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lunes, 14 de agosto de 2023

LA POLÍTICA RABIOSA

Javier Milei luego del triunfo en las PASO


Aunque resulta paradójico, el gran ganador de las elecciones PASO de ayer en Argentina fue un socialista. Que se entienda (y esta afirmación también es paradójica): ganador en el plano de las ideas. Me explico. El socialista Karl Marx decía que el ser social determina la conciencia. La verdad de esta afirmación quedó demostrada con los resultados de los comicios.

Un gobierno con más de 100% de inflación anual, con salarios pauperizados y precarización del empleo, con jubilaciones y pensiones de miseria, con alquileres de viviendas por la estratosfera y con delincuentes que matan niñas en las puertas de las escuelas, no puede ganar una elección. Billetera mata galán, la inflación vence a la “mística” (ya sea la peronista o la que se ponga en su lugar). Si a esto le agregamos que el candidato del oficialismo es el ministro de Economía, entonces resulta evidente que nada puede malir sal.

Una oposición cuyos logros cuando ocupó el gobierno con Mauricio Macri fueron: la devaluación del peso, el crecimiento de la inflación, la pulverización de los salarios, el endeudamiento demencial con el FMI y el uso intensivo de la reposera por el entonces presidente.

Alberto Fernández y Mauricio Macri. Dos presidencias desastrosas con la reducción del poder adquisitivo de los trabajadores y jubilados como política de Estado. ¿Cómo no pensar que esos desastres tendrían consecuencias electorales?

Un peronismo “de izquierda” (Grabois) que promueve la receta empobrecedora de la “economía popular” (léase aceptación del trabajo precario y mal pago) y que, en los hechos, funciona como colectora del ministro de Economía con 100 y pico % de inflación.

Una izquierda trotskista que mira hacia el pasado y no al futuro, que acepta las reglas de juego de esta “democracia empobrecedora” y cuyo horizonte política pasa por conseguir 1 o 2 diputados más por elección. Un FIT (hoy FIT-U) que no es visto como alternativa de poder, que no asusta a los dueños del poder y que no enamora a nadie.

El ser social (simplificando, la forma en que se vive) domina la conciencia (en este caso, el voto).

El voto a Milei expresa el cansancio y el hartazgo frente a un gobierno que proclama la justicia social y en la práctica no hace más que gestionar la asistencia a un número creciente de pobres. Cansancio y hartazgo frente a Juntos por el Cambio que ya gobernó y se mostró tan inepto como el peronismo para mejorar las condiciones de vida de la población. Hartazgo frente a los vendedores de humo y chamuyeros que sólo buscan mejorar sus propias condiciones de vida accediendo a cargos públicos. Hartazgo frente a políticos que han convertido al ñoqui en uno de los emblemas nacionales. Hartazgo frente a un Estado presente en el salario de los funcionarios, pero en retirada en salud, educación, vivienda, seguridad, etc., etc.

El voto a Milei no es el triunfo de las ideas liberales. La mayoría de los ciudadanos no vota en base a ideología. El triunfo de La Libertad Avanza muestra (una vez más) que sin condiciones materiales no hay derechos que valgan. Milei, a su manera, demostró que nuestra democracia está desnuda y que se ha convertido en fábrica de pobres, de delincuentes y de desesperados.

Las fuerzas políticas tradicionales (un amplio arco que va desde Unión por la Patria, pasando por Juntos por el Cambio y que incluye al FIT-U) hablan del pasado. Milei logró convencer a sus votantes de que hay futuro, aunque ese futuro sea inviable en lo técnico (ejemplo: la dolarización) y espantoso en su concreción (aumento exponencial de la pobreza). Pero cabe recordar que en política y al momento de los comicios, lo que importa es que las personas se convenzan de que un futuro x es posible, con independencia de la factibilidad de su realización.

Los militantes de Milei, luego del triunfo, cantaban el hit de diciembre de 2001: ¡Qué se vayan todos!, ¡que no quede ni uno solo! Algo de verdad hay en ello. La Libertad Avanza está empezando a enterrar a las fuerzas (kirchnerismo y macrismo) y al sistema político que llevó adelante la salida de la crisis de 2001.

Milei ya dijo lo suyo. Ahora es el momento de dejar de enterrar de una vez por todas el pasado y empezar a construir, en el pensamiento y en la práctica, una alternativa que contemple los intereses de los trabajadores, los jubilados y los demás sectores populares. Tarea larga, sin certezas a la vista, pero imprescindible para quienes defendemos la necesidad y la conveniencia del socialismo. Aunque no esté de moda en estos días.

 

Villa del Parque, lunes 14 de agosto de 2023


lunes, 18 de abril de 2016

EL REGRESO DE CRISTINA

Cristina volvió del Sur. La causa del regreso (la declaración en la causa judicial por las operaciones con el precio del dólar a futuro), no interesa a los fines de este artículo. Tampoco es relevante la discusión acerca del número de manifestantes en Comodoro Py. Basta con decir que ningún otro dirigente político en la Argentina de hoy tiene esa capacidad de convocatoria. Volvió Cristina y con su regreso sepultó los pronósticos sobre la desaparición inmediata del kirchnerismo. Los marxistas tenemos la obligación de analizar los hechos, no nuestros deseos. Guste o no, el kirchnerismo y Cristina siguen siendo actores principales en el escenario político.

Transcurridos cuatro meses del gobierno de Macri, algunas cosas comienzan a estar claras. De un lado, la solidez del consenso en torno a la necesidad del ajuste,  que llevó a la alianza Cambiemos a ganar la presidencia. Los golpes sobre la clase trabajadora han sido muy fuertes, sin que se observe por el momento ninguna acción contundente de parte de los afectados (sin desconocer por cierto, las luchas locales). El macrismo avanzó en un terreno abonado por la fragmentación y el individualismo, y por un estancamiento económico iniciado en 2011.

La cuestión política fundamental es el ajuste. La política económica del macrismo es una ofensiva a fondo para restablecer la tasa de ganancia de los empresarios. En la crisis se diluye la ilusión del Estado “de todos” y aparece el Leviatán de la burguesía en todo su esplendor. Los políticos burgueses, cuyo oficio consiste en diseñar vestiduras para cubrir las desnudeces del Estado, se ponen nerviosos, no saben muy bien qué hacer. Los rezongos de Carrió, de Massa, etc., disimulan apenas el consenso general en torno al ajuste.

Con el correr del tiempo, la desnudez burguesa del macrismo empieza a generar descontento. Las centrales obreras y los sindicatos, defensores consecuentes del orden burgués, dan señales de que tienen que hacer algo para calmar la bronca de muchos trabajadores, tanto de los que sufren en carne propia los despidos como de aquellos que ven cómo se evaporan sus salarios con la inflación. Pero tampoco pasan del terreno de la queja, pues ellos también comparten el consenso en torno al ajuste.

El kirchnerismo es, en esta coyuntura, la oposición políticamente correcta al macrismo; más claro, la oposición decorativa que todo gobierno precisa para mantener el entusiasmo de sus partidarios sin que se note demasiado que defiende los intereses egoístas de una clase de la sociedad. Parafraseando a Voltaire, Macri puede afirmar que “si no existiera el kirchnerismo habría que inventarlo”.

La dirigencia kirchnerista es incapaz de luchar contra el ajuste, aunque sea en el terreno de las reivindicaciones económicas más elementales (despidos, reducción de salarios, etc.). Si algo caracterizó a Cristina durante su carrera política fue una actitud de desprecio hacia las demandas obreras (el ejemplo más claro es su crítica a los docentes durante el discurso de apertura del Congreso en 2012). El kirchnerismo llegó al gobierno con el objetivo de restablecer la confianza en las instituciones capitalistas erosionada por la crisis de 2001; ello lo obligó a realizar concesiones a los trabajadores y demás sectores populares. Pero Cristina jamás se sintió cómoda con las cuestiones obreras. En la coyuntura actual, donde los trabajadores sufren el peso principal de la ofensiva macrista, Cristina ha permanecido callada ante las decenas de miles de despidos y el empeoramiento de las condiciones laborales.

La historia reciente del kirchnerismo lo coloca en mala posición para enfrentar el ajuste. Cristina asumió su segunda presidencia en 2011 e intentó durante los primeros meses imponer la “sintonía fina”, una política dirigida a implementar una versión moderada del ajuste de las tarifas de los servicios públicos. La política frente a la deuda externa del kirchnerismo consistió en pagar al contado todo lo que pudo (de ahí que Cristina haya podido vanagloriarse de ser “pagadora serial” de deuda externa) y en negociar con los acreedores para salir del default. En este sentido, el acuerdo con el Club de París (2014), llevado a cabo por el ministro Kicillof, puede figurar cómodamente en un ranking de negociaciones vergonzosas con los acreedores.

Ni Cristina ni los principales dirigentes kirchneristas están en desacuerdo con el ajuste. Como políticos de la burguesía saben que el estancamiento económico es intolerable y que hace falta crear condiciones para promover la inversión de los capitalistas. Por eso el silencio de Cristina durante estos meses. Sin embargo, las bases kirchneristas están convencidas de que Cristina es la única alternativa contra el ajuste. La ilusión tiene bases objetivas. Las concesiones que debió realizar el kirchnerismo para restablecer el orden capitalista conformaron la base de la popularidad de Néstor y Cristina, y les permitieron ganar holgadamente la mayoría de las elecciones en el período 2003-2015. Pasarse abiertamente a las filas del ajuste significaría lisa y llanamente el final del kirchnerismo como movimiento político. De ahí la radical imposibilidad de Cristina para impulsar un ajuste en regla durante el período 2011-2015.

Las causas judiciales arrinconaron a Cristina y a las principales figuras del kirchnerismo. La presión de las medidas económicas del macrismo se hace sentir entre las bases kirchneristas. La movilización realizada en Comodoro Py, con su carácter multitudinario, muestra las vacilaciones del kirchnerismo, su imposibilidad para decir o hacer nada serio respecto al programa económico macrista. Como todos los demás políticos, requiere que el ajuste tenga éxito. Sólo así podrá salir con éxito a la escena política, a intentar diferenciarse del macrismo. Pero a diferencia de los demás políticos, Cristina no puede hacer la plancha durante la implementación del ajuste sin que ello tenga consecuencias fatales para su carrera política. Por todo ello, Cristina está condenada a los gestos impotentes.

El éxito del macrismo requiere, paradójicamente, de la oposición del kirchnerismo. Macri necesita que Cristina sea su “enemiga”. Sólo así podrá aglutinar detrás de sí a los sectores que detestan al kirchnerismo. Al mismo tiempo, la presencia de Cristina como principal dirigente de la oposición asegura que el ajuste no será cuestionado seriamente.

La capacidad de movilización del kirchnerismo es innegable, así como el liderazgo de Cristina. Pero mucho más innegable es su papel lamentable frente al ajuste en proceso. La ausencia de alternativas de izquierda disimula su impotencia. En definitiva, esta ausencia representa la gran derrota de la clase trabajadora. Construir esa alternativa es el gran desafío que tenemos los militantes socialistas.



Villa del Parque, lunes 18 de abril de 2016

miércoles, 2 de diciembre de 2015

LA POLÍTICA DETRÁS DE LA TÉCNICA: EL GABINETE DE MAURICIO MACRI

El anuncio de la composición del gabinete ministerial del presidente electo Mauricio Macri desató una ola de entusiasmo entre los intelectuales orgánicos de la burguesía argentina. Periodistas, profesores y presentadores de televisión elogiaron la “capacidad técnica” de los futuros funcionarios. Por supuesto que estos elogios tienen mucho de interesados y poco de interesantes, pero así son las reglas de juego en una sociedad mercantil. Todo se compra y se vende; por ende, las opiniones de nuestros intelectuales se rigen por las leyes de la oferta y le a demanda, tal como sucede con cualquier hijo de vecino. Sin embargo, y a pesar de la tosquedad y el mal gusto en la confección, los productos vendidos en el mercado presentan algún interés. No se trata de los productos mismos, sino de su objetivo.
El gobierno de Mauricio Macri gira en torno a la concreción de una tarea primordial: lanzar un nuevo ciclo de acumulación de capital, superando el estancamiento de los últimos cuatro años mediante una recuperación de la inversión y de la tasa de ganancia. Este, y no otro, es el contenido del “ajuste”. Para llevar a su propósito, el macrismo está obligado a lanzar una ofensiva sobre el movimiento obrero, para lograr que éste acepte una reducción de salarios y el empeoramiento de las condiciones laborales. El núcleo del Plan Macri es una ofensiva directa contra los ingresos de los asalariados (la terapia de “shock”), para de ese modo generar “confianza” entre los inversores (los capitalistas) y así lograr que inviertan, dadas las perspectivas de mayores ganancias.

Es evidente que el macrismo no puede decir la verdad respecto al ajuste. La burguesía suele tener claro que en materia de negocios cuentan los resultados y no la pureza de los principios. El macrismo, primera fuerza política declaradamente de derecha en acceder al poder en Argentina por la vía electoral, se encuentra obligado a combinar la defensa de la valorización del capital con la construcción de una hegemonía que haga su proyecto político tenga continuidad en el tiempo. Es muy pronto para examinar cuáles son los medios que utilizará para dicha construcción, pero estamos en condiciones de analizar los primeros pasos de la misma a través de la línea política esbozada por los intelectuales orgánicos más lúcidos de la burguesía argentina, entre los que se destaca Carlos Pagni, editorialista político del diario LA NACIÓN.

Pagni dedicó un par de artículos al tema de la composición del gabinete ministerial del macrismo (“Un perfil gerencial y un plan político”, 26/11/2015; “Seis cambios que auguran un nuevo orden político”, 30/11/2015). En ellos desarrolla dos ideas principales. En primer lugar, sostiene que la irrupción del macrismo marca el cierre definitivo de la etapa iniciada con la caída del gobierno de De La Rúa en 2001. En segundo lugar y acorde con el inicio de esta nueva etapa histórica, Macri viene a inaugurar una nueva forma de gestión de los asuntos públicos, basada en el saber gerencial. Para Pagni, la gran cantidad de funcionarios provenientes del ámbito empresarial imprimirá la impronta de la “cultura gerencial” al funcionamiento del aparato estatal, volviéndolo más eficiente. Subyace la idea de que Macri elaboró su gabinete con el criterio de que estén los “mejores”, es decir, los “técnicos”.

“En la selección de los ministros y funcionarios sobresale un rasgo: el profesionalismo, entendido como capacidad gerencial. Ese criterio no debe sorprender en alguien que, como Macri, se formó en una empresa.” (LN, 26/11/2015).

Al seleccionar a estos gerentes generales Macri se propone infundir en su gobierno los criterios de eficiencia, innovación y marketing que dominan la racionalidad empresarial. Para comprender sus movimientos será más útil consultar en las escuelas de negocios que en las de ciencias políticas.” (LN, 30/11/2015).

Pagni, habitualmente lúcido en sus análisis, se ve obligado aquí a forzar las cosas.  Hace falta mucha ingenuidad para pensar que Sergio Bergman es especialista en temas de Medio Ambiente;  mucho candor para imaginar que Patricia Bullrich conoce los temas de Seguridad como la palma de su mano; o un optimismo incurable para pensar que Juan Cruz Ávila, el productor de “Animales Sueltos”, tiene la formación necesaria para conducir la Secretaría de Políticas Universitarias. Seguir con esta enumeración sería fastidioso. Los funcionarios del futuro gobierno de Macri combinan aptitud en algunos casos con la más crasa ignorancia en otros, más o menos en la misma proporción en que se ambos factores se han combinado en otros gobiernos. Este no es el problema de fondo. Al plantear el tema de la capacidad técnica de los ministros, se pretende desviar la atención de la cuestión principal, que es el contenido de las tareas que debe emprender el inminente gobierno macrista.

El kirchnerismo se mostró ineficaz para relanzar la acumulación de capital. No es necesario profundizar aquí esta afirmación, basta con señalar los últimos cuatro años de estancamiento económico. El kirchnerismo cumplió la función de recomponer (en colaboración con el duhaldismo) la mencionada acumulación luego de la crisis de 2001. Pero el contexto de movilización popular de esa etapa y el debilitamiento del sistema de partidos políticos, obligaron a Néstor Kirchner a armar una construcción política que incluyera algunas concesiones a los sectores populares y las capas medias. Ahora bien, esa construcción mostró ser altamente ineficaz para resolver la nueva crisis, aún cuando sus dirigentes estaban (están) de acuerdo en la necesidad del ajuste en los mismos términos propuestos por Macri.

El macrismo llega al gobierno con plena consciencia de su tarea y con un diagnóstico de cuáles han sido los errores económicos del kirchnerismo. La preeminencia de “técnicos” en el gabinete está en relación directa con su decisión de emprender el ajuste cueste lo que cueste y con la confianza de la clase dominante en que será posible doblegar cualquier resistencia popular. Doce años de kirchnerismo generaron la domesticación de la inmensa mayoría de las organizaciones sociales que participaron en las grandes movilizaciones de 2001 y 2002. El movimiento obrero se encuentra controlado por la burocracia sindical. El macrismo confía en que estas condiciones le permitirán pasar la prueba sin demasiados sobresaltos.

Los “técnicos” del gabinete de Macri expresan la decisión del nuevo gobierno de lanzar el ataque sobre la clase obrera y relanzar un ciclo de acumulación de capital. La burguesía siente que ha llegado la hora de avanzar. Como siempre, la velocidad  y los alcances de ese avance dependerán de la resistencia ofrecida por los trabajadores. En definitiva, se trata de la política y no de la “técnica”.



Villa del Parque, miércoles 2 de diciembre de 2015

lunes, 21 de julio de 2014

LA LARGA MARCHA DESDE JAURETCHE AL MODELO AGROEXPORTADOR: EL KIRCHNERISMO Y EL ACUERDO COMERCIAL CON CHINA

Los intelectuales “progresistas” que acompañan al kirchnerismo utilizaron la expresión “batalla cultural” (o “revolución cultural”) para designar al proceso por medio del cual se avanzaría hacia la “emancipación nacional y social”. Según estos intelectuales, muchos de ellos provenientes del viejo PC (Partido Comunista) argentino, la correlación de fuerzas era desfavorable para los sectores populares, de modo que resultaba imposible confrontar en el plano político o económico con las “corporaciones”. La única lucha posible era la “cultural”. A partir de una interpretación de la obra de Gramsci, en la que dejaban de lado la cuestión del poder en el lugar de producción, consideraban que era posible y necesario comenzar pugnando por la “hegemonía cultural”, pues era el único terreno en donde era posible enfrentar a las corporaciones sin poner en peligro la estabilidad democrática. Por último, estos “progresistas” concebían al kirchnerismo como un movimiento nacional y popular, ya sea como una continuación del viejo peronismo o como un nuevo movimiento histórico.

Ahora bien, hablar de “batalla cultural” era rentable, pues permitía acceder a cargos en el aparato estatal y/o en los medios oficialistas, sin afrontar ninguno de los rigores de la lucha política (cabe recordar que el kirchnerismo, a diferencia del peronismo del período 1955-1973, tenía el control del aparato estatal) y sin exigir demasiado a las neuronas, pues la batalla por la “hegemonía” podía librarse en los ámbitos más inofensivos, sin perturbar las ganancias de los empresarios durante la “década ganada”. La cuestión se complicaba, en cambio, cuando estos intelectuales tenían que adoptar definiciones en el terreno económico. El kirchnerismo representó la salida capitalista a la crisis de 2001 y se apoyó tanto en la devaluación emprendida por el duhaldismo como en la legislación laboral sancionada por el menemismo. Las ganancias empresariales a lo largo del período 2003-2014, acompañadas por la persistencia de la precarización laboral y la profundización de la desigualdad social, impedían hablar abiertamente de una economía orientada hacia la “emancipación nacional y social”. Pero los intelectuales “progresistas” y los peronistas recurrieron a un viejo comodín para evitar referirse a los aspectos desagradables del modelo. El crecimiento económico promovido por el kirchnerismo estaba dirigido a fortalecer a la “burguesía nacional”, paso imprescindible para poder avanzar hacia la “liberación nacional”. Las ganancias empresarias eran justificadas en función del desarrollo de dicha burguesía. Que se tratara de un “capitalismo de amigos” (la expresión es de los mismos kirchneristas), dedicados a enriquecerse a como diera lugar, carecía de importancia para los intelectuales “progresistas”, fascinados con supuesto renacimiento del movimiento nacional y popular.

Muy pronto la “burguesía nacional” demostró ser muy poco nacional. Como sucedió otras veces en la historia, la burguesía argentina se dedicó a los negocios con ganancias rápidas, a fugar capitales y a vivir a costa de los subsidios estatales. El crecimiento sostenido se terminó transformando en un estancamiento sostenido y la tasa de inversión disminuyó en vez de incrementarse.

El capitalismo argentino se ve obligado a una nueva reestructuración para salir de la crisis. Para los intelectuales la cuestión era peliaguda, porque la “burguesía nacional” se había diluido en la nada y el Estado nacional carecía de recursos para impulsar un proceso de inversión de la magnitud necesaria para la reconversión del modelo de acumulación. ¿Qué hacer? El camino obvio para los kirchneristas era recurrir a la inversión extranjera. Pero esto no era tan fácil de digerir para los intelectuales que se habían cansado de pregonar la “liberación nacional y social”.

Hernán Brienza, quien siempre se ha distinguido por su falta de escrúpulos y por su obediencia a los mandatos de la “Jefa” (Cristina Fernández), aporta la solución en un artículo publicado en la edición dominical del diario kirchnerista Tiempo Argentino (20/07/2014). Dicho de modo sintético, Brienza propone volver al modelo agroexportador, cambiando en este caso a Inglaterra por China en el rol de país que compra los alimentos producidos por Argentina y quien provee a este país de los bienes manufacturados. Con esta sola propuesta cancela definitivamente a la “burguesía nacional” y a la idea misma de una política medianamente autónoma en el plano internacional.

Démosle la palabra al amigo Brienza:

La tesis de Tulio Halperín Donghi sobre la inviabilidad de Argentina tras el derrumbe del Imperio Británico en el período de entreguerras tiene cierto fundamento. Si bien Mario Rappoport demostró que la economía argentina creció mucho más entre 1930 y 1980 que en los períodos sumados del modelo agroexportador (1860-1930) y el neoliberal (1980-2002), la inserción en el comercio internacional siempre fue dificultosa tras el derrumbe de Inglaterra. La razón es sencilla: Gran Bretaña, como Imperio, tenía una economía complementaria con Argentina; Estados Unidos, competitiva.
Hoy, después de muchas décadas, nuestro país tiene una oportunidad única. La potencia que va en camino a convertirse en la principal economía del mundo es complementaria a la nuestra. China necesita para alimentar a sus 1400 millones de habitantes, los productos que Argentina exporta con ventajas relativas: proteínas.

O sea, la “década ganada” volvió a parir el modelo agroexportador. Para quienes no lo recuerden, conviene decir que este modelo designa la relación entre Argentina y el Imperio Británico entre 1880 y 1930. En este período, nuestro país exportó trigo y carne a Inglaterra; a cambio, recibíamos productos manufacturados británicos. Es claro que la posición de Argentina en este proceso era dependiente. Nuestra burguesía se fortaleció al calor de esta relación, sin que en ningún momento se propusiera desafiar a los intereses ingleses. El período agroexportador demuestra con toda crudeza que la burguesía no tiene patria o, mejor dicho, que su lealtad a la patria está condicionada por la búsqueda de mejores ganancias. Este periodo también se caracterizó por la violencia con que fueron reprimidas las protestas obreras. Este hermoso modelo (al día de hoy reivindicado en medios tradicionales de la burguesía argentina como es el diario La Nación), es el que viene a proponernos ahora el amigo Brienza. Nuestro periodista podrá ser muchas cosas, pero es sobre todo un auténtico caradura. Sólo así puede entenderse el salto dialéctico que realiza al reclamar la vuelta al modelo agroexportador, después de haber llenado páginas y páginas de loas al pensamiento “nacional”.

La desfachatez de Brienza llega al extremo de apoyarse en palabras del empresario Franco Macri para justificar su opinión sobre el modelo agroexportador:

En este punto, sólo cabría agregar una oportuna declaración del empresario Franco Macri, quien sostuvo con precisión: "Nosotros hemos sido casi siempre súbditos y no aliados de Estados Unidos y de Inglaterra. De China somos aliados, y algunos no lo pueden entender. Nosotros con la infraestructura hemos perdido –de Frondizi hasta acá– el tren todo el tiempo, y necesitamos hacer de todo. No venimos atrasados del actual gobierno. El actual gobierno ha continuado y Néstor Kirchner ha tenido una visión muy importante de todo esto. Pero estamos años atrasados." 

Que Brienza tenga que recurrir al testimonio de Franco Macri, un empresario enriquecido gracias a los subsidios estatales, para abrochar su argumento, es un indicador de la crisis del pensamiento “nacional y popular”. Que acepte este testimonio en el sentido de que la relación entre Argentina y China será de alianza y no de subordinación es un chiste de mal gusto. Pero Brienza persevera y comenta así lo dicho por Macri:

“La cuestión que plantea Macri es más que interesante. La relación económica de complementariedad entre China y Argentina puede reconstituir un círculo de exportación virtuoso para nuestro país. Incluso una gran oportunidad para incorporar trabajo y valor a los productos de exportación primarios. Pero la pregunta que queda flotando es la siguiente: ¿tiene la industria argentina la capacidad para responder a la demanda del mercado chino?”

Es decir, Argentina exportará productos primarios a China. Volvemos otra vez a 1880, cambiando únicamente el destino de nuestra producción. Y pensar que el amigo Brienza mentaba hace unos años a Don Arturo Jauretche… Claro que piensa un margen de autonomía para Argentina: adecuarnos a las necesidades de la economía china…

El editorial de Brienza es de interés porque expresa la completa capitulación de la intelectualidad “progresista” frente a la lógica del capital. Que se entienda. Brienza es, por sobre todas las cosas, un mercenario al servicio de las necesidades diarias del kirchnerismo. En sus artículos aparecen todas las bajadas de líneas de Cristina hacia los intelectuales y los militantes. Es un pionero y un devoto de la práctica de “tragar sapos”. Pero por esto mismo expresa con toda claridad el “clima” de la época. El resto de la intelectualidad “progresista” se diferencia de Brienza en la mayor presencia de reparos para adaptarse a las demandas de momento de la “Jefa”. Pero todos ellos viven de los fondos públicos y no tienen grandes márgenes para sacar los pies del plato. Brienza expresa con franqueza y poca elaboración una tesis que es defendida con mayor pulcritud por otros intelectuales “kirchneristas”. Muerto el fantasma de la “burguesía nacional”, queda el recurso al fantasma del “modelo agroexportador”, aprovechando las “ventajas comparativas” de Argentina, ya sea en producción de alimentos, ya sea en la producción de combustibles (Vaca Muerta).

Brienza siempre se ha declarado peronista. Es curioso que un movimiento que comenzó con una gigantesca movilización obrera y que ganó su primera elección presidencial arremetiendo contra los EE.UU. (la consigna Braden o Perón), termine pidiendo a gritos un socio para reimplantar una versión moderna del modelo agroexportador. Por supuesto, la “curiosidad” se esfuma cuando se deja de ver la historia en términos de “nacional-populares” y se pasa a una concepción de la misma centrada en la lucha de clases.

Es sintomático que Brienza omita toda referencia a la clase obrera. En este punto también es sincero. El modelo agroexportador, en versión antigua o en versión moderna, implica un aumento de la explotación de los trabajadores. Pero esto queda fuera del horizonte de las “batallas culturales” de nuestros intelectuales “progresistas”.

En este artículo omití deliberadamente todo comentario respecto a la viabilidad del acuerdo entre Argentina y China. Es muy probable que en toda la difusión que se le ha dado al asunto haya mucho más de desesperación gubernamental por obtener dólares rápidamente, que de realidades concretas. Pero esta cuestión, con toda su importancia, es secundaria en relación con el tema central de este artículo. Frente a la crisis del modelo de acumulación de capital promovido por el kirchnerismo, nuestra burguesía responde planteando la necesidad perentoria de reinstaurar un modelo agroexportador. Esta es la cuestión de fondo. Todo lo demás son zonceras.



Villa Jardín, lunes 21 de julio de 2014

sábado, 3 de mayo de 2014

“PORTARSE BIEN O PORTARSE MAL”: LOS TRABAJADORES SEGÚN CRISTINA FERNÁNDEZ DE KIRCHNER



La Presidenta Cristina Fernández inauguró la planta de la empresa Siam en Avellaneda. Cristina se caracteriza, en tiempos normales, por una actividad frenética, reflejada en discursos, videoconferencias y otras intervenciones en los medios y en las redes sociales. Sin embargo, son escasas las veces en las que se refiere explícitamente a los trabajadores. En esta ocasión, en vísperas del 1° de Mayo, hizo una excepción y planteó francamente su punto de visto sobre la política que deben seguir los trabajadores frente a la crisis económica en curso.

Un poco de historia. El peronismo, por lo menos hasta 1976, planteó que el movimiento obrero era la “columna vertebral del movimiento”. La dictadura militar de 1976-1983 quebró esa “columna vertebral” y, a partir de la instauración del régimen democrático en 1983, los sindicatos pasaron a jugar un papel cada vez más secundario en el peronismo. Sin embargo, y aún en los tiempos del menemismo, se mantuvo una retórica que presentaba a los trabajadores como una parte importante del movimiento peronista. Con el advenimiento de los Kirchner, en 2003, la retórica se evaporó y fue reemplazada por una concepción a la que podríamos llamar bienuda (otros preferirían decir “gorila”) respecto a los trabajadores y su rol en la sociedad. ¿Qué es ser bienudo? Significa ver el mundo con ojos de un vecino del Barrio Norte de la ciudad de Buenos Aires, alguien que en muchos casos vive del trabajo de los otros, ya sea porque es empresario, accionista, propietario de campos, etc., o, en su defecto, sueña con vivir del trabajo de otros. En otras palabras y usando un lenguaje arcaico para estos tiempos, significa ver el mundo con ojos de burgués o aspirante a serlo. Desde esta óptica, los trabajadores son “buenos” en la medida en que trabajen “responsablemente”, esto es, sin protestar ni reclamar.

En sus intervenciones referidas a los trabajadores, Cristina Fernández suele adoptar el punto de vista de una bienuda. Esta actitud se muestra claramente en su discurso de Siam, en especial en el siguiente pasaje: 

“Hoy estaba leyendo un artículo en el diario Crónica, que es un diario que defiende permanentemente los intereses de los trabajadores, y estaban las declaraciones del compañero Pignanelli, secretario general del SMATA, donde hoy tenemos un problema en el sector automotriz, pero no por un problema estructural de la Argentina sino por un problema con Brasil, que fue por lo que indiqué ayer que el ministro de Economía Axel Kicillof viajara, porque ha bajado la exportación a Brasil y este es el principal problema que hoy tiene el sector automotriz argentino, y también la baja que hubo en la producción industrial argentina. Les contaba que hoy leía las palabras de Pignanelli y decía que era una paradoja, pero que pese a las suspensiones que se habían efectivizado en el sector automotriz, no convenía hacer una huelga, porque si no para los empresarios podía ser motivo de despido. Yo no diría que es una paradoja, yo diría que es una parábola. La parábola es una figura que se utiliza en el Evangelio para poder extraer enseñanzas y aprendizajes. ¿Cuál es la parábola? Que cuando los trabajadores están bien deben tender a tener comportamientos, conductas y demandas que permitan sostener y darle sustentabilidad a este presente. Porque muchas veces, con reclamos justos y con derechos legítimos, terminamos provocando, por diferentes situaciones, cosas que no queremos. Fíjense, se hace huelga cuando se está prácticamente con plena ocupación y no se hace huelga cuando tenés un problema de suspensión o desocupación. ¿Cuál es la parábola entonces? Debería ser que cuanto mejor estás peor te comportás y cuando mal estás mejor te comportás. Esto lo tenemos que modificar si queremos tener un país diferente, una Argentina diferente y fundamentalmente una clase trabajadora diferente. Yo quiero en esto ayudar a mis compañeros, ayudarlos a pensar bien, a decidir bien, a no equivocarse, por eso Rubén apelaba a esa concordancia entre capital y trabajo.”

Sólo alguien completamente alejado de la problemática de los trabajadores, alguien que razona con mentalidad de bienudo, puede ver una parábola en lo que es simplemente un hecho de la dura realidad del asalariado en nuestro país. Cristina, quien posiblemente haya recobrado la fe al producirse la entronización del cardenal Bergoglio como papa, maquilla su bienudismo con lenguaje bíblico y cree ver una parábola donde hay, por un lado, una muestra del comportamiento patronal de muchos dirigentes sindicales, y, por otro, una expresión de la desigualdad propia de una economía capitalista.

Empecemos por el final. Cualquier argentino que vive de un salario sabe que su posición no es igual de la del patrón (o la del empresario, o la del emprendedor, si el lector prefiere términos más modernos). Al momento de negociar no tiene otra cosa para ofrecer que su fuerza de trabajo (fuerza física, habilidades, conocimientos); el empresario, en cambio, es dueño de los bienes necesarios para producir. En este sentido, la igualdad jurídica es una máscara que oculta la desigualdad esencial imperante en el proceso de trabajo. Así, las decisiones respecto a qué producir, cómo producirlo, qué cantidad producir, para quién producir, son tomadas por el empresario sin consultar al trabajador. En otras palabras, donde manda capitán no manda marinero… Esta situación de desigualdad se manifiesta también al reclamar un aumento de salarios. En épocas de crisis, cuando aumenta la desocupación, el trabajador tiene que cuidar su trabajo y agachar la cabeza, porque sabe que hay muchos otros compañeros que están esperando ocupar su lugar si es despedido. En épocas de auge económico, cuando la ocupación aumenta, tiene la posibilidad de hacer sentir su reclamo, pues el empresario encuentra más dificultades para despedirlo. 

En síntesis, las épocas de crisis empeoran la desigualdad esencial entre empresarios y trabajadores; en épocas de aumento de la actividad económica, los trabajadores se encuentran en mejor situación para reclamar mejoras. Esto es así desde el principio de los tiempos o, por lo menos, desde que existe la empresa capitalista. 

Cristina Fernández pasa por alto estas verdades sencillas y prefiere volver a descubrir la pólvora. Para ella es extraño que los trabajadores hagan huelga cuando están en condiciones de plena ocupación, y, en cambio, no vayan al paro cuando hay suspensiones o despidos. Así, no sale del “asombro” al referir una experiencia del clasismo obrero de los años ’70:

“Ayer recordábamos junto a Carlos Zannini, también como una parábola, lo que pasó una vez en Córdoba, con el gremio Sitrac – Sitram, tal vez no se acuerden quien fue el gremio Sitrac- Sitram, era un gremio muy combativo allá por los años 70. Estaban comiendo en el comedor, en plena ocupación, los horarios más altos de América latina, los mejores salarios, e hicieron una huelga porque en el comedor les sirvieron tres veces seguidas congrio, que es uno de los pescados más ricos.”

Es extraño que un gobierno que hace un culto de la memoria se permita reducir las causas de la lucha entre capital y trabajo en la década del ’70 a un problema de menú. Pero así funciona la mentalidad del bienudo, para quien es imposible que exista un conflicto entre empresarios y trabajadores, dado que son los primeros, con su “inteligencia” (o sus “neuronas”, diría Cristina, como veremos más adelante), quienes pueden poner en marcha el proceso productivo. ¿Los trabajadores?...Bien, gracias, que se ocupen de laburar y punto.

Para Cristina, la enseñanza que deja la “parábola” consiste en que los trabajadores deben comportarse “bien” cuando su situación económica es buena, pues tienen la responsabilidad de cuidar las condiciones de su “bienestar”. En criollo: los trabajadores deben ser mansos y aceptar la autoridad de los empresarios en estos momentos de crisis, para lograr mantener así el “pleno empleo”. A esto, y a pregonar “la concordia entre capital y trabajo” se reduce el contenido del discurso de Cristina. 

Pero eso no es todo. Cristina elogia repetidas veces a los empresarios en la figura de la familia Di Tella. Para ella, estos empresarios no sólo innovaron en el plano empresarial y tecnológico, sino que también lo hicieron en el plano de la cultura (a través del Instituto Torcuato Di Tella). Aquí, la mentalidad bienuda se eleva a niveles inesperados: 

“El Instituto Di Tella marcó a toda una generación en innovación intelectual, de la misma manera que sus padres, sus abuelos habían marcado en materia de innovación tecnológica e industrial. ¿Saben qué pasa? Que cuando hay neuronas en una cabeza, y las neuronas funcionan adecuadamente, pueden funcionar para el arte, para la cultura, para la industria, porque todo hace a la calidad de vida de los argentinos.”

O sea, la principal dirigente del partido que alguna vez consideró que “el movimiento obrero era su columna vertebral” sostiene que los logros de la familia Di Tella son producto de las “neuronas que funcionan adecuadamente”. ¿Los empresarios son empresarios como producto de una actividad neuronal que funciona de manera “adecuada”? ¿Los trabajadores son trabajadores y no empresarios como producto de algún “desorden neuronal”? Misterio. 

Lo concreto es que Cristina retoma la vieja idea de la armonía entre capital y trabajo, pero le da un toque característico. Ya no se trata de que intereses, sino de “neuronas que funcionan adecuadamente” (del lado empresario) y de “portarse bien o portarse mal” (del lado de los trabajadores). 

En las condiciones actuales, “portarse bien” significa, siempre según Cristina: 

“…digo que tengamos todos la fortaleza, empresarios, trabajadores, funcionarios provinciales, municipales, la fuerza, la entereza, la inteligencia de poder sostener este modelo industrialista fundamentalmente, que aumentó exponencialmente y fue el de mayor aumento en el producto bruto industrial en toda América latina en la última década y es el que mayor participación tiene, el producto bruto industrial, en el PBI general.”

Que este modelo “industrialista” tengo como algunos de sus pilares el trabajo no registrado de un tercio de los trabajadores, los bajos salarios de los trabajadores en general y el deterioro de los ingresos de los asalariados vía devaluación no tiene la menor importancia. Que el modelo “industrialista” sea tan industrialista que se basa en el ensamblado de piezas importadas de otros países, tampoco. Importa, eso sí, que los trabajadores se “porten bien”. 

A la luz de lo anterior, cabe decir que pocas veces Cristina se mostró tan bienuda en su visión de los trabajadores como en este discurso. No es, por cierto, una cuestión de estilo, sino que es un reflejo de la crisis de un modelo de relación entre el Estado y el movimiento obrero. 

Villa del Parque, sábado 3 de mayo de 2014

jueves, 13 de junio de 2013

EL CHOQUE DE TRENES EN CASTELAR: LA CLASE OBRERA NO VA AL PARAÍSO



Reproduzco la nota que escribí el 22 de febrero del año pasado, sin modificar ni una coma. Lamentablemente, mantiene plena vigencia.

La recientemente fallecida Amalia Lacroze de Fortabat no viajaba en el Sarmiento. Los empresarios dueños del maíz, de la soja y de los otros productos de nuestras fértiles llanuras, tampoco viajaban en el Sarmiento. Los banqueros y los traficantes de divisas, tampoco viajaban en el Sarmiento. Los dueños de las multinacionales mineras que se dedican a reconstruir el paisaje de nuestras montañas ricas en recursos naturales, tampoco viajaban en el Sarmiento. Los empresarios católicos de Pérez Companc, los empresarios de los grupos económicos y de las multinacionales, tampoco viajaban en el Sarmiento. Los dueños de las Pymes que “negrean” a sus trabajadores, tampoco viajaban en el Sarmiento. Los empresarios del trabajo “esclavo” tampoco viajaban en el Sarmiento. Los dueños y gerentes de los multimedios de prensa, tanto los de la “corpo” privada como los de la “corpo” oficial, tampoco viajaban en el –Sarmiento. Los dueños de los shoppings, los empresarios de la construcción, los dueños de las grandes cadenas de electrodomésticos, tampoco viajaban en el Sarmiento. Los senadores y diputados que sancionan las leyes y se aumentan las dietas, tampoco viajaban en el Sarmiento. La señora presidenta, el inefable Mauricio Macri  y los demás “lideres” de la oposición de derecha, tampoco viajaban en el Sarmiento. Los miembros de la Corte Suprema, los jueces, los jefes de las fuerzas de seguridad, tampoco viajaban en el Sarmiento.

Los dueños de la Argentina no viajaban en el Sarmiento.

En el Sarmiento viajaban trabajadores. Por eso el servicio se prestaba en condiciones pésimas, por eso las demoras y cancelaciones constantes de servicios, por eso el hacinamiento en los vagones, por eso la falta de respeto cotidiana de la empresa TBA. Por eso la persecución a los trabajadores del ferrocarril toda vez que denunciaban las condiciones de prestación del servicio y/o se atrevían a disputarle poder a la burocracia del gremio. Por eso la persecución de funcionarios del gobierno (caso Aníbal Fernández) a los delegados combativos (el Pollo Sobrero, etc.). Por eso la falta de inversión, por eso la falta de mantenimiento, por eso la tercerización de servicios de parte de TBA. Por eso los accidentes de los años anteriores.

Por eso la masacre de hoy.
 
En estos días en que tanto se habla de soberanía, los trabajadores no son dueños de su país. Desde que se levantan hasta que se acuestan su vida es manejada por los empresarios, por el gobierno y/o por la yunta de ambos. Recuperar la soberanía significa, ante todo, que los trabajadores consigan el poder de decidir sobre sus vidas. Para que la democracia no sea sólo una bella palabra y para que no haya más masacres como la de hoy. 

Mientras tanto, los trabajadores seguirán viajando en el Sarmiento, y los dueños del país seguirán lucrando con el trabajo de esos trabajadores. Por supuesto, sin viajar en el Sarmiento.



  Villa del Parque, jueves 13 de junio de 2013