El historiador Robert
DuPlessis, profesor en Swarthmore College, es autor de la obra Transiciones al capitalismo en Europa
durante la Edad Moderna, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2001
(Traducción española de Isabel Moll). En la presente ficha de lectura presento
la forma en que DuPlessis analiza el período previo a la Revolución Industrial
de fines del siglo XVIII. La ficha abarca sólo unas pocas páginas del libro.
DuPlessis examina
cuatro casos de industrialización
durante el siglo XVIII: República de Holanda, Países Bajos meridionales,
Francia e Inglaterra. Las diferencias entre ellos permiten comprender lo
específico del caso inglés, así como también la complejidad del proceso
conocido como Revolución Industrial,
que no puede explicarse a parte de la acción de una variable o de un reducido
grupo de variables.
v República de Holanda (pp. 314-319)
La evolución de la industria holandesa siguió en el
siglo XVIII una tendencia diferente a la de los países que se industrializaban.
Dicho en pocas palabras, la industria entró en decadencia, la cual se fue
profundizando a lo largo de dicho siglo.
Las señales de crisis
comenzaron a fines del siglo XVII, pero se acentuaron a partir de 1720. Comenzó
en los oficios textiles de las ciudades holandesas (esos mismos oficios que
habían iniciado la expansión de la República) [1]. Luego, desde la década de
1720, se difundió a las otras ramas. [2]
“Las principales
causas del declive industrial holandés fueron la retracción de la demanda
interior y la pérdida del mercado exterior. Durante la Edad de Oro, el auge de
la industria se debió a la prosperidad agrícola y a la elevada disponibilidad
de ingresos de una población urbana en rápido crecimiento. Estas bases se
hundieron en el XVIII. La apatía del sector agraria ya no permitía el dinamismo
de la demanda de los años anteriores. En un período de consolidación o, en
algunos lugares, de retroceso, no se realizaron inversiones a gran escala y se
difería el mantenimiento rutinario y la reposición de bienes de equipo.” (p.
316).
A los factores
mencionados, hay que agregarles: a) caída de la población urbana, a punto tal
que a partir de 1700 muchas ciudades perdieron habitantes; b) deuda estatal,
acumulada a consecuencia de las guerras con Gran Bretaña y Francia; c) aumento
de los tributos sobre el consumo popular, cuyo objetivo era el pago de la deuda
estatal; d) extenso subempleo y desempleo como consecuencia del declive
industrial; e) presión a la baja sobre los salarios.
Las colonias de la
República no servían para reactivar la demanda: las de América eran pequeñas en
tamaño y población; las de las Indias Orientales compraban pocos productos
holandeses.
El comercio exterior
era desfavorable para Holanda. Tanto su mercado interior como el colonial eran
accesibles a la importación de mercancías, como consecuencia de la acción de
los comerciantes que controlaban el comercio y el gobierno de la República y
que se oponían a restricciones que pudieran limitar sus negocios. Rechazaba el
proteccionismo y, en consecuencia, los derechos de aduana eran bajos.
La República perdió
la primacía comercial europea en la primera mitad del siglo XVIII. En parte por
el libre comercio mencionado en el párrafo anterior, en parte como efecto de
las medidas proteccionistas adoptadas por varios países europeos.
Cesaron las
innovaciones técnicas. Causa probable: “La tecnología holandesa, en comparación
con las pautas del sistema de distribución definidas en términos de trabajo
intensivo, permitía ahorrar trabajo, lo que era beneficioso para un país con
salarios muy elevados, al tiempo que hacía un uso excelente del viento y de la
turba, las fuentes de energía más abundantes del país.” (p. 318).
La expansión de la
industrial textil rural [3] se detuvo a mediados del siglo XVIII porque quedó
excluida del mercado exterior.
A fines del siglo
XVIII, la economía holandesa mantenía cierto dinamismo gracias a: 1) el
creciente poder de las finanzas rurales; 2) la difusión de la agricultura
comercial en las provincias interiores; 3) capacidad de algunos sectores del
comercio para adaptarse a nuevas condiciones.
Como síntesis de los
procesos descriptos en los párrafos precedentes basta indicar que hacia 1800,
el valor de las manufacturas importadas era nueve veces más elevado que el de
las exportaciones industriales.
v Países Bajos meridionales (pp. 319-322)
La guerra y la
ocupación extranjera asolaron buena parte del país entre la década de 1670 y
1713. Luego, la debilidad militar hizo que el mercado interior fuera accesible
a los competidores. La paz de Utrech (1713-1715) cedió estas provincias a la
administración de los Habsburgo de Austria; prohibió a las provincias
establecer sus propias tarifas, manteniendo la apertura a las mercancías
extranjeras.
La recuperación
económica comenzó en la década de 1720,
cuando se instalaron en el campo y, en menor medida, en la ciudad,
numerosas protoindustrias dedicadas a la fabricación de bienes de bajo costo y
calidad modesta.
“El crecimiento de la
población, concentrado en las zonas rurales del centro y sur de Flandes, ya
superpobladas, produjo la aparición de pequeñas tenencias agrícolas apenas
productivas y el aumento de un grupo de trabajadores sin tierra cada vez más
numeroso. En las ciudades, el colapso de los oficios agremiados desplazó a
muchos oficiales al mercado de trabajo. Paralelamente, una agricultura muy
productiva y la adopción generalizada del cultivo de la patata contuvieron los
precios de los alimentos a un nivel bajo, y también los salarios debido a la
abundancia de fuerza de trabajo. El resultado fue que los empresarios
produjeron manufacturas muy competitivas
– sobre todo tejidos de lino -, que se vendían con facilidad.” (p. 320).
Las condiciones
políticas se modificaron en 1748, con la firma de la paz de Aquisgrán. Francia
y Austria establecieron relaciones de cooperación. Consecuencias para los
Países Bajos meridionales: tarifas proteccionistas, subsidios y monopolios a
varias industrias, se mejoró la infraestructura de transporte.
A partir de mediados
del siglo XVIII, crecimiento económico. Los paños ligeros, y producción de
carbón en Charleroi, estuvieron a la cabeza.
La región logró
afirmar una vocación industrial en sectores “que demostraron ser plataformas de
lanzamiento de la industrialización fabril mecanizada. No sorprende, por tanto,
que a principios del siglo XIX los Países Bajos meridionales fueran la primera
región del continente en experimental
una revolución industrial.” (p. 322).
v Francia (pp. 322-330)
Durante el largo
siglo XVIII, Francia se convirtió en la mayor potencia industrial del
continente europeo. [En rigor, si en 1770 hubiésemos tenido que elegir al país
con mayores chances de protagonizar la Revolución Industrial, probablemente la
mayoría de nosotros habría elegido a Francia.]
Hubo una expansión
sostenida de la manufactura rural, difundida enormemente después de 1650,
beneficiada por el número creciente de aldeanos pobres producido por el cambio
agrario y por el rápido crecimiento demográfico. En todas las aldeas
aparecieron protoindustrias de lino y lana. También se produjeron bienes como
clavos, cardenillo y sombreros de paja.
Se destacó el sector
de productos de alta calidad realizados por trabajadores muy calificados. [4]
“En general, la producción textil en Francia se incrementó en términos de
metraje en tres cuartas partes, pero en términos de valor se multiplicó por
dos, con una tendencia a la producción de tejidos más caros. Las industrias
francesas, además, produjeron cantidades mucho mayores de bienes más
económicos.” (p. 323).
Un punto
controvertido es el de los efectos de la intervención estatal (sobre todo, al
mercantilismo durante el ministerio de Colbert) [5] Algunos historiadores
opinan que esta política implicó “una mala asignación de recursos” y que creó
“unas estructuras productivas obsoletas y excesivamente reglamentadas”, que
terminaron por perjudicar el desarrollo francés una vez que concluyó el estímulo
inicial. DuPlessis tiene una posición más matizada respecto a los efectos del
colbertismo: “La intervención estatal no garantizó el desarrollo industrial
francés, pero tampoco supuso una barrera para su crecimiento.” (p. 324). [6]
En la actualidad, los
historiadores modificaron la posición tradicional sobre el papel de los gremios
[o jurandes]. Según esta, los gremios
eran “un cuerpo que obstruía por igual toda forma de innovación tecnológica y
organizativa, que tenía los precios congelados, que se aferraba a un tipo de
productos totalmente pasados de moda y fuera del alcance de la mayoría de los
consumidores, que incrementaba los costes de transacción y cuya inversión y
beneficios eran los más bajos de todo el sector industrial.” (p. 325). DuPlessis
señala que los historiadores tienen hoy una concepción diferente: los gremios
eran mucho más flexibles y sabían adaptarse bien a los cambios. [7] Frente al
influjo del colbertismo, que pretendía reglamentar la economía, los empresarios
se apoyaban en los gremios para flexibilizar la economía.
“…los privilegios
gremiales, simultáneamente, ocultaban y facilitaban el poder de los empresarios
capitalistas y les ayudaban a reorganizar la producción.” (p. 326).
Eso explica porqué,
cuando Turgot (1727-1781) suprimió los gremios en 1776, se enfrentó a una
revuelta de maestros, empresarios e industriales locales, que lo obligaron a
dejar sin efecto la medida.
El crecimiento de la
economía francesa en el siglo XVIII [8] se sustentó en:
a) el mercado
exterior, que compraba tanto bienes de lujo como económicos [9];
b) el mercado
interior, en buena medida gracias a que la comercialización de la agricultura
generó demanda de manufacturas baratas y de precio medio. [10]
El desarrollo económico
no estaba exento de problemas, aunque éstos parecían menores frente al carácter
sostenido del crecimiento de la economía. La demanda de las colonias francesas
era reducida. Los mercados exteriores de los productos franceses experimentaron
dificultades en la segunda mitad del siglo XVIII (Imperio Otomano, España y sus
colonias americanas). A finales del siglo XVIII, los diseños ingleses, más
sencillos, desplazaron a los franceses. El mercado interior era débil
(transportes escasos, abundancia de aduanas internas, buena parte de la
población rural era pobre). A partir de 1770 los campesinos enfrentaron
impuestos y rentas crecientes, lo cual redujo su poder de compra; predominaban
los pequeños agricultores marginales. Sólo el 9% de la población vivía en las ciudades.
Consecuencia: en las décadas de 1760 y 1770 se estancó la producción de muchas
industrias.
En el último cuarto
del siglo XVIII, un observador atento encontraría diferencias importantes entre
Francia e Inglaterra, las que permiten explicar que la segunda haya encabezado
la Revolución Industrial. “A pesar de los logros conseguidos en vísperas de la
Revolución, sólo una quinta parte de la población activa francesa trabajaba en
la industria, frente a las más de dos quintas partes de la inglesa; en Inglaterra
las manufacturas constituían dos terceras partes del comercio y en Francia sólo
dos quintas partes.” (p. 329). El sector industrial francés era más reducido,
la tasa de urbanización era más baja, el campesino tenía un nivel de vida más
reducido: todo ello limitaba la demanda interior de bienes de consumo. [11]
“Buena parte de la
industria francesa todavía utilizaba tecnología tradicional y mantenía las
mismas estructuras de organización de la producción. En este contexto se
produjo un crecimiento secular sostenido y relevante, al tiempo que se
desarrollaron relaciones de producción capitalistas, Francia contaba con
algunas protofactorías, sobre todo hilados de algodón y estampados de percal,
pero los empresarios hicieron un mayor uso del recurso más importante del país:
la inmensa y subempleada población rural, susceptible de recibir salarios muy
bajos por un empleo industrial suplementario. Francia retuvo durante mucho
tiempo una fuerte predisposición hacia un modelo de industria de pequeña escala
que utilizaba trabajo intensivo, junto a un sector altamente calificado, pero
el impacto de competidores más mecanizado iba a cambiar completamente la
situación.” (p. 330).
v Inglaterra (pp. 330-339)
Durante la mayor
parte del siglo XVIII hubo pocos indicios de que Inglaterra terminaría siendo
la cuna de la Revolución Industrial. La industria inglesa no tuvo tasas de
crecimiento elevadas, ni un cambio estructural espectacular. En 1780, buena
parte de la producción, del equipamiento y de los centros de trabajo eran muy
similares a los de 1700 (y aún de 1600).
“Buena parte del
desarrollo industrial del período representa una continuación de las tendencias
que ya se manifestaban en el siglo XVI: predominio de la producción de paños,
la industria más importante del país y, con diferencia, la mercancía más
exportada; diversificación de manufacturas, evidenciada no sólo en el sector de
la lana, en el que se desarrollaron nuevas variedades de tejidos, sino en la
aparición de nuevos sectores que, en buena medida, producían bienes
substitutivos de importaciones y centralidad de la industria rural. Pero
también se iniciaron nuevas orientaciones que abarcaban mercados, productos,
tecnología y formas de intervención estatal que afectaban tanto a la demanda
como a la oferta.” (p. 330).
El desarrollo
industrial inglés se vio favorecido por un acceso más diversificado a los
mercados internacionales. Las colonias fueron un mercado importante. La
política inglesa de expansión territorial por conquista y el incremento
demográfico basado en la inmigración forzada y en la voluntaria redundaron en
un extraordinario crecimiento de los mercados coloniales. [12]
Los mercados ultramarinos
permitieron que la industria inglesa siguiera creciendo a pesar del proteccionismo
de los países europeos; en este sentido, los mercados coloniales se encontraban
muy protegidos y estaban en rápido crecimiento. A principios de la década de
1770, las manufacturas inglesas constituían el 54 % del comercio exterior del
país; en cambio, en Francia, las exportaciones manufactureras representaban en
1787 una tercera parte de las exportaciones. Los dos sectores beneficiados fueron:
la industria textil y la industria metalúrgica (en torno a 1800 la metalurgia
constituía un 15 % de la exportación de manufacturas, frente al 3 % del siglo
anterior).
En el caso inglés,
los mercados interior y exterior se apoyaban mutuamente. Cuando caían las
exportaciones, el mercado interno compensaba las pérdidas. “La interacción
entre la demanda externa e interna constituye la cuestión clave para el
desarrollo de la industria inglesa. No se trata de esferas separadas, sino que
estaban conectadas formal e informalmente. En la segunda mitad del siglo XVIII,
por ejemplo, las sencillas ropas de lino y algodón eran la última moda para las
mujeres y los trajes de lana sin adornos para los hombres – lo que favorecía a
la industria inglesa a expensas de la francesa -, y se contaba con libros,
revistas y catálogos que divulgaban las modas no sólo en Inglaterra sino en
todo el continente y también en el Nuevo Mundo.” (p. 333).
“El crecimiento
continuado indica que la capacidad productiva no estaba mucho tiempo ociosa; de
este modo, los productores, en especial las pequeñas industrias de metal,
papel, vidrio e incluso algodón en sus primeros momentos, se sentían lo
bastante confiados como para embarcarse en especializaciones, divisiones del
trabajo y en innovaciones técnicas, intrascendentes por sí mismas pero
importantes en su conjunto: estampados, moldes y máquinas sencillas para
laminar y taladrar diseñadas por artesanos del metal, que abarataban sus
productos y les permitían atraer a más clientes. En particular después de 1750,
cuando los precios del grano aumentaron más que los salarios, el hecho de que
cayera el precio de los productos industriales mantuvo fuera de peligro a la
demanda. Los hogares con ingresos medianos, cuyo número pasó del 15 al 20 e
incluso al 25 % de la población entre 1750 y 1780, adquirían más objetos de uso
cotidiano como botes de hierro y cerámica, géneros de lino y estampados de
algodón, precisamente el tipo de productos en los que se especializó la
industria británica. Artesanos, obreros y agricultores empezaron, a su vez, a
utilizar medios fabricados a máquina, a medir el tiempo con los relojes o a
engalanar con lazos sus sombreros.” (p. 333-334).
La adopción de nuevas
tecnologías fue un proceso lento hasta 1790; luego se aceleró e impactó a los
sectores en rápido desarrollo como el textil y el metalúrgico.
La intervención
estatal fue importante. No se crearon empresas como las patrocinadas por el
Estado francés, pero no puede hablarse de una economía de libre mercado en Gran
Bretaña, “ni por lo que concierne a la oferta ni por lo que concierne a la
demanda” (p. 334). Hubo fuertes tarifas sobre las importaciones de productos
que afectaban industrias en desarrollo.
Las industrias más
dinámicas se localizaban en el campo. Algunas actividades industriales (sobre
todo, textiles y de confección) con sede en Londres transferían parte de las
tareas menos calificadas a las áreas rurales, donde los salarios eran más
bajos. “La extensión de la industria rural en el siglo XVIII fue de tal magnitud
que puede decirse que representa un nuevo punto de partida. La diversidad de
procesos (…) terminó al fin por activar el potencial del sector agrario, al
tiempo que aceleró los cambios en la producción urbana. Las actividades, los
centros de trabajo y las relaciones de producción de los distritos rurales
industrializados acabaron asimilándose totalmente.” (p. 338).
En el plano
demográfico, se verificaron grandes modificaciones en el transcurso del siglo
XVIII. Por un lado, crecimiento de la población rural. Por otro, reorganización
de la geografía agrícola e industrial: 1) las zonas cerealeras del Sur y del
Este terminaron por utilizar sólo fuerza de trabajo masculina tiempo completo,
en tanto que las mujeres y los niños trabajaban en industrias diversas como el
trenzado de paja, los encajes, la fabricación de botones, etc.; en los papeles,
experimentaron un proceso de desindustrialización; 2) las regiones del Norte y
del Oeste se volcaron cada vez más a las actividades pastoriles, mientras que
el excedente de mano de obra se volcó casi todo en actividades no agrícolas
[13], de este modo, pasaron a ser los centros de producción textil, minera y
metalúrgica del país; 3) el proceso de urbanización se aceleró: la proporción
de habitantes de centros urbanos pasó de un 9 % en 1650 a un 20 % en 1800. (p.
337).
“En cuanto al ritmo
del crecimiento general, Gran Bretaña fue durante mucho tiempo por detrás de
Francia. Pero Gran Bretaña gozaba de ventajas que aceleraron la expansión a
medida que avanzaba el siglo [XVIII]. Una agricultura más productiva y un
sistema comercial más eficiente mantuvieron una proporción más pequeña de
población dedicada a la producción de alimentos. Por eso, aunque no se
aceleraron las tasas de crecimiento ni los niveles de productividad, que eran
excepcionalmente elevadas en relación con las medias europeas, el hecho de
contar con un mayor número de trabajadores industriales se traducía en el
aumento de la producción de manufacturas. Los artículos industriales, igual que
los productos agrícolas, se beneficiaron también del ahorro en los costes de
transacción debido a mejoras en las formas de comercialización – en especial,
del aumento creciente de tiendas al por menor – y en la estructura del
transporte, no sólo por la construcción de canales, sobre todo en los Midlands,
sino también por la creación de una red de carreteras que se amplió de manera exponencial
entre 1720 y 1770, iniciando el avance imparable de los medios de transporte y
servicios relacionados.” (p. 337).
A lo anterior, hay
que agregarle que en el siglo XVIII, Inglaterra reemplazó a la República de
Holanda en el liderazgo comercial europeo. Los ingleses se beneficiaron con la
participación en multitud de mercados, compensando los desequilibrios
momentáneos.
Inglaterra consiguió
la supremacía tecnológica europea, superando a los holandeses.
Por último, la
demanda interior fue motorizada por unas clases medias en expansión, aunque
heterogéneas: agricultores comerciantes, pequeños empresarios, tenderos,
artesanos competentes.
Villa del Parque,
domingo 15 de abril de 2018
NOTAS:
[1] En Leyden, la
producción de piezas de tela pasó fue de 144000 en 1664; 85000 en 1700; 54000
en 1750; 29000 en 1795. (p. 315).
[2] Dos ejemplos. En
1708 los astilleros de Zaan botaron 396 navíos; en 1790, la cifra de navíos
botados fue 5. La elaboración de cerveza (una de las industrias que generó
mayor empleo y mayores exportaciones), experimentó una caída de tres cuartas
partes de su producción a lo largo del siglo XVIII. (p. 315).
[3] “Los empresarios
holandeses, como la mayoría de empresarios europeos a finales del siglo XVII,
intentaron reducir costes y trasladaron la producción a las áreas rurales,
especialmente a las provincias del interior, donde el cambio agrario había
originado una importante reserva de trabajo excedente.” (p. 318).
[4] Por ejemplo, la
producción de seda en Lyon pasó de emplear 3000 trabajadores en 1660 a 14000 en
1739. (p. 323).
[5] Las medidas
tomadas por Jean-Baptiste Colbert (1619-1683) incluían tarifas preferentes a la
prohibición de importaciones, monopolios, ayudas financieras a los artesanos
inmigrantes, liberación de ordenanzas de gremios, préstamos y concesiones de
dinero, edificios, bienes de equipo y materias primas.
[6] Entre los logros
del colbertismo, se destacan la creación del cuerpo de inspectores del Estado; las
empresas estatales, que conseguían beneficios muy elevados y que pusieron a
Francia a la cabeza de la producción de artículos de lujo en Europa; la
introducción (por las manufacturas reales) de las innovaciones tecnológicas de
la época, como las spinning jennies,
las water frames y los hornos de
coque.
[7] “Es cierto que
muchos gremios se resistieron a todo tipo de cambios, pero, al contrario que en
Alemania, muchos de ellos – tal vez la mayoría – se mostraron cada vez más
flexibles y capaces de adaptarse al cambio, porque los maestros con más poder
emprendían a menudo iniciativas empresariales. Por ello, los jurandes permitieron a los patronos que
subcontrataran fuera de los límites del gremio, que emplearan a oficiales
libres (es decir, no agremiados) para trabajar con artesanos agremiados y que
reorganizaran los horarios, las condiciones de trabajo y los métodos de
producción a expensas de privilegios que durante mucho tiempo se consideraron
sacrosantos. Todas estas innovaciones permitieron reducir costes, al tiempo que
favorecieron la concentración del control de producción a manos de grupos más
reducidos. (…) los gremios no impidieron ni la proliferación de nuevos
productos fabricados totalmente fuera del control de los jurandes, ni el desarrollo de la industria rural.” (p. 325).
[8] Durante el siglo
XVIII el producto interno bruto se multiplicó por cuatro. (p. 327). La
producción industrial creció a un ritmo del 1,9 % anual entre 1701-1710 y
1781-90, frente al 1,1 % de Gran Bretaña. (p. 329). A comienzos del siglo
XVIII, la industria representaba un cuarto de toda la producción francesa (en
Inglaterra la industria era un tercio del total de la producción), en tanto que
a finales del siglo era de las dos quintas partes del producto total. (p. 329).
[9] El tráfico
ultramarino multiplicó por ocho su valor en el siglo XVIII, en tanto que todo
el comercio exterior francés sólo se triplicó. (p. 326).
[10] “El consumo
popular y de las clases medias creció también, y los tejidos y el negocio de la
confección fueron los sectores más beneficiados. Los continuos cambios de moda
hacían que la gente adquiriera más productos; las telas más ligeras y
atractivas eran las más beneficiadas y novedades como la ropa interior,
pañuelos y cortinas para ventanas se convirtieron en necesidades. (…) La
producción de bienes de lujo continuaba monopolizando el extenso mercado
interno de bienes de alta calidad.” (p. 327).
[11] En 1789 se
extrajeron en Francia 600.000 toneladas de carbón; en Inglaterra, en 1750 se
extraían unos 5 millones y en 1800, 15 millones de toneladas.
[12] A principios del
siglo XVIII, la Europa continental controlaba el 84 % de la exportación mundial
de manufacturas, hacia 1775 controlaba menos de la mitad. En cambio, la
proporción de exportaciones inglesas de manufacturas a Norteamérica y las
Antillas pasó de un 10 % a cerca de un 47 %, a Irlanda de un 2 % a un 6%, a
África, Asia, el Levante e Hispanoamérica de un 3 a un 8 %. (p. 331).
[13]
En 1750, en algunos distritos del Lancashire el 85 % de los cabezas de familia
masculinos trabajaban en la producción textil. (p. 336).
3 comentarios:
Hola buenas tardes, acabo de descubrir su blog y me llamó la atención. Soy estudiante de sociología en la UNAM México.
Me podria recomendar autores que aborden el tema de ideología, le agradeceria enormemente su ayuda.
Felicitaciones por el blog.
Excelente artículo. Gracias 😊
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