindencia política. El sindicalismo perdió el control del MO en diciembre de 1935, cuando se produjo el golpe “obrero” que puso al frente de la Confederación General del Trabajo al líder de la Unión Ferroviaria, secundado por los socialistas y comunistas. 

Matsushita señala que 1935 marcó la pérdida de influencia del sindicalismo “tradicional”, “que quería mantener la prescindencia política y al mismo tiempo negaba su colaboración con los partidos políticos” (p. 251). No obstante ello, persistieron varios elementos de ideología sindicalista, tal como éstos se habían plasmado hacia 1935: la concentración de la clase trabajadora en la lucha económica y la búsqueda de acuerdos con las autoridades gubernamentales. 

Matsushita pone la atención en dos procesos paralelos, cuyo desarrollo se acentuó a partir de 1935: a) el incremento de la conciencia nacional en la clase obrera, que derivó en el paulatino abandono de la lucha de clases y la incorporación de la defensa de la soberanía nacional y la industrialización (capítulo VII, pp. 253-293); b) el desarrollo de la politización (definida como “intento de participar en política” - p. 331) sin motivación ideológica del MO (capítulo VIII, pp. 295-343). El primero de estos procesos facilitó el ascenso del peronismo en el MO, al proporcionar un lenguaje común entre Perón y los trabajadores; el segundo proceso remite a los respectivos fracasos del Partido Socialista y del Partido Comunista en ganar la conciencia de los trabajadores. 

Matsushita dedica un apartado del capítulo IX (titulado “La relación entre los obreros y los Partidos Socialista y Comunista” - pp. 386-392-) a examinar las causas del fracaso de socialistas y comunistas en relación con el MO. Su argumento respecto al Partido Socialista puede resumirse así: “en el caso del Partido Socialista el problema radicaba en su debilidad estructural respecto al movimiento obrero. El Partido, de acuerdo con el principio de la independencia entre lo gremial y lo político, dejaba a los obreros socialistas actuar libremente en el campo sindical. (...) el vacío de liderazgo (...) ya existía aún antes de la guerra [se refiere a la Segunda Guerra Mundial]. Por lo tanto, cuando los directivos del Partido vieron un peligro en la política de Perón, carecían de autoridad para hacer objetar a sus afiliados las mejoras ofrecidas por Perón.” (p. 390-391).

Respecto al Partido Comunista, Matsushita apunta a la debilidad organizativa: “excepto en la FONC [Federación Obrera Nacional de la Construcción], no lograron organizar gremios que abarcaran una parte considerable de obreros en una rama de la industria. (...) La baja sindicalización de los gremios de la línea comunista se debe, en parte, a la persecución gubernamental, pero también a la alta movilidad que caracterizaba la sociedad argentina. Esa movilidad evidentemente no favorecía a los comunistas que se basaban en la teoría de la lucha de clases. Además, en los gremios de su línea, como pasó con los gremios de otros - o sea, del sindicalismo y del socialismo -, eran pocos los activos. De modo que cuando esos elementos fueron eliminados, disminuyó notablemente su influencia.” (p. 391).

Matsushita sintetiza su posición: “la causa del fracaso de ambos partidos en evitar la adhesión obrera a Perón, debe encontrarse más que en factores circunstanciales como la guerra, en la debilidad estructural y organizativa de ambos partidos, debilidad condicionada, en cierta medida, por la alta movilidad social que caracterizaba a Argentina.” (p. 392).

En definitiva, la irrupción triunfal del peronismo en el MO no obedeció a las habilidades del General ni a la manipulación estatal de una masa carente de cultura política. El MO argentino tenía cerca de 90 años de historia en 1945 y muchas de sus organizaciones contaban con varias décadas de actividad ininterrumpida. El triunfo del peronismo se explica, entre otras cosas, por las condiciones estructurales e ideológicas y por la actividad de Perón en 1943-1945. Matsushita indica una de las primeras: la movilidad social “fomentaba la tendencia a la lucha económica de los obreros, más que a la ideológica” (p. 392). Es un argumento poco convincente, pues no parece ser una situación excepcional en la experiencia internacional del MO; en todo caso la explicación debe articular ese factor estructural con otros factores. 

Matsushita se concentra en los factores ideológicos. A este respecto su tratamiento de la evolución del sindicalismo entre 1903 y 1943 resulta indispensable para entender como llegó el MO al golpe militar de 1943. El autor proporciona una imagen más realista de los objetivos y los métodos de los trabajadores, dejando de lado la épica fomentada por los socialistas y comunistas. Sin vueltas, la lectura de la obra es imprescindible para los interesados en la historia del MO argentino y del peronismo.



Villa del Parque, jueves 14 de enero de 2021


ABREVIATURAS:

MO = Movimiento obrero



NOTAS:

[1] La interpretación del sociólogo Gino Germani (1911-1979) sobre los orígenes del peronismo se encuentra en: Germani, G. (1966). Política y sociedad en una época de transición. De la sociedad tradicional a la sociedad de masas. Buenos Aires, Argentina: Paidós. La interpretación de los sociólogos Miguel Murmis (n. 1933) y Juan Carlos Portantiero (1934-2007) puede consultarse en: Murmis, M. y Portantiero, J. C. (1971). Estudios sobre los orígenes del peronismo. Buenos Aires, Argentina: Siglo XX.

[2] El análisis de Matsushita puede complementarse con la lectura de dos obras fundamentales para el conocimiento del MO argentino en la década de 1930: Campo, H. del. [1° edición: 1983]. (2005). Sindicalismo y peronismo: Los comienzos de un vínculo perdurable. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI Editores Argentina; Camarero, H. (2007). A la conquista de la clase obrera: Los comunistas y el mundo del trabajo, 1920-1935. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.

[3] Matsushita también dedica poca atención a las transformaciones estructurales de la economía y sociedad en el período 1930-1945. Hay que tener presente que durante este período se verificó el pasaje del modelo agroexportador al modelo de industrialización por sustitución de importaciones.

[4] El uso del término sindicalismo genera un problema, señalado oportunamente por del Campo en la obra citada en la nota 2. En esta reseña empleo el término del mismo modo que lo hace dicho autor: “[Sindicalista] es la denominación más habitual en la época, aunque en sus comienzos se llamó «sindicalismo revolucionario» y luego - menos frecuentemente y con un término que se presta a confusiones - «anarcosindicalismo». Sus militantes también recibieron de sus rivales el mote peyorativo de «sorelianos», sobre todo desde que Georges Sorel fue invocado por Mussolini como uno de sus inspiradores. Dado que las palabras «sindicalismo» y «sindicalista» también tienen en nuestro idioma una acepción más amplia, que abarca todo lo relativo a la actividad sindical, las usaremos en itálica cuando se refieran específicamente a esta tendencia ideológica y en tipos comunes cuando tengan el sentido amplio.” (Campo, H. del, op . cit., p. 25).


sábado, 15 de septiembre de 2018

FICHA: TORRE, JUAN CARLOS LOS SINDICATOS EN EL GOBIERNO 1973-1976 (1983): CAP. 2


Juan Carlos Torre (n. 1940), sociólogo e historiador argentino, es autor de varios trabajos fundamentales sobre la historia del peronismo y el movimiento obrero argentino. Entre ellos se destacan Los sindicatos en el gobierno 1973-1976 (1983) y La vieja guardia sindical y Perón: Sobre los orígenes del peronismo (1988).  Esta ficha es la segunda de una serie dedicada a presentar extractos y notas de lectura de la primera de dichas obras. En épocas de crisis es imprescindible pensar la realidad como un proceso, cuyas raíces se encuentran en la historia. Por cierto, esta afirmación no tiene nada de novedoso, pero conviene recordarla, sobre todo cuando se milita en organizaciones que intentan ser revolucionarias.

La ficha está dedicada al capítulo 2 de la obra, titulado “Los sindicatos ante el gobierno peronista: Mayo 1973 – Septiembre 1973” (pp.41-66). El núcleo del capítulo aborda la cuestión de los cambios ocurridos en el movimiento obrero a partir de la radicación del capital transnacional en la industria y su relación con el ascenso de las luchas obreras en 1969-1973.

Por último, trabajé con la siguiente edición de la obra: Torre, Juan Carlos. (1989). Los sindicatos en el gobierno 1973-1976. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina. Las secciones en que se divide la ficha corresponden a los distintos apartados del texto.

1.    Los líderes sindicales y Perón (pp. 41-48)

El Plan de Juan Domingo Perón (1895-1974) al regresar al poder en 1973 consistía en “construir un orden político capaz de poner bajo control las expectativas y las pasiones desatadas por casi dos décadas de frustración y discordia.” Para ello propuso un acuerdo político entre el PJ y la UCR; por otro, un Pacto Social entre los empresarios y los sindicatos. (p. 41).

El primer obstáculo en el plan de Perón era su propio movimiento. El ala política estaba acostumbrada a la proscripción, de ahí que le importaba poco la institucionalidad; el ala sindical buscaba recuperar terreno en la distribución del ingreso; las “formaciones armadas” (guerrilleros) no aceptaban fácilmente renunciar a la violencia. El segundo obstáculo era el carácter maltrecho de los partidos políticos y las asociaciones profesionales, con su representatividad cuestionada.

25/05/1973 = Héctor José Cámpora (1909-1980) asume la presidencia. Los sindicalistas veían al nuevo gobierno con desconfianza. El motivo principal era la actitud de Perón durante la campaña electoral: “En lugar de montar el que sería su retorno al poder sobre el movimiento obrero organizado, Perón había preferido hacerlo sobre los viejos cuadros políticos y los nuevos contingentes juveniles del peronismo.” (p. 43). Perón, gran táctico de la política, optó por alentar a la juventud para derrotar a su rival en 1972-1973, el general Alejandro A. Lanusse (1918-1996), el último presidente de facto de la dictadura iniciada en 1966.[i]

La relación de Perón con los sindicalistas en 1955-1973 combinó necesidad mutua y desavenencias. Los sindicatos, que ganaron gran poder en 1946-1955, se vieron descabezados y derrotados en 1955. Luego de un combate duro contra la dictadura, recuperaron posiciones con la presidencia de Arturo Frondizi (1908-1995), quien llegó al poder en 1958 con el voto peronista. Los sindicatos, proscripto el partido peronista, acapararon la representación política de las masas peronistas. A su función económica añadieron la función política. Una vez que recuperaron los sindicatos y la CGT, los dirigentes gremiales desarrollaron una política dirigida a conservar sus posiciones. Eso los llevó a rehuir los enfrentamientos con los gobiernos de turno y a preferir la negociación.

“Con ese pragmatismo, los dirigentes sindicales no hacían más que desarrollar la lógica de unas instituciones que sólo podían prosperar a favor de la benevolencia de los centros de poder.” (p. 46).

Perón, en cambio, durante 1955-1973 se dedicó a desestabilizar a todos los gobiernos de turno. Ésta fue la fuente principal de sus enfrentamientos con los dirigentes sindicales.

Los dirigentes sindicales se opusieron a la candidatura de Cámpora. Apenas éste asumió la presidencia, se dedicaron a salir del aislamiento político en que se encontraban. Se apoyaron en el círculo íntimo que rodeaba a Perón.

2.    La CGT y la política de ingresos (pp. 48-53)

La expectativa sindical al producirse la asunción de Cámpora era la de un aumento salarial cercano al 100%. Lejos de ello, Perón los forzó a aceptar el Pacto Social, pergeñado por el ministro de Economía, Gelbard (1917-1977). El Pacto consistía en una política de ingresos concertada entre los sindicatos, los empresarios y el Estado.

“La política de ingresos adoptada por el ministro Gelbard en la emergencia se propuso (…) el doble objetivo de contener las expectativas inflacionarias y colocar bajo control las pujas intersectoriales por la distribución de ingreso. Para lo cual aumentó los salarios en un 20%, muy por debajo de las demandas sindicales, suspendió las negociaciones colectivas por dos años, congeló el valor todos los artículos y creó un rígido sistema de fiscalización de precios. Todas estas medidas fueron implementadas mediante la firma de un acta de compromiso entre el gobierno, (…) CGT y CGE, y la constitución por estas entidades de órganos de consulta y vigilancia encargados de seguir la evolución de los acuerdos.” (p. 50).

El Pacto Social fue elaborado tomando como inspiración varias experiencias de concertación realizadas en Europa desde la década del ’50. Dada la tradición de lucha reivindicativa del sindicalismo en el período 1955-1973[ii], el Pacto Social representaba una gran concesión al gobierno peronista. Perón utilizó todo su capital político para convencer a los dirigentes sindicales de firmar el Pacto. Para la cúpula sindical, conducida por el secretario general de la CGT, José Rucci (1924-1973), la firma del acuerdo representó el regreso a la ortodoxia peronista y, por ende, la posibilidad de recuperar las posiciones perdidas en el período previo a la asunción de Cámpora.

A la pasada, Torre hace aquí un comentario agudo sobre el sentido de las políticas de concertación social:

“En los hechos, es el Estado el que ha procurado neutralizar la resistencia de organizaciones que pueden ejercer un poder de veto mediante el expediente de implicarlas en su gestión. El ejemplo más conocido son las políticas de ingresos, tendientes a racionalizar con la intervención de las asociaciones de interés sectorial, la dinámica de precios y salarios. Concebidos para el desempeño de una función estabilizadora, las políticas de ingresos apuntan a la regulación de variables económicas claves, como las indicadas, pero excluyen de su dominio decisiones cruciales que hacen al gobierno de la economía, por ejemplo, las decisiones de inversión. De tal forma que la participación que se les abre a los sindicatos es una participación subordinada, en la que se comprometen a moderar las reivindicaciones actuales a los efectos del logro de beneficios en el futuro – reducción de la inflación, creación de empleos – sobre los que su control es limitado.” (p. 50-51).

Torre afirma que “la firma del pacto social fue, por consiguiente, también una inversión táctica de la CGT, cuyos frutos los dirigentes sindicales comenzarían a obtener progresivamente, sobre todo a partir del momento en que Perón rompa con Cámpora y los sectores juveniles para tomar en sus manos el gobierno.” (p. 53).

3.    La generalización de los conflictos laborales (pp. 53-62)

Mayo de 1973 marcó un ascenso de las protestas populares. Se expresó, entre otras cosas, en una generalización de los conflictos laborales. Esta nueva ola de luchas presentó una diferencia sustancial con el período anterior, pues se dio en la provincia de Buenos Aires y no en el Interior. Para explicar ese desplazamiento geográfico, Torre dedica la mayor parte de este apartado a examinar las características de la lucha del movimiento obrero en 1969-1973.

1969-1973 = Las principales zonas de conflictividad obrera fueron Córdoba y la franja interior del río Paraná, entre Rosario y Buenos Aires. “Eran el asiento de áreas de nueva industrialización, organizadas en torno a las empresas metalúrgicas, siderúrgicas y petroquímicas levantadas por las compañías multinacionales a finales del cincuenta. Produciendo en condiciones oligopólicas y de tecnología moderna para un mercado crecientemente expansivo, estos núcleos industriales del interior contaban con los lucros extraordinarios para asegurarse, mediante mejores retribuciones, la captación y la formación de una mano de obra competente.” (p. 54).

Torre sostiene que la conflictividad obrera en el Interior se explica por dos factores: las características del clima laboral y el grado de control de los aparatos sindicales.

·    En Córdoba, la industrialización marcó el ritmo de vida de la ciudad. Así, “los clivajes sociales que se forman en la vida de la fábrica tienden a prolongarse y, en consecuencia, a volverse más transparentes en la experiencia extra-laboral, a través de múltiples formas de segregación física y social.” (p. 55). Esta situación de polarización social se amplificó en las áreas industriales alineadas en las márgenes del Paraná: Villa Constitución, San Nicolás, Zárate y Campana, “son una suerte de company towns, en las que la visibilidad de las relaciones de autoridad y las diferencias sociales que oponen los trabajadores en la gerencia en la experiencia diaria de la fábrica es acentuada por su relativo aislamiento con respecto a la trama social más compleja de las grandes ciudades.” (p. 55-56).

·    En síntesis, “un clima laboral (…) marcado por la transparencia de las oposiciones sociales y el espesor de los vínculos, dentro y fuera del trabajo, que refuerzan la solidaridad interna de la comunidad obrera, es un clima laboral altamente propicio para la rápida articulación del descontento.” (p. 56).

·     La situación es muy diferente en la ciudad de Buenos Aires, zona de industrialización más antigua: “Diluida dentro de un escenarios social (…) fuertemente diferenciado, que amortigua por un lado, los contrastes sociales y, por otro, que gravita en torno a actividades e intereses que son, en gran medida, independientes de ella, la fábrica no tiene aquí la misma capacidad de suscitar amplios movimientos colectivos que tiene en los núcleos industriales del interior. En primer lugar, la existencia de un medio urbano más diversificado, que está lejos de ser la proyección de los clivajes sociales que se forman en la experiencia de trabajo, limita severamente el monto de solidaridad externa con el que pueden contar las movilizaciones obreras. Mientras que en Córdoba o Villa Constitución, la protesta obrera alcanza muy rápidamente un carácter comunitario, con los barrios, las escuelas, los comerciantes locales convergiendo alrededor de la movilización que parte de la fábrica, en Buenos Aires, aquélla no tiene un poder de irradiación social semejante y queda confinada generalmente, al abandono del trabajo por los trabajadores en conflicto. En  segundo lugar, las distancias que separan el lugar de trabajo del lugar de residencia, la dispersión de los trabajadores en el heterogéneo cinturón industrial, constituyen factores que normalmente traban las posibilidades de comunicación y apoyo mutuo dentro de las propias filas. Así, la perspectiva de huelgas aisladas y, en consecuencia, fácilmente reprimibles, puede llevar – en condiciones políticas adversas para los trabajadores – a inhibir la expresión abierta de protesta.” (p. 56-57).

Sin embargo, las condiciones del clima laboral no explican por sí solas la conflictividad obrera. “Sólo pueden ser pensadas como favorables o desfavorables en situaciones en las que los trabajadores se movilizan colectivamente por sus demandas. La interacción entre la disposición y la acción y las circunstancias externas que se opera en estas situaciones es la que da sentido concreto a las posibilidades y limitaciones emergentes del clima laboral.” (p.57).

Respecto al control ejercido por los aparatos sindicales, la eclosión de la protesta obrera en el Interior se vio facilitada por la menor capacidad de control de la burocracia sindical, que permitió que la fábrica fuera el centro de la organización obrera. Torre dice que eso se explica a partir de los cambios ocurridos en la estructura sindical argentina en la década del ’60.

Estructura de los sindicatos industriales:

·   La mayoría de los sindicatos están organizados por rama. Comprenden a los trabajadores ocupados en las distintas empresas que realizan actividades similares o afines.

·         Dentro de los sindicatos por industria hay dos modelos predominantes de organización interna: la federación sindical, cuenta con representaciones sindicales reconocidas a nivel local o regional; la unión sindical, sólo está reconocida a nivel nacional, a nivel local o regional está presente a través de las seccionales que, en su gobierno interno y a los fines de la negociación colectiva, son orgánicamente dependientes de la entidad central. La unión sindical implica un funcionamiento más centralizado y asegura a las direcciones sindicales un mayor control sobre las bases.

·    El modelo de unión sindical se desarrolló al calor de la sindicalización de los trabajadores en la década del ’40. Sindicatos como la UOM o la AOT se construyeron sobre este modelo, facilitado por la relativa homogeneidad de los problemas laborales existentes en las ramas industriales de la época. El convenio colectivo de alcance nacional y los paros generales por sector fueron sus instrumentos típicos.
·  El modelo de federación sindical se desarrolló en sectores caracterizados por la existencia de pocas y dispersas grandes empresas. Ejemplos: energía, petróleo, frigoríficos.
·      La estructura sindical se modificó en la década del ’60, con la radicación de empresas transnacionales que coparon las ramas más dinámicas de la economía. Pasaron a operar dos fuerzas centrífugas: en primer lugar, las promovidas por la política laboral de las grandes empresas modernas, que “procuraron sustraerse a las condiciones generales del mercado de trabajo nacional ofreciendo, mediante la concertación de convenios por empresa, salarios más altos y mayores beneficios sociales.” (p. 59). SMATA y AOT se adaptaron a estos cambios: firmaron un convenio nacional y, además, rubricaron convenios a nivel empresa. La UOM permaneció firme en la defensa del convenio nacional. La política empresaria de negociación a nivel empresa tuvo su ejemplo extremo en la conformación de sindicatos de empresa, SITRAC-SITRAM, en las fábricas de autos y material ferroviario instaladas por la Fiat en Córdoba.
·    La segunda fuerza centrífuga consistió en la política impulsada por el presidente Illia, quien procuró controlar a las organizaciones sindicales promoviendo la democracia interna, la concertación de convenios por empresa y el otorgamiento de personerías gremiales. Esto debilitó la capacidad de control de la Burocracia, sobre todo en las ciudades del Interior.

En 1967, la dictadura de Onganía suspendió las negociaciones colectivas. La resistencia obrera se inició en los núcleos industriales del Interior. “Los conflictos comenzaban generalmente con el cuestionamiento de las atribuciones de la gerencia para fijar, en forma unilateral, las condiciones de trabajo. Enseguida el objetivo se ampliaba y la lucha cobraba nuevas dimensiones con la impugnación a las comisiones internas y los representantes sindicales locales que se habían mostrado flexibles a las directivas de la empresa.” (p. 61). El clasismo se expandió desde la experiencia original de SITRAC-SITRAM (1970) y el movimiento se convirtió en una impugnación de la Burocracia Sindical.

4.    La temática reivindicativa (pp. 62-66)

Junio – Septiembre 1973 = Creció la conflictividad obrera, sobre todo en el área metropolitana de Buenos Aires. Las demandas de los trabajadores no se concentraron en la cuestión salarial, dada la vigencia del Pacto Social, sino en la reinterpretación de los convenios laborales, para lograr así una mejora indirecta de los salarios. También se dieron luchas por la incorporación de trabajadores despedidos. En una veintena de casos, los trabajadores se enfrentaron a las direcciones sindicales. Ricardo Otero (1922-1992), ministro de Trabajo y dirigente de la UOM, mantuvo una postura ambigua, recibiendo a los trabajadores en rebelión contra sus direcciones. Esta actitud se explica por el grado de movilización popular de la etapa.



Villa del Parque, sábado 15 de septiembre de 2018


NOTAS:

[i] “Al darles a los jóvenes el lugar de preeminencia que rápidamente ganaron en las filas de su movimiento y relegar, en cambio, a los dirigentes gremiales, Perón creyó reflejar mejor el espíritu de la movilización popular que lo devolvía al gobierno.” (p. 44).
[ii] Los sindicatos habían defendido siempre las ventajas de la negociación colectiva. De hecho, durante los gobiernos militares reclamaron continuamente la vigencia de la ley 14.250 de negociaciones colectivas.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

FICHA: TORRE, JUAN CARLOS “LOS SINDICATOS EN EL GOBIERNO 1973-1976”. CAP. 1



Juan Carlos Torre (n. 1940), sociólogo e historiador argentino, es autor de varios trabajos fundamentales sobre la historia del peronismo y el movimiento obrero argentino. Entre ellos se destacaLos sindicatos en el gobierno 1973-1976 (1983) y La vieja guardia sindical y Perón: Sobre los orígenes del peronismo (1988).  Esta ficha es la primera de una serie dedicada a presentar extractos y notas de lectura de la primera de dichas obras. En épocas de crisis es imprescindible pensar la realidad como un proceso, cuyas raíces se encuentran en la historia. Por cierto, esta afirmación no tiene nada de novedoso, pero conviene recordarla, sobre todo cuando se milita en organizaciones que pretenden ser revolucionarias.

La ficha está dedicada al capítulo 1 de la obra, titulado “La trayectoria del sindicalismo entre 1955 y 1973” (pp. 9-40), aborda un período crucial para la conformación de las características del movimiento obrero argentino. Entre el derrocamiento de Perón (1955) y el retorno del líder justicialista al gobierno (1973), los sindicatos soportaron exitosamente la ofensiva de la burguesía para eliminar las conquistas obtenidas durante el primer peronismo (1946-1955). Este capítulo fue agregado a la versión original de la obra, terminada en 1979. Fue publicado inicialmente en la revista CRITERIO, en un artículo sobre las fuentes del poder sindical (1980), y en otro artículo sobre la trayectoria del sindicalismo entre 1955-1973, aparecido como fascículo en la Primera Historia Integral del Centro Editor de América Latina (1980).

Por último, trabajé con la siguiente edición de la obra: Torre, Juan Carlos. (1989). Los sindicatos en el gobierno 1973-1976. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina. Las secciones en que se divide la ficha corresponden a los distintos apartados del texto.


1.    Las fuentes de poder del sindicalismo (pp. 9-21)

El punto de partida de Torre es el siguiente: “El movimiento sindical en la Argentina emergió de los diez años de cambios sociales y políticos operados entre 1946 y 1955 convertido en un actor principal de la vida del país. (…) A partir de 1955, su gravitación social y política se mantendría, proyectando sus consecuencias tanto sobre las modalidades que tomaría el desarrollo económico como sobre los conflictos planteados alrededor del control del Estado.” (p. 9).

Para comprender el poder sindical es preciso examinar el perfil social y político de la clase obrera. El profesor Torre adelante su conclusión: “La clase obrera argentina es una clase obrera madura” (p. 10). Sigue al sociólogo inglés John Goldthorpe (n. 1935), y define esa madurez en torno a dos dimensiones: la demográfica o socio-política y la política.

a)    Dimensión demográfica: en Argentina, existe “una masa de trabajadores asalariados que mayoritariamente están desvinculados de la economía y la sociedad agrarias y residen en los grandes centros urbanos” (p. 10). En la década de 1940, el 50% de los trabajadores urbanos eran recién llegados a la ciudad. En 1966, el 25% de los obreros argentinos tenían padres que habían trabajado en la agricultura. Es “una clase obrera cuyos miembros poseen un alto grado de homogeneidad en su origen socio-cultural y sus experiencias de vida. (…) son, por lo general, segunda generación obrera, es decir, que han pasado la mayor parte de sus vidas en el ámbito de familia y cultura obreras, que han servido para reforzar la integración subjetiva a su condición de clase.” (p. 11).
b)    Dimensión política: la madurez política de la clase es definida a partir de “un alto grado de incorporación a la comunidad política nacional” (p. 11). Durante el primer gobierno peronista (1946-1955) culminó la institucionalización de la clase obrera. Los trabajadores consiguieron el acceso a los derechos civiles, sociales y políticos que los convirtieron en miembros plenos de la mencionada comunidad. En referencia al período posterior al derrocamiento de Perón (1955): “Para una clase obrera incorporada, la existencia del sindicalismo es una conquista irreversible y la acción sindical es el medio normal mediante el que se defienden y mejoran las condiciones de vida y trabajo.” (p. 12).

A partir de lo anterior, es posible comprender la centralidad de los sindicatos en Argentina, similar a lo que se observa en los países centrales en la misma época: “Sólo cuando en una sociedad industrial se está en presencia de una clase obrera, por un lado, homogéneamente articulada como clase social y, por otro, vastamente incorporada en un nivel nacional a la comunidad política, se puede hablar de la vigencia del sindicalismo como fuerza social.” (p. 12). Además, en el período posterior a 1955, la proscripción del peronismo hizo que los sindicatos asumieron la función sui generis de representar a los trabajadores en su identidad política mayoritaria. A diferencia del resto de los países de América Latina, sólo en Argentina se escucha el sonsonete sobre el “excesivo poder de los sindicatos”.

El profesor Torre distingue dos fuerzas de carácter estructural que concurren a potenciar el poder del sindicalismo argentino:

1)   Mercado de trabajo relativamente equilibrado: el resto de los países latinoamericanos se caracterizan por fuertes presiones demográficas y abundancia de mano de obra. Argentina, en cambio, experimentó una escasez relativa de trabajadores. Entre otras cosas, ausencia de una masa de campesinos pobres semejante a la de otros países del continente. En síntesis: “la ausencia de un amplio ejército industrial de reserva ha contribuido a que los salarios se sitúen a niveles altos con referencia a América Latina y a que los sindicatos dispongan de una gran capacidad de recuperación en las luchas económicas.” (p. 14).
2)    Cohesión política de la clase obrera: desde 1946, la correlación entre el voto de los trabajadores urbanos y el voto peronista se mantuvo una y otra vez. A diferencia de otros sectores sociales, los trabajadores mantuvieron su adhesión al peronismo. No se trata tanto de lealtad a Perón, sino de la expresión de la identidad política de los trabajadores (p. 158). Esto le dio al sindicalismo un arma de presión política y, en el caso de derrotas económicas, mantuvo la lealtad de los trabajadores a sus sindicatos, que expresaban su identidad política peronista.

“La existencia de un mercado de trabajo equilibrado y la cohesión política de la clase obrera son parámetros dentro de los que se desenvuelven los conflictos en torno a la distribución del ingreso y la participación política.” (p. 15).

A lo anterior hay que agregarle el peso de los rasgos dominantes del modelo organizacional del sindicalismo argentino:

a)    Las unidades de encuadramiento sindical típicas fueron las ramas de actividad;
b)    El monopolio de la representación sindical por unidad de encuadramiento: un solo sindicato como agente de representación;
c)    La articulación de la estructura sindical en forma de pirámide.

“Se trata de una estructura sindical fuertemente agregada, no competitiva y centralizada.” (p. 16).

El profesor Torre indica que hacia 1973, el 30% de la población asalariada se hallaba afiliado a un sindicato; en el caso de los asalariados industriales, la cifra ascendía al 70%. (p. 16).

Además de todo lo mencionado hasta aquí, la legislación sindical permite completar las características del poder sindical en Argentina:

“El sindicalismo argentino estuvo lejos de desenvolverse en un marco legal permisivo, como el que existe en las sociedades de constitución liberal. En el propio diseño de la ley que, indudablemente, favoreció su expansión estuvo inscripta la voluntad de controlarlo. La institución del monopolio sindical, por la cual el Estado otorga al sindicato la personería gremial y, a través de ella, la facultad de representar con exclusividad a un conjunto de trabajadores, de negociar en su nombre y de retener obligatoriamente un montón de sus haberes en pago de sus servicios, reserva en forma simultánea y en mérito a ese mismo acto a la burocracia pública el derecho de controlar al sindicato en el desempeño de sus funciones gremiales, su vida política interna y el uso de sus fondos.” (p. 17).

Ahora bien, esa estructura legal de control de las organizaciones sindicales por el Estado se volvió más débil a partir de 1955, período en el que se sucedieron gobiernos frágiles, debido a la proscripción del peronismo. Gracias a ello, los sindicatos pudieron “neutralizar los controles legales que regulan su actuación.” (p. 17).

“Pero como todo fenómeno relacional, el poder sindical se define también según el campo de fuerzas dentro del que se ejerce. Dicho en otras palabras, el poder sindical no es solo función de los atributos de los trabajadores que organiza, sino que es, a la vez, función de las características de los grupos sociales y políticos a los que se confronta. (…) el poder de presión que logró movilizar el sindicalismo fue un poder que supo extraer de la debilidad política y la fragmentación social de las fuerzas a las que se enfrentó en el terreno económico y político.” (p. 18).

A pesar de sus muchas derrotas, en el período 1955-1973 los sindicatos explotaron “el vacío de poder crónico con el objetivo de negociar pragmáticamente ventajas económicas para sus representados y un espacio creciente en el sistema político.” (p. 18).

Se han formulado muchas críticas a los sindicatos por su poder económico, algo que era ostensible en la década de 1960. Torre señala que no se trata de un fenómeno argentino: “En realidad, un sindicalismo económicamente próspero y comprometido en primera persona con la actividad política es un fenómeno común de las sociedades industriales complejas. Vista en esta perspectiva, la situación de nuestro sindicalismo es, más bien, parte de la tendencia que un caso aberrante.” (p. 19). Torre menciona al pasar los casos de Alemania, Inglaterra, Suecia y EE.UU. Va al punto: en ninguno de estos países un sindicalismo económicamente próspero y políticamente activo tiene “las consecuencias disruptivas sobre el sistema institucional que se han observado en Argentina” (p. 19).

El profesor Torre explica los rasgos específicos asumidos por el sindicalismo argentino: “En nuestro país (…) la articulación económica y política del movimiento obrero no tiene una contrapartida comparable en las otras fuerzas, a saber, no se ha formado una central empresaria que comande una representatividad similar a la de la CGT (…) Si ha existido un sobredimensionamiento del poder sindical , como lo sugiere la protesta contra el «excesivo poder de los sindicatos», su verdadero origen no ha estado, entonces, en los fondos que manejan o en su incursión directa en la política. Para encontrarlo habría que buscarlo, más bien, en el hecho de que, cuando los sindicatos han contado con libertad para intervenir en la arena política, lo hicieron en el marco de una comunidad fragmentada. Concluir de esta circunstancia atribuyendo (…) a la intervención sindical la inestabilidad política argentina es tomar las consecuencias por las causas y proponer una interpretación que es, por lo menos, superficial e interesada.” (p. 19-20).

El profesor Torre sintetiza así las características del sindicalismo en Argentina:

“Sindicalismo esencialmente reivindicativo, el sindicalismo argentino ha operado entonces de acuerdo a su lógica tradicional de presión y ha vacilado en asumir funciones de co-responsabilidad en la gestión del sistema institucional. Sin duda que con ello no ha hecho más que hacer suya la vocación corporativa de las demás fuerzas sociales. Sugerir, como suele hacerse, que debe limitarse a sus tareas específicas es precisamente confirmarlo en su reluctancia a hacerse cargo de las obligaciones emergentes de la posición que ha alcanzado. ” (p. 20).


2.    La reconstitución del sindicalismo peronista (pp. 21-25)

1955 = El golpe militar, apoyado por una coalición integrada por los propietarios rurales, los sectores del empresariado industrial y las clases medias, derrocó a Perón. La idea general que unificaba a esa coalición era disminuir la importancia de los sindicatos. Objetivos: “a) revertir la distribución del ingreso, reconstituir los beneficios empresariales y alentar nuevas inversiones de capital; b) acrecentar la disponibilidad de la fuerza de trabajo para ponerla al servicio de una racionalización de la estructura productiva y c) crear un orden político menos dependiente del sostén activo de la clase obrera.” (p. 21). Sin embargo, esta coalición fue inestable y no pudo cumplir sus objetivos.

A partir de 1955 se notó la ausencia de “un liderazgo político nacional”. Ocupó su lugar un “heterogéneo espectro de grupos de presión”. (p. 21).

1957 = Elecciones sindicales convocadas por el gobierno militar. Estaban inhabilitados a ocupar cargos gremiales los dirigentes que habían desempeñado esas posiciones durante el gobierno peronista. Los cuadros de segunda línea formados antes de 1955 y los nuevos, salidos de las huelgas de 1956, ganaron el control de un importante número de sindicatos industriales. Fue el comienzo de la reconstitución del sindicalismo peronista. Perón necesitaba de estos nuevos dirigentes, pues el partido peronista estaba prohibido. Los sindicalistas sabían que su ascenso se debía a la identificación de los trabajadores con el peronismo.

El peronismo que emergió de la derrota de 1955 se vio obligado a radicalizarse, debido a que los militares se habían propuesto “privar a los trabajadores peronistas de un lugar reconocido dentro del nuevo orden político” (p. 23). En este contexto, era muy poco lo que podía negociar la dirigencia peronista. De ahí la política seguida por John William Cooke (1919-1968), delegado de Perón durante estos años.

“Para el sindicalismo combativo no quedaba, pues, otro camino que replegarse sobre su aislamiento político y acentuar el carácter no integrable de sus demandas: la consigna de la rehabilitación del peronismo y, eventualmente, de su retorno al poder sirvió a ese propósito. Si desde afuera de la acción sindical este objetivo podía ser juzgado escasamente realista (…) desde adentro de ella, en cambio, tuvo una significación considerable. De él habrían de extraer los cuadros sindicales la fuerza moral para alistarse en un combate que no prometía éxitos seguros y sí, por el contrario, contragolpes represivos. Colocadas en esta perspectiva, las derrotas aparecían como reveses momentáneos, en una marcha que se presentía larga y llena de escollos.” (p. 24).

Gracias a esa actitud, el sindicalismo logró capturar el sentimiento de alienación política existente entre las masas trabajadoras y utilizarlo en un movimiento huelguístico verificado entre 1956 y 1958. “Las huelgas, con alta participación activa y, a menudo, prolongadas, contribuyeron a fortalecer la solidaridad entre los cuadros y las bases y rodearon de un valioso prestigio al emergente liderazgo sindical. (…) una acción sindical que, más allá de sus fines inmediatos, tuvo por función reforzar la unidad y lograr su reconocimiento como portavoz político y gremial de la clase obrera.”

1958 = Pacto Frondizi – Perón. En las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1957, el peronismo logró anotar un 25 % de votos en blanco. De ahí el interés de Arturo Frondizi (1908-1995) de pactar con Perón para ganar el voto peronista en las elecciones presidenciales de 1958. Esto cambió el panorama para los dirigentes sindicales, pues comenzó a quebrarse el aislamiento a que los había sometido la autodenominada “Revolución Libertadora”.


3.    Los sindicatos y el sistema político (pp. 25-29)

Una vez llegado a la presidencia, Frondizi lanzó un programa económico desarrollista, cuyo objetivo era lograr una mayor integración industrial por medio de la expansión de las ramas productoras de insumos básicos, bienes de capital y automotores. La demanda sería generada por la inversión y no por el alza salarial. Los recursos de capital provinieron de la inversión extranjera y de la reducción de salarios. Los salarios cayeron un 30% y sólo se recuperaron hacia 1968. El sindicalismo peronismo respondió con una ola de huelgas en 1959 y 1960; fueron derrotadas y se clausuró el ciclo de movilizaciones iniciado en 1956. La derrota obrera fue durísima, pero la debilidad política del gobierno de Frondizi permitió la recuperación.

El frondizismo era visto con desconfianza por los militares, debido al pacto de Frondizi con Perón, y por los grandes empresarios, que preferían que el Estado fuera administrado por alguien con menos compromisos con el peronismo. Por eso terminó por acercarse a los sindicatos, proporcionándoles oxígeno para su recuperación luego de la derrotas sufridas a partir de 1955. Frondizi llevó adelante una política de cooptación de dirigentes sindicales; los aparatos sindicales comenzaron a crecer en 1957: “además de negociar los contratos de trabajo, proveían a los afiliados los beneficios de una extensa gama de servicios sociales. Los dirigentes sindicales no eran solo los que discutían el nivel del salario, sino, también, los administradores de un enorme patrimonio social. Los recursos ligados a estos aparatos creaban una red de clientelas y de influencias cuyo mantenimiento no era independiente del favor de los gobiernos.” (p. 27).

Luego de derrotar las movilizaciones de 1959, Frondizi levantó las restricciones sobre los sindicatos, inició negociaciones para la normalización de la CGT y permitió la semilegalización del peronismo, que aceptó creando estructuras partidarias basadas en los aparatos sindicales. Los sindicatos retomaron la consigna de la vuelta de Perón. Por ello, puede afirmarse que Frondizi fracasó en su política de cooptación: los sindicalistas aceptaron gustosos las concesiones que les hacía el gobierno, pero fueron reticentes a apoyarlo, sabedores de su debilidad política.

El sindicalismo, que acentuaba su intransigencia frente al gobierno, y a través de él, frente al orden político surgido del derrocamiento de un régimen peronista, era, a la vez, un sindicalismo a la defensiva, obligado a asistir pasivamente al intenso proceso de reorganización capitalista en curso.” (p. 29).


4.    La estrategia de presión política del sindicalismo (pp. 29-34)

Las derrotas de las huelgas de 1959-60 llevó a los sindicatos a desarrollar una estrategia de presión política: “permitió a los sindicatos compensar, en parte, su debilidad en el mercado de trabajo y recurrir al auxilio de una estrategia de presión política. Por sus recursos, por sus objetivos, esta estrategia difería sustancialmente de la acción sindical basada en la movilización de base y el enfrentamiento de clases que había seguido hasta allí. Colocado en el plano del sistema político, en el que su participación ha aumentado, el sindicalismo persigue ahora afectar la estabilidad del gobierno, utilizando su capacidad de provocar crisis y conmociones en el orden público. Cuenta para ello con una clase obrera disciplinada, que secunda masivamente sus llamados a la huelga general: dentro de esta estrategia de presión la huelga general ya no es más la expresión de una intensificación de las luchas sociales, como ocurría en 1956-1959, y es sobre todo, el intento de conmover al gobierno y suscitar su intervención a favor de las de las demandas sindicales.” (p. 29-30).

1961 = Tres paros generales. Se quebró la política de salarios oficial. Renunciaron tres ministros de Economía. Balance formulado por los dirigentes sindicales:  “Ellas [estas experiencias] llevaron a los dirigentes sindicales la conciencia de que el camino más corto para consolidarse era explotar el poder de presión que les confería su ubicación en un sistema político caracterizado por la fragilidad de los gobiernos y la persistente división de sus adversarios políticos y sociales.” (p. 30).

El profesor Torre se refiere al legado de Frondizi en lo que hace a la función política del movimiento obrero: fracasó en acercarlo a su proyecto político, pero “tuvo efectos más duraderos porque hizo posible la incorporación del sindicalismo al cambiante juego de transacciones políticas que dominó el orden postpopulista.” (p. 30). Pero, “la estrategia de presión política de los sindicatos entrañaba (…) un delicado equilibrio porque su propia dinámica entregaba poder de regateo a los militares y ponía en peligro el propio sistema político del que derivaba su peso político social.” (p. 30).

1962-63 = El movimiento obrero recupera el control de la CGT. El sindicalismo pasó a ser considerado por los militares y los partidos políticos como uno más de los “factores de poder”. Esto tuvo dos consecuencias: a) las reivindicaciones se concentraron en lo sectorial, dejando a un lado la consigna del retorno del peronismo al poder. La línea dominante, cuya figura principal era Augusto Vandor (1923-1969),  consideró que lo fundamental era la participación dentro del sistema político. La línea más radical, que se expresó en el Programa de Huerta Grande (1962), perdió importancia; b) la acción sindical pasó a ser una “participación de tipo instrumental, fundada en un cuidadoso cálculo de pérdidas y ganancias”. Dejó de ser una acción asentada en la movilización de masas. (p. 31). Además, los éxitos de 1962 (año de aguda recesión económica) contribuyeron a “revelar que el poder de presión política del movimiento sindical no estaba estrictamente ligado a la coyuntura económica y sí a la trama de los acuerdos que estuviera en condiciones de articular.” (p. 32). En una coyuntura recesiva, los sindicatos peronistas lograron establecer una alianza con los sectores del empresariado mediano. A partir de esa experiencia se logró la reorganización de la CGT en 1963.

El auge del sindicalismo vandorista se dio durante la presidencia de Illia (1963-1966). Se llevó a cabo el plan de lucha con la ocupación de todas las fábricas del país. Si bien hubo objetivos económicos, los objetivos políticos fueron primordiales; entre estos últimos, hay que distinguir entre los explícitos (bloquear el proyecto radical de recorte del poder de las asociaciones obreras) y los implícitos (reforzar el papel de los sindicatos como “factor de poder”, al lado de los militares y los empresarios; mostrar a Perón que las organizaciones sindicales podían darse metas políticas independientes). Pero el vandorismo fracasó en lograr la independencia respecto a Perón; éste se impuso en la lucha interna que se dio entre 1965-66 en el partido peronista; los candidatos de Perón derrotaron a los de Vandor en varios procesos electorales provinciales que se dieron en 1966.


5.    El sindicalismo en crisis (pp. 35-40)

1966 = Golpe militar derroca al presidente Illia. El sindicalismo apoya a los militares. Fue un grave error de cálculo: “en los ámbitos más concentrados de la industria y las finanzas estaba planteado un proyecto ideal de racionalización de la estructura productiva y de redefinición del papel del Estado: al hacerlo suyo, los militares de 1966 decidieron anular al mismo tiempo, el complicado sistema de negociaciones políticas que tantos obstáculos ponía a su realización. Con ello anularon, igualmente, las bases mismas de la estrategia de presión política del sindicalismo. El régimen autoritario del presidente Onganía congeló súbitamente el poder de presión de los grupos sociales y abrió las puertas para que el predominio económico alcanzado desde 1959 por los sectores oligopólicos del mundo de los negocios se proyectara sobre el orden político.” (p. 35).

1969 = Ascenso de las luchas contra Onganía. Torre señala una diferencia respecto a las movilizaciones de años anteriores: “ahora sus efectos habrían de ser mucho más hondos porque después del deterioro experimentado por las asociaciones representativas, el malestar tendió a expresarse en forma inorgánica, a través de motines y huelgas ilegales, hasta culminar con la aparición de la guerrilla.” (p. 38).

Cordobazo: “Dentro del cuadro general de la movilización antigubernamental que empujó a los militares a disociarse del proyecto auspiciado por el mundo de los grandes negocios la protesta obrera desempeñó un papel significativo. Por sus características, por las consecuencias que tendrían sobre la futura dinámica sindical, las luchas obreras posteriores a 1969 constituyeron uno de los fenómenos más novedosos que dejó por herencia el gobierno de la llamada Revolución Argentina.” (p. 38-39).


Villa del Parque, miércoles 5 de septiembre de 2018