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viernes, 21 de diciembre de 2018

EL ILUMINISMO Y LA TEORÍA SOCIAL: A PROPÓSITO DE LA LECTURA DE ZEITLIN







“Puesto que ningún ser humano tiene una autoridad natural sobre su
semejante, y puesto que la fuerza no produce ningún derecho, quedan (…)
las convenciones como base de toda autoridad legítima entre las personas.”
Jean-Jacques Rousseau, Del Contrato Social (1762)

En una nota anterior me referí a la importancia de las dos Revoluciones (la Revolución Industrial inglesa de fines del siglo XVIII y la Revolución Francesa de 1789-1794) en la conformación del capitalismo moderno. Su impacto fue especialmente importante en la constitución tanto de las ciencias sociales como del marxismo, rival teórico y político de las primeras.
La Revolución Francesa es, después de la Revolución Rusa de 1917, el acontecimiento político más significativo de la Modernidad. Forma parte del ciclo de las revoluciones burguesas, iniciado en el siglo XVI con el levantamiento de los Países Bajos contra la dominación española. Su influencia es resultado de la gigantesca movilización de masas producida durante su desarrollo; esa movilización fue el rasgo más notable de la revolución iniciada en 1789.
La Revolución Francesa llegó a ser el modelo de revolución burguesa (o, mejor dicho, de revolución en general). En un notable artículo, “Sobre la cuestión judía”,  un joven Karl Marx (1818-1883) la tomó como ejemplo paradigmático de la emancipación política:
“Los derechos del hombre, los derechos humanos, se distinguen como tales de los derechos del ciudadano, de los derechos cívicos. ¿Cuál es el hombre a quien aquí se distingue del ciudadano? Sencillamente, el miembro de la sociedad burguesa. ¿Y por qué se llama al miembro de la sociedad burguesa «hombre», el hombre por antonomasia, y se da a sus derechos el nombre de derechos humanos? ¿Cómo explicar este hecho? Por las relaciones entre el Estado político y la sociedad burguesa, por la esencia de la emancipación política.” (p. 196).
Como todo acontecimiento social, la Revolución Francesa no puede explicarse en base a la acción de un único factor; fue el producto de la confluencia de múltiples causalidades y casualidades. Entre ellas, está la filosofía de la Ilustración. En esta cuestión está presente la eterna tentación de explicar los hechos en base a las ideas. Como pocas veces, la tentación parece justificada: tal es el peso de autores como Rousseau (1712-1778). No obstante, las ideas sólo pueden florecer en un ambiente apropiado. La lenta desintegración del feudalismo, a la que también contribuyeron las ideas de la Ilustración, proporcionó ese ambiente.
Hechas las salvedades del caso, es posible ocuparse de los rasgos principales del la filosofía de la Ilustración. Para ello tomé el primer capítulo de la obra de Zeitlin, Ideología y teoría sociológica (Zeitlin, 1997: 13-20).

Ante todo, la Ilustración fue un nuevo modo de pensar la función política de la filosofía y, por extensión, de la teoría social:
“La filosofía ya no es una mera cuestión de pensamiento abstracto, sino que adquiere la función práctica de criticar las instituciones existentes para demostrar que son irrazonables e innaturales. El Iluminismo exige el reemplazo de estas instituciones y de todo orden anterior por otro nuevo, más razonable, natural y, por ende, necesario. La realización del nuevo orden es la demostración de su verdad. El pensamiento del Iluminismo tiene, pues, tanto un aspecto negativo y crítico como un aspecto positivo. Lo que de la una cualidad nueva y original no es tanto la peculiaridad de sus doctrinas, axiomas y teoremas, sino el proceso de criticar, dudar y demoler, así como el de construir.” (pp. 14-15).
La filosofía era revolucionaria porque se apoyaba en la razón, es decir, en la capacidad de los seres humanos de explicar el universo por medio del pensamiento racional, de los argumentos basados en pruebas sometidas a la consideración de todos (más abajo precisaré la concepción iluminista de la razón). Las explicaciones religiosas eran rechazadas por irracionales, los milagros eran reemplazados por el análisis de las causas y efectos.
Zeitlin muestra la mutua implicación entre estudio científico de la naturaleza y crítica de la sociedad:
“Más que los pensadores de cualquier época anterior, los Iluministas adherían firmemente a la convicción de que la mente puede aprehender el universo y subordinarlo a las necesidades humanas. La razón se convirtió en el dios de estos filósofos, quienes se inspiraron principalmente en los avances científicos de los siglos precedentes. Tales avances los llevaron a una nueva concepción del universo basada en la aplicabilidad universal de las leyes naturales. Utilizando los conceptos y las técnicas de las ciencias físicas emprendieron la tarea de crear un mundo nuevo basado en la razón y la verdad. (…) no la verdad basada en la revelación o la autoridad, sino aquella cuyos pilares gemelos serían la razón y la observación.” (p. 13).
Los filósofos de la Ilustración tenían claro que las instituciones políticas y sociales eran el principal obstáculo para la creación de una sociedad más justa e igualitaria:
“Los philosophes investigaron todos los aspectos de la vida social; estudiaron y analizaron las instituciones políticas, religiosas, sociales y morales, las sometieron a una crítica implacable desde el punto de vista de la razón y reclamaron un cambio en aquellas que la contrariaban. Por lo general, descubrían que los valores e instituciones tradicionales eran irracionales. Esto solo era otra manera de decir que las instituciones vigentes eran contrarias a la naturaleza del ser humano, y por lo tanto, inhibían su crecimiento y su desarrollo: las instituciones irrazonables  impedían a las personas realizar sus potencialidades.” (p. 13).
Los filósofos no contaban con un partido político o un movimiento que combatiera al feudalismo. Esto explica que su principal herramienta de acción fuera la crítica. En este sentido, se parecen a los jóvenes hegelianos, que en los años ‘40 del siglo XIX emprendieron la crítica del absolutismo prusiano.
Los Iluministas compensaron la ausencia de expresión política propia con una filosofía crítica: “todos los aspectos de la vida y la obra del ser humano estaban sujetos a examen crítico” (p. 15). Según ellos, esa combinación de razón y crítica era el camino que conducía al “progreso general del ser humano” (p. 15).
Zeitlin destaca la influencia del físico inglés Isaac Newton (1643-1727) sobre los filósofos de la Ilustración:
“A diferencia de los pensadores del siglo XVII, para quienes la explicación debía partir de la deducción estricta y sistemática, los philosophes construyeron su ideal de explicación y comprensión según el modelo de las ciencias naturales contemporáneas. No se inspiraban en Descartes, sino principalmente en Newton, cuyo método no era la deducción pura, sino el análisis. Newton estaba interesado en los «hechos», en los datos de la experiencia; sus principios y el objetivo de sus investigaciones descansaban, sobre todo, en la experiencia y la observación; para resumir, tenía una base empírica. El fundamento de sus indagaciones era la suposición de que en el mundo material rigen el orden y la ley universales. (…) El orden es inmanente al universo, creía Newton, y no se lo descubre mediante principios abstractos, sino mediante la observación y la acumulación de datos. Esta es la metodología que caracteriza al siglo XVIII, y su enfoque peculiar la distingue de la que adoptaron los filósofos continentales del siglo XVII.” (p. 15). [1]
Para los filósofos de la Ilustración, Newton había demostrado la posibilidad real de realizar la síntesis entre lo “positivo” (lo científico) y lo racional. El éxito de las ciencias de la naturaleza (básicamente de la física) era el ejemplo práctico de esa síntesis.
“En el transcurso de un siglo y medio la ciencia había realizado un paso hacia delante de carácter verdaderamente cualitativo: la compleja multiciplicidad de los fenómenos naturales fue reducida a una única ley universal y comprendida como tal. Se trataba de una victoria impresionante del nuevo método. (…) El universo finito se había convertido en una máquina infinita, eternamente en movimiento, gracias a su energía y mecanismos propios. La causalidad externa explicaba su funcionamiento desprovisto en apariencia de propósito o significado. El espacio, el tiempo, la masa, el movimiento y la fuerza, eran los elementos esenciales de este universo mecánico, que podía captarse en su totalidad aplicando las leyes de la ciencia empírica y de la matemática. Esta concepción ejerció una influencia incalculable sobre los intelectuales del Iluminismo. Era para ellos un magnífico triunfo de la razón y la observación, del nuevo método que tomaba los hechos observados y ofrecía una interpretación para explicar lo observado, de modo que si esta era correcta podía guiar a los observadores en su búsqueda de nuevos hechos.” (p. 16-17).
Los iluministas dieron un paso: consideraron que era posible aplicar el método de la física a todos los fenómenos. La filosofía política de la segunda mitad del siglo XVIII comenzó a aplicarlo al estudio de la sociedad. Ese es el contexto en el que, por ejemplo, surgió la economía política moderna, cuya expresión clásica es La riqueza de las naciones (1776), de Adam Smith (1723-1790). Es imposible comprender el surgimiento de las ciencias sociales sin tomar en cuenta la adopción del método de las ciencias naturales por los filósofos de la Ilustración.
Frente a los filósofos del siglo XVII, con su racionalismo alejado de los hechos empíricos, los iluministas presentaron un nuevo método, que combinaba ciencia y razón, lo empírico y lo racional. El filósofo alemán Ernst Cassirer (1874-1945) señaló que la lógica de este método era nueva, pues no era “la lógica de la escolástica ni la del concepto puramente matemático; es, más bien, la «lógica» de los hechos”. (Cassirer, 1950: 9).
Los Iluministas tenían una concepción de la razón que difería sustancialmente de la de los filósofos del siglo XVIII. Para Descartes (1596-1650), Spinoza (1632-1677) y Leibniz (1646-1716), la razón era el dominio de las “verdades eternas”, tanto para los seres humanos como para dios. Los filósofos de la Ilustración pensaban de modo diferente:
“Tomaban la razón en un sentido diferente y más modesto. Ya no es la suma total de las «ideas innatas» anteriores a toda experiencia y reveladoras de la esencia absoluta de las cosas. Ahora se la considera más como una adquisición que como una herencia. No es el cofre de la mente en el que se halla atesorada la verdad, como una moneda; es más bien una fuerza intelectual original que guía el descubrimiento y la determinación de la verdad. (…) Todo el siglo XVIII entiende la razón en este sentido; no como un sólido conjunto de conocimientos, principios y verdades, sino como una especie de energía, una fuerza que solo es totalmente comprensible en su acción y en sus efectos.” (Cassirer, 1950: 13).
La razón y la observación pasaron a ser los instrumentos para alcanzar la verdad. En este sentido, los philosophes realizaron un esfuerzo enorme para construir una metodología unificada. Ella debía reunir los aportes de las dos corrientes filosóficas más influyentes de la primera Modernidad: el empirismo y el racionalismo. Zeitlin destaca en especial el influjo de la obra de John Locke (1632-1704) sobre los ilustrados:
“Locke sostenía, en oposición a algunos de sus contemporáneos, que las ideas no son innatas en la mente humana. Por el contrario, al nacer, la mente es una tabula rasa, eso es, se halla en blanco y vacía; solo a través de la experiencia penetran en ella las ideas. La función de la mente es reunir las impresiones y los materiales que suministran los sentidos. Según esta concepción, el papel de la mente es esencialmente pasivo, con poca o ninguna función creadora u organizadora, y es evidente que tal punto de vista había de prestar gran apoyo a los métodos empíricos y experimentales: solo podía aumentarse el conocimiento ampliando las experiencias de los sentidos.” (p. 18).
Los filósofos franceses adoptaron las ideas de Locke a sus propios fines. Las utilizaron para desarrollar el materialismo científico, “un arma ideológica efectiva contra el dogma de la Iglesia” (p. 19). Entre los representantes más destacados de ese materialismo se encontraron autores como Helvétius (1715-1771), Holbach (1723-1789) y La Mettrie (1709-1751). Por ejemplo, Holbach “rechazaba toda causa espiritual y reducía la conciencia y el pensamiento al movimiento de moléculas en el cuerpo material.” (p. 19).
Condillac, por su parte, desarrolló una versión más creativa del empirismo lockeano:
“Atribuye (…) un cierto papel creador y activo a la mente; el conocimiento se obtiene de alguna manera por medio de la mente y su capacidad de razonamiento. Mientras que la teoría de Locke atribuía un papel pasivo al observador – este era un mero receptor de impresiones sensoriales y su mente no desempeñaba un papel activo en la organización de las mismas -, Condillac sostiene que, una vez que se despierta en el ser humano la facultad de pensamiento y de razonamiento, deja de ser pasivo y de adaptarse simplemente al orden existente. Ahora el pensamiento puede avanzar e incluso levantarse contra la realidad social.” (p. 19; el resaltado es mío – AM-).
Zeitlin destaca la obra de Condillac porque éste planteó explícitamente la cuestión de la teoría social. La sociedad es un cuerpo artificial, compuesto de partes que ejercen una influencia recíproca. En esto sigue a los contractualistas, quienes había roto con la tradición clásica, para quienes el ser humano era un ser social. Los contractualistas, en cambio, sostenían que la sociedad era algo artificial, producto del pacto entre los individuos.
Zeitlin resume el aporte del Iluminismo: “El conocimiento de la realidad natural o social depende de la unidad de la razón y la observación en el método científico.” (p. 20). A esto hay que agregarle el carácter negativo (crítico) de la filosofía de la Ilustración: “mantenían siempre una actitud crítica frente al orden existente, el cual, según opinaban, ahogaba las potencialidades del ser humano y no permitía que lo posible emergiera del «es». Estudiaban científicamente el orden fáctico existente para aprender a trascenderlo.” (p. 20).
La filosofía concebida como arma contra un orden político y social considerado irracional; la filosofía como pensamiento subversivo, revolucionario: he aquí el aporte más notable de los filósofos iluministas.

Villa del Parque, viernes 21 de diciembre de 2018

Bibliografía:
Cassirer, E. (1950). Filosofía del Iluminismo. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.
Marx, K. (2012) [1° edición: 1844]. “Sobre la cuestión judía”. En: Bauer, B. (2012). Sobre la liberación humana. Buenos Aires: RyR. (pp. 173-213).
Zeitlin, I. (1997). Ideología y teoría sociológica. Buenos Aires: Amorrortu.
Notas:
[1] El filósofo francés Étienne Bonnot de Condillac (1714-1780) justificó la metodología de los Iluministas en su obra Traité des Systèmes (Tratado de los sistemas, 1749). Propuso un nuevo método que uniera lo científico con lo racional. “Es necesario estudiar los fenómenos mismos para conocer sus formas y conexiones inmanentes.” (Condillac, citado por Cassirer, 1950: 16).

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