Hubo un tiempo en que la
dirigencia del movimiento peronista decía que “el movimiento obrero era la
columna vertebral del peronismo”. El tan mentado carácter plebeyo del
movimiento peronista es inseparable de esta conjunción con el movimiento
obrero. John William Cooke pudo afirmar que “el peronismo era el hecho maldito
del país burgués” porque dicho movimiento se asentaba en la clase trabajadora.
La asociación entre
peronismo y clase obrera se modificó drásticamente a partir de la dictadura
militar de 1976-1983. El logro más duradero de la dictadura consistió en
reducir al movimiento obrero a la impotencia política. En otras palabras, si
los sindicatos fueron un factor central en la política argentina entre
1945-1976, luego de la represión llevada a cabo por los militares perdieron la
capacidad de incidir de manera significativa en el escenario político. No se
trató, por cierto, de un fenómeno exclusivamente argentino. La derrota de la
clase obrera argentina formó parte de un vasto proceso de derrotas sufrida por
el movimiento obrero a nivel mundial entre las décadas del ’70 y del ´90. El
neoliberalismo fue, ante todo, una ofensiva a fondo contra la clase
trabajadora, plasmada en la dispersión de los trabajadores y en la legislación
antiobrera conocida como “flexibilización laboral”.
La dirigencia peronista
posdictadura tomó nota de la derrota de los trabajadores y obró en
consecuencia. La “renovación peronista”, el menemismo, el kirchnerismo, fueron
etapas en la aceptación del carácter marginal del movimiento obrero en la vida
política del país. La “columna vertebral” dejó de ser “columna” y “vertebral” y
pasó a ser considerada, a lo sumo, como un factor de poder más, diluido entre
otros tantos.
Los cambios estructurales
experimentados por la economía argentina de 1983 en adelante reforzaron la
fragmentación de la clase trabajadora y potenciaron su debilidad. La década del
’90, vía el peronismo menemista, representó el clímax de la ofensiva contra los
trabajadores, plasmada en una legislación que se ocupó de desarmar las
conquistas obtenidas por los sindicatos durante la etapa anterior al golpe de
1976. Dicha ofensiva fue posible, entre otras cosas, por los efectos de la
hiperinflación de 1989 y la elevada desocupación persistente a lo largo de toda
la década.
El kirchnerismo llevó
adelante una reconstitución del régimen de acumulación de capital. La crisis
del régimen de acumulación neoliberal en 2001 mostró la imposibilidad de
continuar por el camino de los ’90. En este marco, el kirchnerismo logró
articular una salida a la crisis basada en la devaluación, los bajos salarios,
la continuidad de la fragmentación de la clase trabajadora (el trabajo “en
negro” reemplazó a la desocupación como factor central en la debilidad de la
clase obrera) y el apoyo a la burocracia sindical. En este sentido, la alianza
entre Néstor Kirchner y Hugo Moyano no significó una reconstitución de la vieja
“columna vertebral”, sino el reconocimiento público de la nueva posición
ocupada por el movimiento obrero en el seno del peronismo. Moyano aceptó ser
socio del nuevo régimen de acumulación a cambio de garantizar la “paz social”.
Dicha “paz” requería el reconocimiento de la legislación laboral del peronismo
menemista y el hacer “la vista gorda” frente a la situación de los trabajadores
“en negro”. Paritarias para los trabajadores “en blanco” y distintos grados de
esclavitud laboral para los trabajadores “en negro”. El cacareo de la prensa “opositora”
contra Moyano aliado de los Kirchner, la demonización del dirigente sindical
aludiendo a su supuesto poder para hacer casi cualquier cosa, sirvió para
ocultar prolijamente que el sindicalismo jugó un rol secundario y subordinado
en el nuevo régimen de acumulación de capital promovido por el kirchnerismo.
La presidenta Cristina
Fernández expresa como pocos la concepción del peronismo pos dictadura respecto
al movimiento obrero. No hace falta rasquetear la pared para demostrar el papel
que Cristina le asigna al sindicalismo. Así, Cristina ha calificado repetidas
veces de “chantaje” a las medidas de fuerza llevadas adelante por algún sector
de los trabajadores. Así, Cristina ha sostenido que los trabajadores deben
estar contentos por tener trabajo y no padecer la desocupación como en los años
’90. Así, Cristina ha manifestado muchas veces que el rol de los empresarios
consiste en invertir, en tanto que los trabajadores deben dedicarse a trabajar.
Cristina no considera como
un mal que la mitad de la clase trabajadora se encuentre “en negro”, o
subocupada, o desocupada.
Cristina planteó hacia fines
del año pasado la necesidad de “democratizar” el Poder Judicial, pero no dijo
jamás una palabra acerca de la necesidad de democratizar las organizaciones
sindicales. Recomendamos al lector que haga el intento de armar una lista
alternativa a la conducción en cualquier sindicato, y luego nos cuenta los
resultados.
Al producirse la ruptura con
Moyano, Cristina se apoyó en los llamados “gordos”, simpático eufemismo para
denominar a los dirigentes sindicales que demostraron una enorme combatividad…siempre
en contra de los trabajadores.
En otros tiempos, más candorosos,
algún peronista podría haber dicho que Cristina era una presidenta “gorila”, en
el sentido de apoyarse en los empresarios y no en el movimiento obrero. La
cuestión es, por cierto, más compleja. Cristina es el exponente más claro de
una generación de dirigentes políticos alumbrada por la derrota de los
trabajadores en 1976. Para ella, como para el resto de su generación, el
capitalismo es el horizonte intelectual y no es posible sacar los pies del
plato. La emancipación nacional y social no es otra cosa que la aceptación de
las reglas del juego del capital. Sólo así es posible entender como Cristina no
se sonroja cuando afirma muy suelta de cuerpo que “los empresarios la levantan
con pala”, haciendo referencia a las ganancias del capital bajo el nuevo
régimen de acumulación.
La visita de Cristina
Fernández a Vietnam es un buen ejemplo de su concepción del movimiento obrero y
su papel en la sociedad. Lejos de aquella vanguardia en la lucha contra el
imperialismo norteamericano, Vietnam es hoy un campo fértil para que las
empresas transnacionales aprovechen la mano de obra barata y obtengan enormes
ganancias. Los trabajadores vietnamitas padecen en carne propia el pragmatismo de
sus dirigentes. En este sentido, los elogios de Cristina hacia Vietnam cobran
un significado un tanto diferente al que le atribuyen alguno de sus
partidarios:
“Entonces
cuando uno ve cómo se han recuperado, cómo han salido y lo que es fundamental:
no hay odio, no hay rencor, al contrario, hay mucho trabajo, hay mucho
sacrificio, hay mucho deseo de trabajar y de progresar, yo me acordaba de
nosotros y decía qué buena lección para aprender todos y seguir tirando para
adelante.” (1)
En otras palabras, los
trabajadores trabajan, se rompen el lomo, y los empresarios ganan dinero, mucho
dinero. Todo ello sin “odio” ni “rencor”. En este mundo ideal de Cristina, ¿qué
sentido tiene, por ejemplo, un 17 de octubre?
Las expresiones de Cristina
no son sólo unas notas de viaje. En el mismo discurso hace una advertencia a
los dirigentes sindicales que se encuentran negociando salarios en las
paritarias:
“El
lunes nos visita el director general de la OIT, lo vamos a recibir, y bueno,
los pronósticos en el mundo en cuanto a trabajo no son nada buenos, por eso por
favor aterricemos en el mundo con buena onda, con buenas actitudes para lograr
acuerdos, porque es imprescindible acordar. No es cuestión de ponerse a gritar,
en España están gritando todos los días, todos los días gritan pero cada vez la
desocupación sube más, el 26 por ciento. Con lo cual no es cuestión de grito ni
de prepoteo ni de fuerza; inteligencia, ingenio, acuerdo, ver cómo mejoramos
los recursos, cómo incentivamos el mejor aprovechamiento de las cosas.
Hagámoslo.” (1)
En criollo, la protesta y la
lucha no conducen a nada. De paso, resulta curiosa la mención del caso español
para aleccionar a los dirigentes sindicales argentinos, pues durante años los
propagandistas del kirchnerismo han declamado acerca de las diferencias entre
España y Argentina. Para Cristina, el sindicalismo tiene que aceptar las pautas
salariales queridas por el gobierno. ¿Qué la inflación es superior a esas
pautas? , ¿Qué existe una enorme heterogeneidad en los salarios de los
trabajadores?, ¿Qué las ganancias empresarias han sido enormes durante la
década kirchnerista y que no se han “derramado” sobre los trabajadores? Todos
estos son temas menores para Cristina. Para el kirchnerismo, el motor de la
economía es el capital y es necesario lograr que los capitalistas inviertan.
Los trabajadores no tienen otros roles que trabajar y consumir para fomentar el
mercado interno.
Subordinación y valor. Todo
sea por la emancipación nacional y social. O, siendo realistas, para ayudar a
que los empresarios “la levanten con pala”.
Villa del Parque,
sábado 26 de enero de 2013
NOTAS:
(1) Discurso pronunciado por
Cristina Fernández en el acto de entrega de viviendas, celebrado en el Salón de
las Mujeres Argentinas del Bicentenario, el 25 de enero de 2013.