“La libertad consiste
en convertir al Estado de órgano que está por encima
de la sociedad en un
órgano complemente subordinado a ella.”
Karl Marx
El rasgo fundamental del
Estado en general es su carácter opresor, su papel de instrumento privilegiado
para el ejercicio de la dominación de clase. El Estado detenta el monopolio de
la violencia legítima (1) para mantener la estructura de poder existente en la
sociedad. Lejos de ser autónomo, el Estado se encuentra limitado en su
“capacidad creadora” por las luchas de clases, por los resultados de éstas.
Además, el Estado moderno es el Estado capitalista, es decir, tiene por
objetivo el mantenimiento de la explotación del trabajo por el capital.
El Estado capitalista, por
tanto, no representa, ni puede representar jamás, el “interés general”. En una
sociedad dividida en clases con intereses antagónicos (guste o no guste, esto
es el capitalismo), el “interés general” no puede ser otra cosa que el interés
de la clase dominante. Dicho en otros términos, la forma en que en cada
sociedad concreta se expresa el “interés general” constituye la manifestación
de la hegemonía (en sentido gramsciano) de la clase dominante. En la sociedad
capitalista, la burguesía es la clase dominante porque tiene la propiedad
privada de los medios de producción.
Lo expuesto en los dos
párrafos anteriores sirve para continuar la lectura de las Glosas marginales de Marx. Su crítica del proyecto de programa del
socialismo alemán debe leerse en este marco conceptual.
Los socialistas alemanes
habían incluido en el proyecto la aspiración a constituir un “Estado libre”. Hay
que recordar que el Estado alemán en 1875 era muy diferente a un Estado moderno.
Al respecto, el juicio de Marx es lapidario:
“Un
Estado no es más que un despotismo militar de armazón burocrático y blindaje
policíaco, guarnecido de formas parlamentarias, revuelto con ingredientes
feudales e influenciado ya por la burguesía.” (p. 343).
El Imperio alemán no era,
por cierto, nada comparable a una “república democrática”. En consonancia con
esta realidad, los socialistas alemanes incluían en el proyecto una serie de
reivindicaciones democráticas: “sufragio universal, legislación directa,
derecho popular, milicia del pueblo.” (p. 342).
En síntesis, el socialismo
alemán ponía el acento en la transformación del Estado. La lucha democrática
reemplazaba a la lucha socialista. Subyacía la tesis de la separación entre el
ámbito político (eje de las preocupaciones inmediatas de los socialistas) y el
ámbito económico (el proceso de producción, cuya transformación socialista quedaba
relegada a una etapa posterior). Una consecuencia de esta separación era la
creencia en las virtudes del Estado para transformar la realidad. En otras
palabras, el Estado era el camino privilegiado para conquistar la democracia y
el socialismo. Como la adopción de la vía estatal implicaba la aceptación de
las reglas de juego impuestas por el Estado, la revolución quedaba, en los
hechos, descartada del menú de opciones del socialismo.
En este punto comienza la
crítica de Marx al proyecto. Mucho tiempo atrás, en su artículo “Sobre la
cuestión judía”, había sometido a discusión los límites de la “emancipación
política” (la Revolución Burguesa). En dicho artículo, la argumentación
marxista todavía se desenvolvía en un marco más filosófico que político. En las
“Glosas marginales”, la crítica de Marx se sitúa en la lucha de clases,
partiendo del carácter de clase del Estado.
“La
misión del obrero, que se ha librado de la estrecha mentalidad del humilde
súbdito, no es, en modo alguno, hacer «libre» al Estado. En el Imperio alemán
el «Estado» es casi tan «libre» como en Rusia.” (p. 341).
Cuando Marx dice que el
Estado alemán es “libre” está afirmando que constituye un órgano separado de la
sociedad y que ejerce su dominación sobre ella. El Estado, en tanto
organización, desarrolla fines que le son propios, y que le llevan a ejercer
cada vez mayor presión sobre la sociedad. De modo que defender, como lo hacían
los socialistas alemanes, la consigna de un Estado “libre”, representaba, en
las condiciones de Alemania, un reconocimiento a la dominación del Estado libre
sobre la sociedad. Constituía el surgimiento en las filas del socialismo de la
tendencia a “adorar” al Estado, a convertirlo en remedio para todos los males.
Y la naturaleza de ese remedio pasa por las relaciones burocráticas de “ordeno
y ejecuta”, no por el establecimiento de relaciones horizontales, democráticas.
En esta concepción, la libertad era una concesión del Estado, no un derecho del
ser humano.
Marx plantea un punto de
vista diametralmente opuesto:
“La
libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la
sociedad en un órgano complemente subordinado a ella.” (p. 341).
A contrapelo de la opinión
habitual, el “estatista” Marx sostiene que el socialismo pasa por la liberación
de la sociedad respecto a la tutela del Estado.
“El
Partido Obrero Alemán – al menos si hace suyo este programa – demuestra cómo
las ideas del socialismo no le calan siquiera la piel, ya que, en vez de tomar
a la sociedad existente (y por lo mismo podemos decir de cualquier sociedad en
el futuro) como base del Estado existente (o del futuro, para una
sociedad futura), considera más bien al Estado como un ser independiente, con
sus propios «fundamentos espirituales,
morales y liberales».” (p. 341).
O sea que los socialistas
alemanes, en vez de partir de la sociedad capitalista y del Estado engendrado
por ella, parten de un Estado separado de la sociedad, que nace y flota en el
vacío. La crítica a esta última concepción es de rigurosa actualidad.
El progresismo en general,
el kirchnerismo en particular, sostiene la tesis de que el Estado, justamente
por ser independiente de la sociedad, puede remediar los problemas sociales. La
“justicia social” es posible en la medida en que se postule la existencia de un
juez imparcial respecto a los antagonismos de las clases sociales. Ese juez es
el Estado. El Estado toma nota de las diferencias entre ricos y pobres, y busca
un equilibrio más justo. Mientras que el marxismo parte de la lucha de clases,
del reconocimiento de la explotación capitalista; el progresismo concibe las
relaciones entre clases en términos de justicia. La explotación deja de ser un
fenómeno económico y social, y pasa a ser pensada como abuso, como transgresión
a las normas de la justicia eterna. En suma, el capitalismo es elevado a la categoría
de fenómeno natural.
La actualidad de las “Glosas
marginales” radica en que Marx asume una posición realista en la teoría del
Estado. El realismo proviene de su posición de clase, que le hace concebir al
Estado como un aparato destinado a la opresión de clase. Este punto de partida
le permite escapar tanto del progresismo como del utopismo, que hacen del
Estado un ente que flota por encima de las miserias humanas. Pero el
reconocimiento del carácter capitalista del Estado representa el comienzo del
análisis, no el cierre del mismo. Marx observa la creciente concentración de
poder en el Estado (concentración que va de la mano, precisamente, con el
desarrollo del capitalismo y de la división del trabajo) y señala que éste es
cada vez más un parásito que oprime a la sociedad. De ahí el énfasis de la
reflexión marxista en la necesidad de que el Estado se subordine a la sociedad.
A diferencia del liberalismo, que convierte al Estado en una mal en sí mismo,
en una abstracción metafísica, el realista Marx prefiere estudiar los
mecanismos concretos por los que el Estado domina a la sociedad en el
capitalismo.
Capitalismo y desarrollo del
carácter parasitario del Estado son las dos caras de la misma moneda.
Villa del Parque,
jueves 31 de octubre de 2013
NOTAS:
Para redactar este
comentario utilicé la traducción española incluida en: Marx, Karl y Engels,
Friedrich. (1983). Obras escogidas.
Moscú: Progreso. (pp. 329-346).
(1) Max Weber, de quien no
puede decirse que es marxista, sostiene la misma opinión: “«Todo Estado está
fundado en la violencia», dijo Trotsky en Brest-Litowsk. Objetivamente esto es
cierto. (…) Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado
territorio (…) reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima.” (Weber, Max,
El político y el científico, Madrid,
Alianza, 1986, pág. 83.
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