Ciudad de Shanghái, República Popular China |
“Intentamos
determinar lo que es y lo que ha sido,
no lo que debe ser.”
Émile Durkheim
Émile Durkheim
(1858-1917) dedicó su tesis doctoral al estudio de una cuestión que era motivo
de preocupación para sociólogos y economistas: la naturaleza del lazo social,
esto es, los vínculos que mantiene unidos a los seres humanos en el marco de
una sociedad.
En la segunda mitad
del siglo XIX los cambios provocados por el desarrollo del capitalismo tenían
carácter cataclísmico para quienes los experimentaban en carne propia.
Todo parecía contribuir a la desintegración de la sociedad; en especial, el creciente
egoísmo de los individuos, algo normal para nosotros, ciudadanos del siglo XXI,
pero que resultaba chocante para quienes habían vivido en el marco de
comunidades más o menos unidas y que ahora se enfrentaban a la transformación
acelerada, con normas y costumbres bien diferentes de las que tenían antes de
la transición.
Sin embargo, a pesar
de todo, la sociedad no desaparecía.
¿Cómo era posible la
persistencia de los vínculos sociales si los individuos se volvían más y más
egoístas, si el individualismo estaba a flor de piel en las calles y en
las casas?
Muchos intelectuales,
filósofos y científicos sociales buscaron la respuesta a la pregunta. Algunos
de ellos comenzaron a desesperar e invocaron nuevamente a una religión
que perdía fuerza a la par que crecía el poder del dinero. Este fue el caso de
Auguste Comte (1798-1857), quien a pesar de toda su prédica en favor de la
ciencia terminó sus días proclamando la necesidad de una religión positivista,
como recurso para evitar los conflictos al interior de la sociedad.
Otros siguieron un
camino diferente y prestaron atención al modo en que las relaciones de
producción iban configurando nuevos lazos sociales. Adam Smith (1723-1790),
por ejemplo, destacó el rol de la división del trabajo en la
conformación de una nueva economía, que no solo producía cantidades crecientes
de riqueza sino que también estaba cambiando los vínculos entre las personas.
En este sentido, su famosa metáfora de la “mano invisible” del mercado decía
mucho más de lo que sus partidarios y sus críticos estaban dispuestos a
admitir. Smith comprendió que las acciones de las personas, más allá de sus
intenciones egoístas, provocaban efectos no buscados por ellas, efectos que
mostraban la existencia de vínculos de nuevo tipo. El economista escocés se
limitó a registrar que esos efectos no buscados consistían, sobre todo, en un
aumento de la riqueza general de toda la sociedad y que eran consecuencia del
incremento de la división del trabajo. Pero esta última quedó confinada al
terreno de la economía política.
Karl Marx (1818-1883)
dedicó especial atención al problema de las relaciones sociales en el
capitalismo; el cuarto apartado del capítulo primero de El capital
(1867), el famoso “fetichismo de la mercancía” , es una muestra de ese
interés. Pero Marx era socialista y su obra era ignorada más o menos
amablemente, cuando no rabiosamente, por quienes se dedicaban al nuevo campo de
las ciencias sociales.
Así eran las cosas
cuando un joven científico social francés, Émile Durkheim, vino a poner en el
centro del debate la cuestión del lazo social. Lo hizo a través de una obra
notable, su tesis doctoral titulada precisamente La división del trabajo
social (1893). Allí abordó el problema del papel de la división del trabajo
en la conformación de un nuevo tipo de lazos sociales. La ciencia de la
sociedad (o sociología en su acepción más limitada) ganó una batalla
crucial, pues arrebató a la economía la exclusividad en el tratamiento de la
cuestión y, de ese modo, avanzó en el abordaje de la sociedad como totalidad.
Aquí nos limitaremos
al análisis de la manera en que Durkheim desarrolla el tema de la división del
trabajo en el Libro 1 de la obra mencionada. [1]
En el capítulo I del
Libro 1 [2], Durkheim se concentra en dos cuestiones: a) determinar en qué
consiste la función social de la división del trabajo; b) formular
indicadores para estudiar dicha función.
El concepto de
función
Antes de poner manos
a la obra, se dedica a definir el concepto de función. El asunto tiene
su importancia. Durante mucho tiempo se había pensado que las cosas, tanto las
humanas como las naturales, tenian un rol preestablecido. Todo lo que sucedía
en el universo era parte de un plan, generalmente divino (aunque había
versiones laicas), según el cual cada ser y cada cosa formaba parte de un
ordenamiento establecido desde el origen de los tiempos por los dioses. Los
corolarios de esta concepción eran: a) todo tenía una función en el marco de
ese plan; b) las funciones estaban ordenadas en una jerarquía; c) nada ni nadie
podía escapar a la función que le correspondía.
La concepción
anterior tenía un antagonista que, no obstante, constituía su reflejo
invertido: algunos sostenían que el mundo social era producto de la voluntad de
las personas, quienes creaban la sociedad y el Estado por medio de un pacto o
contrato.
De todos modos, ya
fuese Dios o la voluntad de cada individuo la fuente del ordenamiento social,
lo concreto era que cada institución, cada persona, desempeñaba una función
preestablecida de antemano.
Durkheim propone un
esquema diferente. Para él una función designa “un vínculo de correspondencia
que existe entre [ciertos movimientos vitales] y algunas necesidades del
organismo” (p. 131) Por eso, “preguntarse cuál es la función de la división del
trabajo es entonces preguntarse a qué necesidad corresponde” (p. 131)
Ahora bien, esta
función no responde a una plan establecido de antemano. Durkheim desarrolla una
perspectiva diferente, que rechaza el finalismo o la teleología como
explicaciones de la división del trabajo:
“No podemos usar las palabras fin u objeto y hablar del
propósito de la división del trabajo, porque eso sería suponer que la división
del trabajo existe en vista a los resultados que vamos a determinar. Los
términos resultados o efectos tampoco pueden satisfacernos,
porque no despiertan ninguna idea de correspondencia. Por el contrario, las palabras
rol o función tienen la gran ventaja de implicar esta idea, pero
sin prejuzgar nada sobre la cuestión de cómo se ha establecido esta
correspondencia, si resulta de una adaptación intencional y preconcebida o de
un ajuste tardío.” (pp. 131-132)
La división del
trabajo como fuente de obligaciones morales
Desde la publicación
de La riqueza de las naciones (1776), de Adam Smith, era sabido que la
división del trabajo respondía a la necesidad económica de aumentar la productividad
de la producción. Pero los economistas no decían nada acerca de las obligaciones
morales que, eventualmente, podrían derivarse de la acción de la división
del trabajo.
Durkheim amplía el
alcance de la división del trabajo, yendo más allá de la concepción unilateral
de la economía política. Para llevar a cabo esa tarea se ve obligado, también,
a dejar de lado una concepción limitada de la moral, según la cual ésta
estaba constituida por los actos nobles realizados por las personas.. En otras
palabras, para los partidarios de esa concepción, un acto moral era un acto
digno de elogio.
La moral iba más allá
de las acciones individuales. Era un sistema de obligaciones que ejercía
coerción sobre las personas.
“El dominio de la ética [3] (...) comprende todas las reglas de acción
que se imponen imperativamente a la conducta y a las cuales está ligada una
sanción” (p. 135).
En este
sentido,
“La moral nos somete a seguir un camino determinado hacia un fin
definido, quien dice obligación dice al mismo tiempo coerción.” (p. 133)
La moral rige las
relaciones sociales (es decir, las relaciones que se entablan entre los
individuos). Esto es indispensable para coordinar el funcionamiento de esa
totalidad compleja que es la sociedad:
“La moral es el mínimum indispensable, lo estrictamente
necesario, el pan cotidiano sin el cual las sociedades no pueden existir.” (p.
133)
Ahora bien, de un
lado tenemos a la división del trabajo y del otro a la moral. Pero todavía no
se ve la ligazón entre ambos fenómenos. Esta cuestión es resuelta en el segundo
apartado del capítulo que estamos analizando.
El motivo principal
que obstaculiza la percepción de la división del trabajo como creadora de
obligaciones morales es la especialización generada por aquella. La
especialización profundiza la diferenciación entre las personas, y se
consideraba que ella acarreaba incomprensión y alejamiento. En otras palabras,
la división del trabajo era fuente de disgregación social.
Durkheim contrarresta
el argumento anterior apelando a dos ejemplos sencillos: la amistad y la
sociedad conyugal. Se pregunta qué mantiene unidos a los amigos y a los
esposos, y llega a la conclusión de que la unión surge no sólo de lo semejante,
sino también de lo que es diferente. Dicho de otro modo, la diferencia también
genera atracción. Pero ojo, no se trata de cualquier diferencia:
“No hay más que un cierto género de diferencias (...) que se atraen
mutuamente: son aquellas que, en lugar de oponerse y excluirse, se completan
mutuamente.” (p. 136)
El análisis de la
amistad y de la sociedad conyugal lleva a Durkheim a la siguiente conclusión:
“El efecto más notable de la división del trabajo no es que ella aumenta
el rendimiento de las funciones divididas, sino que las vuelve solidarias.” (p.
141)
De este modo, la
división del trabajo es fuente de lazos sociales. No obstante, era necesario
determinar si este análisis podía extenderse a grupos más grandes que el grupo
de amigos o la sociedad conyugal. En otros términos, ¿las conclusiones del
análisis eran válidas para la sociedad en su conjunto?
La respuesta de
Durkheim es afirmativa y, en rigor, la obra está dedicada a proporcionar
argumentos en favor de ella. Por el momento, adelanta lo siguiente:
“Se ligan entre sí individuos que, de otro modo, serían independientes;
en lugar de desarrollarse separadamente, coordinan sus esfuerzos; son
solidarios y con una solidaridad que no actúan sólo en los cortos instantes en
los que se intercambian sus servicios, sino que se extiende mucho más allá.”
(p. 141)
La división del
trabajo es un sistema de relaciones sociales cuya función primordial es
mantener la unidad de la sociedad. Ella es la fuente del lazo social.
“Estas grandes sociedades políticas tampoco pueden mantenerse en
equilibrio sino gracias a la especialización de tareas; que la división de tareas
es la fuente, si no la única, al menos principal, de la solidaridad social.”
(pp. 142-143)
El tratamiento
durkheimiano de la división del trabajo se concentra, pues, en su función como
creadora de lazos sociales. La tesis de Durkheim consiste en plantear que la
división del trabajo es la fuente de solidaridad social en el capitalismo.
“[La división del trabajo social] jugaría un rol mucho más importante
que el que generalmente se le atribuye [4] (...) Sería por ella - o, al menos,
sobre todo por ella - que se vería asegurada su cohesión [de la sociedad]; ella
determinaría los rasgos esenciales de su constitución.” (p. 143)
En consecuencia, si
la función de la división del trabajo es asegurar la cohesión de la sociedad,
“Esta [división del trabajo social] debe tener un carácter moral, pues
las necesidades de orden, de armonía y de solidaridad social pasan generalmente
por ser morales.” (p. 143)
Como quiera que sea,
enunciar una tesis no implica probar su verdad. Es por ello que Durkheim dedica
el último apartado del capítulo 1 a presentar los indicadores que utilizará
para demostrar la función social de la división del trabajo.
¿Cómo probar la
función social de la división del trabajo? Derecho y conclusión (provisoria).
A diferencia de la
producción anual de trigo, o del consumo diario de electricidad, la función
social de la división del trabajo no puede medirse de manera sencilla. Sin una
medida, aunque sea aproximada, de la intensidad de la acción cohesionante de la
división del trabajo, el análisis durkheimiano carece de sustancia científica.
Es por ello que, como ocurre en el conjunto de su obra, Durkheim se esfuerza
por hallar indicadores de los hechos sociales que estudia.
En el caso de la
división del trabajo, el indicador elegido es el derecho [5]:
“Puesto que el derecho reproduce las formas principales de la
solidaridad social, no tenemos más que clasificar las diferentes especies del
mismo para buscar inmediatamente cuáles son los distintos tipos de solidaridad
social que les corresponden. Es probable que exista una que simbolice esta
solidaridad específica cuya causa es la división del trabajo.” (p. 147)
Aquí no podemos
desarrollar en extenso este tema. Basta con señalar que Durkheim considera que
“todo precepto de derecho puede ser definido como una regla de conducta
sancionada” (p. 148). De modo que las normas jurídicas pueden clasificarse
según el tipo de sanción al que están ligadas. En este sentido, existen dos
clase de reglas jurídicas: a) las que contienen sanciones represivas,
que “consisten esencialmente en un daño o, al menos, un menoscabo, infligido al
agente, al que se proponen herir en su fortuna, en su honor, en su vida o en su
libertad, o privarlo de alguna cosa de la que disfruta.” (p. 148); b) las que
disponen sanciones restitutivas, que consisten “en volver a poner las
cosas en su lugar, en restablecer bajo su forma normal los vínculos
perturbados, ya sea volviendo por la fuerza el acto incriminado al tipo del que
se ha desviado o anulándolo, es decir, privándolo de todo valor social.” (p.
148)
Durkheim identifica,
a partir de lo anterior, dos especies jurídicas: la primera, que contiene
sanciones represivas, está conformada por el derecho penal; la segunda, que
contiene sanciones restitutivas, abarca el derecho civil, el derecho comercial,
el derecho procesal, el derecho administrativo y el derecho constitucional.
La mesa está servida.
De ahora en adelante Durkheim se dedicará a averiguar a qué clase de
solidaridad social corresponde cada una de las especies del derecho.
Pero eso será materia
de otras fichas.
Villa del Parque,
martes 26 de abril de 2022
NOTAS:
[1] Utilicé la
traducción española de Rocío Annunziata: Durkheim, E. [1° edición: 1893].
(2008). La división del trabajo social. Buenos Aires, Argentina: Gorla.
452 pp.
[2] El Libro 1 tiene
por título: “La función de la división del trabajo”. El capítulo I, por su
parte, se titula: “Método para determinar esta función” (pp. 131-148).
[3] Durkheim usa
moral y ética como sinónimos. No obstante, corresponde señalar que la moral
puede ser definida como el conjunto de reglas de acción existentes en una
sociedad y en una época determinada. En cambio, la ética está constituida por
los supuestos que sirven de fundamento a ese conjunto de reglas de acción.
[4] Durkheim reconoce
que Comte, en su Curso de filosofía positiva, fue “el primer sociólogo -
hasta donde conocemos- que ha señalado en la división del trabajo algo
más que un fenómeno puramente económico.” (p. 143).
[5] Durkheim vuelve a abordar el papel del crimen y
del derecho en la investigación sociológica en Las reglas del método
sociológico (1895), capítulo III, apartado III.