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sábado, 29 de abril de 2023

DURKHEIM Y LA CRÍTICA DEL ECONOMICISMO

 


George Grosz, Escena callejera

Ariel Mayo (UNSAM / ISP Dr. Joaquín V. González)


“Cuando pienso en la vida que he llevado, en la desolación

de la soledad en que me he movido, en esa ciudad amurallada

que es el aislamiento de un capitán inasequible al encanto

de las verdes campiñas que contempla a su alrededor.”

Herman Melville, Moby Dick (1851)

 

Émile Durkheim (1858-1917) acostumbraba redactar sus clases. Gracias a ese hábito de perfeccionista, disponemos de un vasto material, compuesto por los borradores de los diferentes cursos dictados por el sociólogo francés a lo largo de su carrera académica. Entre esos materiales se encuentran las tres lecciones sobre moral profesional, publicadas por primera vez en la Revue de Métaphysique et de Morale, julio y octubre de 1937, pp. 527-544 y 714-738, con una presentación de Marcel Mauss (1872-1950).

Dichas lecciones forman parte del curso dictado por Durkheim en tres oportunidades durante la década de 1890 en la Universidad de Burdeos. El curso recibió sucesivamente los nombres de: 1) Física del Derecho y de las Costumbres; 2) Fisiología del Derecho y de las Costumbres; 3) Moral y Organización. La última redacción del curso fue efectuada de noviembre de 1898 a junio de 1900 y el texto resultante es que se publicó sin alteraciones en 1937.

Durkheim desarrolla en las lecciones una de las preocupaciones constantes de su pensamiento: la búsqueda de las causas del conflicto social en la sociedad capitalista de fines del siglo XIX.  Su análisis merece ser revisitado, en buena medida porque apunta a una cuestión central: la tendencia del capitalismo al individualismo y la fragmentación de la vida social (que va de la mano con el proceso de centralización del capital), y sus consecuencias políticas y sociales. Esta tendencia no es coyuntural sino estructural, algo que demuestra Durkheim en buena parte de su obra (por ejemplo, en La división del trabajo social), y no ha perdido vigencia en 2023. Durkheim, lejos de ser un fantasma del pasado, sigue caminando junto a nosotros.

Noticia para bibliófilos:

Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de Federico Lorenc Valcarce: Durkheim, É. (2003). Lecciones de Sociología. Física de las costumbres y del derecho y otros escritos sobre el individualismo, los intelectuales y la democracia. Buenos Aires, Argentina: Miño y Dávila. Las tres lecciones se encuentran en pp. 65-103.


Como es habitual en él, Durkheim no pierde el tiempo y entra rápidamente en tema. La primera lección (pp. 65-76) es un verdadero cross a la mandíbula. Luego de definir el objeto de la física de las costumbres y el derecho [1], y de plantear cuáles son los dos problemas fundamentales de esta ciencia [2], se preocupa por establecer la existencia de diversas morales en la misma sociedad. [3] Todas estas cuestiones son, por decirlo así, una entrada en calor antes de pasar al tema principal.

El núcleo del texto es la crítica del economicismo o, dicho de otro modo, de las soluciones liberal y socialista a los problemas del capitalismo moderno. Estos problemas tienen origen en la tendencia del capital a fragmentar los grupos y producir individualismo. [4] Ahora bien, dicha fragmentación tiene sus costos. Desde la perspectiva durkheimiana, el más alto de esos costos consiste en la ausencia de una moral profesional, que regule las actividades de los grupos económicos (por ejemplo, de los empresarios y de los trabajadores). Esto es especialmente peligroso para la estabilidad del sistema social, puesto que la economía es la actividad principal en la sociedad moderna y, si es correcta la tesis durkheimiana, el desarrollo capitalista lleva a debilitar la regulación de esa actividad.

Durkheim desarrolla metódicamente su argumento. Para empezar:

“Una moral es siempre la obra de un grupo y no puede funcionar más que si este grupo la protege con su autoridad. Está compuesta por reglas que dirigen a los individuos, que los obligan a actuar de cierta manera, que imponen límites a sus inclinaciones y les impiden ir más allá. Ahora bien, sólo hay un poder moral - y, por consiguiente, superior al individuo- que puede imponerle legítimamente una ley: el poder colectivo. En la medida en que el individuo es abandonado a sí mismo, en la medida en que es eximido de toda obligación social, es liberado también de toda obligación moral. La moral profesional no podría sustraerse a esta condición de toda moral.” (p. 70)

Todo grupo necesita de una moral para funcionar adecuadamente, es decir, de un conjunto de normas que rigen los derechos y deberes de sus miembros (y que sirve, también, para justificar la jerarquía existente al interior del grupo). Pero la moral emana del grupo y no del individuo, pues este último, en el marco de una economía de mercado, pone su interés particular por sobre el interés colectivo. De modo que, si el grupo se debilita (por acción de esa misma economía de mercado), la moral pierde consistencia o, en el peor de los casos, desaparece. Sin moral, el grupo queda sumido en la lucha de todos contra todos [5]: “Es imposible que una función social exista sin disciplina moral. Porque, de otro modo, no hay más que apetitos individuales - que son naturalmente infinitos, insaciables - y, si nada los regula, no podrían regularse a sí mismos.” (p. 74; el resaltado es mío - AM -)

En este punto aparece una paradoja: el capitalismo, que produce la disolución del grupo, no puede permitir, sin embargo, que el grupo profesional se disgregue y que el conflicto escale, pues el capital demanda estabilidad. Sin moral profesional, la sociedad se tambalea, pues el individualismo da paso a la competencia y ésta se convierte en la lucha de todos contra todos. 

La inexistencia de moral profesional en los grupos económicos se encuentra en la base de la crisis del capitalismo. Durkheim lo expone así:

“De allí [de la ausencia de disciplina moral en los grupos profesionales] proviene, precisamente, la crisis que sufren las sociedades europeas. La vida económica ha adquirido, desde hace dos siglos, un desarrollo que no había tenido jamás; de función secundaria que era, despreciada, abandonada a las clases inferiores, ha pasado al primer lugar. Las funciones militares, administrativas y religiosas pierden terreno frente a ella. Sólo las funciones científicas están en condiciones de disputarle esta primacía, y aun la ciencia tiene prestigio frente a la sociedad en la medida en que puede servir a la práctica, es decir, en gran parte a las profesiones económicas. (...) Una forma de actividad que tiende a ocupar tal lugar en el conjunto de la sociedad no puede estar desprovista de toda reglamentación moral especial, sin que de ello resulte una verdadera anarquía. Las fuerzas que han sido desatadas ya no saben cuál es su desarrollo normal, dado que nada les indica donde deben detenerse. Se tropiezan unas a otras en movimientos discordantes, reduciéndose, rechazándose mutuamente. Sin dudas, los más fuertes logran destruir a los más débiles, o al menos, colocarlos en un estado de subordinación. Pero, como esta subordinación no es más que un estado de hecho que no está consagrado por ninguna moral, no es aceptada más que por obligación y hasta el día en que llegue una revancha siempre esperada. (...) De allí provienen los conflictos siempre renacientes entre los diferentes factores de la organización económica.” (pp. 74-75)

De modo que la principal actividad de las sociedades capitalistas, la vida económica, adquiere el carácter de “competencia anárquica”, con la consiguiente pulverización de los lazos sociales. Es cierto que Durkheim no ve la otra cara del desarrollo capitalista, la centralización del capital; sin embargo, percibe con agudeza las consecuencias disolventes de ese desarrollo para los grupos sociales.

El liberalismo económico (en el texto recibe la denominación de “economicismo”) propone una solución a la paradoja. Durkheim la sintetiza de la siguiente manera: “El economicismo sostiene que el juego de las fuerzas económicas se regularía a sí mismo y tendería automáticamente al equilibrio sin que fuera necesario ni posible someterlo a un poder moderador.” (pp. 73-74) Pero es precisamente el juego de las fuerzas económicas el que pone al grupo en respiración artificial; en otras palabras, el economicismo recomienda apagar el incendio arrojando al fuego más y más bidones de nafta.

Pero la crítica durkheimiana va más allá del liberalismo económico y alcanza también a los socialistas:

“El socialismo admite, al igual que el economicismo, que la vida económica está en condiciones de organizarse a sí misma, de funcionar regular y armónicamente sin que ninguna actividad moral se ocupe de ella, a condición de que el derecho de propiedad sea transformado, que las cosas dejen de estar monopolizadas por los individuos y las familias para ser puestas en manos de la sociedad. Hecho esto, el Estado sólo tendría que llevar una estadística exacta de las riquezas periódicamente producidas y distribuirlas entre los asociados según una fórmula preestablecida. “ (p. 74).

Liberales y socialistas tienen en común el economicismo, la concepción que sostiene que la economía se regula automáticamente, sin necesidad de una intervención externa. Pero, tal como se explicó más arriba, esto es imposible.

La teoría del automatismo de las leyes económicas parte del error de suponer que los fenómenos económicos existen y pueden analizarse por separado del resto de la organización social. Esta teoría se enlaza con el individualismo, pues ambas concepciones postulan la inexistencia de los condicionamientos sociales sobre los individuos y los fenómenos económicos.

La causa principal de la crisis consiste, según Durkheim, en la incapacidad de la economía de proveerse de un conjunto de reglas que la regulen: “El orden, la paz entre los hombres, no puede resultar automáticamente de causas completamente materiales, de un mecanismo ciego, por más sabio que sea. Es una obra moral.” (p. 75; el resaltado es mío - AM-).

Durkheim no se queda en la constatación de la impotencia de liberales y socialistas para resolver la crisis del capitalismo; viene a proponer un sueño: las corporaciones como remedio a la inexistencia de reglas morales en la vida económica. Este propuesta se desarrolla en las Lecciones 2° y 3° (pp. 77-103)

Aquí no tenemos espacio para desarrollar la solución durkheimiana, que será tratada en un texto futuro. Pero hay que enfatizar que el aporte más sustancial de las lecciones se encuentra en la crítica del economicismo, cuyo postulado fundamental (el de la crítica) es la afirmación de la incapacidad de la economía para regularse a sí misma. Si se acepta esta incapacidad, el homo oeconomicus no puede ser el fundamento de toda la vida social, pues el individuo carece de la facultad de autogenerar las normas que regulan las relaciones entre las personas.

En nuestra época, las invocaciones a la autorregulación del mercado y sus poderes mágicos para resolver los problemas económicos se hallan en boca de muchos políticos, periodistas y opinólogos. En medio de tanto ruido economicista es bueno tener presente otra perspectiva sobre la crisis, así más no sea para preservar la salud mental (la propia y la del prójimo). La soledad que menta el capitán Ahab no suele ser buena consejera.

 

Villa del Parque, sábado 29 de abril de 2023

 


Notas:

[1] “La física de las costumbres tiene por objeto el estudio de los hechos morales y jurídicos.” (p. 65)

[2] Los dos problemas fundamentales que debe resolver la física de la costumbre son: “1°) Cómo se han constituido históricamente estas reglas, es decir, cuáles son las causas que las han suscitado y los fines útiles que cumplen; 2°) La manera en que funcionan en la sociedad, es decir, el modo en que son aplicadas por los individuos.” (p. 65)

[3] Existen las reglas de moral universal, que “se aplican a todos los hombres indistintamente. Son las relativas al hombre en general, considerado en cada uno de nosotros” (p. 67). Estas reglas se dividen en dos grupos: a) la moral individual, que involucra las relaciones de cada uno consigo mismo; b) “las relaciones que conciernen con los otros hombres, haciendo abstracción de todo grupo particular” (p. 67). Pero entre ambos extremos existen deberes propios de grupos particulares (no abarcan a todas las personas). Entre ellos se encuentra la moral profesional, que abarca las reglas que rigen cada una de las actividades que realizan las personas en tanto productores, empleados, profesionales, funcionarios públicos, etc. Presenta una gran diversidad, pues abarca profesores, comerciantes, sacerdotes, soldados, etc. Ahora bien, “el rasgo distintivo de esta moral , el que la diferencia de las otras partes de la ética, es el desinterés con el que la considera la conciencia pública. No hay reglas morales cuya violación, al menos en general, sea vista con más indulgencia por la opinión. Las faltas que sólo conciernen a la profesión son objeto de una reprobación que pierde intensidad fuera del medio propiamente profesional. Son consideradas veniales. (...) Este carácter de la moral profesional se explica fácilmente. Esta moral no puede interesar vivamente a la conciencia común, precisamente porque está fuera de esta conciencia común. Precisamente porque impera sobre funciones que no todo el mundo cumple (...) He aquí por qué el sentimiento público es ofendido débilmente por este tipo de faltas. Sólo le atañen aquellas que por su gravedad son susceptibles de tener repercusiones generales.” (pp. 69-70)

[4] La relación entre capitalismo e individualismo fue descripta por Karl Marx (1818-1883) en un pasaje de la Introducción a los Grundrisse: “Solamente al llegar al siglo XVIII, con la ≪sociedad civil≫, las diferentes formas de conexión social aparecen ante el individuo como un simple medio para lograr sus fines privados, como una necesidad exterior. Pero la época que genera este punto de vista, esta idea del individuo aislado, es precisamente aquella en la cual las relaciones sociales (universales según este punto de vista) han llegado al más alto grado de desarrollo alcanzado hasta el presente. El hombre es, en el sentido más literal, no solamente un animal social, sino un animal que sólo puede individualizarse en la sociedad.” (Marx, K., Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, Buenos Aires, Siglo XXI, 1997, vol. 1, p. 4).

[5] Es casi inevitable recordar aquí la formulación del estado de naturaleza efectuada por Thomas Hobbes (1588-1679): “En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que nada puede ser injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar. Donde no hay un poder común, la ley no existe: donde no hay ley, no hay justicia. En la guerra, la fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales.  Justicia e injusticia no son facultades ni del cuerpo ni del espíritu. Si lo fueran, podrían darse en un hombre que estuviera solo en el mundo, lo mismo que se dan sus sensaciones y pasiones. Son, aquéllas, cualidades que se refieren al hombre en sociedad, no es estado solitario. Es natural también que en dicha condición no existan propiedad ni dominio, ni distinción entre tuyo y mío; sólo pertenece a cada uno lo que puede tomar, y sólo en tanto que puede conservarlo.” (Hobbes, Th., Leviatán, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 104).