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sábado, 28 de mayo de 2022

LACLAU Y SU PREFACIO A LA RAZÓN POPULISTA (2004) Y LA NEGACIÓN DE LA TEORÍA SOCIAL



Ernesto Laclau (1935-2014), con suma ligereza, liquida dos siglos de teoría social en el prefacio de su obra, La razón populista (1). Sin entrar a discutir en este momento el conjunto de este libro, hay que decir que Laclau estudia al populismo en el marco de una investigación más general sobre la “lógica de formación de las identidades colectivas” (p. 9). En este contexto, Laclau concibe al populismo como “un modo de construir lo político” (p.11).

La pregunta por la naturaleza del populismo conduce a nuestro autor al clásico problema de la naturaleza de los lazos que mantienen unida a la sociedad. En un sentido, cabe decir que toda la teoría social moderna (y esta afirmación puede hacerse extensiva a la filosofía política clásica, desde los clásicos hasta los contractualistas) gira en torno a este tema; de la respuesta que se formule para el mismo se derivan las distintas corrientes que la componen. Así, por ejemplo, para los individualistas metodológicos la sociedad es un ente artificial en el que lo único verdaderamente existente son los individuos. Estos individuos se caracterizan por su esencia egoísta, y se mantienen unidos entre sí por razones de conveniencia. De este modo, el lazo social está determinado por la naturaleza humana (2). Para los marxistas, el lazo social está dado por las relaciones que se establecen entre los individuos, las cuales tienen por eje la producción y reproducción de esos mismos individuos y de la sociedad. El proceso de trabajo constituye el eje que permite entender las características que asume dicha producción y reproducción, y es la propiedad de los medios de producción la base para la formación de grupos de individuos (las clases sociales).

Laclau resuelve el tema en un solo párrafo: “Nuestro enfoque parte de una insatisfacción básica con las perspectivas sociológicas que o bien consideraban al grupo como la unidad básica del análisis social, o bien intentaban trascender esa unidad a través de paradigmas holísticos funcionalistas o estructuralistas. Las lógicas que presuponen estos tipos de funcionamiento social son, de acuerdo con nuestro punto de vista, demasiado simples y uniformes para capturar la variedad de movimientos implicados en la construcción de identidades. Resulta innecesario decir que el individualismo metodológico en cualquiera de sus variantes – incluida la elección racional – no provee tampoco ninguna alternativa al tipo de paradigma que estamos tratando de cuestionar.” (p. 9). No hay duda de que nuestro autor es, cuanto menos, un tipo audaz.

El párrafo citado merece varias consideraciones. En primer lugar, Laclau, exponente del “posmarxismo”, rehúye todo lenguaje terrenal y se expresa en términos académicos, cosa un tanto contradictoria con sus declaraciones acerca de la “desestimación del populismo” por los científicos sociales (3). La oposición entre grupo y holismo es una forma académica de negar la tradición de la teoría social. Bajo el término “grupo” se cobija todo tipo de agrupamientos, a los que Laclau (apurado por definir en un párrafo la cuestión) mete en la misma bolsa. Hablar de grupo le permite concentrarse en el estructuralismo y el funcionalismo, y dejar fuera al marxismo. En el mundo Laclau (que es el mundo académico, nuestro profesor es poco original en esto) pararse en una posición que reivindica la existencia de las clases sociales no está bien visto. En este punto, su “posmarxismo” consiste en rechazar la existencia de las clases hasta en el nombre mismo. En cuanto al holismo, hubo un tiempo en que se hablaba de la totalidad social o de la sociedad a secas. Pero Laclau tiene que rendir culto a la academia (anglosajona), y entonces nos enchufa el bendito holismo.

En segundo lugar, acusar tanto al funcionalismo como al estructuralismo de formular explicaciones “demasiado simples y uniformes” es, cuanto menos, una humorada. Laclau procede aquí con una liviandad extrema. Pero claro, el pecado de liviandad no puede ser atribuido a un tipo audaz como él. Ante todo, nuestro autor tendría que aclarar a qué versión del estructuralismo o del funcionalismo se refiere, y empezar allí el análisis. Tal como presenta las cosas, Laclau nos brinda las conclusiones sin haber formulado las premisas correspondientes, y esto no es, a mi juicio, una práctica correcta. En el párrafo mencionado, pasa con la misma liviandad por el individualismo metodológico (“no provee ninguna alternativa”) y ni siquiera menciona al marxismo. De este modo, toda la producción de la teoría social de los últimos dos siglos queda abolida, y Laclau puede vender su propia explicación de la naturaleza del lazo social.

¿En qué consiste la explicación propuesta por nuestro autor?

Laclau sostiene que “la imposibilidad de fijar la unidad de una formación social en un objeto que sea conceptualmente aprensible conduce a la centralidad de la nominación en la constitución de la unidad de esa formación, en tanto que la necesidad de un cemento social que una los elementos heterogéneos – unidad no prevista por ninguna lógica articulatoria funcionalista o estructuralista – otorga centralidad al afecto en la constitución social. Freud ya lo había entendido claramente: el lazo social es un lazo libidinal.” (p. 10). Puesto que Laclau dedica el capítulo 4 a justificar esta afirmación sobre el carácter libidinal del lazo social, no voy a analizar aquí esta concepción. Pero es preciso decir algo respecto a la manera en que don Ernesto deja fuera de combate a estructuralistas, funcionalistas y otras yerbas, porque es característica de sus procedimientos intelectuales.

Laclau postula la existencia de “elementos heterogéneos” en la sociedad, pero no dice qué es lo que produce esa heterogeneidad-. Ahora bien, afirmar esto implica tirar debajo de la alfombre la producción teórica de las ciencias sociales. A modo de ejemplo. Emile Durkheim (1858 1917), que hasta donde sabemos no era marxista (pero que tampoco tuvo que lidiar con las locuras del “posmarxismo”), sostenía que la extensión de la división social del trabajo generaba el pasaje de las sociedades basadas en la solidaridad mecánica a las sociedades basadas en la solidaridad orgánica. Era la división del trabajo el factor que creaba “heterogenidad” en la sociedad A su vez, la división del trabajo, cada vez más desarrollada en las sociedades modernas, generaba la interdependencia entre los individuos, cimentando así nuevos lazos sociales. En su concepción del “lazo social” no había ninguna necesidad de “lazos libidinosos”.

El ejemplo de Durkheim es uno entre tantos. Con un poco de esfuerzo se encuentran diversas teorías acerca del “cemento” que da cohesión a la sociedad. Por supuesto, no estoy diciendo que las explicaciones propuestas por dichas teorías sean todas correctas o algo por el estilo. Se trata de otra cosa. Laclau sostiene que no hay soluciones adecuadas al problema porque de ese modo puede hacer entrar su solución por la “puerta grande”. En un trabajo posterior me dedicaré a analizar esta solución. En este momento me parece importante hacer notar que la preferencia de Laclau por el “afecto” deja de lado temas tales como el proceso de producción, las clases sociales y la ideología. Creo que esto es demasiado, aún para un “posmarxista audaz” como don Ernesto. Pero, sin esta apoyatura téorica no es posible siquiera intentar formular una teoría social que predique la inexistencia de la lucha de clases.Y no hace falta recordar que el “éxito” de Laclau se ha dado entre los gobiernos y los intelectuales que predican la armonía entre capital y trabajo. A esta altura se hace muy difícil inventar la pólvora.

Buenos Aires, jueves 8 de diciembre de 2011

NOTAS:

(1) Laclau, Ernesto. (2011). La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. (pp. 9-12). El prefacio está fechado en Evanston, el 10 de noviembre de 2004. La primera edición de la obra data de 2004.

(2) Me refiero aquí al individualismo metodológico tal como aparece en los filósofos contractualistas (Hobbes, Locke, etc.) y en los economistas clásicos (Adam Smith). Con Max Weber (1864-1920), el individualismo deja de concentrarse en la naturaleza humana y pasa a concentrarse en los motivos de la acción de cada individuo.

(3) Laclau escribe que ha tenido la sospecha “de que en la desestimación del populismo hay mucho más que la relegación de un conjunto periférico de fenómenos a los márgenes de la explicación social. Pienso que lo que está implícito en un rechazo tan desdeñoso es la desestimación de la política tout court y la afirmación de que la gestión de los asuntos comunitarios corresponde a un poder administrativo cuya fuente de legitimidad es un conocimiento apropiado de lo que es la «buena» comunidad.” (p. 10). Ahora bien, esta desestimación del populismo es llevada adelante por los académicos; Laclau, tan rápido a la hora de criticarlos por su ignorancia de las formas reales en que se construyen las identidades políticas, asume punto por punto el discurso académico acerca de la sociedad. En mi barrio a esto se le llama oportunismo.

jueves, 26 de mayo de 2022

EL TERROR PARA LA PAZ: HOBBES Y EL ESTADO MODERNO

Bombardeo del barrio El Chorrillo, Panamá, 1989. 


 “Por el terror que inspira es capaz de conformar 

las voluntades de todos ellos para la paz.”

Thomas Hobbes


Nicolás Maquiavelo (1469-1527) y Thomas Hobbes (1588-1679) son los dos grandes teóricos del Estado moderno. Ambos ponen el acento en el papel de la violencia y en la importancia de contar con el apoyo del pueblo. Estas cuestiones dos, monopolio de la violencia y el pueblo como fuente de legitimidad, son temas centrales de la teoría del Estado.

Hobbes aborda el surgimiento del Estado en el capítulo XVII del Leviatán (1651). En rigor, este capítulo es la continuidad del capítulo XIII, donde analiza las características del estado de naturaleza. Por eso es recomendable leerlos juntos, pues de lo contrario se escapa una parte importante de la argumentación.

El filósofo inglés afirma que existe un estadio pre-social en la evolución de la humanidad, el ya mencionado estado de naturaleza. Éste se caracteriza por la guerra de todos contra todos, ocasionada por las tendencias egoístas de la naturaleza humana, que hacen que las personas luchen por poseer las mismas cosas. En esa guerra nadie saca ventaja y no existen ni propiedad, ni justicia, ni moral.

La condición de los seres humanos en el estado de naturaleza le sirve a Hobbes para plantear la necesidad de un poder que ponga fin a la guerra de todos contra todos. Si se deja a las personas libradas a su arbitrio, “sin un poder visible que los tenga a raya y los sujete, por temor al castigo” (p. 137), el resultado es la guerra. 

La naturaleza humana es tal que precisamos de un poder que ponga freno a nuestras “pasiones naturales, las cuales nos inducen a la parcialidad, el orgullo, a la venganza y a cosas semejantes” (p. 137). Hobbes concluye que “los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno” (p. 137).

La vida humana es inconcebible sin un poder común que utilice la fuerza para asegurar la paz. En este punto Hobbes comparte el pesimismo de Maquiavelo, quien pensaba que “de los hombres puede decirse generalmente que son ingratos, volubles, dados al fingimiento, aficionados a esquivar los peligros y codiciosos de ganancias” (Príncipe, p. 359).


Paréntesis. Tanto Maquiavelo como Hobbes conciben a la naturaleza humana como inmutable. Pero si se adopta otra concepción de la naturaleza humana, cambia la perspectiva sobre el estado de naturaleza. Así, si se define a la naturaleza humana como el conjunto de las relaciones sociales, y que éstas varían en la historia, puede inferirse que el estado de naturaleza no describe a la naturaleza humana, sino que se trata de un tipo específico de relaciones sociales, propios de una economía mercantil. De este modo, la guerra de todos contra todos es una representación filosófica de la competencia en una economía mercantil. En la misma línea de pensamiento, el Estado es la barrera frente a la tendencia a la atomización y disgregación propia de ese tipo de economía. Fin del paréntesis.


En algún momento, las personas deciden poner fin a la guerra de todos contra todos. No se trata de una decisión altruista, sino que los mueve el egoísmo. Cada uno quiere asegurar lo obtenido en la lucha (o implementar medios de adquisición que impliquen la conservación en el tiempo de lo adquirido). La razón aparece como auxiliar del egoísmo. Por este camino llegamos al pacto. 

Recapitulemos lo anterior. Los seres humanos viven naturalmente luchando entre sí; el motor de su existencia es el egoísmo. Pero ese mismo egoísmo, combinado con la razón, encuentra una salida a la guerra interminable: las personas renuncian conjuntamente a su derecho a gobernarse a sí mismas y lo ceden a un tercero, el Estado. 

Arribamos al centro de la historia. Una sociedad de individuos que luchan (compiten) entre sí sólo puede ser gobernada por medio del uso y/o la amenaza de una violencia desmesurada. En su origen y en su desnudez el Estado es eso: violencia concentrada. Hobbes utiliza una expresión que merece ser reproducida, dada su claridad y concisión:

“En virtud de esta autoridad que se le confiere por cada hombre particular en el Estado, posee y utiliza tanto poder y fortaleza, que por el terror que inspira es capaz de conformar las voluntades de todos ellos para la paz, en su propio país, y por la mutua ayuda contra sus enemigos, en el extranjero.” (p. 141)

El secreto del Leviatán sale a la luz: la Paz es fruto del Terror. El Leviatán posee muchas capas, pero su núcleo es la violencia, la acumulación y el monopolio de la violencia.

El otro tema central del capítulo XVII es la cuestión de la fuente del poder. En el capítulo IX del Príncipe, Maquiavelo escribió que existían dos grandes grupos en la sociedad, los nobles y el pueblo, y que el príncipe tenía que apoyarse en el pueblo para consolidar su gobierno. Más todavía, Maquiavelo enfatiza la importancia para el príncipe de obtener el “amor del pueblo”. Estas reflexiones inauguraron una nueva era en la ciencia de la política: el pueblo va copando el centro del escenario.

En el capítulo XVII el poder del Leviatán emana del acuerdo de sus súbditos, expresado en el pacto. Los individuos son la fuente del poder; dios y la sangre (la familia) quedan afuera de la cancha. El pueblo (el conjunto de los individuos) es la fuente de la soberanía.

Las consecuencias del paso dado por Hobbes son inmensas. Basta decir que, de acuerdo con la perspectiva hobbesiana, las instituciones políticas dejan de ser naturales; por el contrario, son creaciones de los seres humanos y, por tanto, pueden ser modificadas por la voluntad de las personas. El espíritu de la revolución está presente en Hobbes, el enemigo de la Revolución. Paradojas propias de un genio del pensamiento político.


Villa del Parque, jueves 26 de mayo de 2022


Noticia bibliográfica

Todas las citas del Leviatán corresponden a la traducción española de Manuel Sánchez Sarto: Leviatán o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil. Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica de Argentina, 1998. Por otra parte, las citas de Maquiavelo fueron tomadas de la traducción española de Luis Arocena: El príncipe. Madrid, España: Universidad de Puerto Rico y Revista de Occidente. 621 p. (Biblioteca de Cultura Básica).

lunes, 23 de mayo de 2022

MARXISMO TIKTOC: LA IDEA FUNDAMENTAL DEL MATERIALISMO HISTÓRICO EN 400 PALABRAS

Ciudad de Singapur


 Toda idea simple encierra una extraordinaria complejidad.

Frase oída por allí.


Cuando me preguntan qué es el MH salgo del paso recomendando la lectura del prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, escrito por Marx allá por 1859. Pieza breve, con problemas importantes y esquematismo a granel, pero un texto fantástico en muchos sentidos.

La idea fundamental del prólogo y piedra basal del MH puede dividirse en dos proposiciones: 

1) “en la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad” (p. 4); 

2) “no es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social la que determina su conciencia” (p. 5)

Dicho de otro modo, hay RS que son independientes de la voluntad de los SH (1); la vida social determina las ideas, no a la inversa (2).

La idea contenida en las proposiciones (1) y (2) es la condición necesaria para la fundamentación de una sociología materialista

En primer lugar, porque establece que el sustrato de lo social está conformado por las RS, no por los individuos. Se establece así una distinción respecto al individualismo metodológico, el cual considera que lo natural son los individuos, en tanto que la sociedad es artificial.

En segundo lugar porque plantea que las ideas no gobiernan el mundo, sino que las ideas están condicionadas por las RS.

De la idea fundamental del MH se desprenden dos corolarios. 

Primer corolario: el objeto de estudio de la ciencia de la sociedad son las RS. Tiene una derivación, resultante del peso del proceso de producción en la vida social: hay que dedicar especial atención al estudio de las RS de propiedad, pues ellas condicionan el carácter del proceso de producción.

Segundo corolario: “El modo de producción de la vida material determina el proceso social, político e intelectual de la vida en general” (pp. 4-5) o, lo que es lo mismo, las ideas políticas, jurídicas, filosóficas, etc., están condicionadas por la producción de la vida material. 

Sobre estas bases se edificó el edificio del MH. Son ideas sencillas, pero sintetizan una concepción compleja y en construcción permanente. 

Una vez comprendidas estas ideas se puede pasar al análisis del resto del prólogo, no a la inversa. Pero eso será en otra ocasión…



Villa del Parque, lunes 23 de mayo de 2022


Abreviaturas

MH = Materialismo histórico / RS = Relaciones sociales / SH = Seres humanos

Noticia bibliográfica

Las citas del prólogo fueron tomadas de la siguiente edición: Marx, K. (2000). Contribución a la crítica de la economía política. 6° edición. México: Siglo XXI. xxv, 410 p. (Biblioteca del pensamiento socialista, Serie Los clásicos). Edición, advertencia y notas a cargo de Jorge Tula. Traducción de Jorge Tula, León Mames, Pedro Scaron, Miguel Murmis y José Aricó. Incluye: Advertencia del editor, por Jorge Tula.- Introducción, por Maurice Dobb, fechada en Cambridge, 1968. El prólogo, fechado en Londres en enero de 1859, se encuentra en pp. 3-7.


martes, 26 de abril de 2022

DIVISIÓN DEL TRABAJO Y LAZO SOCIAL EN DURKHEIM

 

Ciudad de Shanghái, República Popular China


“Intentamos determinar lo que es y lo que ha sido,

no lo que debe ser.”

Émile Durkheim

 

Émile Durkheim (1858-1917) dedicó su tesis doctoral al estudio de una cuestión que era motivo de preocupación para sociólogos y economistas: la naturaleza del lazo social, esto es, los vínculos que mantiene unidos a los seres humanos en el marco de una sociedad. 

En la segunda mitad del siglo XIX los cambios provocados por el desarrollo del capitalismo tenían carácter cataclísmico para quienes los  experimentaban en carne propia. Todo parecía contribuir a la desintegración de la sociedad; en especial, el creciente egoísmo de los individuos, algo normal para nosotros, ciudadanos del siglo XXI, pero que resultaba chocante para quienes habían vivido en el marco de comunidades más o menos unidas y que ahora se enfrentaban a la transformación acelerada, con normas y costumbres bien diferentes de las que tenían antes de la transición.

Sin embargo, a pesar de todo, la sociedad no desaparecía. 

¿Cómo era posible la persistencia de los vínculos sociales si los individuos se volvían más y más egoístas, si el individualismo estaba a flor de piel en las calles y en las casas? 

Muchos intelectuales, filósofos y científicos sociales buscaron la respuesta a la pregunta. Algunos de ellos comenzaron a desesperar e invocaron nuevamente a una religión que perdía fuerza a la par que crecía el poder del dinero. Este fue el caso de Auguste Comte (1798-1857), quien a pesar de toda su prédica en favor de la ciencia terminó sus días proclamando la necesidad de una religión positivista, como recurso para evitar los conflictos al interior de la sociedad. 

Otros siguieron un camino diferente y prestaron atención al modo en que las relaciones de producción iban configurando nuevos lazos sociales. Adam Smith (1723-1790), por ejemplo, destacó el rol de la división del trabajo en la conformación de una nueva economía, que no solo producía cantidades crecientes de riqueza sino que también estaba cambiando los vínculos entre las personas. En este sentido, su famosa metáfora de la “mano invisible” del mercado decía mucho más de lo que sus partidarios y sus críticos estaban dispuestos a admitir. Smith comprendió que las acciones de las personas, más allá de sus intenciones egoístas, provocaban efectos no buscados por ellas, efectos que mostraban la existencia de vínculos de nuevo tipo. El economista escocés se limitó a registrar que esos efectos no buscados consistían, sobre todo, en un aumento de la riqueza general de toda la sociedad y que eran consecuencia del incremento de la división del trabajo. Pero esta última quedó confinada al terreno de la economía política. 

Karl Marx (1818-1883) dedicó especial atención al problema de las relaciones sociales en el capitalismo; el cuarto apartado del capítulo primero de El capital (1867), el famoso “fetichismo de la mercancía” , es una muestra de ese interés. Pero Marx era socialista y su obra era ignorada más o menos amablemente, cuando no rabiosamente, por quienes se dedicaban al nuevo campo de las ciencias sociales.

Así eran las cosas cuando un joven científico social francés, Émile Durkheim, vino a poner en el centro del debate la cuestión del lazo social. Lo hizo a través de una obra notable, su tesis doctoral titulada precisamente La división del trabajo social (1893). Allí abordó el problema del papel de la división del trabajo en la conformación de un nuevo tipo de lazos sociales. La ciencia de la sociedad (o sociología en su acepción más limitada) ganó una batalla crucial, pues arrebató a la economía la exclusividad en el tratamiento de la cuestión y, de ese modo, avanzó en el abordaje de la sociedad como totalidad

Aquí nos limitaremos al análisis de la manera en que Durkheim desarrolla el tema de la división del trabajo en el Libro 1 de la obra mencionada. [1]

En el capítulo I del Libro 1 [2], Durkheim se concentra en dos cuestiones: a) determinar en qué consiste la función social de la división del trabajo; b) formular indicadores para estudiar dicha función.


El concepto de función

Antes de poner manos a la obra, se dedica a definir el concepto de función. El asunto tiene su importancia. Durante mucho tiempo se había pensado que las cosas, tanto las humanas como las naturales, tenian un rol preestablecido. Todo lo que sucedía en el universo era parte de un plan, generalmente divino (aunque había versiones laicas), según el cual cada ser y cada cosa formaba parte de un ordenamiento establecido desde el origen de los tiempos por los dioses. Los corolarios de esta concepción eran: a) todo tenía una función en el marco de ese plan; b) las funciones estaban ordenadas en una jerarquía; c) nada ni nadie podía escapar a la función que le correspondía.

La concepción anterior tenía un antagonista que, no obstante, constituía su reflejo invertido: algunos sostenían que el mundo social era producto de la voluntad de las personas, quienes creaban la sociedad y el Estado por medio de un pacto o contrato. 

De todos modos, ya fuese Dios o la voluntad de cada individuo la fuente del ordenamiento social, lo concreto era que cada institución, cada persona, desempeñaba una función preestablecida de antemano.

Durkheim propone un esquema diferente. Para él una función designa “un vínculo de correspondencia que existe entre [ciertos movimientos vitales] y algunas necesidades del organismo” (p. 131) Por eso, “preguntarse cuál es la función de la división del trabajo es entonces preguntarse a qué necesidad corresponde” (p. 131) 

Ahora bien, esta función no responde a una plan establecido de antemano. Durkheim desarrolla una perspectiva diferente, que rechaza el finalismo o la teleología como explicaciones de la división del trabajo:

“No podemos usar las palabras fin u objeto y hablar del propósito de la división del trabajo, porque eso sería suponer que la división del trabajo existe en vista a los resultados que vamos a determinar. Los términos resultados o efectos tampoco pueden satisfacernos, porque no despiertan ninguna idea de correspondencia. Por el contrario, las palabras rol o función tienen la gran ventaja de implicar esta idea, pero sin prejuzgar nada sobre la cuestión de cómo se ha establecido esta correspondencia, si resulta de una adaptación intencional y preconcebida o de un ajuste tardío.” (pp. 131-132)


La división del trabajo como fuente de obligaciones morales

Desde la publicación de La riqueza de las naciones (1776), de Adam Smith, era sabido que la división del trabajo respondía a la necesidad económica de aumentar la productividad de la producción. Pero los economistas no decían nada acerca de las obligaciones morales que, eventualmente, podrían derivarse de la acción de la división del trabajo. 

Durkheim amplía el alcance de la división del trabajo, yendo más allá de la concepción unilateral de la economía política. Para llevar a cabo esa tarea se ve obligado, también, a dejar de lado una concepción limitada de la moral, según la cual ésta estaba constituida por los actos nobles realizados por las personas.. En otras palabras, para los partidarios de esa concepción, un acto moral era un acto digno de elogio.

La moral iba más allá de las acciones individuales. Era un sistema de obligaciones que ejercía coerción sobre las personas.

“El dominio de la ética [3] (...) comprende todas las reglas de acción que se imponen imperativamente a la conducta y a las cuales está ligada una sanción” (p. 135).

En este sentido, 

“La moral nos somete a seguir un camino determinado hacia un fin definido, quien dice obligación dice al mismo tiempo coerción.” (p. 133)

La moral rige las relaciones sociales (es decir, las relaciones que se entablan entre los individuos). Esto es indispensable para coordinar el funcionamiento de esa totalidad compleja que es la sociedad:

“La moral es el mínimum indispensable, lo estrictamente necesario, el pan cotidiano sin el cual las sociedades no pueden existir.” (p. 133)

Ahora bien, de un lado tenemos a la división del trabajo y del otro a la moral. Pero todavía no se ve la ligazón entre ambos fenómenos. Esta cuestión es resuelta en el segundo apartado del capítulo que estamos analizando.

El motivo principal que obstaculiza la percepción de la división del trabajo como creadora de obligaciones morales es la especialización generada por aquella. La especialización profundiza la diferenciación entre las personas, y se consideraba que ella acarreaba incomprensión y alejamiento. En otras palabras, la división del trabajo era fuente de disgregación social.

Durkheim contrarresta el argumento anterior apelando a dos ejemplos sencillos: la amistad y la sociedad conyugal. Se pregunta qué mantiene unidos a los amigos y a los esposos, y llega a la conclusión de que la unión surge no sólo de lo semejante, sino también de lo que es diferente. Dicho de otro modo, la diferencia también genera atracción. Pero ojo, no se trata de cualquier diferencia:

“No hay más que un cierto género de diferencias (...) que se atraen mutuamente: son aquellas que, en lugar de oponerse y excluirse, se completan mutuamente.” (p. 136)

El análisis de la amistad y de la sociedad conyugal lleva a Durkheim a la siguiente conclusión:

“El efecto más notable de la división del trabajo no es que ella aumenta el rendimiento de las funciones divididas, sino que las vuelve solidarias.” (p. 141)

De este modo, la división del trabajo es fuente de lazos sociales. No obstante, era necesario determinar si este análisis podía extenderse a grupos más grandes que el grupo de amigos o la sociedad conyugal. En otros términos, ¿las conclusiones del análisis eran válidas para la sociedad en su conjunto?

La respuesta de Durkheim es afirmativa y, en rigor, la obra está dedicada a proporcionar argumentos en favor de ella. Por el momento, adelanta lo siguiente:

“Se ligan entre sí individuos que, de otro modo, serían independientes; en lugar de desarrollarse separadamente, coordinan sus esfuerzos; son solidarios y con una solidaridad que no actúan sólo en los cortos instantes en los que se intercambian sus servicios, sino que se extiende mucho más allá.” (p. 141)

La división del trabajo es un sistema de relaciones sociales cuya función primordial es mantener la unidad de la sociedad. Ella es la fuente del lazo social.

“Estas grandes sociedades políticas tampoco pueden mantenerse en equilibrio sino gracias a la especialización de tareas; que la división de tareas es la fuente, si no la única, al menos principal, de la solidaridad social.” (pp. 142-143)

El tratamiento durkheimiano de la división del trabajo se concentra, pues, en su función como creadora de lazos sociales. La tesis de Durkheim consiste en plantear que la división del trabajo es la fuente de solidaridad social en el capitalismo.

“[La división del trabajo social] jugaría un rol mucho más importante que el que generalmente se le atribuye [4] (...) Sería por ella - o, al menos, sobre todo por ella - que se vería asegurada su cohesión [de la sociedad]; ella determinaría los rasgos esenciales de su constitución.” (p. 143)

En consecuencia, si la función de la división del trabajo es asegurar la cohesión de la sociedad,

“Esta [división del trabajo social] debe tener un carácter moral, pues las necesidades de orden, de armonía y de solidaridad social pasan generalmente por ser morales.” (p. 143)

Como quiera que sea, enunciar una tesis no implica probar su verdad. Es por ello que Durkheim dedica el último apartado del capítulo 1 a presentar los indicadores que utilizará para demostrar la función social de la división del trabajo.


¿Cómo probar la función social de la división del trabajo? Derecho y conclusión (provisoria).

A diferencia de la producción anual de trigo, o del consumo diario de electricidad, la función social de la división del trabajo no puede medirse de manera sencilla. Sin una medida, aunque sea aproximada, de la intensidad de la acción cohesionante de la división del trabajo, el análisis durkheimiano carece de sustancia científica. Es por ello que, como ocurre en el conjunto de su obra, Durkheim se esfuerza por hallar indicadores de los hechos sociales que estudia.

En el caso de la división del trabajo, el indicador elegido es el derecho [5]:

“Puesto que el derecho reproduce las formas principales de la solidaridad social, no tenemos más que clasificar las diferentes especies del mismo para buscar inmediatamente cuáles son los distintos tipos de solidaridad social que les corresponden. Es probable que exista una que simbolice esta solidaridad específica cuya causa es la división del trabajo.” (p. 147)

Aquí no podemos desarrollar en extenso este tema. Basta con señalar que Durkheim considera que “todo precepto de derecho puede ser definido como una regla de conducta sancionada” (p. 148). De modo que las normas jurídicas pueden clasificarse según el tipo de sanción al que están ligadas. En este sentido, existen dos clase de reglas jurídicas: a) las que contienen sanciones represivas, que “consisten esencialmente en un daño o, al menos, un menoscabo, infligido al agente, al que se proponen herir en su fortuna, en su honor, en su vida o en su libertad, o privarlo de alguna cosa de la que disfruta.” (p. 148); b) las que disponen sanciones restitutivas, que consisten “en volver a poner las cosas en su lugar, en restablecer bajo su forma normal los vínculos perturbados, ya sea volviendo por la fuerza el acto incriminado al tipo del que se ha desviado o anulándolo, es decir, privándolo de todo valor social.” (p. 148)

Durkheim identifica, a partir de lo anterior, dos especies jurídicas: la primera, que contiene sanciones represivas, está conformada por el derecho penal; la segunda, que contiene sanciones restitutivas, abarca el derecho civil, el derecho comercial, el derecho procesal, el derecho administrativo y el derecho constitucional.

La mesa está servida. De ahora en adelante Durkheim se dedicará a averiguar a qué clase de solidaridad social corresponde cada una de las especies del derecho.

Pero eso será materia de otras fichas.

 

Villa del Parque, martes 26 de abril de 2022


NOTAS:

[1] Utilicé la traducción española de Rocío Annunziata: Durkheim, E. [1° edición: 1893]. (2008). La división del trabajo social. Buenos Aires, Argentina: Gorla. 452 pp.

[2] El Libro 1 tiene por título: “La función de la división del trabajo”. El capítulo I, por su parte, se titula: “Método para determinar esta función” (pp. 131-148).

[3] Durkheim usa moral y ética como sinónimos. No obstante, corresponde señalar que la moral puede ser definida como el conjunto de reglas de acción existentes en una sociedad y en una época determinada. En cambio, la ética está constituida por los supuestos que sirven de fundamento a ese conjunto de reglas de acción.

[4] Durkheim reconoce que Comte, en su Curso de filosofía positiva, fue “el primer sociólogo - hasta donde conocemos-  que ha señalado en la división del trabajo algo más que un fenómeno puramente económico.” (p. 143).

[5] Durkheim vuelve a abordar el papel del crimen y del derecho en la investigación sociológica en Las reglas del método sociológico (1895), capítulo III, apartado III.