¡Sigue
tu camino y deja que la gente hable!
Dante
Alighieri (1265-1321), poeta florentino.
Bienvenidas
y bienvenidos a la segunda clase de este curso tan peculiar. En el encuentro
anterior examinamos las condiciones económicas y sociales que posibilitaron la
Revolución Científica de los siglos XVI y XVII, y la consiguiente aceleración
del desarrollo científico y tecnológico. Hoy nos ocuparemos del desarrollo de
la reflexión sobre el conocimiento en general, y el conocimiento científico en
particular.
Antes
de comenzar la clase propiamente dicha quiero hacer una aclaración. La
exposición que sigue a continuación y el intercambio que, espero, se dará luego
por vía del foro, tiene el objetivo de desarrollar algunos temas
que son centrales para el desarrollo de la materia. De ningún modo reemplaza la
lectura de los textos que conforman la bibliografía obligatoria de la materia.
En el transcurso de la clase haré varias referencias a esos textos y explicaré
algunos conceptos que aparecen en los mismos. Pero la lectura es fundamental.
Para
facilitar el trabajo con los textos enviaré guías de lectura para cada uno de
ellos, que consistirán en una serie de preguntas sobre los conceptos
fundamentales.
Por
último, en las clases menciono textos que no se encuentran ni en
la bibliografía obligatoria ni en la complementaria. Se trata de sugerencias
para profundizar algunos de los muchos temas que abordaremos en la cursada. Por
supuesto no tienen que leerlos, son simplemente eso: sugerencias. Pero cursar en la
universidad supone ir más allá de las obligaciones, implica empezar el difícil
camino de pensar por sí mismo los temas que han preocupado y preocupan a la
humanidad. De ahí la conveniencia de ampliar el horizonte. Ese es el objetivo
de incluir dichas menciones en la cursada.
El
saber cotidiano, al que ya nos hemos referido, se caracteriza por su fijación a
las regularidades y rutinas de la vida de todos los días. Su valor para nuestra
supervivencia como especia es indiscutible. Sin embargo, se muestra
extraordinariamente limitado cuando se pregunta por las causas y las
regularidades que observamos a diario. Nos aferramos a lo seguro, a lo que
sucede una y otra vez de la misma manera. Si un objeto cae cuando lo soltamos,
registramos este hecho mentalmente y procuramos no acercarnos al borde de un
balcón o de un precipicio, pues sabemos que podemos terminar nuestra vida
estrellándonos contra el suelo. Cuando hay un fuego encendido no ponemos los
dedos en él, pues sabemos por amarga experiencia que eso quema y duele. No
nos preguntamos por qué las cosas (y nosotros) caen, ni por qué quema el fuego.
Nos basta con sacar conclusiones prácticas: no acercarse al fuego ni caminar al
borde de un precipicio.
Sin
embargo, nos vemos obligados a preguntarnos el porqué de las cosas, el porqué
suceden las cosas. Somos una especie dotada de curiosidad, nos fascina lo
nuevo, lo desconocido. Esa curiosidad tiene un valor práctico: el mundo que nos
rodea cambia constantemente. Así, por ejemplo, al verano le sucede el otoño, al
día la noche, etc. Para una sociedad agrícola es fundamental saber cuándo llega
la primavera, en qué momento los días (más exactamente, las horas de sol) son
más largos. Surge la necesidad de explicar los cambios, las causas de las
transformaciones.
Desde
el principio de la historia nuestra especie intuyó que la causa de las cosas no
es algo que pueda percibirse por medio de los sentidos. Es por eso que
atribuimos a los dioses todo lo que ocurre a nuestro alrededor. De modo que los
rayos eran producidos por la voluntad del dios del rayo, el Sol era un dios,
las plantas “renacían” en primavera por la decisión del dios de la fertilidad,
etc. La creación del mundo, de los animales y de las plantas, de los seres
humanos, era explicada mediante mitos
agrupados es cosmogonías más o menos complejas. [2]
En
definitiva lo visible era explicado por la intervención de seres
sobrenaturales. Más allá de lo visible existía una multitud de dioses y
semidioses que gobernaban todo lo existente, desde el movimiento de los astros
hasta las fuentes de los bosques.
El
mito fue la forma de explicar el origen y funcionamiento de todo lo existente.
Su origen se hunde en el fondo de la prehistoria de la especie humana. Su
desarrollo abarcó decenas de miles de años. Llegó a darse formas muy
elaboradas, en algunos casos plasmadas en religiones. [3] Pero no se trata aquí
de exponer el vasto tema de los mitos.
El
caso es que el mito fue reemplazado por otra forma de conocimiento, la filosofía. Esto no sucedió en todas
partes y, en los lugares en los que ocurrió (Grecia, China, India), adoptó
maneras diferentes. En este curso nos vemos limitados a referir las líneas
generales del proceso tal como se dio en el mundo europeo. Nuestra visión de la
cuestión es eurocéntrica y esto debe ser considerado una limitación.
En
Grecia, en el marco de las condiciones sociales que esbozamos en la clase
anterior, surgió la filosofía. El paso clave fue la aparición del logos, un tipo de discurso que
pretendía explicar el mundo de modo racional, es decir, sin la intervención de
entes sobrenaturales. [4] El logos era un discurso demostrativo, que adoptaba
la forma de argumentos apoyados en pruebas. Estas últimas no eran necesariamente
empíricas, como ocurre en la ciencia moderna, pero no podía existir un
argumento que no estuviera apoyado en algún tipo de pruebas.
Un
ejemplo de logos, muy elaborado por cierto, es el caso de los teoremas, en los que se obtiene una
conclusión a partir de ciertas premisas, aplicando el razonamiento deductivo. En este terreno la matemática griega logró
grandes progresos, sobre todo en el campo de la geometría, con notables
exponente como Tales de Mileto (c. 624-546 a. C.), Pitágoras (c. 569-475 a. C.)
y Euclides (c. 325-c. 265 a. C.).
Pero
el logos tuvo otra área de aplicación: la política. En las polis griegas [5], la asamblea de todos los ciudadanos (varones)
era el órgano suprema de gobierno. En ella los ciudadanos proponían medidas a
adoptar, que debían ser aprobados por votación. Para ello era fundamental la
persuasión, había que convencer a los demás ciudadanos de la justeza de los
propios argumentos. Este fue el caldo de cultivo en que surgió el logos y, más
específicamente, la filosofía. [6] Gracias a esto alcanzó notable desarrollo la
lógica y la retórica, gracias a las contribuciones de los sofistas y de
Aristóteles (384-322 a. C.). [7]
La
filosofía fue la primera reflexión sistemática sobre las causas más generales
que dieron origen y que mueven al universo. En este sentido, la filosofía
englobó los saberes que posteriormente dieron origen a las diferentes ciencias.
Pero también alcanzaron desarrollo algunas ciencias particulares, como la
astronomía.
En
este punto tenemos que hacer un alto en la exposición. Lo dicho hasta aquí
muestra que el conocimiento científico tiene una historia. Esto significa que
la ciencia no fue siempre tal como la conocemos en la actualidad. Más adelante
volveremos otra vez sobre esta cuestión, es decir, sobre el problema de la
historicidad de la ciencia. [8]
En
este momento debemos concentrarnos en otra cuestión, la de los diferentes tipos
de conocimiento científico o, si se prefiere, de ciencia. El tema es abordado
por el profesor Pardo en su artículo “La invención de la ciencia”, que ustedes
tienen como lectura obligatoria. Pardo distingue entre la ciencia tal como
existe en la actualidad, a la que denomina ciencia
en sentido restringido, y las diferentes formas de ciencia en la historia,
a las que denomina ciencia en sentido
amplio (o epocal). Estas formas históricas de ciencia son agrupadas en
distintos paradigmas. [9]
La
distinción entre ciencia en sentido amplio y ciencia en sentido restringido
resulta de especial utilidad para el desarrollo de este curso. Nos previene
contra la ilusión de que la ciencia que conocemos en la actualidad es LA
CIENCIA. Dicho de otro modo, si la ciencia tiene una historia no existe una
forma natural de hacer ciencia. Si las cosas tienen historia, eso quiere decir
que no siempre fueron tal como las conocemos, y que la forma actual es el
resultado de procesos complejos. Ese conjunto de procesos puede ser
considerados como algo lineal, en el que se va de lo más simple a lo más
complejo, y donde la tarea de los científicos de épocas pasadas es pensada
como el trabajo previo a los descubrimientos actuales. Según esta concepción,
la ciencia progresa y lo hace de manera lineal, siempre hacia adelante.
Pero
existe otra forma de pensar la historia de la ciencia. Se la puede pensar como
un proceso tortuoso, en el que algunos descubrimientos son olvidados y
retomados mucho más tarde. Según esta concepción, la ciencia es una actividad
que se despliega en un marco social determinado, y ese marco condiciona el tipo
de conocimiento científico. Algo de eso dijimos en la primera clase, al exponer
las condiciones sociales que favorecieron la Revolución Científica de los
siglos XVI y XVII.
Desde ya quiero indicar (pues como dice el dicho el que avisa no traiciona), que esta es
la concepción a la que adhiere este profesor. Esto no significa que ustedes
estén obligados a adoptarla como propia. Todo lo contrario. Una de las
características del conocimiento científico es la duda metódica, es decir, la
obligación de someter a prueba las proposiciones que se nos presentan como
verdaderas. Y eso vale también para las afirmaciones de este profesor (y de los
profesores en general). Pero es importante decir cuál es el
punto de partida teórico, el lugar desde donde uno se para al momento de
estudiar científicamente la realidad.
Vuelvo
a lo principal luego de esta digresión.
El
artículo del profesor Pardo puede dividirse en tres partes: a) en la primera
desarrolla la noción de ciencia en sentido restringido [10]; b) en la segunda
describe la clasificación de las ciencias (formales y fácticas) [11]; c) en la
tercera explica la noción de ciencia en sentido amplio y describe los tres
paradigmas o épocas de la ciencia [12]. Esta división del texto puede
resultarles útil para organizar su lectura. De todos modos y tal como indiqué, luego les enviaré
una guía de lectura sobre el mismo artículo.
Como
ya señalé, la ciencia en sentido restringido se refiere a los rasgos de la ciencia en la actualidad. Hay que decir que ese conjunto de rasgos se corresponden con el
modelo de las ciencias naturales más que con el modelo de la ciencia social. [13]
Las ciencias naturales fueron el núcleo de la Revolución Científica (me refiero
sobre todo a la física) y alcanzaron éxitos espectaculares en los siglos XVII y
XVIII. Así, por ejemplo, las leyes de Isaac Newton (1643-1727) sobre la
gravedad se aplican a todo el universo. Son válidas en la Tierra y en las
galaxias más lejanas, situadas a decenas de miles de millones de años luz de
nuestro planeta. Los logros de la física hicieron pensar a quienes se dedicaban
al estudio de la sociedad que era preciso seguir el camino de los físicos.
En el
siglo XIX la convicción de que las ciencias naturales eran el modelo a seguir
se volvió casi unánime y se reflejó en el auge de una corriente filosófica, el positivismo, cuya influencia llega
hasta nuestros días. Para los positivistas, el único modelo válido de ciencia
es el de las ciencias naturales. Cabe agregar que Auguste Comte (1798-1857), el
fundador del positivismo, fue a la vez uno de los primeros sociólogos.
De
modo que cuando estudien las características de la ciencia en sentido
restringido deben tener presente que se trata de rasgos que calzan con el
modelo de ciencia natural desarrollado a partir del siglo XVIII. A modo de ejemplo, veamos la
cuestión de la objetividad.
La idea de un observador (el científico) objetivo,
que registra lo que ve sin hacer caso a ninguna valoración previa a la
observación, es propio de ese modelo. Si bien en la próxima clase discutiremos la
pertinencia para las ciencias naturales de esta formulación de la objetividad, podemos adelantar que en el campo de la teoría social no existen
observadores objetivos, en el sentido de ser neutrales frente a las luchas
políticas que se dan en cada sociedad. Nos guste o no, los científicos sociales
somos parte (y participamos) de las luchas sociales. La llamada neutralidad es
una forma más de intervenir en esas confrontaciones.
En
este punto es importante prestar atención al esquema de la clasificación de las
ciencias, porque sirve de base de base para los debates que abordaremos en las
clases siguientes. También es útil para calibrar los límites de este curso. Como
pueden observar, no diremos casi nada de las ciencias formales. Nos
concentraremos en las ciencias fácticas.
De la
exposición de Pardo sobre la ciencia en sentido restringido y sobre la
clasificación de las ciencias se desprende la importancia de la verificación
empírica (esta afirmación no es válida para las ciencias formales). Esto es
fundamental.
La
ciencia no es un discurso, sino una práctica que requiere que las hipótesis que
se enuncian puedan ser confrontadas con los hechos empíricos.
Si
no es posible la verificación empírica no tenemos ciencia.
Aquí
tenemos que ser inflexibles. Si quitamos la verificación empírica, despojamos a
la ciencia de aquello que la diferencia de otras formas de conocimiento y la
ponemos en el mismo nivel de, por ejemplo, la literatura o el ensayo. Por
supuesto, la verificación empírica no es el único criterio de cientificidad (la
enumeración del profesor Pardo sobre las características de la ciencia en
sentido restringido es bien clara al respecto). Tampoco queremos negar el valor
de la literatura y otras formas de conocimiento. Simplemente pretendemos remarcar
que no hay ciencia sin verificación empírica.
El
profesor Pardo distingue tres paradigmas o épocas de la ciencia. En rigor, se
trata de dos, el paradigma antiguo y el moderno, pues el tercero (el
posmoderno) aparece en discusión y asume más el carácter de crítica al
paradigma moderno. Ya nos hemos referido al pasaje del mito al logos y del
surgimiento de la filosofía. Ahora es necesario concentrarnos en los
fundamentos filosóficos del paradigma moderno.
La
ciencia moderna surge de la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII.
Antes de ella se pensaba que el conocimiento válido provenía de la autoridad de
los libros sagrados de las religiones (la Biblia
es el caso más conocido) y de las obras de los grandes filósofos (en el mundo
cristiano sobresale la figura de Aristóteles). Si se observaba un hecho
desconocido, los filósofos y los teólogos buscaban en los libros para tratar de
encontrar algo semejante y así poder explicar lo nuevo. Había una profunda
desconfianza hacia lo empírico, motivada por el hecho de que el trabajo (la
forma más extendida de conocimiento empírico) era realizado por los seres
considerados “inferiores” (campesinos y artesanos).
La
Revolución Científica derrumbó esa forma de pensar el conocimiento. Copérnico
(1473-1543), Galileo Galilei (1564-1642), Kepler (1571-1630), Newton
(1643-1727), “descubrieron” un mundo que no existía ni en los libros sagrados
ni en Aristóteles (384-322 a. C.). La filosofía entró en una profunda crisis.
Como sucede habitualmente, toda crisis es una oportunidad de renovación, de
pensar y actuar de modo diferente. La filosofía del conocimiento, la rama de la
filosofía dedicada a los problemas del conocer, alcanzó un desarrollo
inusitado. Entre los siglos XVI y XVII el tema del método se convirtió en el
problema principal de los filósofos: ¿Cuál es el camino para obtener un
conocimiento sólido?
Dos
fueron las respuestas para esa pregunta.
Algunos
filósofos afirmaron que los sentidos eran la fuente del conocimiento. Esta
corriente recibió la denominación de empirismo
y sus principales exponentes fueron Francis Bacon (1561-1626), John Locke (1632-1704)
y David Hume (1711-1776).
Otros
filósofos sostuvieron la idea de que la razón era la principal vía de conocimiento,
pueden engañarnos. El filósofo francés René Descartes (1596-1650) fue el
exponente más notable de esta corriente, denominada racionalismo.
El
debate entre empiristas y racionalistas atraviesa la filosofía moderna.
Nosotros dedicaremos las dos clases siguientes a exponer algunos aspectos de
esta discusión. Nos centraremos en las repercusiones del debate en la
epistemología. [14]
Antes
de concluir esta clase quiero hacer una última observación. La Revolución
Científica puso en primer plano la cuestión del conocimiento. La Revolución
Industrial (fines del siglo XVIII) fue un paso decisivo en la consolidación y
expansión del capitalismo, que le permitió convertirse en la forma de
organización social dominante a nivel planetario. A lo largo de los siglos XIX
y XX la ciencia pasó a ser cada vez más una fuerza económica al servicio del capital.
Como
indiqué en la primera clase, la ciencia y la tecnología modelaron y modelan el
mundo en que vivimos. De ahí que la reflexión sobre el conocimiento científico
se convirtió en un tema central para la filosofía. En el siglo XX surgió y se
desarrolló la epistemología o filosofía de la ciencia. A ella dedicaremos la
clase siguiente.
Villa
del Parque, miércoles 8 de abril de 2020
NOTAS:
[1]
Para la caracterización del saber cotidiano y sus diferencias con el
conocimiento científico, consultar: Mayo, A. (2013). Conocimiento científico y
saber cotidiano: La concepción de Ernst Nagel. [en línea]. Miseria de la
Sociología, 13/08/2013.
[2]
Una de las cosmogonías más notables fue elaborado por los mayas y ha llegado
hasta nuestros días en un libro extraordinario, el Popol Wuj.
[3]
Para una breve caracterización del mito, ver Pardo, R. (2012), “La invención de la ciencia: La constitución de la
cultura occidental a través del conocimiento científico”, en Palma, H. y Pardo, R. (edit.) (2012), Epistemología de las ciencias sociales.
Perspectivas y problemas de las representaciones científicas de lo social,
Buenos Aires, Biblos, pp. 27-28.
[4] Para
el concepto de logos, ver Pardo, R. (2012),
“La invención de la ciencia: La constitución de la cultura occidental a través
del conocimiento científico”, en Palma,
H. y Pardo, R. (edit.) (2012), Epistemología
de las ciencias sociales. Perspectivas y problemas de las representaciones
científicas de lo social, Buenos Aires, Biblos, p. 28.
[5] La
polis era la forma de organización
económica, política y social más común en la Antigua Grecia: “la polis pertenece a lo que en general,
aunque no con mucha exactitud, se llama la «ciudad-estado», que en términos
generales los griegos tenían en común con los romanos, así como con los
fenicios y los etruscos; es decir, el pequeño estado autónomo que consistía en
una ciudad y la campiña que la rodeaba.” (Wood, E. M., El trabajo y la
democracia antigua y moderna, ensayo incluido en Wood, E. M., Democracia contra capitalismo: La renovación
del materialismo histórico, México, Siglo XXI, 2000, p. 219).
[6]
Para la cuestión del origen de la filosofía puede consultarse el clásico libro
de Jean-Pierre Vernant, Los orígenes del
pensamiento griego, Buenos Aires, Eudeba, 1965. Para la especificidad de la
estructura social de la polis griega, con el papel jugado por el ciudadano
trabajador (campesinos y artesanos), ver el ensayo citado de E. M. Wood.
[7]
Entre los sofistas se destaca Gorgias de Leontinos (c. 485-c. 380 a. C.), uno
de los pioneros en el campo de la filosofía del lenguaje. Aristóteles, por su
parte, es autor del conjunto de trabajos agrupados bajo el título Órganon [herramienta], considerado como
la obra fundamental de la llamada lógica clásica.
[8]
Para el problema de la historicidad de la ciencia, ver Pardo, R. (2012), “La verdad como método: La concepción heredada y la
ciencia como producto”, en Palma, H. y
Pardo, R. (edits.) (2012), Epistemología
de las ciencias sociales. Perspectivas y problemas de las representaciones
científicas de lo social, Buenos Aires, Biblos.
[9] No hay que confundir el uso del término paradigma por
Pardo en el capítulo 1 del libro, con el tratamiento que le da el epistemólogo
estadounidense Thomas Kuhn (1922-1996) en su obra La estructura de las revoluciones científicas (1961). Ver al
respecto: Palma, H. (2012), “La ciencia como proceso: de la filosofía de la
ciencia a los estudios sobre la ciencia y la tecnología”, en Palma, H. y Pardo,
R. (edits.) (2012), Epistemología de las
ciencias sociales. Perspectivas y problemas de las representaciones científicas
de lo social, Buenos Aires, Biblos.
[10] Pardo, “La invención de la ciencia”, pp. 18-23.
[11] Pardo, “La invención de la ciencia”, pp. 23-25.
[12] Pardo, “La invención de la ciencia”, pp. 26-41.
[13] Por razones que iré desarrollando a lo largo del
curso prefiero hablar de “ciencia social” o de “teoría social” y no de “ciencias
sociales”. Por el momento alcanza con decir que la división del estudio de la sociedad
en varias ciencias sociales tiene un origen reciente si se mide en términos
históricos. Hasta fines del siglo XVIII la sociedad era estudiada por la filosofía
política, que no establecía una separación entre política y economía, y que
analizaba a la sociedad como una totalidad indivisible. La situación cambió con
el desarrollo del capitalismo a partir de la Revolución Industrial (último
tercio del siglo XVIII) y la aparición de la primera ciencia social moderna, la
economía política. Adam Smith, considerado el fundador de la economía moderna,
sostuvo que era conveniente aplicar el principio de la división del trabajo al
estudio de la sociedad. La especialización permitiría obtener más conocimiento,
pues los científicos se abocarían a un campo de estudio más pequeño y podrían
así conocerlo mejor. La fragmentación del estudio de la sociedad fue validada
posteriormente por la estructura misma del sistema universitario, que refrendó
y promovió la creación de diversas ciencias sociales.
[14] Esto implica dejar
fuera de este curso a algunas de las contribuciones más importantes al debate
entre empirismo y racionalismo. Quiero mencionar la obra del filósofo alemán
Immanuel Kant (1724-1804), Crítica de la
razón pura, en la que realizó una síntesis entre empirismo y racionalismo.
También es importante la contribución de otro filósofo alemán, Georg Hegel
(1770-1831), quien desarrolló el método dialéctico en la Fenomenología del espíritu (1807) y Lógica (1812-1816).
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