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domingo, 22 de julio de 2018

FICHA: WALLERSTEIN, IMMANUEL. “LAS CIENCIAS SOCIALES EN EL SIGLO XXI. CAP. 1” (1999)




Noticia bibliográfica:

Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de Julieta Barba y Silvia Jawerbaum, incluida en: Wallerstein, Immanuel. (2005).Las incertidumbres del saber. Barcelona: Gedisa. (pp. 15-21). El texto en cuestión es el capítulo 1 de la obra, titulado “A favor de la ciencia, en contra del cientificismo: Los dilemas de la producción contemporánea del saber”.

Título original: "Social sciences in the twenty-first century". Publicado por primera vez: Kazancigil, Ali y Makinson, D., comps. (1999). World Science Report, 1999. Unesco. (pp. 42-49).


En los siglos XIX y XX la ciencia era considerada como “la única forma segura de la verdad” (p. 15). Mientras que la teología, la filosofía y la sabiduría popular ofrecían verdades discutibles, parecía que la ciencia era la única actividad que podía ofrecer certezas; esto era así porque mientras las demás formas de aserción de la verdad eran ideológicas o subjetivas, las afirmaciones científicas podían ser revisadas o refutadas si surgían nuevos datos.

Hacia 1980 la ciencia empezó a ser cuestionada. Se la acusó de ser ideológica, subjetiva y poco fiable. Se esgrimieron contra ella una serie de acusaciones: 1) en las teorías científicas existen muchas premisas que no hacen otra cosa que reflejar las posturas culturales dominantes en cada época; 2) los científicos manipulan los datos; 3) no hay verdades universales y todas las afirmaciones científicas son necesariamente subjetivas.

La ciencia respondió afirmando que “esos ataques eran producto de un retorno a la irracionalidad.” (p. 16).

En vez de la defensa cerrada ensayada por los científicos, Wallerstein propone un camino basado en la reflexión sobre las premisas filosóficas de la actividad científica y el contexto político de las estructuras del saber.

¿Cómo sabemos que una afirmación científica nueva es válida o al menos plausible?

Debido a la magnitud alcanzada por la especialización, muy pocas personas están en condiciones adecuadas para decidir sobre el interrogante planteado. Esta situación es más aguda en las ciencias “duras”. ¿Cómo se resuelve? “Solemos usar el criterio de la validación por parte de autoridades prestigiosas. Colocamos los lugares de publicación en una tabla de posiciones de fiabilidad y lo mismo hacemos con las personas que comentan la proposición nueva.” (p. 16). ¿De dónde salen estas tablas de fiabilidad? No hay ningún manual sobre esto ni un ranking de tablas de fiabilidad; por ende, “las tablas de fiabilidad provienen de otras tablas de fiabilidad.” (p. 16). El edificio de las tablas de fiabilidad se sostiene, a su vez, en la confianza en los expertos en cada especialidad. Se supone que éstos rechazarán las proposiciones que no estén bien fundamentadas o cuya evidencia sea insostenible. No confiamos en un experto individual, sino “en comunidades de expertos autoerigidas.” (p. 17; el resaltado es mío – AM-). Nuestra confianza en los expertos se apoya en dos supuestos: “los expertos se han capacitado en instituciones que los avalan y dentro de lo posible, no responden a intereses personales.” (p. 17). Dado que una especialización requiere de una formación rigurosa, ésta se realiza en instituciones formales, las cuales son evaluadas según escalas de fiabilidad. Estas instituciones se controlan entre sí. Por ello tenemos confianza en los profesionales surgidos de ellas. En síntesis, “damos crédito a la reputación y los antecedentes académicos.” (p. 17). Además, se piensa que los científicos son desinteresados, en el sentido de que “están siempre dispuestos a aceptar toda verdad que surja de una interpretación inteligente de los datos, sin tener la necesidad de ocultar esas verdades, ni de distorsionarlas, ni de negarlas.” (p. 17).

Las críticas contra la ciencia apuntaron a la combinación de “buena capacitación” y “desinterés”. Respecto a la capacitación, hicieron hincapié en que la capacitación profesional omite elementos importantes en sus análisis como consecuencia de las creencias dominantes en las capas sociales de las que provienen los científicos. Los críticos distinguieron entre la cuestión del sesgo deliberado (prejuicio) y el sesgo estructural o institucionalizado (del que los científicos no son conscientes). Respecto al desinterés, esta es una norma central “a la institucionalización de la ciencia moderna. (…) se supone que la norma es tan fuerte que restringe la tendencia a violarla. (…) actuar desinteresadamente significa que el científico investigará todo lo que requieran la lógica de su análisis y los modelos emergentes de los datos, y estará dispuesto a publicar los resultados obtenidos incluso si la publicación afecta las políticas sociales que él apoya o daña la reputación de colegas que admira.” (p. 18). Pero los científicos están sometidos a muchas presiones externas, (gobiernos, instituciones, personas influyentes), internas (las de su superyó) y al principio de Heisenberg (los procesos y procedimientos de investigación transforman al objeto que se investiga). Además, la certificación profesional requerida para operar en una ciencia permita que la comunidad científica restrinja el ingreso a la misma por motivos que están en las antípodas del desinterés. Lo mismo ocurre con la intromisión política en el proceso de certificación.

Frente a lo expuesto en el párrafo anterior, Wallerstein concluye que no hay ningún argumento convincente capaz de contrarrestar el escepticismo. Sin embargo, hay un camino posible. El autor sostiene que hay que distinguir entre ciencia y cientificismo. El segundo se refiere “a la idea de que la ciencia es desinteresada y extrasocial, que sus enunciados de verdad se sostienen por sí mismos sin apoyarse en afirmaciones filosóficas más generales y que la ciencia representa la única forma legítima de saber.” (p. 19). Los escépticos de 1980 en adelante arremetieron contra las debilidades de la lógica del cientificismo. Si los científicos optan por proteger a éste, debilitarán la legitimidad de la ciencia. (p. 19).

Wallerstein reivindica la ciencia como “una aventura humana fundamental”, cuyos dos enunciados principales son: “1) hay un mundo que trasciende nuestra percepción, que siempre ha existido y siempre existirá. Este mundo no es producto de nuestra imaginación. Con este enunciado, rechazamos concepciones solipsistas del universo. 2) Ese mundo real puede conocerse parcialmente por métodos empíricos y el conocimiento obtenido puede resumirse por teorizaciones heurísticas. Aunque no es posible conocer íntegramente el mundo ni, por cierto, predecir el futuro correctamente (pues el futuro no está dado), resulta muy útil ir en busca del saber para tener una interpretación más acabada de la realidad y mejorar las condiciones de nuestra existencia.” (p. 19-20).

En resumen, “nunca vamos a estar seguros de si lo que dicen los expertos es cierto, pero es improbable que nos vaya mejor si descartamos por completo sus afirmaciones.” (p. 20). Frente a la crisis del sistema-mundo contemporáneo, el autor sostiene que es preciso desembarazarse del cientificismo: “Debemos reconocer que, además de apoyarse en el conocimiento de las causas eficientes, las elecciones científicas están cargadas de valores y propósitos. Es necesario incorporar el pensamiento utópico en las ciencias sociales. Debemos descartar la imagen del científico neutral y adoptar una concepción de los científicos como personas inteligentes pero con preocupaciones e intereses, y moderados en el ejercicio de su hybris.” (p. 21).



Villa del Parque, domingo 22 de julio de 2018

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