La derrota de la Comuna de
París (28 de mayo de 1871) trajo como consecuencia inmediata el inicio de una persecución
de los gobiernos europeos contra la AIT (Asociación Internacional de
Trabajadores, más conocida como 1° Internacional -). Si bien la AIT estuvo muy
lejos de ejercer la dirección del movimiento de los comuneros franceses, la
burguesía europea comprendió que su dominación política se encontraba amenazada
por la existencia de una asociación que procuraba la organización política de
los trabajadores, con independencia de esa misma burguesía.
La mayoría de los gobiernos
consideraron a la AIT como responsable de la Comuna y, al pasar, de cuanto
hecho de violencia se registrara en el mundo capitalista. Esto despertó el
interés del periodismo por la actividad de la AIT. En este marco, el periodista
R. Landor entrevistó a Karl Marx, a la sazón uno de los principales dirigentes
de la Internacional.
En este artículo utilicé la
siguiente traducción: Marx, Karl. (1871). "Entrevista concedida por Marx a
THE WORLD", incluida en: Arru, Angiolina. (1974). [1° edición: 1972]. Clase y partido en la Primera Internacional:
El debate sobre la organización entre Marx, Bakunin y Blanqui (1871-1872). Madrid:
Alberto Corazón Editor. (pp. 139-145). La traducción española corresponde a
Joaquín Sanz Guijarro.
A lo largo de la entrevista,
Landor planteó la cuestión de la existencia de actividades clandestinas de la
AIT, entre las que se destacaba la dirección del movimiento de la Comuna. Marx
desmintió categóricamente estos planteos, aclarando en qué consistían las
actividades de la AIT:
“No hay misterio alguno que aclarar,
querido señor, salvo tal vez el misterio de la necedad humana en quienes
insisten en no tener en cuenta el hecho de que nuestra Asociación es pública y
de que sus discusiones son conocidas hasta en sus pormenores y de que
cualquiera puede leer sus actas.” (p. 139).
En las acusaciones contra la
Internacional se conjugaban tanto la necesidad política de los gobiernos
europeos como el prejuicio de clase de la burguesía, que afirmaba que la clase
obrera no podía organizarse por sí misma y, por tanto, podía ser conducida de
la nariz por un grupo de conspiradores sin escrúpulos. Según este punto de
vista, los obreros eran una masa amorfa a disposición del primer aventurero que
pasara. En la imaginación de la clase capitalista, la AIT cumplía precisamente
ese rol. De ahí la necesidad de extirparla.
Como indicamos, Marx rechazó
estas acusaciones. En las respuestas a las preguntas de Landor, abordó la
cuestión de la relación entre la Internacional y la Comuna de París:
“Desearía, ante todo, que se me
probara que ha existido un complot, que se ha realizado algo que fuese una
consecuencia determinada por las circunstancias presentes. O bien, aun
suponiendo que haya habido un complot, pido que se me den las pruebas de una
participación de la Asociación Internacional.” (p. 140).
Marx procura sacar la
cuestión de la Comuna del terreno de los prejuicios burgueses, mostrando la
capacidad de acción autónoma de la clase obrera:
“La sublevación de París fue obra de
los trabajadores parisinos, los más capaces entre éstos fueron necesariamente
los jefes y los elementos más activos del movimiento; pero se da el caso,
asimismo, de que los más capaces de entre éstos son al mismo tiempo miembros de
la Asociación Internacional.” (p. 141).
Lejos de ser producto de una
conspiración, la Comuna fue obra de la clase. En este punto, Marx critica implícitamente
a los socialistas (blanquistas) que pensaban que un golpe de mano organizado
por un grupo selecto de revolucionarios bastaba para derrocar al capitalismo. El
camino elegido por Marx es bien distinto, y pasa por la organización autónoma
de la clase. Esto se refleja en su concepción de la AIT, en tanto organización:
“Sería (...) desconocer completamente
la naturaleza de la Internacional hablar de instrucciones secretas provenientes
de Londres [en esta ciudad funcionaba el Consejo General, órgano directivo de
la AIT], como si se tratara de decretos en materia de fe y de moral que emanen
de un centro pontifical de dominación y de intrigas. Esto comportaría una forma
centralizada de gobierno para la Internacional, mientras que su verdadera forma
es la que deja el más amplio campo de acción y la más amplia independencia en
la actividad local. .De hecho, la Internacional no es en modo alguno el
gobierno de la clase obrera, es un órgano de unión, más bien que un órgano
ejecutivo.” (p. 141).
El párrafo precedente no
debe interpretarse únicamente como una defensa frente a quienes afirmaban que
detrás de la AIT se escondía una sociedad secreta cuyo objetivo era destruir la
civilización burguesa. Aún en sus escritos más coyunturales, Marx no puede con
su genio y aborda la cuestión desde el plano más general posible. Es el caso de
la entrevista que estamos comentando, donde se encuentra una reflexión profunda
sobre el carácter organizativo y los fines de la AIT. Tampoco debe caerse en el
vicio opuesto, es decir, analizar el texto de Marx como si se tratara de una
teoría general de las organizaciones obreras, válida para todo tiempo y lugar.
La entrevista realizada por Landor se da en un marco concreto, marcado por un
determinado nivel de desarrollo de las organizaciones obreras nacionales, en
las que coexistían distintas corrientes ideológicas, sin que ninguna de ellas
pudiera arrogarse la hegemonía sobre el conjunto del movimiento obrero. De
hecho, los marxistas eran una minoría dentro de la AIT, en la que convivían con
anarquistas, blanquistas, sindicalistas abocados exclusivamente a las luchas económicas,
etc. Lejos de ser una organización monolítica, la AIT intentaba expresar la
diversidad de opiniones existente al interior del movimiento obrero. Marx
sostenía que existían una serie de objetivos comunes, cuya defensa evitaba la
fragmentación de la AIT. Estos objetivos eran los siguientes:
“La emancipación económica de la clase
obrera mediante la conquista del poder político. La utilización de este poder
político para la realización de fines sociales. Nuestros objetivos deben
necesariamente ser tan amplios que abracen todas las formas de actividad de la
clase obrera. Dar a estos objetivos un carácter particular habría significado
adaptarlos a las necesidades de una sola sección [se llamaba sección a cada una
de las organizaciones nacionales de la AIT; por ejemplo, la Sección Francesa.]
Pero, ¿cómo era posible inducir a todos a unirse para alcanzar los fines de
algunos? Si nuestra Asociación actuase así, no tendría ya el derecho de
llamarse internacional. La Asociación no impone forma fija alguna al movimiento
político; ella exige solamente que este movimiento se oriente hacia un mismo
objetivo. Incluye una red de sociedades afiliadas que abraza todo el mundo del
trabajo. En cada parte del mundo se presentan aspectos particulares del
problema (del trabajo) y los obreros se dan cuenta de ello y tratan de
resolverlos a su manera.” (p. 141-142).
La imagen que brinda Marx de
la AIT es muy distinta de la sociedad secreta de conspiradores imaginada por
los voceros de la burguesía. Permite comprender mejor las limitaciones de la
Internacional, las cuales se derivaban de la situación del proletariado europeo
en las décadas de 1860 y 1870. Marx y Engels, desde la década de 1840, estaban
convencidos de la necesidad de una acción internacional de la clase obrera para
derrotar al capital. Dicha acción exigía la organización autónoma de los
trabajadores respecto a los partidos políticos burgueses. Sin embargo, el
movimiento obrero estaba mucho más avanzado en el plano de la lucha económica
(creación y desarrollo de sindicatos) que en el de la lucha política. La rápida
expansión del capitalismo incrementó el número de los trabajadores y multiplicó
las luchas sociales en el continente europeo. Pero la clase obrera estaba muy
lejos de hallarse unificada ideológicamente; distintas ideologías se disputaban
el control del movimiento obrero, situación que se potenciaba por las
diferencias en el nivel de desarrollo del capitalismo en los países europeos.
De ahí que la AIT se caracterizara por el carácter flexible de su organización;
cualquier exigencia de centralización terminaría inevitablemente en su fractura.
“La Internacional no tiene la
pretensión de imponer su voluntad; o incluso de dar consejos. Pero ofrece su
simpatía y su ayuda a todo movimiento, dentro de los límites fijados por sus
Estatutos. (…) La tarea de la Asociación Internacional es establecer una
verdadera y genuina solidaridad entre esas organizaciones. [Las distintas
organizaciones de los trabajadores].” (p. 142, 143-144).
Marx concebía a la AIT más
como un centro de propaganda y de lucha ideológica que como una organización
capaz de conducir efectivamente las luchas obreras. En esto tenía en cuenta la
situación del movimiento obrero de la época que hemos señalado más arriba. En
particular, las trade unions
inglesas, los sindicatos más poderosos de la época, tenían una orientación
económica antes que política. Por tanto, la tarea de los marxistas en la AIT
consistía en la consecución de los siguientes objetivos: a) una política de
independencia de clase respecto a la burguesía; b) la construcción de partidos
obreros, autónomos de la política burguesa; c) la conquista del poder político
como fin de dichos partidos. Es por esto que, a lo largo de todo el reportaje,
Marx vuelve una y otra vez sobre el tema de la independencia política de la
clase obrera. Así, al responder a una pregunta sobre la relación entre la
Internacional y el demócrata italiano Mazzini, Marx sostiene:
“La suya [la de Mazzini] no es más que
la vieja idea de una república burguesa. Pero nosotros no queremos tener nada
que ver con la burguesía. Él se ha quedado atrás respecto del movimiento
moderno” (p. 144).
Desde la perspectiva
marxista, la Internacional era un instrumento para la unificación ideológica de
los trabajadores. El momento teórico, inescindible de la política práctica,
juega un papel central en esta etapa de la construcción de una política obrera.
Por ejemplo, cuando Landor le pregunta si la AIT “ha elaborado también su
propia filosofía”, Marx responde:
“no nos sería posible ganar nuestra
guerra contra el capital si derivásemos nuestra táctica, digamos, de la
economía política de un Mill. Este ha descrito una forma de relaciones entre el
trabajo y el capital. Nosotros esperamos demostrar que es posible establecer
otra forma de relaciones.” (p. 145).
Sin una teoría del
capitalismo, es imposible el derrocamiento del mismo. Marx enfatiza que la
economía política, ciencia elaborada por la burguesía, no puede ser la teoría
que precisa la clase obrera para llevar adelante la revolución socialista. De
ahí que la teoría sea concebida como una actividad inseparable de la práctica
revolucionaria.
Marx formula otra indicación
preciosa en el reportaje, ligada estrechamente a lo anterior. Landor pregunta
sobre el peso de los positivistas en la Internacional. Marx responde lo
siguiente:
“Hay entre nosotros positivistas, y
hay positivistas que no pertenecen a nuestra organización, pero que son
igualmente políticamente activos. Pero esto no es una consecuencia de su
filosofía, que no quiere oír nada del poder popular, como lo entendemos
nosotros; su filosofía sólo quiere sustituir la vieja jerarquía con otra nueva.”
(p. 144).
Como en el caso de la
economía política, Marx sostiene que la filosofía positivista no puede servir
de ideología de un movimiento revolucionario. Pero, al pasar, agrega algo más:
el objetivo del socialismo no es reemplazar la jerarquía burguesa por una
jerarquía socialista. Traducido al ámbito de la organización: si bien la
política requiere de dirigentes y la estrategia y la táctica se elaboran de
arriba hacia abajo, la política socialista tiene el plus de que requiere la
elevación del nivel teórico de los militantes. El socialismo es imposible si se
basa en dirigentes sabelotodos y en militantes robots, que cumplen sin pensar
las órdenes provenientes de la dirigencia. El rechazo a la noción de jerarquía
apunta en esa dirección.
Por último, Marx remarca los
límites de la lucha económica (en este caso, las huelgas) y sostiene que sólo
la lucha política (la conquista del poder) podrá conducir a la liberación de la
clase obrera.
“Pero la Asociación no tiene ningún
interés en las huelgas, aun sosteniéndolas en algunas condiciones. Desde el
punto de vista financiero, no se puede sacar provecho alguno de las mismas y,
en cambio, puede perderse con ellas. Resumamos todo esto en una palabra: la
clase obrera permanece pobre en medio de un bienestar siempre creciente. Las
privaciones materiales reducen moral y físicamente a los obreros. Imposible
contar con la ayuda exterior: por eso se ha hecho absolutamente necesario para
ellos tomar en las manos su propio destino. Deben cambiar las relaciones con
los capitalistas y los propietarios terratenientes y esto quiere decir que
deben transformar la sociedad.” (p. 143).
La suerte de la clase obrera
se resuelve en la política, es decir, en la conquista del poder político. Toda
la propuesta organizativa de Marx tiene este objetivo. Es importante enfatizar
que Marx plantea la necesidad de conquistar el poder político, no de
compartirlo con la burguesía. El Estado es definido como Estado de clase, no un
instrumento al servicio de la sociedad. Esto explica aquello que remarcamos en
este artículo, la centralidad de la construcción de una política obrera
autónoma de la burguesía.
Villa del Parque,
domingo 1 de marzo de 2015
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