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jueves, 18 de septiembre de 2025

LA ENDOGAMIA DEL PENSAMIENTO

 


Noche pampeana


Ariel Mayo (ISP J. V. González / UNSAM)

La endogamia es la noche del pensamiento. Una idea, una teoría que se encierra sobre sí misma y que deja de dialogar-confrontar con otras ideas y teorías, deriva rápidamente en un dogma y sus defensores se vuelven sectarios. La disposición a conocer y asimilar elementos de otras teorías, la atención prestada a lo nuevo en el campo de investigación, la aceptación del diálogo con otras perspectivas teóricas, son otros tantos indicadores de vitalidad. Todo esto es válido para las ciencias sociales; lo es todavía más cuando se trata de la teoría marxista (aquí partimos del supuesto, que debe ser demostrado, de que el marxismo todavía es útil para explicar el funcionamiento del capitalismo de nuestros días).

La reflexión sobre la sociedad, para ser fecunda, requiere del diálogo y la confrontación entre distintas perspectivas teóricas. No se trata de una declaración de buenas intenciones. La historia de la filosofía y de las ciencias sociales aporta ejemplos que permiten verificar empíricamente la importancia del diálogo-confrontación para la producción de conocimiento sobre la sociedad. Basta mencionar dos casos significativos.

La filosofía surgió en la Grecia antigua, es decir, en el lugar de  intersección de las ideas del Oriente opulento y del Occidente que comenzaba a organizarse en torno a sus primeras ciudades. Los comerciantes, en su ir y venir, iban esparciendo las noticias de otros cultos, otras costumbres, otras formas de organización política. Pero al interior de Grecia existía otro lugar (social) de intersección de ideas. En las polis griegas se desarrolló la democracia, con la asamblea de los ciudadanos como institución central del gobierno. En esta novedosa forma de gobierno era preciso tanto examinar y refutar los argumentos contrarios, como proporcionar pruebas favorables a los propios. En pocas palabras, había que persuadir y convencer por medio de argumentos. La filosofía surgió, pues, como producto de la confrontación entre ideas diferentes, derivada de la práctica del comercio y de la democracia.

El otro ejemplo de la importancia del diálogo-confrontación entre concepciones distintas es el origen del marxismo. La teoría marxista surgió en el período 1843-1848 en diálogo con el liberalismo (el político y el económico), con las diversas corrientes del socialismo y con la filosofía alemana. De hecho, el marxismo incorporó elementos del liberalismo y de la economía política, a punto tal que puede afirmarse, por ejemplo, que es imposible comprender la teoría marxista sin estudiar a fondo el liberalismo clásico. Sin ese diálogo-confrontación con otras corrientes teóricas no habría existido el marxismo ni se habría escrito, por ejemplo, El capital. 

Un indicador preciso de una época de crisis del pensamiento es la ausencia de intercambios entre perspectivas teóricas diferentes. En tiempos como los que nos ha tocado vivir, no está de más recordar la importancia de que una teoría no se encierre sobre sí misma. Esto, por supuesto, en el caso de que efectivamente nos propongamos una salida superadora a la crisis y que la teoría sea un insumo necesario para construir esa salida.


Balvanera, jueves 18 de septiembre de 2025

jueves, 18 de marzo de 2021

RAYMOND WILLIAMS Y LA GÉNESIS DEL MATERIALISMO CULTURAL: FICHA



 


"Ciego a las culpas, el destino puede ser

despiadado con las mínimas distracciones”

Jorge Luis Borges (1899-1986)


Todo estudio sobre el marxismo del siglo XX está obligado a incluir la figura y la producción de Raymond Williams (1921-1988). Su obra Marxismo y literatura (1977) ocupa un lugar destacado dentro del denominado marxismo cultural.

El presente escrito no tiene más entidad que la de ser una ficha dedicada a presentar los contenidos principales de Marxismo y literatura. Si bien no dejamos de hacer algunas observaciones críticas (en especial acerca de aquellas cuestiones que consideramos como limitaciones del texto), de ningún modo puede afirmarse que se trata de un examen crítico y exhaustivo del libro de William. Queda a criterio del lector, de su interés y sus ganas, el profundizar en el estudio de la obra del marxista inglés. Nos damos por completamente satisfechos si esta ficha logra despertar ese interés y esas ganas.

Esta ficha es la primera de una serie dedicada a la obra mencionada. Abarca la Introducción (pp. 9-16), en donde Williams hace un racconto de su trayectoria intelectual. 

Nota bibliográfica

El título original de la obra es Marxism and Literature y fue publicada en 1977 por Oxford University Press. En esta ficha utilizo la traducción española de Guillermo David: Marxismo y literatura. Buenos Aires, Argentina: Las Cuarenta, 2009, 300 p. 

Noticia del autor

Raymond Henry Williams nació en Llanfihangel Cruconrey (Gales) el 31 de agosto de 1921. Su padre era un trabajador ferroviario, militante del Partido Laborista. Estudió en la King Henry VIII Grammar School, en Abergavenny (cerca de su ciudad natal). Su adolescencia estuvo marcada por el ascenso del nazismo en Alemania (1933) y la Guerra Civil Española (1936-1939). Williams ingresó al Trinity College, Cambridge. Allí se incorporó al Partido Comunista de Gran Bretaña. Sirvió en el ejército británico durante la SGM; en 1944 participó de la invasión a Normandía y en la ofensiva sobre el territorio alemán en 1945. Luego prosiguió sus estudios; recibió su MA en Cambridge (1946). Trabajó como tutor en educación de adultos durante varios años. En 1946 fundó la revista Politics and Letters. En 1951 fue llamado para servir en el ejército en la guerra de Corea; Williams se rehusó, registrándose como objetor de conciencia. En 1961 regresó a Cambridge, donde realizó la mayor parte de su carrera académica; fue profesor en Cambridge (1967-1983); profesor visitante en la Universidad de Stanford (1973). Williams se desligó del Partido Comunista e ingresó al Partido Laborista en 1961; dejó el laborismo en 1966. Participó en las campañas de solidaridad con Vietnam. Falleció en Saffron Walden, Essex, el 26 de enero de 1988.


El recorrido del marxismo, desde sus orígenes en la década de 1840, es peculiar e intrincado. Dicho mal y pronto, Marx sentó los pilares de una ciencia del capitalismo, de sus relaciones de producción y de cambio. Esa ciencia se plasmó en El capital, un programa de investigación que Marx jamás pudo completar (en buena medida porque era inabarcable para una sola persona, pero también por los problemas teóricos que se fueron suscitando al avanzar el estudio). Pero Marx se proponía algo más que poner los fundamentos de una ciencia; para él resultaba crucial que la nueva ciencia se convirtiera en instrumento de la clase obrera en la lucha por su liberación de la explotación capitalista. El Manifiesto comunista, co-escrito con Friedrich Engels (1820-1895), puede ser considerada la muestra más lograda de la confluencia entre luchas obreras y ciencia del capitalismo. Ciencia y política eran inseparables desde la perspectiva marxiana. 

Las vertientes científica y política del marxismo permanecieron más o menos unidas hasta la década de 1920. El éxito de la Revolución Rusa y la conversión del marxismo en ideología oficial dinamitaron las bases de esa (precaria) unidad. A partir de ese momento cada vertiente siguió senderos que se bifurcaban cada vez más. 

El marxismo político (la denominación es espantosa pero resulta útil a los fines descriptivos) congeló el programa de investigación de El capital; tanto los marxistas oficiales (quienes controlaban los partidos comunistas y, en algunos casos, el Estado) como los marxistas “rebeldes” (quienes se oponían a la línea oficial de los partidos comunistas), preservaron los análisis y los diagnósticos sobre el capitalismo realizados hasta 1917. La ciencia del capitalismo quedó momificada; los partidos (tanto los estalinistas como los trotskistas)quedaron anclados en análisis anticuados, que progresivamente perdieron influencia entre las masas trabajadoras. El proceso no fue lineal, hechos tales como la victoria de la URSS sobre la Alemania nazi (1945), los  triunfos de la Revolución China (1949) y de la Revolución Cubana (1959), permitieron ignorar durante mucho tiempo la momificación de la ciencia del capitalismo. Sin embargo, la caída de la URSS (1989) mostró que el rey estaba desnudo: los marxistas políticos se encontraban un siglo atrasados en el análisis de las transformaciones del capitalismo.

El marxismo científico (otro término espantoso) se “liberó” del peso de tener que contribuir a la emancipación de la clase trabajadora. No fue un proceso lineal; durante mucho tiempo hubo marxistas abocados al estudio del capitalismo que procuraron confluir en las luchas obreras; pero la tendencia general fue la del alejamiento progresivo respecto a esas luchas. Así, en la década de 1960 (o de 1970) ya era posible hablar de un marxismo académico, influyente en las universidades. La “liberación” de las luchas políticas no fue gratuita; el marxismo académico perdió uno de los motivos que impulsan el desarrollo de la ciencia del capitalismo: la preocupación por los problemas de la lucha de clases entre capital y trabajo y, en un sentido más profundo, por el problema de la revolución socialista

Sin embargo, el vacío político no esterilizó al marxismo científico. Desde la década de 1960 se verificó una ampliación sostenida del campo de la ciencia del capitalismo que, en algunos casos, vino a consolidar logros anteriores y, en otros, a abrir nuevas áreas de investigación. En este terreno hay que ubicar los trabajos de Williams.  


En el prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política (famoso por haber sido utilizado tantas veces en cursos introductorios a la teoría marxista), Marx hizo su autobiografía intelectual y, de paso, planteó una serie de definiciones que siguen generando debates entre los marxistas actuales. Williams sigue el ejemplo marxiano y dedica la introducción de su libro a resumir en pocas páginas su trayectoria intelectual. [1] Como su ilustre predecesor, la introducción no está desprovista de problemas y frases ambiguas.

Williams entró en contacto con el marxismo en 1939, cuando comenzó sus estudios en la Universidad de Cambridge. Pero ese encuentro no se dio en las aulas, “sino en la amplia discusión estudiantil” (p. 9-10). Aquí hace una afirmación importante respecto a los modos de acceso al marxismo en la década de 1930: 

“Yo ya estaba relativamente familiarizado con el marxismo, o al menos con los análisis y posiciones políticas y económicas socialistas y comunistas. La experiencia de haber crecido en una familia de clase trabajadora me había llevado a aceptar la posición política básica que aquellos sostenían y clarificaban. Los problemas políticos y culturales, como los encontré entonces, fueron en efecto una extensión de aquello, o un modo de afiliación a esa situación. Raramente alguien se hace marxista por razones primordialmente culturales o literarias, sino más bien por razones de compulsión política o económica.” (p. 9-10; el resaltado es mío - AM -).

En el ambiente social de los años ‘30 el marxismo aparecía como una alternativa política real para los jóvenes de la clase trabajadora. Esto contrasta con la situación actual (2021), en la que el acceso al marxismo se da, primordialmente, a través de algún estudio universitario en disciplinas sociales. Retomando la clasificación elemental formulada más arriba, en la época que menciona Williams el marxismo político conducía (rectifico: podía conducir) al marxismo científico.

El marxismo político al que adhirió Williams ya se hallaba congelado. Ese congelamiento era especialmente notorio cuando se realizaba el pasaje hacia el marxismo científico o se emprendían actividades científicas en el ámbito académico. Williams notó esto ya durante su período de estudiante en Cambridge (1939-1941):

“Un estilo de pensamiento y cierto tipo de proposiciones definitorias son retomadas y aplicadas de buena fe, como parte de un compromiso político sin tener necesariamente los análisis y debates básicos. Así es como describiría mi propia posición como estudiante entre 1939 y 1941, años en los cuales un marxismo confiado aunque altamente selectivo coexistía torpemente con mi trabajo académico ordinario” (p. 10.

Ese marxismo “confiado aunque altamente selectivo” era una versión esquemática de la ciencia del capitalismo esbozada por Marx en el siglo XIX. Consistía en un economicismo vulgar, que concedía poca o ninguna atención a los problemas ideológicos y culturales. En pocas palabras, para el marxismo político todo podía explicarse a partir de la economía, entendida ésta de la manera más vulgar. 

Williams percibió muy pronto la distancia entre ese marxismo y el estado de los estudios académicos. No lo dice expresamente, pero estos últimos abordaban cuestiones que excedían largamente los límites del marxismo político de la época. A su vez, la academia no aceptaba el marxismo, en cualquiera de sus versiones. La consecuencia para Williams fue la soledad (no la política, pues seguía militando en el comunismo, sino la científica). En sus palabras:

“La incompatibilidad [entre el marxismo y el trabajo académico] devino un problema, no para las campañas o las polémicas sino, en rigor, para mí mismo y para cualquier cosa que pudiera llamarse mi propio pensamiento.” (p. 10)

Sin embargo, la soledad científica de Williams no era absoluta. Los debates en los círculos estudiantiles y su militancia lo pusieron en contacto con el marxismo inglés que, si bien compartía los puntos de vista del marxismo político, poseía cierta apertura hacia perspectivas diferentes a las marxistas

“Lo que realmente aprendí y compartí de los tonos dominantes en los debates del marxismo inglés es lo que ahora llamaría, aún con respeto, un populismo radical. Era una tendencia popular activa, comprometida, preocupada incluso más (para su provecho) por hacer literatura que por juzgarla, e interesada en relacionar la literatura activa con la vida de la mayoría de nuestro propio pueblo.” (p. 10; el resaltado es mío - AM -).

Por la temática de sus estudios, Williams no encajaba en el marxismo de su época (incluido el marxismo científico). Ello lo llevó a comenzar una revisión crítica de la teoría marxista y a emprender la lectura de autores que se encontraban fuera del corpus del marxismo oficial. En sus palabras: 

“Comencé a definir el sentido de un conjunto de problemas que desde entonces han ocupado mi trabajo. Excepcionalmente aislado en las cambiantes formaciones culturales y políticas de las postrimerías de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta, traté de descubrir un área de estudios en el cual algo de estas cuestiones habría de ser respondida, y algunas, incluso, instaladas. Al mismo tiempo, leí más ampliamente el marxismo y continué compartiendo la mayoría de sus posiciones políticas y económicas, aunque llevando adelante mi propio trabajo cultural y literario e investigando con cierta consciente distancia.” (p. 11).

En las condiciones del congelamiento del marxismo político, todo aquel marxista que se propusiera hacer ciencia estaba obligado a mantener distancia de las usinas teóricas partidarias. El marxismo político esterilizaba cualquier proceso creador en beneficio de una teoría anclada en un pasado cada vez más lejano en el tiempo.

La relectura de los clásicos del marxismo llevó a Williams a establecer la concepción del marxismo ortodoxo en el ámbito de los estudios culturales; al hacerlo, pudo precisar su propia posición, algo que, sin la distancia mencionada en el párrafo anterior, habría resultado imposible. La concepción ortodoxa había sido sistematizada por el marxista ruso Guergui Plejánov (1856-1918), quien se apoyó en los últimos trabajos de Friedrich Engels (1820-1895). 

“Ver aquella formación teórica claramente y trazar su hibridación con un fuerte populismo radical nativo, era comprender tanto mi respeto como mi distancia con lo que hasta entonces había conocido como Marxismo tout court. Era también recuperar una cierta comprensión del grado de selección e interpretación que, en relación tanto con Marx como con la larga marcha de la investigación y el debate marxista, aquellas posiciones ortodoxas efectivamente representaban.” (p. 12).

La revisión efectuada por Williams abarcó también (no podía ser de otra manera) a los marxistas británicos. [2] Todo ese trabajo llevó a Williams a desechar la concepción ortodoxa y a comprender desde una nueva óptica la relación entre el marxismo y las ciencias sociales. Ello lo condujo a formular una nueva concepción del marxismo, cuyo núcleo residía en la idea de que se trataba de una teoría viva, incompleta y en desarrollo. Esta forma de pensar al marxismo se asemejaba a la concepción original de Marx, que puede ser definida como un verdadero programa de investigación del capitalismo.

“Ahora que conozco más la historia del marxismo y la variedad de tradiciones selectivas y alternativas en su interior, podría al fin liberarme del modelo que ha sido ciertamente un obstáculo, ya en la certeza o en la duda: el modelo de posiciones marxistas fijas y conocidas, que en general sólo deben ser aplicadas, y el correspondiente descarte de todo otro tipo de pensamiento por ser considerado como no marxista, revisionista, neo-hegeliano o burgués. Una vez que el cuerpo central del pensamiento marxista fue visualizado como activo, en desarrollo, incompleto, y persistentemente puesto en discusión, muchas de las cuestiones fueron reabiertas. Y, de hecho, mi respeto por el corpus de pensamiento marxista como una totalidad, incluyendo la tradición ortodoxa ahora vista como una tendencia en su interior, se incrementó en forma tan significativa como decisiva. He llegado a ver cada vez más claramente sus radicales diferencias con otros cuerpos de pensamiento, pero al mismo tiempo también sus conexiones complejas con ellos así como sus muchos problemas irresolutos.” (p. 12-13).

A la postre, Williams terminó por desarrollar el materialismo cultural, al que describió del siguiente modo: 

“Me preocupo también por desarrollar una posición a la que, bajo forma teórica, he arribado a lo largo de los años. Esta difiere, en varios puntos claves, de lo que es mayormente conocido como teoría marxista, e incluso de muchas de sus variantes. Es una posición que puede ser brevemente descrita como materialismo cultural: una teoría de las especificidades de la producción material de la cultura y la literatura al interior del materialismo histórico. (...) se trata de teoría marxista, y ciertamente en sus campos específicos lo es, a pesar o incluso debido a la relativa extrañeza de algunos de sus elementos; forma parte de lo que yo al menos veo como el pensamiento central del marxismo.” (p. 15; el resaltado es mío - AM -).

A diferencia de lo ocurrido en las décadas anteriores, en los años ‘60 Williams pudo desarrollar su teoría en compañía, tanto en el plano político como en el científico. [3] El texto de la Introducción muestra aun el entusiasmo que despertaba la nueva época: 

“Hubo contacto con trabajos previos de autores que no habíamos dispuesto con anterioridad - de Lukács y de Brecht, por ejemplo. Había novedosos trabajos contemporáneos en Polonia, en Francia y en Gran Bretaña misma. Y mientras una parte de este trabajo estaba explotando un nuevo territorio, gran parte de él, simplemente por interés, estaba viendo al marxismo en sí mismo como un desarrollo histórico, con alta variabilidad e incluso con posiciones alternativas.” (p. 11-12; el resaltado es mío - AM-).

En la construcción de esta visión dinámica del marxismo confluyeron múltiples contribuciones: los trabajos de Walter Benjamin (1892-1940), Antonio Gramsci (1891-1937), la Escuela de Frankfurt, todos ellos realizados en las décadas de 1920 y 1930; las producciones de Jean-Paul Sartre (1905-1980), el último Georg Lukács (1885-1971), Louis Althusser (1918-1990) y Lucien Goldmann (1913-1970). Pero también “un elemento decisivo para un nuevo sentido de la tradición (...) las nuevas traducciones de Marx, en especial de los Grundrisse.” (p. 13).

El materialismo cultural surgió en este ambiente de intercambio y de lectura (y relectura) de viejas y nuevas investigaciones (producidas tanto en el ámbito del marxismo como en la teoría social exterior a él). Esto se plasma en Marxismo y literatura, y Williams lo expresa así:

“En la primera parte discuto y analizo cuatro conceptos básicos: cultura, lenguaje, literatura e ideología. Ninguno es un concepto exclusivo del marxismo, aunque el pensamiento marxista ha contribuido a su desarrollo a veces en forma significativa, aunque, por lo general, de modo irregular. Examino específicamente los usos marxistas de esos conceptos, pero me preocupo también por emplazarlos en desarrollos más generales. Esto proviene de la historia intelectual que he descrito, en la cual me he preocupado por visualizar las diferentes formas de pensamiento más que como una historia separada, ya sea sagrada y ajena.” (p. 14; el resaltado es mío - AM-).

El materialismo cultural representa una ampliación necesaria de los límites de la ciencia del capitalismo, ese programa de investigación inaugurado por Marx en el siglo XIX. Hoy, a 44 años de la publicación de Marxismo y literatura, podemos afirmar que esa contribución se mantuvo dentro de los límites del marxismo científico. La Nueva Izquierda, independientemente de otras valoraciones que hagamos de ella, no pudo convertirse en una fuerza subversiva para la organización capitalista de la sociedad. Pero esto es materia para otro tipo de trabajo. Por el momento nos limitaremos a comentar, en una serie de fichas, los logros y los límites de Marxismo y literatura. Desde nuestra perspectiva, el materialismo cultural representa un aporte necesaria para la construcción de la ciencia del capitalismo. 


Villa del Parque, miércoles 17 de marzo de 2021


 

NOTAS:

[1] Williams escribe: “Un modo de aclarar mi concepción de la situación desde la cual parte este libro es describir, brevemente, el desarrollo de mi propia posición en relación tanto con el marxismo como con la literatura; ambos, en la práctica tanto como en la teoría, me han preocupado la mayor parte de mi vida laboral.” (p. 9).

[2] El autor menciona a Christopher Cadwell.

[3] En lo que hace a lo político, Williams señala que desde mediados de la década de 1950 fueron emergiendo distintos grupos de lo que terminó por recibir la denominación de Nueva Izquierda. En lo que hace al campo del marxismo, señala que “encontré también, lo cual fue crucial, un pensamiento marxista diferente, y en algunas partes radicalmente diferente, de lo que yo y la mayoría de las personas en Gran Bretaña conocíamos como marxismo.” (p. 11).



miércoles, 30 de mayo de 2018

LA PERIODIZACIÓN DE LA LUCHA DEL MOVIMIENTO OBRERO EN MISERIA DE LA FILOSOFÍA, 1847




La teoría social de Karl Marx (1818-1883) es inseparable de su militancia política en las filas del movimiento obrero. Una y otra son incomprensibles si se examinan por separado; en esto reside, precisamente, la peculiaridad del marxismo respecto a las ciencias sociales.

Marx abordó en repetidas oportunidades la cuestión del desarrollo de la clase trabajadora y su lucha contra el Capital; es conocido el tratamiento del tema en el Manifiesto del partido comunista (1848). En esta ficha de lectura se exponen las líneas fundamentales de una presentación anterior de la problemática, formulada en la obra Miseria de la filosofía (1847).
Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española: Marx, Karl. (1981). Miseria de la Filosofía: Respuesta a la “Filosofía de la Miseria” del señor Proudhon. Moscú: Progreso.


Como ya indiqué, este escrito tiene el formato de una ficha de lectura. Por eso me limité a copiar los pasajes que considero más relevantes y, en algunos casos, formular un breve comentario.

Capítulo segundo: LA METAFÍSICA DE LA ECONOMÍA (pp. 83-143)

Apartado § V. LAS HUELGAS Y LAS COALICIONES DE LOS OBREROS (pp. 136-143).

Marx comienza el apartado discutiendo las afirmaciones de Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865) sobre la relación salarios y precios. Éstas pueden sintetizarse así: “Yo afirmo que las huelgas seguidas de un aumento de los salarios no pueden por menos de suscitar una elevación general de precios: esto es tan cierto como dos y dos son cuatro.” [1]

Marx liquida rápido el costado “económico” del asunto: 1) si el precio de todas las cosas se duplica al mismo tiempo que el salario = ningún cambio en los precios; 2) si todas las ramas de producción emplean = número de obreros en relación con el capital fijo [2], un aumento general de salarios produciría un descenso general de las ganancias, sin modificar el precio corriente de las mercancías; 3) como la proporción entre trabajadores y capital fijo es diferente entre las ramas de producción, las ramas con más capital fijo deberían reducir el precio de sus mercancías; caso contrario, obtendrían una ganancia extraordinaria, pues las máquinas no perciben salarios. Pero como la competencia nivela las ganancias, los capitales se desplazarían hacia la rama con mayores beneficios y las cosas volverían a su cauce.

“El alza y la baja de la ganancia y de los salarios no expresan sino la proporción en que los capitalistas y los trabajadores participan en el producto de una jornada de trabajo, sin influir en la mayoría de los casos en el precio del producto.” (p. 137).

A partir de aquí, comienza a examinar el papel que juegan los sindicatos [“coaliciones” en el texto]. Recurre al caso del movimiento obrero inglés. El carácter polémico de la obra hace que Marx proceda discutiendo afirmaciones puntuales de Proudhon; de ahí los “saltos” en la temática.

En Gran Bretaña, los capitalistas respondieron a las huelgas promoviendo la creación de nuevas máquinas: “Las máquinas eran, por decirlo así, el arma que empleaban los capitalistas para sofocar la rebeldía de los obreros calificados.” (p. 137). De este modo, las luchas obreras contribuyen al progreso tecnológico: “Aun cuando las coaliciones y las huelgas tuviesen como único resultado que el pensamiento innovador en el terreno de la mecánica dirigiera contra ella sus esfuerzos, aun en ese caso las coaliciones y las huelgas ejercerían una influencia sobre el desarrollo de la industria.” (p. 137).

El movimiento obrero inglés experimentó un ascenso a partir de 1825 (el Parlamento abolió las leyes que prohibían las coaliciones de obreros). Proudhon pensaba que era necesario prohibir los sindicatos, porque generaban un aumento de salarios y éste se traducía en un aumento de la carestía. Marx, no contento con refutar el lado económico del planteo proudhoniano, sostiene que los sindicatos son una institución propia del desarrollo de la economía capitalista: “[los sindicatos son] el resultado necesario y general de las relaciones de producción burguesas. En Inglaterra las coaliciones son autorizadas por un acto del Parlamento, y es el sistema económico el que ha obligado al Parlamento a dar esta sanción legal.” (p. 139).

Más allá de la oposición de los economistas burgueses (los sindicatos no aportan ninguna ganancia a los trabajadores, pues los salarios son determinados por las leyes económicas) y de los socialistas de la época [3] (los sindicatos no cambiaban la relación entre capital y trabajo), Marx constata que “las coaliciones no han cesado un instante de progresar y crecer con el desarrollo y el incremento de la industria moderna.” (p. 140).

“En la actualidad se puede decir que el grado a que han llegado las coaliciones en un país indica exactamente el lugar que ocupa en la jerarquía del mercado mundial.” (p. 140).

Marx resume la experiencia del movimiento obrero inglés:

“La gran industria concentra en un mismo sitio a una masa de personas que no se conocen entre sí. La competencia divide sus intereses. Pero la defensa del salario, este interés común a todos ellos frente a su patrono, los une en una idea común de resistencia: la coalición. Por tanto, la coalición persigue siempre una doble finalidad: acabar con la competencia entre los obreros para poder hacer una competencia general a los capitalistas. Si el primer fin de la resistencia se reducía a la defensa del salario, después, a medida que los capitalistas se asocian a su vez movidos por la idea de la represión, las coaliciones, en un principio aisladas, forman grupos, y la defensa por los obreros de sus asociaciones frente al capital, siempre unido, acaba siendo para ellos más necesario que la defensa del salario. (…) En esta lucha – verdadera guerra civil – se van uniendo y desarrollando todos los elementos para la batalla futura. Al llegar a este punto, la coalición toma carácter político.” (p. 141).

La clase trabajadora comienza luchando por sus intereses económicos y termina planteando la lucha política contra la burguesía. Marx expresa esto en un pasaje clásico:

“Las condiciones económicas transformaron primero a la masa de la población en trabajadores. La dominación del capital ha creado a esta masa una situación común, intereses comunes. Así pues, esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero aún no es una clase para sí. En la lucha, de la que no hemos señalado más que algunas fases, esta masa se une, se constituye como clase para sí. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha política.” (p. 141; el resaltado es mío – AM-).

Compara el proceso de desarrollo de la clase trabajadora con el de la burguesía: en una primera etapa se constituyó como clase bajo el feudalismo y la monarquía absoluta; en una segunda etapa, derrocó al feudalismo y la monarquía absoluta para transformar la sociedad feudal en sociedad burguesa.

En las dos páginas finales, Marx esboza sus ideas sobre la emancipación de la clase trabajadora. En primer lugar, señala la relación entre esa emancipación y el desarrollo de las fuerzas productivas: “La existencia de una clase oprimida es la condición vital de toda sociedad fundada en el antagonismo de clases. La emancipación de la clase oprimida implica, pues, necesariamente la creación de una sociedad nueva. Para que la clase oprimida pueda liberarse, es preciso que las fuerzas productivas ya adquiridas y las relaciones sociales vigentes no puedan seguir existiendo unas al lado de otras. De todos los instrumentos de producción, la fuerza productiva más grande es la propia fuerza revolucionaria. La organización de los elementos revolucionarios como clase supone la existencia de todas las fuerzas productivas que podían engendrarse en el seno de la vieja sociedad.” (p. 142).

A diferencia de lo ocurrido con la burguesía, que hizo revoluciones para instaurar su dominación política, la clase trabajadora no producirá una nueva dominación de clase: “La condición de la emancipación de la clase obrera es la abolición de todas las clases (…). En el transcurso de su desarrollo, la clase obrera sustituirá la antigua sociedad civil por una asociación que excluya a las clases y su antagonismo; y no existirá ya un poder político propiamente dicho, pues el poder político es precisamente la expresión oficial del antagonismo de clase dentro de la sociedad civil.” (p. 143-144).

El antagonismo entre la burguesía y los trabajadores sólo se resolverá por vía revolucionaria: “El antagonismo entre el proletariado y la burguesía es la lucha de una clase contra otra clase, lucha que llevada a su más alta expresión, implica una revolución total.” (p. 143). “Sólo en un orden de cosas en el que ya no existan clases y antagonismo de clases, las evoluciones sociales dejarán de ser revoluciones políticas.” (p. 143).

Villa del Parque, jueves 30 de mayo de 2018



NOTAS:

[1] Proudhon, Pierre-Joseph. (1846). Sistème des contradictions économiques, ou Philosophie de la misère. París, 2 tomos. El pasaje citado por Marx se encuentra en t. I, pp. 110-111.

[2] El concepto de capital fijo aparece en Adam Smith (1723-1790). Se refiere al capital que “puede emplearse en mejoras del suelo, en adquirir máquinas y herramientas para la industria o bienes que puedan rendir un beneficio o rentabilidad sin que cambien de dueño ni deban circular. Con propiedad puede llamarse al de esta clase capital fijo.” Smith citado por Manuel Fernández López, Historia del pensamiento económico, Buenos Aires, A-Z editora, 1998, p. 205.

[3] En una nota a la edición alemana de la obra (1885), Friedrich Engels (1818-1895) aclara que Marx se refería a los fourieristas en Francia y los owenianos en Inglaterra.

viernes, 30 de marzo de 2018

MARX SOBRE LA ACCIÓN POLÍTICA DE LOS TRABAJADORES: LA CARTA A LAFARGUE, 19/04/1870


Mijaíl Bakunin



1] Introducción:

En otra ocasión tuve la oportunidad de referirme a la compilación de textos de Marx, Engels y Lenin, Acerca del anarquismo y el anarcosindicalismo (Moscú, Editorial Progreso, 1976). Se trata, por cierto, de un trabajo sesgado, para nada favorable a los anarquistas. En el epílogo de la obra (pp. 332-351), redactado por un tal Kolpinski, pueden leerse “perlas” como estas: “el anarquismo corriente socio-político de naturaleza clasista pequeñoburguesa” (p. 332); “el individualismo y el subjetivismo extremos de los anarquistas” (p. 332); “manifestación del revolucionarismo pequeñoburgués” (p. 333); “esta doctrina, ajena al proletariado por su contenido de clase, sustituye el pensamiento revolucionario con la fraseología dogmática” (p. 333). La selección de trabajos reunidos en la obra refleja ese sesgo: no se encuentra en ella ninguno de los pasajes en los que Marx, por ejemplo, reconoce que los trabajadores no pueden recurrir a una herramienta de opresión (el Estado) para lograr su emancipación. Por ello es conveniente acompañar su lectura con la de obras que tienen una actitud mucho más “amable” hacia el anarquismo, como es el caso del libro clásico de Maximilien Rubel y Louis Janover, Marx anarquista (Buenos Aires, Madreselva, 2010).

La lucha entre socialistas marxistas y socialistas anarquistas es innegable. Así, por ejemplo, una de las primeras exposiciones de la concepción marxista de la sociedad se encuentra en Miseria de la Filosofía (1847), cuyo objetivo primordial es la crítica de Proudhon. Los ejemplos pueden multiplicarse, y la compilación que tengo a mi vista recoge prolijamente todo tipo de chicanas de Marx y Engels contra los anarquistas. Del lado opuesto, la cosa no va mejor: podríamos recopilar un libro completo con los adjetivos calificativos que Bakunin dedica a Marx.

Sin embargo, casi siglo y medio después de esas discusiones es posible y conveniente adoptar un punto de vista menos centrado en las diferencias y más enfocado en los aportes de ambos socialismos a la causa común de la liberación de la clase trabajadora. El carácter estatista de los socialismos del siglo XX requiere retomar todas las contribuciones a la crítica del Estado formuladas en el seno del vasto movimiento socialista (vasto en el sentido de que de ninguna manera puede resumirse a su visión marxista). Si se acepta esta afirmación, es claro que resulta imprescindible examinar de un modo crítico las obras de los anarquistas de los siglos XIX y XX.

El presente trabajo es la ficha de lectura de la carta de Marx a Paul Lafargue, fechada en Londres el 19 de abril de 1870, casi un año antes de la Comuna de París. Marx examina críticamente el “programa” de Bakunin en la 1° Internacional. La carta es reproducida de modo incompleto en la compilación mencionada (pp. 25-26).

Para comenzar, cabe decir que Marx distingue tres puntos en el “programa” de Bakunin:

1] la abolición del derecho de herencia;

2] la igualdad de las diferentes clases sociales;

3] la renuncia de la clase obrera a la acción política.

A continuación, paso a exponer el desarrollo de cada punto, no sin antes aclarar que, por razones de espacio, no expondré aquí cuál era la posición de Bakunin a partir de las palabras de éste; me limitaré a comentar las afirmaciones de Marx. Tal como indiqué más arriba, me interesa más destacar el contenido positivo de la crítica de Marx y no la vieja polémica entre marxistas y bakuninistas.

Unas palabras más. La posición de Marx y Bakunin sobre el Estado tiene una importancia que excede largamente lo expresado aquí, pues arroja un punto de vista fructífero para la ciencia política y las ciencias sociales en general, dado que se centra en el carácter de clase del Estado, algo lamentablemente olvidado en estos días. Ahora bien, nadie se atrevería a negar la importancia que tienen las instituciones estatales en las sociedades capitalistas modernas. De ahí que la lectura de los “viejos” Marx y Bakunin puede resultar sugerente aún para quienes no estén interesados en los problemas del movimiento obrero y del socialismo.



2] La abolición del derecho de herencia:

Marx rastrea los orígenes de la consigna. El derecho de herencia era una vieja preocupación del saint-simonismo; estos socialistas pensaban que la abolición de la herencia era una pieza fundamental en la constitución de un nuevo orden social.

Marx adopta una perspectiva diferente a la de los sansimonianos: si hubiera revolución socialista, esta aboliría por decreto la propiedad agraria y el capital [la propiedad privada de los medios de producción]. En este contexto, abolir el derecho de herencia sería innecesario. Sin revolución, en una situación de vigencia “pacífica” de las relaciones sociales capitalistas, la abolición de la herencia es una consigna que equivale a pegarse un tiro en los pies: “una amenaza estúpida que agruparía a todo el campesinado y a toda la pequeña burguesía alrededor de la reacción.” (p. 25).

Desde junio de 1848 (y mucho más desde la derrota de la Comuna de París), Marx tenía una gran preocupación por evitar “el solo trágico del proletariado”, esa situación en la que la clase quedaba aislada de los otros sectores populares (campesinos, pequeña burguesía) y era aplastada fácilmente por la burguesía. Dicho de otro modo, la revolución socialista exige que la clase trabajadora pueda comandar a las otras clases de la sociedad (exceptuando, por supuesto, a la burguesía). Ello implica construir hegemonía en la práctica cotidiana.

La abolición de la propiedad agraria y el capital, corresponden al programa mínimo. La abolición del derecho de herencia, en cambio, no puede formar parte del programa mínimo, pues éste incluye las medidas que tienen por objetivo mejorar la posición económica de la clase obrera y construir la dirección política de la clase obrera sobre las otras clases de la sociedad.

La base teórica de la crítica marxiana a la abolición del derecho de herencia es explicitada en el siguiente párrafo:

“¡Toda esta teoría se basa en el anticuado idealismo, que considera la jurisprudencia actual como la base de nuestro sistema económico, en lugar de ver en nuestro sistema económico la base y la fuente de nuestra jurisprudencia!” (p. 25).

La cuestión del derecho de herencia forma parte de la crítica marxiana del Derecho, parte integrante, a su vez, de la crítica a la concepción idealista de la sociedad. En el terreno político, sirve para comprender los límites del electoralismo y del parlamentarismo. Los problemas sociales (y, por supuesto, el capitalismo en general) no se resuelven en el Parlamento.



3] La igualdad de las clases sociales:

El problema se refiere a la situación de una revolución socialista, que ha derrocado a la burguesía. Marx indica el carácter absurdo de la afirmación: si las clases continúan existiendo, no pueden ser iguales entre sí. Las clases sociales presuponen la desigualdad entre ellas.

Hay que agregar que si hay Estado, hay clases y, por lo tanto, desigualdad social y opresión de una clase por otra.



4] La acción política de la clase obrera:

Marx discute la idea de Bakunin de que la clase obrera tiene que dedicarse a organizar sindicatos, y dejar de lado la política. Es cierto que el objetivo final [programa máximo] del movimiento socialista “es transformar en asociaciones los Estados existentes” (p. 26).

El problema concreto es otro, pues no estamos en una sociedad socialista. Se trata de qué hacer en el marco del capitalismo. ¿Corresponde abandonar la actividad política? ¿Vamos a dejar “a los gobiernos, a estas gigantescas tradeuniones [sindicatos] de las clases gobernantes, que hagan lo que les venga en gana, ya que si tratamos con ellos eso significará que los reconocemos”? Si el movimiento obrero procede así, queda el camino abierto para el monopolio de la política por la burguesía.

Negarse a realizar acción política es proceder como los “viejos socialistas”, quienes pensaban que no había que luchar por mejoras salariales, por cuanto el objetivo del socialismo era luchar por la abolición del trabajo asalariado. Desde la perspectiva de estos socialistas, luchar por los salarios equivalía a aceptar el sistema del trabajo asalariado.

Marx propone una posición diferente: “todo movimiento de clase como tal es y ha sido siempre necesariamente un movimiento político” (p. 26). ¿Qué significa esta afirmación?

Tomemos el caso de una huelga en protesta contra el cierre de una fábrica por la patronal. De un lado, están los trabajadores; del otro, la empresa, la policía y demás fuerzas represivas reprimiendo a los trabajadores. ¿Cómo pueden equilibrar la balanza los trabajadores? Apelando a la solidaridad de otros trabajadores, buscando aliarse con otros sindicatos y otros sectores de la población, etc., etc.

La patronal dispone de la legislación, que es una legislación de clase; del Estado, que es instrumento de represión; de la hegemonía de la burguesía sobre la clase trabajadora. Frente a este poder abrumador (y el poder de la burguesía es siempre abrumador, salvo en períodos revolucionarios) la lucha “exclusivamente” sindical terminaría por aislar al movimiento, aunque éste tenga objetivos “estrictamente” económicos. Por todo esto la lucha de clases es necesariamente un movimiento político.



Villa del Parque, viernes 30 de marzo de 2018