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sábado, 16 de enero de 2021

ENGELS Y LOS SOCIALISMOS

Friedrich Engels en su juventud

 

Un presente anodino, un futuro sin esperanzas...

En vísperas de la Revolución de 1789 se denominaba Tercer Estado a la inmensa mayoría de la población de Francia, conformada por burgueses, artesanos, trabajadores asalariados y campesinos, quienes sostenían con su trabajo la vida acomodada de los nobles y el clero que componían el Primer y Segundo Estados, respectivamente. Cuando Luis XVI (1754-1793; rey de Francia, 1774-1793) convocó los Estados Generales para resolver la situación financiera del reino (sin sospechar que estaba arrimando fuego a un polvorín), uno de los diputados del Tercer Estado afirmó: “1. ¿Qué es el Tercer Estado? Todo. 2. ¿Qué ha sido hasta el presente en el orden político? Nada. 3. ¿Cuáles son sus exigencias? Llegar a ser algo”. [1]

En vísperas de 2021 podemos reformular la pregunta de 1789: ¿Qué es el movimiento socialista? La respuesta es: Nada. Las circunstancias son bien diferentes a las de 1789. Al poco tiempo de la reunión de los Estados Generales las masas tomaron la Bastilla, dando comienzo a la Revolución. Hoy los socialistas miran con melancolía el pasado, agobiados por un presente anodino y por la ausencia de esperanzas en el futuro. Cargan con el peso de vivir en una época sin revoluciones, pero repleta de explotación y desigualdades sociales. El presente aparece como un jeroglífico que los socialistas no pueden descifrar: ¿cómo es posible que un movimiento que se propuso transformar el mundo de raíz haya quedado reducido a la impotencia? La caída de la URSS, lejos de liberar al socialismo de la burocracia y el autoritarismo, representó una gran victoria del Capital. A treinta años de 1991 los socialistas conservan los viejos vicios, con el agravante de que no logran convencer a nadie de las virtudes del socialismo. Tres décadas después siguen sin poder procesar la caída de la URSS. 

La situación actual del movimiento socialista es el resultado de múltiples factores. Ninguna organización tiene un diagnóstico que abarque todas las dimensiones del problema; en definitiva, nadie posee un plan para salir de la marginalidad política (me refiero, por supuesto, a planes que hayan demostrado ser medianamente exitosos). El contexto es tan abrumador que incluso resulta pertinente preguntarse si tiene sentido seguir siendo socialista…

Este no es el lugar para justificar la respuesta afirmativa a esa pregunta. Basta con informar al lector que el autor piensa que la respuesta es “sí”. Dicho esto, uno de los problemas del movimiento socialista es la desunión entre sus distintas corrientes, que incluye peleas encarnizadas que abarcan también las relaciones personales entre los militantes. A esta altura del partido resulta (o debería resultar) claro que ningún escrito puede resolver divisiones que vienen de muy atrás y que obedecen a multitud de causas. Pero cada persona que se considera socialista tiene la obligación de contribuir a encauzar las disputas por carriles civilizados. De no hacerlo, estará aportando su granito de arena a la profundización de la fragmentación y eso facilita el trabajo del Estado. No resulta extemporáneo citar aquí los versos del Martín Fierro: “Los hermanos sean unidos porque ésa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos se pelean, los devoran los de afuera.” [2]

En este ensayo nos referimos a personas y debates del siglo XIX. Sin embargo, no pretende ser un trabajo histórico, sino que nos proponemos utilizar la historia de las ideas como herramienta para fomentar un mejor clima en los debates contemporáneos. Rastrear los orígenes de ciertas actitudes permite aflojar un poco la mano en nuestros días, evitar que el diálogo necesario para la construcción política se vea sepultado bajo la defensa de los sectarismos.

El ego de la originalidad y la concepción lineal de la historia...

Nuestro ego tiende a considerar que tenemos ideas originales y que a cada paso estamos descubriendo la pólvora. Esta tendencia tan profundamente humana se ha manifestado a lo largo de la historia y no hay motivo para pensar que dejará de ser así en el futuro. En principio no hay nada particularmente malo en esta búsqueda egoísta de la originalidad, sobre todo si nos encontramos dispuestos a tomar las precauciones necesarias; entre ellas, la principal es reconocer la limitación de nuestro campo de actividad.

El egoísmo de la originalidad también se encuentra en la teoría de la sociedad. La filosofía sirve como piedra de toque para desarrollar el argumento; por lo general, cada creador de un sistema filosófico consideraba que su sistema era el único verdadero, mientras que los demás filósofos se hallaban equivocados. Aun cuando el creador del nuevo sistema reconociera méritos a los anteriores, ese reconocimiento pasaba por afirmar que los sistemas precedentes eran pasos necesarios para llegar a la verdad. Así, el egoísmo de la originalidad va de la mano con una concepción lineal del progreso de la humanidad, según la cual nuestros ancestros vivieron pura y exclusivamente para que existiéramos nosotros. El presente es el depositario de la Verdad, en tanto que el pasado tiene que contentarse con los errores, los absurdos y los tanteos. 

La concepción lineal de la historia se expresa en todos los campos del pensamiento. El movimiento socialista no fue la excepción. Desde sus orígenes, a finales del siglo XVIII, el socialismo se encontró dividido en distintas corrientes. El capitalismo era algo novedoso, que recién comenzaba la carrera que lo llevaría a convertirse en la forma de organización social dominante en todo el planeta. Al principio abarcaba un puñado de países (y de regiones dentro de esos países). La clase trabajadora (el asalariado moderno) era diminuta y apenas empezaba a ensayar sus formas de lucha contra el capital. Nadie tenía claro en qué consistía el capitalismo ni adonde conducía. Los teóricos y los militantes chapoteaban por igual en las orillas de un océano desconocido. Resulta lógico que en tal ambiente florecieran los diagnósticos y las propuestas más diversas; el análisis y el disparate convivían sin mayor inconveniente. Escribo “disparate” y me corrijo: es disparate si lo miramos desde la actualidad, con el diario del lunes en la mano. Pero en 1800, por poner una fecha, nadie sabía el camino que tomaría el mundo...

...En 1877 ya se sabía bastante más del capitalismo. El movimiento socialista contaba con varias corrientes de pensamiento y acción que competían entre sí; en varios países europeos existían sindicatos y partidos socialistas legales (o en vías de serlo). La Comuna de París (1871) había demostrado que era posible que el movimiento obrero podía conquistar el poder político.

Canonizando al marxismo, pero también...

En ese contexto Friedrich Engels (1820-1895) escribió el folleto Del socialismo utópico al socialismo científico [3], una de las obras más influyentes del y en el movimiento socialista. Del movimiento socialista porque fue, junto con el Manifiesto comunista (1848), la punta de lanza de la difusión de las ideas socialistas entre las masas [4]; en el movimiento socialista porque Engels se propuso formular una visión canónica de la historia del socialismo, en la que el socialismo marxista era presentado como la consumación del movimiento. Es cierto que, como veremos más adelante, SUSC presenta una versión más compleja de la historia del movimiento socialista; no obstante, durante más de un siglo los marxistas (o, si se prefiere, la mayoría de ellos) leyeron la obra como la demostración de la superioridad del marxismo frente a las demás corrientes socialistas.

El corte entre el socialismo utópico y el socialismo científico, establecido por Engels, fue utilizado para legitimar a una de las corrientes socialistas (la marxista) y sacar de la cancha a las demás. Por eso el caso sirve para comprender los mecanismos y las formas de un procedimiento que se ha repetido una y otra vez. Hay que hacer la salvedad de que Engels no sólo formula la distinción, sino que también proporciona elementos para superar los aspectos dogmáticos de la distinción. De este modo, en la confluencia de los aspectos político (de la práctica política) y científico (la elaboración de una ciencia de la sociedad) del socialismo marxista se abre un camino para encauzar las diferencias.

Para comprender el argumento de Engels es preciso retroceder un poco en la historia. No era la primera vez que el término socialismo utópico era utilizado por los fundadores del socialismo marxista (Respecto al término “marxista”, Marx renegó más de una vez de los rótulos que le colgaban sus seguidores; incluso llegó a declarar: “Yo no soy marxista”). [5] El MC, publicado treinta años antes que SUSC, dedica su tercer capítulo al análisis de la literatura socialista y comunista; el tercer apartado de ese capítulo se titula precisamente “El socialismo y el comunismo crítico-utópico”. De modo que la denominación socialismo utópico ya existía en 1848. Pero en el MC no aparece la expresión socialismo científico; la afirmación de la contraposición socialismo utópico - socialismo científico es posterior a 1848.

No estamos frente a un problema académico, sino que se trata de un problema político: la toma de posición del socialismo marxista frente a las otras corrientes del movimiento socialista. En 1848 los marxistas eran una minoría insignificante; en 1877 tenían ya una importante influencia en el movimiento obrero y en los grupos y partidos socialistas; la palabra de los marxistas comenzaba a orientar las luchas económicas y políticas de los trabajadores, las discusiones con otras corrientes socialistas ya no eran meras “peleas de emigrados” (aunque seguían conservando el tono guapo y compadrito de ellas), sino que se trataba cada vez más de luchas por espacios de poder. 

Antes de entrar en el terreno bélico de las disputas entre las corrientes socialistas es bueno destacar algunos elementos positivos, que sirven para poner en práctica la frase del filósofo holandés Spinoza (1632-1677): “Ni reír ni llorar, comprender”. Esos elementos fueron elaborados por los propios protagonistas de las disputas, aunque, como suele ocurrir, no son tomados en cuenta por los participantes (mejor dicho, ni siquiera son percibidos), pues en las luchas políticas rige el principio “Al enemigo ni justicia”. No obstante, nosotros tenemos la obligación de prestar atención a cada uno de esos elementos.

Engels volvió canónica la distinción socialismo utópico - socialismo científico, pero también proporcionó los elementos para poner en cuestión la concepción lineal del progreso que se encuentra implícita en esa distinción. Es muy probable que Engels no haya sido consciente de esto último; pero, muchas veces, las cosas suceden de manera impensada para los actores.

La historia mete la cola: la concepción lineal se complica...

Engels indica que la distinción socialismo utópico y socialismo científico remite a la diferencia entre dos etapas históricas del movimiento obrero. Más en general, podemos afirmar que cada período del capitalismo tiene su forma específica de socialismo. Esto no es otra cosa que la aplicación del principio materialista de la historia a un caso particular. Si aceptamos estas proposiciones, tenemos que rechazar la idea de que la distinción mencionada obedece a la superioridad de Marx sobre los utopistas. El medio social e histórico impone condiciones que modelan, en parte, a cada socialismo.

Engels formuló estas ideas en SUSC:

Esta situación histórica informa también las doctrinas de los fundadores del socialismo. Sus teorías incipientes no hacen más que reflejar el estado incipiente de la producción capitalista, la incipiente condición de clase. Se pretendía sacar de la cabeza la solución de los problemas sociales, latente todavía en las condiciones económicas poco desarrolladas de la época. (p. 56)

...y también en Anti-Dühring

Sólo la gran industria desarrolla los conflictos, que hacen ineludible la revolución del modo de producción, conflictos no sólo entre las clases que la gran industria engendra, sino también entre las mismas fuerzas productivas y la forma de cambio que ella crea; de otra parte, solo la gran industria da, con el desarrollo gigantesco de las fuerzas productivas, los medios de resolver dichos conflictos. Y si hacia 1800, los conflictos nacidos del nuevo orden social apenas estaban en vías de originarse, mucho menos lo estaban los medios de resolverlos.” (p. 265)

Engels pensaba que el socialismo utópico era el resultado de un período signado por el bajo desarrollo del capitalismo, ese niño que recién comenzaba a gatear. Las soluciones propuestas por los utópicos eran la respuesta a esa etapa temprana del capital. Engels retoma en este punto una idea básica de la concepción materialista de la historia, que Marx enuncia así en el prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política (1859):

Una formación social jamás perece hasta tanto se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas para las cuales resulta ampliamente suficiente, y jamás ocupan su lugar relaciones de producción nuevas y superiores antes de que las condiciones de existencia de las mismas no hayan sido inculcadas en el seno de la propia antigua sociedad. (p. 5)

Con el diario del lunes en la mano sabemos que el capitalismo estaba dando sus primeros pasitos. Engels también tenía su diario del lunes (escribía en 1875), pero eso no quita que tengamos que prestar atención a su tesis de que los socialistas utópicos no podían ir más allá del nivel de desarrollo del capitalismo en que se hallaban inmersos. Sin embargo, para evitar caer en el abismo de la determinación económica de todo lo humano y lo divino, hay que distinguir entre: a) las formas organizativas y los programas de las organizaciones; b) el nivel del pensamiento (la teoría a la que adhieren las organizaciones políticas). Las formas organizativas están más atadas al grado de desarrollo material de una sociedad; el pensamiento puede permitirse una libertad mucho mayor. Por eso los socialistas utópicos vislumbraron problemas que surgieron más adelante en el proceso histórico.

La solución al problema del diario del lunes se encuentra en el ya citado prólogo a la Contribución a la crítica:

Así como no se juzga a un individuo de acuerdo a lo que este cree ser, tampoco es posible juzgar una época semejante de revolución a partir de su propia conciencia, sino que, por el contrario, se debe explicar esta conciencia a partir de las contradicciones de la vida material, a partir del conflicto existente entre fuerzas sociales productivas y relaciones de producción. (p. 5)

La aplicación del principio materialista al estudio del socialismo tiene consecuencias políticas. En primer lugar, proporciona una perspectiva diferente sobre las disputas entre los diferentes grupos socialistas. La razón nunca resolvió ni resolverá por sí sola los conflictos sociales, pero puede contribuir a moderar los ímpetus asesinos de sus protagonistas, al presentar las condiciones materiales en que se desenvuelven estos conflictos. 

El socialismo marxista debe ser sometido al mismo análisis que los otros socialismos. En segundo lugar, el capitalismo de 2021 no es el de 1877. Esta afirmación, evidente por sí misma, es negada constantemente en la práctica por la inmensa mayoría de los socialistas actuales, quienes utilizan categorías de análisis y diagnósticos elaborados entre un siglo y siglo y medio atrás. Si aceptamos la validez del mencionado criterio materialista, no podemos dejar de reconocer que el socialismo de nuestros días tiene características diferentes al del siglo XIX porque es el producto de una etapa distinta del desarrollo del capitalismo. El problema consiste en que los socialistas no quieren ver al capitalismo como un sistema dinámico, sino que se sienten cómodos pensándolo en términos estáticos, como si fuera algo inerte desde 1867, 1917 o 1938.

Este ensayo ha cobrado una extensión desmesurada y no deseo fatigar al lector más de la cuenta. Por eso opté por dividirlo en varias partes. En una segunda entrega presentaré las características del socialismo utópico, tal como las describe Engels en SUSC y en una tercera haré lo mismo con los rasgos fundamentales del materialismo histórico (o socialismo científico).


Villa del Parque, sábado 16 de enero de 2021


ABREVIATURAS:

MC = Manifiesto comunista / SUSC = Del socialismo utópico al socialismo científico


NOTAS:

[1] Se trata de Emmanuel-Joseph Sieyès (1748-1836), quien arrancó su carrera como sacerdote y luego se convirtió en un político relevante durante la etapa revolucionaria y el primer período de la era napoleónica. La frase citada en el ensayo se encuentra en el primer párrafo del panfleto de Sieyès  Qu’est-ce que le tiers état? (1789).

[2] Se trata del poema gauchesco del escritor argentino José Hernández (1834-1881).

[3] Es una obviedad que todo libro tiene su historia, pero las obviedades también merecen ser contadas (a veces lo obvio es lo más difícil de conocer). SUSC fue publicado originalmente como tercera parte del Anti-Dühring, titulada “Socialismo”. Este libro se escribió con un objetivo político, mantener la unidad del Partido Socialista Obrero de Alemania. Para comprender cabalmente la preocupación de Engels es necesario recordar brevemente la historia previa del socialismo alemán. En 1851 la Liga de los Comunistas (cuyo programa era, precisamente, el Manifiesto comunista) cesó sus actividades en Alemania, debido a la persecución policíaca. A partir de ese momento vinieron los años amargos de las “peleas de emigrados”, cuyas disputas eran tanto más virulentas cuanto más lejos se hallaban de la lucha por el poder real. La década de 1850 fue un desierto para los militantes socialistas, nadie les daba bola (por lo menos en Alemania y Francia). Marx dedicó estos años a estudiar en el British Museum (Londres), mientras Engels pagaba las cuentas o, por lo menos, impedía que la familia de Marx pereciera de inanición. Las cosas cambiaron en la década siguiente, cuando crecieron las organizaciones obreras en Alemania. Ferdinand Lassalle (1825-1864), tan personaje como organizador, jugó un papel importante en la fundación de la Asociación General de Trabajadores de Alemania (1863) e impulsó la reorganización de los socialistas alemanes. Lassalle sabía (o intuía) que era necesario ofrecer a los trabajadores perspectivas más inmediatas que la revolución; no desdeñó negociar con el gobierno prusiano para conseguir mejoras para la clase obrera. Lassalle murió en un duelo (desenlace acorde con el personaje), pero sus seguidores conservaron influencia en el movimiento obrero. Por su parte, los seguidores de Marx y Engels alcanzaron la fuerza suficiente para constituir el Partido Socialdemócrata Obrero de Alemania (1869). En 1875 las dos vertientes del socialismo alemán (los lassalleanos y los “marxistas”) se unificaron en el Partido Socialista Obrero de Alemania. (Marx puteó de todas las formas posibles al leer el programa del nuevo partido - muestra de que su influencia no alcanzaba para imponer sus puntos de vista a los socialistas alemanes, dado que el programa se aprobó igual - y redactó el conjunto de manuscritos y cartas conocido bajo el título de Crítica del programa de Gotha). Unidad prendida con alfileres, según el parecer de Marx y Engels, pero unidad al fin. Después de años de peregrinar por el desierto y de la disolución de la Primera Internacional, los marxistas contaban con una organización política que los escuchaba (aunque ésta no les era incondicional ni mucho menos) y que podía defender sus ideas. Y en esto llegó el profesor Dühring (1833-1921)...

Como ya dijimos, la unidad del socialismo alemán era precaria, por no decir otra cosa más fuerte. Dühring se proclamó socialista en 1872 y agrupó en torno suyo a muchos admiradores y admiradoras, que veían en el profesor un mártir en la lucha por el libre pensamiento (el gobierno prusiano lo expulsó de su cátedra); un número significativo de sus partidarios eran militantes del partido socialista. Dühring, a pesar de tener un carácter pedante combinado con megalomanía, era una persona inteligente, que había escrito libros sobre todo lo humano y lo divino. Su obra ofrecía RESPUESTAS  a los jóvenes sobre los temas teóricos y prácticos. En cambio, para esa época el socialismo marxista podía poner sobre la mesa el Manifiesto y el Libro Primero de El capital, más un cúmulo de manuscritos conocidos sólo por las ratas y los ratones; muy poco para satisfacer a los jóvenes ávidos de respuestas a los problemas prácticos. Es por ello que dirigentes socialistas de la talla de Wilhelm Liebknecht (1826-1900) insistieron para que Engels tomara cartas en el asunto y escribiera una crítica de las obras de Dühring. El problema era serio; muchos militantes y algunos dirigentes adherían a sus ideas. 

Engels encaró la crítica dividiéndola en tres partes: Filosofía, Economía política, Socialismo. El texto se publicó en el Vorwärts, órgano de prensa del socialismo alemán, en 1877-1878. Posteriormente, a instancias de Paul Lafargue (1842-1911), la parte dedicada al socialismo apareció en francés, con el título Socialisme utopique et socialisme scientifique (1880). 

[4] En el prólogo a la edición inglesa de SUSC, publicada en 1892, Engels describe así la difusión de la obra: “De este texto francés [la edición de 1880] se hicieron una versión polaca y otra española. En 1883 nuestros amigos de Alemania publicaron el folleto en su idioma original. Desde entonces, se han publicado, a base del texto alemán, traducciones al italiano, al ruso, al danés, al holandés y al rumano. Es decir que, contando la actual edición inglesa, este folleto se halla difundido en diez lenguas. No sé de ninguna otra publicación socialista, incluyendo nuestro Manifiesto Comunista de 1848 y El Capital de Marx, que haya sido traducida tantas veces. En Alemania se han hecho cuatro ediciones de unos 20.000 ejemplares.” (p. 15).

[5] En una carta al economista Konrad (o Conrad) Schmidt (1863-1932) fechada el 5 de agosto de 1890, Engels afirmó: “Marx había dicho a fines de la década del 70, refiriéndose a los «marxistas» franceses, que «tout ce que je sais, c'est que je ne suis pas marxiste»” [Lo único que sé es que no soy marxista]. Una versión (incompleta) de esa carta se encuentra en el sitio marxists.org





BIBLIOGRAFÍA Y DEMASES:

ENGELS, F. [1° edición: 1877-1878]. (1967). El Anti-Dühring o La revolución de la ciencia de Eugenio Dühring. Introducción al estudio del socialismo. Buenos Aires, Argentina: Claridad. Traducción española de José Verdes Montenegro y Montero. El Anti-Dühring se publicó inicialmente en el Vorwärts [Adelante], que para esa época era el periódico de los socialistas alemanes. Es bueno recordar este detalle en tiempos en que la prensa socialista partidaria se limita a repetir las mismas cantinelas de siempre, como si la repetición de mantras fuera una señal de vida. La editorial Claridad, fundada en 1922, fue durante mucho tiempo un lugar de encuentro de diversas corrientes socialistas. Su fundador, Antonio Zamora (1896-1976), la concibió a la vez como cooperativa (desde el punto de vista organizativo) y como universidad popular (desde el punto de vista de su tarea política). En estos tiempos de sectarismo, donde prima el cerrarse sobre el propio ombligo, no está mal recordar experiencias como la de Claridad, que proponían hacer popular la cultura socialista.

ENGELS, F. [1° edición: 1880]. (1986). Del socialismo utópico al socialismo científico. Buenos Aires, Argentina: Anteo. La edición incluye también la obra El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, redactada por Engels en 1876 y publicada por primera vez en 1896. Anteo fue uno de los sellos editoriales del Partido Comunista Argentino. El ejemplar que tengo en mis manos, un folleto de 127 páginas, pertenece a la colección “Pequeña Biblioteca Marxista Leninista”. Muchos socialistas hicimos nuestras primeras lecturas marxistas gracias a esas ediciones, que tenían la virtud de ser baratas en el mejor sentido de la palabra (sus lectores no teníamos un mango, dicho en español rioplatense).

MARX, K. y ENGELS, F. [1° edición: 1848]. (1986). Manifiesto del partido comunista. Buenos Aires, Argentina: Anteo. Incluye Principios del comunismo (1847), redactado por Engels con el propósito de ser el programa de la Liga de los Comunistas. Los compañeros de la Liga optaron por pedirles a Marx y Engels otro proyecto; ése fue el origen del Manifiesto. Sin desmerecer a los Principios, ¡qué visión tuvieron los compañeros! Sin saberlo estaban dando la señal de largada para la elaboración de la obra más importante (después de El capital) de la teoría social y del movimiento socialista. Mi ejemplar, descalabrado, pertenece a la Pequeña Biblioteca Marxista Leninista. 

MARX, K. [1° edición: 1859]. (2000). Contribución a la crítica de la economía política. México D. F.: Siglo XXI. La colección Biblioteca del Pensamiento Socialista (a la que pertenece esta edición) realizó una tarea extraordinaria de difusión de los clásicos, continuando la labor del grupo Pasado y Presente, iniciada en la ciudad de Córdoba allá por la década de 1960. En este caso, el volumen incluye como apéndices varios textos indispensables para adentrarse en ese océano que es El capital, como ser la Introducción general a la crítica de la economía política (1857). La traducción estuvo a cargo de Jorge Tula, León Mames, Pedro Scaron, Miguel Murmus y José Aricó (¡pavada de equipo!).

viernes, 15 de enero de 2021

RESEÑA: TORRE, J. C. LA VIEJA GUARDIA SINDICAL Y PERÓN




Ficha biográfica:

Juan Carlos Torre (n. 1940), sociólogo e historiador argentino, es autor de varios trabajos fundamentales sobre la historia del peronismo. Entre ellos se destaca La vieja guardia sindical y Perón: Sobre los orígenes del peronismo (1988), producto de una investigación iniciada en 1972 en el Instituto Torcuato Di Tella y terminada en 1982, tiempo signado por la derrota del proyecto político de Perón en 1973-1976, por la dictadura militar y por el exilio del autor en EE. UU., Francia, Brasil y Gran Bretaña. En enero de 1983 la investigación fue presentada como tesis de doctorado en la Ecole des Hautes Etudes de Paris, bajo la supervisión del sociólogo francés Alain Touraine (n. 1925). [1]

jueves, 14 de enero de 2021

RESEÑA: MATSUSHITA. MOVIMIENTO OBRERO ARGENTINO 1930-1945



Ficha bibliográfica

Matsushita, H. [1° edición: 1983]. (2014). Movimiento obrero argentino 1930-1945: Sus proyecciones en los orígenes del peronismo. Buenos Aires, Argentina: RyR. 480 p.

Ficha del autor:

Matsushita, Hiroshi (n. 1941). Historiador japonés, especialista en el movimiento obrero argentino. Licenciado (1965) y Máster (1970) en Relaciones Internacionales en la Universidad de Tokio. Doctor en Historia (Universidad Nacional de Cuyo); su tema fue el movimiento obrero y el peronismo. Profesor de Historia en la Universidad de Kobe (Japón); fue profesor visitante en Colombia, España y Argentina. Integrante de la Comisión Directiva de la Sociedad de Amistad Japón-Argentina.

Reseña:

El libro de Matsushita se ubica en el debate historiográfico y político sobre los orígenes del peronismo (el autor hace un resumen del mismo en la Introducción de la obra). La intervención de Matsushita en dicho debate se aleja de las interpretaciones clásicas de Gino Germani (el peronismo surgió como resultado de la manipulación por Perón de los obreros “nuevos”, provenientes de las migraciones internas desde las zonas rurales del país y carentes de experiencia política) y de Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero (el peronismo es el resultado de la participación de los obreros “viejos”, que habían liderado el MO hasta ese momento). [1]

Matsushita percibe un problema fundamental en las interpretaciones mencionadas: la simplificación de la continuidad de los procesos históricos. Germani afirma que existe una ruptura entre el MO anterior a 1945 y el posterior a esa fecha. Murmis y Portantiero, por su parte, acentúan las continuidades entre el MO pre-peronista y el MO peronista. La lectura de las Conclusiones (pp. 413-418) muestra las críticas de Matsushita a esos enfoques. Mientras que Germani deja de lado la participación del MO organizado en el surgimiento del peronismo, Murmis y Portantiero ignoran que “la relación entre el gobierno y el movimiento obrero cambió radicalmente a partir de mayo de 1944” (p. 417).

Matsushita se aboca a la reconstrucción de la evolución de la ideología del MO en el período 1930-1945. [2] En su opinión se trata de un aspecto que ha sido descuidado en los trabajos sobre los comienzos del peronismo. Si bien el libro trata superficialmente o deja de lado las luchas obreras (por ejemplo, la huelga de los trabajadores de la construcción en 1935-1936, dirigida por los comunistas) [3], el enfoque adoptado sirve para abandonar la idea de un MO pasivo, que se deja manipular por un coronel ambicioso y/o por el oportunismo de dirigentes que deciden pasarse a las filas del peronismo. Como todo suceso histórico, el 17 de octubre de 1945 constituye la amalgama de rupturas y continuidades. En este sentido, el surgimiento del peronismo es el resultado novedoso de un MO con larga historia y tradiciones ideológicas dinámicas.

En el capítulo I (pp. 41-81) el autor esboza los rasgos principales de las tendencias del MO en Argentina: anarquismo, socialismo, sindicalismo y comunismo. En el resto de los capítulos describe la evolución de estas tendencias hasta 1945, dedicando especial atención a las centrales obreras durante el período 1930-1945 (por ejemplo, la Confederación Sindical del Trabajo) y a los sindicatos más importantes (como la Unión Ferroviaria). 

El anarquismo dejó de tener importancia real bastante antes de 1930; el sindicalismo [4], por su parte, pasó a ser la ideología más influyente en el MO hasta 1935. El socialismo incrementó su influencia en la primera mitad de la década de 1930, en buena medida por la abstención electoral de la Unión Cívica Radical luego del golpe de Estado de 1930, que permitió que el Partido Socialista se convirtiera en la segunda fuerza en el Parlamento. El comunismo, por su parte, ganó peso en varios sindicatos en la segunda mitad de la década de 1930.

El tratamiento del sindicalismo tiene especial importancia. Esta corriente fue introducida en Argentina por disidentes del Partido Socialista (1903); en sus comienzos adoptó una postura revolucionaria, proponiendo la acción directa (la huelga) como método para enfrentar al capital y la independencia del MO respecto a los partidos políticos (esto incluía la desconfianza en el Parlamento). Matsushita muestra como el sindicalismo fue dejando de lado su postura revolucionaria para pasar a una actitud dialoguista con el Estado, sin abandonar la prescindencia política. El sindicalismo perdió el control del MO en diciembre de 1935, cuando se produjo el golpe “obrero” que puso al frente de la Confederación General del Trabajo al líder de la Unión Ferroviaria, secundado por los socialistas y comunistas. 

Matsushita señala que 1935 marcó la pérdida de influencia del sindicalismo “tradicional”, “que quería mantener la prescindencia política y al mismo tiempo negaba su colaboración con los partidos políticos” (p. 251). No obstante ello, persistieron varios elementos de ideología sindicalista, tal como éstos se habían plasmado hacia 1935: la concentración de la clase trabajadora en la lucha económica y la búsqueda de acuerdos con las autoridades gubernamentales. 

Matsushita pone la atención en dos procesos paralelos, cuyo desarrollo se acentuó a partir de 1935: a) el incremento de la conciencia nacional en la clase obrera, que derivó en el paulatino abandono de la lucha de clases y la incorporación de la defensa de la soberanía nacional y la industrialización (capítulo VII, pp. 253-293); b) el desarrollo de la politización (definida como “intento de participar en política” - p. 331) sin motivación ideológica del MO (capítulo VIII, pp. 295-343). El primero de estos procesos facilitó el ascenso del peronismo en el MO, al proporcionar un lenguaje común entre Perón y los trabajadores; el segundo proceso remite a los respectivos fracasos del Partido Socialista y del Partido Comunista en ganar la conciencia de los trabajadores. 

Matsushita dedica un apartado del capítulo IX (titulado “La relación entre los obreros y los Partidos Socialista y Comunista” - pp. 386-392-) a examinar las causas del fracaso de socialistas y comunistas en relación con el MO. Su argumento respecto al Partido Socialista puede resumirse así: “en el caso del Partido Socialista el problema radicaba en su debilidad estructural respecto al movimiento obrero. El Partido, de acuerdo con el principio de la independencia entre lo gremial y lo político, dejaba a los obreros socialistas actuar libremente en el campo sindical. (...) el vacío de liderazgo (...) ya existía aún antes de la guerra [se refiere a la Segunda Guerra Mundial]. Por lo tanto, cuando los directivos del Partido vieron un peligro en la política de Perón, carecían de autoridad para hacer objetar a sus afiliados las mejoras ofrecidas por Perón.” (p. 390-391).

Respecto al Partido Comunista, Matsushita apunta a la debilidad organizativa: “excepto en la FONC [Federación Obrera Nacional de la Construcción], no lograron organizar gremios que abarcaran una parte considerable de obreros en una rama de la industria. (...) La baja sindicalización de los gremios de la línea comunista se debe, en parte, a la persecución gubernamental, pero también a la alta movilidad que caracterizaba la sociedad argentina. Esa movilidad evidentemente no favorecía a los comunistas que se basaban en la teoría de la lucha de clases. Además, en los gremios de su línea, como pasó con los gremios de otros - o sea, del sindicalismo y del socialismo -, eran pocos los activos. De modo que cuando esos elementos fueron eliminados, disminuyó notablemente su influencia.” (p. 391).

Matsushita sintetiza su posición: “la causa del fracaso de ambos partidos en evitar la adhesión obrera a Perón, debe encontrarse más que en factores circunstanciales como la guerra, en la debilidad estructural y organizativa de ambos partidos, debilidad condicionada, en cierta medida, por la alta movilidad social que caracterizaba a Argentina.” (p. 392).

En definitiva, la irrupción triunfal del peronismo en el MO no obedeció a las habilidades del General ni a la manipulación estatal de una masa carente de cultura política. El MO argentino tenía cerca de 90 años de historia en 1945 y muchas de sus organizaciones contaban con varias décadas de actividad ininterrumpida. El triunfo del peronismo se explica, entre otras cosas, por las condiciones estructurales e ideológicas y por la actividad de Perón en 1943-1945. Matsushita indica una de las primeras: la movilidad social “fomentaba la tendencia a la lucha económica de los obreros, más que a la ideológica” (p. 392). Es un argumento poco convincente, pues no parece ser una situación excepcional en la experiencia internacional del MO; en todo caso la explicación debe articular ese factor estructural con otros factores. 

Matsushita se concentra en los factores ideológicos. A este respecto su tratamiento de la evolución del sindicalismo entre 1903 y 1943 resulta indispensable para entender como llegó el MO al golpe militar de 1943. El autor proporciona una imagen más realista de los objetivos y los métodos de los trabajadores, dejando de lado la épica fomentada por los socialistas y comunistas. Sin vueltas, la lectura de la obra es imprescindible para los interesados en la historia del MO argentino y del peronismo.



Villa del Parque, jueves 14 de enero de 2021


ABREVIATURAS:

MO = Movimiento obrero



NOTAS:

[1] La interpretación del sociólogo Gino Germani (1911-1979) sobre los orígenes del peronismo se encuentra en: Germani, G. (1966). Política y sociedad en una época de transición. De la sociedad tradicional a la sociedad de masas. Buenos Aires, Argentina: Paidós. La interpretación de los sociólogos Miguel Murmis (n. 1933) y Juan Carlos Portantiero (1934-2007) puede consultarse en: Murmis, M. y Portantiero, J. C. (1971). Estudios sobre los orígenes del peronismo. Buenos Aires, Argentina: Siglo XX.

[2] El análisis de Matsushita puede complementarse con la lectura de dos obras fundamentales para el conocimiento del MO argentino en la década de 1930: Campo, H. del. [1° edición: 1983]. (2005). Sindicalismo y peronismo: Los comienzos de un vínculo perdurable. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI Editores Argentina; Camarero, H. (2007). A la conquista de la clase obrera: Los comunistas y el mundo del trabajo, 1920-1935. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.

[3] Matsushita también dedica poca atención a las transformaciones estructurales de la economía y sociedad en el período 1930-1945. Hay que tener presente que durante este período se verificó el pasaje del modelo agroexportador al modelo de industrialización por sustitución de importaciones.

[4] El uso del término sindicalismo genera un problema, señalado oportunamente por del Campo en la obra citada en la nota 2. En esta reseña empleo el término del mismo modo que lo hace dicho autor: “[Sindicalista] es la denominación más habitual en la época, aunque en sus comienzos se llamó «sindicalismo revolucionario» y luego - menos frecuentemente y con un término que se presta a confusiones - «anarcosindicalismo». Sus militantes también recibieron de sus rivales el mote peyorativo de «sorelianos», sobre todo desde que Georges Sorel fue invocado por Mussolini como uno de sus inspiradores. Dado que las palabras «sindicalismo» y «sindicalista» también tienen en nuestro idioma una acepción más amplia, que abarca todo lo relativo a la actividad sindical, las usaremos en itálica cuando se refieran específicamente a esta tendencia ideológica y en tipos comunes cuando tengan el sentido amplio.” (Campo, H. del, op . cit., p. 25).