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domingo, 3 de septiembre de 2017

ENGELS SOBRE LA POLÍTICA DE LA CLASE OBRERA




La compilación Acerca del anarquismo y el anarcosindicalismo, publicada en 1976 (Moscú: Editorial Progreso), incluye escritos de Marx, Engels y Lenin. Se trata, por lo menos en lo que hace a los trabajos de Marx y Engels, de una obra sesgada, que pone el acento en los ataques al anarquismo y deja de lado obras fundamentales, como La guerra civil en Francia. Más allá del sesgo, contiene una serie de valiosas indicaciones sobre la concepción marxiana de la política y del partido. Continuo aquí la publicación de notas de lectura sobre la obra.



En carta a Cafiero (1), fechada el 1-3 de marzo de 1871, Friedrich Engels (1820-1895) formula una fuerte crítica a la política seguida por los bakuninistas en la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT a partir de aquí). Prefiero dejar de lado esta cuestión, cuyo tratamiento requiere un profundo conocimiento de la historia de la Internacional, del que carezco. Prefiero concentrarme en la definición del tipo de organización y de la política propuesta para la AIT, pues ambos temas son de utilidad para la teoría del partido revolucionario.

Engels desarrolla su punto de vista en estos pasajes:

“...nuestra Asociación es un centro de convergencia y de correspondencia entre las sociedades obreras de los distintos países que aspiran a un mismo fin, a saber: la protección, el progreso y la completa emancipación de la clase obrera (art. 1 de los Estatutos de la Asociación). Si las teorías especiales de Bakunin y sus amigos se limitaran a estos objetivos, no habría objeciones para aceptarlos como miembros y permitirles hacer cuanto pudieran para propagar sus ideas por todos los medios adecuados. En nuestra Asociación tenemos hombres de todo género: comunistas, proudhonistas, unionistas, tradeunionistas, cooperadores, bakuninistas, etc., e incluso en nuestro Consejo General hay hombres de opiniones bastante diferentes.

En el momento en que la Asociación se convirtiera en una secta, estaría perdida. Nuestra fuerza reside en la amplitud con que interpretamos el art. 1 de los Estatutos, a saber: que son admitidos todos los hombres que aspiran a la emancipación completa de la clase obrera. Por desgracia, los bakuninistas, con la estrechez de espíritu común a todos los sectarios, no se han considerado satisfechos con eso. El CG, según ellos, estaba compuesto de reaccionarios y el programa de la Asociación era demasiado inconcreto.” (p. 28; el resaltado es mío - AM-).

Esta larga cita merece varios comentarios.

En primer lugar, la AIT no era un partido de la clase obrera, es decir, una organización cuyo objetivo principal es la toma del poder. Se trataba de algo más amplio, propio de una etapa diferente en el desarrollo de la conciencia de clase de los trabajadores. De ahí el énfasis por agrupar a todas las tendencias del movimiento obrero y socialista de la época, siempre y cuando tuvieran por objetivo la emancipación de la clase trabajadora (quedaban fuera, por supuesto, el socialismo burgués, el socialismo conservador, etc.). El marxismo era una tendencia más y, por cierto, minoritaria en la AIT.

Dado el nivel de desarrollo de la conciencia política del proletariado europeo de la época, los objetivos primordiales eran, según Engels, la organización económica de los trabajadores (sindicatos) y la discusión y educación políticas (tendiente a la conformación de movimientos y partidos de la clase). En un contexto signado por la subordinación a los partidos de la burguesía (por ejemplo, el caso de las trade-unions en Gran Bretaña) y/o la incomprensión de los mecanismos de dominación de los capitalistas, el eje de la acción política tenía que pasar por la organización y la separación respecto a la ideología burguesa. Que una de las tendencias de la AIT se arrogase la superioridad sobre las demás implicaría desbaratar los gérmenes de organización y de evolución independiente, porque alejaría del núcleo de “elegidos” a la masa de los trabajadores.

En las condiciones de las décadas de 1860 y 1870, un programa “perfectamente revolucionario” (el bakuninismo tenía esa pretensión) obraría como un agente disgregador en el movimiento obrero. En términos gramscianos, Marx y Engels estaban desarrollando una política de hegemonía, para la cual eran necesarias paciencia, debate y educación por la práctica. Se intentaba acercar a las masas trabajadoras a la organización, para que dejaran de ser átomos sometidos al Capital, y luego desarrollar en paralelo, en el seno de dicha organización, una continua discusión-educación tendiente a potencia, a elevar, la conciencia de clase. Se trataba de dar el paso de una visión particular (sindical) a una visión general (política) de la sociedad.

En segundo lugar, a partir de lo anterior se comprende el significado del término secta, aplicado por Engels al bakuninismo. En el terreno político, una secta se caracteriza por la incapacidad para trascender los límites corporativos y elaborar una política (una estrategia de largo plazo) para el conjunto de la clase obrera y los demás sectores populares.

En tercer lugar, la “pureza revolucionaria” del programa no garantiza nada. La fraseología de ningún modo puede reemplazar a la acción (a la praxis) revolucionaria. Punto delicado, pues se corre el riesgo de caer en el oportunismo (el seguidismo de la coyuntura). El programa tiene que subordinarse (debe ser una herramienta) a la construcción de la hegemonía de la clase trabajadora.

“...el resultado principal de la acción de los bakuninistas ha consistido en crear la división en nuestras filas. Nadie ha puesto obstáculos a sus dogmas especiales, pero no se han dado por satisfechos con eso y han querido mandar e imponer sus doctrinas a todos nuestros miembros. Hemos resistido, como era nuestro deber; sin embargo, si aceptan existir tranquilamente al lado de nuestros otros miembros, no tenemos el derecho ni el deseo de excluirlos.” (p. 30).

En julio de 1871 (2) la actitud de los marxistas hacia los bakuninistas eran mucho más conciliatoria que en el período posterior (cuando los bakuninistas desataron una ofensiva por el control de la AIT). Aquí pueden destacarse una serie de cuestiones:

1) en la AIT participaban tendencias diferentes del movimiento obrero, varias de ellas claramente antagónicas;

2) como ya indicamos, la AIT no era un partido político, sino que constituía una organización mucho más flexible, que le permitía contener en su seno a corrientes tan diversas;

3) la AIT, objetivamente, cumplió la función de dinamizador del movimiento obrero europeo (y de iniciador en el ámbito extraeuropeo), permitiéndole levantar cabeza después de las derrotas de 1848/1849;

4) en ese contexto de derrota, pero también de fuerte desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales capitalistas, era necesario, según Marx y Engels, agrupar a los distintos sectores del movimiento en torno a la lucha por la emancipación del proletariado;

5) en el seno de la AIT debía darse una lucha ideológica, política y organizativa para construir la organización autónoma de la clase obrera. Cualquier tendencia que procurase imponerse dictatorialmente a las demás, debilitaba a los elementos conscientes del proletariado y alejaba a la masa de los trabajadores.

Ahora bien, aceptado lo anterior, pasada la etapa de aglutinamiento de los trabajadores en torno a la AIT (algo que no se logró ni siquiera en Gran Bretaña), la coexistencia de tendencias se volvía más compleja. Desde la perspectiva de Marx y Engels, la dificultad principal consistía en cómo conciliar desarrollo teórico con mantenimiento de la unidad. Al hablar de desarrollo teórico nos referimos a discusión y organización. Una organización tan laxa, tan flexible, como la AIT, no podía sobrevivir a la consolidación teórica (entendida aquí como predominio del marxismo). El problema era, y es, como aunar desarrollo teórico con el crecimiento de la fuerza de masas de la organización. En este sentido, resulta especialmente útil revisar la experiencia de la AIT.


Villa del Parque, domingo 3 de septiembre de 2017




NOTAS:
(1) Transcribo los datos biográficos proporcionados por la editorial Progreso en la edición que estamos comentando: CAFIERO, Carlos. (1846-1892). Participante del movimiento obrero italiano y miembro de la AIT. En 1871 aplicó en Italia la política del Consejo General. Desde 1872 fue uno de los dirigentes de las organizaciones anarquistas italianas, pero a fines de los años ‘70 se apartó del anarquismo. En 1879 editó una adaptación del Libro Primero de El Capital, de Marx.

(2) A fines de mayo había sido aplastada la Comuna de París, primer gobierno de la clase trabajadora. El Estado francés, seguido posteriormente por los demás Estados europeos, responsabilizó a la AIT por la insurrección. A partir de allí se inició una persecución sistemática sobre la Asociación.

jueves, 24 de agosto de 2017

MARX SOBRE LA POLÍTICA DE LA CLASE OBRERA

La compilación Acerca del anarquismo y el anarcosindicalismo, publicada en 1976 (Moscú: Editorial Progreso), incluye escritos de Marx, Engels y Lenin. Se trata, por lo menos en lo que hace a los trabajos de Marx y Engels, de una obra sesgada, que pone el acento en los ataques al anarquismo y deja de lado obras fundamentales, como La guerra civil en Francia. Más allá del sesgo, contiene una serie de valiosas indicaciones sobre la concepción marxiana de la política y del partido. A modo de muestra, van estas notas de lectura.



En su carta a Ludwig Kugelmann, fechada el 9 de octubre de 1866 (1), Marx define como revolucionario a “todo movimiento social concentrado, que, por tanto, puede llevarse también por medios políticos”. (p. 23).

La acción política (referida aquí a la acción del movimiento obrero) es equivalente a la concentración de la lucha de clases. ¿Por qué? Porque implica concentrar las luchas dispersas, los esfuerzos individuales, en torno a una disputa por el Estado (la expresión más concentrada del poder social). Para lograr esa concentración es necesario (y esto es tanto más acuciante en las clases explotadas) la tarea de organización política, una de cuyas patas es la lucha ideológica. Usando una imagen boxística, la lucha por el Estado expresa la intención de pararse en el centro del ring, de tener la iniciativa. Si se la descarta, si la califica de lucha “autoritaria”, no por ello se elimina el Estado ni se disminuye su capacidad para golpear, es decir, para disgregar y desorganizar a las clases subalternas). De ahí que Marx entienda por movimiento revolucionario al que demuestra ser capaz de concentrar las fuerzas de la clase trabajadora, contrarrestando la tendencia a la dispersión promovida por  el capitalismo.

En carta a Paul Lafargue, fechada el 19 de abril de 1870 (2), Marx lleva a cabo una discusión de los puntos centrales de la teoría de Bakunin (1814-1876). En ese marco, que no interesa aquí, puede leerse el siguiente pasaje: “proclamar la abolición del derecho de herencia no sería un acto serio, sino una amenaza estúpida que agruparía a todo el campesinado y a toda la pequeña burguesía alrededor de la reacción” (p. 25).

Si se deja de lado la cuestión de la herencia, de la afirmación de Marx se desprende que el proletariado no sólo debe organizarse políticamente de modo autónomo, sino que también tiene que desarrollar una política que le permita nuclear tras de sí la mayoría de la población. (3) Marx y Engels aprendieron esto, sobre todo, en las experiencias de junio de 1848 (4) y de marzo-mayo de 1871. Los bolcheviques aplicaron esta línea en la Revolución de Octubre (por medio de la conformación de un bloque entre obreros y campesinos) y Antonio Gramsci (1891-1937) concretó esto en el plano teórico desarrollando el concepto de hegemonía.

En base a lo expuesto en el párrafo anterior puede establecerse la distinción entre dos líneas políticas de la clase obrera: a) una de ellas pretende desarrollar un política exclusivamente para el proletariado (para una clase obrera idealizada, mistificada), sin pensar en las otras clases subalternas, cuya existencia se desconoce en el terreno práctico (más allá de las declamaciones), o se tiende a asimilarlas a la burguesía; b) otra promueve la autonomía de la clase trabajadora, pero combate todos los vestigios del punto de vista corporativo e impulsa la elaboración de una política que unifique a todas las clases subalternas en torno a la lucha del proletariado. De hecho, la necesidad de construir una organización revolucionaria es una resultante de la necesidad de elaborar una política contrahegemónica, un nuevo bloque histórico.

El argumento de Marx, favorable a la segunda de las políticas esbozadas en el párrafo anterior, cobra pleno sentido si se tiene en cuenta que Marx estudia al capitalismo como una totalidad, en la que sólo para fines analíticos puede distinguirse entre economía y política. Desde este punto de vista, postular la escisión entre lucha económica (o lucha sindical) y lucha política implica adoptar la ideología de la burguesía.

Cuando se desata una huelga por un reclamo de aumento salarial en una fábrica textil del partido de San Martín, por ejemplo, no se trata de un conflicto individual entre los obreros A, B, C y el capitalista R. El carácter social de la lucha sólo es inteligible desde la visión de las clases sociales. Las posiciones de A, B, C y R están dadas por la posición que ocupan en el proceso de producción; R tiene todas las de ganar porque su propiedad es sancionada por el Estado (Código Civil, Código Penal, etc.). Los obreros sólo tienen chance de vencer si se unen y superan la estrechez corporativa. En esta instancia, el enfrentamiento asume la forma de movimiento político. Los obreros tratan de organizarse y la burguesía, por su parte, brega por desorganizarlos.

Si se acepta lo anterior, es claro que la apoliticidad, el rechazo de la política, etc., objetivamente constituyen una política burguesa, puesto que promueven la dispersión de la clase obrera (mejor dicho, refuerzan la fragmentación derivada de las relaciones de producción capitalistas). Todo esto independientemente de las intenciones de los promotores de dichas iniciativas.


Villa del Parque, jueves 24 de agosto de 2017

NOTAS:
(1) Incluida en pp. 23-24 de la compilación mencionada. La carta fue publicada por primera vez en la revista DIE NEUE ZEIT, Bd. 2, n° 2, 1901-1902. Ludwig Kugelmann (1830-1902) era un médico alemán, amigo de la familia Marx.
(2) Incluida en pp. 25-26 de la compilación mencionada. Paul Lafargue (1842-1911), periodista y médico nacido en Santiago de Cuba, fue un militante y ensayista que jugó un papel importante en la difusión del marxismo. Integró el Consejo General de la AIT (1° Internacional) y fue uno de los fundadores del Partido Obrero de Francia. Compañero de Laura Marx, hija de Karl. Su obra más conocida es El derecho a la pereza.
(3) Al margen del argumento principal, puede leerse entre líneas que nunca se concreta la polarización absoluta entre la burguesía y el proletariado; por el contrario, siempre subsisten  - y esto forma parte de la esencia del modo de producción capitalista - elementos, fracciones y clases intermedias.

(4) En Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, Marx escribió: “mediante el sufragio universal, otorga la posesión del poder político a las clases cuya esclavitud social debe eternizar: al proletariado, a los campesinos, a la pequeña burguesía.” (Marx, Karl, Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, incluida en Marx, Karl, Trabajo asalariado y capital, Barcelona, Planeta-Agostini, 1985, p. 68). La derrota sufrida por los obreros de París en junio de 1848, cuando se vieron empujados a la insurrección por la burguesía, fue leída por Marx como una advertencia trágica acerca de la necesidad de evitar el aislamiento político. La clase trabajadora fue vencida porque no pudo agrupar tras de sí a los campesinos y a los pequeño burgueses.