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viernes, 24 de enero de 2020

MARX CONTRA EL ESTADO


“El instrumento político de su sumisión
no puede servir de instrumento político de su emancipación.”
Karl Marx, 2° borrador de La guerra civil en Francia (1871)



A la manera de una introducción:
La Comuna de París (marzo – mayo de 1871) fue el primer gobierno obrero de la historia. A pesar de su corta duración, de las circunstancias en que se desenvolvió su acción (una ciudad cercada por las tropas del Estado francés y obligada a concentrar la mayoría de sus esfuerzos en la defensa), de la derrota final, su existencia marcó un antes y un después en el movimiento obrero y, en especial, en la formulación de la concepción del Estado y de la Revolución por Karl Marx (1818-1883).
Marx desarrolló su teoría siguiendo las experiencias de lucha y organización del movimiento obrero del siglo XIX. En este sentido, y con cierta exageración, corresponde decir que fue la lucha de los trabajadores la que dio origen al marxismo, y no el marxismo el que provocó las luchas de los trabajadores (la misma afirmación vale para el anarquismo y las otras corrientes político-teóricas del movimiento obrero). Es necesario enfatizar esto, pues resulta habitual entre los intelectuales la actitud de agrandar la propia incidencia en los sucesos pasados, presentes y futuros. Así, muchos intelectuales marxistas afirman con los hechos que las ideas (sus ideas) son la causa de los acontecimientos y que, por ello, los trabajadores deben subordinarse a sus planteos y propuestas, pues los intelectuales saben hacia dónde va el mundo.
Sin embargo, la tarea del intelectual es mucho más importante que la caricatura esbozada en el párrafo anterior. Si bien no es el tema principal de la obra La guerra civil en Francia (1871), ésta puede considerarse un ejemplo práctico de cómo debe actuar el intelectual que pretende contribuir a la conformación de un movimiento revolucionario. Marx extrae de la experiencia de la Comuna una nueva perspectiva sobre la revolución proletaria y, en base a ella, modifica su teoría del Estado. Sin esa experiencia, sin los tanteos y el ensayo y error llevados adelante por los comuneros parisinos, dicha perspectiva habría sido imposible.
El presente trabajo fue elaborado como ayuda memoria para un taller sobre la cuestión del Estado en Marx, desarrollado en el marco de una organización política. Como tal se encuentra en estado de construcción permanente y, por supuesto, todos los aportes son bienvenidos.

Nota bibliográfica:
En la redacción de estas notas se utilizaron las siguientes ediciones:
Marx, K. (1975). El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Buenos Aires: Anteo.
Marx, K. (1985). Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871. Incluido en: Marx, K.; Engels, F.; Lenin, V. I. (1985). La comuna de París. Madrid: Akal. (pp. 7-76).
Marx, K. y Engels, F. (1985). La ideología alemana. Buenos Aires: Pueblos Unidos y Cartago.
Marx, K. y Engels, F. (1986). Manifiesto del partido comunista. Buenos Aires: Anteo.
Rubel, M. y Janover, L. (2010). Marx anarquista. Buenos Aires: Madreselva.
Abreviaturas:
18 B = 18 Brumario de Luis Bonaparte / AIT = Asociación Internacional de Trabajadores / GCF = Guerra civil en Francia / MC = Manifiesto Comunista

La transformación de la concepción marxista del Estado:
La GCP marca un cambio fundamental en la concepción marxista del Estado, que puede mensurarse a partir de la comparación con el Manifiesto Comunista (1848). En MC, Marx y Friedrich Engels (1820-1895) afirmaban:
“El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del Poder político por el proletariado.” (Marx y Engels, 1986: 52). [1]
La clase trabajadora tiene, pues, que conquistar el aparato estatal para iniciar la construcción de las bases de una sociedad socialista:
“El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.” (Marx y Engels, 1986: 62).
Marx y Engels conciben al Estado como un instrumento que puede servir tanto a la dominación de la burguesía como a la de la clase trabajadora. Si bien señalan que ese aparato estatal se conformó desde sus orígenes como maquinaria de opresión de clase, no ponen esta cuestión en el centro del análisis. [2] El carácter de clase del Estado está dado por la clase que detenta el control del mismo, y no se refleja ni en la estructura estatal ni en el tipo de relaciones sociales que se desarrollan al interior de éste. En este sentido, y a despecho de la concepción clasista del Estado desarrollada en MC, al referirse al proceso revolucionario el aparato estatal éste es caracterizado como un instrumento neutral, que puede ser tomado y utilizado indistintamente por cualquier clase social para sus propios fines.
En MC, la función del Estado luego de la revolución socialista consiste en acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas mediante la centralización de la propiedad de los medios de producción. El socialismo es pensado como el resultado del desarrollo de la economía, dedicándole poca o nula atención a los aspectos políticos del mismo. Ahora bien, la construcción del socialismo es imposible sin el desarrollo de la autonomía de cada individuo, de la participación efectiva de todas las personas en el gobierno de la comunidad.
Marx y Engels afirman que el desarrollo de las fuerzas productivas terminará por abolir las diferencias de clase y, una vez ocurrido esto, el Estado dejará de existir:
“Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el Poder público perderá su carácter político. El Poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime al mismo tiempo que estas relaciones de producción  las condiciones para la existencia del antagonismo de clases y las clases en general, y, por tanto, su propia dominación como clase.” (Marx y Engels, 1986: 63; el resaltado es mío – AM-).
La caracterización del Estado como “violencia organizada” para la opresión de clase no se refleja en la concepción de la revolución proletaria. Marx y Engels parecen pensar que es la clase trabajadora en su conjunto quien tomará el poder estatal y comenzará la construcción del socialismo; de ahí que esa “violencia organizada” se dirija únicamente contra la resistencia de la burguesía.
Pero, a poco de reflexionar sobre la cuestión, surgen dos dificultades: a) un aparato que se define como “violencia organizada” para la opresión de clase no pierde su carácter opresor por el cambio de la clase que tiene su control; b) la clase trabajadora no toma el poder, sino que lo hace un partido o un movimiento que es, a lo sumo, una parte de ella o un conjunto de individuos que se identifican con la causa del socialismo. Si el Estado conserva las características mencionadas arriba, no existe ninguna garantía de que la “violencia organizada” no se vuelva contra la misma clase trabajadora.
La Comuna de París vino a modificar drásticamente la concepción marxista del Estado.
¿Por qué? Ante todo, porque la Comuna enfrentó los problemas concretos de la toma del poder. En las revoluciones de 1848, la clase trabajadora estaba muy lejos de plantearse esos problemas de un modo práctico. En 1871 el poder estatal cayó en sus manos y debió resolver qué hacer con él. La organización política construida trabajosamente por la Comuna exigía una reformulación de las ideas previas sobre la conquista del Estado.
Marx, quien ya se hallaba involucrado en la política práctica de la clase trabajadora por su tarea en el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), emprendió la tarea mencionada en el párrafo anterior.
GCF es el título abreviado del Manifiesto de la AIT sobre los acontecimientos acaecidos en la capital de Francia. Fue redactado por Marx y aprobado el 30 de mayo de 1871 en la sesión del Consejo General de la AIT. Se trata, pues, de un texto escrito al calor de los acontecimientos. Marx dedicó el tercer apartado de GCF a reformular su teoría del Estado y la Revolución, basándose en la experiencia de los comuneros parisinos.
Marx comienza citando el Manifiesto del Comité Central de la Comuna, fechado el 18 de marzo de 1871. Allí se lee:
“Los proletarios de París (…), en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos. (…) Han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder.” (Citado en Marx, 1985: 32).
Hasta aquí, el discurso de los comuneros coincide con lo dicho sobre el Estado en el MC. [3] Sin embargo, la acción de la Comuna había ido mucho más allá de lo indicado en el MC. El ejército, la policía y los tribunales habían sido suprimidos, y reemplazados por la organización activa del pueblo. En otras palabras, el aparato represivo del Estado fue modificado drásticamente. Eran los trabajadores (el pueblo de París en su conjunto) quienes se encargaban de las tareas militares y de policía. Éstas dejaron de ser la tarea de un grupo específico de personas, separado del resto de la sociedad.
Marx toma nota de lo anterior y acota lo siguiente:
Pero la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines.” (Marx, 1985: 32; el resaltado es mío – AM-). [4]
Con esa breve frase, Marx modifica su concepción del Estado y la Revolución, y, sin saberlo, cuestiona la experiencia de las revoluciones socialistas del siglo XX. En el 2° borrador de GCF se encuentra el siguiente pasaje:
El instrumento político de su sumisión no puede servir de instrumento político de su emancipación.”(Citado en Rubel y Janover, 2010: 61; el resaltado es mío – AM-.)
La Revolución no puede consistir simplemente en la conquista del poder estatal. Hacer esto implica mantener incólume el aparato represivo forjado por la burguesía, y eso impide el desarrollo de formas democráticas de autogobierno de la clase trabajadora. Mientras que en el MC el núcleo de la atención se encuentra en el desarrollo de las fuerzas productivas, en GCP se verifica un desplazamiento hacia la eliminación del aparato represivo y la conformación de un nuevo poder, que pueda servir efectivamente de instrumento de liberación. A nuestro juicio dicho desplazamiento es fundamental.
El fracaso de las experiencias socialistas del siglo XX es, entre otras cosas, el fracaso de una determinada concepción del Estado y, más específicamente, del papel del aparato estatal en el proceso revolucionario. Para el socialismo del siglo XX el Estado es la solución a todos los problemas y el socialismo es concebido como propiedad estatal de los medios de producción. Según esta concepción, bastaba con desplazar al elenco burgués que detentaba el poder estatal y reemplazarlo por los miembros del partido. Una vez cumplida esa tarea, correspondía desarrollar las fuerzas productivas en el marco de un férreo control estatal. Estatismo y productivismo, he aquí las dos patas del socialismo modelo siglo XX. La centralización del aparato estatal, la concentración de la toma de decisiones en un puñado de altos funcionarios, eran lo opuesto al involucramiento de la clase trabajadora y los sectores populares en los asuntos políticos. El estatismo era (es) enemigo de la democracia.
La preocupación por la eliminación del aparato represivo aparece en el período de redacción de GCP. Así, en una carta a Kugelmann fechada el 12 de abril de 1871, Marx escribe:
“Releyendo el último capítulo de mi 18 Brumario, verás que al hablar de la próxima tentativa de la revolución francesa, declaro allí que ya no va a tratarse de trasladar el aparato burocrático-militar de una mano a otra, como ocurrió hasta el momento, sino de romperlo, y de ahí radica la condición preliminar de toda revolución verdaderamente popular en el continente. He aquí lo que intentan de hecho nuestros heroicos camaradas de partido en París.” (Citado en Rubel y Janover, 2010: 60). [5]
El estudio del desarrollo histórico del Estado moderno demuestra la creciente capacidad de éste para ejercer control sobre el conjunto de la sociedad. Marx distingue tres etapas en la evolución del poder estatal [6]: a) el Estado como arma de la sociedad burguesa para luchar contra el feudalismo; b) como “poder nacional del capital sobre el trabajo”; c) como poder sobre todas las clases sociales (bonapartismo).
El aparato represivo es la manifestación más visible de esa tendencia. Marx acentúa en todo momento el carácter del Estado como instrumento de dominación de clase:
“Al paso que los progresos de la moderna industria desarrollaban, ensanchaban y profundizaban el antagonismo de clase entre capital y trabajo, el poder del Estado fue adquiriendo cada vez más el carácter de poder nacional del capital sobre el trabajo, de fuerza pública organizada para la esclavización social, de máquina del despotismo de clase. Después de cada revolución, que marca un paso adelante en la lucha de clases, se acusa con rasgos cada vez más destacados el carácter puramente represivo del Estado.” (Marx, 1985: 33-34).
Ese aparato se perfecciona de manera incesante, independientemente de la clase o fracción de clase que lo controle. Marx repite aquí el argumento desarrollado en El 18 Brumario, donde señaló el crecimiento de la capacidad de dominación y control del Estado. La atención puesta en los aspectos represivos del Estado contrasta con la escasa y/o nula importancia concedida a la producción y difusión de la hegemonía estatal y la ideología dominante. [7]
Ese aparato represivo fue utilizado por las monarquías absolutistas para poner en caja a los señores feudales durante el período de surgimiento del Estado moderno. De ese modo se restringió el fraccionamiento político propio de la época feudal, en el que el territorio de un país se hallaba dividido entre múltiples señores feudales, cada uno de los cuales gobernaba sus tierras como si fuera un pequeño Estado. Luego, las Revoluciones Burguesas (la Revolución Francesa de 1789 es la más conocida) suprimieron el feudalismo y el Estado pasó a ser controlado por la burguesía (la historia francesa del siglo XIX muestra que la consolidación de ese control fue tarea harto trabajosa). Este momento coincide con el ascenso del movimiento obrero, que creció en un marco de ilegalidad y dura lucha contra el poder estatal. De ahí el acento puesto en el carácter “puramente represivo” del Estado.
Pero también es cierto que la burguesía francesa no pudo estabilizar su dominación política a lo largo del siglo XIX. La historia política de Francia a lo largo del período es una muestra cabal de ello: se pasó sucesivamente del Imperio napoleónico a la Restauración borbónica, a la revolución de 1830 y la instauración de la dinastía Orleáns, a la revolución de 1848, la República, el golpe de Estado y el Imperio de Luis Bonaparte, etc. Todos estos cambios dan cuenta de una gran debilidad política de la burguesía. Si bien estos continuos cambios no pueden reducirse a factores económicos (es preciso estudiar la historia del período para comprender cuáles eran las formas que adoptaba esa debilidad en cada coyuntura), ellos denotan una dificultad persistente en la construcción de hegemonía y ésta puede relacionarse con el escaso (en términos relativos) desarrollo del capitalismo, que impide realizar concesiones materiales a la clase trabajadora y que, por lo tanto, se concentra en la represión de las acciones de lucha de la mencionada clase.

Conclusión. Retomar y desarrollar la perspectiva antiestatista de Marx:
La perspectiva adoptada por Marx contrasta con las ideas de los progresistas sobre el rol del Estado, quienes tienden a considerar la expansión de las funciones estatales como un hecho positivo en sí mismo. Marx no sólo dice que el Estado es un órgano represivo de opresión de la clase, sino que también puede transformarse en parásito del conjunto de la sociedad.
Pero su posición antiestatal, forjada al calor de la experiencia de los obreros parisinos, también es bien distinta a la de los socialismos del siglo XX, quienes hicieron del culto al Estado una verdadera religión laica. Es cierto que una generalización tan amplia puede resultar errónea en los detalles, pero el cuadro de conjunto es exacto: los socialismos del siglo XX, en sus diversas variantes (bolchevique, estalinista, trotskista, guevarista, etc.), se caracterizaron por hacer del Estado la panacea para todos los problemas.
El Estado fue concebido como un instrumento que servía para: a) aplastar la contrarrevolución y defender a la “Patria Socialista” contra las amenazas de las potencias capitalistas; b) impulsar el desarrollo acelerado de las fuerzas productivas mediante la centralización y la planificación. Puede afirmarse que las diferentes expresiones socialistas del siglo XX adhirieron a los puntos de vista de Marx y Engels en el MC. No se tomó en cuenta el replanteo de la cuestión del Estado y la Revolución realizada en GCF y continuada en otros textos de la década de 1870, como la ya mencionada Crítica del Programa de Gotha [8].
Marx señaló expresamente la importancia del cambio de perspectiva respecto al Estado en el prólogo a la edición alemana de 1872 del MC. Allí indicó qué aspectos del texto habían quedado obsoletos e hizo mención expresa al tema del Estado:
“Dado el desarrollo colosal de la gran industria en los últimos veinticinco años, y con éste, el de la organización del partido de la clase obrera, dadas las experiencias, primero, de la revolución de febrero [de 1848], y después, en mayor grado aún, de la Comuna de París) que eleva por primera vez al proletariado, durante dos meses, al Poder político, este programa ha envejecido en algunos de sus puntos. La Comuna ha demostrado, sobre todo, que «la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines»” (Marx y Engels, 1985: 8).
La perspectiva antiestatista de Marx es notoria en los textos de la década de 1870. También lo es el acento puesto en el autogobierno de la clase trabajadora. Desde el punto de vista político (y éste es el interés central del autor de este ensayo), los textos del período indicado contribuyen a elaborar nuevas respuestas a la crisis actual del socialismo. Marx no aporta las soluciones. La realidad que examina en sus obras pertenece al pasado y resultaría necio buscar en sus escritos la solución mágica a nuestros problemas. Pero sí puede enseñarnos una manera diferente de ver las cosas, alejada de la corriente dominante en la izquierda durante el siglo XX.
Tal como lo demuestra el caso de GCF, la elaboración de respuestas políticas a la crisis del socialismo va de la mano con la participación y el análisis de las diversas experiencias de lucha de la clase trabajadora y los sectores populares. Si se pretende hacer una revolución es preciso desarrollar una forma revolucionaria de pensar la realidad. Revolucionaria porque, ante todo, implica el reconocimiento de que ninguna tradición puede resolver los problemas políticos actuales.
En definitiva, ser revolucionario implica, también, romper con las tradiciones revolucionarias. Dicho de modo muy simple, la revolución es el futuro. La tradición es el pasado. Hace mucho tiempo que la izquierda, tanto a nivel internacional como a nivel local, vive del y en el pasado. Contra esa forma de pensar tenemos que luchar todo el tiempo y una y otra vez.

Parque Avellaneda, viernes 24 de enero de 2020


NOTAS:
[1] Más adelante vuelven a repetir la misma afirmación: “Como hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia.” (Marx y Engels, 1986: 62).
[2] Marx y Engels indican un poco más adelante (cita reproducida en este texto) que “el Poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra.” (Marx y Engels, 1986: 63). Esta afirmación va en línea con la concepción que atraviesa todo el MC  y que aparece expresada en la famosa frase “la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases” (Marx y Engels, 1986: 34). El Estado desempeña un papel fundamental en esa lucha, pues defiende la dominación de la clase dominante en cada sociedad determinada.
[3] No hay que interpretar por ello que el Comité Central de la Comuna era partidario de las ideas del Manifiesto. Si algo caracterizó a la Comuna fue su heterogeneidad ideológica. En ella estaban representadas las diferentes corrientes del movimiento obrero francés.
[4] En los Borradores de GCP es todavía más enfático: “Pero el proletariado no puede, como lo hicieron las clases dominantes y sus diversas fracciones rivales inmediatamente después de su triunfo, tomar simplemente posesión del cuerpo del Estado existente y hacer funcionar ese aparato para sus propios fines. La primera condición para conservar el poder político es transformar el mecanismo actuante y destruirlo en tanto que instrumento de dominación de clase.” (Citado en Rubel y Janover, 2010: 61; el resaltado es mío – AM -. La cita corresponde al 2° borrador).
Engels, por su parte, en la Introducción a la edición alemana de La guerra civil en Francia (1891) escribió: “La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no puede seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tiene, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento. ¿Cuáles eran las características del Estado hasta entonces? En un principio, por medio de la simple división del trabajo, la sociedad se creó los órganos especiales destinados a velar por sus intereses comunes. Pero, a la larga, estos órganos, a la cabeza de los cuales figuraba el poder estatal, se convirtieron de servidores de la sociedad en señores de ella.” (p. 92). No entro a examinar el sentido, muy equívoco, de la frase “la sociedad se creó los órganos especiales destinados a velar por sus intereses comunes”. Pero toda la primera parte del párrafo coincide con el punto de vista de Marx en GCF.
[5] El párrafo del 18 Brumario mencionado por Marx es el siguiente: “Este Poder ejecutivo, con su inmensa organización burocrática y militar, con su compleja y artificiosa maquinaria de Estado, un ejército de funcionarios que suma medio millón de hombres, junto a un ejército de otro medio millón de hombres, este espantoso organismo parasitario que se ciñe como una red al cuerpo de la sociedad francesa y le tapona todos los poros, surgió en la época de la monarquía absoluta, de la decadencia del régimen feudal, que dicho organismo contribuyó a acelerar. Los privilegios señoriales de los terratenientes y de las ciudades se convirtieron en otros tantos atributos del Poder del Estado, los dignatarios feudales en funcionarios retribuidos y el abigarrado mapa-muestrario de las soberanías medievales en pugna en el plan reglamentado de un Poder estatal cuya labor está dividida y centralizada como en una fábrica. La primera revolución francesa, con su misión de romper todos los poderes particulares locales, territoriales, municipales y provinciales, para crear la unidad civil de la nación, tenía necesariamente que desarrollar lo que la monarquía absoluta había iniciado: la centralización; pero al mismo tiempo amplió el volumen, las atribuciones y el número de servidores del Poder del gobierno. Napoleón perfeccionó esta máquina del Estado. La monarquía legítima y la monarquía de Julio no añadieron nada más que una mayor división del trabajo, que crecía a medida que la división del trabajo dentro de la sociedad burguesa creaba nuevos grupos de intereses, y por lo tanto nuevo material para la administración del Estado. Cada interés común (…) se desglosaba inmediatamente de la sociedad, se contraponía a ésta como interés superior, general (…), se sustraía a la propia actuación de los individuos de la sociedad y se convertía en objeto de la actividad del gobierno, desde el puente, la casa-escuela y los bienes comunales de un municipio rural cualquiera, hasta los ferrocarriles, la riqueza nacional y las universidades de Francia. Finalmente, la república parlamentaria, en su lucha contra la revolución, viose obligada a fortalecer, junto con las medidas represivas, los medios y la centralización del poder del gobierno. Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez de destrozarla. Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación, consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor.” (Marx, 1975: 131-132). En síntesis, el desarrollo del poder estatal no es otra cosa que el incremento de su capacidad para controlar a la sociedad. Como sucede en todos los textos que mencionamos en este artículo, Marx destaca el aspecto represivo de la maquinaria estatal, sin examinar los mecanismos ideológicos que sirven tanto para la vigilancia como para la dominación.
[6] Marx se refiere al “poder estatal centralizado, con sus órganos omnipotentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura – órganos creados con arreglo a un plan de división sistemática y jerárquica del trabajo –“(Marx, 1985: 33).
[7] Marx y Engels se ocuparon de la ideología en un texto de juventud, publicado mucho después de la muerte de ambos, y que se titula precisamente La ideología alemana. Allí la ideología es concebida como una “falsa conciencia” y los autores pusieron el acento en el papel de los intelectuales y de la prensa en la creación y difusión de esa ideología. “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho de otro modo, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas.” (Marx y Engels, 1985: 50-51).
[8] Dedicaremos un trabajo posterior al examen de los aportes a la teoría del Estado que se encuentran en la Crítica del Programa de Gotha.

viernes, 3 de enero de 2020

LOS FUNDAMENTOS DE LA FILOSOFÍA POLÍTICA ARISTOTÉLICA: NOTAS SOBRE EL LIBRO PRIMERO DE LA POLÍTICA




“La teoría se desarrolla libremente,
pero la práctica se pliega a las necesidades.”
Aristóteles, Política

La Política de Aristóteles (384-322 a.n.e.) es una de las obras más importantes de la filosofía política. Como todo clásico, la mejor presentación es la lectura directa de la obra, sin recurrir a terceros. Por ello, la presente ficha tiene por objetivo presentar algunos aspectos que considero centrales del texto, pero de ningún modo reemplaza el abordaje vis a vis del propio Aristóteles.
Desde el punto de vista temático, el Libro Primero puede dividirse en tres partes: 1) exposición de los principios teóricos y metodológicos en los que se basa la obra; 2) el argumento en defensa de la esclavitud; 3) la economía política de la polis.
Nota bibliográfica:
Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de Manuela García Valdés: Aristóteles. (1988). Política. Madrid, España: Gredos. El Libro Primero está comprendido en las pp. 44-85. En las citas empleo la notación marginal, complementada con la paginación de la edición Gredos.


La cuestión del método: los supuestos de la filosofía política aristotélica
El objeto de estudio de la filosofía política es la polis [1]
“[Puesto que] toda ciudad es una cierta comunidad y que toda comunidad está constituida con miras a algún bien, es evidente que todas tienden a un cierto bien, pero sobre todo tiende al supremo la soberana entre todas y que incluye a todas las demás. Ésta es la llamada ciudad y comunidad cívica.” (1252a; 45-46)
La polis es la comunidad superior, pues tiende al bien supremo e incluye a todas las otras comunidades: la casa, la aldea (formada por varias casas). La polis es la “comunidad perfecta de varias aldeas (…) que tiene el nivel más alto de autosuficiencia, que nació a causa de las necesidades de la vida, pero subsiste para el vivir bien.” (1252b; 49).
Aristóteles concibe a la polis como una comunidad unida en torno al propósito de lograr una vida buena. Dejando de lado las finalidades éticas y morales, lo cierto es que la comunidad pretende lograr esa vida buena en un sentido material. De ahí la centralidad de la noción de autosuficiencia (la polis perfecta es aquella que se basta a sí misma en lo que hace a proveer lo necesario para satisfacer sus necesidades) y por ende el interés, (expresado en el tercer tema del Libro Primero) por las cuestiones materiales que requiere esa autosuficiencia. En otras palabras, la economía adquiere una importancia fundamental para la concreción de la vida buena. Es verdad que la polis excluye a los esclavos, las mujeres y los extranjeros. Pero, desde la perspectiva aristotélica, esto no implica ruptura de la unidad, pues son grupos inferiores en relación a los hombres libres y necesitan ser tutelados por éstos, debido a que carecen de autonomía (esta cuestión es desarrollada en el segundo tema del Libro Primero). Las cosas son bien distintas en el capitalismo, donde la unidad se encuentra desgarrada en clases sociales con intereses antagónicos. En la sociedad capitalista la unidad consiste en la imposición del dominio de una clase y, si se permite la aplicación de la expresión, la polis son varias polis: la polis de los capitalistas y la polis de los pobres.
Aristóteles se propone refutar la afirmación de que entre el gobierno de una polis (ejercido, por ejemplo, por el rey) y el administrador de una casa o el amo de sus esclavos hay sólo una diferencia cuantitativa; en otras palabras, discute la concepción de que la diferencia entre esas formas se deriva de la cantidad de personas que caen bajo su gobierno. Para encarar la tarea recurre a dos métodos: análisis, “dividir lo compuesto hasta sus elementos más simples” (1252a, 3; 46); historia, “si se observa desde su origen la evolución de las cosas” (1252a, 3; 46).
El punto de partida del filósofo griego es el reconocimiento de la existencia de un orden natural [2], una jerarquía que ordena a todas las cosas:
“En efecto, el que es capaz de pensar con la mente es un jefe por naturaleza y un señor natural, y el que puede con su cuerpo realizar estas cosas es súbdito y esclavo por naturaleza; por eso al señor y al esclavo interesa lo mismo.” (1252a, 2; 47). [3]
Aristóteles afirma que los seres humanos son desiguales por naturaleza: unos están preparados para mandar, por ello tienen el saber y pueden obrar con autonomía; otros están preparados para trabajar y carecen de autonomía. Por ende, amo y esclavo están en una relación de mutua conveniencia. En otras palabras, ambos se necesitan.
Existen distintos tipos de comunidades: la casa, la aldea (formada por varias casas), la ciudad. Esta última es “la comunidad perfecta de varias aldeas (…) que tiene (…) el nivel más alto de autosuficiencia, que nació a causa de las necesidades de la vida, pero subsiste para vivir bien” (1252b, 8; 49). Campea la teleología:
“Toda ciudad es por naturaleza, si también lo son las comunidades primeras. La ciudad es el fin de aquéllas, y la naturaleza es el fin. En efecto, lo que la cosa es, una vez cumplido su desarrollo, decimos que es su naturaleza, así de un hombre, de un caballo o de una cosa. Además, aquello por lo que existe algo y su fin es lo mejor, y la autosuficiencia es, a la vez, un fin y lo mejor.” (1252b, 8-9, 2; 49-50).
En el pasaje anterior, Aristóteles presenta los fundamentos de su filosofía política. La naturaleza presenta dos características: es inmutable (estática) y jerárquica. Cada cosa en el mundo natural y en el mundo social tiene un fin determinado, que existe de antemano (teleología). Todas las cosas están ordenadas en una jerarquía, que también es estática. La teleología suprime la evolución, entendida en el sentido darwiniano del término.
A continuación, presenta su tesis de más amplio alcance en la teoría social, que plantea que el ser humano es un animal social por naturaleza:
“La ciudad es una de las cosas naturales, (…) el ser humano es por naturaleza un animal social [4], y que el insocial por naturaleza y no por azar es un ser inferior o un ser superior al ser humano.” (1252b, 9;)
No hay manera de minimizar el significado de la tesis aristotélica. Ella expresa de manera clara una de las principales divisiones de aguas en el terreno de la teoría social. De un lado están aquellos que pensamos que la sociedad es la forma natural de existencia de los seres humanos; del otro, quienes sostienen que la sociedad es artificial y que sólo existen de manera natural los individuos. A esta última corriente de pensamiento se la denomina individualismo metodológico y surgió con los filósofos contractualistas de los siglos XVII y XVIII.
¿Por qué el ser humano es un animal social por naturaleza?
“La razón por la cual el ser humano es un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier animal gregario, es evidente: la naturaleza, como decimos, no hace nada en vano, y el ser humano es el único animal que no tiene palabra. Pues la voz es signo del dolor y del placer, y por eso la poseen también los demás animales, porque no naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer e indicársela unos a otros. Pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio del ser humano frente a los demás animales: poseer, él sólo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y lo injusto, y de los demás valores, y la participación comunicativa de estas cosas constituye la casa y la ciudad.” (1252b, 10-12)
Aristóteles justifica la condición social del ser humano sosteniendo que la palabra lo distingue de los demás animales, y la palabra es esencialmente un medio de comunicación. Existe porque los seres humanos se relacionan entre sí y, a la vez, la palabra profundiza las relaciones entre las personas, hace que el mismo pensamiento de cada individuo adquiera un carácter relacional. Pero además hay otro argumento a favor de la condición social del ser humano: “la ciudad es anterior a la casa y a cada uno de nosotros, porque el todo es necesariamente anterior a la parte.” (1252b, 13; 51) En otras palabras, Aristóteles postula una especie de “colectivismo” metodológico, es decir, considera que el todo es anterior a las partes y por eso el todo es la clave para la explicación de la parte.
Aristóteles complemente el principio metodológico de la prioridad del todo sobre las partes con el que afirma que las cosas se definen por su función:
“Todas las cosas se definen por su función y por sus facultades, de suerte que cuando éstas ya no son tales no se puede decir que las cosas son por sí mismas, sino del mismo nombre.” (1252b, 13-14; 52)
Afirmar que no se puede hacer teoría social sin haber leído y comprendido a Aristóteles es, sin duda, una exageración, pero no por ello deja de ser válida. Una página del Estagirita vale más que muchos libros. Aquí, en pocas líneas, expone el carácter social de los seres humanos, el papel del lenguaje en la humanización esos seres humanos, la preeminencia de la totalidad sobre la parte. Cuando se piensa en ello, en la enormidad del aporte aristotélico, uno se siente abrumado y con razón.
En base a lo anterior, puede escribir que “la justicia (…) es un valor cívico, pues la justicia es el orden de la comunidad civil” (1252b, 16; 52-53). Coincide con el filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1677), quien decía que fuera de la sociedad no existe lo justo y lo injusto. [5] En otras palabras, el orden social, su plasmación en la legislación y en una moral determinada, son una construcción social. El esencialista Aristóteles, para quien, como ya se indicó, los seres humanos son desiguales por naturaleza, explora aquí las fronteras de ese esencialismo; la justicia es un determinado orden de la polis. Si bien el filósofo griego insiste una y otra vez que ese orden obedece a un orden jerárquico y teleológico existente en el cosmos, es posible recorrer otro camino a partir del reconocimiento aristotélico del carácter social de la justicia: concebir a esa justicia como el resultado de la lucha de clases.


El argumento en defensa de la esclavitud
Aristóteles comienza su argumento explicando en qué consiste la administración de la casa, pues la polis se compone de casas.
Enseguida nos encontramos con un primer llamado de atención: “La casa perfecta la integran esclavos y libres.” (1253b, 1; 53). Las partes de la casa son: amo y esclavo, marido y esposa, padre e hijos. Se trata de tres relaciones: heral [6], conyugal y procreadora. Los tres casos son definidos como relaciones jerárquicas, de dominación. En todos ellos el que manda es el varón. Además, y eso es algo que corresponde enfatizar, rige la desigualdad como rasgo propio de la esencia de los seres humanos. [7]
A continuación, Aristóteles desarrolla la cuestión de la necesidad de la propiedad: “sin las cosas necesarias es imposible tanto vivir como vivir bien.” (1253b, 4; 54). Por ello,
“Las posesiones son un instrumento para la vida y la propiedad es una multitud de instrumentos; también el esclavo es una posesión animada, y todo subordinado es como un instrumento previo a otros instrumentos.” (1253b, 2: 54).
El amo manda sobre el subordinado (el esclavo), quien, a su vez, manda sobre los instrumentos inanimados.
Aristóteles reconoce que las cosas podrían ser de otra manera:
“Si cada uno de los instrumentos pudiera cumplir por sí mismo su cometido obedeciendo órdenes o anticipándose a ellos, si (…) las lanzaderas tejieran solos y los plectros tocaran la cítara, los constructores no necesitarían ayudantes ni los amos esclavos.” (1253b, 3 – 1254a, 1; 55 - el resaltado es mío – AM- ).
La automatización es concebida como liberación del trabajo manual. Ahora bien, dada la existencia de clases sociales, el trabajo manual queda a cargo de los “subordinados”, de los dominados. Aristóteles sugiere que la cuestión se origina en un problema técnico (el bajo desarrollo de las fuerzas productivas). Alguien tiene que hacer “el trabajo sucio”. Jamás se le ocurre – como hace Thomas More en Utopía – abolir la propiedad privada y repartir el trabajo entre todos. Hay que recordar que el argumento aristotélico pro-esclavitud se basa en la desigualdad natural de los seres humanos.
Aristóteles establece una distinción entre producción, cuyo objetivo es producir un producto, que permanece luego de acabada la acción de producir; y acción [praxis], cuyo fin es la misma actividad y que no produce un resultado aparte.
“Los llamados instrumentos lo son de producción, mas las posesiones son los instrumentos de acción. En efecto, la lanzadera [instrumento] produce algo aparte, pero el vestido y el lecho [posesiones], sólo su uso. (…) La vida es acción, no producción, y por ello el esclavo es un subordinado para la acción.” (1254a, 4-5; 55).
De modo que la condición del esclavo se ve rebajada radicalmente: no puede vivir su vida como acción, sino que debe limitarse a producir para que los hombres libres gocen de la acción.
“El amo es solamente dueño del esclavo, pero no le pertenece. El esclavo, en cambio, no sólo es esclavo del amo, sino que le pertenece enteramente.” (1254a, 5; 56).
El amo es el todo – su naturaleza puede ser todo -; el esclavo es la parte, sólo puede llevar a cabo su producción para otros. Por ende, la esclavitud lo es por naturaleza:
“Cuál es la naturaleza del esclavo y cuál su facultad resulta claro de lo expuesto; el que, siendo ser humano, no se pertenece por naturaleza a sí mismo, sino a otro, ese es por naturaleza esclavo. Y es hombre de otro el que, siendo hombre, es una posesión. Y la posesión es un instrumento activo y distinto.” (1254a, 6; 56)
¿La esclavitud va contra la naturaleza?, ¿es mejor y justo para alguien ser esclavo o no?
La respuesta es contundente:
“Mandar y obedecer no sólo son cosas necesarios, sino también convenientes, y ya desde el nacimiento algunos están destinados a obedecer y otros a mandar. Y hay muchas formas de mandar y obedecer, y siempre es mejor el mando sobre subordinados mejores.” (1254a, V2; 56).
Todo proceso de trabajo implica divisiones funcionales: alguien que dirija una acción determinada; otros que ejecuten las órdenes de esa persona. Pero Aristóteles transforma la dominación en un atributo de la naturaleza humana.
“Dondequiera que uno manda y otro obedece, hay una obra común. (…) En todo lo que consta de varios elementos y llega a ser una unidad común, ya de elementos continuos o separados, aparecen siempre el dominante y el dominado.” (1254 a, 5, 3-4; 56-57)
Para justificar la existencia de la desigualdad natural entre las personas, el Estagirita recurre a la distinción entre alma y cuerpo. Ésta se da, según el filósofo, en todos los seres vivos. Según esta distinción, “uno manda por naturaleza y el otro es mandado.” (1254a, 5, 4; 57). El filósofo establece las siguientes distinciones: el alma gobierna al cuerpo, dominio señorial; la inteligencia gobierna al apetito, dominio político y regio; el hombre gobierna a los animales domésticos; el macho gobierna a la hembra por naturaleza, “uno es superior y otro inferior, uno manda y otro obedece.” (1254b, 8, 7; 57-58).
Sobre el final del Libro Primero, vuelve a insistir en la idea de que las relaciones de subordinación se originan en la diferente participación de las personas en las “virtudes morales”: “todos deben participar de ellas, pero no de la misma manera, sino sólo en la medida en que es preciso a cada uno para su función.” (1260a, 8; 82). Desde su nacimiento, cada individuo está encadenado a una función en la sociedad; las diferencias entre las personas son naturales y obedecen a un orden que abarca todo el universo.
¿Qué es, pues, un esclavo?
“Todos los seres que se diferencian de los demás tanto como el alma del cuerpo y como el ser humano del animal (se encuentran en esta relación todos cuantos su trabajo es el uso del cuerpo, y esto es lo mejor de ellos), estos son esclavos por naturaleza, para los cuales es mejor estar sometidos a esta clase de mando (…) Pues es esclavo por naturaleza el que puede ser de otro (y por eso precisamente es de otro) y el que participa de la razón tanto como para percibirla, pero no para poseerla, pues los demás animales no se dan cuenta de la razón, sino que obedecen a sus instintos.” (1254b, 8-9; 58 – el resaltado es mío- AM).
Entre el amo y el esclavo la diferencia es esencial: sólo el primero puede ser autónomo (no depender de otro), puesto que posee la Razón. Como ocurre en la crítica de Platón a la democracia, el peso del argumento está puesto en el conocimiento (los que saben o los que tienen la razón), no en la relación. Esa diferencia de conocimiento se origina en la naturaleza humana, está inscripto en ella.
“Así, pues, está claro que unos son libres y otros esclavos por naturaleza, y que para éstos el ser esclavos es conveniente y justo.” (1255a; 59)
Como el esclavo por naturaleza sólo alcanza a percibir la razón, pero no la posee, necesita de un amo que vele por sus intereses. A cambio, el esclavo realiza el trabajo físico. La esclavitud, lejos de ser una imposición por la violencia, es una relación de beneficio para ambas partes.
Aristóteles también examina la cuestión de las diferencias entre los esclavos y los artesanos:
“Pues mientras el esclavo participa de la vida de su amo, el artesano está más alejado, y sólo le concierne la virtud en la misma medida que su servidumbre, pues el obrero manual tiene una especie de servidumbre limitada, mientras el uno es esclavo por naturaleza, no así el zapatero ni ningún otro artesano.” (1260a, 13 – 1260b, 14; 83-84)
Sobre el final del argumento sobre la esclavitud se encuentra un pasaje que muestra la diferencia entre la mentalidad del amo en Atenas y la del empresario capitalista. Aristóteles se está refiriendo a la ciencia del amo, que es la de saber mandar a los esclavos, decirles a éstos lo que tienen que hacer. Y concluye: “por eso todos los que tienen la posibilidad de evitar personalmente sufrir malos ratos confían este cargo a un administrador, y ellos se dedican a la política y a la filosofía.” (1255b, 7, 5; 63)
La diferencia con el comportamiento y los ideales del empresario capitalista es abismal. El amo tiene que limitarse a recibir la renta, el excedente generado por los campesinos, ya sean éstos libres, siervos, esclavos, etc.).


La economía política de la polis
Dado que esta nota está centrada en el examen de la filosofía política aristotélica, dedicaremos poco espacio a la última parte del Libro Primero, dedicada precisamente a la economía de la polis. Esto no implica, de ningún modo, minimizar el aporte del Estagirita al estudio científico de la economía. Karl Marx (1818-1883) afirmó que Aristóteles fue el “gran investigador que analizó por vez primera la forma de valor, como otras tantas formas del pensar, de la sociedad y de la naturaleza.” [8]
Aristóteles distingue entre la economía, que es el arte de la utilización; y la crematística, el arte de la adquisición. (1256a, 8, 2; 65).
Al examinar los temas económicos, el Estagirita piensa teleológicamente. Un ejemplo: afirma que la naturaleza produjo todos los seres para que fueran utilizados por los humanos. (1256b, 12; 67).
Una vez planteado el punto de partida metodológico, Aristóteles da cuenta de su concepción de la riqueza. Concibe a ésta como “la suma de instrumentos al servicio de una casa y de una ciudad.” (1256b, 15; 68). Es decir, la piensa como suma de valores de uso, cuyo propósito es satisfacer necesidades. Y esta riqueza siempre es limitada, “pues la provisión de esta clase de bienes para vivir no es ilimitada.” (1256b, 14; 67)
Aristóteles trata específicamente de la crematística a partir de 1257a, 9,1; 68. La define como un “arte adquisitivo (…) para el cual parece no existir límite alguno de riqueza y propiedad.” (1257a, 9, 1; 68)
Para fundamentar la distinción entre economía y crematística, desarrolla las diferencias entre valor de uso y valor de cambio. (1257a, 9, 2). No podemos desarrollar su tratamiento de la cuestión, basta con indicar que se trata de una cuestión primordial para la ciencia económica. [9]
La crematística es el arte de producir bienes mediante el comercio; se centra en el dinero, etc. En otras palabras, se ocupa de la circulación y no de la producción de bienes. Trata del dinero, no del capital.
En medio del análisis se encuentra esta perla: “la teoría se desarrolla libremente, pero la práctica se pliega a las necesidades.” (1258b, 11; 75).
Para finalizar, el Libro Primero de la Política reúne los elementos metodológicos fundamentales para la comprensión de la filosofía política de Aristóteles. Estudia a la polis (la sociedad griega) como una totalidad; en ello reside uno de los mayores méritos de la obra.

Parque Avellaneda, viernes 3 de enero de 2019


NOTAS:
[1] Respecto a la definición del concepto de polis: “Cuando se habla de la polis (o ciudad-estado) no se debe perder de vista el hecho de que ella constituía el centro principal de la vida social de los griegos en la Antigüedad, corporación compuesta por un núcleo urbano (ásty) circundado por los campos de labor que constituían el territorio (khóra) de la polis conformando así una entidad indivisible. En dicho territorio, tenían sus parcelas los miembros reconocidos por la comunidad, siendo la apropiación privada de las tierras de cultivo en el marco de unidades de tipo doméstico (oîkos) uno de los rasgos primordiales de su organización económica. Por otra parte, la ciudad era el marco de existencia permanente de las instituciones de gobierno, pero dentro de un esquema en el que no se daba un dominio de la ciudad sobre el campo sino un modo de articulación de las relaciones sociales en el que ciudad y campo no podían ser divorciados. Esto comportaba la constitución de una colectividad política, un Estado que puede definirse como un gobierno sin burocracia debido a la participación directa de los ciudadanos en los asuntos públicos. Entre las cuestiones centrales que debía regular se encontraba el acceso a los miembros de la comunidad a las parcelas de tierra a través de mecanismos relativamente igualitarios ligados a dicho marco político participativo. Por lo tanto, para poder acceder a la tierra resultaba necesario ser reconocido como integrante de la organización social, lo cual implicaba la existencia de prerrogativas reservadas exclusivamente para los miembros de la comunidad.” (Gallego, J., El campesinado en la Grecia Antigua, Buenos Aires, Eudeba, 2009, p. 31-32).
[2] “La naturaleza no hace nada con mezquindad (…) sino cada cosa para un solo fin.” (1252b 3; 47). En otras palabras, tiene una concepción teleológica de la naturaleza y la sociedad.
[3] Aristóteles se preocupa por dejar en claro la desigualdad natural entre el hombre y la mujer. “Por naturaleza está establecida una diferencia entre la hembra y el esclavo  (…) Pero entre los bárbaros, la hembra y el esclavo tienen la misma posición, y la causa de ello es que no tienen el elemento gobernante por naturaleza, sino que su comunidad resulta de esclavo y esclava.” (1252b, 4; 47). Más adelante: “El hombre es por naturaleza más apto para mandar que la mujer – a no ser que se de una situación antinatural -, y el de más edad y maduro más que el más joven e inmaduro.” (1259b, 12, 1; 79).
[4] La expresión griega es politikón zôion. Más adelante se encuentra una justificación del carácter social del ser humano: “es evidente que la ciudad es por naturaleza y es anterior al individuo; porque si cada uno por separado no se basta a sí mismo, se encontrará de manera semejante a las demás partes en relación con el todo. Y el que no puede vivir en comunidad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios.” (1252b, 14; 52; el resaltado es mío – AM-). Más todavía, el ser humano “apartado de la ley y de la justicia, es el peor de todos [los animales]. La injusticia más insoportable es la que posee armas, y el ser humano está naturalmente provisto de armas al servicio de la sensatez y de la virtud, pero puede utilizarlos para las cosas más opuestas. Por eso, sin virtud, es el ser más impío y feroz y el peor en su lascivia y voracidad.” (1252b, 15-16; 52)
[5] Es curioso y alentador que dos filósofos tan opuestos entre sí en su concepción de la sociedad lleguen, sin embargo, a conclusiones semejantes. Hobbes afirma lo siguiente: “En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que nada puede ser injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar. (…) Justicia e injusticia no son facultades ni del cuerpo ni del espíritu. Si lo fueran, podrían darse en un hombre que estuviera solo en el mundo, lo mismo que se dan sus sensaciones y pasiones. Son, aquéllas, cualidades que se refieren al hombre en sociedad, no en estado solitario.” (Hobbes, Thomas, Leviatán, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 104).
[6] Derivado de heril: 1. Adj. Perteneciente o relativo al amo. [Real Academia Española online].
[7] Aristóteles indica al pasar que algunos consideraban que la esclavitud no era natural, “que la dominación es contra naturaleza, pues el esclavo y el libre lo son por convención, pero en nada difieren por naturaleza. Por esta razón tampoco es justa, ya que es violenta.” (1253b, 4; 54). El punto es importante. No todos estaban de acuerdo con la esclavitud en el mundo griego. En Atenas, por ejemplo, Solón (c. 638-c. 558 a. C.) debió abolir la esclavitud por deudas, debido a los conflictos que generaba y que ponían en riesgo la estabilidad de la polis.
[8] Marx, K. (1996). El capital: Crítica de la economía política. México: Siglo XXI, p. 72.
[9] El valor de uso es la cualidad que tiene un producto de satisfacer alguna necesidad humana. El valor de cambio surge del intercambio con otros productos; indica la proporción en que cada producto se cambia por otros. Ver Gastiazoro, E. (1978). Léxico de economía. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, p. 118-119.