Atilio Borón es un politólogo y sociólogo argentino. Doctor en Ciencia
Política (Universidad de Harvard). Profesor en la UBA, de la que fue
vicerrector. Secretario Ejecutivo de CLACSO (1997-2006). Borón es un exponente
típico del académico progresista en Argentina. Su obra Tras el búho de Minerva: Mercado contra democracia en el capitalismo de
fin de siglo (Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica y CLACSO, 2000) es
una compilación de sus trabajos sobre la problemática enunciada en el título.
Uno de ellos es el artículo “Los nuevos leviatanes y la polis democrática” (pp.
103-132). En esta serie de notas haremos un análisis de dicho artículo. Todas
las citas que figuran a continuación (salvo indicación en contrario)
corresponden a la edición original de la obra.
Borón puede ser considerado como un representante emblemático de lo que
podríamos caracterizar como el ala izquierda del progresismo argentino. El examen
crítico de su obra permite conocer los alcances y las limitaciones del
progresismo. Hay que tener en cuenta que, a diferencia de los representantes
corrientes del arco progresista, Borón se autodefine dentro del pensamiento
marxista.
El progresismo se define a partir de la negación del carácter antagónico de
la relación entre empresarios y trabajadores y de la lucha de clases. El
capitalismo no es concebido como una organización social basada en la
explotación de los trabajadores, sino como un sistema eficiente de producción,
en el cual es posible distinguir entre formas justas y formas injustas. Las dos
primeras son aquellas en las que predomina el capital industrial, las segundas
están definidas por el predominio del capital financiero, de la banca. A
diferencia de los viejos reformistas, que tenían como horizonte al socialismo y
que pensaban que el capitalismo podía ser suprimido paulatinamente mediante
reformas, los modernos progresistas consideran que el capitalismo es el mejor
de los mundos posibles y que la transformación pasa por fortalecer al “capitalismo
industrial”, en detrimento del capitalismo basado en la “valorización
financiera”.
Así las cosas, la democracia constituye el terreno ideal para que los
progresistas desplieguen su arsenal, pues negadas la explotación capitalista y
la lucha de clases, las conquistas obtenidas por vía electoral parecen ser el
camino propicio para la instauración de un capitalismo “bien organizado”.
En este contexto, el artículo de Borón es de utilidad para comprender la
forma en que el progresismo encara la cuestión del capitalismo y de la
democracia. Escrito antes del colapso del neoliberalismo en Argentina,
prefigura los rasgos principales que asumió el progresismo en la primera década
del siglo XXI. Los intelectuales progresistas que adhirieron al kirchnerismo
pueden encontrar en este texto muchas de las ideas con las que justificaron
dicha adhesión. Puesto que Borón no integra las filas de la intelectualidad
kirchnerista, puede observarse como los progresistas kirchneristas abrevaron en
una fuente más amplia, que es la del progresismo en general, tal como se fue
conformando esta corriente de pensamiento a partir de la dictadura militar de
1976.
La tesis que articula el texto es sencilla: el neoliberalismo, basado en la
hegemonía del mercado sobre la política, es incompatible con la democracia. En
sus palabras,
“la emergencia de un pequeño conglomerado de gigantescas
empresas transnacionales, los «nuevos leviatanes», cuya escala planetaria y
extraordinaria gravitación económica, social e ideológica la constituye en
actores sociales de primerísimo orden y causantes de un ominoso desequilibrio
en el ámbito de las débiles instituciones y prácticas democráticas de las
sociedades capitalistas.” (p. 103).
Para ser más precisos, Borón plantea la existencia de una incompatibilidad
radical entre globalización y democracia. La crisis del neoliberalismo en
América Latina y la emergencia de nuevas formas de estructurar la acumulación
capitalista mostraron que la globalización iba más allá del neoliberalismo.
La globalización, entendida como “la
generalización planetaria del modo capitalista de extraer excedente, o sea, la
relación capital-trabajo” (Rolando Astarita, Valor, mercado-mundial y globalización, Buenos Aires, Kaicron, p.
208), permanece vigente, está vivita y coleando. De hecho, la aceptación
acrítica y la naturalización de la relación capital-trabajo es la marca de
fábrica del progresismo de comienzos del siglo XXI. Nada de esto aparece en el
texto de Borón. Las críticas a la valorización financiera por los intelectuales
progresistas de principios del siglo XXI están en la línea del pensamiento de
Borón en las postrimerías del neoliberalismo en Argentina. Sólo a partir de una
radical abstracción del momento de la producción capitalista es posible
sostener que la tarea del momento es dejar el “anarcocapitalismo”.
Borón es terminante acerca del futuro de la relación neoliberalismo-democracia:
“No existen muchas experiencias históricas que demuestren que un régimen
democrático puede sostenerse indefinidamente en condiciones de hundimiento de
los sectores populares, de creciente pauperización de los sectores medios y de
niveles de desocupación y de exclusión social (…) como los que hay prevalecen
en la Argentina y varios otros países de América Latina. En el mejor de los
casos pueden subsistir las formalidades y los rituales externos de la vida
democrática (…) pero privadas de todo significado y sustancia.” (p. 129). O sea
que la hegemonía neoliberal era enemiga de la democracia. La década del ’90,
que fue una década neoliberal, debería haber estado marcada, entonces, por la
emergencia de dictaduras en América Latina. Nada de esto sucedió.
Alberto Bonnet, en su libro La
hegemonía menemista: El neoconservadurismo en Argentina, 1989-2001 (Buenos
Aires, Biblos, 2008), hizo una prolija revisión de las predicciones erróneas de
Borón, que abarcan mucho más que el artículo que estamos analizando. Bonnet
pone en relación dichos pronósticos (p. 45-48) con las limitaciones de la
concepción de Borón acerca de la relación entre democracia y capitalismo.
El quid de la cuestión radica en la forma en que Borón define tanto al
capitalismo como a la democracia. En este punto hay que tener en cuenta dos
cosas fundamentales: cuando Borón se refiere al capitalismo se concentra en el
nivel del intercambio (el mercado) y deja de lado el nivel de la producción;
cuando habla de democracia, la concibe como una abstracción, que puede ser
independiente de las formas que asumen las relaciones de producción en una
sociedad dada. Así, Borón independiza a la democracia del capitalismo. De
hecho, su tesis sobre la incompatibilidad entre neoliberalismo y democracia se
apoya en la idea de que la democracia es independiente del capitalismo.
Lo anterior queda claro en la manera en que Borón plantea el problema: “¿cómo
reconciliar este auge de los mercados con la preservación de la democracia?”
(p. 104).
En la nota siguiente efectuaremos un análisis de las concepciones de
democracia y capitalismo según Borón.
Buenos Aires, lunes 3 de septiembre de 2012
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