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viernes, 30 de noviembre de 2018

NISBET Y LA TESIS DE LOS ORÍGENES CONSERVADORES DE LA SOCIOLOGÍA




En los años ‘60 del siglo pasado se publicaron una serie de importantes trabajos sobre la historia de la sociología en particular, y sobre la historia de la teoría social en general. Entre ellos se encuentra The sociological Tradition (1966), del sociólogo norteamericano Robert Nisbet (1913-1996).

El presente trabajo es la segunda de una serie de fichas de lectura dedicadas a comentar la obra de Nisbet. Dicha serie será continuada por otras series, una dedicada a Ideología y teoría sociológica, de Irving Zeitlin (n. 1928), y otra a La crisis de la sociología occidental, de Alvin Gouldner (1920-1980).


Para la redacción de la ficha utilicé la traducción española de Enrique Molina de Vedia: Nisbet, R. (2001). La formación del pensamiento sociológico. Buenos Aires: Amorrortu.

La edición española de la obra consta de dos volúmenes y se encuentra dividida en partes. La 1° Parte se titula “Ideas y contextos” (vol. 1, pp. 13-67); la 2° Parte, “Las ideas elementos de la sociología” (v. 1, pp. 69-230, y v. 2, pp. 7-179); la 3° Parte, “Epílogo” (v. 2, pp. 181-188).



La 1° Parte de la obra arranca con un primer capítulo titulado, “Las ideas-elementos de la sociología” (pp. 15-36)

El objeto del libro son cinco ideas-elementos de la “sociología europea del gran período formativo que va de 1830 a 1900, en el que Alexis de Tocqueville (1805-1859), Karl Marx (1818-1883), Emile Durkheim (1858-1917) y Max Weber (1864-1920) fundaron las bases del pensamiento sociológico contemporáneo. [1] Antes de examinar esas ideas-elementos, es preciso revisar las diversas formas de encarar la historia del pensamiento. En este campo, Nisbet distingue tres grandes métodos:

  1. La historia de los propios pensadores. Es útil al momento de “comprender las fuerzas motivadoras de la evolución intelectual”, pero posee varias desventajas. La principal es que, gracias a él, la historia del pensamiento se transforma muy fácilmente en una mera biografía del pensamiento. Las ideas aparecen como prolongaciones o sombras proyectadas por individuos únicos, más que como esas estructuras discernibles de significado, perspectiva y fidelidad a una causa que son a todas luces las grandes ideas en la historia de la civilización.” (p.15);

2.            La historia de las sistemas, escuelas e ismos. Parte de la constatación de que la historia del pensamiento es la historia de los sistemas. Sin embargo, presenta el defecto de que termina por considerar a los sistemas como “irreductibles”, perdiendo de vista que “constelaciones de supuestos e ideas discernibles y aun independientes, que pueden descomponerse y reagruparse en sistemas diferentes. Además, todo sistema tiende a perder vitalidad; lo que estimula a las personas de una generación o siglo, solo interesa a los anticuarios en la generación o siglo siguiente.” (p. 15-16);

3.            La historia de las ideas, “que son los elementos de los sistemas”. Nisbet explica este método por medio de una cita de Arthur Oncken Lovejoy (1873-1962). Este es el método que utiliza en la obra. Es más, la noción de ideas-elementos es tomada de The Great Chain of Being (1936), el libro más importante de Lovejoy. [2]

Establecido el método, cabe preguntarse ¿qué criterios adopta Nisbet para elegir sus ideas-elementos?

Sus criterios son: a) generalidad; b) continuidad; c) distintivas, es decir, “participar de aquellos rasgos que vuelven a una disciplina notoriamente distinta de otras” (p. 18); d) deben ser ideas. Nisbet define a “una idea es una perspectiva, un marco de referencia, una categoría (en el sentido kantiano), donde los hechos y las concepciones abstractas, la observación y la intuición profunda forman una unidad” (p. 18) Nisbet aclara que emplea el concepto de idea tanto en el sentido de “arquetipo” como de “plan de acción”..

Los criterios mencionados le sirven para establecer las siguientes ideas-elementos. Nisbet presenta cada una de ellas junto al correspondiente concepto antinómico:

  • Comunidad: “incluye a la comunidad local pero la desborda, abarcando la religión, el trabajo, la familia y la cultura, alude a los lazos sociales caracterizados por cohesión emocional, profundidad, continuidad y plenitud” (p. 18).
Su concepto antinómico es sociedad, “formulado con referencia a los vínculos a gran escala, impersonales y contractuales que se han multiplicado en la edad moderna, a menudo a expensas, según parece, de la comunidad.” (p. 19).

  • Autoridad: “es la estructura u orden interno de una asociación, ya sea política, religiosa o cultural, y recibe legitimidad por sus raíces en la función social, la tradición o la fidelidad a una causa.” (p. 18).
El concepto antinómico es el de poder, “identificado por lo común con la fuerza militar o policial, o con la burocracia administrativa que, a diferencia de la autoridad surgida directamente de una función y asociación sociales, plantea el problema de la legitimidad.” (p. 19).

  • Status: “es el puesto del individuo en la jerarquía de prestigio y líneas de influencia que caracterizan a toda comunidad o asociación” (p. 18).
El concepto antinómico no es la idea popular de igualdad, sino el de clase. Esta última idea es “más especializada y colectiva a la vez” (p. 19).

  • Lo sagrado (o sacro), “incluye las mores, lo no racional, las formas de conducta religiosas y rituales cuya valoración trasciende la utilidad que pudieran poseer” (p. 18-19).
            Su opuesto es “lo utilitario, lo profano (...), o lo secular” (p. 19).

  • Alienación: “es una perspectiva histórica dentro de la cual el hombre aparece enajenado, anómico y desarraigado cuando se cortan los lazos que lo unen a la comunidad y a los propósitos morales.” (p. 19).
El opuesto es el progreso (p. 19).

Los 5 pares de ideas-elementos

“constituyen la verdadera urdimbre de la tradición sociológica. Fuera de sus significación conceptual en sociología, cabe ver en ellos los epítomes del conflicto entre la tradición y el modernismo, entre el moribundo orden antiguo defenestrado por las revoluciones industrial y democrático, y el nuevo orden cuyos perfiles todavía indefinidos son tan a menudo causa de ansiedad como de júbilo y esperanza.” (p. 19-20).

A partir de aquí, Nisbet ensaya la periodización del uso de las ideas-elementos:

Durante la Edad de la Razón (s. XVII-XVIII), comprendida entre el Novum Organum (1620) de Francis Bacon (1561-1626), hasta el Ensayo histórico sobre el progreso de la razón humana (1795) de Condorcet (1743-1794), predominaron: individuo - progreso - contrato - naturaleza - razón. En este período “reinó la convicción universal en el individuo natural: en su razón, su carácter innato y su estabilidad autosuficiente.” (p. 20).

En el siglo XIX el racionalismo individualista se dió “en el racionalismo crítico, en el liberalismo filosófico, en la economía clásica y en la política utilitaria, prosiguió el ethos del individualismo, junto a la visión de un orden social fundado sobre intereses racionales.” (p. 21).

Nisbet considera que el siglo XIX está marcado por “la reacción contra el individualismo (...) una reacción que en nada se manifestó mejor que en las ideas que son el tema central de este libro” (p. 21), “la reacción del tradicionalismo contra la razón analítica, del comunalismo contra el individuo, y de lo no racional contra lo puramente racional.” (p. 21). La sociología es la “forma más sistemática” de esta reacción. (p. 22).

A continuación viene la respuesta a la cuestión de cómo analizar las cinco ideas-elementos. Esbozo el camino seguido por Nisbet en los párrafos que siguen a continuación.

Las Revoluciones Industrial y democrática conformaron las ideologías del liberalismo - radicalismo - conservadurismo. Este fue el contexto de aparición de las ideas-elementos. (p. 23).

El liberalismo pone el acento en la autonomía individual, que “es para el liberal lo que la tradición significa para el conservador y el uso del poder para el radical.” (p. 23).

El radicalismo:

“Si hay un elemento distintivo del radicalismo de los siglos XIX y XX, es, creo, el sentido de las posibilidades de redención que ofrece el poder político (...) Junto a la idea de poder, coexiste una fe sin límites en la razón para la creación de un nuevo orden social. (...) Lo que nos muestra el radicalismo del siglo XIX (...) es una doctrina revolucionaria milenarista nacida de la fe en el poder absoluto; no el poder por sí mismo, sino al servicio de la liberación racionalista y humanitaria del hombre de las tiranías y desigualdades que lo acosaron durante milenios, incluyendo las de la religión.” (p. 24-25).

En las filas del conservadurismo filosófico se destacan autores como Edmund Burke (1729-1797), Louis de Bonald (1754-1840), Karl Ludwig von Haller (1768-1854) y Samuel Taylor Coleridge (1772-1834). Esta corriente “basó su agresión contra las ideas iluministas del derecho natural, la ley natural y la razón independiente, sobre la proclamada prioridad de la sociedad y sus instituciones tradicionales con respecto al individuo.” (25).

Nisbet destaca la influencia de los conservadores sobre la sociología. En especial, destaca el influjo de los autores franceses como el mencionado Bonald, Joseph de Maistre (1753-1821), François René de Chateaubriand (1768-1848) y el joven Félicité Robert de Lamennais (1782-1854). Para calibrar la incidencia de estos autores, hace un pequeño inventario de opiniones de sociólogos franceses sobre sus precursores conservadores. [3] Entre ellos, destaca su impacto en la obra de Emile Durkheim (1858-1917):

“En las obras de Durkheim, de ideas religiosas y liberal en política, encontramos ciertas tesis del conservadurismo francés, convertidas en algunas de las teorías esenciales de su sociología sistemática: la conciencia colectiva, el carácter funcional de las instituciones e ideas, las asociaciones intermedias y también su ataque al individualismo.” (p. 27).

Además, Nisbet destaca el “redescubrimiento del medievalismo”, “forma el tejido conceptual de gran parte de su [del pensamiento sociológico] respuesta al modernismo” (p. 29). En otro pasaje dice:

“La Edad Media suministró al siglo XIX casi tanto clima espiritual y temas como el pensamiento clásico lo había hecho en el Renacimiento. (...) Cada vez más la sociedad medieval proporcionaba una base de comparación con el modernismo, para la crítica de este último.” (p. 29-30) [4]

La influencia del medievalismo también se hizo sentir en Durkheim. Sin embargo, se vio contrarrestada por el peso del “modernismo” en el sociólogo francés:

“Durkheim basó su celebrada propuesta de creación de asociaciones profesionales intermedias en los gremios medievales, poniendo buen cuidado, por supuesto, en aclarar las diferencias que, dado que a menudo se le había criticado que fundara su ciencia de la sociedad en valores de corporativismo, organicismo y realismo metafísico. (...) Tendríamos que buscar mucho para encontrar una mentalidad más moderna, por su filiación social y política, que la de Durkheim. Aun en el cuerpo de su teoría social prevalece el espíritu racionalista y positivista, tomado en gran parte de Descartes…” (p. 31).

En base al análisis anterior, Nisbet pasa a exponer la paradoja de la sociología, fuente del desarrollo de la nueva ciencia de la sociedad:

“La paradoja de la sociología - paradoja creativa, como trato de demostrar en estas páginas - reside en que su por sus objetivos y por los valores políticos y científicos que defendieron sus principales figuras, debe ubicársela dentro de la corriente principal del modernismo, por sus conceptos esenciales y sus perspectivas implícitas está, en general, mucho más cerca del conservadurismo filosófico. La comunidad, la autoridad, la tradición, lo sacro: estos temas fueron, en esa época, principalmente, preocupación de los conservadores (...) También lo fueron los presentimientos de alienación, del poder totalitario que habría de surgir de la democracia de masas, y de la decadencia cultural. En vano buscaríamos los efectos significativos de estas ideas y premoniciones sobre los intereses fundamentales de los economistas, politicólogos, psicólogos y etnólogos de ese período. Se los hallará, en cambio, en la médula de la sociología - transfigurados, por supuesto, por los objetivos racionalistas o científicos de los sociólogos.” (p. 33). [5]

Nisbet identifica dos fuentes de la imaginación sociológica:

A] “La base moral de la sociología moderna” (p. 33).

“Las grandes ideas de las ciencias sociales tienen invariablemente sus raíces en inspiraciones morales.” (p. 33). “Ellas [las idea-elementos] no surgieron del razonamiento simple y carente de compromisos morales de la ciencia pura.” (p. 33). “Cada una de las ideas mencionadas aparece por primera vez en forma de una afirmación moral, sin ambigüedades ni disfraces.” (p. 33). “Estas ideas nunca pierden por completo su textura moral.” (p. 34). “Los grandes sociólogos jamás dejaron de ser filósofos morales.” (p. 34).

B] “El marco intuitivo o artístico de pensamiento en que se han alcanzado las ideas centrales de la sociología” (p. 33).

Nisbet señala que ninguna de las ideas-elementos surgió como resultado de “razonamiento para la resolución de problemas”, sino que “cada una de ellas es, sin excepciones, resultado de procesos de pensamiento - imaginación, visión, intuición - que tienen tanta relación con el artista como con el investigación científico.” (p. 34).

“Este es el rasgo que diferencia a la sociología de algunas ciencias físico-naturales. Lo que el físico joven puede aprender, aun de un Newton, tiene un límite. Una vez entendidos los puntos fundamentales de los Principia, es poco probable que su relectura le ofrezca, como físico, mucho más (aunque podría extraer nuevas ideas de ellos como historiador de la ciencia). ¡Cuán diferente es la relación del sociólogo con un Simmel o un Durkheim! La lectura directa será siempre provechosa, siempre dará como resultado la adquisición de una información fecunda, capaz de ensanchar los horizontes del lector. Proceso semejante al del artista contemporáneo que se enfrasca en el estudio de la arquitectura medieval, el soneto isabelino o las pinturas de Matisse. Tal es la esencia de la historia del arte, y la razón de que la historia de la sociología resulte diferente de la historia de la ciencia.” (p. 36).

La siguiente ficha de esta serie estará dedica al segundo capítulo de la obra, “Las dos revoluciones” (p. 37-67).



Bibliografía:

Comte, A. (1912). Systeme de politique positive. Paris.
Lovejoy, A. O. (1942). The Great Chain of Being. Cambridge: Harvard University Press.
Therborn, G. (1980). Ciencia, clase y sociedad: Sobre la formación de la sociología y del materialismo histórico. Madrid: Siglo XXI de España.

Notas:

[1] Nisbet afirma “que vivimos en la última fase del período clásico de la sociología” (p. 17). No aclara, por cierto, cómo continúa la periodización luego del final, en 1900, de período formativo.
[2] “Cuando digo historia de las ideas ·-escribe Lovejoy-, quiero significar algo a la vez más específico y menos restringido que la historia de la filosofía. La diferencia principal
reside en el carácter de las unidades de que se ocupa aquélla. Aunque en gran parte su material es el mismo que el de las otras ramas de la historia del pensamiento, y depende mucho de los trabajos precedentes, lo divide de manera especial, reagrupa sus partes y establece nuevas relaciones, y lo reenuncia desde un punto de vista distinto. Si bien el paralelo tiene sus peligros, cabe decir que su procedimiento inicial es algo análogo al de la química analítica. Cuando estudia la historia de las doctrinas filosóficas, por ejemplo, irrumpe en los sistemas individuales más sólidamente estructurados y los reduce, guiada por sus propios objetivos, a sus elementos constitutivos, a lo que podríamos llamar sus ideas-elementos.” (Lovejoy, 1942: 3).
[3] A modo de ejemplo: “Este grupo inmortal conducido por Maistre, merecerá por mucho tiempo la gratitud de los positivistas.” (Comte, 1912, III: 605). Por su parte, Saint-Simon (1760-1825) reconoció que su interés por los períodos “crítico” y “orgánico” de la historia, y sus proposiciones para estabilizar el industrialismo le fueron inspirados por Bonald. Por último, Le Play (1806-1882) en su European Working Classes, asignó carácter científico a la obra de Bonald sobre la familia.
[4] Al respecto, Nisbet sostiene que “el medievalismo es el modelo real de su utopía [de Comte] en Sistema de política positiva” (30).
[5] El sociólogo Göran Therborn (n. 1941), en su excelente Ciencia, clase y sociedad, considera que Nisbet es el “principal portavoz” de la tesis sobre los orígenes conservadores de la sociología. “La sociología introdujo una preocupación sistemática por el orden social, en reacción contra el individualismo de la Ilustración y las declaraciones de los Derechos del Hombre. La sociología puede considerarse como parte de un conservadurismo contrarrevolucionario o, al menos, íntimamente conectada con él.” (Therborn, 1980: 115-116).


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