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domingo, 23 de agosto de 2020

DERECHOS HUMANOS, SOCIEDAD Y ESTADO CURSO 2020 – CLASE N° 9

 

"El deber de la filosofía era disipar el espejismo que nacía de la mala interpretación, aunque con ello se aniquilase mucha ilusión estimada y encomiada."

Immanuel Kant (1724-1804), filósofo alemán.

 



Bienvenidas y bienvenidos a la novena clase de este curso.

En la última clase, que tuvo lugar antes del receso de invierno, delineamos los rasgos principales de la filosofía política de Maquiavelo (1469-1527). Como indicamos, el filósofo italiano fue el primer gran teórico del Estado moderno. Durante la Edad Media, el poder político se hallaba dividido entre los distintos señores feudales y la Iglesia. El poder del rey era ficticio la mayoría de las veces, pues no controlaba todo el territorio de su Estado. Esta situación complicaba la realización de intercambios comerciales entre ciudades y regiones, así como también entre reinos. Mientras la economía giró en torno a la agricultura no hubo mayores dificultades; las cosas comenzaron a complicarse cuando se produjo la expansión del comercio, algo que ocurrió a partir del siglo XII. Desde ese momento la burguesía de las ciudades comenzó a ver con buenos ojos el fortalecimiento del poder del rey, pues eso garantizaría seguridad para la actividad comercial. Los reyes, por su parte, vieron en la expansión del comercio la posibilidad de recaudar más impuestos y, por ende, contar así con los recursos necesarios para sostener un ejército que asegurara su autoridad en el territorio de su país. España, Francia e Inglaterra fueron las primeras naciones en las que surgió un Estado centralizado.

Maquiavelo se encontró con este panorama cuando empezó a pensar los problemas políticos, a finales del siglo XVI. El Príncipe [1] le da forma sistemática a esas reflexiones.

Pasemos, pues, a la clase.


Maquiavelo fue un político, además de un filósofo. La aclaración es importante, pues permite pensar la lectura del Príncipe desde una perspectiva diferente a la habitual cuando abordamos un texto filosófico. Que Maquiavelo haya sido un político implica que los problemas prácticos ocupan un lugar central en su producción teórica. Es por eso que me permito sugerirles una lectura particular de la obra que estamos examinando.

Vamos a empezar por el último capítulo de la obra, el XXVI. Allí se encuentra una de las dos claves para comprender el sentido de toda la obra: la lucha por la conformación de un Estado nacional en Italia.

Maquiavelo describe así la situación de Italia:

“En el presente, para conocer la virtud de un espíritu italiano era necesario que Italia se viera reducida a los términos en los que está hoy día: más esclava que los judíos, más sierva que los persas, más dispersa que los atenienses, sin cabeza, sin orden, expoliada, lacerada, teatro de correrías y víctima de toda clase de devastación.” (p. 86).

No hay un ápice de exageración en estas palabras. Italia, dividida en una multitud de pequeños Estados y ciudades independientes, con la Iglesia controlando una vasta extensión del territorio (los Estados pontificios), era presa de las ambiciones de España y Francia, países que habían desarrollado poderosos Estados nacionales en el transcurso del siglo XV. Los italianos veían impotentes como las luchas entre franceses y españoles se desarrollaban en el territorio italiano.

El tono de Maquiavelo es el de un patriota, indignado por la indefensión de su país frente a los invasores extranjeros:

“[Italia], inerte, espera a quien le pueda sanar sus heridas, ponga fin a los saqueos de la Lombardía, a las exacciones en el reino de Nápoles y en la Toscana, y la cura de sus llagas, desde hace tanto putrefactas. Se la ve también por completo lista y dispuesta a seguir una bandera, con que haya uno que la enarbole.” (p. 86).

A lo largo del capítulo, Maquiavelo insiste en la necesidad de un jefe (un Estado) que sepa conducir a los italianos en la lucha por la independencia. Aquí, como en otras partes del libro, pone en énfasis en la necesidad de una nueva organización militar; precisamente, el elemento distintivo de los Estados nacionales era su capacidad para dotarse de una fuerza militar muy superior a la de los señores feudales. El ejército era la base del fortalecimiento de la autoridad real en España y en Francia. De ahí el énfasis de Maquiavelo en la cuestión de la conformación de un ejército italiano.

Maquiavelo nos revela aquí una de las claves del Estado moderno: el monopolio de la violencia en un territorio determinado. El Estado es, ante todo, un instrumento de dominación y su núcleo es la violencia.

El final del capítulo XXVI muestra la distancia que hay entre el Maquiavelo de carne y hueso y el monigote cínico que se ha ido creando con el tiempo en torno a su figura y su obra:

“No se debe (…) dejar pasar esta ocasión, a fin de que Italia, luego de tanto tiempo, vea a su redentor. No tengo palabras para expresar con qué amor sería recibido en todos los lugares que han padecido las invasiones extranjeras, con qué sed de venganza, con qué tenaz lealtad, con qué devoción, con qué lágrimas. ¿Qué puertas se le cerrarían? ¿Qué pueblos le negarían obediencia? ¿Qué italiano le negaría pleitesía? A todos apesta esta bárbara dominación.” (p. 89).

De modo que la búsqueda de la conformación de un Estado nacional que garantice la independencia de Italia es una de las claves de la obra. Para hallar la otra es preciso ir a los primeros capítulos del libro, más concretamente al IX. En los capítulos anteriores Maquiavelo describe diversos tipos de Estado, así como distintas formas de conquistar el poder y mantenerlo. Hace una descripción descarnada de la política de su época, marcada por la violencia.

Pero en el capítulo IX aparece algo diferente, una innovación política que marcará la historia de la Modernidad: el pueblo se convierte en un actor político y deja de ser una masa de maniobra a disposición del monarca o el jefe de turno.

El capítulo IX describe el principado civil, esto es,

“[El caso de] un ciudadano particular que se convierte en príncipe de su patria no mediante crímenes ni otras intolerables formas de violencia, sino a través del favor de sus conciudadanos; cabría denominárselo principado civil, y llegar hasta él no requiere ni sólo virtud ni sólo fortuna, sino más bien una astucia afortunada.” (p. 32).

Maquiavelo se pregunta cómo se accede a esta forma de principado. Responde que se accede o mediante el favor del pueblo o mediante el favor de “los notables” (los aristócratas, la nobleza feudal o urbana), “pues en toda ciudad se hallan estos dos humores contrapuestos” (p. 32). Sigue en esto la tradición de la filosofía política, que desde Platón (c 427-347 a. C.) en adelante puso el acento en las diferencias de clase como motor de las luchas políticas.

Llegado a este punto, Maquiavelo formula su descubrimiento:

“El pueblo desea que los notables no lo dominen, ni le opriman, mientras los notables desean dominar y oprimir al pueblo.” (p. 32).

La posición social de cada uno de esos grupos (pueblo y notables) hace que se enfrenten entre sí y de esa lucha surgen “el principado, la libertado o la licencia” (p. 32). En otras palabras, los regímenes políticos no son otra cosa que diferentes relaciones de poder entre las clases y grupos sociales. Esto ya lo había descubierto Aristóteles (384-322 a. C.), quien señaló que la democracia era el gobierno de los pobres sobre los ricos y la oligarquía el gobierno de los ricos sobre los pobres. [2]

Ahora bien, Maquiavelo fue más allá de sus predecesores. No se contentó con indicar que existía una conexión directa entre las formas de gobierno y las clases sociales; planteó abiertamente que el pueblo constituía la base más sólida del gobierno. Dicho de modo más preciso, el apoyo del pueblo era fundamental para consolidar el poder estatal. Lejos de menospreciar al pueblo, o considerarlo como una amenaza a la que había que dominar mediante la fuerza, Maquiavelo vislumbró que el pueblo podría llegar a ser la base de una forma de gobierno mucho más fuerte que todas las conocidas hasta ese momento. [3]

Maquiavelo examina las diferencias entre un gobierno basado en los notables y otro basado en el pueblo. El resultado del examen es claramente favorable al segundo:

“Quien accede al principado mediante el apoyo popular está solo, sin nadie, o casi, en derredor suyo que no esté dispuesto a obedecer. Además de eso, no se puede con honestidad dar satisfacción a los notables sin perjudicar a los otros, lo cual sí es posible con el pueblo, por ser el fin suyo más honesto que el de los notables, al querer éstos oprimirlo y aquél que no lo oprima.” (p. 32-33; el resaltado es mío – AM-).

En el párrafo precedente Maquiavelo presenta la segunda clave del Príncipe: el reconocimiento del pueblo como actor político de primera línea, capaz de “humanizar” la política de su época. No se trata, simplemente, de que el gobernante se apoye en el pueblo por motivos pragmáticos (el pueblo constituye una base más firme de apoyo) [4], sino también de construir una forma de gobierno que vaya más allá de la opresión de un grupo social por otro.

Construcción de un Estado nacional y reconocimiento del papel político del pueblo: ambas ideas se encuentran unidas de modo indisoluble en la obra. Maquiavelo repite una y otra vez que el príncipe puede superar las adversidades si cuenta con el apoyo popular:

“Concluyo diciendo que sólo es menester a un príncipe mantener al pueblo de su lado, pues si no, carecerá de todo auxilio en la adversidad.” (p. 33).

El apoyo del pueblo es el requisito imprescindible para emprender con éxito la lucha por la independencia de Italia y, a la vez, la garantía de constituir una política diferente. Maquiavelo se anticipa así a la época de las revoluciones burguesas, que postularon el gobierno del pueblo y no de los nobles. Su construcción teórica se da en soledad y, en la práctica, concluyó en derrota en el plano de la política concreta, pues ninguno de los Estados en que se hallaba fragmentada la península adoptó la tarea de la unificación italiana. [5] Habría que esperar hasta el siglo XIX para ver la conformación del Estado italiano, con la consiguiente unificación de la península.

Todo lo visto demuestra la distancia entre la imagen que tenemos de Maquiavelo (un cínico que considera que cualquier cosa es válida para mantenerse en el poder) y el Maquiavelo teórico y político del siglo XVI, quien buscaba respuestas a los problemas políticos de su época. No podemos detenernos más en este punto. En la próxima clase concluiremos la lectura del Príncipe.

Muchas gracias por su atención.

 

Villa del Parque,  domingo 23 de agosto de 2020


NOTAS:

[1] Para elaborar la clase trabajé con la siguiente edición: Maquiavelo, N. (2011). El príncipe. En El príncipe. El arte de la guerra. Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Vida de Castruccio Castracani. Discursos sobre la situación de Florencia. (pp. 1-89). Madrid, España: Gredos. Traducción de Antonio Hermosa Andújar. Todas las citas que incluyo en la clase pertenecen a esta edición.

[2] Ver Aristóteles, Política, Libro IV.

[3] Maquiavelo discute la validez del refrán que dice que quien se apoya en el pueblo se apoya en el barro: “si se trata de un príncipe quien se apoya en aquél [en el pueblo], en grado de mando y lleno de valor, al que las adversidades no amedrenten y haya adoptado las necesarias disposiciones, y que con su ánimo y con sus instituciones mantenga en vilo al pueblo, jamás éste le abandonará, y podrá constatar la solidez de sus cimientos.” (p. 34).

[4] “Así pues, debe quien llegue a ser príncipe mediante el favor del pueblo mantenerlo junto a sí, cosa esta fácil, pidiendo aquél sólo que no se le oprima. En cambio, alguien que en contra del pueblo llegue a ser príncipe mediante el favor de los notables, debe lo primero de todo tratar de ganarse al pueblo: cosa ésta fácil si se hace su protector.” (p. 33).

[5] El filósofo marxista francés Louis Althusser (1918-1990) es autor de un ensayo sobre esta cuestión: “Soledad de Maquiavelo” (1977). Ver al respecto una ficha preparada por mí: “Maquiavelo y Althusser: El papel de la violencia en la política moderna”. En Blog Miseria de la Sociología, 23/12/2013.

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