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domingo, 29 de julio de 2018

NORBERT ELIAS Y LA CRÍTICA SOCIOLÓGICA DE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA DE POPPER: NOTAS DE LECTURA





Norbert Elias (1897-1990) fue un sociólogo alemán cuya obra no requiere mayor presentación. Se destacó en el campo de la sociología histórica y es autor de El proceso de la civilización (1939), una de las obras maestras de la sociología del siglo XX. Elias escribió una crítica de la obra de Karl Popper (1902-1994), La lógica de la investigación (1934; 1959). Se trata del artículo “¿Ciencias o ciencias?”, publicado originalmente en 1985, bajo el título “Wissenschaft oder Wissenschaften? Beitrag zu einer Diskussion mit wirklichkeitsblinden”, en ZEITSCHRIFT FÜR SOZIOLOGIE, vol. 14, cuaderno 4, agosto de 1985, pp. 268-281.

A continuación, transcribo mis notas de lectura, que pueden ser de alguna utilidad para el lector interesado en la epistemología de las ciencias sociales. Utilicé la traducción española de Vera Weiler, profesora de la Universidad Nacional de Colombia, incluida en la compilación: Elias, Norbert, La civilización de los padres y otros ensayos, pp. 369-405.


Elias comienza marcando las características del debate. La discusión sobre el status de la ciencia tiene características diferentes si se la encara desde el método científico o desde la filosofía de la ciencia. Si se enfoca la cuestión desde este último punto de vista, “las tesis propias sobre la ciencia no requieren de comprobación empírica, es decir la confrontación con investigaciones acerca de la estructura y función real de las ciencias con miras a su legitimación.” (p. 369). Para legitimar una propuesta teórica, los filósofos de la ciencia remiten a la autoridad de alguna figura (como Popper, por ejemplo). En rigor, la filosofía de la ciencia no es una ciencia, “sino una metaciencia” (p. 370).

Ahora bien, ¿cómo se protege esta metaciencia contra el peligro de una “especulación arbitraria”? Sus defensores lo hacen mediante el uso reiterados de “determinados términos clave que, según parece, son entendidos como instancia última” (p. 370). Un ejemplo de esto: ‘eso es así por razones lógicas’. El interés de Elias por dilucidar qué entienden los filósofos por ‘lógica’ es resultado del papel que Popper le asigna a ésta.

Popper no se refiere a la lógica formal, que se ocupa de “símbolos de relaciones puras”. Ahora bien, “como objetos de investigación (…) las ciencias no son relaciones puras, es decir, anónimas. Su naturaleza es distinta a la de los objetos de la matemática o de la lógica formal.” (p. 371).

Elias considera que la noción de ‘lógica’ empleada por Popper permite caracterizar a éste como “un descendiente tardío del a priori kantiano.” (p. 371). [1] Popper adhiere a una idea de la metafísica trascendental, que consiste en afirmar que el pensamiento de las personas está atado a leyes cuasi – naturales, que existen como condiciones no aprendidas, previas a toda experiencia.

La lógica de la investigación gira en torno a cuatro tesis fundamentales, que Elias expresa así:

1)    “Hay una lógica cuyas leyes anteceden a toda ciencia como su condición última y de modo independiente a todo conocimiento adquirido mediante la experiencia, es decir a priori.” (p. 372). Si queremos conocer cómo ocurre la investigación científica y cómo debe llevarse a cabo, es necesario remitirse a esta lógica.

2)    “De estas premisas lógicas resulta que sólo puede haber un único tipo de ciencia cuya versión ejemplar es la física clásica, es decir, una ciencia universal.” (p. 372).

3)    “De estas premisas lógicas se deduce además que el método de la investigación científica debe estar en el centro de toda teoría de la ciencia. (…) el a priori lógico determina que no exista sino un único método de investigación científica; es un método universal, no importa la diversidad de los objetos de la investigación científica, ni tampoco los problemas por resolver.” (p. 372).

4)    “De estas premisas lógicas resulta además que un método totalmente determinado, un método cuantificador, extraído también de la física, es el único al que se le puede atribuir el rango de método.” (p. 372). El empleo de este método permite distinguir ciencia de pseudociencia.

Elias indica que considera falsas a las cuatro tesis de Popper. Por razones de espacio, se concentra en la discusión de la primera de ellas. El argumento de Elias se sintetiza así: “Los seres humanos aprenden (…) a hablar y a pensar de modo lógico, es decir, a hacerlo de forma clara y coherente en el sentido de su sociedad, puesto que de esto depende su capacidad de comunicarse con otros. Y si no lo aprenden, entonces tampoco lo pueden hacer. (…) No existe el más mínimo indicio de límites prefijados, es decir, en principio innatos, para la capacidad humana de adecuar plenamente a la realidad los símbolos auditivos, visuales o táctiles, que le sirven como medios de comunicación y orientación. No se puede demostrar por vía puramente lógica que sólo existe un único tipo de ciencia, sin que importe cuán diversos sean los ámbitos de los objetos de la investigación.” (p. 373).

Elias considera que las ciencias tienen como tarea “resolver problemas antes no resueltos, y que tal vez eran insolubles para los hombres. En otras palabras, se trata de realizar descubrimientos verificables y de generar conocimiento nuevo, más acorde con las realidades; hay que extender el acervo de los símbolos a ámbitos de objetos nuevos para los cuales antes no había símbolos adecuados, capaces de generar consenso en torno suyo. El método científico no es sino un medio para este fin.” (p. 374). Desde este punto de vista, transformar al método en un fetiche o hacer girar la teoría de la ciencia en torno a la teoría del método (la metodología) es “una equivocación fatal”.

“Las ciencias del hombre, de acuerdo con la peculiaridad del ámbito de su objeto, como también con la naturaleza de sus problemas, necesitan sus propios métodos de investigación.” (p. 374).

El autor rechaza la concepción que sostiene que las ciencias sociales deben seguir el método de la física, tal como proponen Popper y sus discípulos. Esta es una “pretensión monopólica es un anacronismo que proviene de una época en que la física, gracias a sus descubrimientos, atraía la atención y en la que la ciencia equivalía a la ciencia natural.” (p. 375).


A continuación, el autor aclara la cuestión que da título al artículo. En el siglo XVII (y, tal vez, en el XVIII) podía hablarse de ciencia en singular: se trataba de la física. En el siglo XX esto es un anacronismo. En la actualidad existen tres grandes áreas de ciencias: las ciencias físicas, las ciencias naturales y las ciencias sociales.

Hoy resulta pertinente la pregunta por las razones de la diversidad de las ciencias. Elias da aquí su respuesta, que se diferencia de la doctrina popperiana de ciencia.

“Para esclarecer las diferencias entre las ciencias resulta indispensable centrar la atención en las diferencias en la estructura de los objetos de conocimiento.” (p. 376). Esto se contrapone con la metafísica nominalista del círculo popperiano, cuyos representantes ignoran las diferencias de hecho que existen entre los objetos (por ejemplo, entre la estructura de los átomos y la de las sociedades humanas).

Hay que tener presente que existe una “gran evolución”, que va desde los átomos hasta los tejidos y más allá. [2] “Cuanto más se asciende en la escala evolutiva de los ámbitos de los objetos, tanto más disminuye la posibilidad de explicar suficientemente el funcionamiento y comportamiento de la unidad respectiva más altamente organizada a partir de las particularidades de sus unidades parciales investigadas por separado; tanto más se ven enfrentados los científicos a la tarea de explicarlas a partir de la organización de sus unidades parciales, es decir, de la configuración que constituyen entre ellas; a partir pues del modo en que se coordinan entre sí y en que dependen unas de otras.” (p. 378-379).

Popper presenta su teoría de la ciencia como derivada por día deductiva. Por eso no se propone en ningún momento “comprobar su modelo filosófico de la ciencia mediante la confrontación con la institución social de las ciencias mismas en proceso de desarrollo.” (p. 381). [Popper deja de lado la historia al momento de formular esa teoría de la ciencia. Este abandono de la historia es una de las bases de los defectos de la Concepción Heredada – Círculo de Viena + Popper.]

El modelo estándar de la gran evolución sirve para refutar el postulado de una ciencia universal y de un método universal del trabajo de la investigación científica. “Lo que se puede observa realmente es que el método de la investigación científica cambia de modo específico en relación con la diversidad de los campos que son su objeto y lo mismo ocurre con los problemas que se plantean.” (p. 383). En definitiva, “la investigación de ámbitos de objetos diversos implica diferencias en el método del procedimiento científico.” (p. 384).

El modelo estándar de gran evolución revela tres hechos importantes para la emancipación de la sociología [y de las demás ciencias sociales] de la tutela de los modelos de ciencia físicos y biológicos, así como para la autonomía relativa de las diversas áreas de la ciencia: a) el concepto de objeto de la teoría clásica del conocimiento resulta demasiado indiferenciado, pues objetos de distintos niveles de la evolución se distinguen entre sí de manera específica; b) figuras de niveles de evolución previos forman unidades parciales de los objetos de niveles de organización superiores; c) los objetos de un nivel de evolución y organización superior pueden ser conocidos mediante la investigación humana, pero nunca por completo por vía puramente analítica (el estudio de tales unidades parciales aisladas).

Ejemplo: “Las sociedades humanas no se componen sino de individuos singulares. Y, no obstante, para la investigación científica de las sociedades humanas no basta con el estudio del comportamiento y la experiencia de los individuos particulares en estado de aislamiento. Pues sin un conocimiento preciso de su integración como miembros de grupos, es decir, de su posición como miembros de una familia, de una tribu o de un Estado, su experiencia y su comportamiento como individuos particulares tampoco pueden ser suficientemente diagnosticados y explicados de manera científica.” (p. 386).

Elias concluye este punto afirmando que ni la sociología puede reducirse a la biología, ni la biología a la física.

El autor responde a la cuestión del prestigio de la física: “El alto prestigio de la física y de sus representantes no se basa en el método, sino en los descubrimientos de los físicos, en la solución convincente de problemas antes no resueltos, en una palabra, en sus múltiples aportes a la ampliación del conocimiento humano congruente con la realidad y, con por tanto, aplicable en la práctica.” (p. 387). Frente a esto, “una de las principales carencias de las ciencias humanas, pero en particular de la sociología, es precisamente esa capacidad de lograr descubrimientos comprobables y capaces de suscitar consensos, que muy frecuentemente tienen relevancia mucho más allá de los límites estrechos del área especializada.” (p. 388).

El método propuesto por Popper y sus discípulos parte del supuesto del investigador individual que construye de modo autosuficiente y completamente por sí solo la investigación. Elias parte de otro supuesto: cada científico es un eslabón “en la cadena de las generaciones científicas y, en un sentido más amplio, de las generaciones sociales. No inician su trabajo con la cabeza vacía, y sus hipótesis no las sacan del aire, al estilo de los magos. Tampoco comienzan con unas observaciones particulares para extraer de ellas unas leyes generales.” (p. 388-389). De este modo, ni la deducción ni la inducción juegan un papel relevante en la discusión sobre las ciencias, pues “todo investigador comienza su trabajo con una buena cantidad de conocimientos teóricos, empíricos y prácticos aprendidos de otros.” (p. 389).


El final del artículo está dedicado a la revisión de las teorías del conocimiento de Popper y sus partidarios, de los individualistas metodológicos. En especial, Elias aborda la cuestión de las premisas ontológicas de estas corrientes.

El autor opina que Popper es el último filósofo que procuró mantener la tradición de la metafísica trascendental, inaugurada por Descartes (1596-1650) y prolongada por Kant (1724-1804). Esta corriente se apoya en dos supuestos: 1) su objetivo es explicar “cómo puede un hombre – solamente a partir de su propio esfuerzo y sin remitirse a un conocimiento que ha aprendido de otros hombres, es decir, sin relación con el respectivo estado del desarrollo social del fondo de conocimiento común de los seres humanos, de manera totalmente aislada – adquirir un conocimiento del mundo que le corresponda, tal como éste es realmente.” (p. 394). En otras palabras, como el sujeto de conocimiento puede obtener por sí solo conocimiento de un objeto; 2) existe un tabique divisorio entre la imagen que forma una persona sobre los objetos, y los objetos mismos “fuera de ella”, tal como son “en sí”. “Atribuyeron al pensamiento o a la razón una legalidad propia, en cierto modo innata y en todo caso dada por naturaleza.” (p. 394).

Elias señala que ya en la Crítica de la razón pura (1781), Kant quedó atrapado en el solipsismo “yo sólo en este mundo”. La forma de escapar de la trampa es reconocer que cada uno de nosotres (este nosotres incluye a los científicos) aprendió de otras personas “las formas de las relaciones específicas de la conciencia, supuestamente dadas a priori, como los conceptos del lenguaje corriente en la sociedad. (…) Pero Kant estaba atado a una forma de pensar que lo inducía a tratar al hombre individual como un caso especial de una ley general. Es decir, visto de más cerca, lo trataba como un objeto natural, siguiendo el modelo de la física; de este modo, la conciencia individual constituía para él un caso especial de lo que llamaba «conciencia en general”. Para él, la razón individual, en realidad codeterminada por la experiencia y el conocimiento aprendido, estaba acuñada por la «razón pura» universal, proveniente de la naturaleza humana, cuya legalidad natural propia supuestamente antecedía a toda experiencia, a todo conocimiento aprendido.” (p. 396).

Popper sigue en la línea de Descartes y Kant, pero reemplazó el concepto cartesiano de pensamiento y el concepto kantiano de la razón por el de lógica. (p. 398).

Villa del Parque, domingo 29 de julio de 2018

NOTAS:
[1] Ver al final de este trabajo, donde Elias traza la relación entre la metafísica trascendental de Descartes y Kant, y la lógica de la investigación científica de Popper.
[2] Se trata de un modelo estándar de la gran evolución, que sirve de referencia a una teoría sociológica de las ciencias. Dicha evolución comprende los siguientes niveles, en orden ascendente: partículas subatómicas, átomos, moléculas simples y complejas, seres vivos unicelulares, seres vivos multicelulares, seres humanos. “Para una teoría de las ciencias resulta decisivo saber que, en el curso plenamente continuo de la evolución, el ascenso nunca previsible a un nivel respectivamente superior, es decir, a un nivel de integración más complejo y más diferenciado, lleva a nuevas estructuras y nuevos modos de funcionamiento.” (p. 382).

domingo, 22 de julio de 2018

FICHA: WALLERSTEIN, IMMANUEL. “LAS CIENCIAS SOCIALES EN EL SIGLO XXI. CAP. 1” (1999)




Noticia bibliográfica:

Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de Julieta Barba y Silvia Jawerbaum, incluida en: Wallerstein, Immanuel. (2005).Las incertidumbres del saber. Barcelona: Gedisa. (pp. 15-21). El texto en cuestión es el capítulo 1 de la obra, titulado “A favor de la ciencia, en contra del cientificismo: Los dilemas de la producción contemporánea del saber”.

Título original: "Social sciences in the twenty-first century". Publicado por primera vez: Kazancigil, Ali y Makinson, D., comps. (1999). World Science Report, 1999. Unesco. (pp. 42-49).


En los siglos XIX y XX la ciencia era considerada como “la única forma segura de la verdad” (p. 15). Mientras que la teología, la filosofía y la sabiduría popular ofrecían verdades discutibles, parecía que la ciencia era la única actividad que podía ofrecer certezas; esto era así porque mientras las demás formas de aserción de la verdad eran ideológicas o subjetivas, las afirmaciones científicas podían ser revisadas o refutadas si surgían nuevos datos.

Hacia 1980 la ciencia empezó a ser cuestionada. Se la acusó de ser ideológica, subjetiva y poco fiable. Se esgrimieron contra ella una serie de acusaciones: 1) en las teorías científicas existen muchas premisas que no hacen otra cosa que reflejar las posturas culturales dominantes en cada época; 2) los científicos manipulan los datos; 3) no hay verdades universales y todas las afirmaciones científicas son necesariamente subjetivas.

La ciencia respondió afirmando que “esos ataques eran producto de un retorno a la irracionalidad.” (p. 16).

En vez de la defensa cerrada ensayada por los científicos, Wallerstein propone un camino basado en la reflexión sobre las premisas filosóficas de la actividad científica y el contexto político de las estructuras del saber.

¿Cómo sabemos que una afirmación científica nueva es válida o al menos plausible?

Debido a la magnitud alcanzada por la especialización, muy pocas personas están en condiciones adecuadas para decidir sobre el interrogante planteado. Esta situación es más aguda en las ciencias “duras”. ¿Cómo se resuelve? “Solemos usar el criterio de la validación por parte de autoridades prestigiosas. Colocamos los lugares de publicación en una tabla de posiciones de fiabilidad y lo mismo hacemos con las personas que comentan la proposición nueva.” (p. 16). ¿De dónde salen estas tablas de fiabilidad? No hay ningún manual sobre esto ni un ranking de tablas de fiabilidad; por ende, “las tablas de fiabilidad provienen de otras tablas de fiabilidad.” (p. 16). El edificio de las tablas de fiabilidad se sostiene, a su vez, en la confianza en los expertos en cada especialidad. Se supone que éstos rechazarán las proposiciones que no estén bien fundamentadas o cuya evidencia sea insostenible. No confiamos en un experto individual, sino “en comunidades de expertos autoerigidas.” (p. 17; el resaltado es mío – AM-). Nuestra confianza en los expertos se apoya en dos supuestos: “los expertos se han capacitado en instituciones que los avalan y dentro de lo posible, no responden a intereses personales.” (p. 17). Dado que una especialización requiere de una formación rigurosa, ésta se realiza en instituciones formales, las cuales son evaluadas según escalas de fiabilidad. Estas instituciones se controlan entre sí. Por ello tenemos confianza en los profesionales surgidos de ellas. En síntesis, “damos crédito a la reputación y los antecedentes académicos.” (p. 17). Además, se piensa que los científicos son desinteresados, en el sentido de que “están siempre dispuestos a aceptar toda verdad que surja de una interpretación inteligente de los datos, sin tener la necesidad de ocultar esas verdades, ni de distorsionarlas, ni de negarlas.” (p. 17).

Las críticas contra la ciencia apuntaron a la combinación de “buena capacitación” y “desinterés”. Respecto a la capacitación, hicieron hincapié en que la capacitación profesional omite elementos importantes en sus análisis como consecuencia de las creencias dominantes en las capas sociales de las que provienen los científicos. Los críticos distinguieron entre la cuestión del sesgo deliberado (prejuicio) y el sesgo estructural o institucionalizado (del que los científicos no son conscientes). Respecto al desinterés, esta es una norma central “a la institucionalización de la ciencia moderna. (…) se supone que la norma es tan fuerte que restringe la tendencia a violarla. (…) actuar desinteresadamente significa que el científico investigará todo lo que requieran la lógica de su análisis y los modelos emergentes de los datos, y estará dispuesto a publicar los resultados obtenidos incluso si la publicación afecta las políticas sociales que él apoya o daña la reputación de colegas que admira.” (p. 18). Pero los científicos están sometidos a muchas presiones externas, (gobiernos, instituciones, personas influyentes), internas (las de su superyó) y al principio de Heisenberg (los procesos y procedimientos de investigación transforman al objeto que se investiga). Además, la certificación profesional requerida para operar en una ciencia permita que la comunidad científica restrinja el ingreso a la misma por motivos que están en las antípodas del desinterés. Lo mismo ocurre con la intromisión política en el proceso de certificación.

Frente a lo expuesto en el párrafo anterior, Wallerstein concluye que no hay ningún argumento convincente capaz de contrarrestar el escepticismo. Sin embargo, hay un camino posible. El autor sostiene que hay que distinguir entre ciencia y cientificismo. El segundo se refiere “a la idea de que la ciencia es desinteresada y extrasocial, que sus enunciados de verdad se sostienen por sí mismos sin apoyarse en afirmaciones filosóficas más generales y que la ciencia representa la única forma legítima de saber.” (p. 19). Los escépticos de 1980 en adelante arremetieron contra las debilidades de la lógica del cientificismo. Si los científicos optan por proteger a éste, debilitarán la legitimidad de la ciencia. (p. 19).

Wallerstein reivindica la ciencia como “una aventura humana fundamental”, cuyos dos enunciados principales son: “1) hay un mundo que trasciende nuestra percepción, que siempre ha existido y siempre existirá. Este mundo no es producto de nuestra imaginación. Con este enunciado, rechazamos concepciones solipsistas del universo. 2) Ese mundo real puede conocerse parcialmente por métodos empíricos y el conocimiento obtenido puede resumirse por teorizaciones heurísticas. Aunque no es posible conocer íntegramente el mundo ni, por cierto, predecir el futuro correctamente (pues el futuro no está dado), resulta muy útil ir en busca del saber para tener una interpretación más acabada de la realidad y mejorar las condiciones de nuestra existencia.” (p. 19-20).

En resumen, “nunca vamos a estar seguros de si lo que dicen los expertos es cierto, pero es improbable que nos vaya mejor si descartamos por completo sus afirmaciones.” (p. 20). Frente a la crisis del sistema-mundo contemporáneo, el autor sostiene que es preciso desembarazarse del cientificismo: “Debemos reconocer que, además de apoyarse en el conocimiento de las causas eficientes, las elecciones científicas están cargadas de valores y propósitos. Es necesario incorporar el pensamiento utópico en las ciencias sociales. Debemos descartar la imagen del científico neutral y adoptar una concepción de los científicos como personas inteligentes pero con preocupaciones e intereses, y moderados en el ejercicio de su hybris.” (p. 21).



Villa del Parque, domingo 22 de julio de 2018

jueves, 19 de julio de 2018

FICHA: TARROW, SIDNEY. EL PODER EN MOVIMIENTO (1994)




Sidney Tarrow (n. 1938) es un sociólogo y politólogo estadounidense. Cursó sus estudios en las Universidades de Syracuse, Columbia y California en Berkeley. En esta última obtuvo su Doctorado en Ciencia Política (1965). Actualmente es Profesor Emérito de Gobierno y Sociología en la Universidad de Cornell. Las investigaciones del profesor Tarrow abarcan campos que van desde el comunismo, la política local y los derechos humanos. Es especialista en el estudio de los movimientos sociales; en esta área es autor de la obra Power in Movement: Collective Action, Social Movements and Politics, cuya primera edición apareció en 1994, publicada por Cambridge University Press. En 1998 vio la luz una 2° edición, revisada, cuya publicación también correspondió a Cambridge University Press.

La presente ficha de lectura está dedicada a la introducción (pp. 17-29). En una ficha posterior trabajaré el capítulo 1 de la obra, “La acción colectiva y los movimientos sociales” (pp. 33-64).

Utilicé la traducción española de Herminia Bavia y Antonio Resines: El poder en movimiento: Los nuevos movimientos sociales, la acción colectiva y la política. Madrid,  Alianza, 1997.

Introducción

Tarrow define de modo general su objeto de estudio: “El poder de los movimientos sociales se pone de manifiesto cuando los ciudadanos corrientes unen sus fuerzas para enfrentarse a las elites [1], a las autoridades y a sus antagonistas sociales. Crear, coordinar y mantener esta interacción es la contribución específica de los movimientos sociales, que surgen cuando se dan las oportunidades políticas para la intervención de agentes sociales que normalmente carecen de ellas. Estos movimientos atraen a la gente a la acción colectiva por medio de repertorios conocidos de enfrentamiento e introducen innovaciones en torno a sus márgenes. En su base se encuentran las redes sociales y los símbolos culturales a través de los cuales se estructuran las relaciones sociales. Cuanto más densas sean las primeras y más familiares los segundos, tanto más probable será que los movimientos se generalicen y perduren.” (p. 17-18).

Los ejes fundamentales del libro son el modo en que los movimientos sociales (MS a partir de aquí) “superan los obstáculos que se oponen a la acción colectiva y mantienen su interacción con sus antagonistas y con el estado”, y los resultados de los ciclos de protesta (CP a partir de aquí) que generan.

Respecto a las relaciones entre el poder y los MS, pueden formularse tres interrogantes: a) ¿Cuáles son las circunstancias en las que surge el poder de los movimientos?; b) ¿existe una dinámica común al desarrollo de los MS que vincule sus entusiastas comienzos con el auge de su lucha y su desengañada extinción?; c) ¿es real el poder de los movimientos sociales si su impacto está tan mediatizado y es tan efímero?

El profesor Tarrow afirma que su intención “es ofrecer un marco general para la comprensión de los MS, los CP y las revoluciones que tuvieron su origen en Occidente y se extendieron a todo el planeta a lo largo de los dos últimos siglos.” (p. 19).

Un elemento clave para la comprensión de los MS es la acción colectiva contenciosa (ACC a partir de aquí): “La acción colectiva adopta muchas formas: puede ser breve o mantenida, institucionalizada o disruptiva, monótona o dramática. En su mayor parte se produce en el marco de las instituciones por parte de grupos constituidos que actúan en nombre de objetivos que difícilmente harían levantar una ceja a nadie. Se convierte en contenciosa cuando es utilizada por gente que carece de acceso regular a las instituciones, que actúa en nombre de reivindicaciones nuevas o no aceptadas y que se conduce de un modo que constituye una amenaza fundamental para otros. Da lugar a MS cuando los actores sociales conciertan sus acciones en torno a aspiraciones comunes en secuencias mantenidas de interacción con sus oponentes o las autoridades.” (p. 19). La ACC es la base de los MS. Los organizadores de éstos lo saben y “lo utilizan para explotar las oportunidades políticas, crear identidades colectivas, agrupar a la gente en organizaciones y movimientos contra adversarios más poderosos.” (p. 20). En este punto, Tarrow aclara que parte de la teoría de la acción colectiva, pero la ACC asociada a los MS posee rasgos históricos y sociológicos distintivos.

Ahora bien, ¿Qué es un MS?

“El mejor modo de definir a los movimientos [sociales] es como desafíos colectivos planteados por personas que comparten objetivos comunes y solidaridad en una interacción mantenida con las elites, los oponentes y las autoridades.” (p. 21).

El profesor Tarrow distingue cuatro propiedades empíricas en los MS:

v  Desafío colectivo:

“Los movimientos plantean sus desafíos a través de una acción directa disruptiva contra las elites, las autoridades u otros grupos o códigos culturales. Aunque lo más habitual es que esta disrupción sea pública, también puede adoptar la forma de resistencia personal coordinada o de reafirmación colectiva de nuevos valores. (…) Los desafíos colectivos suelen caracterizarse por la interrupción, la obstrucción o la introducción de incertidumbre en las actividades de otros.” (p. 22). Más allá de que los MS desarrollan otras formas de acción (Ejemplo: formación de grupos de presión), “lo más característico de los movimientos sociales es el desafío colectivo”. (p. 22). La elección de la forma de acción (que sea el desafío colectivo) es consecuencia de que los dirigentes de los MS carecen de los recursos estables (dinero, organización, acceso al Estado) que controlan los grupos de interés y los partidos políticos. Por ello, “los movimientos recurren al desafío colectivo para convertirse en el punto focal de sus seguidores y atraer la atención de sus oponentes y de terceras partes.” (p. 22).

v  Objetivo común:

El motivo habitual para aglutinar a las personas es: “plantear exigencias comunes a sus adversarios, a los gobernantes y a las elites. (…) esto no nos obliga a asumir que todos los conflictos surgen de intereses de clase o que el liderazgo carece de autonomía; sólo que en la base de las acciones colectivas se encuentran intereses y valores comunes o solapados entre sí.” (p. 23). El objetivo común es lo que hace que la gente arriesgue el pellejo.

v  Solidaridad:

“Es el reconocimiento de una comunidad de intereses lo que traduce el movimiento potencial en una acción colectiva. Los responsables de la movilización del consenso desempeñan un importante papel en la estimulación del mismo. No obstante, los líderes sólo pueden crear un movimiento social cuando explotan sentimientos más enraizados y profundos de solidaridad o identidad.” (p. 24). Tarrow indica un elemento significativo: “las muchedumbres y las manifestaciones espontáneas adquieren identidad a través del ataque al «otro».” (p. 24).

v  Mantenimiento de la acción colectiva:

“Un episodio de confrontación sólo se convierte en un MS merced al mantenimiento de la actividad colectiva frente a los antagonistas.” (p. 25). Los objetivos comunes, la identidad colectiva y un desafío identificable son elementos que contribuyen a ello, pero es primordial mantener el desafío contra el oponente. La respuesta de Tarrow al problema del mantenimiento de la acción colectiva es “que los cambios en la estructura de las oportunidades políticas crean incentivos para las acciones colectivas. La magnitud y duración de las mismas dependen de la movilización de la gente a través de las redes sociales y en torno a símbolos identificables extraídos de marcos culturales de significado.” (p. 25).

Para que los MS se volvieran nacionales, fue preciso que se desarrollara lo que el profesor Tarrow denomina el repertorio modular, es decir, formas flexibles, adaptables e indirectas de acción colectiva, a través de la letra impresa, las asociaciones y la construcción del Estado. (p.26). En este punto, destaca que el Estado “no sólo sirvió de blanco para las reclamaciones colectivas, sino, cada vez más, de punto de apoyo de las exigencias planteadas a otros.” (p. 26).

Es fundamental estudiar la manera en que se activan las demandas, pues si éstas no son activadas, aunque se hallen fuertemente arraigadas permanecen inertes. “En mi opinión, el principal factor de activación lo constituyen los cambios en las oportunidades políticas, que originan nuevas oleadas de movimiento y dan forma a su despliegue. (…) Las oportunidades políticas son a la vez explotadas y expandidas por los MS, transformados en acción colectiva y mantenidos por medio de estructuras de movilización y marcos culturales.” (p. 26-27).

El autor presta especial atención a los ciclos de protesta, ciclos de conflicto y realineación que abarcan a sociedades enteras. A ellos dedica el capítulo 9 de la obra.

Tarrow cierra la introducción con un compendio del libro, en el que resume el contenido de cada capítulo de la obra.


Villa del Parque, jueves 19 de julio de 2018


NOTAS:

[1] El profesor Tarrow distingue entre “elites de poder”, que combaten a los MS; y las “elites antagonistas”, que se enfrentan a las primeras, pero procuran desviar el descontento en nuevas direcciones. (p. 18).

miércoles, 18 de julio de 2018

FICHA: KATZ, RICHARD S. Y MAIR, PETER. “EL PARTIDO CARTEL: LA TRANSFORMACIÓN DE LOS MODELOS DE PARTIDOS Y DE LA DEMOCRACIA DE PARTIDOS” (1995)




Richard S. Katz (n. 1947) es un politólogo estadounidense. Peter Mair (1951-2011) fue un cientista político irlandés, profesor de Política Comparada en el Instituto Universitario Europeo de Florencia (Italia). Ambos se especializaron en el estudio de los partidos políticos. En el artículo “Changing Models of Party Organization and Party Democracy. The Emergence of the Cartel Party”, publicado por primera vez en PARTY POLITICS, 1, 1995: 5-27, desarrollaron la tesis del surgimiento de un nuevo tipo de partido político, el partido cartel.

Para la redacción de esta ficha trabajé con la traducción española de María Jiménez Buedo: “El partido cartel. La transformación de los modelos de partidos y de la democracia de partidos”, publicada en la revista ZONA ABIERTA, núms. 108-109, pp. 9-39.

Introducción (pp. 9-10)

Desde los tiempos de Moisey Ostrogorsky (1854-1921), la literatura sobre los partidos políticos (PP a partir de aquí) está marcada por la tendencia a clasificar a los PP en base a su relación con la sociedad civil. Esto tuvo dos consecuencias: a) el partido de masas (PM a partir de aquí; también llamado modelo de partido socialista) aparece como el modelo estándar; b) se subestima la influencia que puede ejercer en los PP su relación con el Estado.

Los autores sostienen que ambas consecuencias son erróneas, pues el PM está vinculada a una concepción de la democracia y a una visión de la estructura social, ambas caducas en las sociedades post-industriales. Además, hay una concepción del proceso lineal del desarrollo de los PP, que lleva a pensar que el PM está condenado a la estabilidad o el declive.

Katz y Mair elaboran su trabajo en base a dos supuestos: a) la evolución de los PP en las democracias occidentales refleja un proceso dialéctico en el que cada nuevo tipo de partido genera una reacción que produce un nuevo desarrollo, y que lleva a su vez a otro nuevo tipo de partido; b) esta dialéctica surge tanto a partir de los cambios en la sociedad civil como de las transformaciones en las relaciones entre los PP y el Estado. (p. 10).

A partir de la simbiosis cada vez más estrecha entre los PP y el Estado surgió un nuevo tipo de partido: el partido cartel (PC a partir de aquí), que implica una concepción particular de la democracia.

El partido de masas y el partido catch-all (pp. 11-14)

El PM [1] se basa en dos supuestos:

1)    “Las unidades fundamentales de la vida política están constituidas por grupos sociales predefinidos de contornos precisos, y la pertenencia a éstos afecta a todos los aspectos de la vida del individuo. (…) La política está fundamentalmente basada en la competición, el conflicto y la cooperación de estos grupos, y los PP son los agentes mediante los cuales estos grupos, y por lo tanto, sus miembros, participan en la política, formulan sus demandas al Estado y, en última instancia, intentan controlar el Estado mediante la colocación de sus representantes en puestos clave. Cada uno de estos grupos tiene un interés, que se articula en el programa de «su» partido. (…) este programa no es un mero conjunto de políticas, sino un todo coherente y lógicamente conectado. De esta manera, la unidad y disciplina del partido no sólo son ventajosas desde una perspectiva pragmática, sino también normativamente legítimas. Esta legitimidad depende, a su vez, de la implicación popular en la formulación del programa del partido y, desde una perspectiva organizativa, esto conlleva  la necesidad de una estructura de agrupaciones locales o células que canalicen el input de las masas hasta el seno del partido en los procesos de formulación de las políticas. La implicación popular (…) conlleva la necesidad de la supremacía de la dimensión extra-parlamentaria del partido, tal y como se articula en los congresos de los partidos.” (p. 11).

2)    Permite el control popular prospectivo de las políticas, pues los votantes apoyan a uno u otro partido en función de un programa preciso y el partido que obtiene mayoría de votos accede al gobierno. Los PP son “el vínculo esencial entre los ciudadanos y el Estado” (p. 12). La competencia electoral está basada en la movilización y no en la conversión; por ello, el requisito clave para el éxito de un partido “es el de aumentar el nivel de compromiso de aquellos que ya están dispuestos a ofrecer su apoyo – o sea, los miembros de su electorado «natural».” (p. 12). Muchos analistas pensaron que se generaría un efecto contagio entre los PP representantes de otros intereses, y que el PM terminaría por ser el partido del futuro.

Otto Kirchheimer (1905-1965) estudió un nuevo tipo de organización política, el “partido catch-all” [2], que puso en cuestión la concepción del partido = representante de sectores sociales predefinidos. Katz y Mair consideran que este nuevo modelo fue la consecuencia de tres causas: a) la dificultad para identificar grupos diferenciados dentro del electorado con intereses comunes a largo plazo, a raíz del desdibujamiento paulatino de las líneas de división sociales en las décadas de 1950 y 1960 [3]; b) los programas electorales se proclamaron al servicio de todos o casi todos [4], a partir del crecimiento económico y del fortalecimiento del Estado de Bienestar; c) los políticos pudieron hacer llamamientos al conjunto del electorado, dado el desarrollo de los medios de comunicación, y el electorado pasó a comportarse más como consumidor que como participante activo. Este nuevo modelo generó una nueva concepción de la democracia, según la cual “pasó a considerarse que las elecciones se reducían fundamentalmente a optar entre líderes y no entre políticas o programas, mientras que la formulación de esas mismas políticas pasó a ser la prerrogativa de las elites más que de los militantes. El control popular y su capacidad para pedir cuentas a los políticos dejaron de asegurarse prospectivamente sobre la base de alternativas claramente definidas, para pasar a ser retrospectivas, basadas en la experiencia y el historial.” (p. 13). El comportamiento electoral pasó a ser concebido como producto de una elección. Se dejó de lado el énfasis en la movilización y en la conversión de los votantes, quienes pasaron a ser pensados como flotantes, carentes de compromisos, susceptibles de ser captados por cualquiera de los partidos en competición. Como los PP seguían siendo analizados a partir de su vínculo con la sociedad civil, y este vínculo se estaba debilitando, se produjo la eclosión de toda una literatura sobre el “declive de los partidos”.

Las fases del desarrollo de los partidos (p. 14-24)

El PM y el partido catch-all son modelos que tienen como punto de partida la concepción del Estado “como una arena neutral, no partidista” (p. 14).

Katz y Mair proponen estudiar las relaciones entre los PP, el Estado y la Sociedad Civil en su proceso evolutivo desde mediados del siglo XIX. Distinguen cuatro estadios:

v  Régimen censitario liberal (finales del siglo XIX y principios del XX). Sufragio de requisitos restrictivos. Limitación de la actividad política de los no propietarios. La distinción entre Sociedad Civil y Estado se hallaba difuminada, pues los segmentos políticamente relevantes de la primera y la población que ocupaba posiciones de poder en el Estado se hallaban íntimamente relacionados. La concepción de la política se basaba en la existencia de un único interés nacional [El interés de la clase dominante – AM]. Los PP eran grupos de hombres (de cuadros o de notables) que postulaban sus intereses privados como el interés público. No era necesaria una organización formal o muy estructurada. Los recursos para las campañas electorales se recaudaban a nivel local. Los que estaban en posición de elevar sus demandas al Estado no precisaban intermediario alguno.

v  Régimen de partidos de masas. La combinación de industrialización, urbanización y organización de la clase obrera condujeron a una mayor separación entre el Estado y la Sociedad Civil políticamente relevante (mucho más grande que el estadio anterior). Para un número creciente de individuos, que no tenía conexiones con quienes controlaban el Estado, éste último pasó a ser entendido en términos de “ellos”, no de “nosotros”. Surgió el PM, entre los elementos de la Sociedad Civil recién activados y, generalmente, desposeídos del derecho al voto. Obtuvo su fuerza de la cantidad de afiliados, compensando la falta de financiación individual a gran escala con una suma de pequeños aportes, la falta de individuos influyentes con la acción colectiva y organizada, y la falta de acceso a la prensa comercial con una prensa partidaria. Sus dirigentes tenían su principal base de apoyo y no fuera de él. Se trató de PP que explícitamente se atribuyeron la representación de un sector específico de la sociedad. Eran PP con fuerte cohesión partidaria y disciplina. Era “el foro en el que se articulaba el interés político del grupo social al que representaba.” (p. 17). Cambió la definición de lo políticamente apropiado; se modificó la relación entre los ciudadanos/votantes y el Estado. “Las elecciones se transformaron para acabar siendo una selección de «delegados» más que de tutores, y por lo tanto, dejaron de ser meros vehículos mediante los cuales el electorado consentía en ser gobernado por los políticos electos para pasar a ser el instrumento mediante el cual podía exigírsele al gobierno que rindiera cuentas ante el pueblo.” (p. 18). Estado y Sociedad Civil quedaron claramente separados; el PP fue el vínculo entre ellos. El desarrollo de los PM provocó una grave crisis en los partidos de notables, que debieron transformarse para sobrevivir. Como resultado: los partidos tradicionales se convirtieron en organizaciones formalmente parecidas a los PM, pero continuaron haciendo hincapié en la independencia de las actividades parlamentarias del partido; la organización de masas sirvió de apoyo del partido en el Parlamento. Procuraron obtener militantes de todas las clases sociales; esto les sirvió para mantener la idea de que defendían un único interés nacional. Esta fue la base del partido catch-all. Por otra parte, el propio éxito de los PM fue causa de su decadencia. Sus líderes comenzaron a desarrollar las estructuras partidarias en el sentido de partidos catch-all.

v  Régimen de partido catch-all. Tanto los partidos de derecha como de izquierda adoptan este modelo de partido. Militar en un partido pasa a ser una de las muchas causas independientes entre sí a las que puede decidir adherir un individuo. El PP incorpora militantes de todos los sectores sociales y recluta afiliados en función de la afinidad programática y no de la identidad social. En las campañas electorales, en vez de movilizar una base electoral fija, desarrollan una estrategia ofensiva, dirigida a captar a un electorado más amplio. Aquí, el desarrollo de la televisión, por ejemplo, obliga “a los partidos a dirigirse directamente a los votantes mediante llamamientos universalistas, en lugar de comunicarse con ellos a través de sus apoyos electorales de base.” (p. 21). “En este modelo, los partidos dejan de ser los agentes de la sociedad civil que penetran el Estado y actúan sobre él, para pasar a ser más los intermediarios entre la sociedad civil y el Estado, con el partido en el gobierno llevando una existencia desdoblada. Por un lado, los partidos agregan las demandas de la sociedad civil y las presentan ante la burocracia estatal, mientras que, por otro, constituyen los agentes de esa burocracia en su defensa de las políticas ante el público.” (p. 21). La mayoría de los grupos de la Sociedad Civil esperan que sea posible colaborar con cualquiera que sea el partido en el gobierno. Esta concepción de los partidos como intermediarios coincidió con la concepción pluralista de la democracia, desarrollada entre otros por R. A. Dahl (1915-2014): “desde esta perspectiva, la democracia se basa fundamentalmente en las negociaciones y el encaje de intereses independientemente organizados. Los partidos construyen con estos intereses coaliciones en continua mutación, y es vital que cada uno de los partidos esté abierto a diversos intereses para poder cumplir su función como facilitadores de pactos y garantes que impidan la explotación abusiva de unos grupos sobre otros. Los procesos electorales consisten en la elección de un equipo de líderes más que el concurso entre grupos sociales cerrados o ideologías fijas.” (p. 22). La concepción de los PP como intermediarios tiene las siguientes implicaciones: a) los PP pueden tener intereses distintos de los de sus clientes de ambos lados; b) los PP pueden obtener una comisión por sus servicios; c) la capacidad del PP para desempeñarse como intermediario requiere de “habilidad para manipular el Estado en interés propio” (p. 23).

v  Régimen de partido cartel. Producto del paulatino acercamiento de los PP al Estado, que termina en la transformación de éstos en parte del aparato mismo del Estado. Esta es la dirección en la que se encaminan los PP de las democracias modernas desde mediados de la década de 1970: tesis Katz-Mair.

Los partidos y el Estado (pp. 24-26)

El anclaje de los partidos dentro del Estado obedece a varias causas. Hay un declive de la participación en la actividad partidista; las personas prefieren invertir sus esfuerzos en otros grupos, en los que pueden desempeñar un rol más activo. Se desarrollan los single-issues groups, grupos centrados en un único tema de movilización. Además, los PP se han visto obligados a buscar recursos en otra parte; en este sentido, el Estado aparece como la mejor fuente de financiamiento.

“En resumen, el Estado, invadido por los partidos, con las reglas que lo rigen, determinadas por los partidos, deviene una fuente de recursos mediante la cual estos partidos no sólo pueden asegurar su propia supervivencia, sino que también es un instrumento mediante el cual pueden reforzar su capacidad de resistencia ante los retos que surgen de alternativas de movilización reciente. En este sentido, el Estado se convierte en una estructura institucionalizada de apoyo, respaldando a los insiders y excluyendo a los outsiders. Los partidos pasan a ser absorbidos por el Estado, dejando de ser meros intermediarios entre la sociedad civil y el Estado. Habiendo anteriormente asumido el papel de tutores, más tarde de delegados, y después, en el apogeo del partido catch-all, de empresarios, los partidos se han convertido en agencias semi-estatales.” (p. 25).

En base a lo anterior, se comprende que los resultados electorales pasan a ser determinantes para la sobrevivencia de los PP, dado que ese resultado es central al momento de establecer su acceso a los recursos del Estado. Pero puede ocurrir que, en vez de competir por los recursos estatales, se forma un cartel, “cuando todos los partidos comparten recursos y todos ellos subsisten.” (p. 26).

El surgimiento de los partidos cartel (pp. 26-28)

Katz y Mair apuntan que las diferencias en la posición material entre partidos ganadores y perdedores “se han reducido dramáticamente” (p. 26). En muchos casos, el acceso a los recursos no está determinado por el acceso al gobierno, pues diversos regímenes constitucionales favorecen con más medios económicos a los PP que se encuentran en la oposición.

El PC está “caracterizado por la interpenetración entre el partido y el Estado, y por un patrón de colusión inter-partidista.” (p. 27). Para funcionar, el sistema requiere de acuerdos de casi todos los participantes relevantes. Los autores señalan que el proceso se halla recién en sus inicios.

Las características del Partido Cartel (p. 28-34)

El criterio más eficaz para distinguir entre los distintos tipos de PP es el contexto social y político concreto en que se desarrolló cada modelo. Hay que tener en cuenta, además, que cada modelo no desaparece cuando emerge el siguiente; así, por ejemplo, en la actualidad subsisten partidos catch-all junto a PC.

Algunas características clave han ido variando con el tiempo. Es el caso de los fines de la política y la base de la competición partidista: “con el surgimiento de los partidos cartel, se inicia un período en el que los fines de la política, al menos por ahora, se hacen más auto-referenciales, y la política deviene una profesión en sí misma – una profesión cualificada, claro está, y en la que la competición partidista limitada que se produce se basa en la lucha por convencer al electorado de que el partido en cuestión es la opción que garantiza mejor una gestión más efectiva y eficiente.” (p. 29). En lo referente a la competencia electoral, “con el surgimiento del partido cartel, la competición queda una vez más contenida y manejada. (…) los partidos siguen compitiendo, pero lo hacen a sabiendas de que comparten con sus contendientes el interés común de la supervivencia organizativa colectiva, y en algunos casos, incluso el incentivo positivo ligado a la no competición.” (p. 32).´

La democracia y los partidos cartel (pp. 34-36)

El PC está asociado a una revisión del modelo normativo de democracia: “En este modelo revisado, la esencia de la democracia yace en la posibilidad de que los votantes puedan elegir entre un menú fijo de partidos políticos. Los partidos son grupos de líderes que compiten por la posibilidad de ocupar cargos gubernamentales y por ser, en las siguientes elecciones, responsables de la actuación del gobierno. (…) La democracia reside en que las elites satisfagan las preferencias del público, y no en la implicación pública en el proceso de formulación de las políticas. Los votantes deben interesarse por los resultados más que por las políticas, que son del dominio de los profesionales. Los partidos son asociaciones de profesionales y no asociaciones de, o para, los votantes.” (p. 35).

Con el desarrollo del PC, desaparece la frontera entre quienes están “dentro” del gobierno y quienes están “fuera”. En rigor, ningún PP está “fuera”. De este modo, las elecciones dejan de ser un mecanismo de control sobre los gobernantes (que temen al “voto castigo” de los votantes) y pasan a ser “el procedimiento por el cual los gobernantes controlan a los gobernados, y no al contrario.” (p. 35).

“Las democracia se convierte en una manera de alcanzar la estabilidad social y no tanto el cambio social, y las elecciones se convierten en «solemnes» procedimientos constitucionales. (…) la democracia deja de ser vista como un proceso por el cual la sociedad civil impone límites o controles al Estado, y pasa a ser un servicio que el Estado proporciona a la sociedad civil.” (35).

Katz y Mair sintetizan el significado de las elecciones en el estadio del PC: “Los gobernantes, para poder actuar de manera satisfactoria para la mayoría, necesitan información por parte de los gobernados, y las elecciones competitivas, que indican satisfacción (o insatisfacción) con las políticas y los resultados, proporcionan esta información. Por eso el Estado organiza elecciones competitivas. Y dado que las elecciones democráticas (…) requieren partidos políticos, el Estado también proporciona (o garantiza la existencia) de partidos políticos. Al final, claro está, son los partidos en el poder los que conforman el Estado y dan este servicio, y por tanto es su propia existencia la que se está garantizando.” (p. 36). A esto hay que agregarle, que la competencia entre PP es limitada mediante subvenciones y ayudas a todos. La política deja de ser una vocación y se convierte en una carrera profesional. (p. 36).

Los desafíos al partido cartel (pp. 36-39).

Los autores señalan dos dificultades para los PC: a) la aparición del “neocorporativismo”, es decir, la canalización de demandas a través de sindicatos y de cámaras empresarias; b) el surgimiento de partidos de ultra derecha que se proclaman enemigos del régimen de “amigos” conformado por los PC.

Por último, Katz y Mair se resisten a hablar de “declive” de los PP. Reconocen que las lealtades partidistas son menos intensas, que los porcentajes de simpatizantes son menores, que las identidades políticas se encuentran menos diferenciadas. De hecho, cabe hablar de crisis si nos referimos al PM. Sin embargo, si tomamos en cuenta el PC, éste se halla fortalecido por la relación con el Estado.


Villa del Parque, miércoles 18 de julio de 2018



NOTAS:

[1] El PM es definido como “un partido de la sociedad civil, que emana de alguno de los sectores del electorado, y que pretende penetrar el Estado y modificar las políticas públicas en el interés a largo plazo de aquellos sectores del electorado ante los que ha de rendir cuentas.” (p. 14).
[2] Es caracterizado así: “al no nacer como un partido de la sociedad civil, sino como uno que se sitúa entre la sociedad civil y el Estado, también pretende influir sobre el Estado desde fuera, mediante el control temporal de las políticas públicas con el fin de satisfacer, a corto plazo, las demandas de sus pragmáticos consumidores.” (p. 14).
[3] Cabe recordar que la primera oleada de entusiasmo académico por el “fin de las ideologías” se produjo en la década de 1950, al calor de la supremacía económica y militar de los EE. UU. Desde un punto de vista marxista, el “desdibujamiento” de las barreras de clase es insostenible, puesto que sigue imperando el capitalismo y la relación capital – trabajo es primordial. En todo caso, la tesis del “desdibujamiento” toma ciertos elementos (el crecimiento de las nuevas clases medias, el mejoramiento de las condiciones de vida de ciertos estratos de la clase trabajadora) y los convierte en base de la apología de una supuesta “sociedad post-industrial”, que no es otra cosa que una defensa rabiosa del capitalismo. Eso no quita, por supuesto, la necesidad de estudiar todos estos fenómenos. Mirar para otro lado es una actitud que carece de utilidad teórica y política.
[4] A esta altura del partido, resulta hasta candoroso que los autores no pongan siquiera comillas en la expresión los programas electorales se proclamaron “al servicio de todos”. Es más realista indicar que se trata de una estrategia para ganar votantes en el marco de un sistema que es competitivo en la medida en que ninguno de los participantes cuestione las bases del sistema capitalista. En este sentido, en el artículo casi no se examina la cuestión fundamental de las transformaciones económicas experimentadas por el capitalismo a partir de 1945.