Pasquale Villani (1924-2015),
historiador italiano, es autor de la obra La
edad contemporánea, 1800-1914, cuya traducción española (realizada por
Salvador del Carril) fue publicada en Barcelona por la editorial Ariel en 1996.
El capítulo 2 de la obra
(titulado “La Restauración”; pp. 53-93) presenta un balance de la política de
Restauración emprendida por las potencias europeas luego de la derrota de
Napoleón I en Waterloo (1815).
Villani destaca que “no se puede identificar la época de la
Restauración con el retorno al absolutismo monárquico. Las situaciones preexistentes,
la experiencia y el sentido político de los monarcas restaurados, el ejemplo y
las presiones de las grandes potencias, el grado de consolidación de las
reformas ejecutadas en los años de la revolución y del dominio napoleónico
determinaron las formas de la Restauración y su siguiente evolución”. (p. 59;
el resaltado es mío – AM-).
Hay que distinguir entre los
países que fueron ocupados por Francia durante el período napoleónico y
aquellos que permanecieron independientes. En los primeros, “los gobernantes
franceses, sobre todo los de la época napoleónica, introdujeron algunas
reformas institucionales y sociales y modificaron, por no decir modernizaron,
la administración del Estado; abolieron lo que quedaba de las instituciones
feudales y los privilegios de la nobleza y del clero; encaminaron o alentaron,
confiscaron o vendieron muchos bienes eclesiásticos, y uniformaron la
legislación civil según las normas del Código napoleónico.” (p. 59). Entre los
países ocupados por poco tiempo y que ofrecieron gran resistencia al invasor
(España y Prusia), la búsqueda de eficacia en la guerra de liberación generó
cambios significativos, que condujeron a “reforzar la conciencia y la identidad
nacional en una amplia base popular.” (p. 59). En Rusia y los territorios
hereditarios del Imperio de los Habsburgos, hubo pocos cambios en las
estructuras institucionales y sociales.
¿Cómo se gestó el orden
político de la Europa post-napoleónica?
§ Marzo
de 1814 = Tratado de Chaumont. Las cuatro potencias de la Coalición (Gran
Bretaña, Austria, Prusia y Rusia) se comprometieron a mantener durante 20 años
los acuerdos y el orden político-territorial que se fijaría en los acuerdos de
paz.
§ Octubre
de 1814 – Septiembre de 1815 = Congreso
de Viena. Participaron todos los Estados europeos, pero las líneas
principales del nuevo orden fueron fijadas por la Cuádruple Alianza (las cuatro
potencias mencionadas arriba) + Francia, dado su potencial humano y militar.
Austria y Gran Bretaña se apoyaron en Francia para hacer frente a los reclamos
territoriales de Rusia (reclamaba toda Polonia) y Prusia (reclamaba Sajonia).
Promovió el principio de legitimidad dinástica
(rearmar el mapa europeo en base a las dinastías reinantes en antes de 1789,
pues las monarquías hereditarias
eran consideradas el principal elemento de estabilidad), siempre y cuando no
afectara los intereses de las potencias. Los pueblos que habían impulsado la
revuelta contra Napoléón fueron dejados de lado. Las potencias comprendieron
que no podía volverse sin más al orden previo a las reformas institucionales y
sociales instauradas durante la época napoleónica. [1] Austria se convirtió en el soporte del sistema europeo, tanto por
la extensión y centralidad geográfica de su imperio, como por su predominio
absoluto en Italia y por la presidencia de la Confederación Germánica
(organismo creado para llenar el vacío dejado por la desaparición del Sacro
Imperio Romano [2]). Metternich (1773-1859), diplomático y político austríaco,
se convirtió en el principal artífice del nuevo orden europeo.
§ El renacimiento católico, una de cuyas
manifestaciones fue la alianza renovada entre el trono y el altar. “La
concepción de una sociedad respetuosa de las jerarquías sociales y de las
autoridades políticas consagradas y protegidas por el aval de la Iglesia debía
favorecer el retorno al orden y su mantenimiento. En cualquier caso, el clero
secular desempeñaba funciones complementarias propias de la policía, y debía
certificar la buena conducta de los súbditos. Los párrocos de campaña,
especialmente, podían ejercer una influencia que resultaba muy útil al poder
central.” (p. 57-58).
§ Se
estableció un sistema de congresos
periódicos, es decir, reuniones de las grandes potencias, garantes del
orden establecido en Viena. Se celebraron congresos en Aquisgrán (otoño de
1818), Troppau (octubre de 1820) y Verona (octubre de 1822).
Luchas contra la
Restauración:
La lucha contra la
Restauración, encarnada en las ideas
liberales y constitucionales, era sostenida por “algunos círculos
intelectuales y por miembros de las clases medias (…), es decir, por las nuevas
capas de propietarios y por los comerciantes y artesanos, cuyo número había
crecido en la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, y
habían madurado políticamente a través de experiencias directas o indirectas de
la Revolución Francesa, la ocupación y las guerras napoleónicas.” (p. 61).
En los países en los que no
había libertad de prensa y garantías constitucionales, se conformaron sociedades secretas (la más conocida es
la de los carbonarios). En ellas confluían masones, jacobinos e igualitaristas.
Los más radicales entre los liberales eran los jóvenes intelectuales, sobre
todo los estudiantes universitarios, y los oficiales y suboficiales del
ejército.
El orden instaurado por el
Congreso de Viena era frágil, debido a la diversidad de situaciones económicas,
políticas y sociales existentes en Europa. Fue puesto en cuestión por una ola
de revoluciones que se desarrollaron entre 1820-1821:
· Alemania:
manifestación de estudiantes, profesores y periodistas en Warburg (Turingia,
1817). Asesinato del dramaturgo Kotzebue (informante del zar Alejandro I) por
un estudiante en 1819. Resultado: la Dieta Confederal de Frankfurt promulgó los
decretos de Carlsbad, que instauraron una censura de prensa más rigurosa y un
mayor control policial.
· España:
Fernando VII restauró el absolutismo en 1814 y revocó la Constitución liberal
proclamada en Cádiz en 1812. La restauración católica y aristocrática chocó
contra la reacción del ejército concentrado en Cádiz para aplastar las revoluciones
latinoamericanas. En enero de 1820 se sublevaron contra Fernando VII, que debió
restablecer la Constitución de Cádiz.
· Italia: Rebelión
del ejército y de los carbonarios (que tenían fuerte apoyo entre la clase media
de las provincias) contra el rey Fernando de Nápoles, que concede para su reino
la Constitución de Cádiz. En marzo de 1821 la rebelión se extendió al Piamonte,
pero fue aplastada porque la mayoría del ejército se mantuvo fiel al rey Carlos
Félix.
· Portugal: en
agosto de 1821 se produjo una rebelión contra Juan VI de Braganza, que había
retornado del Brasil.
Austria se encargó a
aplastar la revolución en el reino de Nápoles mediante una intervención militar
(que actuó también en Piamonte). Los revolucionarios, divididos entre la tendencia democrática liderada por los
carbonarios provinciales (pequeña y mediana burguesía propietaria de tierras y
capas intermedias), y el grupo dirigente, partidario de una monarquía limitada
por instituciones representativas.
Francia, que luego del cese
de la ocupación militar de las potencias coligadas (Congreso de Aquisgrán,
otoño de 1818), ocupó progresivamente un papel importante en la Santa Alianza (Austria, Prusia y
Rusia), aplastó la rebelión española con un cuerpo expedicionario que casi no
encontró resistencia (agosto de 1823, ocupación de Cádiz por los franceses).
Luchas políticas y sociales
en Inglaterra (1815-1832):
Gran Bretaña constituía la
excepción más notoria al absolutismo monárquico que procuró restablecer el
Congreso de Viena. La Revolución Industrial, iniciada en el último tercio del
siglo XVIII, generó nuevos problemas económicos, sociales y políticos. El
sistema político inglés estuvo a la altura de los desafíos, mostrando capacidad
“para absorber sin fracturas revolucionarias las fuerzas y presiones de la opinión
pública radical y de las capas populares” (p. 75).
La política inglesa estaba
dominada por dos partidos, el conservador (tory)
y el liberal (whig). “Ambos partidos,
o mejor, ambos grupos, no diferían mucho en su base social, esencialmente
constituida por algunas grandes familias aristocráticas, ni en la organización,
que carecía de estructuras rígidas y permanentes, como sería luego las de los
verdaderos partidos de masas. Sólo se trataba de distintas tradiciones y
posiciones políticas con matices que, en los momentos de crisis, podían
originar fuertes divergencias y enfrentamientos, pero que generalmente se
mantenían en los límites de un moderado debate parlamentario.” (p. 73). [4]
El partido conservador se
mantuvo en el poder durante un largo período, debido a que la oligarquía
dominante consideró que era la mejor opción para enfrentar a la Revolución
Francesa y a Napoleón.
Las principales luchas
políticas del período fueron:
· El ascenso del movimiento obrero. 1815 marcó el comienzo de la primera crisis
económica “moderna”. Cayeron las ventas de la industria manufacturera, creció
la desocupación y aumentó el descontento de los trabajadores. Auge del
movimiento luddita, centrado en la
destrucción de las máquinas, consideradas enemigas de los trabajadores.
Manifestaciones en Manchester, reprimidas por el ejército (matanza de Peterloo,
1819). La respuesta del gobierno conservador de Lord Liverpool fueron las Six Acts (1819), leyes que restringieron
la libertad de reunión y de prensa, y que establecieron procedimientos
abreviados para los delitos contra el orden público. Sin embargo, la tendencia
represiva cedió el paso al inicio de algunas reformas (ascenso a las primeras
filas de los conservadores de políticos como Robert Peel y George Canning): en
1824 fueron suprimidas las Combinations
Laws, que limitaban el derecho de organización, prohibiendo en los hechos
la organización de sindicatos obreros (Trade
Unions). Surgieron las primeras organizaciones sindicales, aunque las
huelgas y la recolección de fondos de solidaridad siguieron prohibidas. Hay que
tener presente que hasta 1830 los obreros de las fábricas eran una minoría
dentro del movimiento de los trabajadores. Entre 1815-30 el eje del movimiento
pasaba por pequeños tejedores, zapateros, talabarteros, libreros, tipógrafos,
albañiles, maestros artesanos o tenderos. Ellos aportaban ideas, métodos
organizativos y los dirigentes de las luchas. [5]
· Lucha contra la discriminación política de los disidentes protestantes y los católicos.
Si bien estaba garantizada la libre expresión de ambos grupos, la clase
dominante formada por los propietarios y el clero anglicano les cerraba el
acceso a los cargos públicos. En 1828 las Test
and Corporation Acts permitieron a los disidentes protestantes (metodistas,
inconformistas, etc.) a cubrir los más altos cargos civiles y militares. El
caso de los católicos implicaba suavizar las relaciones con Irlanda, colonia
inglesa. Había un centenar de representantes irlandeses en el Parlamento
británico, pero todos eran protestantes. Daniel O’Connell, católico irlandés,
fue elegido al Parlamento en 1828 y la élite conservadora aceptó su ingreso,
para evitar una rebelión en Irlanda. Se aprobó la ley de emancipación, que
permitió que los católicos ocuparan todos los cargos públicos, con excepción
del de Lord Canciller y virrey de Irlanda.
· Reforma
electoral: Fue promovida por los reformadores radicales y los whigs. Los cambios demográficos
generados por el desarrollo económico habían dejado obsoleto el sistema
electoral inglés. Muchas ciudades industriales (ejemplo: Manchester) no
contaban con representantes en el Parlamento, mientras que pueblos casi
despoblados (los llamados “arrabales o burgos podridos”) elegían
parlamentarios. Eso favorecía a la elite de grandes propietarios, pero
acentuaba las tensiones sociales. En 1830 los whigs llegaron al gobierno y promovieron una reforma electoral,
sancionada en junio de 1832, con el apoyo de una parte de los conservadores (el
grupo de Peel). Mantenía el criterio censitario, pero creaba nuevas
circunscripciones electorales y extendía el derecho a voto a los locatarios que
superaran un arriendo de 10 libras. El número de electores pasó de 500 mil a
800 mil, salto importante si se tiene en cuenta que en Francia, bajo Luis
Felipe, había 200 mil votantes (y Francia tenía una población mayor que Gran
Bretaña). El éxito de la batalla política desplegada en torno a la Reforma Electoral
alentó nuevas luchas.
· Nuevo
ascenso del movimiento obrero: El éxito del movimiento
por la Reforma Electoral dio un espaldarazo a una nueva oleada de protestas
obreras. Por un lado, se luchó por regular la jornada laboral y el trabajo de
niños y mujeres. El principal inconveniente era la imposibilidad de constituir
sindicatos nacionales y unitarios (la Grand
National Consolidated Trade Union terminó en un fracaso). En 1833 se
sancionó la Factory Act, que regulaba
el trabajo de menores. Sin dudas, el movimiento más espectacular de la clase
obrera fue el cartismo. La People’s Charter, redactada luego del
fracaso de las tentativas de unión nacional de las Trade Unions y en medio de una nueva crisis económica (1836-1839),
exigía el sufragio universal masculino, elecciones todos los años y un salario
para los diputados. La petición fue firmada por 1.250.000 personas y presentada
en el Parlamento en 1839. Ni siquiera fue discutida. En 1842 se presentó una
segunda petición, firmada por 3.330.000 personas, también rechazada por el
Parlamento.
· Debate
sobre las leyes de los granos: Cabe recordar que los
grandes propietarios habían promovido las Corn
Laws, que ponían grandes aranceles a las importaciones de granos. Eso
encarecía los alimentos y los salarios. Algunos empresarios comenzaron un
movimiento por la derogación de esas leyes, con sede en Manchester (la Anti-Corn Law League). Los conservadores
defendieron los intereses unidos de la aristocracia partidaria y de las clases
agrarias. La carestía de 1845-1847 (que provocó una hambruna en Irlanda) aisló
a los conservadores. Peel se sumó a los liberales y en 1846 fue aprobada la ley
que abolía el impuesto al grano. Triunfo del liberalismo.
Francia, desde la
Restauración a la Revolución de Julio (1815-1830):
Luis
XVIII, restaurado en el trono en 1814, comprendió que era
imposible el retorno al absolutismo. Concedió una Carta Constitucional, que aseguraba la posibilidad de debates
abiertos y una opinión pública más o menos libre. El Parlamento estaba
conformado por una Cámara de Pares nombrada por el rey, y por una Cámara de
Diputados, electiva, con diputados que tenían un mandato de 5 años; no tenía la
facultad de proponer leyes, discutía, enmendaba o rechazaba las normas
propuestas por el gobierno nombrado por el rey y solamente responsable ante el
rey. El derecho de voto correspondía a quienes pagaban determinado monto por
impuestos directos; estaba reservado a los mayores propietarios pertenecientes
a la nobleza o a la nueva clase burguesa (en las elecciones de 1815 los
inscriptos fueron unos 72000, los votantes menos de 49000).
Luis XVIII se apoyó para
gobernar en políticos provenientes del período napoleónico. Entre 1816-20 se
verificaron algunas reformas; se modificó la ley electoral, “el cuerpo
electoral [quedó conformado por] una mayoría de medianos propietarios
inmobiliarios, profesionales, comerciantes, pequeños industriales, las capas
medias del campo y los caudillos provinciales.” (p. 81). Frente a los Ultra (el
sector de políticos legitimistas – partidarios de la dinastía “legítima”, los Borbones
–, se conformó un grupo partidario de ampliar las atribuciones del Parlamento.
En 1824 murió Luis XVIII y
fue coronado Carlos X (conde de
Artois y hermano del rey fallecido). El nuevo rey trató de restaurar el Antiguo
Régimen: estimuló la recuperación de la Iglesia Católica, favoreciendo la
recuperación de las propiedades expropiadas en la Revolución; decretó la pena
de muerte por delito de sacrilegio; indemnizó con 1000 millones de francos a
los emigrados.
El intento conservador de
Carlos X encontró límites en la burguesía, fortalecida por el crecimiento
económico. Las elecciones de 1827 dieron el triunfo a la oposición liberal. En
julio de 1830, la ciudad de París se rebeló contra el monarca. Luego de tres
jornadas sangrientas, el rey fue derrocado.
Luis
Felipe, de la familia de Orleáns, asumió el trono. El nuevo
gobierno mantuvo la Carta de 1814; se introdujeron enmiendas: se eliminó el
preámbulo sobre los derechos del soberano y se abolió la censura de prensa.
Posteriormente, se sancionaron leyes que ampliaron el número de electores (el
cuerpo electoral pasó a 200 mil inscriptos, frente a una población de 30
millones de habitantes). “En el sistema constitucional censitario, el voto y la
participación política no eran considerados un derecho del ciudadano, sino una
función relacionada con su «capacidad», determinada generalmente por la
propiedad u otros requisitos.” (p. 85).
En 1831 y 1832, el gobierno
aplastó a la oposición republicana y al movimiento obrero (sublevación de los trabajadores de Lyon). El
gobierno era apoyado por “los círculos financieros, intelectuales y algunas
capas de la burguesía del campo y la ciudad”. (p. 86). En junio de 1833, la ley
Guizot obligó a los ayuntamientos a colaborar en la instrucción elemental
impartiéndola gratuitamente a los alumnos más pobres. Tenía el objetivo de
marginar al clero y promover la concepción liberal de la monarquía orleanista. La
política pasó a ser dominada por dos intelectuales, Thiers y Guizot. “En la
Cámara existía un acuerdo de fondo de la mayoría – expresión del cerrado y
poderoso sector de los notables que sostenía al nuevo régimen – para la tutela
de las libertades individuales que incluían en primer lugar la defensa de la
propiedad y, luego, la libertad de iniciativa económica y laboral. Las
agrupaciones de obreros y las huelgas se consideraban un impedimento al libre
ejercicio de la iniciativa económica. El librecambismo de las clases dirigentes
no llegaba hasta renunciar a las medidas proteccionistas que demandaban los
agricultores y fabricantes. La fuerza de los notables residía especialmente en
la renta y en las tradiciones familiares.” (p. 86).
Durante el reinado de Luis
Felipe se produjo un importante crecimiento económico. Esto fortaleció todavía
más a la burguesía y al movimiento obrero. Esto confluyó en 1848 en la caída de
la monarquía.
Relaciones internacionales:
La Revolución francesa de
1830 creó expectativas entre los grupos radicales de toda Europa.
En octubre de 1830, Bélgica proclamó su independencia de
Holanda e instauró una monarquía constitucional, coronando a Leopoldo de
Sajonia Coburgo. Francia y Gran Bretaña reconocieron al nuevo Estado. Las
monarquías absolutistas (Austria, Prusia y Rusia) aceptaron a la nueva
monarquía, a cambio de tener manos libres en Polonia e Italia.
En Polonia estalló una sublevación contra Rusia (noviembre de 1830). Luego
del éxito inicial, el ejército ruso aplastó fácilmente al movimiento. Varsovia
capituló en septiembre de 1831.
Gran Bretaña e Inglaterra
mantuvieron relaciones tensas, en buena medida debido al rechazo francés al
régimen del libre cambio defendido por la burguesía inglesa. También influyó la
llamada cuestión de Oriente,
motivada por la guerra entre Egipto y el Imperio Otomano, que concluyó con el
tratado de Unkiar Skelesi (julio de 1833). Este tratado impuso una especie de
protectorado ruso sobre los otomanos.
En la misma época, Gran
Bretaña intervino en China para
abrir (en su favor) el comercio de opio. Los ingleses aplastaron a la flota
China e impusieron el Tratado de Nankín,
primer eslabón en la cadena de tratados que convirtieron a China en una
semicolonia.
En síntesis, “aparecía claro
(…) que si alguna vez, en la política de las grandes potencias, había tenido
algún peso la oposición ideológica entre dos alineaciones, liberales por una
parte y conservadores por la otra, ya no tenía ninguno. En lo que respecta a
Inglaterra sobre todo, sus intereses por los asuntos europeos estaban cada vez
más aparejados con los problemas que su desarrollo comercial y manufacturero y
con el horizonte mundial de sus responsabilidades y empresas.” (p. 92).
Villa del Parque,
domingo 22 de abril de 2018
NOTAS:
[1] El Congreso de Viena
introdujo las siguientes modificaciones en el mapa europeo (la lista no es
exhaustiva y se refiere únicamente a tres de las potencias vencedoras):
Austria,
renunció a los Países Bajos Españoles (Bélgica y Luxemburgo), entregados a
Guillermo I de Orange en recompensa por su alianza con Inglaterra; se anexó Venecia
y conservó los demás territorios italianos.
Rusia
recibió gran parte de Polonia (el zar Alejandro I la declaró reino autónomo),
Besarabia (perteneciente al Imperio Otomano), Finlandia (cedida por Suecia).
Gran
Bretaña recuperaba Hannover, antiguo dominio hereditario de la
dinastía; obtuvo Malta y las islas jonias del Mediterráneo, la isla de
Helgoland en el Mar del Norte, Tobago y Santa Lucía en las Antillas, Mauricio y
Seychelles en el océano Índico. Compró a Holanda la colonia del Cabo, en
Sudáfrica, y Ceilán, en el océano Índico.
El orden territorial
instaurado en el Congreso de Viena sobrevivió, casi sin cambios, a los
movimientos revolucionarios de 1830 y 1848-49. Sólo en 1854, con la guerra de
Crimea, “se inició una nueva fase, marcada por los conflictos armados entre los
Estados europeos, que puso fin al sistema vienés” (p. 88).
[2] Napoleón introdujo la
Confederación del Rin, que implicó una simplificación y racionalización de los
Estados Alemanes. Luego de 1814, no sólo quedó sancionada la desaparición del
Sacro Imperio Romano, sino que de los más de 300 Estados existentes antes del
período napoleónico, sólo sobrevivieron 30 con representantes en una dieta
(Bundestag) que se reunía en Frankfurt con la presidencia de Austria.
[3] La independencia de
América Latina contó con el apoyo de Gran Bretaña, que promovió el libre cambio
y la división territorial en los nuevas naciones (se opuso al proyecto de
Bolívar de crear una nación unificada a partir de la reunión de las antiguas
colonias), y de EEUU, cuyo presidente Monroe lanzó en 1823 la doctrina homónima,
“por la que cualquier intento de extender a cualquier región del hemisferio el
sistema político de las potencias europeas era considerado un atentado a la paz
y a la seguridad de los Estados Unidos.” (p. 71).
[4] Villani sugiere que los
conservadores expresaban mejor que los liberales “los intereses de la
restringida oligarquía de grandes propietarios” (p. 72).
[5] “Es dudoso que
entre 1790 y 1830 se vaya formando una nueva conciencia de clase, «entendida
como conciencia de una sustancial unidad de intereses entre todos los grupos de
trabajadores opuesta a los intereses de otras clases». El nacimiento de las Trade Unions que superaban los límites
de las organizaciones locales constituye la prueba histórica de esta nueva
circunstancia, que se mezcla con el fenómeno más general de la amplia
propagación de las asociaciones y de los proyectos utópicos.” (p. 77).
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