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jueves, 26 de diciembre de 2019

NIETZSCHE Y SU CRÍTICA A LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO: APUNTES DE LECTURA




“El filósofo, que es el más engreído de los SH, está convencido de que el
universo tiene puesta telescópicamente su mirada en sus actos y pensamientos.”
Friedrich Nietzsche
El filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) discutió en su obra varios de los fundamentos de la filosofía de la Modernidad. Ésta se constituyó a la par del desarrollo del capitalismo y de la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII. Uno de sus ejes fue la teoría del conocimiento, campo en el que dicha filosofía elaboró especialmente la cuestión del método. Nietzsche critica esa teoría del conocimiento en su ensayo Verdad y mentira en sentido extramoral (Über Wahrheit und Lüge im aussermoralischen Sinne), redactado en 1873 y publicado por primera vez en 1896 por su hermana Elisabeth, cuando el filósofo ya se hallaba incapacitado por la enfermedad.
Nietzsche arremete contra la concepción que defiende la objetividad y la neutralidad de la ciencia en términos políticos. En este punto influyó sobre el filósofo francés Michel Foucault (1926-1984), quien comentó el ensayo que estamos examinando en su obra La verdad y las formas jurídicas.
El presente trabajo no pretende ser más que una ficha de lectura, cuyo objetivo es promover la discusión en torno al problema de la objetividad de las ciencias sociales. La supuesta neutralidad de la ciencia es un elemento importante en la ideología del capitalismo y debe ser discutida en profundidad si se pretende construir una perspectiva diferente del conocimiento científico.
Nota bibliográfica:
Para la redacción de esta ficha trabajé con la traducción española de Enrique López Castellón. El texto se encuentra disponible en:
Abreviaturas:
SH = Seres humanos.

Nietzsche arranca su ensayo con la famosa metáfora de los “animales inteligentes” que “descubrieron el conocimiento” (p. 227).
“Cuando desaparezca [el intelecto humano], no habrá ocurrido nada, puesto que ese intelecto no tiene ninguna misión que vaya más allá de la vida humana. Únicamente es humano, y sólo su creador y poseedor lo considera tan patéticamente como si fuera el eje del mundo.” (p. 227). [1]
El intelecto sirve a los seres humanos para sobrevivir, pues el animal humano carece de otros recursos, como ser dientes y garras afiladas. El intelecto “ejerce su fuerza principal en el acto de fingir”. Así, el SH disimula, adula, miente, comete fraude, calumnia, engaña y demases.
“Apenas hay nada más incomprensible como que el SH tienda sinceramente a la verdad pura. [Por el contrario], se halla profundamente inmerso en ilusiones y ensueños, su mirada resbala por la superficie de las cosas de las que sólo percibe «formas»; su sensibilidad no lo lleva en modo alguno a la verdad, sino que se limita a recibir estímulos como si jugara a palpar el dorso de las cosas. (…) El SH, en su ignorante indiferencia, duerme aferrado a sus sueños sobre el lomo de un tigre – valga la expresión -, es decir, sobre un fondo de crueldad, codicia e instintos insaciables y homicidas. ¿De dónde iba a surgir, en semejantes condiciones, el impulso hacia la verdad?” (p. 228).
Cometiendo un verdadero anacronismo, Nietzsche supone la existencia del “estado de naturaleza”. [2] Sostiene que por “necesidad” y “aburrimiento” los SH firman un “tratado de paz” y adoptan “una vida gregaria”. Lo verdadero surge a partir de ese tratado. El lenguaje, “se inventa una forma universalmente válida de designar las cosas, y el código lingüístico suministra asimismo las primeras leyes de la verdad, pues en este terreno aparece por primera vez la oposición entre verdad y mentira.” (p. 229).
Si el SH se contenta con tautologías [3], está obligado a tomar ilusiones por verdades.
“Cuando hablamos de árboles, colores, nieve o flores, creemos saber algo de las cosas mismas, pero sólo poseemos metáforas de las cosas que no corresponden en modo alguno a su ser natural.” (p. 230).
A partir de lo anterior, Nietzsche se refiere a la formación de conceptos:
Elaboramos el concepto prescindiendo de lo individual y real, y del mismo modo obtenemos la forma, pero la naturaleza no sabe de formas ni de conceptos, como tampoco de géneros; en ella sólo existe una x a la que no podemos acceder ni definir. Igualmente antropomórfica es nuestra oposición entre individuo y especie, que no procede del ser de las cosas, aunque no me atreva a decir que no se ajusta a ella pues estaría formulando una afirmación dogmática y, en cuanto tal, tan indemostrable como su contraria.” (p. 231; el resaltado es mío – AM-).
Entonces, ¿qué es la verdad para Nietzsche?
En su lenguaje, bello pero recargado y que se presta a la imprecisión, aporta estas características, que se conjugan para proporcionar una definición del concepto de verdad
·         “Dinámico tropel de metáforas, metonimias, antropomorfismos”;
·         “conjunto de relaciones humanas que, realzadas, plasmadas y adornadas por la poesía y la retórica, un pueblo considera sólidas, canónicas y obligatorias” (p. 231).
·         Metáforas cuya fuerza desapareció con el uso.
La sociedad establece la “obligación de ser veraz”, esto es, de utilizar las metáforas en uso (p. 231).
En otras palabras,
“Hablando en términos morales, sólo hemos prestado atención a la obligación de mentir, en virtud de un pacto, de mentir de una forma gregaria, de acuerdo con un estilo universalmente válido.” (p. 231).
Lejos de referirse a algo objetivo – por ejemplo, la teoría de la verdad como correspondencia -, Nietzsche sostiene que la verdad es un producto social.
“…el SH comprueba lo honorable, seguro y beneficioso que es decir la verdad. Desde ese momento, el SH, como ser racional, somete sus actos al imperio de la abstracción; ya no se deja llevar por impresiones rápidas ni intuiciones pasajeras, sino que generaliza éstas convirtiéndolas en conceptos más sólidos y más fríos para uncirlos al curso de su vida y de su comportamiento. Todo lo que sitúa al SH por encima del animal se debe a esta capacidad suya de volatilizar en esquemas las metáforas intuitivas, de disolver, en suma, las imágenes en conceptos.” (p. 231).
En síntesis, en el acto de conocer las impresiones e intuiciones [4] se convierten en conceptos. Ahora bien, Nietzsche no dice nada acerca de la relación entre las cosas y las impresiones; está más interesado en mostrar el carácter social de los conceptos. [5]
Los conceptos desarman, por decirlo así, el material de las impresiones. Ellos construyen: a) un orden piramidal con divisiones – niveles; b) leyes, precedencias, subordinaciones, delimitaciones. El orden de los conceptos aparece como “instancia reguladora imperativa” (p. 232).
A partir de lo establecido en el párrafo anterior, queda claro que la verdad consiste en respetar el orden y la jerarquía de esos conceptos. El SH “considera que amar a la verdad es tender a buscar a cada dios (es decir, a cada concepto) sólo en la casilla que le corresponde.” (p. 232).
El SH construye con conceptos: “cabe admirar al poderoso genio constructor del SH, que es capaz de levantar sobre cimientos tan inestables.” (p. 232). Sin embargo, afirmar que los conceptos se construyen sobre impresiones no significa necesariamente que aquéllos sean “inestables”. Subyace al argumento nietzscheano la vieja idea kantiana de “la cosa en sí”. [6]
“Si alguien esconde una cosa detrás de un matorral y luego lo busca en ese sitio y lo encuentra, su descubrimiento no le da motivo para vanagloriarse demasiado; sin embargo, esto es lo que supone precisamente buscar y descubrir la «verdad» dentro del ámbito de la razón.” (p. 232).
Pero, los conceptos se originan en las impresiones. En este sentido, la construcción de los conceptos no puede ser completamente aleatoria. La argumentación aparece aquí floja de papeles, pues la construcción de conceptos está relacionada con ciertos patrones sociales. Más claro, los conceptos y la clasificación de la realidad consiguiente tienden a reforzar cierta distribución del poder social. Así, la idea misma de neutralidad del conocimiento beneficia a quienes detentan el poder en la sociedad. En la Modernidad capitalista, es la burguesía quien tiene el poder en la sociedad. Nietzsche, manejándose en un alto nivel de abstracción, nada dice de esto.
¿Qué sería entonces la verdad, con independencia de los conceptos?
“«Verdadera en sí», esto es, real y universal independiente del ser humano. En última instancia, quien busca tales verdades sólo trata de humanizar el mundo, de comprenderlo en términos humanos y, en el mejor de los casos, consigue el sentimiento de una asimilación. (…) Su procedimiento consiste en considerar que el ser humano es la medida de todas las cosas [7], con lo que parte del error de pensar que tiene ante sí tales cosas de una forma inmediata, como objetos puros. Es decir: olvida el carácter metafórico de las intuiciones originarias, y las toma por las cosas mismas.” (p. 232-233).
Todo el pasaje está lleno de valoraciones que operan como otras tantas peticiones de principio. [8] Por ejemplo, ¿por qué es negativo que el SH aparezca como “medida de todas las cosas”? Bien mirada la cuestión, éste es el único punto de partida posible. No tenemos la sensibilidad específica del perro, por ejemplo. El logro humano consiste en haber descubierto regularidades del cosmos y de la sociedad que funcionan con independencia de nuestra experiencia, por ejemplo: la gravitación universal.
El SH “se olvida que es un sujeto, y un sujeto que actúa como creador y como artista.” (p. 233). Sin embargo, y tal como se indicó en el párrafo anterior, las posibilidades de creación se encuentran limitadas por la experiencia de las personas, que nunca es ilimitada. Nietzsche sostiene que los conceptos son productos humanos (vuelvo a repetir que los sociólogos escribiríamos “sociales), no fórmulas objetivas; no obstante, no desarrolla las consecuencias de esta afirmación, pues no hace referencia a las condiciones sociales de construcción de esos conceptos.
No existe la “percepción correcta”. No disponemos de esta medida. Por otra parte, objeto y sujeto son “dos esferas completamente distintas”. Entre objeto y sujeto puede haber, a lo sumo, una “conducta estética”. (p. 233).
Prefiere evitar usar la palabra “fenómeno” porque “no es cierto que el ser de las cosas «se manifieste» en el mundo empírico.” (p. 233). Entre la “excitación nerviosa” y la “imagen producida” no hay relación de causalidad. [9]
¿Qué son las leyes de la naturaleza, estudiadas por los físicos, los químicos, etc.?
“Algo que no conocemos en sí mismo, sino sólo por sus efectos; es decir, por sus relaciones con otras leyes de la naturaleza que, a su vez, no conocemos sino como relaciones añadidas a otras, mientras que su esencia nos resulta totalmente incomprensible. En realidad, simplemente conocemos lo que aportamos a ellas el tiempo y el espacio, es decir, las relaciones de sucesión y los números.” (p. 234).
Las representaciones de tiempo y espacio las producimos nosotros. Son propiedades creadas por los SH y que “añadimos a las cosas”. (p. 234).
En resumen, Nietzsche pone en cuestión la noción de objetividad del conocimiento y, en especial, la idea misma de verdad como algo neutral respecto al poder. Al hacerlo, critica la concepción positivista del desarrollo lineal del saber y, por ende, del progreso humano.

Parque Avellaneda, jueves 26 de diciembre de 2019

NOTAS:
[1] Nietzsche dedica un párrafo significativo a los filósofos: “El filósofo, que es el más engreído de los SH, está convencido de que el universo tiene puesta telescópicamente su mirada en sus actos y pensamientos.” (p. 227).
[2] El estado de naturaleza es un supuesto utilizado por los filósofos contractualistas entre los siglos XVII y XVIII y consiste en afirmar que los seres humanos viven naturalmente fuera de la sociedad, y que ésta es artificial, producto de la decisión de los SH, la cual se expresa en un pacto o contrato. De este modo, estos filósofos negaron la validez de la proposición aristotélica, que sostenía el carácter esencialmente social del SH.
[3] Nietzsche se refiere a ellas con la expresión “cáscaras vacías de contenido” (p. 229).
[4] Asemejándose al filósofo inglés David Hume (1711-1776), escribe: “la ilusión de la plasmación artística de una excitación nerviosa es, si no la madre, la abuela de todo concepto.” (p. 232).
[5] Los sociólogos escribiríamos: “la construcción social de los conceptos”.
[6] El filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) sostenía “que no es posible ningún conocimiento si no es dentro de las fronteras de la experiencia. En este sentido se aproxima al empirismo [Corriente filosófica que afirma que los sentidos son la única fuente de conocimiento válido.], y declarará la imposibilidad del conocimiento metafísico, entendido como conocimiento de las cosas en sí, porque para que éste fuese posible tendrían que sernos dados los objetos metafísicos (Dios, el alma, etc.), cosa que evidentemente no ocurre. Lo único que nos es dado son las impresiones, y solamente sobre base de éstas podrá elaborarse el conocimiento.” (Adolfo Carpio, Principios de filosofía, Buenos Aires, Glauco, 2003, p. 233).
[7] Referencia al filósofo griego Protágoras (480-410 a. c.), quien afirmaba el principio de homo mensura (“el hombre es la medida de todas las cosas”). Carpio hace la siguiente interpretación: “quedaba eliminada toda validez objetiva, sea en la esfera del conocimiento, sea en la de la conducta; todo es relativo al sujeto; una cosa será verdadera, justa, buena o bella para quien le parezca serlo, y será falsa, injusta, mala o fea para quien no le parezca.” (Carpio, op. cit., p. 59).
[8] Es una falacia, es decir, un tipo de razonamiento que, aunque incorrecto en su forma, es psicológicamente persuasivo. La petición de principio (petitio principii) se produce “si alguien toma como premisa de su razonamiento la misma conclusión que pretende probar.” (Irving Copi, Introducción a la lógica, Buenos Aires, Eudeba, 2010, p. 81 y 94).
[9] Coincide en este punto con la crítica de Hume a la noción de causalidad. Según este filósofo, es imposible fundamentar la conexión causal entre dos hechos, pues ésta implica “además de la sucesión [temporal], que el segundo hecho sea necesariamente producido por el primero. (…). La experiencia nos muestra sólo sucesiones (…); pero no nos enseña absolutamente nada más. No nos dice, en modo alguno, que entre los hechos haya una relación necesaria tal que, dado el primer hecho, forzosamente tenga que ocurrir el segundo.” (Carpio, op. cit., p. 189). Según Hume, la causalidad que manejamos se basa en el hábito o costumbre: “Porque esa especie de mecanismo mental que es el hábito, y que se forma mediante un proceso de repetición – piénsese en la memorización de una poesía, v. gr. -, consiste en la tendencia a reproducir un plexo o conjunto de hechos psíquicos aprendidos cuando se revive una parte de dicho conjunto.” (Carpio, op. cit., p. 191).

domingo, 15 de diciembre de 2019

CAMBIOS Y CONTINUIDADES EN LA POLÍTICA ARGENTINA: EL CICLO ECONÓMICO STOP AND GO (1955-1976)




Introducción
El sentido común imperante en estos tiempos reproduce en el plano del pensamiento la fragmentación existente en lo cotidiano. Nos resulta casi imposible pensar una situación en su conexión con la totalidad o en términos de continuidad histórica. Cada hecho es percibido como un episodio desconectado de las relaciones sociales que lo producen y en el seno de las que cobra un sentido que va más allá de lo aparente. Nuestra forma de vivir nos lleva a crear este sentido común. El capitalismo, cuyas bases son la propiedad privada de los medios de producción y el trabajo asalariado, hace que cada persona se vea a sí misma como un átomo solitario, que debe velar por sus propios intereses y se siente amenazado por sus congéneres.
El sentido común actual es la puesta en práctica de la ideología capitalista, cuyos pilares son: el individualismo, la competencia (norma de conducta entre individuos, empresas y Estados) y la mencionada fragmentación del pensamiento, consecuencia del desarrollo de la tecnología y la creciente ampliación de la división del trabajo, que hacen que la inmensa mayoría de las personas realicen tareas cada vez más fragmentadas.
El sentido común se expresa de múltiples maneras. Una de ellas es la forma en que pensamos la política en las sociedades con regímenes democráticos. En ellas suele verificarse la alternancia en el poder de distintos partidos políticos (téngase presente el nivel de generalidad en que me expreso aquí). Por ejemplo, en nuestro país Mauricio Macri (alianza Cambiemos) sucedió en 2015 a la presidenta Cristina Fernández (PJ). Al escribir estas líneas, Alberto Fernández (PJ) se apresta a asumir la presidencia, reemplazando a Mauricio Macri (Cambiemos). Cada una de estas sucesiones es concebida como un corte abrupto en la política económica, como si ésta última dependiera exclusivamente de la persona que está al frente del Poder Ejecutivo. Según esta concepción, la política de un gobierno emana de las cualidades personales del individuo que está a cargo de la presidencia del país. Si su ideología es “neoliberal”, la política económica será “neoliberal”; si es peronista, las medidas económicas serán peronistas. El sentido común es rápido para percibir las diferencias, pero se paraliza y adormece cuando se trata de establecer las continuidades.
La imposibilidad de ver las continuidades expresa algo más profundo: la dificultad para pensar la existencia de una estructura de relaciones sociales que persiste más allá de los cambios en la superficie. Dicho de modo más preciso, la aguda percepción por el sentido común de las diferencias entre Mauricio Macri y Alberto Fernández (no estoy examinando por el momento el carácter de esas diferencias), esconde la existencia de una estructura que pone límites muy precisos a la acción de los políticos. En este punto, resulta significativo que el mismo trabajador que es perfectamente consciente de las limitaciones que pone a su vida el monto de su salario, considere que el recambio presidencial va a modificar sustancialmente las condiciones económicas del país y, por ende, su propia existencia.
Como se indicó más arriba, la fragmentación es producto de las relaciones sociales capitalistas. A su vez, esta fragmentación refuerza la dominación capitalista, impidiendo la percepción de la estructura de relaciones sociales que se expresa en continuidades que limitan los márgenes de acción de los individuos y las clases sociales. Por lo tanto, la construcción de una alternativa política al capitalismo tiene entre sus tareas la crítica del sentido común y la difusión de la concepción marxista de la sociedad, cuyo eje primordial es el reconocimiento de la existencia de una estructura de relaciones sociales que condiciona a los individuos, a las clases y a los Estados.
Una forma de poner en cuestión el sentido común imperante en la política argentina consiste en analizar la existencia de ciclos económicos, es decir, de procesos que se derivan de la estructura del capitalismo en Argentina y que se repiten con independencia de la fuerza política que se encuentra en el gobierno. [1] En esta oportunidad describiremos el ciclo de stop and go, que fue característico del período comprendido entre 1955 y 1976. Quien busque aquí un trabajo en el sentido académico del término, se irá defraudado. Nuestra intención es contribuir a formarnos como militantes socialistas, nada más ni nada menos. Por último, para la mejor comprensión del texto incluimos un glosario, que contiene varios de los términos económicos empleados aquí.
ABREVIATURAS:
BCRA = Banco Central de la República Argentina / CSG = Ciclo stop and go / ISI = Industrialización por sustitución de importaciones.


El proceso de industrialización en Argentina:
Argentina se constituyó como nación unificada en la segunda mitad del siglo XIX, bajo la hegemonía de la burguesía agraria (sobre todo, de la provincia de Buenos Aires). La incorporación al mercado mundial como país productor de productos primarios (lana, cereales, carne) fue paralela a la consolidación del Estado argentino, quien se encargó de aplastar todas las resistencias (rebeliones provinciales, pueblos originarios, etc.).
La forma específica de inserción de nuestro país es el mercado mundial recibe el nombre de modelo agroexportador y estuvo vigente entre 1880 y 1930. El comercio exterior se realizó principalmente con Gran Bretaña. Argentina vendía trigo y carne a los ingleses; a cambio, compraba productos manufacturados y bienes de capital. Si bien hubo un debate en torno a la industrialización en la década de 1870, la burguesía argentina rechazó esa vía de desarrollo y optó por la mencionada complementación con la economía inglesa. La industria quedó relegada a ocupar una posición muy marginal dentro de la economía, a excepción de ramas como la producción de alimentos y aquellas ligadas al procesamiento de productos primarios destinados al mercado mundial (por ejemplo, los frigoríficos). [2]
La crisis mundial capitalista iniciada en 1929 redujo sustancialmente el comercio internacional. Gran Bretaña disminuyó sus importaciones. El modelo agroexportador se volvió inviable. Dicho de modo sencillo, la caída de los precios de los productos primarios (efecto de la crisis mundial), sumada a la reducción del volumen de las compras de los países centrales a los países periféricos, dejaron a nuestro país imposibilitado para comprar los productos manufacturados necesarios para el consumo de la población. La burguesía argentina optó por intentar retener el mercado británico por medio de concesiones (Pacto Roca-Runciman, 1933) y, a la vez, promovió un incipiente proceso de industrialización, cuyo objetivo era aliviar la balanza de pagos produciendo en el país los bienes de consumo que resultaba muy oneroso importar. Esta apuesta por el desarrollo de la industria es conocida como ISI.
“A partir de los últimos años de la década del 20 [1920] y hasta bien entrada la década del 40 [1940] sobrevino un prolongado período, apenas interrumpido en algunos momentos de los años 30, en que se unieron una crisis económica internacional de profundidad y amplitud antes no vistas con una guerra mundial de extensión y grado de destrucción inigualados configurando un período particularmente prolongado. (…) Esta adaptación mayor [de la economía argentina a las nuevas circunstancias] no tuvo lugar sólo en nuestro país sino también en otros países de América Latina y del Tercer Mundo en general, constituyendo lo que dio en llamarse de acuerdo a uno de los rasgos más típicos de este proceso, la industrialización sustitutiva de importaciones. Es decir, se trató del desarrollo de ramas industriales que iban siguiendo la vía de las importaciones que se tornaban imposibles o que se volvían en otras circunstancias extraordinariamente onerosas haciéndose conveniente, por tanto, el reemplazarlas por una producción local nueva.” (Ciafardini, 2002: 163).
En otras palabras, el despegue de la industria en Argentina se dio en la década de 1930, como respuesta al derrumbe del comercio internacional y a la imposibilidad (relativa) de seguir comprando productos manufacturados. La ISI comenzó antes del peronismo y fue desarrollada en sus comienzos por el régimen conservador que dominó la política argentina durante los años 30.
“El proceso de industrialización sustitutiva de los años 30 constituyó, en consecuencia, una adaptación emprendida por una importante fracción de la oligarquía terrateniente, pilar anterior de la alianza oligárquico-imperialista [se refiere a la relación entre la burguesía agraria argentina y Gran Bretaña durante el modelo agroexportador]. De tal modo esa clase social buscó durante este período adecuarse a las nuevas circunstancias mundiales y regionales. El proceso (…) significó una diversificación importante de las actividades económicas de la oligarquía argentina, la que incorporó masivamente a sus negocios también los de tipo financiero, comercial e industrial reteniendo, sin embargo, su base agraria.” (Ciafardini, 2002: 164).
La ISI configuró una industria ligada al consumo del mercado interno y fuertemente dependiente de importaciones de bienes de capital e insumos. A estas características hay que sumarle la baja productividad en términos internacionales. Se trató de una industria que no se propuso como meta exportar. De ese modo, lejos de aliviar la balanza comercial, el crecimiento industrial aumentó las importaciones, agudizando así el problema de la falta de divisas, que eran provistas por las exportaciones de productos agrícolas. Estos problemas están en la base del CSG.
La ISI se aceleró con el ascenso del peronismo al gobierno (1946). Se desarrolló la industria liviana ligada al consumo interno y prosiguió el crecimiento numérico de la clase trabajadora. Sin embargo, la ISI tropezaba con la falta de bienes de capital y de insumos, que debían importarse. Como indicamos en el párrafo anterior, las divisas necesarias para comprar las importaciones eran provistas por la burguesía agraria, a través de las exportaciones de productos primarios. Pero el desarrollo industrial requería cada vez más divisas, en tanto que la producción agropecuaria tendía a estancarse. En pocas palabras, a fines de la década de 1940 comenzó a quedar claro que la economía argentina producía menos divisas (dólares) que las necesarias para su funcionamiento. El reconocimiento de este problema está en la base de la comprensión del CSG.


El Ciclo Stop and Go:
El CSG fue típico de la economía argentina en el período 1949-1976. Debe ser distinguido del ciclo propio del modelo agroexportador (1880-1930) [3] También es preciso diferenciarlo del ciclo económico del período posterior a la dictadura militar (1983 en adelante), al que dedicaremos una ficha específica.
El CSG se verificó en el marco de la ISI y se manifiesta en crisis periódicas de la balanza de pagos (v.). La primera de esas crisis se dio durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, en 1949, cuando se produjo un déficit de la balanza comercial (v.). Con esto, dio comienzo el CSG, cuya fase recesiva se prolongó hasta 1952. Las crisis del sector externo volvieron a repetirse en 1959 y en 1962-1963.
Si bien economía y política son inseparables, es posible formular una descripción del CSG centrada en los aspectos económicos. En este sentido, Rapoport (2008) y Rougier y Fiszbein (2006) recomiendan para la comprensión del funcionamiento del CSG el modelo analítico elaborado por Oscar Braun y Leonard Joy [4].
El modelo Braun-Joy partía de los siguientes supuestos:
             i.        Volumen fijo de producción agropecuaria.
           ii.     Demanda interna de productos agropecuarios [alimentos] insensible a las variaciones de los precios relativos, pero sensible a los cambios en el ingreso y en su distribución.
          iii.        Demanda de importaciones [materias primas, bienes industriales – sobre todo bienes de capital -] poco elástica respecto de los cambios en los precios relativos y, por el contrario, muy elástica frente a las variaciones de la producción industrial.
          iv.        Una oferta de exportaciones compuesta exclusivamente de productos primarios.
En su fase ascendente, crecen las importaciones debido al incremento de la producción industrial (ver supuesto iii). Al mismo tiempo, caen las exportaciones, por la mayor demanda de bienes de consumo, debido a las subas en salario real y en el nivel de ingresos).
La fase ascendente culmina en una crisis, que se expresa en déficit de la balanza comercial, consecuencia del agotamiento de las reservas del BCRA.
Para resolver la crisis, las autoridades económicas lanzan un plan de estabilización, cuya pieza fundamental es la devaluación del peso, acompañada de políticas monetarias y fiscales restrictivas.
La devaluación tiene las siguientes consecuencias:
·         Suben los precios de los productos agropecuarios exportables y de los productos industriales con insumos importados. [5]
·         Se produce una transferencia de ingresos a favor de los productores de bienes agropecuarios (la burguesía de la región pampeana, que posee altos ingresos y puede ahorrar más) y en contra de los asalariados, que destinan casi todos sus ingresos al consumo.
·         Como efecto de lo indicado en el punto anterior, cae la demanda global. La caída afecta sobre todo al sector industrial.
·         Recesión, reforzada por la reducción del gasto público y de la emisión monetaria.
El plan de estabilización tiene éxito cuando se produce la mencionada caída de la demanda global y, por ende, la caída de la actividad industrial (reduciéndose el monto de inversiones en ese sector, que sufre, a la vez, los efectos de la contracción monetaria). El éxito se plasma en la caída del consumo de importaciones industriales, efecto que alivia la situación de la balanza de pagos. A esto hay que sumarle la reducción de la demanda interna de productos agropecuarios, consecuencia de la caída de los ingresos.
Resultado A: Incremento de los saldos exportables

Resultado B: Equilibrio de la balanza de pagos

La estructura económica se encuentra en condiciones de comenzar una nueva fase ascendente, cuyos componentes son la política fiscal expansiva y el incremento de la inflación, consecuencia del aumento de los salarios reales.
Ahora bien, la burguesía pampeana reacciona manteniendo estacionario el volumen de la producción agrícola, que resulta así ser inelástica a los cambios en los precios relativos generado por la devaluación.
Nueva crisis de la balanza de pagos
El ciclo vuelve a repetirse, una y otra vez…


La política del ciclo:
El CSG no puede explicarse únicamente por factores “económicos”. La imposibilidad de la burguesía para encontrar una salida al ciclo que garantice una acumulación sostenida en el tiempo tiene sus raíces en la relación de fuerzas entre las clases sociales.
En el período comprendido entre 1955 y 1976 la burguesía se hallaba dividida entre una fracción agraria, cuyas exportaciones proveían de divisas al conjunto de la economía y cuyo interés principal era conservar la totalidad de sus ganancias, evitando que una parte de las mismas fuera a financiar a la ISI; una fracción transnacional, constituida por las empresas extranjeras que se radicaron en el país en las décadas de 1950 y 1960, cuya productividad era mayor que la del resto del sector industrial, consecuencia de poseer tecnología más moderna y una organización más eficiente del proceso productivo; una fracción mercadointernista, ligada a la ISI y que producía para el mercado interno. Frente a ellas se hallaba la clase trabajadora, con una larga tradición de organización (iniciada a finales de la década de 1850), con un notable peso numérico y social (sin parangón en el resto de América Latina) y cuya expresión política era el peronismo. Dada la proscripción del peronismo, los sindicatos fueron simultáneamente instrumentos de lucha económica y pilares del movimiento peronista, el cual tenía vedado el terreno de la política.
Las limitaciones de la ISI estaban claras: dada su orientación mercado internista y a fuerte dependencia de tecnología e insumos extranjeros, el crecimiento de la industria no hacía más que agravar la crónica insuficiencia de divisas de la economía. A su vez, la fortaleza del movimiento obrero imponía trabas adicionales al aumento de la productividad, al resistir con relativo éxito los planes de racionalización capitalista, los cuales consistían, simplificando la cuestión, en una intensificación del ritmo de trabajo, produciendo así un mayor desgaste del trabajador.
En la fase ascendente del ciclo, la alianza entre la burguesía transnacional, la burguesía mercadointernista y el movimiento obrero se imponía a la burguesía agraria. La ISI tendía a profundizarse, en base a los recursos tomados de las exportaciones agrarias. Los trabajadores luchaban por mejores salarios y, al obtenerlos, se producía una expansión del consumo y ello retroalimentaba el crecimiento de la industria. Pero, a la vez, el auge industrial gastaba más y más divisas, hasta el punto en que entraba en crisis la balanza de pagos. Por su parte, la burguesía agraria respondía reduciendo su producción, con lo que recortaba las divisas provenientes de las exportaciones. Más tarde o más temprano, la burguesía transnacional (que poseía fuentes de financiamiento externas, dado que sus empresas eran filiales de casas matrices ubicadas en países centrales) abandonaba la alianza y el bloque de la burguesía ligada al mercado interno y la clase trabajadora, era derrotado.
Frente a la crisis, se constituía una nueva alianza, conformada por la burguesía agraria y la burguesía transnacional, que llevaba adelante un plan de estabilización cuyo eje era la devaluación. Pero este plan chocaba con la resistencia del movimiento obrero, quien terminaba por limitar sus efectos. Si el plan tenía éxito, se resolvía por el momento la crisis del sector externo y comenzaba una nueva etapa de crecimiento, en la que volvía a reconstituirse la alianza entre la burguesía transnacional, la burguesía mercadointernista y el movimiento obrero.
La burguesía era la clase dominante. Eso está fuera de discusión. Pero su división en distintas fracciones y la tensión entre quienes promovían el desarrollo de la ISI centrada en el mercado interno y quienes adherían a una ISI volcada a la exportación de productos industriales, sumada a la presión de la burguesía agraria por conservar los dólares de las exportaciones, hacían que la burguesía no pudiera construir una hegemonía sólida. El movimiento obrero poseía una fuerza y una organización que le permitían presionar y obtener concesiones, aunque carecía de una política autónoma frente a la burguesía.
Todo lo anterior daba por resultado la inestabilidad política, que reinó en Argentina en el período 1955-1976.
Ya desde finales de la década de 1950 la burguesía comenzó a elaborar respuestas frente a las limitaciones de la ISI.
“Ante esto la solución económicamente «evidente» -y reiteradamente propuesta como tal radicaba en un fuerte aumento de las exportaciones que, al levantar el techo de la balanza de pagos, hubiera permitido proveer a esa estructura productiva urbana de las importaciones necesarias para un «desarrollo sostenido». Supuestos los parámetros capitalistas de la situación, esa solución implicaba, fundamentalmente, encontrar medios para aumentar la producción (y la productividad) pampeana y/o para reducir el nivel de ingreso del sector popular en forma de que, por media de la reducción del consumo interno de alimentos, quedaran «liberados» mayores excedentes exportables.” (O'Donnell, 1977, p. 13).
A mediados de la década de 1960 la presión por una salida exportadora a las limitaciones de la ISI estaba, por decirlo así, en el aire. En 1966 el Centro de Investigaciones Económicas del Instituto Torcuato Di Tella organizó la Conferencia sobre “Estrategias para el Sector Externo y Desarrollo Externo”, en el que participaron economistas argentinos y extranjeros. Hubo consenso en torno a redefinir la estrategia para la industrialización, adoptando un perfil ligado a la exportación de bienes manufacturados. En esto estaban de acuerdo tanto los economistas “liberales” como “nacionalistas”. Sin exportaciones industriales era imposible sostener una industrialización que consumía cada vez más divisas.
El debate en torno a la ISI influyó en la política económica de la dictadura de Onganía, cuyo principal exponente fue el ministro Adalbert Krieger Vasena. Éste se propuso: a) racionalizar la estructura industrial para hacerla eficiente; b) transformar al país en una economía abierta, con segmentos competitivos internacionalmente.
No disponemos de espacio aquí para examinar en detalle la política de Onganía-Krieger. Basta con decir que enfrentó la oposición de la burguesía agraria, que se opuso al doble tipo de cambio, que en la práctica consistía en la aplicación de retenciones a las exportaciones agropecuarias. Los recursos absorbidos por el Estado vía retenciones eran empleados para promover la industria, en especial, las exportaciones industriales y la producción local de bienes intermedios y bienes de capital.
La política de la dictadura de Onganía fue derrotada por serie de rebeliones obreras y populares que jalonaron el año 1969, en especial el Cordobazo de mayo de ese año. También, aunque en menor medida, se hizo notar la oposición de la burguesía agraria a que una parte de sus ganancias se destinaran a la industrialización. La experiencia resultó desalentadora para la burguesía: ni toda la fuerza del Estado había bastado para desarticular la situación de empate hegemónico entre su fracción mercadointernista y la fracción que promovía un modelo exportador y una racionalización del capitalismo argentino. Se hizo notar, una vez más, la capacidad de resistencia de la alianza entre el movimiento obrero y la burguesía ligada al mercado interno, alianza que aparecía encarnada políticamente en el peronismo.
No es necesario seguir adelante. El regreso del peronismo al gobierno (1973) mostró, una vez más, los límites que la estructura de relaciones sociales imponía a la acción política. Luego de un comienzo promisorio, la crisis internacional iniciada en 1974 volvió a poner en el tapete la fragilidad externa de la economía argentina. El golpe militar de 1976 cerró el período con el intento más extremo de exterminar la resistencia obrera.
El CSG muestra la unidad de economía y política, que sólo puede ser separada a los fines del análisis. Las nociones mismas de estructura de relaciones sociales y de ciclo económico permiten ver desde otra perspectiva los acontecimientos políticos. Detrás de las diferencias se visualizan las continuidades. La diversidad de candidatos y de opciones políticas se reduce considerablemente y se llega a ver un hilo conductor detrás de todo el proceso, la lucha de clases entre Capital y Trabajo, el secreto mejor guardado del capitalismo.

Parque Avellaneda, domingo 15 de diciembre de 2019


GLOSARIO [6]:
Balanza comercial = Es la correlación entre el total de los precios de las mercancías exportadas y de las importadas. Puede ser activa o pasiva. Si la exportación de mercancías de un país supera a la importación, la balanza comercial es activa, es decir, hay un superávit comercial; si la exportación es inferior a la importación, se dice que la balanza comercial es pasiva, es decir, el país presenta un déficit en su balanza comercial.
Balanza de pagos = Es el conjunto de las transacciones con el exterior de un país, tanto las de los bienes como las puramente financieras. Dentro del balance de pagos, la cuenta corriente incluye las exportaciones e importaciones de bienes (balanza comercial) y las transferencias por pago de remuneraciones de los factores externos. Éstas últimas se llaman comúnmente rubros invisibles (en oposición a las mercancías que son visibles) y comprenden, entre otros, turismo, transporte, seguros, intereses, dividendos, utilidades y regalías. A su vez, la cuenta de capital incluye las corrientes de capital (y de las amortizaciones sobre las mismas) hacia el exterior y desde el exterior y los cambios en las reservas netas de oro y divisas. Generalmente el déficit o superávit de la cuenta corriente del balance de pagos se cubre con movimientos de capital (préstamos o créditos), lo que implica para los deficitarios un permanente endeudamiento externo.
Bienes = Son los medios materiales que satisfacen las necesidades humanas. El ser humano obtiene estos medios de la naturaleza que le rodea. Salvo algunos bienes (que son directamente suministrados por la naturaleza bajo una forma que no exige ninguna actividad humana para apropiárselos, por ejemplo: el aire), la inmensa mayoría de los medios que satisfacen las necesidades se obtienen de la naturaleza por vía de extracción, de transformación, de modificación de los caracteres físicos, químicos o biológicos, por medio de un desplazamiento en el espacio o de la conservación en el tiempo.
Bienes de capital = Son los instrumentos de producción o medios de trabajo (maquinarias, equipos, herramientas, etc.) que facilitan la transformación de los objetos de trabajo. Estos bienes son utilizados para producir sin incorporarse físicamente al bien resultante, pudiendo computarse como valor agregado la pérdida de valor que sufren por su empleo en la producción (depreciación).
Bienes de consumo = Son bienes aplicados directamente a la satisfacción de las necesidades. Pueden ser de consumo inmediato (alimentos, indumentaria, etc.) o de consumo duradero (heladeras, lavarropas, televisores, autos, computadoras, etc.).
Insumo = Denominación dada al conjunto de los elementos (objetos naturales, materias primas y productos intermedios y auxiliares) consumidos en el proceso de producción y que desde este punto de vista constituyen los objetos de trabajo.
Precio = Es el nombre que se da al valor de una mercancía (bien o servicio) expresado en dinero.
Precios relativos = Se trata de los precios que tienen los bienes y servicios en relación a otros.
Producción primaria = Es la actividad humana aplicada a la obtención de los bienes de la naturaleza. Puede referirse a la simple extracción de bienes de la tierra, lo que es común respecto de aquellos elementos que no son reproducibles, como el caso de los minerales, aunque también se puede hacer esto respecto de elementos vegetales o animales, como es el caso de la tala de bosques, de la caza o de la pesca. Otro nivel de actividad primaria, de utilización directa de las potencialidades que ofrece el suelo, se relaciona con el cultivo de los elementos vegetales y animales.
Valor agregado = Es el valor final de los productos menos el valor de los insumos. Se trata del valor agregado en el proceso de producción.


BIBLIOGRAFÍA:
Ciafardini, H. (2002). La Argentina en el mercado mundial contemporáneo. En Textos sobre economía y política (selección de trabajos). (pp. 147-186). Buenos Aires: s. e.
Gastiazoro, E. (1978). Léxico de economía. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.
O’Donnell, G. (1977). Estado y alianzas en Argentina, 1956-1977. En Desarrollo Económico (64).
Rapoport, M. (2008). Historia económica, política y social de la Argentina (1880-2003). Buenos Aires: Emecé.
Rougier, M. y Fiszbein, M. (2006). La frustración de un proyecto económico: El gobierno peronista de 1973-1976. Buenos Aires: Manantial.


NOTAS:
[1] El economista argentino Eugenio Gastiazoro define así al ciclo económico: “El período que media entre el principio de una crisis y el comienzo de la otra se denomina ciclo y consta de cuatro fases: crisis, depresión, reanimación y auge.” (Gastiazoro, 1978: 23). Esta definición tiene el mérito de considerar a las crisis como expresión del funcionamiento normal de una economía capitalista, y no como un fenómeno accidental y/o debido a “errores humanos”. Una aclaración necesaria: la existencia de ciclos económicos específicos de la economía argentina tiene que ser estudiado en el marco general de los ciclos de la economía capitalista en general. No cabe hablar de una “excepcionalidad” argentina, en el sentido de que la estructura social argentina se encuentra al margen de los condicionamientos propios de toda economía capitalista. Ahora bien, el análisis marxista está obligado a comprender la especificidad de cada estructura social particular y de cada coyuntura específica, pues su objetivo es proporcionar elementos para el desarrollo de una política revolucionaria.
[2] “La Argentina entra de lleno en el mercado mundial (…) en la segunda mitad del siglo XIX. Y no lo hace precisamente a partir de la formación de una economía compleja, en lo fundamental autodeterminada, sino con la modalidad de una especialización extrema convirtiéndose, como por lo general las naciones oprimidas de aquel entonces, en mera exportadora de materias primas y alimentos.” (Ciafardini, 2002: 156).
[3] Para el ciclo propio del modelo agroexportador, consultar Rapoport (2008: 90-94).
[4] Braun, O. y Joy, L. (1968). A Model of Economic Stagnation. A Caso Study of the Argentine Economy. ECONOMIC JOURNAL (321). La descripción del modelo realizada en este trabajo se basa en la exposición de Rapoport (2008: 489). Otra descripción del modelo Braun-Joy: “Algunos economistas formularon explicaciones analíticas precisas de la dinámica de la economía determinada por esas características estructurales; las fases expansivas se veían, con frecuencia, fuertemente estranguladas por la tendencia al desequilibrio en el balance de pagos. Durante estas fases crecía la demanda de importaciones, que requería un egreso de divisas superior a los descendentes saldos exportables; se gestaban así las condiciones que forzaban una devaluación de la moneda nacional, medida que desencadenaba un ajuste recesivo. El alza del tipo de cambio se transmitía a los precios, el salario real se deprimía y caía el consumo. La contracción de la demanda interna incrementaba la oferta de exportaciones y reducía las importaciones, lo que permitía cerrar la brecha en la cuenta corriente del balance de pagos y recrear las condiciones para una nueva fase expansiva.” (Rougier y Fiszbein, 2006: 16).
[5] Los productos agropecuarios suben más que los industriales, pues estos últimos sólo tienen una parte componente importada.
[6] El glosario fue confeccionado en base a Gastiazoro (1978).

domingo, 1 de diciembre de 2019

ROUSSEAU, PRECURSOR DE LA TEORÍA DE LA HEGEMONÍA: EL DISCURSO SOBRE LA ECONOMÍA POLÍTICA


“La autoridad más absoluta es aquella que penetra hasta el interior
del hombre y no se ejerce menos sobre la voluntad que sobre las acciones.”
Jean-Jacques Rousseau



El filósofo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) participó en ese vasto proyecto intelectual conocido como la Enciclopedia. Sin embargo, Rousseau mantuvo una relación ambivalente con la Ilustración, el movimiento filosófico que engendró al mencionado proyecto. Para Rousseau el desarrollo del conocimiento no era necesariamente sinónimo de progreso, sino que, en las condiciones imperantes en la sociedad europea, generaba una mayor opresión y sometimiento de los seres humanos. Es por eso que mostró una especial preocupación por la forma de gobierno en que se había plasmado esa opresión, por comprender sus orígenes y por encontrar los caminos alternativos para construir otra organización social y política.  
Rousseau plasmó su crítica de las instituciones sociales y políticas en dos obras fundamentales: Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1754) y Del contrato social (1762). En ellas abordó, anticipándose a su concreción histórica, los problemas nodales de las democracias capitalistas. En especial, llevó adelante el análisis de la contradicción entre voluntad general y voluntad particular, que puede ser considerado como un esbozo precursor de la teoría de la hegemonía, desarrollada en el siglo XX por Antonio Gramsci (1891-1937). Una versión simplificada del citado análisis se encuentra en un trabajo menos conocido, el Discurso sobre la Economía política (1755). Al estudio de éste se encuentra dedicada la presente ficha.
Rousseau redactó el artículo Discours sur l’Économie politique para el tomo V de L’Encyclopédie (pp. 337-349), publicado en noviembre de 1755, bajo el título “Économie ou Œconomie (Morale et Politique)”. La segunda edición, cuyo título incluyó la palabra Discours, apareció en Ginebra en 1758.
En esta ficha se presentarán los principales aspectos del artículo. Nuestro propósito es resumir del modo más fiel posible el desarrollo del pensamiento de Rousseau, limitando al máximo los comentarios, aunque esto resulte muchas veces imposible dada la riqueza del tema. En la elaboración seguimos la estructura del trabajo original, que consta de una introducción y tres apartados.

Nota bibliográfica:
Para la redacción de la ficha utilicé la traducción española de José E. Candela: Rousseau, J.-J. (1985). Discurso sobre la Economía Política. Madrid: Tecnos. El traductor indica que es la primera edición en lengua castellana. Candela se basó en la edición francesa incluida en el volumen III de las Oeuvres complètes de Rousseau, editadas en la Bibliothèque de la Pléiade por la editorial Gallimard, París, 1964, pp. 241-278.
Abreviaturas:
EP = Economía política / SH = Seres humanos / VG = Voluntad general / VP= Voluntad particular.

La introducción está dedicada a distinguir el objeto de estudio analizado en el artículo. La EP se ocupa del “gobierno de la gran familia que es el estado” (p. 3). [1] Se distingue de la economía doméstica, que “no significa otra cosa que el sabio y legítimo gobierno de la casa, en pro del bien común de toda la familia.” (p. 3).
Desde el principio del artículo, Rousseau desarrolla una perspectiva crítica sobre el Estado:
“…la sociedad política (…) lejos de tener un interés natural en la felicidad de los particulares, busca con frecuencia el suyo propio en la miseria de éstos. (…) son inevitables los abusos y funestas sus consecuencias en toda sociedad en la que el interés público y las leyes carecen por completo de fuerza natural y son continuamente atacadas por el interés personal y las pasiones del jefe y demás miembros.” (p. 6).
Rousseau considera al Estado existente como un parásito de la sociedad; lo natural es el interés personal (el egoísmo) de los gobernantes;  el interés público carece “por completo de fuerza natural”, porque es artificial. En el párrafo precedente al citado, formula una crítica tanto a la monarquía como a la los regímenes electivos: “Si tenéis un solo jefe, estaréis bajo el arbitrio de un amo que carece de razones para amaros; si tenéis varios, deberéis soportar al tiempo su tiranía y sus divisiones.” (p. 6).
¿Por qué el Estado oprime a la sociedad?
Porque los gobernantes se rigen por su interés particular (el egoísmo) y no por el interés general. Así formulada la cuestión, parece que Rousseau repitiera el viejo argumento platónico sobre las formas de gobierno, clasificadas en base al respeto al bien común o a la búsqueda del interés particular (formas puras o impuras). Sin embargo, la perspectiva rousseauniana es más profunda. Luego de formular una descripción de la sociedad en términos organicistas [2], pone el acento en los lazos que unen a los individuos. Los miembros de la sociedad no permanecen unidos por simple yuxtaposición [3]:
“El cuerpo político es también un ser moral dotado de voluntad. Esa voluntad general, tendente siempre a la conservación y bienestar del todo y de cada parte, es el origen de las leyes y la regla de lo justo y de lo injusto para todos los miembros del estado, en relación con éste y con aquéllos.” (p. 9).
Ahora bien, Rousseau advierte que la conformación de la VG se ve obstaculizada por la existencia de grupos sociales con intereses particulares.
“Toda sociedad política se compone de otras sociedades más pequeñas y de diferente especie, cada una de las cuales posee sus intereses y sus máximas. Pero tales sociedades, que todos pueden ver por su forma exterior y autorizada, no son las únicas que existen realmente en el estado: todos los particulares reunidos en torno a un interés común componen otras tantas sociedades, permanentes o pasajeras, cuya fuerza, aun siendo menos aparente, no es menos real, y cuyas relaciones, si se examinan con detenimiento, nos proporcionan el verdadero conocimiento de las costumbres. Se trata de todas aquellas asociaciones, tácitas o formales, que tan variadamente modifican las apariencias de la voluntad pública mediante la influencia de la suya propia. La voluntad de dichas sociedades presenta siempre dos tipos de relaciones: para sus miembros, es una voluntad general; para la gran sociedad, es una voluntad particular. Con frecuencia es una voluntad recta bajo el primer aspecto y viciosa bajo el segundo.” (p. 11).
La “gran sociedad” (la sociedad en general) está constituida por una multiplicidad de “sociedades particulares”. En este marco, la VG aparece como abstracta frente a la solidez de los intereses personales existentes en cada sociedad particular. Rousseau apunta al problema fundamental de la política moderna: ¿cómo hacer que la voluntad particular de un grupo particular se constituye en VG de la “gran sociedad”? En otras palabras, ¿cómo se construye la hegemonía?
Antes de proseguir, es preciso señalar qué entendemos por hegemonía [4]. Dicho de manera muy rápida, la hegemonía es la transformación del interés particular de un grupo social en el interés general de toda la sociedad. En otras palabras, construir hegemonía significa naturalizar la dominación de una clase social y la forma de explotación correspondiente a esa dominación. La hegemonía, cuando es exitosa, permite reducir al mínimo el momento de la violencia en la dominación.
Rousseau examina los contornos del problema mucho antes de que éste se planteara de manera acuciante en la práctica política. En las sociedades precapitalistas, en las que la dominación se llevaba adelante con un componente mucho mayor de violencia directa, la hegemonía no tenía lugar (habida cuenta, además, de que los miembros de las clases explotadas no eran considerados iguales en términos jurídicos a los integrantes de la clase dominante). Rousseau es un precursor en este terreno.
En su análisis reconoce que el interés del individuo en el grupo particular es mucho mayor que el puesto en la “gran sociedad”:
“Pero por desgracia, el interés personal está siempre en razón inversa del deber y aumenta a medida que la asociación se hace más estrecha y el compromiso menos sagrado, lo cual es prueba infalible que la voluntad general es siempre la más justa y de que la voz del pueblo es en efecto la voz de Dios.” (p. 11).
Ahora bien, si lo único real, concreto, es el interés personal puesto en la asociación más cercana (la “pequeña sociedad”), la VG deviene una abstracción. Esto tiene graves consecuencias sociales pues, entre otras cosas, debilita el lazo social que une a los individuos. Esta problemática fue abordada posteriormente por Karl Marx (véase la contraposición Estado/sociedad civil en el artículo “Sobre la cuestión judía”) y por Emile Durkheim (consultar el concepto de anomia en La división del trabajo social).
Rousseau indica como la oposición entre VG y VP se manifiesta en las deliberaciones públicas:
“Examinad con cuidado lo que ocurre en cualquier deliberación y veréis que la voluntad general propende siempre al bien común, si bien existe siempre una escisión secreta, una confederación tácita que, en favor de miras particulares, elude la disposición natural de la asamblea. Así, pus, el cuerpo social se divide realmente en otros varios cuyos miembros adoptan una voluntad general que es buena y justa respecto de esos meros cuerpos, pero injusta y mala respecto del todo del que todos aquéllos se desvinculan.” (p. 12).
La existencia de estas VP plantea la cuestión de la VG. Mejor dicho, ¿cómo se constituye una VG en una sociedad escindida en VP? Rousseau nos pide que aceptemos la petición de principio consistente en reconocer la existencia de una VG que tiene por objetivo el bien común. Pero esto es precisamente lo que debe ser demostrado. La realidad de la sociedad burguesa es el egoísmo, el individualismo y las VP. De ahí que la construcción de la VG, fundamental para naturalizar la dominación, se vuelve una prioridad en la agenda política de la burguesía.
Por lo anterior, Rousseau resume así el contenido de la introducción: “Establecer la voluntad general como primer fundamento de la economía pública y como regla fundamental del gobierno” (p. 12).  Distingue así entre una economía pública en la que coinciden interés y voluntad entre el pueblo y los jefes (economía pública popular); otra en la que gobierno y el pueblo tengan intereses diferentes (economía pública tiránica).
Todo el trabajo intelectual de Rousseau tiene por objetivo la construcción de una forma de gobierno en la que coincidan VG y VP. En este sentido, el artículo sobre EP se continúa en Del contrato social.

En el primer apartado (pp. 13-19) desarrolla la primera máxima del gobierno legítimo y popular: “guiarse en todo por la voluntad general” (p. 13).
Ahora bien, ¿qué es concretamente la VG, siendo que existen multitud de voluntades particulares que se corresponden a cada una de las sociedades particulares que existen al interior de la “gran sociedad”? ¿Cuál puede ser el sustrato de esta VG?
Para responder al interrogantes, hay que tener presente que Rousseau es contractualista, es decir, que considera que existe un estado de naturaleza previo a la sociedad y que, por tanto, ésta última es una construcción “artificial” (en el sentido de no-natural), surgida de una convención entre los SH. Las personas constituyen la “gran sociedad” y, en particular, las instituciones políticas, para “asegurar los bienes, la vida y la libertad de cada miembro mediante la protección de todos” (p. 14). En este sentido, la “gran sociedad” muestra su superioridad frente a las sociedades particulares, pues su mayor tamaño permite proporcionar mayor protección a cada miembro de lo que podría hacer cada una de dichas sociedades particulares.
Pero la protección tiene sus costos. Thomas Hobbes (1588-1679), otro contractualista, señaló que para evitar la “guerra de todos contra todos” (su forma de concebir al estado de naturaleza) era preciso conformar un Estado omnipotente, frente al cual la libertad de las personas era cuestión subordinada. En palabras afines a Rousseau, Hobbes pensaba que la VG (el Estado) debía subordinar plenamente a la VP en aras de evitar la guerra civil y la vuelta al estado de naturaleza.
Rousseau piensa de manera diferente al filósofo inglés. [6] El Estado debe asegurar la libertad de las personas que lo integran, no someterla (más adelante veremos las contradicciones en las que entra Rousseau al emprender esta tarea). Su problema no es evitar la guerra de todos contra todos, sino impedir que el Estado suprima la libertad individual. A diferencia de los liberales, quienes sostienen que esto se logra poniendo límites constitucionales al poder estatal, Rousseau es consciente de que la misma instauración del Estado implica un recorte a la libertad: “no deja de ser cierto que si se puede constreñir mi voluntad yo no soy libre y que dejo de ser dueño de mi bien desde que otro puede tocarlo” (p. 14).  En otras palabras y por más que se disfrace la cuestión, reconocer la necesidad del Estado implica reconocer el recorte y/o supresión de la libertad.
Ahora bien, Rousseau en ningún momento se permite pensar que es preciso eliminar al Estado. [7] Su problema es cómo conciliar la VG (encarnada en el Estado) y la VP (la de cada uno de los SH que integran la “gran sociedad”).
“¿Cómo es posible que obedezcan sin que nadie ordene o que sirvan sin tener amo, siendo de hecho tanto más libres cuanto que, bajo una aparente sujeción, uno pierde la libertad sólo si ésta puede perjudicar a la de otro? Estos prodigios son obra de la ley. Es tan sólo a la ley a quien los hombres deben la justicia y la libertad. Es ese saludable órgano de la voluntad de todos quien establece, en el derecho, la igualdad natural de los hombres. Es esa voz celeste quien dicta a cada ciudadano los preceptos de la razón pública.” (p. 14-15).
Ahora bien, afirmar que la ley es garantía de libertad es algo que debe ser demostrado. En vez de resolver la cuestión, agrega una nueva complicación. Si la “gran sociedad” está constituida por sociedades particulares, ¿cómo evitar que la VG no sea otra cosa que la VP de una de dichas sociedades? Más en concreto, la burguesía, la más poderosa de esas sociedades particulares por detentar la propiedad de los medios de producción, presenta su interés particular como el interés general.
Rousseau propone una solución al problema, basada en la adopción de determinada actitud por los gobernantes:
“El interés más urgente del jefe y su deber más indispensable es velar por la observancia de las leyes de las que es ministro y sobre las cuales se funda toda su autoridad.” (p. 15).
Pero el “jefe” es parte de un grupo social (clase) y la ley expresa los intereses de ese grupo social y la correlación de fuerzas con los otros grupos sociales. Rousseau nos pide que aceptemos como petición de principio que el “jefe” puede ponerse por encima de los intereses particulares de cada grupo social. Dado que esto no se da nunca en la realidad de la sociedad dividida en clases, Rousseau se ve obligado a postular una especie de fetichismo de la ley. [8]
El fetichismo jurídico lleva a Rousseau a escribir frases como ésta: “La potencia de las leyes depende más de su propia sabiduría que de la severidad de los ministros” (p. 16). Si se toma al pie de la letra, la frase expresa una tontería, pues la potencia de las leyes proviene de las fuerzas sociales que están detrás de ellas. En este punto es mucho más lúcido Hobbes, quien expresó con sencillez que “los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno”. [9]
Rousseau sostiene que el gobierno que representa el bien común tiene que limitarse a ser garante de la ley y, cosa más importante todavía, conseguir que se venere a ésta. Nuestro filósofo considera que el gobernante debe evitar gobernar por la violencia y, en cambio, tiene que hacerlo por la ley. Prefigura así la teoría de la hegemonía. Obsérvese cómo presenta la cuestión en el siguiente pasaje:
“Como cualquier otro, el imbécil sumiso sabe castigar los crímenes, mientras que el verdadero hombre sabe prevenirlos; su respetable imperio se extiende más sobre las voluntades que sobre las acciones. Si el hombre de estado lograse que todo el mundo hiciese el bien, no tendría ya nada que hacer y la obra maestra de sus afanes sería la de permanecer ocioso. Cierto no, al menos, que el mayor talento de los jefes consiste en disfrazar su poder para hacerlo menos odioso y en conducir el estado de forma tan apacible que parezca no tener necesidad de conductores.” (p. 16-17).
La dominación es eficaz en la medida en que no se presenta como tal; mejor dicho, en la medida en que los dominados no la perciben como dominación, sino que se la representan como el orden natural de las cosas. Rousseau lo expresa con claridad:
“Si bueno es saber emplear a los hombres tal como son, mejor aún es tornarlos tal y como se necesita que sean. La autoridad más absoluta es aquella que penetra hasta el interior del hombre y no se ejerce menos sobre la voluntad que sobre las acciones. Cierto es que, a la larga, los pueblos son como los hacen los gobiernos. (…) todo príncipe que desprecie a sus súbditos se deshonra a sí mismo al mostrar que no ha sido capaz de hacerlos estimables. Formad pues a hombres si queréis mandar a los hombres y si pretendéis que las leyes sean obedecidas, haced leyes que puedan ser amadas, de forma que para cumplir lo debido baste con pensar que debe hacerse.” (p. 18-19).
La violencia física es el último recurso de la dominación eficaz. Rousseau prefigura el desarrollo de la hegemonía burguesa, cuyo elemento nodal consiste en lograr que el interés particular de la burguesía sea interiorizado como el interés propio de cada individuo, con independencia de la clase social a que pertenezca éste. Una vez que es interiorizada, la obediencia a la dominación deja de ser percibida como tal y pasa a ser considerada un deber.
Gobernar es, pues, producir a los gobernados.
Los Estados de la Europa de Rousseau hacían todo lo contrario a lo expuesto en el párrafo anterior:
“Mas nuestros gobiernos modernos, que creen haberlo hecho todo cuanto obtienen riqueza, ni capaces son de imaginar que es preciso o posible llegar a tales metas.” (p. 19).
La preocupación rousseauniana en formar ciudadanos expresa la nueva realidad de una sociedad basada en la producción de mercancías y en la explotación de trabajadores libres. Con una masa de ciudadanos compuesta por trabajadores asalariados, es decir, ni esclavos ni siervos, las viejas formas de dominación eran inútiles. Rousseau se adelanta al devenir del proceso histórico e indica la necesidad de moldear a esos trabajadores, de hacerles aceptar gustosos una libertad hecha a medida de la propiedad privada y la producción mercantil. No obstante, el proyecto rousseauniano presenta profundas contradicciones. Ante todo, porque Rousseau no acepta la acumulación de capital en la medida en que acentúa las diferencias de riqueza entre capitalistas y trabajadores. Su propuesta de limitar las fortunas lo lleva a proponer la conformación de un Estado capaz de ejercer un control cada vez más poderoso sobre la sociedad y, en definitiva, a acotar la libertad que dice promover. En definitiva, sus contradicciones prefiguran las que se dan en el seno de una democracia capitalista.

El segundo apartado (pp. 19-33) desarrolla la segunda regla de la economía pública: lograr que reine la virtud, es decir, “la conformidad de la voluntad particular a la general” (p. 19-20).
Este apartado puede ser considerado un corolario del anterior, pues la conformidad VG-VP requiere de un laborioso proceso de educación de los ciudadanos por el Estado. En este sentido,
“el mayor recurso de la autoridad pública se encuentra en el corazón de los ciudadanos y que cuando se quiere mantener el gobierno nada puede suplantar a las costumbres. Más que gentes de bien que sepan administrar las leyes, hay, en el fondo, gentes honestas que saben obedecerlas.” (p. 20; el resaltado es mío – AM-).
Un “buen gobierno” (las comillas son mías) es aquél que sabe naturalizar la dominación, aquél que logra que obedecer se vuelva costumbre. Si aceptamos (cosa que Rousseau rechazaría) la imposibilidad de lograr la conformidad entre VG y VP en las condiciones de una sociedad dividida en clases sociales, queda el hecho innegable de que el capitalismo, basado en la explotación del trabajo asalariado de trabajadores libres, requiere una dominación basada en la costumbre y no en la fuerza.
Rousseau fustiga a los “jefes” que gobiernan en pos de su interés particular. Pero lo más importante del segundo apartado es la afirmación de la necesidad de la educación pública, que enseñe a los ciudadanos a ser “buenos”. El núcleo de esa educación no es novedoso: patriotismo.
“El amor a la patria es el medio más eficaz, porque (…) el hombre es virtuoso cuando su voluntad particular es en todo conforme a la voluntad general y quiere aquello que quieren las gentes que él ama.” (p. 22-23).
Aquí aparece una limitación del proyecto político rousseauniano, que no es otro que el de la burguesía en su forma más radical, pues la conformidad entre VG y VP jamás abarca a toda la Humanidad. Todo lo contrario, subsisten esas sociedades particulares que son las naciones.
“Parece que el sentimiento humano se evapora y debilita cuando se reparte por toda la Tierra, de modo que nos afectan menos las calamidades de Tartaria o del Japón que las de un pueblo europeo. En cierta forma, es preciso limitar y reducir el interés y la conmiseración para poder activarlos. Ahora bien, como quera que esa tendencia sólo beneficia a los que con nosotros conviven, es bueno que la humanidad concentrada entre conciudadanos adquiera en ellos una fuerza renovada gracias al hábito de verse y al interés común que los reúne. Verdad es que los mayores prodigios de la virtud fueron realizados por amor a la patria.” (p. 23). 
Según lo expuesto, la “conformidad” entre VG y VP sólo puede plasmarse al interior del espacio nacional. Por fuera de éste, impera el estado de naturaleza. [10] No se trata de un planteo teórico. El surgimiento y consolidación de los Estados nacionales estuvo acompañado por continuas guerras entre ellos, las cuales eran cada vez más devastadoras habida cuenta el desarrollo de los medios técnicos de la guerra y el incremento del número de efectivos de los ejércitos. En su Discurso sobre el origen de la desigualdad y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1754), Rousseau hizo una crítica lapidaria de la situación:
“Los cuerpos políticos, al quedar de este modo en estado de naturaleza entre sí, se resintieron pronto de los inconvenientes que habían forzado a los particulares a salir de él, y ese estado se hizo aún más funesto entre esos grandes cuerpos de lo que antes lo había sido entre los individuos de que estaban compuestos. De ahí salieron las guerras nacionales, las batallas, los asesinatos, las represalias que hacen estremecer a la naturaleza y chocan a la razón, y todos esos prejuicios horribles que sitúan en el rango de las virtudes al honor de derramar la sangre humana. Las personas más honestas aprendieron a contar entre sus deberes el de degollar a sus semejantes; se vio finalmente a los hombres masacrarse a millares sin saber por qué; y se cometían más asesinatos en un solo día de combate  y más horrores en la toma de una sola ciudad de los que se habían cometido en estado de naturaleza durante siglos enteros en toda la faz de la tierra. Tales son los primeros efectos que se perciben de la división del género humano en diferentes sociedades.” [11]
La afirmación del patriotismo tiene las consecuencias señaladas en el párrafo anterior. A pesar de ello, Rousseau se ve obligado a postular la afirmación del sentimiento patriótico como política de Estado, pues es el único remedio que encuentra para impedir la disgregación de la “gran sociedad” en una multitud de sociedades particulares. Además, la VG expresada por la “gran sociedad” no es otra cosa que la voluntad de la sociedad particular más poderosa en el capitalismo: la burguesía, dueña de los medios de producción. Es por ello que la construcción de esa VG es, en definitiva, la conformación de la hegemonía burguesa.
El Estado debe, pues, desarrollar una educación pública cuyo eje sea el patriotismo. Sin embargo, no basta con ello. La inculcación de una ideología es un acto abstracto si esa ideología no se plasma en ciertas condiciones materiales. Esto está expresado en el siguiente pasaje:
“¿Queremos que los pueblos sean virtuosos?, empecemos pues por hacerles amar a la patria; pero ¿cómo podrán amarla si para ellos la patria no representa algo distinto de lo que representa para los extranjeros y ella sólo les da lo que nadie les puede negar? Sería aún peor si el pueblo no pudiera gozar ni siquiera de la seguridad civil, quedando sus bienes, su vida o su libertad a discreción de los poderosos sin que al pueblo le fuera posible o permitido atreverse a reclamar las leyes. Sometido así a los deberes propios del estado civil, privado incluso de los derechos del estado de naturaleza, y sin poder defenderse por la fuerza, el pueblo se vería reducido a la peor condición en la que un hombre libre puede verse y la palabra patria sólo tendría para él un odioso y ridículo sentido. “(p. 24-25)
La educación en el patriotismo debe ir acompañada por la efectiva incorporación del pueblo a la patria; en otras palabras, se requiere de un mínimo de concesiones de la clase dominante para hacer patriotas a los trabajadores y demás sectores populares. En este punto entra a jugar la economía pública, pues ella debe arbitrar los medios para proveer a cada ciudadano del mínimo de bienes y servicios necesarios para garantizar su “lealtad” a la patria:
“¿No consiste el compromiso del cuerpo de la nación en proveer con el mismo cuidado a la conservación del último de sus miembros y a la de todos los demás? ¿Y es menos causa común la salud de un ciudadano que la de todo el estado? (…) si llegara a mis oídos que se le permite al gobierno sacrificar a un inocente para salvar a la multitud, tomaría esta máxima como una de las más execrables que jamás haya inventado la tiranía, como la más falsa que proponerse pueda, como la más peligrosa que pueda admitirse y como la más directamente opuesta a las leyes de la sociedad.” (p. 25-26).
Desde la perspectiva de Rousseau, la existencia de grandes diferencias sociales genera voluntades particulares mucho más poderosas que la VG. Mejor dicho, la VP de los dueños de la propiedad se convierte en VG y la “gran sociedad” se mantiene unida sólo por la violencia:
“La ley de la que se abusa, tanto sirve al poderoso de arma ofensiva como de escudo contra el débil, y el pretexto del bien público es siempre el más peligroso azote del pueblo. (…) El mayor mal está ya hecho cuando existen pobres que defender y ricos que contener.” (p. 28).
A diferencia de los liberales, para quienes la creación de condiciones que permitan el desarrollo del egoísmo y el consiguiente enriquecimiento de los individuos constituye el camino para asegurar el bienestar de toda la comunidad, Rousseau entiende que la agudización de las diferencias sociales pone en peligro la existencia misma de la “gran sociedad”. Por ello, deposita en el Estado, expresión de la VG, la constitución de un orden social que lime lo más posible las diferencias, sin suprimir la propiedad privada. Tanto la agudeza de la crítica rousseauniana de las condiciones sociales propias de una sociedad mercantil, como las limitaciones de su proyecto político, se encuentran contenidas aquí. Del cruce de esa crítica y de esas limitaciones surge un esbozo de teoría de la hegemonía que arroja luz sobre la dominación de la burguesía. Desde ya que estoy forzando la interpretación, puesto que Rousseau vivió en un contexto en el que la necesidad de la hegemonía estaba en ciernes. Pero considero que resulta útil leer a los clásicos desde una perspectiva rabiosamente política, anclada en las necesidades del presente. En todo caso, para quienes estén interesados en establecer con la mayor fidelidad posible el pensamiento de Rousseau sobre el tema a o el tema b existe una multitud de trabajos disponibles.
Rousseau define así las tareas del Estado:
“Así pues, uno de los más importantes asuntos del gobierno consiste en prevenir la extrema desigualdad de las fortunas, pero no incrementando los tesoros de los que los poseen, sino impidiendo por todos los medios que los acumulen; tampoco construyendo hospitales para pobres, sino preservando a los ciudadanos de caer en la pobreza.” (p. 28-29).
Como indicamos más arriba, Rousseau se ubica en la vereda opuesta a la de la EP clásica. Propone limitar la acumulación de capital para evitar la profundización de la desigualdad social. Tarea imposible, pues no existe capitalismo sin reproducción ampliada del capital, es decir, sin acumulación. Tarea imposible, pues Rousseau no saca los pies del plato de la propiedad privada, y el desarrollo de ésta exige la acumulación de capital. No es posible mantener la riqueza privada en límites preestablecidos. Tarde o temprano salta esos límites, pues su tendencia intrínseca es la búsqueda de ganancias y la acumulación. La democracia radical propuesta por Rousseau se estrella contra esta imposibilidad.
El egoísmo promueve el individualismo, y éste último estimula la acumulación de riqueza por los particulares. Rousseau hace intervenir en este punto a la educación, cuya tarea (que va de la manco con la ya mencionada de promover el patriotismo) consiste en disolver ese egoísmo [12]:
“La educación pública según reglas dictadas por el gobierno y los magistrados nombrados por el soberano, constituye, pues, una de las principales máximas del gobierno fundamental o legítimo. Si los niños son educados en común según el principio de la igualdad, se les inculcan las leyes del estado y las máximas de la voluntad general (…) sin duda se amarán mutuamente como hermanos, jamás desearán otra cosa que lo que la sociedad desee” (p. 31-32; el resaltado es mío – AM-).
La democracia radical termina postulando el más rígido control de la voluntad de los ciudadanos por el Estado. La VP no es otra cosa que una voluntad moldeada por el Estado desde la primera infancia.

El tercer apartado (pp. 34-56) está dedicado al estudio del modo en que pueden ser satisfechas las necesidades públicas o, dicho de manera más precisa, la subsistencia de los ciudadanos. Trata de la economía “en relación con la administración de los bienes” (p. 34).
Desde el punto de vista de esta ficha, cuyo eje es la noción de hegemonía, este apartado presenta menos interés. Sin embargo, contiene algunas cuestiones relevantes.
En primer lugar, Rousseau enuncia que la propiedad privada es el núcleo del Estado y, por ende, de la sociedad:
“El derecho de propiedad es el más sagrado de todos los derechos de los ciudadanos, y es más importante, en ciertos aspectos, que la misma libertad. (…) la propiedad es el verdadero garante de los compromisos de los ciudadanos.” (p. 34; el resaltado es mío – AM-).
La dureza de la crítica de Rousseau a la propiedad privada [13] no resulta obstáculo para que nuestro filósofo considere que esa propiedad es el pilar de la sociedad. La democracia radical busca una estructura social basada en la pequeña propiedad individual, en la que el Estado controla las diferencias de riqueza e inculca el patriotismo a los ciudadanos mediante la educación pública.
En segundo lugar, sostiene que para proveer a las necesidades del Estado conviene dotar a éste de tierras propias [14], para evitar cargar a los particulares con impuestos.
En tercer lugar, Rousseau piensa que el Estado debe cumplir un rol activo en asegurar a los ciudadanos un mínimo de bienes.
“El verdadero secreto de las finanzas y la fuente de la riqueza consiste en la distribución de los productos agrícolas, del dinero y de las mercancías en una justa proporción y según el tiempo y el lugar, siempre que los administradores sean capaces de altas miras.” (p. 40).
Aquí correspondería formular una comparación entre la perspectiva rousseauniana del papel del Estado y la de los liberales (v. gr. Adam Smith). No disponemos de tiempo para realizar dicha tarea.  No obstante, podemos afirmar que Rousseau es especialmente consciente del hecho de que la economía mercantil genera egoísmo, y que éste profundiza las divisiones sociales. De ahí su preocupación por limitar ese egoísmo.
El Discurso sobre la Economía política forma una unidad con el ya mencionado Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres y con Del contrato social. En conjunto, estas obras proporcionan un panorama de la crítica de Rousseau a la economía mercantil y al Estado absolutista, así como también dan cuenta de los límites de la democracia radical rousseauniana.

Parque Avellaneda, domingo 1 de diciembre de 2019

NOTAS:
[1] Respeto la grafía adoptada por el traductor, en la que la palabra “Estado” es escrita con minúscula. En mis comentarios la escribo con mayúscula.
[2] “El cuerpo político, individualmente considerado, puede entenderse como un cuerpo organizado, vivo y similar al del hombre. El poder soberano representa la cabeza; las leyes y las costumbres son el cerebro, origen de los nervios y sede del entendimiento, de la voluntad y de los sentidos, cuyos órganos son los jueces y magistrados; el comercio, la industria y la agricultura son la boca y el estómago que preparan la substancia común; las finanzas públicas son la sangre de una sabia economía que, desempeñando las funciones del corazón, distribuye por todo el cuerpo el alimento y la vida; los ciudadanos son el cuerpo y los miembros que hacen que la máquina se mueva, viva y trabaje, de modo que cualquier herida que ésta sufra en una de sus partes llevaría de inmediato una impresión dolorosa al cerebro si es buena la salud del animal.” (p. 8-9).
[3] Rousseau se refiere a la existencia de un “yo común al todo, la sensibilidad recíproca y la correspondencia interna entre todas las partes. Si cesa dicha comunidad, desaparece la unidad formal” (p. 9).
[4] Me baso en la definición formulada por el sociólogo argentino Adrián Piva: “La realización de la hegemonía burguesa sólo se alcanza (…) en la Forma del Estado. Es en el Estado, en ese lento y dificultoso desarrollo de mecanismos institucionales e ideológicos de canalización de las contradicciones sociales donde, en una «sucesión de equilibrios inestables», se presenta a cada momento el interés particular de la burguesía como interés general.” (Piva, A., Acumulación y hegemonía en la Argentina menemista, Buenos Aires, Biblos, p. 69). Piva se propone recuperar una interpretación del concepto según la cual la hegemonía es una forma histórica de la lucha de clases, una etapa de la dominación burguesa caracterizada por la capacidad de la clase dominante de realizar concesiones materiales a la clase trabajadora y, de ese modo, convertir su interés particular de clase explotadora en el “interés general de toda la sociedad”.
[6] Rousseau describe el estado de naturaleza en la primera parte del Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Allí puede leerse: “veo un animal menos fuerte que unos, menos ágil que otros, pero en conjunto organizado más ventajosamente que cualquiera de todos ellos. Lo veo saciándose bajo un roble, apagando su sed en el primer arroyo, encontrando su lecho al pie del mismo árbol que le ha proporcionado su comida, y ya están sus necesidades satisfechas.” (Rousseau, Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, incluido en Rousseau, J.-J., Del Contrato social, Madrid, Alianza, 2000, p. 236). Esta autosuficiencia de los primitivos SH hace que no precisen luchar con sus congéneres.
[7] Como tampoco plantea la eliminación de la propiedad privada, aunque es plenamente consciente de los males provocados por ella. A modo de ejemplo, transcribo el siguiente pasaje del ya mencionado Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres: “El primero al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir esto es mío y encontró personas lo bastante simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, miserias y horrores no habría ahorrado al género humano quien, arrancando las estacas o rellenando la zanja, hubiera gritado a sus semejantes: « ¡Guardaos de escuchar a este impostor!; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es de nadie»” (Rousseau, op. cit., p. 276).
[8] Es importante recordar al respecto la crítica de Rosa Luxemburgo al fetichismo jurídico: “Ninguna ley obliga al proletariado a someterse al yugo del capitalismo. La pobreza, la carencia de medios de producción, obligan al proletariado a someterse al yugo del capitalismo. Y no hay ley en el mundo que le otorgue al proletariado los medios de producción mientras permanezca en el marco de la sociedad burguesa, puesto que no son las leyes sino el proceso económico los que han arrancado los medios de producción de manos de los explotadores. Tampoco la explotación dentro del sistema de trabajo asalariado se basa en leyes. (…) El fenómeno de la explotación capitalista no se basa en una disposición legal sino en el hecho puramente económico de que en esta explotación la fuerza de trabajo desempeña el rol de una mercancía que posee, entre otras, la característica de producir valor: que excede al valor que se consume bajo la forma de medios de subsistencia para el que trabaja. En síntesis, las relaciones fundamentales de la dominación de la clase capitalista no pueden transformarse mediante la reforma legislativa, sobre la base de la sociedad capitalista, porque estas relaciones no han sido introducidas por las leyes burguesas, ni han recibido forma legal.” (Luxemburgo, R., Reforma o revolución, Buenos Aires, Arte Gráfico Editorial Argentino, p. 92; el resaltado es mío – AM-).

[9] Hobbes, Th., Leviatán, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 137.

[10] Rousseau ya se había referido a la misma cuestión en el primer apartado del artículo: “aunque la voluntad del estado sea general para sus miembros, no lo es para los otros estados ni para sus miembros respectivos; para éstos resulta ser una voluntad particular e individual cuya regla de justicia deriva de la naturaleza, lo cual está también comprendido en el principio antes expuesto, ya que en ese caso la gran ciudad del mundo pasa a ser el cuerpo político cuya ley de naturaleza es siempre la voluntad general, y cuyos estados y miembros particulares sólo son miembros individuales.” (p. 10). Pero la naturaleza no posee ninguna espada para hacer cumplir las leyes; en la práctica, cada Estado utiliza el poder que dispone para garantizar su independencia y, eventualmente, someter a otros Estados.

[11] Rousseau, Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, incluido en Rousseau, J.-J., Del Contrato social, Madrid, Alianza, 2000, p. 295-296.

[12] “Ese interés persona que aísla de tal modo a los particulares que el estado se debilita ante su potencia y nada puede esperar de la buena voluntad de aquéllos.” (p. 33).

[13] Ver la nota 7.

[14] Denomina dominio público a estas tierras.