“La revolución proletaria arrojó
diferentes sombras
sobre los diferentes sociólogos y
sociologías,
pero cuando la suerte estuvo echada todos los
sociólogos
supieron en qué lado de la
barricada estaban.”
Göran Therborn
Un estudiante envía por correo electrónico la
pregunta (tantas veces formulada):
¿Por qué
se dice que la sociología nace como una ciencia conservadora?
A continuación esbozo una respuesta, muy semejante
a la que brindé al estudiante en cuestión. Estoy disconforme con el tono académico,
pesado, de la redacción. Pero no se me ocurre nada mejor en este momento.
La imagen cuasi romántica
del sociólogo como revolucionario y enemigo del capitalismo, bastante difundida
en las décadas del ’60 y ’70 del siglo pasado, sigue conservando cierta
vigencia, más allá de que el panorama académico actual esté a años luz tanto
del romanticismo como de las revoluciones. Pero dicha imagen no remite
solamente al siglo pasado, sino que tiene sus orígenes en una confusión
anterior.
En el siglo XIX surgió el marxismo, como alternativa al proyecto
teórico y político de la burguesía (proyecto encarnado, sobre todo, en la
economía política). Sin entrar en la discusión acerca de sus méritos y
deméritos, es innegable que Marx formuló una teoría de la totalidad social, muy
diferente a la filosofía política o al individualismo metodológico de los
economistas del siglo XIX. Es por ello que varios historiadores de la teoría
sociológica incluyen a Marx en el campo de la sociología, ya sea entre los
sociólogos clásicos o los sociólogos a secas. Esta inclusión fue, más que
cualquier otra cosa, la causa, que fomentó la imagen “revolucionaria” de la
ciencia sociológica.
Sin embargo, la sociología
se caracterizó desde sus orígenes por la preocupación respecto a la
estabilización y consolidación de la sociedad capitalista. Esta afirmación es válida
tanto para los precursores y primeros
sociólogos (Saint-Simon, Comte, Spencer), como para la denominada sociología clásica (Durkheim, Weber). Lejos
de ser una ciencia “revolucionaria”, la sociología fue desde el principio una
ciencia “conservadora”
Para comprender mejor la
afirmación del párrafo anterior hay que tener presente el contexto histórico en
que surge el pensamiento sociológico moderno. El final del siglo XVIII estuvo
marcado por el impacto de la “doble
revolución” (expresión acuñada por el historiador británico Eric Hobsbawm):
la Revolución Industrial en Inglaterra y la Revolución Francesa. Ambos procesos
socavaron definitivamente las estructuras del feudalismo y del absolutismo, y
aceleraron el ritmo de una serie de cambios que venían siendo experimentados
desde el siglo XVI en Europa Occidental.
La Revolución Industrial, cuyo núcleo fue la industria textil,
permitió incrementar de manera exponencial la productividad, asestando un golpe
mortal a la producción artesanal, base de los viejos gremios medievales. A
partir de allí (y se trató de un proceso largo, que culminó recién a mediados
del siglo XIX) la incorporación de la maquinaria y de nuevas fuentes de energía, permitieron que
el empresario capitalista obtuviera una ventaja decisiva respecto a otras
formas de producción, mucho menos productiva. En este sentido, la Revolución
Industrial significó el paso fundamental en la expansión del capitalismo a
nivel mundial. La producción de mercancías, el trabajo asalariado y la
orientación del proceso económico en torno a la ganancia capitalista se convirtieron
en los ejes centrales del proceso económico. Estos cambios consolidaron la
posición dominante de la burguesía en la sociedad, pero también dieron origen a
una nueva forma de conflicto social: la lucha entre capital y trabajo.
La Revolución Francesa se caracterizó, en esencia, por la
transferencia del poder político desde la monarquía, la nobleza y el clero
(estamentos privilegiados en el sistema político que dio en llamarse Ancient Regime – Antiguo Régimen -)
hacia la burguesía, representó el quiebre definitivo de las viejas formas de
dominación política. Así, mientras que el feudalismo se caracterizó por el
sometimiento jurídico de los productores a los estamentos dominantes (los
trabajadores eran esclavos, siervos, etc.), la Revolución Francesa vino a
encarnar el triunfo de la idea de igualdad. A partir de 1789 (y el proceso se
desarrolló de un modo no lineal, con avances y retrocesos), las sociedades se
caracterizaron por la igualdad jurídica entre sus miembros. Esto implicó el
abandono de todas las antiguas formas de justificación de la legitimidad
política (por ejemplo, el derecho divino, es decir, la creencia en que Dios
había dado a los reyes el derecho a gobernar). Ahora bien, el éxito de la
Revolución Francesa en socavar las bases de las formas tradicionales de
autoridad (religión, costumbre, etc.) no tuvo su correlato en la instauración
de nuevas formas sólidas de autoridad. Por el contrario, la Revolución inauguró
un proceso de nuevas luchas, en las que burgueses y trabajadores pugnaron por imponer
formas políticas diferentes. Mientras que para los trabajadores la Revolución
fue vista como un paso incompleto hacia la concreción de una igualdad que
trascendiera el ámbito jurídico y se transformara en igualdad en el plano de
los bienes materiales, la burguesía y los sectores conservadores de la sociedad
(aquellos asociados a las supervivencias del Ancient Regime) manifestaron desde muy temprano una profunda
preocupación por las consecuencias de la Revolución Francesa.
La Revolución industrial y
la Revolución Francesa se hallan, pues, en los orígenes de la sociología. Ambos
procesos, al erosionar las antiguas formas de producir y de hacer política (y
de pensar la producción y la política), generaron un ambiente propicio para el
desarrollo de nuevas formas de pensar los procesos sociales. Las viejas
respuestas dejaron de ser válidas. En un primer momento, la economía política apareció como la ciencia del
“nuevo mundo” capitalista. Pero, si bien los economistas contribuyeron a la
comprensión del funcionamiento del mercado y de las formas modernas de
producción de mercancías, sus recomendaciones de política económica (el
liberalismo del libre cambio) condujeron a un agravamiento del conflicto
social, pues los trabajadores se empobrecían en tanto los empresarios
acumulaban riquezas. Además, las recurrentes crisis económicas empujaban a
sectores de la burguesía y de la pequeña burguesía a las filas del proletariado.
El capitalismo triunfante fue acompañado por un fenómeno desconocido hasta ese
momento: el agravamiento de la pobreza en condiciones de aumento general de la
riqueza social. Todo esto determinó que una parte de los intelectuales europeos
buscara una forma diferente de pensar la sociedad, que fuera más allá de los
límites de la economía política.
El surgimiento de la
sociología obedeció no sólo a la preocupación por las consecuencias económicas
y sociales de la expansión del capitalismo; la cuestión del afianzamiento de un
nuevo orden político y de nuevas formas de legitimidad fue otra preocupación
fundamental a lo largo del siglo XIX. En este punto se produjo una confluencia
del pensamiento conservador asociado
al Ancient Regime (sobre todo el
pensamiento católico, que veía con horror la secularización de la vida social
promovida por la Revolución Francesa y que sentía nostalgia por el feudalismo),
y del pensamiento burgués, que observaba
con malos ojos la recepción favorable de las ideas socialistas entre los
trabajadores. Si bien conservadores y burgueses partían de lugares teóricos
diferentes, ambos coincidían en la necesidad de encontrar otras maneras de
legitimar el orden social y político, pues, de lo contrario, existía el peligro
de que una nueva Revolución pudiera llegar a imponer la abolición de la
propiedad privada.
Como quiera que sea, para
conjurar el peligro desatado por la Revolución Francesa era necesario ponerse a
estudiar las instituciones sociales surgidas de la Revolución Industrial y de
la Revolución Francesa. Ese fue el camino recorrido por los primero sociólogos.
La sociología tuvo, por lo
tanto, un doble origen. Mejor dicho, en sus comienzos podemos encontrar dos modos
diferentes de concebir a la sociedad.
Por un lado, el pensamiento
conservador de matriz católica, cuyos exponentes más destacados fueron Louis de Bonald (1754-1850) y Joseph de Maistre (1754-1821):
“El
desorden, la anarquía y los cambios radicales que estos pensadores observaron
después de la Revolución [Francesa], los llevaron a elaborar en su filosofía
conceptos que se relacionaban con el orden y la estabilidad: la tradición, la
autoridad, el status, la cohesión, el ajuste, la función, la norma, el símbolo,
el ritual, etcétera. En comparación con el siglo XVIII, esto constituía un
definido cambio de interés, que se desplazaba del individuo al grupo, de la
actitud crítica frente al orden existente a su defensa, y del cambio a la
estabilidad social.” (p. 67). (1).
La filosofía conservadora,
obligada a refutar al Iluminismo (al
que consideraba como causa principal de la Revolución), emprendió una crítica
de los principios individualista, reafirmando la primacía de la sociedad sobre
el individuo. De este modo, y sin quererlo, dicha filosofía contribuyó al
desarrollo de la ciencia moderna de la sociedad. Bonald y de Maistre, al querer
revivir el feudalismo, no hicieron otra cosa que aportar un grano de arena a la
comprensión de los procesos sociales en un mundo secularizado, dominado por la
producción de mercancías.
Por otro lado, autores como Saint-Simon (1760-1825) y Comte (1798-1857), principales figuras
de una corriente de pensamiento que consideraba que la Revolución no sólo era
irreversible, sino que también había proporcionado las bases materiales para la
construcción de un mundo más justo y racional. Saint- Simon y Comte, más allá
de las diferencias entre ambos, sostenían que el progreso de la sociedad estaba
asociado de modo indisoluble al desarrollo de la ciencia y la tecnología. La
industria moderna era la encarnación de ese progreso. Pretender volver al
pasado medieval, bajo el pretexto de recuperar el orden perdido a causa de la
Revolución, no sólo era imposible sino que significaba clausurar toda
posibilidad de mejoramiento de la humanidad.
Saint-Simon y Comte pensaban
que la Revolución Francesa rompió las trabas del progreso económico, pero había
demostrado ser impotente para garantizar el orden social y político. Era, pues,
preciso encontrar una fórmula social capaz de unir orden y progreso. En este
punto, el reconocimiento de la necesidad de garantizar el progreso, Saint-Simon
y Comte diferían del pensamiento conservador. La investigación sociológica
debería tener por objetivo la consolidación de un orden social (el capitalista)
que requería de un progreso constante de los medios de producción (ciencia y
tecnología).
La tradición de Saint-Simon
y Comte fue continuada por los autores de la sociología clásica (Durkheim y
Weber). Está claro que hay enormes diferencias entre todos ellos. No obstante,
existe una coincidencia fundamental: la sociedad moderna (capitalista) es la
mejor forma de organización social, y por tanto tiene que ser preservada frente
a los proyectos teóricos y políticos (el socialismo) que se presentan como
alternativa a la misma.
Es por todo ello que cabe
decir que la sociología nace como una ciencia conservadora. También es una
“ciencia de la crisis”. Pero el tratamiento de esta cuestión excede los límites
de este trabajo.
Villa del Parque,
domingo 9 de febrero de 2014
NOTAS:
(1) Zeitlin, Irving. [1°
edición: 1968]. (1997). Ideología y
teoría sociológica. Buenos Aires: Amorrortu.
OTRAS LECTURAS:
Gouldner, Alvin. [1°
edición: 1971]. (1973). La crisis de la
sociología occidental. Buenos Aires: Amorrortu. Desarrolló la tesis sobre
la cercanía entre los orígenes de la sociología y el socialismo.
Nisbet, Robert. [1° edición:
1967]. (1977). La formación del
pensamiento sociológico. Buenos Aires: Amorrortu. Aquí se encuentra la
formulación clásica sobre el origen conservador de la sociología.
Therborn, Göran. [1°
edición: 1976]. (1980). Ciencia, clase y
sociedad: Sobre la formación de la sociología y del materialismo histórico.
Madrid: Siglo XXI. Es recomendable, sobre todo, la lectura del capítulo 3 (La
era de la sociología: Entre una revolución y la otra), pues allí es sometida a
discusión la tesis del origen conservador de la sociología, enunciada por
Robert Nisbet. Therborn desarrolla la tesis siguiente: “La era de la sociología
es la era situada entre las revoluciones burguesa y proletaria.” (p. 141). Más
preciso: “La sociología apareció como un nuevo enfoque de la política después
de las convulsiones de la revolución francesa, y se desarrolló y estableció
definitivamente como un intento de enfrentarse a los problemas sociales, morales
y culturales del orden económico capitalista, bajo la sombra de un movimiento
obrero militante y de una amenaza más o menos inmediata de socialismo
revolucionario.” (p. 140-141).
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