Vistas de página en total

viernes, 17 de julio de 2020

INTRODUCCIÓN A LA SOCIOLOGÍA CURSO 2020 – CLASE N° 7

“José Montiel no era tan rico como parecía, pero
había sido capaz de todo para llegar a serlo.”
Gabriel García Márquez (1927-2014), escritor colombiano.

Bienvenidas y bienvenidos a la séptima clase del curso.
Luego de un recorrido inicial por las características principales de nuestra forma de organización social, el capitalismo, y de una brevísima descripción de sus orígenes (el proceso de acumulación originaria), llegó el momento de adentrarnos en el estudio de la teoría social moderna, que no es otra cosa que la teoría del capitalismo. A ella dedicaremos el resto de la materia. Pero aquí también corresponde comenzar con los orígenes, para llegar desde allí al presente.
La teoría social moderna tiene un antecedente fundamental: la filosofía política. Ésta fue la forma que asumió la reflexión sobre los problemas de la sociedad y del Estado desde el surgimiento mismo de las sociedades divididas en clases sociales (por ejemplo, nobleza terrateniente y campesinado). Algunos de los exponentes más destacados de la filosofía política fueron Platón (427-347 a. C.) y Aristóteles (384-322 a. C.). No vamos a hablar de ellos en este curso, pues su producción teórica gira en torno a las sociedades precapitalistas. De ahí que pasemos directamente a los filósofos políticos de la Modernidad, entendiendo por ésta al período iniciado alrededor del siglo XVI y cuya característica fundamental es el desarrollo gradual de la economía capitalista.
No disponemos del tiempo necesario para realizar una revisión pormenorizada de la filosofía política de la Modernidad. [2] Nos limitaremos, pues, a un ejemplo: el filósofo John Locke (1632-1704), considerado el fundador del liberalismo político. Posteriormente, revisaremos la obra de Adam Smith (1723-1790), el fundador de la economía política moderna.
Como digo siempre, son bienvenidas todas las consultas, sugerencias, quejas y demases.
Pasemos pues a la clase propiamente dicha.

Como afirmamos recién, John Locke es uno de los fundadores del liberalismo político. Pero esto nos dice demasiado poco. Es preciso ubicar a Locke en el contexto de su época, así como también precisar su ubicación en el campo de la filosofía política.
Tal como hemos visto en clases anteriores, Inglaterra experimentó profundos cambios sociales en el siglo XVI. Una parte de la nobleza comenzó adoptó comportamientos mercantiles y desplazó a los campesinos de las tierras, reemplazándolos por ovejas, cuya lana se exportaba a Flandes. Thomas More (1478-1535) describió este proceso en su obra Utopía. Karl Marx (1818-1883), por su parte, denominó acumulación originaria a la separación entre los productores directos (los campesinos) y los medios de producción (la tierra). De un modo paulatino, fue surgiendo una clase de personas, la burguesía, que acaparó la propiedad de los medios de producción, en tanto que otra clase de personas, el proletariado o clase trabajadora, fue despojada de dichos medios y obligada, por tanto, a vender su fuerza de trabajo en el mercado. Para mediados del siglo XVII la burguesía acumuló el suficiente poder como para enfrentarse victoriosamente al rey, en la revolución inglesa de la década de 1640, liderada por Oliver Cromwell (1599-1658). Se trató de una revolución burguesa, es decir, un tipo de revolución en la que la burguesía conquistó el poder político, desplazando del mismo a la nobleza y/o a la monarquía.
A su vez, el siglo XVII estuvo marcado por la aparición de una nueva corriente en filosofía política, conocida como contractualismo. Los filósofos contractualistas sostenían que la sociedad era una creación artificial, y que existía una etapa previa a la vida en sociedad, a la que denominaban estado de naturaleza. Los seres humanos salían de dicho estado por medio de un pacto o contrato, que establecía la sociedad política (el Estado). El contractualismo, al destacar el carácter artificial (en el sentido de no natural) de las instituciones sociales y políticas, contradecía la noción del carácter eminentemente social de los seres humanos, enunciada por primera vez por Aristóteles.
Locke expresa las ideas de la burguesía inglesa de fines del siglo XVII, que debió realizar una segunda revolución (conocida como la “Revolución Gloriosa” de 1688), que consistió en un golpe de mano contra el monarca reinante y su reemplazo por una nuevo, más proclive a reconocer el poder político de la burguesía.
Su obra Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (1690) [3] es, a la vez, una justificación de la “Revolución Gloriosa” de 1688 y una defensa de los principios fundamentales del liberalismo. Pero hay algo más, que resulta fundamental para nuestro curso. El capítulo 5 de la obra, dedicado a la propiedad, constituye una pieza central en el armado de la concepción política del liberalismo, al considerar a la propiedad como un derecho natural, anterior a la sociedad política. No hay que olvidar que la sociedad capitalista gira en torno a la propiedad privada de los medios de producción. Locke  está justificando, pues, el pilar fundamental de la sociedad moderna.
Para justificar la existencia de la propiedad, sostiene que la misma tiene origen en el trabajo. Como el trabajo es imprescindible para la existencia humana, la propiedad es natural a la existencia de los individuos mismos. Además, Locke procura explicar la existencia de riqueza en manos de algunos individuos, recurriendo para ello a la asignación convencional de un valor a los metales preciosos. De ese modo, quienes posean a aquellos pueden adquirir cosas en una cantidad mayor de la que precisan para vivir.
El argumento de Locke puede exponerse así. En el origen de los tiempos, existía la propiedad común:
“Dios, que ha dado en común el mundo a los hombres, también les ha dado la razón, a fin de que hagan uso de ella para conseguir mayor beneficio de la vida, y mayores ventajas. La tierra y todo lo que hay en ella le fueron dados al hombre para soporte y comodidad de su existencia. (…) todos los frutos que la tierra produce naturalmente, así como las bestias que de ellos se alimentan, pertenecen a la humanidad comunitariamente, al ser productos espontáneos de la naturaleza”. (p. 56).
La propiedad común es, sin embargo, una propiedad abstracta, pues la naturaleza no se deja apropiar sin ejercer alguna acción sobre ella. En otras palabras, los frutos que la tierra produce naturalmente y los animales que se alimentan de ellos sólo pueden ser apropiados por los seres humanos si interviene una actividad que opera como mediadora entre ellos y la naturaleza. Locke plantea así la cuestión:
“Aunque nadie tiene originalmente un exclusivo dominio privado sobre ninguna de estas cosas [los frutos y los animales] tal y como son dadas en el estado natural, ocurre, sin embargo, que, como dichos bienes están ahí para uso de los hombres, tiene que haber necesariamente algún medio de apropiárselos antes de que puedan ser utilizados de algún modo o resulten beneficiosos para algún hombre en particular. El fruto o la carne de venado que alimentan al indio salvaje, el cual no ha oído hablar de cotos de caza y es todavía un usuario de la tierra en común con los demás, tienen que ser suyos; y tan suyos, es decir, tan parte de sí mismo, que ningún otro podrá tener derecho a ellos antes de que su propietario haya derivado de ellos algún beneficio que dé sustento a su vida.” (p. 56).
La actividad que vuelve concreta a la propiedad común, y la convierte al mismo tiempo en propiedad privada, es el trabajo. El párrafo claro es el siguiente:
“Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores pertenecen en común a todos los hombres, cada hombre tiene, sin embargo, una propiedad que pertenece a su propia persona; y a esa propiedad nadie tiene derecho, excepto él mismo. El trabajo de su cuerpo y la labor producida por sus manos podemos decir que son suyos. Cualquier cosa que él saca del estado en que la naturaleza la produjo y la dejó, y la modifica con su labor y añade a ella algo que es de sí mismo, es, por consiguiente, propiedad suya. Pues al sacarla del estado común en el que la naturaleza la había puesto, agrega a ella algo con su trabajo, y ello hace que no tengan ya derecho a ella los demás hombres.” (p. 56-57).
Sin la intervención del trabajo, así más no sea éste el ejercicio de la fuerza necesaria para arrancar una manzana del árbol, es imposible obtener nada de la naturaleza, por más que ella haya sido otorgada en propiedad común a los hombres. Como las personas requieren de la naturaleza para satisfacer sus necesidades, el trabajo es condición ineludible de la existencia humana. En este punto, cobra fuerza el argumento lockeano, pues al sostener que la propiedad privada tiene su origen en el trabajo, se concluye que la propiedad también es una condición permanente de la existencia humana.
El trabajo es el creador de la propiedad. Por tanto, el trabajador es el primer propietario privado de la historia:
“El trabajo, al ser indudablemente propiedad del trabajador, da como resultado que ningún hombre, excepto él, tenga derecho a lo que ha sido añadido a la cosa en cuestión, al menos cuando queden todavía suficientes bienes comunes para los demás.” (p. 57).
Locke introduce una restricción para la propiedad surgida del trabajo. El trabajador sólo puede apropiarse aquello que efectivamente pueda consumir. Si excede dicho límite, desperdicia los frutos de la tierra, pues éstos se echan a perder, y perjudica así a sus congéneres, que no pueden disfrutarlos.
“La misma ley de la naturaleza que mediante este procedimiento nos da la propiedad, también pone límites a esa propiedad. (…) Todo lo que uno pueda usar para ventaja de su vida antes de que se eche a perder será aquello de lo que esté permitido apropiarse mediantes su trabajo. Mas todo aquello que excede lo utilizable será de otros. Dios no creó ninguna cosa para que el hombre la dejara echarse a perder o para destruirla.” (p. 59).
La propiedad de la tierra se adquiere también por medio del trabajo.
“Toda porción de tierra que un hombre labre, plante, mejore, cultive y haga que produzca frutos para su uso será propiedad suya. (…) Este derecho suyo no quedará invalidado diciendo que todos los demás tienen también un derecho igual a la tierra en cuestión y que, por lo tanto, él no puede apropiársela, no puede cercarla sin el consentimiento de todos los demás comuneros, es decir, del resto de la humanidad. Dios, cuando dio el mundo comunitariamente a todo el género humano, también le dio al hombre el mandato de trabajar; y la penuria de su condición requería esto de él. Dios, y su propia razón, ordenaron al hombre que sometiera la tierra, esto es, que la mejorara para beneficio de su vida, agregándole algo que fuese suyo, es decir, su trabajo. Por lo tanto, aquel que obedeciendo el mandato de Dios sometió, labró y sembró una parcela de la tierra añadió a ella algo que era de su propiedad y a lo que ningún otro tenía derecho ni podía arrebatar sin cometer injuria.” (p. 60).
Locke responde así a una cuestión de política práctica: durante la Revolución Inglesa de la década de 1640, los diggers defendieron la propiedad común de la tierra y fueron duramente reprimidos. La Revolución Gloriosa consolidó el poder político de la burguesía, y la base de este poder era la propiedad privada, siendo la propiedad de la tierra el núcleo de toda propiedad. Es por ello que Locke dedica tanta atención al problema de justificar la propiedad privada de la tierra. En un país en el que abundaba la gran propiedad en manos de parásitos (me refiero aquí a los lores), es irónico que Locke afirme que la apropiación privada de la tierra tiene origen en el trabajo del productor directo. Pero el argumento tiene sentido si se tiene presente que, al principio del libro que estamos analizando, había postulado la propiedad en común de la tierra y de los frutos y animales que ella produce. Era preciso encontrar un medio para justificar la apropiación privada de aquello que era originalmente de propiedad común, y ese medio es el trabajo.
Ahora bien, también la propiedad privada de la tierra está sometida a la condición que rige para sus frutos y para los animales que se nutren de éstos: nadie puede apropiarse de más tierra de la que precisa para satisfacer sus necesidades.
“Esta apropiación de alguna parcela de tierra, lograda mediante el trabajo empleado en mejorarla, no implicó prejuicio alguno contra los demás hombres. Pues todavía quedaban muchas y buenas tierras, en cantidad mayor de la que los que aún no poseían terrenos podían usar. De manera que, efectivamente, el que se apropiaba una parcela de tierra no les estaba dejando menos a los otros; pues quien deja al otro tanto como a éste le es posible usar, es lo mismo que si no le estuviera quitando nada en absoluto.” (p. 61).
O sea, la propiedad privada de la tierra es aceptada en la medida en que no afecta la posibilidad del prójimo de hacerse también de tierra en propiedad. Y todo esto es legitimado por el trabajo sobre la tierra, que crea la propiedad para el trabajador. El problema, y Locke lo abordará más adelante, consiste en explicar: a) cómo surgió la propiedad privada de los terratenientes ingleses, que poseen muchas más tierras que las que pueden adquirir mediante su trabajo; b) cómo se justifica la apropiación privada de todas las tierras en Gran Bretaña, pues la misma deja afuera de la propiedad a muchos nativos de las islas británicas.
Pero el trabajo no sólo es creador de propiedad privada. También es creador del valor. Mucho antes que los fisiócratas y que Adam Smith, Locke afirma el hecho fundamental de la ciencia económica: 
“Es el trabajo lo que introduce la diferencia de valor en todas las cosas. Que cada uno considere la diferencia que hay entre un acre de tierra en el que se ha plantado tabaco o azúcar, trigo o cebada y otro acre de esa misma tierra dejado como terreno comunal, sin labranza alguna; veremos, entonces, que la mejora introducida por el trabajo es lo que añade a la tierra cultivada la mayor parte de su valor.” (p. 67).
Locke aplica esta noción a la tierra misma:
“Es (…) el trabajo lo que pone en la tierra la gran parte de su valor; sin trabajo, la tierra apenas vale nada. Y es también al trabajo a lo que debemos la mayor parte de los productos de la tierra que nos son útiles. Pues lo que hace que la paja, el grano y el pan producidos por aquel acre de trigo [se refiere a un acre de trigo cultivado en Inglaterra, en contraposición a un mismo acre en territorio indígena en América] sean más valiosos que lo que pueda producir naturalmente un acre de tierra sin cultivar es enteramente un efecto del trabajo.” (p. 69).
Es el trabajo y no la tierra la que genera valor. Esto es así porque el trabajo constituye el mediador eterno entre nosotros y la naturaleza. Locke rompe así con el pensamiento feudal, que consideraba a la tierra como lo más valioso. 
Además de tomar nota de la centralidad del trabajo en la generación del valor, Locke también percibe la importancia de la división del trabajo. El párrafo que sigue puede considerarse como clásico:
“Porque no son sólo el esfuerzo de quien empuñó el arado, ni el trabajo de quien trilló y cosechó el trigo, ni el sudor del panadero las únicas cosas que hemos de tener en cuenta al valorar el pan que nos comemos, sino que también debemos incluir el trabajo de quienes domesticaron a los bueyes que sacaron y transportaron el hierro y las piedras; el de quienes fabricaron la reja del arado y dieron forma a la rueda del molino y el de quienes construyeron el horno o cualquiera de los utensilios, que son numerosísimos, empleados desde el momento en que fue sembrada la semilla hasta que el pan fue hecho. Todo debe añadirse a la cuenta del trabajo y ha de considerarse como efecto suyo.” (p. 69-70).
La valoración positiva del trabajo se contrapone al desdén de la concepción clásica (por ejemplo, Platón) hacia el mismo. Locke realiza en el plano de la filosofía política una ruptura semejante a la llevada a cabo por la física de los siglos XVI y XVII. La relevancia que le atribuye al trabajo es análoga al papel que juega el experimento en la nueva física. 
Menciona al pasar algunas consecuencias del papel que atribuye al trabajo en la sociedad moderna.
En primer lugar, la razón es concebida en términos instrumentales: 
“Dios, que ha dado en común el mundo a los hombres, también les ha dado la razón, a fin de que hagan uso de ella para conseguir mayor beneficio de la vida, y mayores ventajas.” (p. 56).
En segundo lugar, el hombre pasa a ser el homo oeconomicus, concentrado en adquirir una propiedad y en maximizar sus ganancias.
“Dios (…) ha dado el mundo para que el hombre trabajador y racional lo use; y es el trabajo lo que da derecho a la propiedad, y no los delirios y la avaricia de los revoltosos y los pendencieros.” (p. 61).
En tercer lugar, el Estado debe dedicarse al crecimiento de la riqueza, mediante el desarrollo de la capacidad productiva del trabajo:
“[Es] preferible tener muchos hombres a tener vastos dominios; el aumento de tierras y el derecho de emplearlas es el gran arte del príncipe; (…) un príncipe que sea prudente y que, mediante leyes que garanticen la libertad, proteja el trabajo honesto de la humanidad y dé a los súbditos incentivo para ello, oponiéndose al poder opresivo y a las limitaciones de partido, pronto se convertirá en alguien demasiado fuerte como para que sus vecinos puedan competir con él.” (p. 69).
Pero Locke no se limita a sostener que el trabajo genera la propiedad privada. Si sólo hiciera esto, su defensa del orden burgués quedaría trunca, pues el desarrollo de la economía mercantil implica la acumulación diferencial de riqueza o, dicho en otros términos, la diferencia creciente de riqueza entre las distintas clases sociales. En este caso, su problema consiste en encontrar un elemento, diferente del trabajo, que permita acumular tierra y otras cosas en grandes cantidades, independizándose así de los límites de la acumulación por el propio trabajo.
El dinero es la respuesta propuesta por Locke a la acumulación desigual de riqueza en la sociedad.
“El oro, la plata y los diamantes son cosas que han recibido su valor del mero capricho o de un acuerdo mutuo; pero son de menos utilidad para las verdaderas necesidades de la vida. (…) de estos objetos durables [los metales preciosos] podía acumular tantos como quisiese, pues lo que rebasaba los límites de su justa propiedad no consistía en la cantidad de cosas poseídas, sino en dejar que se echaran a perder, sin usarlas, las que estaban en su poder. (…) Así fue como se introdujo el uso del dinero: una cosa que los hombres podían conservar sin que se pudriera, y que, por mutuo consentimiento, podían cambiar por productos verdaderamente útiles para la vida, pero de naturaleza corruptible. (…) Y así como los diferentes grados de laboriosidad permitían que los hombres adquiriesen posesiones en proporciones diferentes, así también la invención del dinero les dio la oportunidad de seguir conservando dichas posesiones y de aumentarlas.” (p. 72-73).
El trabajo es el creador de propiedad privada, pero pone severas limitaciones a la misma. No se puede apropiar aquello que no puede ser consumido por el apropiador. Está claro que la burguesía no puede surgir de este modo. Locke introduce pues la cuestión de los metales preciosos, cuyo valor es establecido por convención y que, justamente por ser “inútiles” para el sostenimiento de la propia existencia, pueden ser acumulados sin perjudicar la propiedad comunal de los demás. Pero nos pide, a la vez, que aceptemos que esos bienes especiales sirven para acumular bienes perecederos y tierras. En otras palabras, es la propia voluntad de las personas la que crea tanto la riqueza como la riqueza.

“Ahora bien, como el oro y la plata, al ser poco útiles para la vida de un hombre en comparación con la utilidad del alimento, del vestido y de los medios de transporte, adquieren su valor, únicamente, por el consentimiento de los hombres, siendo el trabajo lo que, en gran parte, constituye la medida de dicho valor, es claro que los hombres han acordado que la posesión de la tierra sea desproporcionada y desigual. Pues mediante tácito y voluntario consentimiento, han descubierto el modo en que un hombre puede poseer más tierra de la que es capaz de usar, recibiendo oro y plata a cambio de la tierra sobrante; oro y plata pueden ser acumulados sin causar daño a nadie (…) Esta distribución desigual de las cosas según la cual las posesiones privadas son desiguales ha sido posible al margen de las reglas de la sociedad y sin contrato alguno; y ello se ha logrado, simplemente, asignando un valor al oro y a la plata, y acordando tácitamente la puesta en uso del dinero”. (p. 74).
La propiedad privada y su distribución desigual se originan en el estado de naturaleza. Son anteriores a la sociedad y al Estado. Ningún elemento de violencia entra en constitución. En este sentido, Locke formula la versión burguesa del origen del capital. Mucho tiempo después, en 1867, Marx sometería a una crítica implacable a dicha versión en El Capital, en el capítulo 24 del Libro Primero (la acumulación originaria).
En la próxima clase expondremos los principios sobre los que se fundamenta la obra de Adam Smith. Les envié el materia por correo electrónico.
Muchas gracias por su atención.

Villa del Parque, viernes 17 de julio de 2020

NOTAS:
[1] Los interesados en un panorama sintético de la filosofía política pueden consultar: Mayo, A. (2005). La Ideología del conocimiento. Buenos Aires, Argentina: Jorge Baudino. (Cap. 1).
[2] En este punto, pido paciencia a quienes quieran profundizar en el conocimiento de la filosofía política. Si logramos pasar este año tan excepcional, el año próximo haremos una revisión general de la filosofía política en el curso Derechos Humanos, Sociedad y Estado, materia del 2° año de la carrera.
[3] Todas las citas de la obra han sido tomadas de la traducción de Carlos Mellizo: Locke, J. (2000). Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil: Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil. Madrid: Alianza.

lunes, 13 de julio de 2020

INTRODUCCIÓN A LA SOCIOLOGÍA CURSO 2020 – CLASE N° 6


“El capital no consiste en que el trabajo acumulado
sirva al trabajo vivo como medio para una nueva
producción. Consiste en que el trabajo vivo sirva al
trabajo acumulado como medio para conservar y
aumentar su valor de cambio.”
Karl Marx (1818-1883), revolucionario alemán.

Bienvenidas y bienvenidos a la sexta clase del curso.
Hoy nos toca terminar el análisis preliminar del modo de producción capitalista. Para ello utilizaremos el libro La ideología del conocimiento. [1] Con esto terminamos la primera unidad del programa de la materia y cerramos la descripción de los rasgos principales de la sociedad capitalista. Como habrán observado, se trata de una presentación esquemática, que deja de lado la complejidad de la realidad. Sin embargo, no hay otro modo de iniciar el estudio de una disciplina científica; es necesario recurrir a esquemas para incorporar las primeras nociones de esa disciplina. No es grave, pues con esfuerzo y dedicación (para usar una expresión trillada) se avanza en el conocimiento y los esquemas se tiran a la basura.
Pasemos pues a la clase propiamente dicha.

En nuestro último encuentro dejamos al empresario y al trabajador a punto de entrar al lugar de trabajo, luego de acordar las condiciones del contrato laboral.
El empresario compró materias primas y herramientas, alquiló (o compró) un lugar para producir y contrató trabajadores. En todas estas operaciones gastó una suma de dinero. Digamos, a modo de ejemplo, que gastó 1000 pesos en esas operaciones. A partir del momento en que tiene reunidos en el lugar de trabajo todos los elementos mencionados, puede comenzar a producir. Entramos, pues, en el ámbito de la producción.
En esta instancia del análisis hay que señalar que el capitalista decide qué producir, cómo producirlo, en qué cantidad y para quién, en virtud de su propiedad de los medios de producción. Esto es muy diferente a lo que ocurría en el ámbito del mercado, donde empresario y trabajador se enfrentaban como sujetos jurídicos libres e iguales. En el ámbito de la producción, en cambio, el empresario obra como dictador, mientras que el trabajador no participa de la toma de decisiones.
El capitalista produce mercancías, ya sea en forma de bienes (cosas materiales, por ejemplo: un kilo de yerba mate) o servicios (cosas inmateriales, por ejemplo: un viaje en colectivo). Una mercancía es algo que se produce para ser vendido en el mercado.
El capitalista produce para obtener una ganancia, es decir, para obtener luego de la venta de la mercancía una cantidad de dinero mayor que la invertida en compra de los elementos necesarios para producir esa mercancía. En nuestro ejemplo, el capitalista vende a 1100 pesos las mercancías producidas. Es decir, obtiene una ganancia de 100 pesos.
Si el capitalista no logra obtener ganancia del proceso productivo, abandona éste y se dedica a una actividad redituable. La ganancia es, pues, el motor del proceso de producción en el capitalismo.
Ahora bien, ¿de dónde viene esa ganancia? Durante mucho tiempo se pensó que provenía de la circulación, es decir, de la venta de la mercancía en el mercado a un precio mayor del costo de las mercancías consumidas en el proceso de producción (materias primas, herramientas de trabajo, salarios, etc.). En otras palabras, el capitalista compraba barato (las mercancías consumidas) y vendía más caro (las mercancías producidas). Esto resulta razonable si tomamos en cuenta a un capitalista individual; pero resulta erróneo cuando analizamos a la clase capitalista en su conjunto.
Supongamos que nuestro capitalista produce yerba mate y gasta 1000 pesos en la producción de un kilo de yerba. La vende en el mercado a 1100 pesos para obtener una ganancia de 100 pesos. Otro capitalista, amante del mate y productor de azúcar, compra ese paquete de yerba y paga la ganancia del primer capitalista. Pero nuestro productor de azúcar no puede quedar atrás: tiene que recuperar esos 100 pesos pagados al productor de yerba. Supongamos, para simplificar, que la producción de un kilo de azúcar demanda mercancías por 1000 pesos; el capitalista vende el paquete de un kilo de azúcar a 1100 pesos. Nuestro productor de mate paga en el mercado el kilo de azúcar a su precio, y con ello abona la ganancia del productor de azúcar. Las ganancias de ambos productores se anulan. La clase capitalista en su conjunto (en nuestro caso, los productores de azúcar y de yerba mate) no obtuvo nada del proceso de producción. Si esto es así, la producción cesaría, pues, como dijimos al comienzo, el objetivo de la producción capitalista es la obtención de ganancia.
Marx describe así lo que acabamos de decir:
“La formación de plusvalor [ya explicaremos este concepto, por ahora les pido que lo tomen como sinónimo de ganancia] y, por consiguiente, la transformación del dinero en capital, no pueden explicarse ni porque los vendedores enajenan [venden] las mercancías por encima de su valor, ni porque los compradores los adquieren por debajo de su valor. (…) En la circulación los productores y consumidores sólo se enfrentan en cuanto vendedores y compradores. Si afirmamos que para  los productores el plusvalor surge de que los consumidores pagan la mercancía por encima del valor, ello equivale a enmascarar la simple tesis de que el poseedor de mercancías posee, en cuanto vendedor, el privilegio de vender demasiado caro. El vendedor ha producido él mismo la mercancía o representa a sus productores, pero el comprador, a igual título, ha producido la mercancía simbolizada en su dinero o representa a sus productores. El productor, pues, se enfrenta al productor. Lo que los distingue es que uno compra y el otro vende. No nos hace avanzar un solo paso el decir que el poseedor de mercancías, bajo el nombre de productor, vende por encima de su valor y, bajo el nombre de consumidor, la paga demasiado cara. Los representantes consecuentes de la ilusión según la cual el plusvalor deriva de un recargo nominal de precios, o del privilegio que tendría el vendedor de vender demasiado cara la mercancía, suponen por consiguiente la existencia de una clase que sólo compra, sin vender, y por tanto sólo consume, sin producir.” [3]
¿De dónde sale entonces la ganancia?
Antes de responder la pregunta es preciso aclarar otra cuestión. Al comprar la fuerza de trabajo, es decir, al contratar trabajadores asalariados, el empresario paga el valor de la fuerza de trabajo. Su ganancia no sale, por ende, de pagar un salario inferior al promedio.
En este punto parece que estamos en vía muerta. La ganancia de la clase capitalista no puede salir de la venta de las mercancías en el mercado, aunque ésta sea la opinión más común.
Repasemos lo aprendido, utilizando para ello las palabras de Marx:
“La forma directa de la circulación mercantil es M-D-M, conversión de la mercancía en dinero y reconversión de éste en aquélla, vender para comprar. Paralelamente a esta forma nos encontramos, empero, con una segunda, específicamente distinta de ella: la forma D-M-D, conversión de dinero en mercancía y reconversión de mercancía en dinero, comprar para vender. El dinero que en su movimiento se ajusta ese último tipo de circulación, se transformar en capital, deviene capital y es ya, conforme a su determinación, capital.” [4]
Marx analiza a continuación ambas formas de circulación mercantil.
“El ciclo M-D-M parte de un extremo constituido por una mercancía y concluye en el extremo configurado por otra, la cual egresa de la circulación y cae en la órbita del consumo. Por ende, el consumo, la satisfacción de necesidades o, en una palabra, el valor de uso, es su objetivo final. El ciclo D-M-D, en cambio parte del extremo constituido por el dinero y retorna finalmente a ese mismo extremo. Su motivo impulsor y su objetivo determinante es, por lo tanto, el valor de cambio mismo.” [5]
Si bien la inclusión de letras para denominar a las mercancías y al dinero parece volver más compleja la formulación del proceso, en los hechos se trata de expresar una distinción importante. Hay formas de proceso de trabajo cuya finalidad es la satisfacción de las necesidades de las personas sin pasar por el mercado. Por ejemplo, en las sociedades precapitalistas las comunidades campesinas producen casi todo lo que necesitan para vivir sin recurrir al comercio. No obstante, a veces les era preciso obtener materiales que no se encontraban en su región de residencia. Una comunidad podía requerir sal para conservar los alimentos y no tener acceso ningún salar en su territorio. En ese caso se veía obligada a realizar un trueque con otra comunidad que poseyera sal. La comunidad original cambiaba madera por sal, o sea, M-M. La primera comunidad cambiaba un valor de uso, la madera, por otro valor de uso, la sal. La sal servía para satisfacer una necesidad (conservar y condimentar los alimentos), así como la madera servía a la segunda comunidad (leña para hacer el fuego). Ambas comunidades realizaban el trueque para satisfacer sus necesidades. El motor del proceso era, pues, el valor de uso.
Esto nos lleva a otra pregunta, ¿qué es el valor de uso? Dicho de manera muy simple, se trata de la propiedad que tiene un bien o servicio de satisfacer necesidades humanas. Por su parte, el valor de cambio es la propiedad que tienen las mercancías de ser cambiadas por otras. El valor de uso existe en todas las sociedades; el valor de cambio existe sólo en aquellas sociedades donde hay economía mercantil (producción de mercancías).
Ahora, incorporados estos conceptos, podemos pasar adelante en el análisis. En una primera etapa, los contactos entre comunidades adoptaban la forma del trueque (M-M). Pero el trueque presenta inconvenientes, entre ellos el principal consiste en que la comunidad que precisa un bien (en nuestro ejemplo la sal), no siempre encuentra otra que desee cambiar dicho bien por el que produce la primara (la madera en nuestro ejemplo). El trueque es algo que se hace de manera ocasional y no llega a constituir una rutina.
En una etapa posterior los intercambios entre comunidades se vuelven más frecuentes, hasta volverse rutinarios. En esos casos, cada comunidad empieza a producir mercancías para vender a otras comunidades. Surge, además, el dinero, que conserva el valor obtenido en un cambio y permite volver a compra en el futuro. Por ejemplo: una comunidad produce vestidos de seda para vender. Una vez realizada la venta, obtiene dinero. Puede conservar éste y comprar, tiempo después, zapatos. El dinero conserva el valor. Durante la mayor parte de la historia fueron el oro y la plata quienes funcionaron como dinero. En esta etapa cabe hablar de la circulación M-D-M.
La aparición del dinero introduce nuevos cambios en el comercio. Éste se desarrolla tanto al exterior como al interior de las comunidades. Surge la clase de los comerciantes, cuya actividad puede resumirse en la fórmula D-M-D’ [6], comprar barato para vender más caro. Los comerciantes obtienen ganancias de comprar barato para vender caro. Pero, tal como indicamos más arriba, la circulación (el mercado) no puede ser la fuente de la plusvalor. ¿Qué hacer entonces?
La solución a nuestro problema pasa por comprender que el empresario también efectúa un proceso que se expresa por medio de la fórmula D-M-D’. Como dijimos anteriormente, el objetivo del empresario es obtener una ganancia. Por eso D’ tiene que ser mayor que D. De no ser así, el proceso carecería de sentido desde el punto de vista del capitalista.
El empresario compra materias primas, herramientas y fuerza de trabajo para poner en marcha el proceso de trabajo. Estas compras constituyen el primer paso de nuestra fórmula (D-M). Damos por supuesto que paga las mercancías (materias primas, herramientas y fuerza de trabajo) por su valor en el mercado.
El proceso de trabajo se pone en marcha. Las herramientas y las materias primas transfieren su valor a la mercancía producida. En nuestro ejemplo, si en la producción de 1 kg de yerba mate se consumen 500 pesos de yerba y las máquinas pierden 100 pesos de su valor [7], esos 600 pesos reaparecen en el precio final del paquete de yerba (que cuesta 1000 pesos en nuestro ejemplo). Las herramientas y materias primas transfieren valor, pero no crean nuevo valor.
Veamos ahora que ocurre con los salarios pagados. En nuestro ejemplo, los salarios de los trabajadores insumen 400 pesos, suma que debe ser cargada al precio del kilo de yerba. Si el empresario no hace esto, pierde dinero en el proceso productivo.
Llegamos al punto en que ya sabemos cómo está compuesto el precio de un kilo de yerba. Esos 100 pesos se descomponen en 600 pesos de materias primas y desgaste de las herramientas, y 400 pesos de salarios. Queda por determinar de dónde salen los 100 pesos de ganancia del empresario (recordar que en el ejemplo que estamos utilizando, el precio del kilo de yerba es de 1100 pesos).
Parece que estuviéramos dando vueltas en círculo. Pero aquí podemos destrabar la cuestión examinando una particularidad de la mercancía fuerza de trabajo.
Tal como dijimos antes, el empresario paga la mercancía fuerza de trabajo por su valor. Dicho de otro modo, el empresario paga al trabajador el salario legal en la rama de producción en la que éste trabaja. Pero una vez puesto en marcha el proceso de trabajo, la fuerza de trabajo no se limita a transferir su valor a la mercancía producida:
La fuerza de trabajo tiene la propiedad de crear nuevo valor.
Todo el problema de la ganancia del empresario se resuelve si se tiene en cuenta dicha propiedad de la fuerza de trabajo. Mientras que las materias primas y las herramientas se limitan a transferir su valor (lo mismo hacen los salarios), la utilización de la fuerza de trabajo, su intervención en el proceso productivo, crea nuevo valor: el plusvalor, esto es, el valor que excede la suma consumida en materias primas, herramientas y salarios.
Ahora ya podemos modificar nuestra afirmación inicial:
El objetivo de la producción capitalista es la producción de plusvalor.
¿Cómo se produce el plusvalor?
Por ahora sólo podemos dar una respuesta esquemática, para no extender excesivamente esta clase. El capitalista, en tanto propietario de los medios de producción, fija la extensión de la jornada laboral. Así, si la reproducción del valor gastado en salarios requiere 4 horas de trabajo, la jornada laboral se extiende 4 horas más (jornada de 8 horas). En estas 4 horas de plustrabajo [8] es producido el plusvalor, que es apropiado por el empresario.
La ganancia del capitalista está constituida por una parte del plusvalor. Otra parte de éste fluye hacia el Estado en forma de impuestos; otra, va a parar a manos de los bancos, en concepto de pagos de préstamos tomados por los empresarios. El plusvalor permite la expansión de la producción y es fundamental para el desarrollo de una sociedad (no sólo la capitalista).
Pero por el momento (recuerden que esto es una descripción preliminar de cómo funciona el capitalismo) vamos a concentrarnos en el hecho de que la clase capitalista está interesada en producir plusvalor, es decir, en hacer rendir lo máximo posible a la mercancía fuerza de trabajo. Ésta es la base del incentivo al desarrollo tecnológico, propia del capitalismo.
Nos vamos a detener aquí. Ya es mucho lo que hemos avanzado y no es mi intención marearlos. Quedo a su disposición para todas las consultas y preguntas que deseen formular. En la próxima clase comenzaremos una breve revisión del ancestro inmediato de la sociología, la filosofía política. Utilizaremos un texto del filósofo y economista inglés John Locke (1632-1704), el Segundo tratado sobre el gobierno civil, del que trabajaremos el capítulo 5. Enviaré el texto por correo electrónico.
Gracias por su atención. Hasta la próxima clase.


Villa del Parque, lunes 13 de julio de 2020

ABREVIATURAS:
AO = Acumulación originaria /  D = Dinero / M = Mercancía / RS = Relaciones sociales / SH = Seres humanos

NOTAS:
[1] Mayo, A. (2005). La ideología del conocimiento. Buenos Aires: Jorge Baudino. (Cap. 1).
[2] El análisis clásico del proceso de producción capitalista se encuentre en: Marx, K. (1996). El capital. Crítica de la economía política: Libro primero. El proceso de producción de capital. México D. F.: Siglo XXI. (Cap. 4: Transformación de dinero en capital).
[3] Marx, K., op. cit., p. 196-197.
[4] Marx, K., op. cit., p. 180.
[5] Marx, K., op. cit., p. 183.
[6] La diferencia entre D y D’ consiste en que D’ representa una cantidad mayor que D. En otras palabras, el resultado del ciclo D-M-D’ es un incremento en la cantidad de dinero invertida inicialmente.
[7] Una máquina (o, más en general, una herramienta) no se desgasta en un solo proceso productivo, sino que se utiliza en un número determinado de procesos de trabajo. Un ejemplo. Un horno industrial para producir pan se compra a 100000 pesos y se desgasta completamente (tiene que ser reemplazado por uno nuevo) luego de 1000 horneadas. Esto significa que en cada horneada transfiere 10 pesos de su valor. Esos 10 pesos tienen que estar presentes en el precio del pan; de lo contrario, el empresario panadero perdería el dinero invertido en la compra del horno.
[8] El plustrabajo es el trabajo que excede el trabajo necesario, es decir, aquella porción de la jornada laboral destinada a reponer el desgaste de la fuerza de trabajo (los salarios).

miércoles, 8 de julio de 2020

SOCIOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN CURSO 2020 – CLASE N° 6


“Un albañil quería…Pero la piedra cobra
su torva densidad brutal en un momento.
Aquel hombre labraba su cárcel. Y en su obra
fueron precipitados él y el viento.”
Miguel Hernández (1910-1942), poeta español.

Bienvenidas y bienvenidos a la sexta clase del curso.
Después de un largo paréntesis, motivado por el cierre de las cursadas en la universidad, retomo la redacción de las clases. Por ahora vamos a dedicarnos a avanzar en la cursada (siempre teniendo en cuenta las circunstancias excepcionales en las que transcurre el curso), no se preocupen por evaluaciones o trabajos prácticos.
Estoy a su disposición para dudas, consultas, sugerencias o quejas. No duden en escribirme. En la medida de lo posible iré incorporando las respuestas a esas consultas al final de cada clase.
Vayamos directamente a nuestra clase.

En las clases anteriores esbozamos los rasgos generales del modelo reproductivista en Sociología de la Educación. Para ello nos servimos de la obra del sociólogo francés Emile Durkheim (1858-1917). Según la perspectiva durkheimiana, la función primordial de la educación consiste en reproducir las condiciones sociales existentes. Por un lado, reproduce en la joven generación los saberes, habilidades y disposiciones necesarios para mantener la producción de mercancías; por otro, inculca en dicha generación las normas y representaciones sociales requeridas para la perpetuación del orden existente.
Pero todavía no conocemos los medios concretos utilizados por la educación (más preciso, por el sistema educativo) para cumplir los objetivos que acabamos de mencionar. En este punto viene en nuestro auxilio el filósofo francés Michel Foucault (1926-1984), probablemente un viejo conocido de ustedes. Vamos a revisar algunos pasajes de su obra Vigilar y castigar (1975). [1]
Para llevar a cabo nuestra tarea analizaremos la tercera sección del segundo libro de VyC. Dicha sección ocupa un lugar fundamental en la obra, porque Foucault desarrolla en ella los lineamientos fundamentales de su concepción del poder en la sociedad capitalista. El análisis del panoptismo le sirve para describir el pasaje del poder soberano (centrado en la figura del rey y propio del feudalismo) al poder disciplinario (cuyo objetivo es la obtener de los cuerpos el mayor rendimiento posible).
Como es sabido, el estudio de la transición del feudalismo al capitalismo ocupó un lugar central tanto en la sociología como en el marxismo. Foucault aborda la cuestión concentrándose en el surgimiento de la sociedad disciplinaria. Foucault concibe a la disciplina no como una institución o un aparato, sino como el “procedimiento técnico unitario por el cual la fuerza del cuerpo está, con el menor gasto, reducida como fuerza «política», y maximizada como fuerza útil.” (p. 224).
La conformación de una sociedad disciplinaria requería concebir al individuo como una fuente de riqueza. Economistas como Adam Smith (1723-1790) comprendieron la naturaleza del proceso al sostener que la riqueza tenía origen en el trabajo de las personas y no en las cosas en sí. La nueva sociedad estaba basada en el proceso de trabajo capitalista, entendido como la producción de riqueza a partir de la explotación de la fuerza de trabajo. De ahí la centralidad de disciplinar a los individuos (utilizamos aquí la palabra “disciplinar” en el sentido que Foucault da a la noción de “disciplina”).
Foucault explica los mecanismos disciplinarios a partir de la descripción del conjunto de medidas que adoptaba la ciudad para hacer frente a la peste. [2] Los mecanismos son tres: a) una estricta división espacial, que recorta el espacio de la ciudad y pega a cada uno en su puesto. Si alguien se mueve de ese lugar, es ejecutado; b) la inspección continua, llevada a cabo por un cuerpo de milicia que controla cada una de las casas de la ciudad; c) la vigilancia se apoya en un sistema de registro (escrito) permanente.
Foucault describe así el modelo:
“Este espacio cerrado, recortado, vigilado, en todos sus puntos, en el que los individuos están insertos en un lugar fijo, en el que los menores movimientos se hallan controlados, en el que todos los acontecimientos están registrados, en el que un trabajo ininterrumpido de escritura une el centro y la periferia, en el que el poder se ejerce por entero de acuerdo con una figura jerárquica continua, en el que cada individuo está constantemente localizado, examinado y distribuido entre los vivos, los enfermos y los muertos – todo esto constituye un modelo compacto del dispositivo disciplinario.” (p. 201).
La peste es el desorden en la ciudad; la disciplina la enfrenta imponiendo el orden mediante el análisis y la vigilancia continua. La peste mezcla; la disciplina separa a los sanos de los infectados.
Las medidas disciplinarias adoptadas para enfrentar la peste representan un salto cualitativo respecto al “gran encierro” practicado frente a la lepra. Foucault compara ambas políticas: la lepra suscitó la división masiva y binaria entre unos (los sanos) y otros (los enfermos); la peste, en cambio, promovió “esquemas disciplinarios”: “apela a separaciones múltiples, a distribuciones individualizantes a una organización en profundidad de las vigilancias y de los controles, a una intensificación y a una ramificación del poder.” (p. 202).
La lepra y la peste son enfrentadas con políticas que conciben de manera diferente a la sociedad. La lepra representa el ideal de la comunidad pura, que excluye a los “impuros”. La peste es el ejemplo del “buen encauzamiento de la conducta”. (p. 202). Con esta última entramos al terreno propiamente capitalista.
Foucault concluye la comparación señalando que las técnicas para hacer frente a la lepra y la peste no eran incompatibles; el siglo XIX las aproximó, aplicando “al espacio de exclusión cuyo habitante simbólico era el leproso (y los mendigos, los vagabundos, los locos, los violentos, formaban su población real) la técnica de poder propia del reticulado disciplinario.” (p. 202).
El asilo psiquiátrico, la penitenciaría, el correccional, el establecimiento de educación vigilada, los hospitales, en definitiva, todas las instancias de control individual,
“funcionan de doble modo: el de la división binaria y la marcación (loco-no loco; peligroso-inofensivo; normal-anormal); y el de la asignación coercitiva, de la distribución diferencial (quién es; dónde debe estar; por qué caracterizarlo, cómo reconocerlo; cómo ejercer sobre él, de manera individual, una vigilancia constante, etc.).” (p. 203).
Ahora bien, la peste es un modelo experimental, en el sentido de que sólo se aplica en situaciones excepcionales; es una especie de laboratorio en el que se ponen en práctica los esquemas disciplinarios. Puede decirse que fue la primera etapa del programa disciplinario. La etapa siguiente consistió en la extensión de la excepción (la peste) a lo cotidiano. El Panóptico cumplió esa función. 
Jeremy Bentham (1748-1832), el filósofo inglés creador de la corriente filosófica conocida como utilitarismo, ideó el Panóptico con el objetivo de reemplazar al viejo modelo de prisión imperante a finales del siglo XVIII. [3] Foucault sostiene que el Panóptico no se limita al caso específico de la prisión; “por el contrario, debe ser comprendido como un modelo generalizable de funcionamiento; una manera de definir las relaciones de poder con la vida cotidiana de los seres humanos.” (p. 208). En otras palabras, “es de hecho una figura de tecnología política que se puede y que se debe desprender de todo uso específico.” (209).
Foucault concibe al panóptico como el modelo de las nuevas tecnologías disciplinarias. Es una herramienta para “perfeccionar el ejercicio del poder”. El Panóptico contribuye a ese perfeccionamiento de varias maneras: a) reduce el número de los que ejercen el poder, a la vez que multiplica el número de aquellos sobre quienes se ejerce; b) permite intervenir a cada instante, anticipándose a los acontecimientos; c) su fuerza “estriba en no intervenir jamás, en ejercerse espontáneamente y sin ruido, en constituir un mecanismo cuyos efectos se encadenan los unos a los otros” (p. 209); d) por medio de la arquitectura y la geometría, actúa directamente sobre los individuos.
¿Cómo logra el Panóptico esa perfección del poder? Invirtiendo el principio del calabozo. Mientras las funciones de éste son encerrar, privar de luz y ocultar, el Panóptico se limita a encerrar, suprimiendo las otras dos: “La plena luz y la mirada de un vigilante captan mejor que la sombra. La visibilidad es una trampa.” (p. 204). De este modo, un vigilante situado en la torre central, rodeada por el anillo donde se ubican las celdas de los prisioneros, puede vigilar a una multitud de personas. Los presos se saben vigilados; el guardián nunca es visto. La vigilancia (el poder) se convierte en una presencia omnipresente.
La estructura del Panóptica tiene consecuencias importantes sobre el Poder:
“El Panóptico es una máquina de disociar la pareja ver-ser visto: en el anillo periférico, se es totalmente visto, sin ver jamás; en la torre central, se ve todo, sin ser jamás visto. Dispositivo importante, ya que automatiza y desindividualiza el poder. Éste tiene su principio menos en una persona que en cierta distribución concertada de los cuerpos, de las superficies, de las miradas; en un equipo cuyos mecanismos internos producen la relación en la cual están insertos los individuos.” (p. 205).
La contribución del Panóptico al arte de la política consiste, en palabras de Foucault en:
“En suma, hace de modo que el ejercicio del poder no se agregue del exterior, como una coacción rígida o como un peso, sobre las funciones en las que influye, sino que esté en ellas lo bastante sutilmente presente para aumentar su eficacia aumentando él mismo sus propias presas. El dispositivo panóptico (…) es una manera de hacer funcionar unas relaciones de poder en una función, y una función por esas relaciones de poder.” (p. 210)
El Panóptico es un amplificador del poder, una manera de hacerlo llegar a todos los rincones de la sociedad. ¿Para qué? En este punto es imprescindible conectar la institución del Panóptico con el desarrollo del capitalismo. Cabe recordar que la organización capitalista de la sociedad requiere una expansión constante de las fuerzas productivas [4] y que esa expansión está atada al aumento de la explotación de la fuerza de trabajo por medio de la apropiación de plusvalor absoluto y relativo por los capitalistas. [5] Como en el capitalismo los trabajadores son libres en términos jurídicos, esa explotación tiene que realizarse sin recurrir (salvo en casos de rebelión de los trabajadores) a la violencia física. Marx sostiene que, una vez desarrollado, el capitalismo ejerce la dominación de manera automática, por medio de la coerción económica. [6] Esa dominación, sin embargo, no es tan automática. Requiere de la puesta en práctica de una serie de mecanismos que garanticen que el sometimiento de los trabajadores se reproduzca constantemente. En este punto intervienen las instituciones panópticas:
“El Panóptico (…) tiene un poder de amplificación; si acondiciona el poder, si quiere hacerlo más económico y más eficaz, no es por el poder en sí, ni por la salvación inmediata de una sociedad amenazada: se trata  de volver más fuertes las fuerzas sociales – aumentar la producción, desarrollar la economía, difundir la instrucción, elevar el nivel de la moral pública; hacer crecer y multiplicar.” (p. 211).
Amplificación de la capacidad productiva de cada individuo a partir de una vigilancia continua, de un control llevado a todos los lugares de la sociedad.
“¿Qué intensificador de poder podrá ser a la vez un multiplicador de producción? ¿Cómo al aumentar sus fuerzas, podrá el poder acrecentar las de la sociedad en lugar de confiscarlas o de frenarlas? [6] La solución del Panóptico a este problema es que el aumento productivo del poder no puede ser garantizado más que si de una parte tiene la posibilidad de ejercerse de manera continua en los basamentos de la sociedad, hasta su partícula más fina, y si, por otra parte, funciona al margen de esas formas repentinas, violentas, discontinuas, que están vinculadas al ejercicio de la soberanía.” (p. 211).
La vigilancia continua (aunque ésta no se haga efectiva en la práctica, porque hay momentos en que el vigilante puede dormitar o distraerse) reduce al mínimo la necesidad de la coerción por medio de la violencia física.
“El que está sometido a un campo de visibilidad, y que lo sabe, reproduce por su cuenta las coacciones del poder; las hace jugar espontáneamente sobre el mismo; inscribe en sí mismo la relación de poder en la cual juega simultáneamente los dos papeles; se convierte en el principio de su propio sometimiento. Por ello, el poder externo puede aligerar su peso físico; tiende a lo incorpóreo; y cuanto más se acerca a este límite, más constantes, profundos, adquiridos de una vez para siempre e incesantemente prolongados serán sus efectos: perpetua victoria que evita todo enfrentamiento físico y que siempre se juega de antemano.” (p. 206; el resaltado es mío – AM-).
Foucault considera que el Panóptico sirve también para construir un saber de los seres humanos, dada que pone bajo constante observación a las personas. En este sentido, funciona como “una especie de laboratorio de poder”. En este laboratorio encuentran su origen las disciplinas sociales modernas.
Si el tratamiento de la peste representó un salto cualitativo respecto al “gran encierro”, la implementación de dispositivos panópticos marcó otro salto hacia adelante. Mientras que la peste fue enfrentada con medidas de excepción que eran dejadas de lado no bien desaparecía la causa que las había ocasionado, los dispositivos panópticos vinieron para quedarse.
El poder soberano, cuya encarnación era el rey y que correspondía a la sociedad feudal, es desplazado por el PD, cuyo mecanismo modelo es el Panóptico y que se corresponde con el surgimiento del capitalismo. Es un poder que se ejerce en todos los niveles de la sociedad y que tiene como uno de sus objetivos primordiales la multiplicación de la capacidad productiva de los cuerpos de los trabajadores. Los dispositivos panópticos y disciplinarios, los primeros dedicados a vigilar a los individuos, los segundos a encauzarlos por la “buena senda” del trabajo capitalista, se entrelazan y producen una nueva “anatomía política”, cuyo “objeto y fin no son la relación de soberanía sino las relaciones de fuerza.” (p. 212).
Foucault remarca que el Panóptico es mucho más que un proyecto específico elaborado por Bentham. Es una nueva manera de concebir el poder, propio de esa nueva forma de organización social que es el capitalismo.
“Con estas disciplinas que la época clásica elaborara en lugares precisos y relativamente cerrados – cuarteles, colegios, grandes talleres – y cuyo empleo global no se había imaginado sino a la escala limitada y provisional de una ciudad en estado de peste, Bentham sueña hacer un sistema de dispositivos siempre y por doquier alerta, que recorrieran la ciudad sin laguna ni interrupción. La disposición panóptica da la fórmula de esta generalización. Programa, al nivel de un mecanismo elemental y fácilmente transferible, el funcionamiento de base de la sociedad toda ella atravesada y penetrada por mecanismos disciplinarios.” (p. 212).
La lectura de VyC en 2020 agrega un matiz a lo anterior. Vistas las cosas desde el punto de los recursos técnicos, hoy en día es factible implementar un control total de la población por medio de dispositivos informáticos y concretar esa utopía del poder: la vigilancia permanente sobre todos los individuos. El Panóptico requería de dispositivos de una materialidad dura, consistentes en los muros y las torres. En la actualidad, la vigilancia puede realizarse con dispositivos mucho más inmateriales que los del siglo XIX. Sin embargo, es el propio desarrollo del capitalismo (no las necesidades de un Poder “abstracto”), el despliegue de su lógica interna, el que promueve ese reforzamiento constante de la vigilancia.
Foucault sintetiza lo expuesto afirmando que entre los siglos XVII y XVIII se formó la SD. Este período formativo se caracterizó por el pasaje de la disciplina-bloqueo, cuyo ejemplo paradigmático es el conjunto de medidas para enfrentar la peste, a la disciplina-mecanismo, cuyo emblema es el Panóptico; todo esto, en el marco de una extensión y multiplicación de las instituciones de disciplina (hospitales, cuarteles, escuelas, talleres).
Este incremento de las instituciones disciplinarias es parte de procesos sociales más profundos. Los tres procesos más importantes son:
1) La inversión funcional de las disciplinas: en sus orígenes, las disciplinas tenían por objetivo neutralizar los peligros de las multitudes, de las concentraciones numerosas; con el advenimiento del capitalismo se pide de las disciplinas el desempeño de un papel positivo, “haciendo que aumente la utilidad posible de los individuos.” (p. 213). Este aumento de la utilidad, cuya finalidad es siempre económica, es la clave para comprender la extensión de las instituciones disciplinarias.
Foucault ejemplifica lo expuesto en el párrafo anterior con el caso del taller:
“La disciplina del taller, sin dejar de ser una manera de hacer respetar los reglamentos y las autoridades, de impedir los robos o la disipación, tiende a que aumenten las aptitudes, las velocidades, los rendimientos, y por ende las ganancias; moraliza siempre las conductas pero cada vez más finaliza los comportamientos y hace que entren los cuerpos en una maquinaria y las fuerzas en una economía.” (p. 213).
Nada de esto tiene sentido si no se inserta en el contexto de la explotación capitalista y el “hambre” de plusvalor que “padece” incesantemente el empresario. Extraer la mayor utilidad posible de cada individuo, aumentar la explotación (consistente en la producción de plusvalor y su apropiación por el capitalista): he aquí las claves para entender el desarrollo de la SD.
Las disciplinas funcionan cada vez más como unas técnicas que fabrican individuos útiles. De ahí el hecho de que se liberen de su posición marginal en los confines de la sociedad, y que se separen de las formas de la exclusión o de la expiación, del encierro o del retiro. (…) De ahí también que tiendan a implantarse en los sectores más importantes, más centrales, más productivos de la sociedad; que vengan a conectarse sobre algunas de las grandes funciones esenciales: la producción manufacturera, la transmisión de conocimientos, la difusión de aptitudes y de tacto, el aparato de guerra. De ahí, en fin, la doble tendencia que vemos desarrollarse a lo largo del siglo XVIII a multiplicar el número de las instituciones de disciplina y a disciplinar los aparatos existentes.” (p. 214; el resaltado es mío – AM-).
En pocas palabras, la expansión de la SD va de la mano con el desarrollo del capitalismo. Todas las relaciones sociales deben ser “disciplinadas” en función de la producción de plusvalor.
2)La enjambrazón de los mecanismos disciplinarios: las instituciones disciplinarias dejan de ser instituciones cerradas sobre sí mismas y pasan a desarrollar un enjambre de controles hacia el exterior. Dicho de otro modo, los procedimientos disciplinarios desarrollados en su interior se transfieren a otros ámbitos de la sociedad. Por ejemplo, los hospitales pasan a ser puntos de apoyo para la vigilancia médica de la población externa. También aparecen focos de control diseminados en toda la sociedad (casos de los grupos religiosos, las asociaciones de beneficencia, etc.).
3)La nacionalización de los mecanismos de disciplina: La SD pasó a requerir, una vez alcanzado cierto nivel de desarrollo, la creación de una institución capaz de apropiarse de “instrumentos de una vigilancia permanente, exhaustiva, omnipresente, capaz de hacerlo todo visible, pero a condición de volverse ella misma invisible.” (p. 217). Esta institución es la policía.
El poder policíaco constituye una pieza fundamental de la SD: “es un aparato que debe ser coextensivo al cuerpo social entero y no sólo por los límites extremos que alcanza, sin por la minucia de los detalles de que se ocupa.” (p. 216). A diferencia de otros organismos estatales, la policía se ocupa de lo elemental, de lo pasajero, del rumor. Registra, “a diferencia de los métodos de la escritura judicial o administrativa, (…) [las] conductas, actitudes, virtualidades, sospechas – una toma en cuenta permanente del comportamiento de los individuos.” (p. 217).
La generalización del aparato policiaco en el siglo XVIII marca el triunfo de la SD, la consolidación de ésta. La policía tiene una función primordialmente disciplinaria, además de sus funciones de control de las revueltas y auxiliar de la justicia en la persecución de los criminales. Esta función disciplinaria es
“compleja, ya que une el poder absoluto del monarca a las más pequeñas instancias de poder diseminadas en la sociedad; ya que, entre estas diferentes instituciones cerradas de disciplina (talleres, ejércitos, escuelas), extiende una red intermedia, que actúa allí donde aquéllas no pueden intervenir, disciplinando los espacios no disciplinarios; pero que cubre, une entre ellos, garantiza con su fuerza armada: disciplina intersticial y metadisciplina.” (p. 218).
El proceso descripto hasta aquí es el de la formación de la SD. Consiste “en el movimiento que va de las disciplinas cerradas, especie de «cuarentena» social, hasta el mecanismo indefinidamente generalizable del «panoptismo». “ (p. 219).
Foucault utiliza las reflexiones de Nikolaus Heinrich Julius (1783-1862), médico alemán que promovió las reformas de las cárceles. Julius sostuvo que la Antigüedad había sido una sociedad del espectáculo pues en ella se procuraba hacer accesible a una multitud de personas un número pequeño de objetos. Por ejemplo, el rey estaba expuesto a la visibilidad de las multitudes. En cambio, la Modernidad se proponía resolver el problema inverso: lograr que un pequeño número de individuos pudiera observa instantáneamente a una gran multitud. La solución al problema era el Panóptico. De este modo, la transición del feudalismo al capitalismo podía concebirse como el pasaje de la sociedad del espectáculo a la sociedad de la vigilancia.
La formación de la SD remite a cierto número de procesos sociales más amplios. Foucault indica el lugar que ocupa la SD en ese marco más amplio. “De una manera global puede decirse que las disciplinas son unas técnicas para garantizar la ordenación de las multiplicidades humanas.” Ahora bien, Foucault señala que este problema se le presenta a todo “sistema de poder”. Lo específico de las disciplinas [que no es otra cosa que la solución al problema desarrollada por el capitalismo naciente] está contenido en tres criterios que guían la táctica de poder de la SD: a) hacer del ejercicio del poder lo menos costoso posible; b) hacer que los efectos de ese poder alcancen el máximo de intensidad y que se extiendan lo más lejos posible [hasta abarcar a toda la sociedad, hasta llegar a todos los rincones de la sociedad]; c) ligar crecimiento “económico” del poder y rendimiento de los aparatos en el interior de los cuales se ejerce.
 ¿A qué coyuntura pretenden dar respuesta las disciplinas?
a)Por un lado, el gran impulso demográfico del siglo XVIII, que multiplicó la población flotante (el nomadismo) y produjo un cambio en la escala cuantitativa de los grupos que se trataba de controlar o manipular.  Por otro lado, el crecimiento del aparato de producción. Hay que recordar que la economía mercantil se hallaba en pleno desarrollo en el siglo de las Luces y que a finales de ese siglo se produjo en Inglaterra la primera Revolución Industrial. Frente a estos cambios, las instituciones propias del feudalismo o del absolutismo resultaban inadecuadas; se lo impedía “la extensión llena de lagunas y sin regularidad de su red, su funcionamiento a menudo conflictual, y sobre todo el carácter «dispendioso» del poder que se ejercía.” (p. 221).
La extensión de las disciplinas fue la solución a los problemas planteados por el crecimiento de la población y del aparato productivo. Mientras que el poder soberano “procedía esencialmente por extracción (extracción de dinero o de productos por tributación monárquica, señorial y eclesiástica; toma de hombres o de tiempo por las prestaciones personales o los alistamientos, el encierro de los vagabundos o su destierro)” (p. 222), el poder disciplinario utiliza el principio “suavidad-producción-provecho”. Se disciplina a los seres humanos para vencer su resistencia al poder (que era ya un poder cada vez más capitalista) y para hacerlos más productivos, sin necesidad de emplear la violencia. Marx, con otro lenguaje, describe la transición del feudalismo al capitalismo como el pasaje de la coerción extraeconómica (violencia física) a la coerción económica. Foucault se acerca aquí mucho a la concepción marxista de la transición del feudalismo al capitalismo y la mejora en los detalles, al examinar los dispositivos específicos que permiten disciplinar a las personas, algo que se encuentra ausente en la obra de Marx.
Foucault es muy claro:
“Si el despegue económico de Occidente ha comenzado con los procedimientos que permitieron la acumulación del capital, puede decirse, quizá, que los métodos para dirigir la acumulación de los hombres han permitido un despegue político respecto de las formas de poder tradicionales, rituales, costosas, violentas, y que, caídas pronto en desuso, han sido sustituidas por toda una tecnología fina y calculada del sometimiento. De hecho los dos procesos, acumulación de los hombres y acumulación del capital, no pueden ser separados; no habría sido posible resolver el problema de la acumulación de los hombres sin el crecimiento de un aparato de producción capaz a la vez de mantenerlos y de utilizarlos; inversamente, las técnicas que hacen útil la multiplicidad acumulativa de los hombres aceleran el movimiento de acumulación de capital. A un nivel menos general, las mutaciones tecnológicas del aparato de producción, la división del trabajo y la elaboración de los procedimientos disciplinarios han mantenido un conjunto de relaciones muy estrechas. Cada uno de los dos ha hecho al otro posible, y necesario; cada uno de los dos ha servido de modelo al otro.” (p. 223-224; el resaltado es mío – AM-).
b)En los siglos XVII y XVIII la burguesía, la clase constituida por los propietarios de los medios de producción, conquistó al poder político [el proceso conocido como Revoluciones Burguesas]. Para consolidar esa dominación, se procedió a “la instalación de un marco jurídico explícito, codificado, formalmente igualitario, y [a la] organización de un régimen de tipo parlamentario y representativo.” (p. 224). Este proceso es bien conocido. Sin embargo, la consolidación de la dominación burguesa tuvo otra vertiente, que permaneció oculta:
“Bajo la forma jurídica general que garantizaba un sistema de derechos en principio igualitarios había, subyacentes, esos mecanismos menudos, cotidianos y físicos, todos esos sistemas de micropoder esencialmente inigualitarios y disimétricos que constituyen las disciplinas. Y si, de una manera formal, el régimen representativo permite que directa o indirectamente, con o sin enlaces, la voluntad de todos forme la instancia fundamental de la soberanía, las disciplinas dan, en la base, garantía de la sumisión de las fuerzas y de los cuerpos. Las disciplinas reales y corporales han constituido el subsuelo de las libertades formales y jurídicas. El contrato podía bien ser imaginados como fundamento ideal del derecho y del poder político; el panoptismo constituía el procedimiento técnico, universalmente difundido, de la coerción. (…) Las Luces que han descubierto las libertades, inventaron también las disciplinas.” (p. 225; el resaltado es mío – AM-).
Al lado del derecho burgués, cuyo eje es la noción de igualdad jurídica, existe un “contraderecho”, conformado por la malla de disciplinas que envuelve a toda la sociedad y que llega, por intermedio del poder policíaco, a cada rincón de la misma. Los mecanismos e instituciones disciplinarias “desempeñan el papel preciso de introducir unas disimetrías insuperables y de excluir reciprocidades.” (p. 225).
¿En qué consiste y cómo funciona este contraderecho?
Crean entre los individuos un vínculo “privado”,
“que es una relación de coacciones enteramente diferentes de la obligación contractual; la aceptación de una disciplina puede ser suscrita por vía de contrato; la manera en que está impuesta, los mecanismos que pone en juego, la subordinación no reversible de los unos respecto de los otros, el «exceso de poder» que está siempre fijado del mismo lado, la desigualdad de posición de los diferentes miembros respecto del reglamento común oponen el vínculo disciplinario y el vínculo contractual, y permitir falsear sistemáticamente éste a partir del momento en que tiene por contenido un mecanismo de disciplina.” (p. 225).
El derecho burgués califica a los sujetos de derecho según normas universales, “las disciplinas caracterizan, clasifican, especializan.” (p. 225).
En conexión inseparable con el derecho burgués, el contraderecho de las disciplinas garantiza el funcionamiento del capitalismo.
“Si el juridicismo universal  de la sociedad moderna parece fijar los límites al ejercicio de los poderes, su panoptismo difundido por doquier hace funcionar, a contrapelo del derecho, una maquinaria inmensa y minúscula, a la vez que sostiene, refuerza, multiplica, la disimetría de los poderes y vuelve vanos los límites que le han trazado. (…) [Las disciplinas] Han sido en la genealogía de la sociedad moderna, con la dominación de clase que la atraviesa, la contrapartida política de las normas jurídicas según las cuales se redistribuía el poder.” (p. 226; el resaltado es mío – AM-).
Foucault ubica la prisión 
“en el punto en que se realiza la torsión del poder codificado de castigar, en un poder disciplinario de vigilar; en el punto en el que los castigos universales de las leyes vienen a aplicarse selectivamente a ciertos individuos y siempre a los mismos; hasta el punto en que la recalificación del sujeto de derecho por la pena se vuelve educación útil del criminal (…) Lo que generaliza entonces el poder de castigar no es la conciencia universal de la ley en cada uno de los sujetos de derecho, es la extensión regular, es la trama infinitamente tupida de los procedimientos panópticos.” (p. 226).
c)El desarrollo de las disciplinas generó una novedad en el siglo XVIII: comenzó a darse un proceso circular: “formación de saber y aumento de poder se refuerzan regularmente” (p. 227). En las disciplinas,
“todo mecanismo de objetivación puede valer como instrumento de sometimiento, y todo aumento de poder da lugar a unos conocimientos posibles; a partir de este vínculo, propio de los sistemas tecnológicos, es como han podido formarse en el elemento disciplinario la medicina clínica, la psicología del niño, la psicopedagogía, la racionalización del trabajo. Doble proceso, por lo tanto: desbloqueo epistemológico a partir de un afinamiento de las relaciones de poder; multiplicación de los efectos de poder gracias a la formación y a la acumulación de conocimientos nuevos.” (p. 227).
El capitalismo del siglo XVIII requirió y desarrolló diversas tecnologías: agronómicas, industriales, económicas. Foucault hace notar que el Panóptico y los desarrollos disciplinarios fueron poco celebrados, al lado de los logros de la Revolución Industrial. ¿La explicación? “El poder que utiliza y que permite aumentar es un poder directo y físico que los seres humanos ejercen los unos sobre los otros. Para un punto de llegada sin gloria, es un origen difícil de confesar.” (p. 227). 
Foucault termina la sección planteando la relación entre las técnicas disciplinarias y el surgimiento de las Ciencias Sociales: “lo que esa investigación político-jurídica, administrativa y criminal fue para las ciencias de la naturaleza, el análisis disciplinario lo ha sido para las ciencias del hombre.” (p. 228).
Ya avanzamos bastante. En la próxima clase terminaremos el análisis de los aportes de Foucault a nuestro estudio.
Muchas gracias por su atención.

Villa del Parque, miércoles 8 de julio de 2020

ABREVIATURAS:
 PD = Poder disciplinario / SD = Sociedad disciplinaria / VyC = Vigilar y Castigar.

NOTAS:
[1] Foucault, M. (2006). Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina. La traducción española es de Aurelio Garzón del Camino. La obra, cuya edición original data de 1975 (París, Gallimard), consta de cuatro libros: Suplicio, Castigo, Disciplina, Prisión. El segundo libro está constituido por tres secciones: I) Los cuerpos dóciles; II) Los medios del buen encauzamiento; III) El panoptismo.
[2] Utiliza un reglamento de fines del siglo XVIII para describir estas medidas. El reglamento se encuentra en los Archives militaires de Vincennes, A 1 516 91 sc. Documento. (p. 199).
[3] Foucault analiza tres trabajos de Bentham, PanopticonPostcript to the Panopticon (1791), Panopticon versus New South Wales. Todos ellos están incluidos en Bentham, Works, ed. Bowring, v. IV. (Esta edición consta de 11 volúmenes, publicados en Edimburgo entre 1838-1843. El volumen 4 agrupa los textos sobre el Panóptico, las colonias, la codificación y la constitución.).
[4] “La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. (…) Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, un movimiento y una inseguridad constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores.” (Marx, K. y Engels, F., Manifiesto del partido comunista, Buenos Aires, Anteo, pp. 38-39).
[5] “La plusvalía absoluta consiste en aumentar la jornada de trabajo ya sea alargándola o intensificándola. La plusvalía relativa procede por alterar las proporciones relativas de las dos partes de la jornada, reduciendo el tamaño del tiempo necesario, es decir, rebajando el valor de la fuerza de trabajo.” (Sartelli, E., La cajita infeliz: Un viaje a través del capitalismo, Buenos Aires, RyR, 2005, p. 170).
[6] “En el transcurso de la producción capitalista se desarrolla una clase trabajadora que, por educación, tradición y hábito reconoce las exigencias de ese modo de producción como leyes naturales, evidentes por sí mismas. La organización del proceso capitalista de producción desarrollado quebranta toda resistencia; la generación constante de una sobrepoblación relativa mantiene la ley de la oferta y la demanda de trabajo, y por tanto el salario, dentro de carriles que convienen a las necesidades de valorización del capital; la coerción sorda de las relaciones económicas pone su sello a la dominación capitalista sobre el obrero. Sigue usándose, siempre, la violencia directa, extraeconómica, pero sólo excepcionalmente. Para el curso usual de las cosas es posible confiar al obrero a las leyes naturales de la producción, esto es, a la dependencia en que el mismo se encuentra con respecto al capital, dependencia surgida de las condiciones de producción mismas y garantiza y perpetuada por éstas.” (Marx, K., El capital: Libro primero, México D. F., Siglo XXI, 1998, tomo 3, p. 922).