El punto de partida es
esencial en toda disciplina, máxime en aquellas tan marcadas por la ideología
como las ciencias sociales. Es por esto que todo autor dedicado a la teoría
social ha dedicado parte de su obra a formular su respuesta particular a la
pregunta: ¿Por dónde empezar?
En Sociología las respuestas
a dicha pregunta pueden reducirse a dos grandes grupos. De un lado están
quienes afirman que el punto de partida es la totalidad, es decir, la sociedad.
Del otro, quienes postulan que hay que empezar por los individuos quienes, en
definitiva, constituyen esa totalidad a la que damos el nombre de “sociedad”.
La disputa entre los partidarios
de una u otra respuesta es tan antigua como la reflexión sobre los problemas de
la vida social y excede largamente los límites de la Sociología. Aristóteles,
con su célebre frase “El hombre es un animal de la polis” (un animal social),
se ubica entre los defensores de la postura de la totalidad. Hobbes, en cambio,
preconiza la tesis que sostiene que los individuos son anteriores a la
sociedad; por ende, el punto de partida de todo análisis debe ser el individuo.
El debate entre ambas
posiciones es, si cabe, todavía más importante desde el punto de vista práctico
que desde la teoría. Por ejemplo: una persona se encuentra desempleada y se
presenta, con resultados infructuosos, a sucesivas entrevistas de trabajo. Un
sociólogo cuya perspectiva es la de la totalidad estudiará el caso procurando
enmarcarlo en el contexto general del mercado laboral. Así, examinará las
condiciones que caracterizan a dicho mercado (grado de concentración del
capital, grado y tipo de organización de los trabajadores, marcos regulatorios
estatales, desarrollo histórico del conflicto capital – trabajo en la rama
productiva en que nuestro desocupado busca empleo, etc.). Sólo a partir de este
examen procederá a estudiar el caso particular de ese trabajador desocupado.
Para los enemigos del enfoque de la totalidad, el trabajo de nuestro sociólogo
es un mero divague o una forma rebuscada de eludir el problema, pues el
trabajador que busca empleo es responsable de sus buenas o malas decisiones;
por ende, lo es de su situación laboral. El sociólogo en cuestión respondería a
esta objeción diciendo que todas las personas nacen en un mundo ya hecho y que,
desde su nacimiento se forman en el marco de estructuras, ideologías y
costumbres preexistentes. El individuo no crea el mundo a su imagen y
semejanza, sino que es “creado” por ese mundo, más precisamente, por las
relaciones que entabla con sus semejantes.
Frente al ejemplo mentado en
el párrafo anterior, un sociólogo individualista metodológico (denominación
utilizada para designar a quienes afirman que las ciencias sociales deben
partir del individuo para explicar la sociedad) se concentraría en indagar
cuáles son las motivaciones, las actitudes y los valores del individuo que
busca empleo. En este trabajador desempleado (y sólo en él) se encuentra la
respuesta al problema de porqué continúa desempleado. Las instituciones que
rodean al individuo son vistas, a lo sumo, como contexto. Pero el nudo del
problema debe buscarse en el individuo.
Durkheim abordó la cuestión
del punto de partida de la sociología en repetidas oportunidades. En textos
fundamentales como Las reglas del método
sociológico dedicó muchas páginas a la demarcación entre la sociología y
las demás ciencias sociales; como es natural, al definir la sociología encaró
también la respuesta al problema del punto de partida.
Sin embargo, es en un texto
muy breve (escrito en 1917, poco antes de morir) donde Durkheim presentó una
respuesta escueta y precisa a la cuestión. Se trata de “Una definición de la
sociedad” (1). Es un escrito de escasas 16 líneas, en un solo párrafo. Allí se
plantea la distinción entre “sociedades animales” y “sociedades humanas”.
El argumento es sencillo.
Las “sociedades animales” tienen su principio regulador en el interior de los
individuos: el instinto. Las “sociedades humanas”, en cambio,
“presentan
un fenómeno nuevo, de una naturaleza especial, que consiste en que ciertos
modos de actuar le son impuestos al individuo, o, por lo menos, son propuestos
a él, desde fuera y se sobreañaden a
su propia naturaleza: tal es el carácter de las «instituciones».” (p. 313).
Para Durkheim, lo específico
de la sociedad son las “instituciones”, modos de actuar que existen con
independencia de los individuos y que ejercen coerción sobre éstos. El énfasis
en las instituciones marca una diferencia sustancial con el individualismo
metodológico, pues descarta a la esencia humana como el factor esencial para
explicar el comportamiento de las personas.
Las instituciones (v. gr.,
las relaciones sociales) juegan un papel tan relevante que Durkheim cierra el
texto con esta afirmación:
“[Las
instituciones] se encarnan en los sucesivos individuos sin que esta sucesión
destruya su continuidad; su presencia es el carácter distintivo de las
sociedades humanas, y el objeto propio de la sociología.” (p. 313).
La Sociología debe dedicarse
a estudiar las relaciones sociales que se continúan en el tiempo (las
instituciones). Comenzar, pues, por el individuo, sin tomar en cuenta las
instituciones, conduce a un callejón sin salida. Durkheim refuta así al individualismo
metodológico. A diferencia de las “sociedades animales”, donde la regulación es
interna a los individuos, la sociedad humana es regulada por las relaciones
sociales, que ya existen al momento del nacimiento de cada persona.
Para concluir. Es
significativo que Durkheim considere que el lenguaje es un buen ejemplo del
carácter que poseen las instituciones. El lenguaje es social por definición. Un
lenguaje propio de un solo individuo sería absurdo, pues la función social del
lenguaje es comunicar, permitir la relación (la interacción) con otros
individuos. Por más vueltas que le demos, la sociedad sólo se vuelve
inteligible en la medida en que abandonamos el principio individualista
metodológico de explicación.
Villa del Parque,
viernes 31 de enero de 2014
NOTAS:
(1) Publicado por primera
vez en el BULLETIN DE LA SOCIÉTÉ FRANCAISE DE PHILOSOPHIE, 1917, 15, p. 57.
Traducción española de Santiago González Noriega: Durkheim, Emile. (1998). Las reglas del método sociológico y otros
escritos sobre filosofía de las ciencias sociales. Barcelona: Altaya. (p.
313).
2 comentarios:
Muy interesante y concreto
Muchas gracias. Saludos,
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