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sábado, 23 de marzo de 2013

24 DE MARZO, O DE CÓMO LA DICTADURA MILITAR GOZA DE BUENA SALUD



A 37 años del golpe militar de 1976 la consigna “Nunca más” se está plasmando en los juicios a los genocidas y en el repudio generalizado de la sociedad a los crímenes cometidos por la dictadura de Videla y cía. Todavía falta mucho por hacer, pero el gobierno “nacional y popular” ha tomado la senda del juicio y castigo a los genocidas. No sólo los militares están siendo llevados a los tribunales. El gobierno de los Derechos Humanos también ha puesto la lupa sobre los cómplices civiles de la dictadura. 

Todo marcha bien. La justicia se impone. Nunca más…

Un artículo dedicado a otro aniversario del golpe del 24 de marzo de 1976 bien podría empezar de este modo. O, empezar mentando el recuerdo de las compañeras y compañeros desaparecidos, de cómo su lucha no fue en vano y de cómo las nuevas generaciones han levantado sus banderas. 

Nada de esto sería honesto…

En el país del “Nunca más”, de los juicios a los genocidas, del repudio generalizado a la dictadura, de los cientos y miles de discursos y jornadas conmemorativas, de la proliferación de espacios dedicados a la “memoria”, la herencia de la dictadura sigue más presente que nunca.

¿Cómo es posible afirmar esto si los juicios a los genocidas son una realidad tangible y ni aún los fachos empedernidos se animan a defender abiertamente a la dictadura?

La respuesta se encuentra en la realidad misma.

“En estos días, también hubo un encuentro en uno de los salones de Diagonal Sur al 600 (Secretaría de Comercio) con industriales de primera línea en productos alimentarios. Allí el hecho llamativo –‘la sorpresa”, califican otros– fue la postura que asumió un directivo de la firma azucarera Ledesma, del grupo Blaquier. «El mercado está totalmente abastecido, y si hubiera alguna necesidad extra en estos 60 días, tenemos stock suficiente para atenderla y asegurar la reposición», garantizó el representante industrial. No es poco, proviniendo además de un grupo cuya cabeza principal (Carlos Pedro Blaquier) ha quedado seriamente comprometido por los juicios de lesa humanidad y la presunta participación y colaboración en secuestros seguidos de desaparición o muerte en Tucumán.” (Página/12, 10 de febrero de 2013. Nota firmada por Raúl Dellatorre)

No es una anécdota sacada de contexto. Ledesma, empresa que resolvió sus problemas laborales recurriendo a los servicios de los militares en la tristemente célebre “Noche del Apagón", expresa la concentración del capital que fue uno de los objetivos perseguidos por los milicos.

La dictadura se hizo, entre otras cosas, para mostrarle a la negrada que con el capital no se jode. Ledesma puede dar cuenta de la verdad de este aserto.

La dictadura no fue el producto de la maldad intrínseca de los militares argentinos, ni tampoco una confrontación teñida de un romanticismo trágico entre jóvenes idealistas que peleaban por una sociedad más justa y un montón de torturadores y asesinos amantes de todo lo retrógrado. Fue, ante todo, un esfuerzo racional y consecuente para resolver la crisis del capitalismo argentino en beneficio del gran capital (del que forma parte, por supuesto, Ledesma). La maldad (y la hubo a mares) estuvo al servicio de un proyecto de país cuyo eje era el sometimiento de la clase trabajadora. 

1976 no se comprende sin 1945 y sin 1969. El 17 de octubre marcó la irrupción de la clase trabajadora en la política argentina. Exagerando un poco, puede afirmarse que la clase obrera creó a Perón y al peronismo. El 17 de octubre puso límites a la burguesía argentina. A partir de allí y hasta 1976, los sucesivos intentos de reestructuración del capitalismo en nuestro país tropezaron con la capacidad de resistencia de la clase obrera. Esta poseía una conciencia reformista, es cierto, pero esta conciencia se oponía a ser pisoteada por los empresarios preocupados por la “eficiencia” y la “productividad”. 

El Cordobazo representó la irrupción del clasismo en la escena política del país. Si el 17 de octubre puede ser visto como el momento de toma de confianza por parte de la clase trabajadora, el Cordobazo abrió las puertas para que la lucha obrera fuera no sólo salarial. El Cordobazo constituye el momento en que la clase obrera argentina, a los tropezones y de modo desparejo y desprolijo, comienza a cuestionar el orden capitalista existente. 

La combinación de los efectos del 17 de octubre y del Cordobazo fue la causa profunda del golpe militar de 1976.

Que se entienda. No estoy diciendo que los obreros fueran bolcheviques en vísperas del golpe. La mayoría de los trabajadores eran peronistas, ni más ni menos. Pero el peronismo del período 1945-1976 era plebeyo, a diferencias de los peronistas del período posdictatorial. Esto a despecho de Perón, Vandor y tantos otros dirigentes. A pesar de adherir mayoritariamente al reformismo, la clase obrera era irreductible a los ajustes capitalistas. El fracaso del Rodrigazo en 1975 es el mejor ejemplo de la capacidad de resistencia de los laburantes y de su poder para imponer límites a los capitalistas.

El 24 de marzo de 1976 fue, sobre todo, un golpe a la clase obrera. Por razones que no podemos analizar aquí, los militares obtuvieron un éxito completo. Cuando Alfonsín asumió el gobierno en diciembre de 1983, ni 1945 ni 1969 eran ya un problema para los empresarios. El peronismo había perdido su carácter plebeyo y ya no asustaba a nadie. El clasismo, sobre el que se había descargado todo el peso de la represión, había quedado reducido a un papel insignificante. 

Es claro que la historia argentina no quedó congelada en 1983. Con posterioridad a los militares, los trabajadores sufrieron otras duras derrotas (¿es preciso recordar aquí al menemismo?). Pero 1976 es el huevo de la serpiente, la condición necesaria para las derrotas subsiguientes. Ledesma conserva su poder de fuego económico gracias a que los militares secuestraron, torturaron y asesinaron a los militantes obreros. 

Entonces, adoptar una actitud triunfalista y decir que los genocidas han encontrado su destino final, que es la cárcel, beneficia al principal heredero de la dictadura, que es la burguesía argentina (tanto la “nacional” como la “multinacional”).Si la dictadura hubiera sido derrotada no existiría, por ejemplo, Nordelta. No habría, por ejemplo, un tercio (y más) de trabajadores “en negro”. Los empresarios no levantarían sus ganancias “con pala”.

Mal que nos pese, todos nosotros seguimos moviéndonos dentro de los límites que la dictadura puso a la política. Así, por ejemplo, podemos repudiar a los genocidas octagenarios, pero consideramos como un hecho natural la dictadura de los empresarios en nuestros trabajos. 

Néstor Kirchner mandó sacar un cuadro de Videla, pero Ledesma sigue siendo una empresa monopólica. 

Hoy, 24 de marzo de 2013, combatir el legado de la dictadura es una tarea impostergable. Pero el combate no tiene que ser por la decoración de interiores, sin una lucha contra el principal heredero de los militares: la burguesía. Sólo así podremos empezar a clausurar el ciclo histórico iniciado en 1976.


Villa del Parque, sábado 23 de marzo de 2013

sábado, 9 de febrero de 2013

SOBRE PARITARIAS Y LUCHA DE CLASES



Hace un tiempo la señora Presidenta, Cristina Fernández, sostuvo que la causa  de la crisis mundial era el “anarcocapitalismo”. Según esta interpretación, hay diferentes tipos de capitalismo, unos más deseables que otros. El mejor de ellos es un capitalismo “organizado”, donde el Estado impone las reglas de juego en interés de toda la sociedad. Este, y no otro, es el ideal “nacional y popular” en estos tiempos. El horizonte intelectual de la “emancipación nacional y social” no contempla el socialismo. ¿Para qué? Total, con organizar al capitalismo basta para garantizar la felicidad de todos…

Sin embargo, la realidad suele ser cruel con los sueños de las personas. El capitalismo sigue siendo capitalismo a pesar de los deseos. El capitalismo supone explotación de los trabajadores por los empresarios. Es “curioso” que la explotación de los trabajadores, el fenómeno más extendido en la sociedad moderna, sea el tema menos planteado en la actualidad. En verdad, hablar de explotación supone reconocer que el Estado, como en el cuento de Andersen, está desnudo. Todo el discurso acerca de los derechos, de la igualdad, cobra un sentido diferente a partir del reconocimiento de la existencia de la explotación de los trabajadores. Porque, ¿puede hablarse de democracia en una sociedad en la que las decisiones acerca de qué producir, cómo producirlo y en qué cantidad son tomadas por los empresarios, sin consultar para nada a los trabajadores? La explotación no es un fenómeno limitado a lo económico sino que constituye, ante todo, una realidad política. No es posible la democracia en la medida en que los trabajadores no puedan decidir libremente sobre su tiempo, vale decir, sobre las condiciones en que trabajan.

La lucha en torno al salario es interpretada como un conflicto de carácter exclusivamente económico. Esto es así porque la explotación es dejada de lado, y la relación salarial suele ser presentada como el producto de una negociación individual o como el resultado de un proceso en el que el Estado asume la defensa de los intereses de “toda la sociedad”. Ahora bien, el salario expresa, ante todo, la diferencia esencial entre empresarios y trabajadores: los primeros son dueños de los medios de producción y tienen, por ello, la capacidad de fijar las condiciones de la negociación salarial. En este sentido, los trabajadores van siempre detrás de los empresarios. La negociación demuestra, entonces, el carácter político de la relación de las clases en la sociedad capitalista. Los trabajadores se hallan subordinados a los empresarios, más allá de las quejas de los segundos acerca de las pretensiones salariales de los segundos.

Pero basta de teoría y volvamos a nuestro modelo de “desarrollo económico con inclusión social”. Desde el 2003 en adelante, la industria automotriz ha sido uno de los pilares del crecimiento experimentado por la economía argentina. Dado que el capitalismo se basa en la desigualdad y en la dominación de los capitalistas, las ganancias de los empresarios fueron enormes, no así los salarios de los trabajadores. Nadie podría afirmar, estando en su sano juicio, que los empresarios del sector automotriz perdieron plata en estos años. Es más, el “kirchnerismo”, supuestamente enfrentado con las corporaciones, garantizó en todo momento la rentabilidad de las “corporaciones” del sector automotriz.

Cristiano Ratazzi es presidente de Fiat Argentina y titular de ADEFA (Asociación de Fábricas de Automotores). Ante la apertura de las negociaciones paritarias entre empresarios y trabajadores, Ratazzi salió a marcar la cancha: 

"Es imposible hablar del 30 por ciento [de aumento salarial]. Es que no se puede resolver el problema de la inflación con una aspirina, es un problema grande, encima ahora la gente acepta que hay inflación" (ÁMBITO FINANCIERO, 8 de febrero de 2013).

Dejando de lado la curiosa comparación del aumento de salarios con “una aspirina”, cabe preguntarse qué hubiera pasado si algún dirigente sindical hubiera declarado que “es imposible hablar de ganancias empresarias del 30% anual”. Hablar de tal nivel de ganancias no es descabellado, sobre todo teniendo en cuenta que el modelo “nacional y popular” garantiza que los empresarios “la levanten con pala” [a las ganancias], según dichos de la señora Presidenta. Pero las ganancias no son cuestionadas, sí los aumentos de salarios. Si las negociaciones salariales fueran la expresión de la libre voluntad de empresarios y trabajadores, tanto el aumento de ganancias como el aumento de salarios se encontrarían en un pie de igualdad. Pero nada de esto sucede, ni puede suceder. El capitalismo es capitalismo. Las ganancias empresarias (más técnicamente, el plusvalor – trabajo no pagado – que extraen de los trabajadores) son la fuente del poder del capital. De ahí que no puedan ser discutidas. Los asalariados, por el contrario, se encuentran subordinados al capital, y ven como los aumentos que reclaman son cuestionados por los empresarios. De modo que los empresarios de la industria automotriz pueden ganar todo lo que quieran (o puedan), mientras que los trabajadores que generan la riqueza del sector reciben un tirón de orejas si pretenden un aumento de salarios “desmesurado”. 

Ratazzi tiene clara la existencia de la lucha de clases, y habla desde la seguridad que le da el control del capital. ¿Hace falta agregar algo más? Parafraseando a cierto presidente norteamericano: ¡Es el capitalismo, estúpido!


Villa del Parque, sábado 9 de febrero de 2013

sábado, 26 de enero de 2013

PERONISMO Y MOVIMIENTO OBRERO EN LOS TIEMPOS DEL KIRCHNERISMO



Hubo un tiempo en que la dirigencia del movimiento peronista decía que “el movimiento obrero era la columna vertebral del peronismo”. El tan mentado carácter plebeyo del movimiento peronista es inseparable de esta conjunción con el movimiento obrero. John William Cooke pudo afirmar que “el peronismo era el hecho maldito del país burgués” porque dicho movimiento se asentaba en la clase trabajadora. 

La asociación entre peronismo y clase obrera se modificó drásticamente a partir de la dictadura militar de 1976-1983. El logro más duradero de la dictadura consistió en reducir al movimiento obrero a la impotencia política. En otras palabras, si los sindicatos fueron un factor central en la política argentina entre 1945-1976, luego de la represión llevada a cabo por los militares perdieron la capacidad de incidir de manera significativa en el escenario político. No se trató, por cierto, de un fenómeno exclusivamente argentino. La derrota de la clase obrera argentina formó parte de un vasto proceso de derrotas sufrida por el movimiento obrero a nivel mundial entre las décadas del ’70 y del ´90. El neoliberalismo fue, ante todo, una ofensiva a fondo contra la clase trabajadora, plasmada en la dispersión de los trabajadores y en la legislación antiobrera conocida como “flexibilización laboral”.

La dirigencia peronista posdictadura tomó nota de la derrota de los trabajadores y obró en consecuencia. La “renovación peronista”, el menemismo, el kirchnerismo, fueron etapas en la aceptación del carácter marginal del movimiento obrero en la vida política del país. La “columna vertebral” dejó de ser “columna” y “vertebral” y pasó a ser considerada, a lo sumo, como un factor de poder más, diluido entre otros tantos. 

Los cambios estructurales experimentados por la economía argentina de 1983 en adelante reforzaron la fragmentación de la clase trabajadora y potenciaron su debilidad. La década del ’90, vía el peronismo menemista, representó el clímax de la ofensiva contra los trabajadores, plasmada en una legislación que se ocupó de desarmar las conquistas obtenidas por los sindicatos durante la etapa anterior al golpe de 1976. Dicha ofensiva fue posible, entre otras cosas, por los efectos de la hiperinflación de 1989 y la elevada desocupación persistente a lo largo de toda la década. 

El kirchnerismo llevó adelante una reconstitución del régimen de acumulación de capital. La crisis del régimen de acumulación neoliberal en 2001 mostró la imposibilidad de continuar por el camino de los ’90. En este marco, el kirchnerismo logró articular una salida a la crisis basada en la devaluación, los bajos salarios, la continuidad de la fragmentación de la clase trabajadora (el trabajo “en negro” reemplazó a la desocupación como factor central en la debilidad de la clase obrera) y el apoyo a la burocracia sindical. En este sentido, la alianza entre Néstor Kirchner y Hugo Moyano no significó una reconstitución de la vieja “columna vertebral”, sino el reconocimiento público de la nueva posición ocupada por el movimiento obrero en el seno del peronismo. Moyano aceptó ser socio del nuevo régimen de acumulación a cambio de garantizar la “paz social”. Dicha “paz” requería el reconocimiento de la legislación laboral del peronismo menemista y el hacer “la vista gorda” frente a la situación de los trabajadores “en negro”. Paritarias para los trabajadores “en blanco” y distintos grados de esclavitud laboral para los trabajadores “en negro”. El cacareo de la prensa “opositora” contra Moyano aliado de los Kirchner, la demonización del dirigente sindical aludiendo a su supuesto poder para hacer casi cualquier cosa, sirvió para ocultar prolijamente que el sindicalismo jugó un rol secundario y subordinado en el nuevo régimen de acumulación de capital promovido por el kirchnerismo.

La presidenta Cristina Fernández expresa como pocos la concepción del peronismo pos dictadura respecto al movimiento obrero. No hace falta rasquetear la pared para demostrar el papel que Cristina le asigna al sindicalismo. Así, Cristina ha calificado repetidas veces de “chantaje” a las medidas de fuerza llevadas adelante por algún sector de los trabajadores. Así, Cristina ha sostenido que los trabajadores deben estar contentos por tener trabajo y no padecer la desocupación como en los años ’90. Así, Cristina ha manifestado muchas veces que el rol de los empresarios consiste en invertir, en tanto que los trabajadores deben dedicarse a trabajar. 

Cristina no considera como un mal que la mitad de la clase trabajadora se encuentre “en negro”, o subocupada, o desocupada. 

Cristina planteó hacia fines del año pasado la necesidad de “democratizar” el Poder Judicial, pero no dijo jamás una palabra acerca de la necesidad de democratizar las organizaciones sindicales. Recomendamos al lector que haga el intento de armar una lista alternativa a la conducción en cualquier sindicato, y luego nos cuenta los resultados.

Al producirse la ruptura con Moyano, Cristina se apoyó en los llamados “gordos”, simpático eufemismo para denominar a los dirigentes sindicales que demostraron una enorme combatividad…siempre en contra de los trabajadores.

En otros tiempos, más candorosos, algún peronista podría haber dicho que Cristina era una presidenta “gorila”, en el sentido de apoyarse en los empresarios y no en el movimiento obrero. La cuestión es, por cierto, más compleja. Cristina es el exponente más claro de una generación de dirigentes políticos alumbrada por la derrota de los trabajadores en 1976. Para ella, como para el resto de su generación, el capitalismo es el horizonte intelectual y no es posible sacar los pies del plato. La emancipación nacional y social no es otra cosa que la aceptación de las reglas del juego del capital. Sólo así es posible entender como Cristina no se sonroja cuando afirma muy suelta de cuerpo que “los empresarios la levantan con pala”, haciendo referencia a las ganancias del capital bajo el nuevo régimen de acumulación. 

La visita de Cristina Fernández a Vietnam es un buen ejemplo de su concepción del movimiento obrero y su papel en la sociedad. Lejos de aquella vanguardia en la lucha contra el imperialismo norteamericano, Vietnam es hoy un campo fértil para que las empresas transnacionales aprovechen la mano de obra barata y obtengan enormes ganancias. Los trabajadores vietnamitas padecen en carne propia el pragmatismo de sus dirigentes. En este sentido, los elogios de Cristina hacia Vietnam cobran un significado un tanto diferente al que le atribuyen alguno de sus partidarios:

“Entonces cuando uno ve cómo se han recuperado, cómo han salido y lo que es fundamental: no hay odio, no hay rencor, al contrario, hay mucho trabajo, hay mucho sacrificio, hay mucho deseo de trabajar y de progresar, yo me acordaba de nosotros y decía qué buena lección para aprender todos y seguir tirando para adelante.” (1)

En otras palabras, los trabajadores trabajan, se rompen el lomo, y los empresarios ganan dinero, mucho dinero. Todo ello sin “odio” ni “rencor”. En este mundo ideal de Cristina, ¿qué sentido tiene, por ejemplo, un 17 de octubre?

Las expresiones de Cristina no son sólo unas notas de viaje. En el mismo discurso hace una advertencia a los dirigentes sindicales que se encuentran negociando salarios en las paritarias:

“El lunes nos visita el director general de la OIT, lo vamos a recibir, y bueno, los pronósticos en el mundo en cuanto a trabajo no son nada buenos, por eso por favor aterricemos en el mundo con buena onda, con buenas actitudes para lograr acuerdos, porque es imprescindible acordar. No es cuestión de ponerse a gritar, en España están gritando todos los días, todos los días gritan pero cada vez la desocupación sube más, el 26 por ciento. Con lo cual no es cuestión de grito ni de prepoteo ni de fuerza; inteligencia, ingenio, acuerdo, ver cómo mejoramos los recursos, cómo incentivamos el mejor aprovechamiento de las cosas. Hagámoslo.” (1)

En criollo, la protesta y la lucha no conducen a nada. De paso, resulta curiosa la mención del caso español para aleccionar a los dirigentes sindicales argentinos, pues durante años los propagandistas del kirchnerismo han declamado acerca de las diferencias entre España y Argentina. Para Cristina, el sindicalismo tiene que aceptar las pautas salariales queridas por el gobierno. ¿Qué la inflación es superior a esas pautas? , ¿Qué existe una enorme heterogeneidad en los salarios de los trabajadores?, ¿Qué las ganancias empresarias han sido enormes durante la década kirchnerista y que no se han “derramado” sobre los trabajadores? Todos estos son temas menores para Cristina. Para el kirchnerismo, el motor de la economía es el capital y es necesario lograr que los capitalistas inviertan. Los trabajadores no tienen otros roles que trabajar y consumir para fomentar el mercado interno.

Subordinación y valor. Todo sea por la emancipación nacional y social. O, siendo realistas, para ayudar a que los empresarios “la levanten con pala”.

Villa del Parque, sábado 26 de enero de 2013

NOTAS:
(1) Discurso pronunciado por Cristina Fernández en el acto de entrega de viviendas, celebrado en el Salón de las Mujeres Argentinas del Bicentenario, el 25 de enero de 2013.

miércoles, 13 de junio de 2012

ALGUNAS PREGUNTAS SOBRE EL PLAN DE VIVIENDA PROCREAR


En el día de ayer, el gobierno de Cristina Fernández lanzó el  Plan de Vivienda Pro. Cre. Ar.

Es muy pronto para analizar el Plan, debido a que se trata de un anuncio y para hacer un análisis preciso es necesario contar con datos más concretos. Pero sí es posible hacerse algunas preguntas, a pesar de que las mismas puedan resultar chocantes para algunos. 

Ante todo, cabe decir que en los discursos de ayer (hablaron Cristina, Kicillof y Bossio) resulta sorprendente la ausencia de toda referencia a la magnitud del déficit de vivienda en la Argentina. Hasta donde sabemos, dicho déficit es muy grande y afecta sobre todo a los trabajadores y sectores populares que residen en las grandes ciudades. Un par de años atrás, la toma del parque Indoamericano reveló las dimensiones que había alcanzado el problema. Luego, todo volvió a la “normalidad” expresada en la frase “de esto no se habla”. Si ahora se lanza un plan de vivienda de alcance nacional, ¿no corresponde tener datos concretos y precisos sobre la magnitud del déficit, para tener claro si la cantidad de viviendas que se proyecta construir es suficiente para resolver el problema? 

También brillaron por su ausencia las indicaciones acerca de en qué zonas del país se concentra el déficit de viviendas. Sin esta información, ¿cómo es posible establecer si los inmuebles y terrenos fiscales incluidos en el Plan se encuentran ubicados en las zonas en las que es más acuciante la falta de viviendas? Al no contar con esta información, se corre el riesgo de que el Plan adquiera cada vez más el carácter de medida tomada al voleo.

Dejando de lado la cuestión anterior, ¿no sería conveniente planificar que en las zonas en las que se va a construir – aquellas en las que hay terrenos fiscales disponibles, no me refiero aquí a los individuos que ya poseen un terreno y que quieren usar los créditos para edificar su vivienda allí – existan fuentes de trabajo? Porque, de no hacerlo, ¿quién podría asentarse allí? Construir viviendas supone construir la infraestructura social imprescindible para que los habitantes de esas viviendas puedan ocuparlas.

Y mientras se construyen las viviendas… ¿qué pasa con quienes esperan para habitarlas? Como a los seres humanos les sienta mal la intemperie (al margen, ¿los lectores se han tomado el trabajo de observar cuántas familias viven a cielo abierto en este bendito país?), deben contar con algún lugar para refugiarse. En otras palabras, muchos seguirán disfrutando de las bondades del alquiler de viviendas. ¿No sería un buen momento como para que la “revolución cultural” del kirchnerismo se animara a tocar el régimen de alquileres, mejorando la situación de los inquilinos? 

Cristina, Kicillof y Bossio puntualizaron en sus discursos el carácter económico del Plan, que pretende promover la actividad económica mediante la inyección de fondos estatales vía créditos. Si se acepta esto, cabe la pregunta: ¿la vivienda es un derecho o una mera herramienta de política económica? Si la vivienda fuera un derecho, y el Estado tuviera como objetivo primordial satisfacer los derechos de quienes construyen a diario la riqueza de este bendito país, el Plan de Viviendas hubiera figurado como prioridad para los Kirchner desde 2003. Pero no fue así. En cambio, se lanza ahora como herramienta contracíclica, es decir (y hablando en criollo) como instrumento para contrarrestar el parate de la actividad económica.

La construcción de las viviendas, así como también la provisión de materiales para la misma, queda en manos de las empresas privadas. De este modo, se pretende promover la inversión y, otra vez, incrementar la actividad económica. No hay motivo para la queja, pues, como dijo Cristina, “esto es capitalismo”. No obstante, es interesante preguntarse entonces si ¿la vivienda es un derecho de los seres humanos o una mercancía? Tal vez la pregunta resulte ociosa para algunos, pero es preferible molestar a quien no quiere ser molestado. 

Está visto que quienes construyen la riqueza de este bendito país no tienen derecho a la vivienda. Salvo en la medida en que esta sea pagada como mercancía. Es capitalismo, señor autor de esta nota, es capitalismo. Deje de preguntar tonterías y dedíquese a ganar dinero. Haga algo útil.

San Martín, miércoles 13 de junio de 2012