La reciente intervención militar de EE.UU., Gran Bretaña y otros países europeos en Libia, con el objetivo declarado de evitar los bombardeos de las fuerzas del coronel Khadafy (n. 1942) sobre los "civiles inocentes", ha puesto otra vez en el centro del debate político a cuestiones tales como el imperialismo y la democracia. No es nuestro objetivo analizar la compleja situación política libia, puesto que carecemos de los conocimientos necesarios para hacerlo. Para opinar con desconocimiento de causa está la mayoría del periodismo "independiente", así que remitimos a los lectores audaces a esas fuentes de desinformación. La calaña de tales "opinólogos" queda al descubierto desde el momento en que a ninguno de ellos se le ocurre preguntarse cuál es el sentido de bombardear ciudades y matar civiles (cosas que están haciendo los países de la coalición), para evitar precisamente que las fuerzas del gobierno libio bombardeen ciudades y maten civiles.
Nuestra intención es formular algunas reflexiones sobre las actitudes que ha despertado la intervención de los guerreros occidentales y cristianos, en vastos sectores del campo nacional y popular y de la izquierda. Ante todo, y para evitar confusiones, hay que decir que la intervención tiene que ser condenada sin atenuantes. Que los Estados que torturaron y asesinaron a los pueblos de Afganistán y de Iraq (para mencionar los casos más recientes) y que eliminaron cualquier vestigio de derecho internacional y aún de mero trato humanitario en la infame prisión de Guantánamo, se atribuyan el derecho de intervenir "humanitariamente", no deja de ser una expresión del grotesco sangriento al que suele darse el nombre de "comunidad internacional". Pero la condena no sirve de nada si no se explican las bases políticas de la intervención. Más en general, tampoco sirve de nada clamar contra el imperialismo, sino se explicita en qué consiste y cuál es su relación con el estado actual de la economía mundial capitalista.
En estos días, se ha afirmado repetidas veces que el coronel Khadafy es un líder antiimperialista y que, debido a ello, su lucha actual tiene que ser apoyada. Cualquier intento de poner en discusión el antiimperialismo del coronel es tildado de servilismo frente al imperialismo. Sin embargo, la realidad suele ser más complicada que las etiquetas políticas. Nos remitimos a algunos hechos fácilmente comprobables. Khadafy fue un aliado fiel de EE.UU. en la lucha contra el "terrorismo islámico". Luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el coronel vio la oportunidad de congraciarse con los amos del mundo occidental y cristiano, y con esta intención se sumó a la cruzada del inefable George W. Bush . En ese marco, entregó prisioneros e información a los servicios secretos occidentales, siendo uno de los puntales de la "guerra sucia" emprendida por el gobierno de los EE.UU. Lejos de sus veleidades antiimperialistas de los '70 y '80, el coronel se convirtió de la noche a la mañana en un personaje "respetable", al que se le perdonaban los pecadillos cometidos en contra de su propio pueblo. Parafraseando al viejo Franklin D. Roosevelt cuando se refirió al dictador nicaragüense Somoza, los líderes occidentales y cristianos podían decir del coronel: "es un hijo de puta, pero es NUESTRO hijo de puta".
El antiimperialismo de Khadafy es tan sólido como el "humanitarismo" de los EE.UU. y Gran Bretaña. Desde el campo popular se vuelve preciso, entonces, replantear qué se entiende por imperialismo. Ante todo, hay que partir de que el imperialismo no puede ser separado de la cuestión del carácter capitalista de la economía mundial. Aislar el imperialismo de la temática del capitalismo lleva a confusiones teóricas y políticas, y debilita profundamente la lucha antiimperialista.
El capitalismo, en tanto sistema de economía mundial, presupone la existencia de diferencias de poder entre los distintos países y regiones. Así como en el interior de cada sociedad, el capitalismo reproduce la desigualdad y la explotación, en el marco del mercado mundial las relaciones capitalistas implican necesariamente la desigualdad y la explotación entre los países. La política internacional es cualquier cosa menos un ámbito donde reina la igualdad y la búsqueda pacífica de consensos. En este sentido, el pasaje de un mundo bipolar, marcado por el antagonismo entre dos superpotencias (EE.UU. y la URSS), a un mundo "multipolar", en el que una gran superpotencia militar (los EE.UU.) se enfrenta a la creciente competencia de competidores como China, la Unión Europea, etc., no modifica el carácter desigual y la existencia de la explotación en las relaciones internacionales. Este tiene que ser el punto de partida de cualquier análisis de la realidad internacional.
El imperialismo alude, pues, a una forma asimétrica de relación entre los países, que se da en el marco de la plena vigencia del capitalismo como sistema económico mundial, en el que la ley del valor y la lógica de la mercancía se han vuelto los principales determinantes de las luchas políticas internas y externas. Las intervenciones militares como la que da motivo a esta nota son solamente la cara más evidente de un sistema que está construido sobre la desigualdad de poder entre los países. La hegemonía del pensamiento neoliberal en las décadas del '80 y del '90 tuvo como una de sus consecuencias la erradicación del concepto mismo de capitalismo del vocabulario de lo "políticamente correcto". La "desaparición" del capitalismo trajo aparejado un fenómeno interesante. Por un lado, muchos intelectuales dejaron de lado la noción de imperialismo y se concentraron en elucubrar fórmulas cada vez más barrocas para describir el contenido que asumieron las relaciones internacionales luego de la caída de la URSS. En este sentido, Imperio de Toni Negri y Michael Hardt fue tal vez la expresión más extrema del abandono del sentido de la realidad por la intelectualidad progresista. Por otro lado, y sobre todo a partir del derrumbe ideológico del neoliberalismo en la primera década del siglo XXI, muchos políticos e intelectuales volvieron a considerarse "antiimperialistas", pero en el camino dejaron de lado todo atisbo de lucha anticapitalista, de modo que, aún superado formalmente, el pensamiento neoliberal siguió ordenando las coordenadas principales de las luchas políticas. Según esta concepción, es posible separar el imperialismo (considerado como un resabio de una forma ya anticuada de capitalismo) del capitalismo "moderno" , basado en la tecnología y no en la explotación de los pueblos, y que por ello permite ofrecer igualdad y posibilidades para todos. Es más, sigue casi sin hablarse de capitalismo. aunque se lucha desesperadamente por tener contentos a los empresarios y garantizar así el flujo de inversiones.
La escisión entre antiimperialismo y anticapitalismo se fue desarrollando, en su versión moderna, en la primera década del siglo XXI, y se concretó en la situación paradójica de partidos y gobiernos que hacen gala de un antiimperialismo declamativo, al mismo tiempo que pugnan por atraer inversores y por desarrollar sus economías en un sentido capitalista. Ahora bien, guste o no, el crecimiento del PBI en un marco económico regido por el mercado fortalece la vigencia del imperialismo. Nada de esto es novedoso. En los años '60, y para referirnos a un autor bien conocido en el campo nacional y popular, John William Cooke (1920-1968) defendió la postura de que sólo la clase trabajadora , cuyos intereses objetivos se oponían a los capitalistas, era capaz de llevar a cabo de manera consecuente la lucha contra el imperialismo. Ninguna burguesía nacional está en condiciones de llevar adelante esa lucha por la sencilla razón de que se mueve dentro de los límites y de la lógica del capitalismo. Y, repetimos, el capitalismo implica necesariamente desigualdad y explotación, tanto al interior como al exterior de los países.
El antiimperialismo, separado de su contenido anticapitalista, resulta funcional a una vieja idea del pensamiento nacional y popular, esto es, aquella que afirma que la historia es la lucha entre lo "nacional" y lo "extranjero". Bajo la etiqueta de lo nacional se agrupa, también, a la burguesía y al capitalismo nacional, a los que se supone preferibles a las burguesías de los demás países por el mero hecho de ser "nacionales". De modo que el antiimperialismo pasa a ser una consigna conveniente, pues pone el foco en lo extranjero y deja en la oscuridad la cuestión del capitalismo "nacional". Esta actitud no es compartida por todos los exponentes actuales del pensamiento nacional y popular, pero su difusión ha corrido pareja con la reestructuración capitalista en América Latina a lo largo de la primera década del corriente siglo. De este modo puede justificarse la expansión de la economía capitalista en los últimos diez años sin renegar del "progresismo" y de la adhesión a un pensamiento que en los papeles se presenta como diametralmente opuesto al neoliberalismo.
Esta forma peculiar de concebir el antiimperialismo se ha manifestado en la actitud frente a la crisis libia. La intervención es condenada como una manifestación imperialista, como la expresión de una forma salvaje de pensar al capitalismo, propia de las metrópolis acostumbradas a resolver los problemas recurriendo a su superioridad militar. También se alude con frecuencia al interés de las potencias por apoderarse del petróleo. Pero no se dice una palabra de la relación existente entre esta imperialismo y la expansión de las relaciones capitalista a nivel mundial. El imperio es insultado, pero el capital es venerado.
El episodio libio presenta otro costado interesante. Un militante escribió en un espacio virtual algo así como: ¡Aguante Khadafy! Qué nos vienen a hablar ellos de libertad!" Que los EE.UU., que sostienen regímenes profundamente democráticos como la monarquía imperante en Arabia Saudita, sigan presentando sus actos terroristas como cruzadas libertarias es sintomático del grado en que se han intoxicado con su propia ideología. Pero constituye un profundo error dejar la cuestión de la democracia en manos de los terroristas occidentales y cristianos.
Para muchos militantes, el hecho de que el coronel se encuentre hoy bajo el ataque de las potencias imperialistas es suficiente para eximirlo de todas sus "faltas" anteriores. Sin embargo, Khadafy es un dictador y toda su carrera política se apoyó en la supresión de las libertades democráticas. No se trata, por cierto, de la eliminación de los derechos liberales clásicos, como la libertad de reunión (aunque también nos referimos a estos), sino de la anulación de cualquier intento de organización independiente de su propio pueblo. Libia es el coronel, y aquí se acabó la historia. Su antiimperialismo de épocas pasadas (antes de su conversión a la "normalidad" occidental y cristiana) sirvió para ocultar la opresión a que sometía a su pueblo.
La lucha antiimperialista es, al mismo tiempo, lucha por las libertades democráticas, pues para enfrentar exitosamente al imperialismo y al capitalismo es preciso incorporar a todo el pueblo a la misma, y la democracia es la manera más sólida y duradera de garantizar esa movilización popular. Esto es así porque los trabajadores y los demás sectores populares son quienes más sufren la falta y/o las limitaciones de las libertades democráticas. El encolumnarse detrás de un líder puede resultar exitoso en un momento dado, pero debilita la lucha contra el capitalismo en el largo plazo. La lucha anticapitalista en el siglo XXI no puede separarse de ninguna manera de la lucha por la obtención, consolidación y profundización de las formas democráticas de la autoorganización popular. El antiimperialismo tiene que ser una unión inseparable de lucha anticapitalista y lucha democrática, justamente porque el capitalismo implica la subordinación de las personas a las cosas, con la consiguiente supresión de la capacidad de los seres humanos para convertirse en dueños de sus propios destinos. Pero, para que la lucha por la democracia sea verdadera y eficaz es imperativo evitar la escisión entre política y economía tan cara al capitalismo.
Es por lo expuesto en el párrafo anterior que no puede defenderse la figura de Khadafy. Su antiimperialismo pasado expresó todas las limitaciones y errores que llevaron a las derrota a tantos movimientos de liberación nacional.
El antiimperialismo será anticapitalismo o no será nada.
Buenos Aires, miércoles 23 de marzo de 2011
2 comentarios:
Excelente lectura a mi gusto de la situación comentada. Muy bueno lo suyo.
Muchas gracias por tu comentario.
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