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martes, 25 de agosto de 2020

DERECHOS HUMANOS, SOCIEDAD Y ESTADO CURSO 2020 – CLASE N° 10

 

“Es menester ser príncipe para conocer la naturaleza de los pueblos,

pero ser del pueblo para conocer a fondo la de los pueblos.”

Maquiavelo (1469-1527), filósofo y político italiano.

 


Bienvenidas y bienvenidos a la décima clase del curso.

En la clase anterior expuse los lineamientos principales del Príncipe de Maquiavelo (1469-1527) [1]. En especial, destaqué la preocupación por la construcción de un Estado nacional italiano y el reconocimiento del pueblo como actor político fundamental. Éstos constituyen los dos núcleos de la argumentación del político y filósofo italiano. Sin embargo, la obra contiene mucho más. Maquiavelo elaboró algunos de los fundamentos de la Ciencia política moderna. En el transcurso de esta clase veremos ese tema y otros más. Con ello concluiremos nuestra breve revisión del Príncipe.

Sin más prólogo vayamos directamente a la clase.


Aristóteles (384-322 a. C.) esbozó unos objetivos y un método para la filosofía política en su obra Política. [2] Sin embargo, corresponde a Maquiavelo el mérito de fundar la CP en el sentido moderno del término. De hecho, aunque suene algo exagerado (y probablemente lo sea), Maquiavelo es el primer científico social moderno, adelantándose a los primeros economistas, cuya obra data del siglo XVIII.

Para desarrollar lo anterior es preciso pegar otro salto en nuestra lectura “rayuelesca” de la obra. Hay que ir al capítulo XXV.

Un lector apresurado puede interpretar que El Príncipe es una colección de enseñanzas sobre cómo debe comportarse el gobernante, ya sea para adquirir el poder, ya sea para conservarlo. Desde esta perspectiva, el libro es un manual práctico, que no pretende ir más allá. Sin embargo, El Príncipe posee la cualidad de ser engañosamente simple. Detrás de la superficie hay una compleja concepción del funcionamiento de la política y la sociedad. En la clase anterior hemos visto cómo Maquiavelo pone el acento en el conflicto al momento de analizar la política. Dicho de otro modo, la política es lucha por el poder, entablada entre las clases y grupos de cada sociedad. Detrás de las ambiciones de los individuos particulares (y Maquiavelo cuenta muchas historias de estos individuos a lo largo de la obra), está la lucha entre los sectores que se disputan el poder para mantener y/o modificar su posición social.

Ahora bien, si la política va más allá de las ambiciones individuales y se apoya en una determinada organización de la sociedad [3], entonces es posible construir una ciencia de la política, que permita, en el límite, encauzar el curso de los acontecimientos, de las luchas políticas. En otras palabras, la política no es puro azar ni pura voluntad.

“No me es ajeno que muchos han sido y son de la opinión de que las cosas del mundo estén gobernadas por la fortuna y por Dios, al punto que los seres humanos, con toda su prudencia, no están en grado de corregirlas, o mejor, ni siquiera tienen remedio alguno. De ahí podrían deducir que no hay por qué poner demasiado empeño en cambiarlas, sino mejor dejar que nos gobierne el azar. Las grandes mutaciones que se han visto y que se ven a diario, más allá de toda conjetura humana, han dado más crédito a esa opinión en nuestra época.” (p. 83).

Así comienza el capítulo XXV. El punto es crucial si tenemos en cuenta nuestra lectura del capítulo XXVI, donde Maquiavelo plantea la necesidad de construir un Estado que sea capaz de liberar a Italia de la dominación extranjera. Si la opinión a la que se refiere en el párrafo precedente es correcta, la única solución posible para el problema italiano es encomendarse a la voluntad de dios o de un príncipe audaz y valeroso. Si todo es “fortuna” (azar, golpes de voluntad) no hay CP posible (ni tampoco, por supuesto, ninguna ciencia social).

Pero Maquiavelo muestra que existe cierta regularidad en las acciones humanas y que, por tanto, es posible hacer CP, la cual proporcionará los elementos necesarios para transformar la realidad existente. Es notable la sencillez con que expresa esta idea:

“Pensando yo en eso de vez en cuando, en parte me he inclinado hacia esa opinión [la que afirma que nos gobierna el azar]. Con todo, y a fin de preservar nuestro libre albedrío, juzgo que quizá sea cierto que la fortuna sea árbitro de la mitad de nuestro obrar, pero que el gobierno de la otra mitad, o casi, lo deja para nosotros. Se me asemeja a uno de esos ríos torrenciales que, al enfurecerse, inundan los llanos, asuelan los árboles y edificios, arrancan tierra de esta parte y la llevan a aquélla: todos huyen a su vista, cada uno cede a su ímpetu sin que pueda refrenarlo lo más mínimo. Pero aunque sea esa su índole, ello no obsta para que, en los momentos de calma, los hombres no puedan precaverse mediante malecones y diques de forma que en las próximas crecidas, las aguas discurrirían por un canal o su ímpetu no sería ni tan desenfrenada ni tan perjudicial.” (p. 83).

La política es lucha por el control del Estado. Pero esa lucha no es ni absolutamente imprevisible (puro azar y/o voluntad) ni absolutamente previsible (pura determinación por la economía, por ejemplo). La política se rige por leyes y por el azar. Esta forma de pensar la política y la sociedad nos aleja tanto del determinismo mecánico como del voluntarismo. Y, lo que es más importante todavía, permite construir una ciencia de la política (y de la sociedad).

En rigor, la fortuna se potencia cuando no existe fuerza organizada capaz de contrarrestarla y/o mitigar sus efectos:

“Algo similar pasa con la fortuna: ésta muestra su potencia cuando no hay fuerza organizada que se le oponga y por lo tanto vuelve sus ímpetus hacia donde sabe que no se hicieron ni diques ni malecones para contenerla.” (p. 83). [4]

Ahora bien, eso que las personas llamamos “fortuna” no es mero azar. Lo fortuito expresa el desconocimiento de los factores que confluyen en un suceso determinado. Por ejemplo, la debilidad de Italia frente a España y Francia a comienzos del siglo XVI no es únicamente el producto de la intervención del azar. Maquiavelo sostiene que cada época histórica tiene determinadas características que se imponen a los individuos.

“Vemos que al perseguir sus fines respectivos, la gloria y las riquezas, las personas se comportan de distinto modo: uno con precaución, el otro impetuosamente; uno con paciencia, el otro al contrario; y cada uno, con esos diversos procedimientos, los puede obtener. También se ve que de dos personas precavidas, una logra su objetivo y la otra no; y, análogamente, a dos prosperar igualmente siguiendo métodos diversos, siendo el uno precavido y el otro impetuoso. Ello se debe a la calidad de los tiempos, que está en consonancia con su proceder.” (p. 84; el resaltado es mío – AM-). [5]

Luego de afirmar que la acción del azar puede ser contrarrestada, Maquiavelo demuestra también que la sola voluntad no alcanza. De manera que, para alcanzar el éxito en las acciones, es preciso estudiar la realidad de cada época. La sola voluntad de modificar las circunstancias es insuficiente; ningún método utilizado en el pasado garantiza el triunfo en el futuro; sólo el estudio de cada sociedad, de cada coyuntura, permite elaborar planes y cursos de acción eficaces. En otras palabras, Maquiavelo está fundamentando la necesidad de construir una CP.

La acción humana es juguete del azar en la medida en que no se conoce el marco en que se realiza esa acción; a su vez, el azar aparece como azar, valga la redundancia, porque se ignora la existencia de regularidades y continuidades en las sociedades. El político, si quiere triunfar en su carrera, debe complementar la acción con el estudio.

“Concluyo que, al mutar la fortuna y seguir las personas apegadas a su modo de proceder, prosperan mientras ambos concuerdan, y fracasan cuando no.” (p. 85).

Es preciso destacar otro elemento en el análisis anterior: el cambio. La realidad no permanece inmutable. Todo lo contrario, las cosas cambian; los imperios surgen y decaen; los Estados se derrumban y aparecen otros nuevos. Esta es otra razón para estudiar la realidad, pues es necesario adaptarse a las nuevas circunstancias. Y es precisamente el cambio el que hace que los métodos y las prácticas que resultaron exitosas en un momento dado pierdan su eficacia.

Maquiavelo puso en práctica su teoría sobre la necesidad de estudiar los hechos políticos y encontrar en ellos regularidades. En especial, dedicó la atención a los Estados nacionales (Francia, España) que habían demostrado su capacidad para dominar vastos territorios. El interés de Maquiavelo por los asuntos militares es producto tanto de su experiencia política en la República de Florencia como de sus reflexiones sobre las causas de la debilidad italiana. Esto lo llevó a comprender que el elemento central del Estado era el ejército, que le permitía ejercer el monopolio de la violencia en un territorio determinado y asegurar así la dominación de una clase social, así como también evitar las invasiones extranjeras. [6]

La preocupación de Maquiavelo por los problemas bélicos es casi obsesiva y se expresa sobre todo en los capítulos XII y XIII, si bien atraviesa todo el Príncipe. En el principio del primero de los capítulos mencionados indica expresamente que va a ocuparse de los asuntos militares. Allí se encuentra el núcleo del Estado en todas sus expresiones: el monopolio de la violencia. Éste fue el instrumento para terminar con la fragmentación política feudal y, luego, la herramienta para asegurar la dominación de la burguesía en la nueva sociedad capitalista. Pero no nos adelantemos ni le hagamos decir a Maquiavelo cosas que van más allá de su tiempo.

Maquiavelo critica el uso de soldados mercenarios por parte de los Estados en los que se hallaba dividida la península. [7] Los resultados estaban a la vista: los mercenarios ponían poco empeño en combatir y mucho en regatear las condiciones de su contrato, para obtener un mejor pago por sus servicios.

“Las [tropas] mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas, y si alguien mantiene su Estado apoyándose en tropas mercenarias, jamás se hallará estable ni seguro a causa de su desunión, ambición, indisciplina e infidelidad; de su arrogancia con los aliados y cobardía frente a los enemigos; sin temor de Dios, ni lealtad a los hombres, tanto se difiere la caída, cuanto se difiere el ataque; en la paz te expolian ellas; en la guerra, los enemigos.” (p. 40).

Un Estado será independiente si posee un ejército propio. No hay otro camino.

“La experiencia nos muestra a príncipes solos y a repúblicas armadas llevar a cabo acciones notabilísimas, y a las tropas mercenarias nunca hacer otra cosa sino daño; y que más difícilmente cae una república armada con sus propias armas bajo el dominio de uno de sus ciudadanos, que otra armada con tropas ajenas.” (p. 41).

La misma crítica vale para las tropas auxiliares, es decir, cuando un Estado pide al apoyo militar de otro. [8] No hay otro remedio, si se quiere obtener y conservar la independencia, que el mencionado más arriba: construir un ejército de ciudadanos.

“Un príncipe prudente, por tanto, siempre ha rehuido tales armas [tropas mercenarios y auxiliares], prefiriendo las suyas propias; ha preferido mejor perder con las suyas que ganar con las de otro, considerando falsa la victoria obtenida con armas ajenas.” (p. 46). [9]

Por todo esto, una vez concluida la crítica del uso de tropas mercenarias y auxiliares, Maquiavelo dedica el capítulo XIV a examinar el modo en que el príncipe debe ocuparse de la organización de un ejército propio. Tal como hemos dicho, la cuestión tenía una importancia fundamental en la Italia de principios del siglo XVI: sin un ejército nacional era imposible la independencia del país. Pero el tema es importante, además, a los fines de nuestro estudio: la violencia, el monopolio de ella, es el núcleo de todo Estado. El Estado, toda organización estatal, es una herramienta de dominación, y ésta es imposible sin contar con un ejército.

En la próxima clase examinaremos la obra del otro gran teórico del Estado moderno, el filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679).

Muchas gracias por su atención.

 

Villa del Parque,  domingo 23 de agosto de 2020


ABREVIATURAS:

CP = Ciencia política.


NOTAS:

[1] Para elaborar la clase trabajé con la siguiente edición: Maquiavelo, N. (2011). El príncipe. En El príncipe. El arte de la guerra. Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Vida de Castruccio Castracani. Discursos sobre la situación de Florencia. (pp. 1-89). Madrid, España: Gredos. Traducción de Antonio Hermosa Andújar. Todas las citas que incluyo en la clase pertenecen a esta edición.

[2] No es este el lugar para discutir las diferencias entre la filosofía política y la CP moderna. No basta con señalar que la segunda incorpora el método científico del que carece la primera (entendiendo por método científico el desarrollado por las ciencias naturales desde el siglo XVI, y cuyas expresiones más conocidas son el experimente y la medición). Aristóteles realizó, junto a sus discípulos, un trabajo monumental de compilación de datos sobre las organizaciones políticas de las polis griegas y algunos Estados no-griegos; de la mencionada compilación ha llegado hasta nosotros la obra La constitución de Atenas, cuya autoría se atribuye a Aristóteles. Si bien el filósofo griego no empleó números en sus obras (por lo menos en el sentido en que lo hace la ciencia moderna), es innegable que utilizó ampliamente la observación y la comparación para elaborar su teoría política. En todo caso, cabe decir que en la filosofía política juega un papel central la cuestión de los juicios de valor, algo que es mediatizado en la CP moderna. En la clase de hoy intentaré mostrar cómo Maquiavelo sentó las bases de la CP (y cuáles son los fundamentos de la misma).

[3] Organización social que determina cierta distribución del poder entre las clases y grupos sociales. Por ejemplo, en la sociedad medieval, los campesinos se hallaban sometidos a los señores feudales y, por ende, carecían de poder político (de control sobre el Estado).

[4] Maquiavelo indica que Italia es débil precisamente por no haber sabido organizarse para enfrentar los cambios de la fortuna, a diferencia de lo hecho por España y Francia (agrega también a Alemania). Esto se relaciona directamente con el planteo del capítulo XXVI, la necesidad de constituir un Estado nacional en Italia.

[5] “De aquí igualmente lo diverso del resultado, pues si alguien se conduce con precaución y paciencia, y los tiempos y las cosas mutan, se hunden, pues no varía su modo de obrar. Y no hay persona tan prudente capaz de adaptarse a ello, sea porque no puede desviarse de aquello hacia lo que lo inclina su naturaleza, o sea porque al haber progresado siempre por una misma vía no se persuade de desviarse de ella. Así, el hombre precavido, al llegar el momento de volverse impetuoso, no sabe hacerlo, por lo que va a la ruina; en cambio, si se cambiase de naturaleza con los tiempos y las cosas, no cambiaría su fortuna.” (p. 84).

[6] “Afirmo que, en mi opinión, están capacitados para defenderse por sí mismos quienes, por abundancia de hombres o dinero, pueden formar un ejército apropiado y sostener combate abierto con cualquiera que desee atacarlos.” (p. 35). Más adelante, en el comienzo del capítulo XII: “Y de los fundamentos de todos los Estados, tanto nuevos como antiguos o mixtos, los principales son las buenas leyes y las buenas armas. Y puesto que no puede haber buenas leyes donde no hay buenas armas, y donde hay buenas armas, las leyes son por cierto buenas, omitiré aquí hablar de leyes para hacerlo sólo de las armas.” (p. 40).

[7] “No creo que se necesite de muchas energías para persuadir de eso, puesto que la actual ruina de Italia no tiene más que haberse fundado durante muchos años en armas mercenarias.” (p. 41).

[8] “Dichas tropas pueden ser buenas y útiles en sí mismas, pero para quien las solicita son casi siempre nocivas, pues una derrota te hunde, una victoria te hace su prisionero.” (p. 45).

[9] “En conclusión, si no dispone de armas propias, ningún principado está seguro, o mejor, depende por completo de la fortuna al carecer de virtud que en circunstancias adversas lo defienda.” (p. 47).


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