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jueves, 26 de diciembre de 2019

NIETZSCHE Y SU CRÍTICA A LA OBJETIVIDAD DEL CONOCIMIENTO: APUNTES DE LECTURA




“El filósofo, que es el más engreído de los SH, está convencido de que el
universo tiene puesta telescópicamente su mirada en sus actos y pensamientos.”
Friedrich Nietzsche
El filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) discutió en su obra varios de los fundamentos de la filosofía de la Modernidad. Ésta se constituyó a la par del desarrollo del capitalismo y de la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII. Uno de sus ejes fue la teoría del conocimiento, campo en el que dicha filosofía elaboró especialmente la cuestión del método. Nietzsche critica esa teoría del conocimiento en su ensayo Verdad y mentira en sentido extramoral (Über Wahrheit und Lüge im aussermoralischen Sinne), redactado en 1873 y publicado por primera vez en 1896 por su hermana Elisabeth, cuando el filósofo ya se hallaba incapacitado por la enfermedad.
Nietzsche arremete contra la concepción que defiende la objetividad y la neutralidad de la ciencia en términos políticos. En este punto influyó sobre el filósofo francés Michel Foucault (1926-1984), quien comentó el ensayo que estamos examinando en su obra La verdad y las formas jurídicas.
El presente trabajo no pretende ser más que una ficha de lectura, cuyo objetivo es promover la discusión en torno al problema de la objetividad de las ciencias sociales. La supuesta neutralidad de la ciencia es un elemento importante en la ideología del capitalismo y debe ser discutida en profundidad si se pretende construir una perspectiva diferente del conocimiento científico.
Nota bibliográfica:
Para la redacción de esta ficha trabajé con la traducción española de Enrique López Castellón. El texto se encuentra disponible en:
Abreviaturas:
SH = Seres humanos.

Nietzsche arranca su ensayo con la famosa metáfora de los “animales inteligentes” que “descubrieron el conocimiento” (p. 227).
“Cuando desaparezca [el intelecto humano], no habrá ocurrido nada, puesto que ese intelecto no tiene ninguna misión que vaya más allá de la vida humana. Únicamente es humano, y sólo su creador y poseedor lo considera tan patéticamente como si fuera el eje del mundo.” (p. 227). [1]
El intelecto sirve a los seres humanos para sobrevivir, pues el animal humano carece de otros recursos, como ser dientes y garras afiladas. El intelecto “ejerce su fuerza principal en el acto de fingir”. Así, el SH disimula, adula, miente, comete fraude, calumnia, engaña y demases.
“Apenas hay nada más incomprensible como que el SH tienda sinceramente a la verdad pura. [Por el contrario], se halla profundamente inmerso en ilusiones y ensueños, su mirada resbala por la superficie de las cosas de las que sólo percibe «formas»; su sensibilidad no lo lleva en modo alguno a la verdad, sino que se limita a recibir estímulos como si jugara a palpar el dorso de las cosas. (…) El SH, en su ignorante indiferencia, duerme aferrado a sus sueños sobre el lomo de un tigre – valga la expresión -, es decir, sobre un fondo de crueldad, codicia e instintos insaciables y homicidas. ¿De dónde iba a surgir, en semejantes condiciones, el impulso hacia la verdad?” (p. 228).
Cometiendo un verdadero anacronismo, Nietzsche supone la existencia del “estado de naturaleza”. [2] Sostiene que por “necesidad” y “aburrimiento” los SH firman un “tratado de paz” y adoptan “una vida gregaria”. Lo verdadero surge a partir de ese tratado. El lenguaje, “se inventa una forma universalmente válida de designar las cosas, y el código lingüístico suministra asimismo las primeras leyes de la verdad, pues en este terreno aparece por primera vez la oposición entre verdad y mentira.” (p. 229).
Si el SH se contenta con tautologías [3], está obligado a tomar ilusiones por verdades.
“Cuando hablamos de árboles, colores, nieve o flores, creemos saber algo de las cosas mismas, pero sólo poseemos metáforas de las cosas que no corresponden en modo alguno a su ser natural.” (p. 230).
A partir de lo anterior, Nietzsche se refiere a la formación de conceptos:
Elaboramos el concepto prescindiendo de lo individual y real, y del mismo modo obtenemos la forma, pero la naturaleza no sabe de formas ni de conceptos, como tampoco de géneros; en ella sólo existe una x a la que no podemos acceder ni definir. Igualmente antropomórfica es nuestra oposición entre individuo y especie, que no procede del ser de las cosas, aunque no me atreva a decir que no se ajusta a ella pues estaría formulando una afirmación dogmática y, en cuanto tal, tan indemostrable como su contraria.” (p. 231; el resaltado es mío – AM-).
Entonces, ¿qué es la verdad para Nietzsche?
En su lenguaje, bello pero recargado y que se presta a la imprecisión, aporta estas características, que se conjugan para proporcionar una definición del concepto de verdad
·         “Dinámico tropel de metáforas, metonimias, antropomorfismos”;
·         “conjunto de relaciones humanas que, realzadas, plasmadas y adornadas por la poesía y la retórica, un pueblo considera sólidas, canónicas y obligatorias” (p. 231).
·         Metáforas cuya fuerza desapareció con el uso.
La sociedad establece la “obligación de ser veraz”, esto es, de utilizar las metáforas en uso (p. 231).
En otras palabras,
“Hablando en términos morales, sólo hemos prestado atención a la obligación de mentir, en virtud de un pacto, de mentir de una forma gregaria, de acuerdo con un estilo universalmente válido.” (p. 231).
Lejos de referirse a algo objetivo – por ejemplo, la teoría de la verdad como correspondencia -, Nietzsche sostiene que la verdad es un producto social.
“…el SH comprueba lo honorable, seguro y beneficioso que es decir la verdad. Desde ese momento, el SH, como ser racional, somete sus actos al imperio de la abstracción; ya no se deja llevar por impresiones rápidas ni intuiciones pasajeras, sino que generaliza éstas convirtiéndolas en conceptos más sólidos y más fríos para uncirlos al curso de su vida y de su comportamiento. Todo lo que sitúa al SH por encima del animal se debe a esta capacidad suya de volatilizar en esquemas las metáforas intuitivas, de disolver, en suma, las imágenes en conceptos.” (p. 231).
En síntesis, en el acto de conocer las impresiones e intuiciones [4] se convierten en conceptos. Ahora bien, Nietzsche no dice nada acerca de la relación entre las cosas y las impresiones; está más interesado en mostrar el carácter social de los conceptos. [5]
Los conceptos desarman, por decirlo así, el material de las impresiones. Ellos construyen: a) un orden piramidal con divisiones – niveles; b) leyes, precedencias, subordinaciones, delimitaciones. El orden de los conceptos aparece como “instancia reguladora imperativa” (p. 232).
A partir de lo establecido en el párrafo anterior, queda claro que la verdad consiste en respetar el orden y la jerarquía de esos conceptos. El SH “considera que amar a la verdad es tender a buscar a cada dios (es decir, a cada concepto) sólo en la casilla que le corresponde.” (p. 232).
El SH construye con conceptos: “cabe admirar al poderoso genio constructor del SH, que es capaz de levantar sobre cimientos tan inestables.” (p. 232). Sin embargo, afirmar que los conceptos se construyen sobre impresiones no significa necesariamente que aquéllos sean “inestables”. Subyace al argumento nietzscheano la vieja idea kantiana de “la cosa en sí”. [6]
“Si alguien esconde una cosa detrás de un matorral y luego lo busca en ese sitio y lo encuentra, su descubrimiento no le da motivo para vanagloriarse demasiado; sin embargo, esto es lo que supone precisamente buscar y descubrir la «verdad» dentro del ámbito de la razón.” (p. 232).
Pero, los conceptos se originan en las impresiones. En este sentido, la construcción de los conceptos no puede ser completamente aleatoria. La argumentación aparece aquí floja de papeles, pues la construcción de conceptos está relacionada con ciertos patrones sociales. Más claro, los conceptos y la clasificación de la realidad consiguiente tienden a reforzar cierta distribución del poder social. Así, la idea misma de neutralidad del conocimiento beneficia a quienes detentan el poder en la sociedad. En la Modernidad capitalista, es la burguesía quien tiene el poder en la sociedad. Nietzsche, manejándose en un alto nivel de abstracción, nada dice de esto.
¿Qué sería entonces la verdad, con independencia de los conceptos?
“«Verdadera en sí», esto es, real y universal independiente del ser humano. En última instancia, quien busca tales verdades sólo trata de humanizar el mundo, de comprenderlo en términos humanos y, en el mejor de los casos, consigue el sentimiento de una asimilación. (…) Su procedimiento consiste en considerar que el ser humano es la medida de todas las cosas [7], con lo que parte del error de pensar que tiene ante sí tales cosas de una forma inmediata, como objetos puros. Es decir: olvida el carácter metafórico de las intuiciones originarias, y las toma por las cosas mismas.” (p. 232-233).
Todo el pasaje está lleno de valoraciones que operan como otras tantas peticiones de principio. [8] Por ejemplo, ¿por qué es negativo que el SH aparezca como “medida de todas las cosas”? Bien mirada la cuestión, éste es el único punto de partida posible. No tenemos la sensibilidad específica del perro, por ejemplo. El logro humano consiste en haber descubierto regularidades del cosmos y de la sociedad que funcionan con independencia de nuestra experiencia, por ejemplo: la gravitación universal.
El SH “se olvida que es un sujeto, y un sujeto que actúa como creador y como artista.” (p. 233). Sin embargo, y tal como se indicó en el párrafo anterior, las posibilidades de creación se encuentran limitadas por la experiencia de las personas, que nunca es ilimitada. Nietzsche sostiene que los conceptos son productos humanos (vuelvo a repetir que los sociólogos escribiríamos “sociales), no fórmulas objetivas; no obstante, no desarrolla las consecuencias de esta afirmación, pues no hace referencia a las condiciones sociales de construcción de esos conceptos.
No existe la “percepción correcta”. No disponemos de esta medida. Por otra parte, objeto y sujeto son “dos esferas completamente distintas”. Entre objeto y sujeto puede haber, a lo sumo, una “conducta estética”. (p. 233).
Prefiere evitar usar la palabra “fenómeno” porque “no es cierto que el ser de las cosas «se manifieste» en el mundo empírico.” (p. 233). Entre la “excitación nerviosa” y la “imagen producida” no hay relación de causalidad. [9]
¿Qué son las leyes de la naturaleza, estudiadas por los físicos, los químicos, etc.?
“Algo que no conocemos en sí mismo, sino sólo por sus efectos; es decir, por sus relaciones con otras leyes de la naturaleza que, a su vez, no conocemos sino como relaciones añadidas a otras, mientras que su esencia nos resulta totalmente incomprensible. En realidad, simplemente conocemos lo que aportamos a ellas el tiempo y el espacio, es decir, las relaciones de sucesión y los números.” (p. 234).
Las representaciones de tiempo y espacio las producimos nosotros. Son propiedades creadas por los SH y que “añadimos a las cosas”. (p. 234).
En resumen, Nietzsche pone en cuestión la noción de objetividad del conocimiento y, en especial, la idea misma de verdad como algo neutral respecto al poder. Al hacerlo, critica la concepción positivista del desarrollo lineal del saber y, por ende, del progreso humano.

Parque Avellaneda, jueves 26 de diciembre de 2019

NOTAS:
[1] Nietzsche dedica un párrafo significativo a los filósofos: “El filósofo, que es el más engreído de los SH, está convencido de que el universo tiene puesta telescópicamente su mirada en sus actos y pensamientos.” (p. 227).
[2] El estado de naturaleza es un supuesto utilizado por los filósofos contractualistas entre los siglos XVII y XVIII y consiste en afirmar que los seres humanos viven naturalmente fuera de la sociedad, y que ésta es artificial, producto de la decisión de los SH, la cual se expresa en un pacto o contrato. De este modo, estos filósofos negaron la validez de la proposición aristotélica, que sostenía el carácter esencialmente social del SH.
[3] Nietzsche se refiere a ellas con la expresión “cáscaras vacías de contenido” (p. 229).
[4] Asemejándose al filósofo inglés David Hume (1711-1776), escribe: “la ilusión de la plasmación artística de una excitación nerviosa es, si no la madre, la abuela de todo concepto.” (p. 232).
[5] Los sociólogos escribiríamos: “la construcción social de los conceptos”.
[6] El filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) sostenía “que no es posible ningún conocimiento si no es dentro de las fronteras de la experiencia. En este sentido se aproxima al empirismo [Corriente filosófica que afirma que los sentidos son la única fuente de conocimiento válido.], y declarará la imposibilidad del conocimiento metafísico, entendido como conocimiento de las cosas en sí, porque para que éste fuese posible tendrían que sernos dados los objetos metafísicos (Dios, el alma, etc.), cosa que evidentemente no ocurre. Lo único que nos es dado son las impresiones, y solamente sobre base de éstas podrá elaborarse el conocimiento.” (Adolfo Carpio, Principios de filosofía, Buenos Aires, Glauco, 2003, p. 233).
[7] Referencia al filósofo griego Protágoras (480-410 a. c.), quien afirmaba el principio de homo mensura (“el hombre es la medida de todas las cosas”). Carpio hace la siguiente interpretación: “quedaba eliminada toda validez objetiva, sea en la esfera del conocimiento, sea en la de la conducta; todo es relativo al sujeto; una cosa será verdadera, justa, buena o bella para quien le parezca serlo, y será falsa, injusta, mala o fea para quien no le parezca.” (Carpio, op. cit., p. 59).
[8] Es una falacia, es decir, un tipo de razonamiento que, aunque incorrecto en su forma, es psicológicamente persuasivo. La petición de principio (petitio principii) se produce “si alguien toma como premisa de su razonamiento la misma conclusión que pretende probar.” (Irving Copi, Introducción a la lógica, Buenos Aires, Eudeba, 2010, p. 81 y 94).
[9] Coincide en este punto con la crítica de Hume a la noción de causalidad. Según este filósofo, es imposible fundamentar la conexión causal entre dos hechos, pues ésta implica “además de la sucesión [temporal], que el segundo hecho sea necesariamente producido por el primero. (…). La experiencia nos muestra sólo sucesiones (…); pero no nos enseña absolutamente nada más. No nos dice, en modo alguno, que entre los hechos haya una relación necesaria tal que, dado el primer hecho, forzosamente tenga que ocurrir el segundo.” (Carpio, op. cit., p. 189). Según Hume, la causalidad que manejamos se basa en el hábito o costumbre: “Porque esa especie de mecanismo mental que es el hábito, y que se forma mediante un proceso de repetición – piénsese en la memorización de una poesía, v. gr. -, consiste en la tendencia a reproducir un plexo o conjunto de hechos psíquicos aprendidos cuando se revive una parte de dicho conjunto.” (Carpio, op. cit., p. 191).

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