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martes, 4 de febrero de 2025

FICHA: ESPING-ANDERSEN (1999) TRANSFORMACIONES SOCIALES DE LAS SOCIEDADES POSINDUSTRIALES, CAP. 3

 

 

Gøsta Esping-Andersen

 

Gøsta Esping-Andersen (Næstved, Dinamarca; 1947) es un sociólogo y profesor universitario danés. Cursó estudios en la Universidad de Copenhague y en la Universidad de Wisconsin, Madison.  Trabajó como profesor en la Universidad de Harvard y en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Se especializó en el estudio del llamado Estado de Bienestar. En su libro The Three Worlds of Welfare Capitalism (Cambridge: Polity Press & Princeton: Princeton University Press, 1990) desarrolló su tipología de los tres modelos de EB: liberal, conservador y socialdemócrata.

La presente ficha de lectura está dedicada al capítulo 3 de su obra Transformaciones sociales de las sociedades postindustriales, en el que analiza los diferentes regímenes de bienestar, su gestión de los riesgos sociales y los modelos de solidaridad.

Abreviaturas:

EB=Estado(s) de Bienestar.

Referencia bibliográfica:

Esping-Andersen, G. [1° edición: 1999]. (2000). Transformaciones sociales de las sociedades posindustriales. Barcelona, España: Ariel. 272 p. Traducción de Francisco Ramos.


Cap. 3: Riesgos sociales y Estado del Bienestar (pp. 49-67)

El punto de partida del autor es la constatación de que los diferentes EB nacionales adhieren a nociones de igualdad distintas; a la vez, al interior de cada Estado coexisten diversos conceptos de igualdad. También varía qué es lo que se quiere igualar.

El igualitarismo es la consecuencia derivada del primer objetivo de la política social: “asegurar a la población contra los riesgos sociales” (p. 49). Aquí lo central es definir cómo, en qué medida y qué tipo de riesgos se comparten colectivamente.

Hay tres formas de gestionar los riesgos sociales: EB, familia, mercado.

El modo en que se comparten los riesgos define el tipo de EB.

El autor aclara que el EB “es una construcción histórica concreta” que se desarrolló entre las décadas de 1930 y 1960. Surgió para reescribir el contrato social entre el gobierno y la ciudadanía. Se creó para atender a “una distribución de población históricamente concreta, con una estructura de riesgos históricamente concreta” (p. 50) En otras palabras, el EB fue hijo de la Gran Depresión de la década de 1930, la crisis más grande del capitalismo registrada hasta la fecha y una de cuyas características principales fue la magnitud y la extensión en el tiempo de la desocupación de una parte significativa de la clase obrera. El EB se moldeó, por tanto, en una sociedad en la que el cliente prototípico era el trabajador industrial masculino.

El estado en la red del bienestar (pp. 51-54)

Esping-Andersen plantea en este punto algunas distinciones conceptuales. En primer lugar, la política social no es igual a EB. Puede haber política social sin EB, pero no a la inversa. La política social es “algún tipo de acción colectiva a la hora de abordar los riesgos sociales” (p. 51) En cambio, el EB es algo más que una política social: “se trata de una construcción histórica única, de una redefinición explícita de todo lo relativo al estado” (p. 52) De este modo, tanto el New Deal del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt (1882-1945) como la “Patria de los Pueblos” de la socialdemocracia sueca, fueron intentos paralelos de reescribir la relación entre el ciudadano y el Estado.

En segundo lugar, la expresión régimen de bienestar designa “la forma conjunta e interdependiente en que se produce y distribuye el bienestar por parte del Estado, el mercado y la familia” (p. 52).

Respecto a la familia, suele afirmarse que su papel económico desapareció con el EB; quedando limitada al papel de contención emocional. Sin embargo, el feminismo resaltó el papel de la mujer en el trabajo doméstico; es más, el sesgo del EB de la segunda posguerra en favor del varón como fuente de ingresos se pudo mantener gracias al servicio social que prestaban las familias. En consecuencia, en el análisis no se puede dejar de lado a la familia, pues sus decisiones influyen en el EB y en el mercado.

En tercer lugar, los regímenes de bienestar se deben identificar en términos de la tríada interrelacionada de Estado, mercado y familia. Cada uno de los integrantes de la tríada representa un principio de gestión de riesgo. En la familia, el principio de asignación predominante es el de la reciprocidad; en el mercado, la distribución a través del nexo monetario; en el Estado, la forma de redistribución autorizada.

En el nivel macro, la producción de bienestar de cualquiera de los tres componentes se halla relacionada con lo que ocurre en los otros dos. En el nivel micro, el bienestar de cada individuo depende de como agrupe los inputs procedentes de los tres.

Por último, pero no menos importante, la familia “es el destino último del consumo y el reparto de bienestar”. Es la unidad de “riesgo”” (p. 54).

Fundamentos de los regímenes de bienestar: gestión de los riesgos (pp. 55-59)

Como se indicó más arriba, la política social significa gestión pública de los riesgos sociales.

La gestión de los riesgos se ha vuelto cada vez más colectiva. Un riesgo individual se convierte en social por tres motivos: a) cuando el destino de un individuo (o el de muchos individuos) tiene consecuencias colectivas (por ejemplo: la desocupación puede hacer que las personas se opongan al cambio tecnológico, con consecuencias negativas para la acumulación de capital); b) la sociedad reconoce que determinados riesgos individuales son merecedores de la atención pública; c) la complejidad creciente de la vida social hace que las fuentes de ciertos riesgos escapen al control de los individuos. [1]

El mercado de trabajo sin restricciones puede poner en peligro la supervivencia social. Esto se debe a que un mercado libre “puro” funciona si todos los participantes se ajustan perfectamente a las variaciones de la oferta y la demanda; esto no ocurre si dichos participantes poseen fuentes de ingresos alternativas, en ese caso el ajuste no se da de manera automática. Pero si los individuos carecen de esas fuentes, su capacidad de ser agentes del mercado se ve limitada. Ejemplo: uno de los supuestos del mercado libre es que el individuo puede retener el producto [no venderlo] hasta que obtenga el precio adecuado, pero eso es imposible cuando está en juego la supervivencia del vendedor [el trabajador necesita vender su fuerza de trabajo para obtener un salario y comprar comida]. En consecuencia, “el mercado de trabajo sólo puede ser un mercado de trabajo cuando (…) ha sido distorsionado, reducido y domesticado; cuando los participantes tienen acceso a fuentes de bienestar distintas a sus ingresos.” (p. 56) El sindicalismo y la negociación colectiva cumplen el papel de domesticar al mercado y liberar al trabajador.

Hay tres razones teóricas por las que los mercados resultan insuficientes: competencia imperfecta, fallo del mercado, fallo de la información.

Distribución de los riesgos y modelos de solidaridad (pp. 59-67)

Los regímenes de bienestar se construyen sobre los riesgos sociales. Hay riesgos aleatorios, pero la mayoría se dan con regularidad sociológica. A estos últimos se los clasifica en función de tres ejes distintos: riesgos de clase, riesgos de la trayectoria vital, riesgos intergeneracionales.

Los riesgos de clase y los intergeneracionales requieren una solución vinculada con el EB. Si el Estado absorbe los riesgos, la satisfacción de la necesidad resulta desfamiliarizada (sustraída a la familia) y desmercantilizada (sustraída al mercado).

El riesgo de clase implica la probabilidad de un riesgo social se distribuye de manera desigual entre las distintas clases y/o grupos sociales. Hay tres modelos de solidaridad del EB: 1) planteamiento residual, que limita su ayuda a unos estratos de riesgo específico (ejemplo: madres solteras, discapacitados, etc.) y divide a la sociedad entre un “ellos” quienes son autosuficientes, y un “nosotros” (la minoría que depende de dicha ayuda); 2) planteamiento corporativista, los riesgos se comparten en función de la pertenencia a un estatus; 3) planteamiento universalista, basado en la idea de compartir todos los riesgos individuales, aceptables o inaceptables, bajo una sola cobertura (implica la solidaridad de todo el pueblo).

El riesgo de trayectoria vital remite a que los riesgos se distribuyen de manera desigual a lo largo de la trayectoria vital. La familia ha sido el lugar donde se han compartido los riesgos derivados de la trayectoria vital. En el contexto del EB clásico, estos riesgos se distribuían en dos etapas: la infancia y la vejez. En el contexto de la sociedad posindustrial, con inestabilidad familiar, desempleo generalizado, mayor inseguridad profesional, los riesgos se concentran en la juventud y los inicios de la vida adulta.

El riesgo intergeneracional implica que los riesgos derivados de desigualdades sociales son heredados por ciertos grupos. Así, por ejemplo, la pobreza se transmite de generación en generación; la discriminación resultante de la pertenencia a una etnia determinada, etc. Las desigualdades heredadas se convierten en desigualdades de “capital social”. Estas desigualdades se producen en la familia y son reproducidas por el mercado; de allí la necesidad de la intervención del EB.

Mientras que los riesgos de clase y de trayectoria vital constituyen una cuestión de protección social y de seguridad de los ingresos[2], el riesgo intergeneracional demanda un compromiso con el igualitarismo, esto es, la implementación depolíticas de igualdad de oportunidades.

La igualdad de oportunidades tiene dos interpretaciones, a saber: a) la interpretación minimalista, que se aproxima a la noción de “equidad” (o de justicia) y que se apoya en la idea de que la sociedad discrimina sistemáticamente a ciertos grupos; b) la interpretación maximalista, que parte de la concepción de que no hay que hacer frente a tal o cual discriminación, sino que es necesario atacar las fuentes de la reproducción sistemática de las desigualdades. Esta última interpretación fue la adoptada en los países nórdicos y abogaba por poner a disposición de la gente todos los recursos sociales necesarios para funcionar de manera óptima.

El concepto de desmercantilización alude al grado en que los EB debilitan el nexo monetario al garantizar unos derechos independientes de la participación en el mercado. Parte del supuesto de que los individuos ya están mercantilizados. Sus críticos niegan que eso sea completamente así, puesto que buena parte de las mujeres se encuentran confinadas en el hogar y que, por ende, se hallan desmercantilizadas. Para los reformistas católicos o confucianos, la desmercantilización resulta deseable si fomenta la piedad familiar y la interdependencia. La noción de desmercantilización tiene relevancia para los individuos que se hallan incorporados de manera plena e irreversible a una relación asalariada.

El término familiarismo alude a un EB que asigna un máximo de obligaciones de bienestar a la unidad familiar. En cambio, la desfamiliarización designa a las políticas que reducen la dependencia del individuo respecto a la familia, que maximizan la disponibilidad de recursos económicos por parte del individuo, independientemente de las reciprocidades familiares o conyugales. En relación con esta última cuestión, cabe decir que los EB nórdicos son los únicos que están diseñados para maximizar la independencia económica de la mujer.

 

Balvanera, martes 4 de febrero de 2025


NOTAS:

[1] Cuanto más generalizados son los riesgos, más probable es que la familia y el mercado “fallen”.

[2] El principal tipo de igualdad implicado en ellos es el de la universalización de derechos.