La presente ficha de lectura
está dedicada a un texto clásico de las ciencias sociales argentinas, el
artículo de Guillermo O’Donnell (1936-2011), “Estado y alianzas en Argentina,
1956-1977” [1]. Como casi siempre, dispongo de muy poco tiempo para escribir,
así que los comentarios a las citas textuales son mínimos. Procuré, sobre
todo, destacar aquellos temas y pasajes que considero fundamentales. Nada más
ni nada menos. El contexto actual, marcado por una nueva crisis económica,
social y política en Argentina, vuelve actuales las reflexiones del autor; su
conocimiento es imprescindible para los militantes revolucionarios interesados
en la comprensión de la realidad y, en general, para todos aquellos preocupados por la realidad argentina. Por último, aunque resulta una advertencia innecesaria, quiero dejar expresamente asentado
que la obra de O’Donnell merece un tratamiento mucho más cuidadoso que el
realizado aquí.
El artículo prolonga
la perspectiva histórica adoptada por el autor en su libro sobre el Estado burocrático autoritario. (p. 1).
[2]
Problema: “en las últimas décadas han fracasado una y
otra vez los intentos de establecer cualquier tipo de dominación política (o,
lo que es lo mismo, cualquier tipo de Estado) en la Argentina.” (p. 1).
Método adoptado: no se explican coyunturas / sí análisis
“tendencias de largo plazo que enmarcan a dichas coyunturas y, a la vez,
permiten ligarlas con el proceso histórico en el que han emergido y se han
disuelto.” (p. 2).
El BA
[Burocrático-Autoritario] en Argentina presenta 7 características diferentes
respecto a otras dictaduras latinoamericanas. Exigen ser explicadas y esto
remite al estudio de un período histórico más amplio [1955-1976] (p. 3)
1] El menor nivel de “amenaza” [3] respecto a los otros
países latinoamericanos;
2] Los menores controles aplicados al
sector popular [4] y a sus aliados políticos;
3] El mayor nivel de autonomía del
sector popular y de los sindicatos frente al Estado y a las clases dominantes;
4] Moderada pérdida del salario obrero
frente a la caída abrupta de los ingresos de los sectores medios empleados;
5] La rápida alianza que se forjó
entre el sector popular y los sindicatos, por una parte, y buena parte de la
burguesía doméstica [5], por el otro, contra el nuevo Estado y sus políticas
económicas;
6] El agudo conflicto que enfrentó
rápidamente al gobierno (y, por ende, la burguesía industrial) contra la
burguesía pampeana;
7] El decisivo papel del peronismo “como
canal de expresión y movilización de una heterogénea constelación de fuerzas.”
(p. 3).
Antecedentes históricos:
Argentina presenta diferencias significativas desde el siglo XIX respecto al resto de
América Latina, que se manifiestan en: las
características del capitalismo; la estructura de clases; los recursos del poder
y las alianzas políticas posibles. (p. 4).
O’Donnell señala tres
diferencias fundamentales:
(1) El capitalismo argentino se expandió
por medio de su incorporación como exportador de productos primarios al mercado
mundial, mediante el sistema de la estancia.
Otras regiones de América Latina no se incorporaron directamente a dicho mercado. La
estancia fue menos intensiva en capital y tecnología que la plantación y el enclave, de ahí que el principal recurso productivo, la tierra,
quedó en manos de una temprana burguesía agraria local; eso, sumado a una alta
tasa de renta diferencial, dio a esa burguesía una base propia de acumulación
de capital. Por eso emergió un sector urbano, comercial e incipientemente
industrial. (p. 4).
(2) La economía exportadora argentina (lana,
cereales, carne) cubrió una parte proporcionalmente mayor del territorio
nacional que otros países de AL. Una cantidad proporcionalmente mayor de la
población se incorporó al mercado mundial. Escaso desarrollo del campesinado.
Desde fines del siglo XIX, Argentina fue un caso de homogeneidad internacional
que persiste hasta el momento de escribirse el artículo. (p. 5).
(3)
Las
características de la acumulación local (sobre todo, de la región pampeana, con
alta productividad internacional y explotación extensiva) hicieron que la
estructura de la mencionada región fuera internamente más diversificada y
próspera que las de otras zonas de Latinoamérica. (p. 6). Esto derivó en: (3.1) comienzo
de industrialización, ya a finales del siglo XIX, gracias a la existencia de un
importante mercado urbano; (3.2) en paralelo, temprano desarrollo de la clase
obrera, que construyó patrones de organización autónoma frente al Estado; (3.3)
la economía creció al impulso de su propia sociedad civil y de su engarce con la internacional, “el
impulso dinamizador de este sistema pasaba relativamente poco por el Estado”
(p. 8).
Estado argentino
1870-1930:
Se pareció al Estado liberal de los grandes centros mundiales. Era un sistema de democracia representativa, que incluía
el fraude en las elecciones [hasta 1916], con una participación electoral no
inferior al de aquéllos. Ese Estado fue creación de la burguesía pampeana y de
sus prolongaciones financieras y comerciales en el sector urbano, que se
engarzaron constituyendo un Estado
nacional, no un Estado regional (como
en otros lugares de América Latina), que controló el conjunto del territorio argentino. Arrasó
rápidamente con las autonomías provinciales, dada la centralidad política de la
burguesía pampean y el menor contrapeso de las clases dominantes regionales.
(p. 8-9).
A la vez, la inserción temprana en el mercado
mundial produjo una internacionalización de la sociedad y de la economía, uno
de cuyos ejemplos fue el carácter liberal del Estado argentino. (p. 10).
O’Donnell presenta la
siguiente síntesis: “en la Argentina la existencia de esa burguesía como parte
de su propia modalidad de incorporación al mercado mundial generó una situación
en la que los Estados regionales pesaron poco y en la que el Estado nacional
fue uno de los ámbitos cruciales de la alta y temprana internacionalización de
un conjunto en el que la economía pampeana abarcó mucho más que las otras
economías latinoamericanas de exportación. Por eso -no a pesar, sino como
condición misma de su centralidad «interna»- la relación de la burguesía
pampeana con el Estado no tuvo la diafanidad e inmediatez que, cada uno a su manera,
impusieron las oligarquías regionales y el capital internacional en buena parte
de América Latina. Esto es una manera de reexpresar lo dicho antes acerca del alto
grado de diferenciación y de autonomía propia (económica y, empezamos a verlo,
también política) de la sociedad civil que se fue plasmando al compás de esto.”
(p. 10).
El Estado liberal
argentino caducó con la crisis del ’30, pero los elementos destacados aquí le
permitieron recuperarse de la crisis más rápido que el resto de América Latina. Desarrollo
de industrialización por sustitución de
importaciones (ISI) e incorporación de gran parte de la fuerza de trabajo
de las provincias del interior a las regiones industrializadas, como Buenos
Aires y Gran Buenos Aires.
Dilemas a partir de 1930:
Para comenzar el
análisis, hay que tener en cuenta dos puntos, cuya interacción es fundamental:
a) Existencia
de un sector popular en el que el mayor peso lo tiene la clase trabajadora,
dotada de recursos económicos y organizativos mucho mayores que los del resto
de América Latina. Inexistencia de un campesinado numéricamente importante, del que se
podía extraer un excedente en situaciones de crisis. (p. 11).
b) Particularidad
de la economía argentina: los principales productos de exportación eran
bienes-salario del sector popular, es decir, carne y cereales. [Cualquier plan
de ajuste que implicara aumentar las exportaciones para obtener mayores divisas
– dólares – conducía al choque con la clase trabajadora, que veía disminuidos
sus salarios.]
La crisis del ’30
deprimió los precios de los bienes pampeanos. El peronismo en 1946-1950 controló la exportación de cereales y carne
para mantener deprimidos los precios y beneficiar el consumo popular; se amplió
la demanda efectiva de otros bienes, sobre todo los industriales. Consecuencia:
problemas de balanza de pagos, por caída de la producción pampeana (los precios
bajos no incentivaban una mayor producción) y aumento del consumo interno de
bienes exportables. En 1952-1955 mejoraron los precios pampeanos, con protestas
de la clase trabajadora, por la redistribución negativa, y de la burguesía
industrial, por disminución del mercado interno. A partir de 1960 se produjo un
aumento de la inversión extranjera directa en industria y servicios; ello se
tradujo en aumento de las importaciones (mayor que la tasa de crecimiento de la
producción y las exportaciones pampeanas) y el consiguiente deterioro de la
balanza de pagos.
“Ante
esto la solución económicamente "evidente" -y reiteradamente
propuesta como tal radicaba en un fuerte aumento de las exportaciones que, al
levantar el techo de la balanza de pagos, hubiera permitido proveer a esa
estructura productiva urbana de las importaciones necesarias para un
"desarrollo sostenido". Supuestos los parámetros capitalistas de la
situación, esa solución implicaba, fundamentalmente, encontrar medios para
aumentar la producción (y la productividad) pampeana y/o para reducir el nivel
de ingreso del sector popular en forma de que, por media de la reducción del
consumo interno de alimentos, quedaran "liberados" mayores excedentes
exportables.” (p. 13).
Sistemas de alianzas a partir de 1955:
La situación
económica desarrollada más arriba tuvo varias consecuencias políticas:
(1) Repetidas alianzas entre buena parte
de las fracciones débiles de la burguesía urbana y el sector popular [sobre
todo la clase trabajadora], con el objetivo de la defensa del mercado interno
contra los efectos recesivos de toda alza importante del precio de los
productos exportables pampeanos. (p. 14).
(2) Las movilizaciones del sector popular
en defensa del nivel de ingresos y consumo internos llevaron al aumento de su
capacidad de organización y de acción política. Victorias parciales de los
sectores populares. (p. 14)
(3) Profundo corte al interior de la
burguesía urbana, entre sus fracciones oligopólicas y sus fracciones más
débiles (que se apoyaban en el sector popular) (p. 14).
(4)
Corte
entre los intereses económicos y las metas políticas de corto plazo de la
burguesía urbana y la burguesía pampeana. (p. 14).
Como resultado de lo
expuesto, se daban alianzas cambiantes que no terminaban de consolidarse. (p.
14). O’Donnell analiza las dificultades para constituir una alianza de largo
plazo entre la burguesía urbana y la burguesía pampeana, basada en el aumento
de la productividad de la producción agraria. (p. 15-18). Durante el período
iniciado en 1956, cayó la producción de la región pampeana; dado que este
sector era el principal productor de divisas, se volvía necesario un aumento de
esa producción (y de las exportaciones). Ello no ocurrió. O’Donnell expone el
problema en estos términos:
“La conversión de la estancia pampeana en un agribusiness
intensivo en capital y tecnología entraña decisiones de inversión referidas a
un horizonte de tiempo bastante prolongado. La inestabilidad de los precios
relativos pampeanos, la memoria histórica de esa inestabilidad y -sobre todo-
la acertada predicción de la futura continuidad de la inestabilidad de esos
precios, han impedido la toma de esas decisiones. Lo cual a su vez ha
determinado que la burguesía pampeana, que fuera inicialmente la vanguardia
dinámica y altamente productiva (en términos relativos internacionales durante
el período previo a 1930), haya quedado cada vez más lejos de serlo a medida
que nos aproximamos a la época actual. Y esto, fundamentalmente, porque dada la
mencionada situación de precios relativos fue microeconómicamente racional
mantener la modalidad «extensiva» de explotación de esa tierra.” (p. 16).
El aumento de los
precios de los bienes exportables podría haber sido la base de una alianza
entre la burguesía pampeana y la gran burguesía urbana. Sin embargo, las cosas
no siguieron a la “lógica económica”. O’Donnell escribe:
"Esto da base objetiva
para una alianza de largo plazo entre la gran burguesía urbana y la burguesía
pampeana, que podría emprender la «modernización» del capitalismo argentino por
la vía simultánea del aumento de la concentración del capital en el sector
urbano y de la conversión de la última hacia un agribusiness. Sin embargo, al menos hasta 1976, esa alianza sólo se
forjó por lapsos cortos, para disolverse rápidamente en situaciones que colocaron
a estas dos fracciones «superiores» de la burguesía argentina en campos
políticamente diferentes.” (p. 19).
La
alianza mencionada en el párrafo anterior no fue posible “porque esa alianza ha
sido enfrentada una y otra vez por otra -constituida básicamente por el sector
popular y por las fracciones débiles de la burguesía urbana- que, a pesar de su
subordinación económica, ha podido imponer políticamente condiciones
suficientes como para que aquella alianza no pudiera sostenerse más allá del
corto plazo. En el contexto latinoamericano esta ha sido una de las
originalidades de la Argentina (y, con sus características propias, del
Uruguay), la que sólo puede ser entendida a partir de la perspectiva histórica.”
(p. 18).
El proceso de Stop and Go dominó la
economía argentina entre 1955-1976: “Los períodos de bajos precios internos de
los alimentos y de tasa de cambio estable han sido, no casualmente, los de
mayor tasa de crecimiento del producto nacional, de distribución más
igualitaria del ingreso y -hasta aproximarse al final del ciclo- de menor tasa
de crecimiento de la inflación. Pero también han conducido a una crisis de
balanza de pagos que, a medida que se avecinaba, generaba la implantación de
una serie de «controles» (sobre todo de precios internos y cambiarios) que, sin
embargo, no logró impedirla. Desencadenada esa crisis, se la trató con una abrupta
devaluación que […] implicó un correlativo aumento del precio interno de los
exportables. Estas devaluaciones fueron parte de «programas de estabilización»,
que profundizaron los efectos recesivos y redistributivos de la devaluación
mediante otras medidas (fuerte iliquidez, reducción del déficit fiscal,
congelamiento de salarios y aumento de la tasa real de interés) tendientes, por
una parte, a consolidar la transferencia de ingresos al sector exportador y,
por la otra, a ajustar el nivel interno de actividad económica a la exigua
situación de balanza de pagos. Los impactos no sólo fueron recesivos y
distributivos sino también inflacionarios (la stagflation no es ninguna
novedad en la Argentina), sobre todo a través del alza exportación, del alza
del precio de los bienes importados y del aumento de la tasa real de interés
-en momentos en que, por el otro lado, se trataba de mantener congelados, o
sistemáticamente rezagados, los salarios y la recesión aumentaba la
desocupación-. En el corto plazo (y, como veremos, en estos procesos nunca hubo
más que el corto plazo) la transferencia de ingresos hacia el sector exportador
no indujo un aumento de la producción pampeana; pero los «programas de
estabilización», a pesar de producir los efectos exactamente inversos respecto
de la inflación, tuvieron éxito en aliviar la crisis de balanza de pagos. Claro
que ese éxito ocurrió por una vía muy diferente a la que se anunciaba en los
discursos oficiales, en las «recomendaciones» del Fondo Monetario Internacional
y en las declaraciones de las organizaciones de la burguesía pampeana: esto es,
no por un aumento de la producción exportable, sino como consecuencia de la
recesión, que disminuía la demanda de importaciones al mismo tiempo que
aumentaba los excedentes (sobre todo de alimentos) exportables. Pero todo esto
generaba resistencia entre los muchos castigados por estas políticas, al tiempo
que el relativo desahogo de balanza de pagos resultante generaba presiones para
que se adoptaran políticas de reactivación económica. Consiguientemente, el
aumento de la liquidez, el relajamiento de los controles sobre el déficit
fiscal, la disponibilidad de divisas, el crecimiento de la ocupación y los
aumentos salariales terminaban la fase descendente del ciclo a inauguraban una
fase ascendente. Pero esta se precipitaba hacia una nueva crisis de balanza de
pagos, a partir de la cual otra devaluación, y el consiguiente «programa de estabilización»,
inauguraban otra fase descendente...” (p. 19-21).
Péndulos:
En todas las fases
del ciclo, la gran burguesía urbana [6]
jugó a ganador. Realizó movimientos pendulares. Estos movimientos “fracturaron
esa cohesión entre las dos fracciones «superiores» de esa burguesía (la
oligopólica urbana y la pampeana), dotadas de importantes bases de acumulación
propias y capaces de «modernizar» el capitalismo argentino.” (p. 21-23).
Cuando se producía el
estrangulamiento de la balanza de pagos, la gran burguesía urbana se aliaba a
la burguesía pampeana. Sin embargo, los “planes de estabilización” provocaban
la reacción de las fracciones más débiles de la burguesía y del sector popular.
Frente a ello, “la gran burguesía urbana hizo una y otra vez lo que toda
burguesía hace sin la tutela de un Estado que le induzca otros comportamientos:
atendió a sus intereses económicos de corto plazo, se montó en la cresta de la
ola de la reactivación económica -de la que cabe suponer su posición le
permitía beneficiarse privilegiadamente- y «dejó hacer» las políticas de
reactivación. Con lo cual esa fracción recorría un arco completo del péndulo,
sumándose al conjunto del sector urbano y abandonando a la burguesía pampeana a
un solitario lamento por el rápido deterioro de sus precios relativos.” (p.
23).
Problema: “La alianza de las fracciones ‘superiores’
de la burguesía sólo podría haber rendido fruto en caso de haber perdurado por
el tiempo suficiente como para que hubiera avances significativos en la
productividad pampeana y, de paso, para que hubiera avanzado aún más la
concentración del capital urbano en beneficio de la gran burguesía.” (p.
24). Esto se hizo imposible en el
período estudiado.
La conducta de la burguesía pampeana es explicada así:
“…aunque hace ya bastante tiempo que perdió su perdió su condición de
vanguardia dinámica del capitalismo argentino, la burguesía pampeana conservó
un grado comparativamente inusitado de centralidad económica y política. Ese
grado fue suficiente – en la defensiva – para bloquear todo intento de
‘reestructurarla’ y – ofensivamente – para montarse en la crisis de balanza de
pagos para lograr, periódicamente, masivas transferencias de ingreso en su
beneficio.” (p. 26). [7]
O’Donnell señala la
especificidad de la política del ministro de Economía Adalbert Krieger Vasena
(1967-1969), quien desarrolló la primera devaluación que no benefició a la
burguesía pampeana. (p. 26).
La alianza defensiva:
Las fracciones más
débiles de la burguesía urbana se encontraban en situación de mayor indefensión
política frente a los avances de la gran burguesía. (p. 30). La base de la
alianza defensiva entre los sectores populares y las fracciones débiles de la
burguesía radicaba en el aumento y estabilización del precio relativo de los
principales alimentos internos. (p. 30). La alianza defensiva se forjó en torno
a la CGE (Confederación General Económica), la CGT (Confederación General del Trabajo) y la conducción nacional de los principales sindicatos. “Su
primera, principal y tal vez última expresión ha sido el peronismo.” (p. 31).
“La
razón de la comparativamente mayor capacidad política de la burguesía local en
la Argentina no se halla tanto en ella misma como en las características del
sector popular y -un aspecto de lo mismo- en el mayor grado de homogeneidad
nacional del caso argentino respecto de los restantes latinoamericanos.” (p.
30).
Las fracciones
débiles de la burguesía local tienen las siguientes características:
“Estas
fracciones suelen ser duramente castigadas por las recesiones subsiguientes a
las devaluaciones y a los «programas de estabilización». Supuesto un alivio de
la balanza de pagos, su interés inmediato consiste en un nuevo impulso de
reactivación económica, que resulta de políticas que aumentan la ocupación, la
liquidez, la disponibilidad de créditos, y que -en general- vuelven a hacer
cumplir un papel expansivo a las actividades del Estado. Ese efecto también
resulta directamente de los aumentos de salarios; no es sorprendente que
esta burguesía trabajo-intensiva apoye
esos aumentos si se consideran los costos aún mayores que le implica la
recesión. La concurrencia con los sindicatos en el reclamo de aumento de salarios es, además, la
prenda que esta burguesía entrega al sector popular para forjar la alianza.
Esta burguesía -más o menos débil y más o menos castigada por la expansión del
capital oligopólico a internacionalizado- existe en los otros países
latinoamericanos, pero sólo en la Argentina encontró un aliado popular dotado
de capacidad propia de acción y de intereses inmediatos altamente compatibles
con los de aquélla.” (p. 31).
Las principales
características de la alianza eran:
1] Fue esporádica pero recurrente. Se
dio en las fases descendentes del ciclo y con alta coordinación táctica. Cuando
se obtenía un aumento salarial y aumentaba el consumo interno, la alianza se
disolvía. (p. 32).
2] La alianza fue defensiva. “Surgió contra las ofensivas de las fracciones
superiores de la burguesía, postulando una vía «nacionalista» y «socialmente
justa» de desarrollo que implicaba pasar por alto lo que era incapaz de
problematizar como meta de su acción: la condición ya profundamente oligopólica
e internacionalizada del capitalismo del que eran sus componentes
económicamente más débiles. Fue defensiva, porque el triunfo de esta alianza se
agotaba en sí mismo sin llegar a un sistema alternativo de acumulación; todo lo
que lograba era sacar al ciclo de su fase descendente y lanzarlo a su fase ascendente,
en condiciones que provocaban ineludiblemente su reiteración.” (p. 32).
3] Fue exitosa, a partir de los
límites señalados en los dos puntos anteriores. “Su historia es la de repetidas
victorias de anulación de los «programas de estabilización», de acotamiento de
la expansión interna del capital internacional, de lanzamiento de nuevas fases
de reactivación económica y de nuevos
«desalientos» de la burguesía pampeana ante la caída de sus precios.” (p. 33).
4] Fue policlasista. Incluía tanto al sector popular como a un componente
burgués; “esto determinó que su orientación fuera nacionalista y capitalista.
Su carácter policlasista, tejido alrededor de una coincidencia táctica para el
logro de metas tan precisas como las ya comentadas, tuvo consecuencias fundamentales.
Entre ellas, dio base popular a las demandas de la burguesía débil. Esta, con
sus reclamos de aumentos salariales y sus públicos acuerdos con los sindicatos,
apareció como una fracción «progresista» que, en contraste con las orientaciones
«eficientistas» de la gran burguesía y con el arcaísmo de la «oligarquía
terrateniente», parecía encarnar la posibilidad de un «desarrollo socialmente
justo». En cuanto al sector popular (especialmente, los sindicatos y la clase obrera),
la condición policlasista de la alianza le dio acceso a recursos y a medios de
difusión con los que de otra manera difícilmente hubiera contado.” (p. 34).
5] Quedó encerrado dentro de
parámetros capitalistas, por su carácter policlasista. “Esto ayuda a entender
por qué el principal canal político de esa alianza, el peronismo, tampoco
transpusiera esos límites. Pero esto también resultó de la experiencia
reiterada de la victoria y de las subsiguientes derrotas. La activación
política del sector popular atrás de las metas de la alianza defensiva, la
protección que le acordaba su componente burgués y los cambios de políticas
estatales que logró implicaron por un lado un aprendizaje realimentante de esa activación
y, por el otro, la solidificación de las bases organizacionales -sobre todo los
sindicatos- desde las que se articulaba.” (p. 35).
6] O’Donnell describe así el
aprendizaje mencionado en el punto anterior: “En cuanto al aprendizaje, éste
fue función de la fresca memoria de anteriores movilizaciones que lograron revertir
la situación salarial y el nivel general de actividad de la economía. Y esta
memoria tuvo repetidas ocasiones de actualizarse cada vez que se producía un nuevo
giro descendente del ciclo. Esa memoria era, también, la del bajo poder
disuasivo de controles que se quebraban en el momento en que el Estado,
indicando un desplazamiento de las alianzas gobernantes, lanzaba las políticas
de reactivación. Todo esto realimentaba la capacidad y la disposición de
activación política del sector popular pero también llevaba a una no menos
repetida experiencia de derrota: los períodos de baja de salarios, de aumento
de la desocupación y de expulsión de los voceros de la alianza defensiva de la
alianza gobernante. Pero -en contraste con el diáfano estímulo implicado por el
alza del precio de los alimentos y la caída del salario real-, aquel momento de
reversión ocurría por problemas (como la crisis de balanza de pagos) y a través
de mecanismos (como la devaluación y la restricción de la liquidez de la
economía) mucho más difíciles de captar en su funcionamiento e impactos. El
beneficio que derivaba de ellos para la burguesía pampeana y para el sector exportador,
así como el ostensible apoyo inicial que prestaba la gran burguesía a cada
reversión del ciclo hacia su fase descendente, fomentaba la hostilidad del
conjunto del sector popular contra aquellos y contra lo que implicaban de
internacionalizado y de big business. A la vez, y por las razones que
espero ya sean claras, la alianza no salía de los parámetros ya mencionados.
Con ello la explicación de la necesidad de triunfar una y otra vez para volver
a ser derrotados tendía a una visión mítica de «grandes intereses» que tenían
una mágica capacidad para derrotar al «pueblo» y trabar el «desarrollo». La
tensión implícita en todo esto tendía a dispararse en unos en dirección a una
fuerte radicalización hacia la derecha y en otros hacia un cuestionamiento de
los parámetros mismos de la situación. Pero contra estas tendencias operó una
gran fuerza centrípeta: el velo que cubría las reales articulaciones del problema
era que -como la CGT, la GCE y el peronismo no se cansaron de repetirlo- desde
1955 se había impedido que entre ellos realizaran la versión de desarrollo que,
«puesta del lado del pueblo» y ejerciendo un amplio control del Estado, parecía
ofrecer la burguesía local. La esperanza de armonización de lo «popular y
nacional» contra la «oligarquía terrateniente» y los «monopolios
internacionales», que parecía demostrada por las coincidencias de corto plazo
de la alianza defensiva, se expresó en la inusitada vigencia histórica del
peronismo y formó la gran ola que en 1973 lo devolvió al gobierno.” (p. 35-36).
7] El período 1955-1976 constituye una
espiral de conflicto creciente entre clases, fracciones y organizaciones que no
lograban más que victorias provisorias. “De lo que hemos hablado aquí es, desde
este ángulo, de la constitución política, organizativa e ideológica de las
clases y fracciones en juego -ellas se fueron haciendo y transformando, durante
y en medio de este patrón de alianzas y oposiciones-. En particular, el sector
popular y la clase obrera encontraron en los sindicatos [8] y -políticamente-
en el peronismo, modalidades de constitución organizativa, ideológica y política
que correspondían cercanamente a los vaivenes y a los límites de la situación.
La movilización atrás de las demandas de la alianza defensiva, con sus metas
precisas y su marco policlasista, obtuvo muchas veces un triunfo espectacular.
Esto permite entender la particular combinación de una impresionante
movilización popular con un economicismo de demandas que incluso
recalcó -en prenda de alianza con la burguesía local- su rechazo a todo camino
que pudiera implicar un salto de afuera del capitalismo. Fue, precisamente, ese militante economicismo
el que, al entrar en fusión con las fracciones débiles de la burguesía,
permitió las reiteradas victorias defensivas.” (p. 37).
[8] La gran burguesía integró todas
las alianzas gobernantes, ya fuera las lideradas por la burguesía pampeana,
como las coaliciones del sector popular. “No dejó de ser la fracción dominante,
pero las particulares condiciones que hemos reseñado implicaron que su
dominación se desplazara continuamente en ese movimiento pendular. Al mismo tiempo,
y por las mismas razones, los canales de acumulación entraban en repetidos
corto circuitos. En estas condiciones, el capitalismo argentino tenía que girar
mordiéndose la cola en espirales cada vez más violentas. Estas claves permiten
entender a la Argentina como algo menos surrealista -aunque posiblemente más complicado-
que lo que aparece en la superficie de su «inestabilidad política» y de su
errático «desarrollo».” (p. 37-38).
Estado: [9]
“Los
penduleos de la gran burguesía y sus dificultades para subordinar al conjunto
de la sociedad civil son indicación palpable de una continuada crisis de
dominación política. También lo es su contrafaz, las recurrentes y parcialmente
victoriosas fusiones de la alianza defensiva. De esto nació una democratización
por defecto, que resultaba de las dificultades para imponer la «solución» autoritaria
que siguió siendo buscada afanosamente, porque en ella parecía radicar la
posibilidad de sacar al capitalismo argentino de sus espirales y de «poner en
su lugar» a las clases subordinadas.” (p. 38).
Bajo el término alianza gobernante, el autor alude “a
la que impone, a través del sistema institucional del Estado, políticas
conformes a las orientaciones y demandas de sus componentes.” (p. 38).
El movimiento
pendular (y en espiral), descripto en los apartados anteriores, permite
describir la debilidad de las políticas estatales durante el período, a punto
tal que nunca llegaban a implementarse efectivamente, “porque no tardaban en
ser revertidas por la dinámica de una sociedad civil que marcaba el ritmo que
el estado bailaba.” (p. 39).
El Estado del período
analizado fue “extensamente colonizado por la sociedad civil” (p. 39). “De esto
resultó un aparato estatal extensamente colonizado por la sociedad civil. En él
no sólo se aferraban las fracciones superiores de la burguesía sino también sus
fracciones más débiles y parte de las clases subalternas -otra fundamental
diferencia respecto del resto de los casos latinoamericanos, que solo puede
entenderse como consecuencia de las que hemos ido señalando en las páginas
anteriores-. Las luchas de la sociedad civil se interiorizaban en el sistema
institucional del Estado en un grado que expresaba no sólo el peso de las
fracciones superiores de la burguesía sino también las particulares
circunstancias que daban gran capacidad de resistencia y de victoria parcial a
la alianza defensiva. Como consecuencia de esto, ese Estado colonizado fue
también un Estado extraordinariamente fraccionado, que reproducía al interior
de sus instituciones la democratización por defecto de una sociedad civil que
encontraba allí palancas para seguir empujando sus espirales.” (p. 39).
La debilidad estatal
impidió una salida posible al espiral mencionado: el Capitalismo de Estado. Nunca existió un aparato burocrático estable
y consolidado. (p. 40).
1973 = victoria de la
alianza defensiva, con exclusión de la gran burguesía.
El autor describe así
la experiencia 1973-1976: “La muerte de Perón, una particular irracionalidad palaciega
y una violencia que se realimentaba velozmente, contribuyeron a sacudir hasta
sus cimientos a una sociedad que aceleraba las espirales de su crisis; lo mismo
hicieron con un Estado que fracasaba ostensiblemente en garantizar la
reproducción de ese capitalismo. Pero a aquellos factores subyacía el hecho de
que cuando la alianza defensiva logró, por fin, ser por sí sola la alianza
gobernante, tropezó con sus propios límites; las mismas razones que la habían
llevado a ese extraordinario triunfo precipitaron una inmensa catástrofe. Junto
con esto, la gran promesa pendiente de la vía «nacionalista» y «socialmente
justa» de desarrollo fue, finalmente, sometida a prueba por la positiva -y, por
su parte, muchas de las tensiones centrífugas de la alianza defensiva se
dispararon violentamente en opuestas direcciones. El gran triunfo de la alianza
defensiva condujo, en síntesis, al paroxismo de la crisis política y económica,
al reflujo de la ideología nacionalista, a la implantación de un nuevo Estado y
a la disolución o intervención de las principales organizaciones del sector
popular y de la burguesía local. Con todo lo cual, y por primera vez, los
sustentos políticos, ideológicos y organizacionales de la alianza defensiva han
sido puestos entre paréntesis. Esto ha hecho posible que actualmente las
fracciones superiores de la burguesía tanteen una reacomodación a largo plazo
sobre bases que presuponen una relación más igualitaria -entre ellas- que las
de 1968-1969; el reverso de la moneda -y su requisito- es, precisamente, la
dispersión de la alianza defensiva. Esto no implica que no pueda reforjarse
esta alianza ni que la Argentina ya no retornará a las espirales que hemos
estudiado.
Pero para que ello
ocurra la burguesía local tendría que emprender un azaroso camino de Damasco
hacia el sector popular, y no es seguro que para entonces éste siga enmarcado
por las coordenadas ideológicas y políticas que cimentaron a la alianza
defensiva antes de su grande y catastrófica victoria. El actual gobierno de las
Fuerzas Armadas se ha inaugurado anunciando la terminación del período iniciado
en la década de 1950. Esto lo han dicho todos los gobiernos, pero es la primera
vez que es posible que así sea. En ese caso la historia no se habrá detenido, pero
los conflictos que la tejen ya no serían los que hemos analizado aquí.” (p.
42-43).
Villa del
Parque, viernes 8 de junio de 2018
NOTAS:
[1] Artículo
presentado en el Simposio sobre Estado y Desarrollo en América Latina,
Universidad de Cambridge, 12-16 de diciembre de 1976. Publicado por primera vez
en la revista Desarrollo Económico, Buenos Aires, Vol. XVI, N.º 64, 1977.
[2] O’Donnell,
G. [1° edición: 1982]. (2009). El
Estado burocrático autoritario, 1966-1973. Buenos Aires, Argentina: Prometeo.
[3] O’Donnell
entiende por amenaza “al grado en
que las clases y actores dominantes internos y externos consideraron que era
inminente, y voluntariamente buscada por los
liderazgos políticos del sector popular, la ruptura de los parámetros capitalistas
y de las afiliaciones internacionales de nuestros países.” (p. 2).
[4] O’Donnell
sostiene que el sector popular está
integrado por la “clase obrera y las capas empleadas y sindicalizadas de los sectores
medios”. (p. 3).
[5] “Defino como «burguesía doméstica» al conjunto de
fracciones de la burguesía urbana que controla empresas de propiedad total o
mayoritariamente nacional. La definición excluye, por lo tanto, a las
subsidiarias de empresas transnacionales
radicadas localmente y a la burguesía
agraria (dentro de la cual nos ocuparemos de la burguesía pampeana). La
burguesía doméstica debe a su vez ser desagregada ya que incluye desde las
capas más débiles y plenamente nacionales de la burguesía urbana hasta empresas
oligopólicas a íntimamente conectadas -por diversos mecanismos que no es
necesario analizar aquí- con el capital internacional. Cortando analíticamente
de manera diferente, más adelante hablaremos de «gran burguesía» (urbana), refiriéndonos al conjunto formado por las
filiales de empresas transnacionales y por esa «capa superior» de la burguesía
doméstica. «Abajo» de la gran burguesía queda entonces lo que llamaremos la «burguesía local» o simplemente «débil»,
formada por capitalistas que controlan empresas no oligopólicas, de menor
tamaño y (casi siempre) de menor densidad de capital que la de la gran burguesía
y que, además, no suelen tener conexiones directas con el capital internacional
-que las fracciones más débiles dé la burguesía sean también las más
auténticamente «nacionales» es una de las características centrales del «desarrollo
asociado»". (p. 2-3).
[6] O´Donnell explica
así la conducta de esta fracción: a la gran burguesía urbana “no la perjudican
devaluación y los «programas de estabilización» a la vez que, como apéndice
directo o íntimamente vinculado al capital internacional, esa fracción es la que
mejor percibe los costos y más teme la posibilidad de una cesación
internacional de pagos. Además, esa fracción es la más directamente interesada
en que se alivie la crisis de balanza de pagos, al tiempo que la libre
transferibilidad internacional de capitales (que ese alivio permite y que los
programas de estabilización ortodoxamente anticipan) aumentan aún más sus ventajas
de acceso a un crédito internamente nunca tan escaso, y reabre los canales «normales»
de transferencia de la acumulación hacia el centro del sistema del que -como
fracción que es internamente dominante porque es la más internacionalizada- es más
intrínsecamente parte que cualquier otra. En el tramo final de la fase
ascendente del ciclo estos factores convierten a esa gran burguesía en aliada
de la burguesía pampeana (y del conjunto del sector exportador) en su reclamo
de las medidas que originan la fase descendente.” (p. 21-22).
[7] O’Donnell amplía
la explicación: “El caso de la burguesía pampeana ha sido diferente. Ya he
señalado su temprana condición de clase propiamente nacional, incluso en lo que
hace a su directa vinculación -que los constituyó como tales- con el Estado
nacional; esto significó que las luchas interburguesas no tuvieron su ámbito principal
entre un Estado nacional y Estados regionales que perdían rápidamente su peso
relativo frente al primero, sino en el interior mismo de un Estado nacional que
se fracturaba continuamente por imposición de esas luchas. Además, la decisiva
importancia de la producción pampeana para el conjunto de la economía y de las exportaciones
-un aspecto del escaso peso de otras regiones en la Argentina- determinó que su
«desaliento» ante la caída de sus precios y los intentos de «reestructurarla»
por mecanismos impositivos repercutieran de inmediato sobre la balanza de pagos
–a la vez que la consecuencia de otra especificidad argentina, el paralelo aumento
del consumo interno de los exportables, disminuía aún más las exportaciones
potencialmente disponibles en el corto plazo, antes de que por cualquier vía
hubiera aumentado la producción pampeana-. Con lo cual llegaba la crisis de
balanza de pagos, cuyo alivio por medio de las devaluaciones implicaba no sólo
revertir los precios relativos sino también expulsar de la alianza gobernante a
los sectores que habían impulsado la reactivación del ciclo. Lo cual implicaba
que a partir de ese momento -mientras duraran los «programas de estabilización»-
pesaban fuertemente al interior del Estado los intereses inmediatos de la
burguesía pampeana. Y ésta, por supuesto, aventaba toda posibilidad de
"reestructurarla", centraba la cuestión alrededor del aumento de sus
precios, y con eso sembraba las condiciones que llevarían algo después a una
nueva reversión del ciclo...” (p. 25-26).
[8] O’Donnell
describe así la posición de los sindicatos: “los sindicatos no fueron excepción
a esto; la historia de la alianza defensiva es también la de la extracción al
Estado de importantes ventajas institucionales por parte de aquellos. Estas, a
su vez, reforzaban la posibilidad de volver a movilizar al sector popular.
Ellas también permitían que los sindicatos abarcaran a la clase de una densa
red organizacional y la canalizaran una y otra vez hacia un militante
economicismo, hacia la alianza policlasista y hacia la esperanza pendiente de
la otra vía capitalista que anunciaba -en un plano político que se ligaba
íntimamente con éste- el peronismo.” (p. 37).
[9] El autor lo
define así: “por «Estado» entiendo no sólo un conjunto de instituciones (o «aparatos»).
Incluyo también -y más fundamentalmente- el entramado de relaciones de
dominación «política» (en tanto actuado y respaldado por esas instituciones en
una sociedad territorialmente delimitada), que sostiene y contribuye a
reproducir la «organización» clases de
una sociedad.” (p. 38).