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viernes, 2 de octubre de 2020

EPISTEMOLOGÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES CURSO 2020 – CLASE N° 8: HOBBES



“El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo

le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho”

Julio Cortázar (1914-1984), escritor argentino

Bienvenidas y bienvenidos a la octava clase del curso.

Hoy continuaremos el análisis del texto del profesor Palma sobre la naturaleza humana. [1] Se trata, tal como dijimos en la clase pasada, de tratar el problema de la relación entre el todo y la parte, crucial para las CS. Ya abordamos el tratamiento de la NH por la filosofía política antigua, en especial cómo a partir de esa noción se justificaba la desigualdad (a modo de ejemplo desarrollamos la justificación aristotélica de la esclavitud). Para concluir el tema esbozaremos las líneas generales de la concepción contractualista de la NH, tomando como ejemplo los argumentos del filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679). Luego, diremos unas palabras sobre el determinismo biológico.

Como no quiero partir la unidad de esta clase (creo que eso agregaría confusión a la comprensión de los argumentos), dejaré para nuestro próximo encuentro el análisis del artículo del profesor Pardo sobre el surgimiento de las ciencias sociales modernas. [2]

Vayamos ahora al contenido de la clase propiamente dicha.


En la Antigüedad, la filosofía política tenía como núcleo conceptual la idea de la desigualdad de los seres humanos, que servía como fundamento ideológico de la dominación de la nobleza. [3]

El desarrollo de las RS capitalistas, la expansión del comercio, de la manufactura y el trabajo asalariado, fenómenos todos que se dieron a partir del siglo XVI, modificaron gradualmente la estructura de las sociedades del Occidente europeo. Estos cambios se expresaron en el plano del pensamiento: surgió una nueva corriente dentro de la filosofía política, el contractualismo (también conocido como iusnaturalismo). Para estos filósofos los SH somos iguales por naturaleza, la sociedad es una creación de los individuos, que viven inicialmente en un estado presocial (denominado estado de naturaleza por los filósofos). Ese EN está determinado por la NH; es decir, reproduce las características de nuestra esencia como seres humanos. Ya veremos cómo funciona esto en la obra de Hobbes. Lo importante en este momento es comprender que la sociedad surge de un acuerdo entre los individuos (el pacto o contrato), quienes procuran salir de los inconvenientes derivados del EN. De ahí la denominación de contractualistas para los filósofos que adhieren a esta corriente: la sociedad surge de un contrato entre individuos libres e iguales.

Veamos ahora un ejemplo del uso de la noción de NH por los contractualistas.


Hobbes es un contractualista; afirma que existe un EN previo a la sociedad, y que el Estado surge como resultado de un contrato celebrado entre los SH. No obstante, Hobbes desborda en todo momento los límites de lo esperable para el contractualismo y efectúa así una crítica implacable del Estado moderno, aun cuando sus intenciones están muy lejos de ello. Hobbes es un pensador de una época de transición, en el sentido de que vivió en un período histórico donde lo antiguo todavía persistía y lo moderno se perfilaba confusamente. Fue contemporáneo de la Revolución Burguesa inglesa, que culminó con el triunfo de Oliver Cromwell (1599-1640); en la contienda, Hobbes apoyó a los monárquicos y marchó al exilio luego de la derrota de estos. El Leviatán (1651), su obra más conocida, es producto de la reflexión sobre esa derrota. Concebido como defensa de la monarquía, el libro puso en discusión de un modo radical a los fundamentos de la monarquía feudal.

El capítulo XIII del Leviatán se titula “De la CONDICIÓN NATURAL del Género Humano, en lo que Concierne a su Felicidad y su Miseria”. [4] Constituye una descripción del EN. Es una excelente introducción a la concepción hobbesiana del Estado, en la medida en que obliga al lector a dejar de lado sus preconceptos.

Hobbes comienza dicho capítulo planteando que los seres humanos son iguales:

“La Naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en las facultades del cuerpo y del espíritu que, si bien un hombre es, a veces, evidentemente, más fuerte de cuerpo o más sagaz de entendimiento que otro, cuando se considera en conjunto, la diferencia entre hombre y hombre no es tan importante que uno pueda reclamar, a base de ella, para sí mismo, un beneficio cualquiera al que otro no pueda aspirar como él.” (p. 100).

Al hacer esto, rompe con la tradición de la filosofía política, que defendía hasta el cansancio la tesis de que los SH eran desiguales. La monarquía en particular, y toda forma de gobierno en general, era la consumación de esta desigualdad, pues el príncipe ejercía el poder en virtud de que era diferente a la masa de sus súbditos. El pensamiento clásico sostenía que sólo unos pocos tenían la sabiduría para gobernar, en tanto que la mayoría sólo estaba capacitada para obedecer. Si se tiene presente esto, puede comprenderse la magnitud de la ruptura planteada por la afirmación de Hobbes.

El postulado de la igualdad de los SH determina que el gobierno ya no puede asentarse en el mero reconocimiento de que unas personas son superiores a otras; a partir de este momento, el pensamiento político tiene que dedicarse a reflexionar sobre cómo legitimar el gobierno en una situación en donde las personas son iguales.

Ahora bien, el postulado de la igualdad no surge de la cabeza de Hobbes. Pensar así equivaldría a caer en una concepción idealista, que convierte a las ideas en autónomas, capaces de reproducirse a sí mismas y de ordenar el mundo a su imagen y semejanza. Hay toda una realidad social detrás de la afirmación de la igualdad por Hobbes, y es esta realidad quien debe ser indagada si queremos conocer las razones por las que el pensamiento político entroniza a la noción de igualdad, a punto tal que la defensa de la desigualdad entre los SH va quedando paulatinamente confinada a los teóricos del pensamiento conservador.

El éxito de la noción de igualdad va asociado a la expansión de la economía mercantil. Los bienes y servicios necesarios para la satisfacción de las necesidades son producidos cada vez más como mercancías, es decir, como bienes y servicios destinados a ser vendidos en el mercado por productores que son propietarios privados de los mismos. La economía natural, es decir, la producción para la satisfacción de las necesidades del grupo sin pasar por el mercado va quedando relegada a bolsones cada vez más reducidos de la sociedad. En la economía mercantil todas las mercancías son iguales en el sentido de que todas ellas son producto del trabajo humano, y sólo se diferencian por la cantidad de trabajo que posee cada una de ellas. Dicho de otro modo, las mercancías, en tanto mercancías, sólo difieren entre sí por la cantidad de tiempo de trabajo que requiere su producción. Si las mercancías fueran radicalmente desiguales sería imposible cambiarlas en un mercado. Si un par de zapatos y un aire acondicionado no tuvieran nada en común, todo cambio entre ellos sería irrealizable. ¿Qué tienen en común el par de zapatos y el aire acondicionado? El ser mercancías, esto es, productos del trabajo humano destinados a ser vendidos en el mercado. En este sentido, el par de zapatos y el aire acondicionado son iguales y sólo difieren en cuanto al precio (pues representan cantidades desiguales de tiempo de trabajo). La igualdad de los bienes y los servicios en el mercado encuentra su máxima expresión en el dinero. El dinero puede comprar todas las mercancías existentes en el mercado y encuentra únicamente como límite a la cantidad. Da lo mismo que el dinero sea producto de picar piedra, cocinar tortas, alquilar taxis o realizar préstamos usurarios: 100 pesos son iguales a 100 pesos, independientemente de su procedencia. La desigualdad en las cantidades requiere de la igualdad cualitativa: las mercancías son producto del trabajo humano. Este es el terreno que permitió el desarrollo de la noción de igualdad en la filosofía política.

Hobbes toma como punto de partida a la igualdad entre los SH en el EN. Ahora bien, ¿qué es el EN? Responde “…el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos” (p. 102).

El EN no es una etapa pacífica de la humanidad. Para Hobbes, se trata de un estado solitario y de guerra de todos contra todos: “Los hombres no experimentan placer ninguno (sino, por el contrario, un gran desagrado) reuniéndose, cuando no existe un poder capaz de imponerse a todos ellos.” (p. 102).

Agrega, en su estilo característico:

“Todo aquello que es consustancial a un tiempo de guerra, durante el cual cada hombre es enemigo de los demás, es natural también en el tiempo en que los hombres viven sin otra seguridad que la que su propia fuerza y su propia invención puedan proporcionarles. En una situación semejante no existe oportunidad para la industria, ya que su fruto es incierto; por consiguiente no hay cultivo de la tierra, ni uso de los artículos que pueden ser importados por mar, ni construcciones confortables, ni instrumentos para mover y remover las cosas que requieren mucha fuerza, ni conocimiento de la faz de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo que es peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.” (p. 103).

El EN es un estado asocial, en el sentido de que los SH viven dispersos, solitarios, sin constituir una sociedad ni vivir bajo las reglas impuestas por un poder común. Está marcado por la lucha de todos contra todos, que pone en permanente riesgo la vida y las posesiones de las personas.

¿Cuál es la causa de la guerra de todos contra todos? Para responder a esta pregunta, Hobbes remite a una explicación esencialista [5], que lo ubica dentro de las coordenadas del individualismo metodológico (la corriente que sostiene que el individuo tiene que ser el punto de partida de todo análisis social). Es precisamente la igualdad entre las personas la que da origen a la lucha:

“De esta igualdad en cuanto a la capacidad se deriva la igualdad de esperanza respecto a la consecución de nuestros fines. Esta es la causa de que si dos hombres desean la misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven enemigos, y en el camino que conduce al fin (que es, principalmente, su propia conservación y a veces su delectación tan sólo) tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a otro. (…) Dada esta situación de desconfianza mutua, ningún procedimiento tan razonable existe para que un hombre se proteja a sí mismo, como la anticipación, es decir, el dominar por medio de la fuerza o por la astucia a todos los hombres que pueda, durante el tiempo preciso, hasta que ningún otro poder sea capaz de amenazarle. Esto no es otra cosa sino lo que requiere su propia conservación, y es generalmente permitido.” (p. 101).

En el esquema hobbesiano, la igualdad genera la lucha porque los SH son egoístas y viven aislados. La cuestión del aislamiento no es menor, pues determina que toda apropiación por el individuo adquiere un carácter privado, no social. Como naturalmente viven aislados, toda vez que un individuo consigue algo, se lo apropia para sí y lo resguarda de sus congéneres. Este aislamiento, esta apropiación privada, se asemeja a las condiciones del mercado, en el sentido de que en este último los propietarios privados se apropian de manera privada el fruto de la venta de sus mercancías. Además, la competencia entre los individuos en un mercado se asemeja al estado de guerra de todos contra todos que se verifica en el EN.

Cuando Hobbes responde a hipotéticas objeciones sobre la pertinencia de la noción de EN, su respuesta remite, precisamente, a las características que adquiere la existencia humana en una economía mercantil:

“A quien no pondere estas cosas puede parecerle extraño que la Naturaleza venga a disociar y haga a los hombres aptos para invadir y destruirse mutuamente; y puede ocurrir que no confiando en esta inferencia basada en las pasiones, desee, acaso, verla confirmada por la experiencia. Haced, pues, que se considere a sí mismo; cuanto emprende una jornada, se procura armas y trata de ir bien acompañado; cuando va a dormir cierra las puertas; cuando se halla en su propia casa, echa la llave a sus arcas; y todo esto aun sabiendo que existen leyes y funcionarios públicos armados para vengar todos los daños que le hagan. ¿Qué opinión tiene, así, de sus conciudadanos, cuando cabalga armado; de sus vecinos, cuando cierra sus puertas; de sus hijos y sirvientes, cuando cierra sus arcas? ¿No significa esto acusar a la humanidad con sus actos, como yo lo hago con mis palabras?” (p. 103).

La economía mercantil puede mirarse al espejo del EN hobbesiano. La competencia entre productores privados se asemeja a la guerra de todos contra todos; la incertidumbre acerca de la posibilidad de mantener la posición en el mercado se parece peligrosamente a la incertidumbre del hombre en el EN, quien sabe que en dicho estado el bien que ha conseguido no está a salvo de las asechanzas de sus semejantes. En este punto, cabe acotar que el mismo Hobbes admite que la existencia del EN es cuanto menos dudosa: “Acaso puede pensarse que nunca existió un tiempo o condición en que se diera una guerra semejante, y, en efecto, yo creo que nunca ocurrió generalmente así, en el mundo entero” (p. 103).

Si Hobbes no está convencido de la existencia misma del estado de naturaleza, ¿cuál es la necesidad de introducir el concepto en el análisis de la sociedad?, ¿de dónde sacó los rasgos característicos de dicho estado?

La noción de EN le permite justificar las características del Estado moderno, haciendo de este un elemento imprescindible para la existencia de la sociedad. Si el estado natural de la humanidad es la guerra, sólo un poder capaz de someter por la fuerza a las personas es capaz de asegurar la paz. La sociedad de individuos aislados, egoístas, sólo puede sobrevivir en la medida en que exista un órgano represivo, el Estado. A diferencia de los filósofos posteriores, Hobbes se permite hablar a calzón quitado y decir aquello que los otros esconden con montañas de palabras: el Estado está para preservar la propiedad, esa es su función primordial.

“En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que nada puede ser injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar. Donde no hay poder común, la ley no existe: donde no hay ley, no hay justicia. En la guerra, la fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales. Justicia e injusticia no son facultades ni del cuerpo ni del espíritu. Si lo fueran, podrían darse en un hombre que estuviera solo en el mundo, lo mismo que se dan sus sensaciones y pasiones. Son, aquéllas, cualidades que se refieren al hombre en sociedad, no en estado solitario. Es natural también que en dicha condición no existan propiedad ni dominio, ni distinción entre tuyo y mío; sólo pertenece a cada uno lo que puede tomar, y sólo en tanto que puede conservarlo.” (p. 104).

Como vimos recién en la cita, Hobbes señala que la justicia no existe en el EN. De modo que la moral de una sociedad es funcional a los objetivos del Estado, y surge con éste. Justicia y propiedad son creación del Estado, quien es el encargado de refrendar una determinada distribución de los bienes. De ese modo, la burguesía, la clase rectora en la sociedad moderna, no puede recurrir a ninguna idea natural de justicia para defender su dominación; la justicia es una creación estatal y remite a una determinada distribución del poder entre los grupos sociales. El Estado es concebido, entonces, como el estado de los propietarios, con la salvedad de que, a diferencia del filósofo John Locke (1632-1704) para quien la propiedad nace en el EN, Hobbes afirma que el Estado da origen a la propiedad, dando un nuevo estatus a la posesión precaria que se da en el EN.

En este punto creo que ha quedado clara la concepción hobbesiana del EN. El profesor Palma describe las líneas generales del contractualismo, así que es innecesario proseguir la explicación. [6]

Para cerrar la clase de hoy es preciso decir unas palabras sobre la cuestión del DB.

En el siglo XIX la filosofía política fue desplazada por las CS. Éstas últimas pasaron a proporcionar el conocimiento sobre la sociedad. Ya examinaremos en la próxima clase los rasgos de estas ciencias y las condiciones de posibilidad de su surgimiento. Ahora corresponde señalar que ese desplazamiento general fue acompañado, a su vez, por otro: las ciencias biomédicas reemplazaron a la filosofía política en el campo de la NH. El profesor Palma desarrolla la cuestión en la última parte del artículo [7], donde describe diversas formas de DB, entre las que destaca la eugenesia. Lo importante es tener presente que la noción de NH sirve también, en el DB, para justificar las desigualdades entre los SH.

 

Ha sido todo por hoy. En nuestra próxima clase comenzaremos el análisis de las ciencias sociales modernas. Agradezco mucho su atención.

 

Villa del Parque, viernes 2 de octubre de 2020


ABREVIATURAS:

CC = Conocimiento científico / CS = Ciencias sociales (o Ciencia social) / DB = Determinismo biológico / NH = Naturaleza humana / SH = Seres humanos


NOTAS:

[1] Palma, H. (2012), “El problema de la «naturaleza humana» en los estudios sobre la sociedad”, en Palma, H. y Pardo, R. (edit.), Epistemología de las ciencias sociales. Perspectivas y problemas de las representaciones científicas de lo social. Buenos Aires: Biblos(pp. 177-222).

[2] Pardo, R. (2012), “El desafío de las ciencias sociales: desde el naturalismo a la hermenéutica”, en Palma, H. y Pardo, R. (edit.) (2012), Epistemología de las ciencias sociales. Perspectivas y problemas de las representaciones científicas de lo social, Buenos Aires, Biblos. (pp. 102-126).

[3] Utilizo el término nobleza del modo más general posible, a sabiendas de que engloba multitud de situaciones diferentes. Mi objetivo es la comprensión de los aspectos fundamentales de la cuestión, no profundizar en los casos específicos.

[4] Todas las citas del Leviatán están tomadas de: Hobbes, Thomas. (1998). Leviatán, o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. Traducción española de Manuel Sánchez Sarto.

[5] Referida a la esencia, a la NH. Hobbes sitúa en la NH las causas de la discordia: “Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primero, la competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria.” (p. 102). Nuestro autor tiene muy claro la conexión entre la primera de las causas y la economía: “La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio (…) La primera hace uso de la violencia para convertirse en dueña de las personas, mujeres, niños y ganados de otros hombres…” (p. 102).

[6] Ver al respecto Palma, H., op. cit., pp. 187-195.

[7] Palma, H., op. cit., pp. 203-222. En especial, hay que prestar atención a la definición de DB: p. 203.

 


lunes, 31 de agosto de 2020

DERECHOS HUMANOS, SOCIEDAD Y ESTADO CURSO 2020 – CLASE N° 11

 



“Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras,

sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno.

Thomas Hobbes (1588-1679), filósofo inglés.


Bienvenidas y bienvenidos a la undécima clase del curso.

Hoy comenzaremos una serie de dos encuentros dedicados al análisis del Leviatán (1651) [1], la obra más conocida del filósofo inglés Thomas Hobbes. A la vez, iniciaremos nuestro recorrido por el contractualismo, una de las corrientes de la filosofía política más influyente de la Modernidad. En ese recorrido examinaremos brevemente las teorías de Hobbes, John Locke (1632-1704) y Jean-Jacques Rousseau (1712-1778). En el tratamiento de estos autores privilegiaremos sus concepciones del Estado, dado que en ellas se encuentran elementos significativos para abordar los problemas políticos de la actualidad. Aunque esto será remarcado a lo largo de las clases, es importante señalar desde un principio que la filosofía de los contractualistas es inseparable de la expansión de la economía mercantil. En este sentido, si los contractualistas fueron los primeros filósofos en enunciar la tesis de la igualdad de los SH (a contrapelo de la filosofía anterior, basada en la desigualdad humana), eso fue posible porque el mercado iguala a las personas, en el sentido de que en él todos son compradores y vendedores de mercancía, nada más ni nada menos. ¿Qué ocurre con quienes carecen de mercancías? Eso lo veremos en las próximas clases, sobre todo cuando estudiemos la posición de los socialistas.

En fin, dejo de adelantar cosas y paso a la clase.


Nicolás Maquiavelo (1469-1527) y Thomas Hobbes ocupan un lugar destacado en el campo de la filosofía política por ser los principales teóricos del Estado moderno.

Maquiavelo puso en el centro del escenario la cuestión de la violencia, más específicamente, el papel de la misma en el surgimiento y consolidación de los Estados. De ese modo, el florentino discute, si se me permite el anacronismo, las obras de los filósofos contractualistas, quienes afirman que el Estado es producto de un acuerdo entre los SH. No se trata, por cierto, de que Maquiavelo haya estado dotado de las artes de la adivinación, sino que su propia posición excepcional, a caballo entre el mundo feudal y el mundo moderno, le permite tomar distancia de su época y percibir aquellos rasgos, todavía incipientes, que luego formarán parte del sentido común de la sociedad moderna. Mientras que los autores posteriores procuraron ocultar el papel jugado por la violencia en el Estado moderno y presentar en todo momento a la voluntad estatal como la voluntad del conjunto de la sociedad, Maquiavelo tiene presente que ese Estado es producto de un acto de violencia, que la violencia es ejercida por los poderosos para crear y consolidar su posición, y que la lucha entre los distintos sectores sociales es la que va plasmando los rasgos característicos del Estado.

A diferencia de Maquiavelo, Hobbes es un contractualista. En otras palabras, afirma que existe un estado de naturaleza previo a la sociedad, y que el Estado surge como resultado de un contrato (o pacto) celebrado entre los SH. No obstante ello, Hobbes desborda en todo momento los límites de lo esperable para el contractualismo y efectúa así una crítica implacable del Estado moderno, aún cuando sus intenciones están muy lejos de ello. Al igual que Maquiavelo, Hobbes es un pensador de transición, en el sentido de que vivió una época donde lo antiguo todavía persistía y lo moderno se perfilaba confusamente. Fue contemporáneo de la revolución burguesa inglesa (década de 1640) [2], que culminó con el triunfo de Thomas Cromwell; en la contienda, Hobbes apoyó a los monárquicos y marchó al exilio luego de la derrota de estos. El Leviatán es producto de la reflexión sobre esa derrota; Paradójicamente, la obra, concebida como una defensa de la monarquía, puso en discusión los fundamentos de la misma al proclamar el principio de la igualdad de los SH.

En esta clase analizaremos el capítulo XIII del Leviatán,  titulado “De la Condición Natural del Género Humano, en lo que Concierne a su Felicidad y su Miseria”. Constituye una descripción del estado de naturaleza. Es una excelente introducción a la concepción hobbesiana del Estado, en la medida en que obliga al lector a dejar de lado sus preconceptos.

Hobbes comienza dicho capítulo planteando que los SH son iguales:

“La Naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en las facultades del cuerpo y del espíritu que, si bien un hombre es, a veces, evidentemente, más fuerte de cuerpo o más sagaz de entendimiento que otro, cuando se considera en conjunto, la diferencia entre hombre y hombre no es tan importante que uno pueda reclamar, a base de ella, para sí mismo, un beneficio cualquiera al que otro no pueda aspirar como él.” (p. 100).

Al hacer esto, rompe con la tradición de la filosofía política, que defendía hasta el cansancio la tesis de la desigualdad de los SH. [3] La monarquía en particular, y toda forma de gobierno en las sociedades precapitalistas, era la consumación de esta desigualdad, pues el príncipe ejercía el poder en virtud de que era diferente a la masa de sus súbditos. [4] El pensamiento clásico sostenía que sólo unos pocos tenían la sabiduría para gobernar, en tanto que la mayoría sólo estaba capacitada para obedecer. Por ello, el planteo de Hobbes representa una verdadera revolución copernicana en filosofía política.

El postulado de la igualdad de los seres humanos determina que el gobierno ya no puede asentarse en el mero reconocimiento de que unas personas son superiores a otras; a partir de este momento, el pensamiento político tiene que dedicarse a reflexionar sobre cómo legitimar el gobierno en una situación en donde las personas son iguales.

Ahora bien, el postulado de la igualdad no surge de la cabeza de Hobbes. Pensar así equivaldría a caer en una concepción idealista, que convierte a las ideas en autónomas, capaces de reproducirse a sí mismas y de ordenar el mundo a su imagen y semejanza. Hay toda una realidad social detrás de la afirmación de la igualdad por Hobbes, y es esta realidad quien debe ser indagada si queremos conocer las razones por las que el pensamiento político entroniza a la noción de igualdad, a punto tal que la defensa de la desigualdad entre los SH va quedando confinada paulatinamente a los teóricos del pensamiento conservador.

El éxito de la noción de igualdad va asociado a la expansión de la economía mercantil. Los bienes y servicios necesarios para la satisfacción de las necesidades son producidos como mercancías, es decir, como bienes y servicios destinados a ser vendidos en el mercado por productores que son propietarios privados de los mismos. La economía natural, es decir, la producción para la satisfacción de las necesidades del grupo sin pasar por el mercado va quedando relegada a bolsones cada vez más reducidos de la sociedad.

En la economía mercantil todas las mercancías son iguales en el sentido de que todas ellas son producto del trabajo humano, y sólo se diferencian por la cantidad de trabajo que posee cada una de ellas. Dicho de otro modo, las mercancías, en tanto mercancías, sólo difieren entre sí por la cantidad de tiempo de trabajo que requiere su producción. Si las mercancías fueran radicalmente desiguales sería imposible cambiarlas en un mercado. Si un par de zapatos y un aire acondicionado no tuvieran nada en común, todo cambio entre ellos sería irrealizable. ¿Qué tienen en común el par de zapatos y el aire acondicionado? El ser mercancías, esto es, productos del trabajo humano destinados a ser vendidos en el mercado. En este sentido, el par de zapatos y el aire acondicionado son iguales y sólo difieren en cuanto al precio (pues representan cantidades desiguales de tiempo de trabajo). La igualdad de los bienes y los servicios en el mercado encuentra su máxima expresión en el dinero. El dinero puede comprar todas las mercancías existentes en el mercado y encuentra únicamente como límite a la cantidad. Da lo mismo que el dinero sea producto de picar piedra, cocinar tortas, alquilar taxis o realizar préstamos usurarios: 100 pesos son iguales a 100 pesos, independientemente de su procedencia. La desigualdad en las cantidades requiere de la igualdad cualitativa: las mercancías son producto del trabajo humano. Este es el terreno que permitió el desarrollo de la noción de igualdad en la filosofía política.

Hobbes toma como punto de partida a la igualdad entre los SH en el estado de naturaleza.

Ahora bien,  ¿qué es el estado de naturaleza?

Hobbes lo describe como “…el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos” (p. 102).

El estado de naturaleza no es una etapa pacífica de la humanidad. Para Hobbes, se trata de un estado solitario y de guerra de todos contra todos:

“Los hombres no experimentan placer ninguno (sino, por el contrario, un gran desagrado) reuniéndose, cuando no existe un poder capaz de imponerse a todos ellos. (…) “Todo aquello que es consustancial a un tiempo de guerra, durante el cual cada hombre es enemigo de los demás, es natural también en el tiempo en que los hombres viven sin otra seguridad que la que su propia fuerza y su propia invención puedan proporcionarles. En una situación semejante no existe oportunidad para la industria, ya que su fruto es incierto; por consiguiente no hay cultivo de la tierra, ni uso de los artículos que pueden ser importados por mar, ni construcciones confortables, ni instrumentos para mover y remover las cosas que requieren mucha fuerza, ni conocimiento de la faz de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo que es peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.” (pp. 102-103).

El estado de naturaleza es un estado asocial, en el sentido de que los seres humanos viven dispersos, solitarios, sin constituir una sociedad ni vivir bajo las reglas impuestas por un poder común. Está marcado por la lucha de todos contra todos, que pone en permanente riesgo la vida y las posesiones de las personas.

¿Cuál es la causa de la guerra de todos contra todos?

Hobbes remite aquí a una explicación esencialista [5], que lo ubica dentro de las coordenadas del individualismo metodológico (la corriente que sostiene que el individuo tiene que ser el punto de partida de todo análisis social). Es precisamente la igualdad entre las personas la que da origen a la lucha:

“De esta igualdad en cuanto a la capacidad se deriva la igualdad de esperanza respecto a la consecución de nuestros fines. Esta es la causa de que si dos hombres desean la misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven enemigos, y en el camino que conduce al fin (que es, principalmente, su propia conservación y a veces su delectación tan sólo) tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a otro. (…) Dada esta situación de desconfianza mutua, ningún procedimiento tan razonable existe para que un hombre se proteja a sí mismo, como la anticipación, es decir, el dominar por medio de la fuerza o por la astucia a todos los hombres que pueda, durante el tiempo preciso, hasta que ningún otro poder sea capaz de amenazarle. Esto no es otra cosa sino lo que requiere su propia conservación, y es generalmente permitido.” (p. 101).

En el esquema hobbesiano, la igualdad genera la lucha porque los SH son egoístas y porque viven aislados. La cuestión del aislamiento no es menor, pues determina que toda apropiación por el individuo adquiere un carácter privado, no social. Como naturalmente viven aislados, toda vez que un individuo consigue algo, se lo apropia para sí y lo resguarda de sus congéneres. Este aislamiento, esta apropiación privada, se asemeja a las condiciones del mercado, en el sentido de que en este último los propietarios privados se apropian de manera privada el fruto de la venta de sus mercancías. Además, la competencia entre los individuos en un mercado se asemeja al estado de guerra de todos contra todos que se verifica en el estado de naturaleza.

Cuando Hobbes responde a hipotéticas objeciones sobre la pertinencia de la noción de estado de naturaleza, su respuesta remite, precisamente, a las características que adquiere la existencia humana en una economía mercantil:

“A quien no pondere estas cosas puede parecerle extraño que la Naturaleza venga a disociar y haga a los hombres aptos para invadir y destruirse mutuamente; y puede ocurrir que no confiando en esta inferencia basada en las pasiones, desee, acaso, verla confirmada por la experiencia. Haced, pues, que se considere a sí mismo; cuanto emprende una jornada, se procura armas y trata de ir bien acompañado; cuando va a dormir cierra las puertas; cuando se halla en su propia casa, echa la llave a sus arcas; y todo esto aun sabiendo que existen leyes y funcionarios públicos armados para vengar todos los daños que le hagan. ¿Qué opinión tiene, así, de sus conciudadanos, cuando cabalga armado; de sus vecinos, cuando cierra sus puertas; de sus hijos y sirvientes, cuando cierra sus arcas? ¿No significa esto acusar a la humanidad con sus actos, como yo lo hago con mis palabras?” (p. 103).

La economía mercantil puede mirarse al espejo del estado de naturaleza hobbesiano. La competencia entre productores privados se asemeja a la guerra de todos contra todos; la incertidumbre acerca de la posibilidad de mantener la posición en el mercado se parece peligrosamente a la incertidumbre del hombre en estado de naturaleza, quien sabe que el bien que ha conseguido no está a salvo de las asechanzas de sus semejantes. En este punto, cabe acotar que el mismo Hobbes admite que la existencia del estado de naturaleza es cuanto menos dudosa:

“Acaso puede pensarse que nunca existió un tiempo o condición en que se diera una guerra semejante, y, en efecto, yo creo que nunca ocurrió generalmente así, en el mundo entero” (p. 103).

Si Hobbes no está convencido de la existencia misma del estado de naturaleza, ¿cuál es la necesidad de introducir el concepto en el análisis de la sociedad?, ¿de dónde sacó los rasgos característicos de dicho estado?

La noción de estado de naturaleza le permite justificar las características del Estado moderno, haciendo de este un elemento imprescindible para la existencia de la sociedad. Si el estado natural de la humanidad es la guerra, sólo un poder capaz de someter por la fuerza a las personas es capaz de asegurar la paz. La sociedad de individuos aislados, egoístas, sólo puede sobrevivir en la medida en que exista un órgano represivo, el Estado. A diferencia de los filósofos posteriores, Hobbes se permite hablar a calzón quitado y decir aquello que los otros esconden con montañas de palabras: el Estado está para preservar la propiedad, esa es su función primordial.

“En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que nada puede ser injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar. Donde no hay poder común, la ley no existe: donde no hay ley, no hay justicia. En la guerra, la fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales. Justicia e injusticia no son facultades ni del cuerpo ni del espíritu. Si lo fueran, podrían darse en un hombre que estuviera solo en el mundo, lo mismo que se dan sus sensaciones y pasiones. Son, aquéllas, cualidades que se refieren al hombre en sociedad, no en estado solitario. Es natural también que en dicha condición no existan propiedad ni dominio, ni distinción entre tuyo y mío; sólo pertenece a cada uno lo que puede tomar, y sólo en tanto que puede conservarlo.” (p. 104).

Además, Hobbes señala que la justicia no existe en estado de naturaleza. De modo que la moral de una sociedad es funcional a los objetivos del Estado, y surge con éste. Justicia y propiedad son creación del Estado, quien es el encargado de refrendar una determinada distribución de los bienes. De ese modo, la burguesía, la clase rectora en la sociedad moderna, no puede recurrir a ninguna idea natural de justicia para defender su dominación; la justicia es una creación estatal y remite a una determinada distribución del poder entre los grupos sociales. El Estado es concebido, entonces, como el estado de los propietarios, con la salvedad de que, a diferencia de Locke para quien la propiedad nace en el estado de naturaleza, Hobbes afirma que el Estado da origen a la propiedad, dando un nuevo estatus a la posesión precaria que se da en el estado de naturaleza.

Con esto concluimos el análisis del capítulo XIII. En la clase próxima trabajaremos los capítulos XVII y XVIII.

Muchas gracias por su atención y paciencia.

 

Villa del Parque,  lunes 31 de agosto de 2020


ABREVIATURAS:

CP = Ciencia política / SH= Seres humanos


NOTAS:

[1] En esta clase utilizo la siguiente edición: Hobbes, T. (2005). Leviatán o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil. Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica de Argentina. La obra fue publicada por primera vez en Londres en 1651.

{2] Bajo el término revolución burguesa agrupamos a las revoluciones en las que la burguesía se apoderó y/o pasó a controlar el Estado, desplazando a la nobleza feudal y a la monarquía. El ejemplo más conocido es la Revolución Francesa de 1789.

[3] Ver, por ejemplo, la defensa de la esclavitud por Aristóteles (384-322 a. C.) en el Libro Primero de la Política.

[4] Por supuesto, esta afirmación admite excepciones, como la democracia ateniense.

[5] Hobbes sitúa en la naturaleza humana las causas de la discordia: “Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primero, la competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria.” (p. 102). Nuestro autor tiene muy claro la conexión entre la primera de las causas y la economía: “La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio (…) La primera hace uso de la violencia para convertirse en dueña de las personas, mujeres, niños y ganados de otros hombres…” (p. 102).

domingo, 6 de noviembre de 2016

HOBBES Y WEBER

Thomas Hobbes (1588-1679) fue un filósofo político. Sólo forzando las cosas se lo puede considerar un sociólogo o un precursor de la sociología. En la historia de las ideas es preciso dejar de lado los anacronismos y considerar que los personajes,  los movimientos políticos y las clases sociales se encuentran anclados en su contexto específico. Aclarado esto, hay que decir que su lectura de la Revolución burguesa en Inglaterra y su comprensión del papel de la violencia en la conformación del Estado moderno, lo ubican como un autor de lectura ineludible al momento de formular la teoría social del capitalismo.

Esta nota está dedicado a examinar la Introducción del Leviatán (1651) de Hobbes. En especial, exploro sucintamente la relación entre el “conócete a ti mismo” y el comprensivismo de Max Weber (1864-1920).

Utilizo la traducción española de Manuel Sánchez Sarto: Hobbes, Thomas. (1998). [1° edición: 1651]. Leviatán, o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.  La Introducción se encuentra en pp. 3-5.




La estructura de la introducción es sencilla. Puede dividirse en cinco puntos, siendo el último de ellos el más importante a los fines de este ensayo:

1) Una afirmación del carácter materialista de la obra: la vida es definida como “movimiento de miembros cuya iniciación se halla en alguna parte principal de los mismos” (p. 3).

2) El caso de los autómatas y su “vida artificial” (p. 3). Se trata del prólogo necesario para desarrollar la concepción de la sociedad como ente artificial. Los autómatas son definidos como “artefactos que se mueven a sí mismos por medio de resortes y ruedas como lo hace un reloj” (p. 3). Hobbes compara al organismo humano con un autómata, es decir, con una creación artificial (1), despejando así el camino para proponer la metáfora del Estado como autómata.

3) El Estado es definido como artificial (al igual que la sociedad). La explicación de la metáfora del Leviatán. (p. 3) (2)

Entre las muchas innovaciones revolucionarias que contiene la obra, esta no es de las menores. Hobbes rompe con una larga tradición del pensamiento occidental, que concebía a la sociedad como la forma de organización natural de los seres humanos. Según esta concepción, el ser humano era un ser social; la vida fuera de la sociedad era inconcebible. Aristóteles (384-322 a.n.e), uno de los principales defensores del carácter social de la especie humana, afirmó “está claro que la ciudad es una de las cosas naturales y que el hombre es, por naturaleza, un animal cívico.” (3).

4) El plan de la obra. Queda claro que el punto de partida es el ser humano (p. 4) (4); de este modo, Hobbes propone el modelo individualista metodológico para analizar la sociedad, dando origen a una corriente de pensamiento entre cuyos exponentes posteriores se encuentra Adam Smith (1723-1790). Para ser más precisos, Hobbes sostiene que el análisis de lo social debe comenzar por el estudio de la naturaleza humana.

5) El uso del nosce te ipsum (conócete a tí mismo; NTI a partir de aquí) (5) permite ubicar a Hobbes entre los predecesores de la concepción comprensivista, cuyo principal representante es Max Weber (1864-1920).

Hobbes interpreta así el NTI: “Nos enseña que la semejanza de los pensamientos y de las pasiones de un hombre con los pensamientos y las personas de otro, quien se mire a sí mismo y considere lo que hace cuando piensa, opina, razona, espera, teme, etc., y por qué razones, podrá leer y saber, por consiguiente, cuáles son los pensamientos y pasiones de los demás hombres en ocasiones parecidas. Me refiero a la similitud de aquellas pasiones que son las mismas en todos los hombres: deseo, temor, esperanza, etc.; no a la semejanza entre los objetos de las pasiones, que son las cosas deseadas, temidas, esperadas, etc. Respecto de éstas la constitución individual y la educación particular varían de tal modo y son tan fáciles de sustraer a nuestro conocimiento que los caracteres del corazón humano, borrosos y encubiertos, como están, por el disimulo, la falacia, la ficción y las erróneas doctrinas, resultan únicamente legibles para quien investiga los corazones. Y aunque, a veces, por las acciones de los hombres descubrimos sus designios, dejar de compararlos con nuestros propios anhelos y de advertir todas las circunstancias que pueden alterarlos, equivale a descifrar sin clave y exponerse al error, por exceso de confianza o de desconfianza, según que el individuo que lee sea un hombre bueno o malo.” (p. 4-5).

Hay muchas cosas “modernas” en este párrafo de Hobbes. Ante todo, la noción de que “leemos” (interpretamos) las acciones de los seres humanos. Las acciones sociales (en el sentido que da al concepto Weber) (6) son un texto que debe ser leído utilizando la clave adecuada. La sociedad es concebida como un mundo simbólico, conformado por los distintos textos (sentidos) que producen las personas. Como los “escritores” de los “libros” que conforman la sociedad tienen pasiones semejantes, es posible la lectura e interpretación correctas de lo leído. Para poder hacerlo hay que sumergirse en uno mismo, aprender a leerse a sí mismo. El secreto de la sociedad (es decir, la clave para descifrar los textos) está en uno mismo. En definitiva, la tarea primordial de la teoría social es conocer la naturaleza humana.

A diferencia del camino abierto por Maquiavelo (1469-1527), quien formula una teoría de la política a partir del conocimiento empírico (el estudio de la política italiana concreta de su época), Hobbes propone ir a buscar el secreto de lo real en el interior (metafísico) de los individuos. En esto reside el error fundamental de la obra del filósofo inglés: el supuesto de que la naturaleza humana se encuentra aislada del mundo empírico, que esa naturaleza es una esencia inmutable. En la base se encuentra el postulado de la escisiòn entre la naturaleza humana y lo concreto, en el sentido de que esto último no ejerce ninguna acción sobre la primera. La “Introducción” proporciona la clave para comprender el individualismo metodológico.


Villa del Parque, domingo 6 de noviembre de 2016


NOTAS:

(1) “¿Qué es en realidad el corazón sino un resorte; y los nervios qué son, sino diversas fibras; y las articulaciones sino varias ruedas que dan movimiento al cuerpo entero tal como el Artífice se lo propuso?” (p. 3).
(2) El Leviatán es un monstruo marino que aparece en el Antiguo Testamento (por ejemplo, Isaías 27:1). Hobbes emplea la imagen del Leviatán para caracterizar al Estado: “ese gran Leviatán que llamamos república o Estado (...) que no es sino un hombre artificial, aunque de mayor estatura y robustez que el natural para cuya protección y defensa fue instituido; y en el cual la soberanía es un alma artificial que da vida y movimiento al cuerpo entero; los magistrados y otros funcionarios de la judicatura y del poder ejecutivo, nexos artificiales; la recompensa y el castigo (mediante los cuales cada nexo y cada miembro vinculado a la sede de la soberanía es inducido a ejecutar su deber) son los nervios que hacen lo mismo en el cuerpo natural; la riqueza y la abundancia de todos los miembros particulares constituyen su potencia; los consejeros, que informan sobre cuantas cosas es preciso conocer, son la memoria; la equidad y las leyes, una razón y una voluntad artificiales; la concordia, es la salud; la sedición, la enfermedad; la guerra civil, la muerte. Por último, los convenios mediante los cuales las partes de este cuerpo político se crean, combinan y unen entre sí, aseméjanse a aquel fiat, o hagamos al hombre, pronunciado por Dios en la Creación.” (p. 3).
(3) Aristóteles, Política, 1253a. Utilicé la traducción española de Carlos García Gual y Aurelio Pérez Jiménez: Aristóteles. (1986). Política. Madrid: Alianza. (p. 43). Corresponde hacer un par de correcciones al fragmento citado aquí: donde dice “ciudad”, debe decir polis, pues no es conveniente equiparar nuestra ciudad capitalista a la ciudad griega, moldeada en torno a la relación íntima entre el individuo y la comunidad. Donde dice “animal cívico”, debe decir animal social, pues Aristóteles pretende afirmar que el ser humano sólo puede vivir en sociedad (y esto era la polis para los griegos).
(4) Hobbes plantea el siguiente plan de trabajo: en primer lugar, el estudio del hombre; en segundo término, el análisis del pacto que da origen al Leviatán y las características que asume este último; en tercer lugar, la cuestión del gobierno cristiano.
(5) En rigor, se trata de la traducción latina del aforismo griego que dice “Conócete a tí mismo”, que se hallaba inscrita en el Templo de Apolo en Delfos.
(6) “La ‘acción social’, por tanto, es una acción en donde el sentido mentado por su sujeto o sujetos está referido a la conducta de otros, orientándose por ésta en su desarrollo.” El pasaje se encuentra en: Weber, Max. (1998). Economía y sociedad: Esbozo de sociología comprensiva. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. (pág. 5).