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miércoles, 8 de abril de 2020

EPISTEMOLOGÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES CURSO 2020 – CLASE N° 2




¡Sigue tu camino y deja que la gente hable!
Dante Alighieri (1265-1321), poeta florentino.

Bienvenidas y bienvenidos a la segunda clase de este curso tan peculiar. En el encuentro anterior examinamos las condiciones económicas y sociales que posibilitaron la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII, y la consiguiente aceleración del desarrollo científico y tecnológico. Hoy nos ocuparemos del desarrollo de la reflexión sobre el conocimiento en general, y el conocimiento científico en particular.
Antes de comenzar la clase propiamente dicha quiero hacer una aclaración. La exposición que sigue a continuación y el intercambio que, espero, se dará luego por vía del foro, tiene el objetivo de desarrollar algunos temas que son centrales para el desarrollo de la materia. De ningún modo reemplaza la lectura de los textos que conforman la bibliografía obligatoria de la materia. En el transcurso de la clase haré varias referencias a esos textos y explicaré algunos conceptos que aparecen en los mismos. Pero la lectura es fundamental.
Para facilitar el trabajo con los textos enviaré guías de lectura para cada uno de ellos, que consistirán en una serie de preguntas sobre los conceptos fundamentales.
Por último, en las clases menciono textos que no se encuentran ni en la bibliografía obligatoria ni en la complementaria. Se trata de sugerencias para profundizar algunos de los muchos temas que abordaremos en la cursada. Por supuesto no tienen que leerlos, son simplemente eso: sugerencias. Pero cursar en la universidad supone ir más allá de las obligaciones, implica empezar el difícil camino de pensar por sí mismo los temas que han preocupado y preocupan a la humanidad. De ahí la conveniencia de ampliar el horizonte. Ese es el objetivo de incluir dichas menciones en la cursada.

El saber cotidiano, al que ya nos hemos referido, se caracteriza por su fijación a las regularidades y rutinas de la vida de todos los días. Su valor para nuestra supervivencia como especia es indiscutible. Sin embargo, se muestra extraordinariamente limitado cuando se pregunta por las causas y las regularidades que observamos a diario. Nos aferramos a lo seguro, a lo que sucede una y otra vez de la misma manera. Si un objeto cae cuando lo soltamos, registramos este hecho mentalmente y procuramos no acercarnos al borde de un balcón o de un precipicio, pues sabemos que podemos terminar nuestra vida estrellándonos contra el suelo. Cuando hay un fuego encendido no ponemos los dedos en él, pues sabemos por amarga experiencia que eso quema y duele. No nos preguntamos por qué las cosas (y nosotros) caen, ni por qué quema el fuego. Nos basta con sacar conclusiones prácticas: no acercarse al fuego ni caminar al borde de un precipicio.
Sin embargo, nos vemos obligados a preguntarnos el porqué de las cosas, el porqué suceden las cosas. Somos una especie dotada de curiosidad, nos fascina lo nuevo, lo desconocido. Esa curiosidad tiene un valor práctico: el mundo que nos rodea cambia constantemente. Así, por ejemplo, al verano le sucede el otoño, al día la noche, etc. Para una sociedad agrícola es fundamental saber cuándo llega la primavera, en qué momento los días (más exactamente, las horas de sol) son más largos. Surge la necesidad de explicar los cambios, las causas de las transformaciones.
Desde el principio de la historia nuestra especie intuyó que la causa de las cosas no es algo que pueda percibirse por medio de los sentidos. Es por eso que atribuimos a los dioses todo lo que ocurre a nuestro alrededor. De modo que los rayos eran producidos por la voluntad del dios del rayo, el Sol era un dios, las plantas “renacían” en primavera por la decisión del dios de la fertilidad, etc. La creación del mundo, de los animales y de las plantas, de los seres humanos, era explicada mediante mitos agrupados es cosmogonías más o menos complejas. [2]
En definitiva lo visible era explicado por la intervención de seres sobrenaturales. Más allá de lo visible existía una multitud de dioses y semidioses que gobernaban todo lo existente, desde el movimiento de los astros hasta las fuentes de los bosques.
El mito fue la forma de explicar el origen y funcionamiento de todo lo existente. Su origen se hunde en el fondo de la prehistoria de la especie humana. Su desarrollo abarcó decenas de miles de años. Llegó a darse formas muy elaboradas, en algunos casos plasmadas en religiones. [3] Pero no se trata aquí de exponer el vasto tema de los mitos.
El caso es que el mito fue reemplazado por otra forma de conocimiento, la filosofía. Esto no sucedió en todas partes y, en los lugares en los que ocurrió (Grecia, China, India), adoptó maneras diferentes. En este curso nos vemos limitados a referir las líneas generales del proceso tal como se dio en el mundo europeo. Nuestra visión de la cuestión es eurocéntrica y esto debe ser considerado una limitación.
En Grecia, en el marco de las condiciones sociales que esbozamos en la clase anterior, surgió la filosofía. El paso clave fue la aparición del logos, un tipo de discurso que pretendía explicar el mundo de modo racional, es decir, sin la intervención de entes sobrenaturales. [4] El logos era un discurso demostrativo, que adoptaba la forma de argumentos apoyados en pruebas. Estas últimas no eran necesariamente empíricas, como ocurre en la ciencia moderna, pero no podía existir un argumento que no estuviera apoyado en algún tipo de pruebas.
Un ejemplo de logos, muy elaborado por cierto, es el caso de los teoremas, en los que se obtiene una conclusión a partir de ciertas premisas, aplicando el razonamiento deductivo. En este terreno la matemática griega logró grandes progresos, sobre todo en el campo de la geometría, con notables exponente como Tales de Mileto (c. 624-546 a. C.), Pitágoras (c. 569-475 a. C.) y Euclides (c. 325-c. 265 a. C.).
Pero el logos tuvo otra área de aplicación: la política. En las polis griegas [5], la asamblea de todos los ciudadanos (varones) era el órgano suprema de gobierno. En ella los ciudadanos proponían medidas a adoptar, que debían ser aprobados por votación. Para ello era fundamental la persuasión, había que convencer a los demás ciudadanos de la justeza de los propios argumentos. Este fue el caldo de cultivo en que surgió el logos y, más específicamente, la filosofía. [6] Gracias a esto alcanzó notable desarrollo la lógica y la retórica, gracias a las contribuciones de los sofistas y de Aristóteles (384-322 a. C.). [7]
La filosofía fue la primera reflexión sistemática sobre las causas más generales que dieron origen y que mueven al universo. En este sentido, la filosofía englobó los saberes que posteriormente dieron origen a las diferentes ciencias. Pero también alcanzaron desarrollo algunas ciencias particulares, como la astronomía.
En este punto tenemos que hacer un alto en la exposición. Lo dicho hasta aquí muestra que el conocimiento científico tiene una historia. Esto significa que la ciencia no fue siempre tal como la conocemos en la actualidad. Más adelante volveremos otra vez sobre esta cuestión, es decir, sobre el problema de la historicidad de la ciencia. [8]
En este momento debemos concentrarnos en otra cuestión, la de los diferentes tipos de conocimiento científico o, si se prefiere, de ciencia. El tema es abordado por el profesor Pardo en su artículo “La invención de la ciencia”, que ustedes tienen como lectura obligatoria. Pardo distingue entre la ciencia tal como existe en la actualidad, a la que denomina ciencia en sentido restringido, y las diferentes formas de ciencia en la historia, a las que denomina ciencia en sentido amplio (o epocal). Estas formas históricas de ciencia son agrupadas en distintos paradigmas. [9]
La distinción entre ciencia en sentido amplio y ciencia en sentido restringido resulta de especial utilidad para el desarrollo de este curso. Nos previene contra la ilusión de que la ciencia que conocemos en la actualidad es LA CIENCIA. Dicho de otro modo, si la ciencia tiene una historia no existe una forma natural de hacer ciencia. Si las cosas tienen historia, eso quiere decir que no siempre fueron tal como las conocemos, y que la forma actual es el resultado de procesos complejos. Ese conjunto de procesos puede ser considerados como algo lineal, en el que se va de lo más simple a lo más complejo, y donde la tarea de los científicos de épocas pasadas es pensada como el trabajo previo a los descubrimientos actuales. Según esta concepción, la ciencia progresa y lo hace de manera lineal, siempre hacia adelante.
Pero existe otra forma de pensar la historia de la ciencia. Se la puede pensar como un proceso tortuoso, en el que algunos descubrimientos son olvidados y retomados mucho más tarde. Según esta concepción, la ciencia es una actividad que se despliega en un marco social determinado, y ese marco condiciona el tipo de conocimiento científico. Algo de eso dijimos en la primera clase, al exponer las condiciones sociales que favorecieron la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII.
Desde ya quiero indicar (pues como dice el dicho el que avisa no traiciona), que esta es la concepción a la que adhiere este profesor. Esto no significa que ustedes estén obligados a adoptarla como propia. Todo lo contrario. Una de las características del conocimiento científico es la duda metódica, es decir, la obligación de someter a prueba las proposiciones que se nos presentan como verdaderas. Y eso vale también para las afirmaciones de este profesor (y de los profesores en general). Pero es importante decir cuál es el punto de partida teórico, el lugar desde donde uno se para al momento de estudiar científicamente la realidad.
Vuelvo a lo principal luego de esta digresión.
El artículo del profesor Pardo puede dividirse en tres partes: a) en la primera desarrolla la noción de ciencia en sentido restringido [10]; b) en la segunda describe la clasificación de las ciencias (formales y fácticas) [11]; c) en la tercera explica la noción de ciencia en sentido amplio y describe los tres paradigmas o épocas de la ciencia [12]. Esta división del texto puede resultarles útil para organizar su lectura. De todos modos y tal como indiqué, luego les enviaré una guía de lectura sobre el mismo artículo.
Como ya señalé, la ciencia en sentido restringido se refiere a los rasgos de la ciencia en la actualidad. Hay que decir que ese conjunto de rasgos se corresponden con el modelo de las ciencias naturales más que con el modelo de la ciencia social. [13] Las ciencias naturales fueron el núcleo de la Revolución Científica (me refiero sobre todo a la física) y alcanzaron éxitos espectaculares en los siglos XVII y XVIII. Así, por ejemplo, las leyes de Isaac Newton (1643-1727) sobre la gravedad se aplican a todo el universo. Son válidas en la Tierra y en las galaxias más lejanas, situadas a decenas de miles de millones de años luz de nuestro planeta. Los logros de la física hicieron pensar a quienes se dedicaban al estudio de la sociedad que era preciso seguir el camino de los físicos.
En el siglo XIX la convicción de que las ciencias naturales eran el modelo a seguir se volvió casi unánime y se reflejó en el auge de una corriente filosófica, el positivismo, cuya influencia llega hasta nuestros días. Para los positivistas, el único modelo válido de ciencia es el de las ciencias naturales. Cabe agregar que Auguste Comte (1798-1857), el fundador del positivismo, fue a la vez uno de los primeros sociólogos.
De modo que cuando estudien las características de la ciencia en sentido restringido deben tener presente que se trata de rasgos que calzan con el modelo de ciencia natural desarrollado a partir del siglo XVIII. A modo de ejemplo, veamos la cuestión de la objetividad. 
La idea de un observador (el científico) objetivo, que registra lo que ve sin hacer caso a ninguna valoración previa a la observación, es propio de ese modelo. Si bien en la próxima clase discutiremos la pertinencia para las ciencias naturales de esta formulación de la objetividad, podemos adelantar que en el campo de la teoría social no existen observadores objetivos, en el sentido de ser neutrales frente a las luchas políticas que se dan en cada sociedad. Nos guste o no, los científicos sociales somos parte (y participamos) de las luchas sociales. La llamada neutralidad es una forma más de intervenir en esas confrontaciones.
En este punto es importante prestar atención al esquema de la clasificación de las ciencias, porque sirve de base de base para los debates que abordaremos en las clases siguientes. También es útil para calibrar los límites de este curso. Como pueden observar, no diremos casi nada de las ciencias formales. Nos concentraremos en las ciencias fácticas.
De la exposición de Pardo sobre la ciencia en sentido restringido y sobre la clasificación de las ciencias se desprende la importancia de la verificación empírica (esta afirmación no es válida para las ciencias formales). Esto es fundamental.
La ciencia no es un discurso, sino una práctica que requiere que las hipótesis que se enuncian puedan ser confrontadas con los hechos empíricos.
Si no es posible la verificación empírica no tenemos ciencia.
Aquí tenemos que ser inflexibles. Si quitamos la verificación empírica, despojamos a la ciencia de aquello que la diferencia de otras formas de conocimiento y la ponemos en el mismo nivel de, por ejemplo, la literatura o el ensayo. Por supuesto, la verificación empírica no es el único criterio de cientificidad (la enumeración del profesor Pardo sobre las características de la ciencia en sentido restringido es bien clara al respecto). Tampoco queremos negar el valor de la literatura y otras formas de conocimiento. Simplemente pretendemos remarcar que no hay ciencia sin verificación empírica.
El profesor Pardo distingue tres paradigmas o épocas de la ciencia. En rigor, se trata de dos, el paradigma antiguo y el moderno, pues el tercero (el posmoderno) aparece en discusión y asume más el carácter de crítica al paradigma moderno. Ya nos hemos referido al pasaje del mito al logos y del surgimiento de la filosofía. Ahora es necesario concentrarnos en los fundamentos filosóficos del paradigma moderno.
La ciencia moderna surge de la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII. Antes de ella se pensaba que el conocimiento válido provenía de la autoridad de los libros sagrados de las religiones (la Biblia es el caso más conocido) y de las obras de los grandes filósofos (en el mundo cristiano sobresale la figura de Aristóteles). Si se observaba un hecho desconocido, los filósofos y los teólogos buscaban en los libros para tratar de encontrar algo semejante y así poder explicar lo nuevo. Había una profunda desconfianza hacia lo empírico, motivada por el hecho de que el trabajo (la forma más extendida de conocimiento empírico) era realizado por los seres considerados “inferiores” (campesinos y artesanos).
La Revolución Científica derrumbó esa forma de pensar el conocimiento. Copérnico (1473-1543), Galileo Galilei (1564-1642), Kepler (1571-1630), Newton (1643-1727), “descubrieron” un mundo que no existía ni en los libros sagrados ni en Aristóteles (384-322 a. C.). La filosofía entró en una profunda crisis. Como sucede habitualmente, toda crisis es una oportunidad de renovación, de pensar y actuar de modo diferente. La filosofía del conocimiento, la rama de la filosofía dedicada a los problemas del conocer, alcanzó un desarrollo inusitado. Entre los siglos XVI y XVII el tema del método se convirtió en el problema principal de los filósofos: ¿Cuál es el camino para obtener un conocimiento sólido?
Dos fueron las respuestas para esa pregunta.
Algunos filósofos afirmaron que los sentidos eran la fuente del conocimiento. Esta corriente recibió la denominación de empirismo y sus principales exponentes fueron Francis Bacon (1561-1626), John Locke (1632-1704) y David Hume (1711-1776).
Otros filósofos sostuvieron la idea de que la razón era la principal vía de conocimiento, pueden engañarnos. El filósofo francés René Descartes (1596-1650) fue el exponente más notable de esta corriente, denominada racionalismo.
El debate entre empiristas y racionalistas atraviesa la filosofía moderna. Nosotros dedicaremos las dos clases siguientes a exponer algunos aspectos de esta discusión. Nos centraremos en las repercusiones del debate en la epistemología. [14]
Antes de concluir esta clase quiero hacer una última observación. La Revolución Científica puso en primer plano la cuestión del conocimiento. La Revolución Industrial (fines del siglo XVIII) fue un paso decisivo en la consolidación y expansión del capitalismo, que le permitió convertirse en la forma de organización social dominante a nivel planetario. A lo largo de los siglos XIX y XX la ciencia pasó a ser cada vez más una fuerza económica al servicio del capital.
Como indiqué en la primera clase, la ciencia y la tecnología modelaron y modelan el mundo en que vivimos. De ahí que la reflexión sobre el conocimiento científico se convirtió en un tema central para la filosofía. En el siglo XX surgió y se desarrolló la epistemología o filosofía de la ciencia. A ella dedicaremos la clase siguiente.

Villa del Parque, miércoles 8 de abril de 2020


NOTAS:
[1] Para la caracterización del saber cotidiano y sus diferencias con el conocimiento científico, consultar: Mayo, A. (2013). Conocimiento científico y saber cotidiano: La concepción de Ernst Nagel. [en línea]. Miseria de la Sociología, 13/08/2013.
[2] Una de las cosmogonías más notables fue elaborado por los mayas y ha llegado hasta nuestros días en un libro extraordinario, el Popol Wuj.
[3] Para una breve caracterización del mito, ver Pardo, R. (2012), “La invención de la ciencia: La constitución de la cultura occidental a través del conocimiento científico”, en  Palma, H. y Pardo, R. (edit.) (2012), Epistemología de las ciencias sociales. Perspectivas y problemas de las representaciones científicas de lo social, Buenos Aires, Biblos, pp. 27-28.
[4] Para el concepto de logos, ver Pardo, R. (2012), “La invención de la ciencia: La constitución de la cultura occidental a través del conocimiento científico”, en  Palma, H. y Pardo, R. (edit.) (2012), Epistemología de las ciencias sociales. Perspectivas y problemas de las representaciones científicas de lo social, Buenos Aires, Biblos, p. 28.
[5] La polis era la forma de organización económica, política y social más común en la Antigua Grecia: “la polis pertenece a lo que en general, aunque no con mucha exactitud, se llama la «ciudad-estado», que en términos generales los griegos tenían en común con los romanos, así como con los fenicios y los etruscos; es decir, el pequeño estado autónomo que consistía en una ciudad y la campiña que la rodeaba.” (Wood, E. M., El trabajo y la democracia antigua y moderna, ensayo incluido en Wood, E. M., Democracia contra capitalismo: La renovación del materialismo histórico, México, Siglo XXI, 2000, p. 219).
[6] Para la cuestión del origen de la filosofía puede consultarse el clásico libro de Jean-Pierre Vernant, Los orígenes del pensamiento griego, Buenos Aires, Eudeba, 1965. Para la especificidad de la estructura social de la polis griega, con el papel jugado por el ciudadano trabajador (campesinos y artesanos), ver el ensayo citado de E. M. Wood.
[7] Entre los sofistas se destaca Gorgias de Leontinos (c. 485-c. 380 a. C.), uno de los pioneros en el campo de la filosofía del lenguaje. Aristóteles, por su parte, es autor del conjunto de trabajos agrupados bajo el título Órganon [herramienta], considerado como la obra fundamental de la llamada lógica clásica.
[8] Para el problema de la historicidad de la ciencia, ver Pardo, R. (2012), “La verdad como método: La concepción heredada y la ciencia como producto”, en  Palma, H. y Pardo, R. (edits.) (2012), Epistemología de las ciencias sociales. Perspectivas y problemas de las representaciones científicas de lo social, Buenos Aires, Biblos.
[9] No hay que confundir el uso del término paradigma por Pardo en el capítulo 1 del libro, con el tratamiento que le da el epistemólogo estadounidense Thomas Kuhn (1922-1996) en su obra La estructura de las revoluciones científicas (1961). Ver al respecto: Palma, H. (2012), “La ciencia como proceso: de la filosofía de la ciencia a los estudios sobre la ciencia y la tecnología”, en Palma, H. y Pardo, R. (edits.) (2012), Epistemología de las ciencias sociales. Perspectivas y problemas de las representaciones científicas de lo social, Buenos Aires, Biblos.
[10] Pardo, “La invención de la ciencia”, pp. 18-23.
[11] Pardo, “La invención de la ciencia”, pp. 23-25.
[12] Pardo, “La invención de la ciencia”, pp. 26-41.
[13] Por razones que iré desarrollando a lo largo del curso prefiero hablar de “ciencia social” o de “teoría social” y no de “ciencias sociales”. Por el momento alcanza con decir que la división del estudio de la sociedad en varias ciencias sociales tiene un origen reciente si se mide en términos históricos. Hasta fines del siglo XVIII la sociedad era estudiada por la filosofía política, que no establecía una separación entre política y economía, y que analizaba a la sociedad como una totalidad indivisible. La situación cambió con el desarrollo del capitalismo a partir de la Revolución Industrial (último tercio del siglo XVIII) y la aparición de la primera ciencia social moderna, la economía política. Adam Smith, considerado el fundador de la economía moderna, sostuvo que era conveniente aplicar el principio de la división del trabajo al estudio de la sociedad. La especialización permitiría obtener más conocimiento, pues los científicos se abocarían a un campo de estudio más pequeño y podrían así conocerlo mejor. La fragmentación del estudio de la sociedad fue validada posteriormente por la estructura misma del sistema universitario, que refrendó y promovió la creación de diversas ciencias sociales.
[14] Esto implica dejar fuera de este curso a algunas de las contribuciones más importantes al debate entre empirismo y racionalismo. Quiero mencionar la obra del filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804), Crítica de la razón pura, en la que realizó una síntesis entre empirismo y racionalismo. También es importante la contribución de otro filósofo alemán, Georg Hegel (1770-1831), quien desarrolló el método dialéctico en la Fenomenología del espíritu (1807) y Lógica (1812-1816). 

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