El historiador australiano Peter McPhee (1948-) es autor del libro
La Revolución Francesa, 1789-1799: Una
nueva historia (Barcelona, Crítica, 2007, traducción española de Silvia
Furió).
McPhee dedica el capítulo 9
de la obra, titulado “La trascendencia de la Revolución”, a discutir los
argumentos de las dos grandes posiciones en el campo de los historiadores
respecto a la evaluación del carácter y las consecuencias de la Revolución Francesa de 1789-1799.
Los
historiadores “minimalistas”:
Este grupo de historiadores,
cuyo representante más destacado es François
Furet (1927-1997), sostiene “que las consecuencias de la revolución fueron
mínimas en lo que se refiere a un verdadero cambio social” (p. 212). Furet,
“argumenta que hasta bien entrado el siglo XIX la sociedad francesa permaneció
prácticamente igual que bajo el antiguo régimen. Según su pensamiento, hasta
que Francia no pasó por su propia revolución industrial en la década de 1830,
las pautas de trabajo y de vida cotidiana eran muy similares a las de antes de
la revolución.” (p. 212).
Los minimalistas no niegan
que la política francesa sufrió una profunda transformación. También coinciden
en la importancia ideológica de la Revolución. No obstante, la sociedad
francesa permaneció invariante respecto al Antiguo Régimen en los siguientes
aspectos fundamentales:
Ø “En
primer lugar, la gran masa de la gente trabajadora en las ciudades y en el
campo continuó trabajando y subsistiendo del mismo modo que lo había hecho
antes de 1789. Muchos franceses siguieron siendo, como sus padres, propietarios
o arrendatarios de pequeñas parcelas de tierra.” (p. 215). La abolición de los
tributos de señorío (1792-1793) y la compra de pequeñas parcelas de propiedades
pertenecientes a la Iglesia y a la nobleza, fijaron a millones de campesinos a
la tierra. “Francia siguió siendo una sociedad eminentemente rural dominada por
pequeñas granjas en cuyos hogares se utilizaban antiguos métodos y técnicas
para la propia subsistencia. En las áreas urbanas gran parte del trabajo
continuó llevándose a cabo en pequeños talleres, donde los maestros artesanos
trabajaban junto a tres o cuatro obreros cualificados o aprendices.” (p.
215-216). Durante décadas no hubo nada semejante a los grandes talleres
mecanizados de Gran Bretaña. Más adelante, McPhee escribe: “El Argumento
fundamental para la perspectiva «minimalista» acerca de la trascendencia de la
revolución es que, como victoria del campesinado terrateniente y a causa de
décadas perdidas de comercio con ultramar debido a la prolongada guerra,
aquellos años retardaron el desarrollo de una economía capitalista o de
mercado.” (p. 224). Los historiadores “maximalistas” sometieron a crítica [ver
más adelante en ficha] esta afirmación.
Ø En
segundo lugar (…) los desposeídos continuaron siendo una nutrida clase urbana y
rural a la que en tiempos de crisis se unían los jornaleros del campo y obreros
urbanos en paro.” (p. 216). Bajo el Antiguo Régimen, los pobres dependían de la
asistencia eclesiástica (una especie de caridad azarosa y poco adecuada). En
1791, la Asamblea Nacional abolió el diezmo y vedó las propiedades eclesiásticas;
la Iglesia perdió la capacidad de implementar la caridad. En 1794 la situación
empeoró, porque los gobiernos que sucedieron a los jacobinos eliminaron los
controles de precios y las medidas de bienestar social implementadas por éstos.
Malas cosechas, inviernos rigurosos: todo agravó la situación de los pobres
urbanos. Napoleón I restauró a la Iglesia, pero nunca recuperó los recursos
para implementar una caridad semejante a la anterior a 1789 (que ya era
insuficiente).
Ø “En
tercer lugar, Francia siguió siendo una sociedad jerárquica y profundamente
desigual, aunque en la nueva jerarquía el mejor indicador de mérito personal
fuese la riqueza más que el apellido familiar.” (p. 217).
Ø “Por
último, los minimalistas argumentan que el estatus inferior de la mujer apenas
experimentó cambio alguno, al contrario, se afianzó.” (p. 218).
Los
historiadores “maximalistas”:
Estos historiadores, entre
los que se cuentan Albert Soboul
(1914-1982) y Gwynne Lewis
(1933-2015) sostienen que la Revolución “fue profundamente transformadora”. En
este sentido, “aducen que la revolución fue un triunfo para la burguesía y para
los campesinos terratenientes. Por otro lado, la revolución transformó las
estructuras institucionales de Francia; es más, el significado mismo de la
propia «Francia». Condujo también a cambios perdurables en la naturaleza de la
Iglesia y de la familia.” (p. 221).
Los “maximalistas” ponen el
acento en los siguientes cambios:
Ø Hasta
1789 no existía el concepto actual de Francia.
Las personas expresaban su lealtad a una región: “la unidad de Francia se debía
tan sólo a la pretensión de la monarquía de que aquél era su territorio y los
habitantes sus súbditos. La mayor parte de la gente no hablaba francés en la
vida diaria y recurría a las élites de las ciudades como Toulouse, Rennes y
Grenoble para que les defendiesen contra las crecientes exigencias de la corona
en lo relativo a impuestos y reclutamiento.” (p. 221). La centralización
monárquica se había logrado al costo de tolerar un mosaico de privilegios
locales y regionales, exenciones y derechos.
“En vísperas de la revolución, todos y cada
uno de los aspectos de las instituciones de la vida pública – en la
administración, en las costumbres y medidas, en las leyes, en los impuestos y
en la Iglesia – estaban marcados por exenciones regionales y privilegios. No
sólo se beneficiaban de privilegios legales y contributivos el clero, la
nobleza y ciertas organizaciones corporativas como los gremios, sino que las provincias
tenían también sus propios códigos legales, grados de autogobierno, niveles de
contribución, y sistemas de moneda, pesos y medidas.” (p. 221).
La Revolución modificó todo eso (1789-1791).
El territorio francés fue dividido en 83 departamentos, administrados todos del
mismo modo. Fue impuesto un sistema nacional de pesos, medidas y moneda basado
en las nuevas medidas decimales. Se conformó un mercado nacional, aboliendo los
peajes que se pagaban a las ciudades y a los nobles; se suprimieron las aduanas
internas. Se estableció un único y uniforme código legal. Se establecieron
impuestos proporcionales a la riqueza del contribuyente, especialmente sobre
sus propiedades en tierras.
La Revolución acompañó la unidad
administrativa con el desarrollo de una “entidad emocional, «la nación», basada
en la ciudadanía.” (p. 222). Asumió “que todos los individuos era ahora en
primer lugar y ante todo ciudadanos franceses, miembros de la nueva nación.”
(p. 222).
Ø La
Revolución perjudicó a muchos burgueses. Este fue el caso de las ciudades
costeras, que decayeron como consecuencia de las guerras, los bloqueos
marítimos y la temporal abolición de la esclavitud (1794-1802). En 1815 el
comercio externo francés era sólo la mitad del volumen de 1789, y recuperó los
niveles prerrevolucionarios recién hacia 1830. Sin embargo, en otras ciudades
florecieron las industrias del algodón, del hierro y del carbón, como resultado
del bloqueo napoleónico, que protegió a la industria nacional de las
importaciones británicas.
“La esencia del capitalismo es una producción
orientada al mercado por grandes y pequeños empresarios en la ciudad y en el
campo para obtener beneficios. [Agregar: la separación del productor directo y
los medios de producción – la expropiación de los trabajadores -]. Aunque
muchos empresarios, especialmente en los puertos de mar, sufrieron
verdaderamente durante la revolución, en un sentido más general, ésta aceleró
cambios fundamentales para la naturaleza de la economía francesa, cambios que
facilitarían las prácticas capitalistas. Desde 1789 hubo una serie de cambios
institucionales, legales y sociales que crearon el ambiente propicio en el que
prosperaría la industria y la agricultura capitalista. La ley de libre empresa
y libre comercio (laissez faire, laissez
passer) de la revolución garantizó a los fabricantes, granjeros y
comerciantes el poder dedicarse a la economía de mercado sabiendo que podían
comerciar sin los impedimentos de las aduanas interiores y los peajes, ni los
diferentes sistemas de medidas y una infinidad de códigos legales.” (p. 226).
Entre las leyes que resultaron fundamentales
para el desarrollo capitalista, la principal fue la ley de Le Chapelier (junio, 1791), que declaraba ilegales las
asociaciones de trabajadores. Napoleón I restableció el livret, una cartilla que llevaban los trabajadores durante el
Antiguo Régimen y en la que se detallaban su historia laboral y su conducta.
La venta
de tierras de la Iglesia aceleró el cambio económico en el campo. Alrededor
de un 20 % de las tierras cambió de manos a consecuencia de la expropiación de
la Iglesia y de los emigrados. En 1793 se concretó la abolición final de los
tributos feudales, que “hizo que los ingresos que los nobles obtenían de sus
propiedades procedieran a partir de entonces de los alquileres que imponían a
los arrendatarios y aparceros o de la explotación directa de las tierras de los
nobles por parte de capataces que contrataban jornaleros. Ahora la base de la riqueza rural era el uso eficiente de los recursos
agrícolas más que el control sobre las personas.” (p. 227 – la bastardilla
es mía – AM-).
Los campesinos
dueños de tierras fueron “los beneficiarios directos y más sustanciales de
la revolución” (p. 227). “Tras la abolición de los tributos feudales y del
diezmo eclesiástico, ambos normalmente pagados en especie, los granjeros se
vieron en una posición inmejorable para concentrarse en el uso de las tierras
para cultivos más productivos.” (p. 227). Los efectos de las reformas y de las
guerras napoleónicas fueron dispares en el campo. Hubo resistencia de los
campesinos pobres, que lucharon por retener los derechos colectivos a la
tierra. Sin embargo, el historiador ruso Ado afirma que los obstáculos más
fuertes al progreso del capitalismo en la agricultura estuvieron relacionados
con la supervivencia de grandes propiedades arrendadas en alquileres a corto
plazo o por aparceros. (p. 228-229). Otro de los beneficios obtenidos por los
campesinos terratenientes consistió en liberarse de las ciudades que
parasitaban el campo de sus alrededores (los campesinos debían pagarles
tributos feudales y el diezmo al cabildo catedralicio, a las órdenes religiosas
y los nobles residentes).
Los campesinos adoptaron una nueva actitud.
Se produjo “un cambio revolucionario en las relaciones sociales rurales,
expresadas en la conducta política después de 1789. La autoridad social que
muchos nobles conservaban en la comunidad rural estaba ahora basada en la
estima personal y el poder económico directo sobre los subordinados más que en
las pretensiones de deferencia debidas a un orden social superior.” (p. 230).
Ø McPhee
plantea el problema de si los cambios institucionales favorables al desarrollo
del capitalismo derivaron en el acceso al poder de una nueva clase social. (p.
232). Los “minimalistas” señalan la preeminencia económica de la vieja nobleza:
“A pesar de la pérdida de los derechos de señorío y de tierras, en el caso de
los emigrados, los nobles permanecieron en la cúspide de la posesión de tierras
y la posesión de tierras siguió siendo la mayor fuente de riqueza en Francia.”
(p. 232). McPhee acota que, no obstante lo anterior, la pérdida de los tributos
feudales, de las rentas y de los peajes fue enorme.
“Sin embargo, los acaudalados supervivientes
de la élite de terratenientes del antiguo régimen eran ahora sólo una parte de
una élite mucho más amplia que incluía a todos los ricos, fuera cual fuese su
extracción social, y abarcaba a los burgueses de la agricultura, negocios y
administración. La rápida expansión de la burocracia después de 1789 derribó
barreras en el reclutamiento y ofreció oportunidades a los jóvenes burgueses
capaces. Más que en las décadas de 1780 y 1790, la clase gobernante a
principios del siglo XIX unió a los que se encontraban en la cima del poder
económico, social y político.” (p. 232). La clase en el poder estaba integrada
por viejos “notables” del Antiguo Régimen y los nuevos hombres que habían
aprovechado las oportunidades brindadas por la venta de las tierras de la
Iglesia, la disponibilidad de contratos con el ejército y las nuevas libertades
ofrecidas por la abolición de los gremios.
“Aquellos
que tomaron la iniciativa en la creación de la nueva Francia después de 1789
fueron los burgueses, ya fueran profesionales, administrativos,
comerciantes, terratenientes o fabricantes. Para ello la revolución representó
los cambios necesarios en las estructuras políticas y en los valores sociales
dominantes para que se reconociese su importancia en la vida de la nación.” (p.
232; la bastardilla es mía – AM-).
Ø La Iglesia Católica fue devastada por la
Revolución. Desapareció la práctica casi universal entre los católicos franceses
de ir a misa todos los domingos. Miles de pueblos se encontraron sin sacerdote
y sin educación eclesiástica. “La Iglesia católica emergió de la revolución sin
sus vastas propiedades, internamente dividida entre aquellos que aceptaron la
revolución y los que huyeron al exilio durante años, y con varios miles de
clérigos muertos prematuramente. La revolución había creado un estado laico, y
aunque la restauración proclamara que el catolicismo era la religión estatal,
un importante legado de la revolución fue la creación de una escala de valores
entre los funcionarios según la cual su primordial lealtad era para el ideal de
un Estado laico que trascendía los intereses particulares. La Iglesia católica ya no podía reclamar nunca más sus niveles prerrevolucionarios
de obediencia y aceptación entre el pueblo.” (p. 236; la bastardilla es mía
– AM-).
Ø La
Revolución afianzó el poder político
a manos de los hombres. Se trató de una respuesta al accionar de los clubes
políticos de mujeres en París y en las provincias. McPhee afirma que las mujeres (en especial las trabajadoras) jugaron
un importante en las movilizaciones revolucionarias hasta 1794; sin embargo, obtuvieron
muy poco. En 1792 se sancionó el divorcio; unas 30 mil mujeres se acogieron a
esa legislación; en 1804, Napoleón modificó y recortó el divorcio; en 1816, la
Restauración abolió toda posibilidad de divorcio. La inmensa mayoría de los
políticos de todos los signos se negaron a conceder derechos políticos a las
mujeres. Por ejemplo, durante el Terror, el periódico del gobierno, LA FEUILLE
DU SALUT PUBLIC, preguntaba:
“Mujeres,
¿queréis ser republicanas? Amad, respetad y enseñad las leyes que conminan a
vuestros maridos y a vuestros hijos a ejercer sus derechos…nunca asistáis a las
asambleas populares con el deseo de hablar allí.”
La Revolución sancionó para
las mujeres el derecho a heredar en términos de igualdad con sus hermanos
varones y de firmar contratos legales, si estaban solteras. Esta legislación
sobrevivió al Imperio.
El Código Civil de 1804
prohibió a las mujeres casadas a firmar contratos legales independientemente. “Estaban
sometidas como antes de 1789 a la autoridad del padre, y después a la de su
marido. En lo sucesivo, las esposas tan sólo podrían solicitar el divorcio si la
amante del marido entraba en el hogar conyugal. En cambio, el simple acto de
adulterio por parte de la esposa bastaba para que el marido pudiera presentar
una demanda, y la mujer adúltera podía incluso ser encarcelada durante dos
años. Esta ideología de la autoridad patriarcal se extendía a los hijos, pues
los padres estaban autorizados a reclamar la detención de los hijos durante un
mes si eran menores de 16 años, y durante seis meses, si tenían entre 16 y 21
años.” (p. 239).
Conclusiones:
McPhee concluye que ningún
francés adulto vivo en 1804 “tenía duda alguna de que habían pasado por un
levantamiento revolucionario. A pesar de que los historiadores minimalistas
insisten en que estaban equivocados, un examen de las consecuencias sociales,
políticas y económicas de la revolución nos indica que que no era una ilusión.” (p. 239).
“El mejor indicador de los
resultados de la revolución es comparar los cahiers
de doléances de 1789 con la naturaleza de la política y sociedad francesa
en 1795 o 1804. Por último, los cambios sociales que acarreó la revolución
perduraron porque correspondían a algunas de las más profundas reivindicaciones
de la burguesía y del campesinado en sus cuadernos: la soberanía popular (aun
sin alcanzar la plena democracia), la igualdad civil, las profesiones abiertas
al «talento», y la abolición del sistema del señorío. A pesar del resentimiento
popular manifestado en relación a las guerras, al reclutamiento, y a la reforma
de la Iglesia en muchas regiones, especialmente en 1795-1799, nunca hubo la
menor posibilidad de que las masas apoyasen un retorno al antiguo régimen. Al
mismo tiempo, las frustradas aspiraciones de la clase trabajadora en 1795, y la
potencia de la tradición revolucionaria que habían creado, hicieron que el
nuevo régimen no se instalara sin oposición, como muestran las revoluciones de
1830, 1848, y 1870-1871.” (p. 239-240).
Villa del Parque,
viernes 27 de abril de 2018
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