Tras varios años de
permanecer oculta debajo de la alfombra, la cuestión de la deuda externa volvió
al centro de la escena política nacional. El reciente fallo del juez Griesa,
favorable a los fondos buitre, mostró en toda su dimensión el fracaso de la
política kirchnerista en esta área.
En criollo: el kirchnerismo
pagó deuda externa como ningún otro gobierno argentino. Realizó dos
reestructuraciones de la deuda, con supuestas “quitas” sobre el capital
adeudado (amortiguadas por los beneficios que otorgó a los ahorristas el cupón
atado al crecimiento del PBI). Concedió a Repsol una jugosa indemnización por
la expropiación de YPF. Acordó pagar al Club de París la totalidad de la deuda,
en un monto mayor al reconocido por el Ministerio de Economía de nuestro país y
en un plazo menor al que dicho Club concede a los deudores. No en balde la
presidenta Cristina Fernández definió a su gobierno como “pagadores seriales”.
Ahora bien, todo este esfuerzo resultó inútil, por lo menos desde el punto de
vista de los trabajadores argentinos. En el período que va desde el 2004 hasta
el 2014 el monto de la deuda externa argentina siguió incrementándose. Así, a
finales de 2013 alcanzó la cifra de 202 mil millones de dólares. Pongamos esta
cifra en perspectiva: en 1976, la deuda externa era de 8500 millones de
dólares; al terminar la dictadura, en 1983, ascendía a 44 mil millones; en
1989, era de 65 mil millones; en el gobierno de Duhalde (2003-2004), llego a
los 176 mil millones.
Entre el gobierno de Duhalde
y finales de 2013, la deuda externa argentina se incrementó en 26 mil millones
de dólares. En el mismo período y según cifras proporcionadas por Cristina
Fernández, Argentina pagó 173 mil millones de dólares a los acreedores
externos.
O sea, en 10 años pagamos un
monto casi equivalente a la totalidad de la deuda externa durante el gobierno
de Duhalde. Pero hoy debemos 26 mil millones de dólares más. Sin comentarios…
Hoy, después de 10 años de pago
desenfrenado a los acreedores externos, algunos
datos muestran la otra cara de la deuda: el 35 % de los trabajadores se
encuentran precarizados; un 25 % de la población está en la pobreza; la mayor
parte de los jubilados cobran haberes miserables. Y siguen las firmas. Todo eso
en el marco de altas tasas de crecimiento económico durante la mayor parte de
esa década.
A pesar de lo anterior,
numerosos intelectuales afirman que la Argentina vivió una etapa de “revolución
cultural” y/o de transformaciones que favorecieron a los sectores populares. En
este sentido, el proceso kirchnerista es puesto en pie de igualdad con otros
procesos latinoamericanos, en el marco de una especie de epopeya
antiimperialista y antimonopolista.
Emir Sader, sociólogo
brasileño, expresa cabalmente la posición expuesta en el párrafo anterior.
Basta leer su artículo “"Contraofensiva de la derecha internacional"”, publicado
en la edición del lunes 24 de junio del periódico Página/12.
Sader sostiene que el fallo
del juez Griesa se inscribe en el contexto de una contraofensiva general de la
“derecha internacional” contra los gobiernos “progresistas” latinoamericanos
que desafiaron el Consenso de Washington. Las cifras sobre la situación social
en Argentina permiten poder en duda la caracterización de “progresista” para el
kirchnerismo. Las ganancias obtenidas por las corporaciones transnacionales en
América Latina también permiten poner en duda el carácter “progresista” del
conjunto de esos gobiernos. Salvo que, por supuesto, se entienda por
“progresista” una política tendiente a asegurar las ganancias del capital.
Sader define así la política
de los países “progresistas” de América Latina:
“…los países
latinoamericanos que siguieron creciendo y distribuyendo renta, disminuyendo la
desigualdad que aumenta exponencialmente en el centro del sistema, son un
factor de perturbación, son la prueba concreta de que otra forma de enfrentar
la crisis es posible. Que se puede distribuir renta, recuperar el rol activo
del Estado, apoyarse en los países del Sur del mundo y resistir a la crisis.”
Como ya señalé, los datos de
la situación argentina permiten afirmar que Sader está equivocado, por lo menos
en lo que hace a nuestro país. Sigamos adelante. Sader sostiene que la
contraofensiva de la derecha va dirigida contra la estrategia adoptada por
Argentina en el tema de la deuda. Según él, dicha estrategia fue exitosa y
constituye un ejemplo para otros países:
“La
formidable arquitectura de renegociación de la deuda argentina nunca fue
asimilada por ellos. Quieren que sea un mal ejemplo para Grecia, Portugal,
España, Egipto, Ucrania y tantos otros países aprisionados en las trampas del
FMI. Tienen que demostrar que los dictados de la dictadura del capital
especulativo son ineludibles.”
Resulta difícil de entender
cómo una estrategia que se tradujo en un aumento del monto de la deuda, luego
de una década de pago desenfrenado, pueda concebirse como un éxito y un
ejemplo.
Sader identifica al “capital
especulativo” como el enemigo de Argentina y de los países “progresistas”
latinoamericanos en general. En sus palabras:
“La nueva
ofensiva en contra de Argentina tiene que ser contestada por todos los
gobiernos latinoamericanos que son, en distintos niveles, igualmente víctimas
del capital especulativo, que se resiste a reciclar las inversiones productivas
que necesitamos. Es hora de que los gobiernos de los otros países de la región
no sólo acompañen a las misiones argentinas, sino que también asuman la
disposición de imponer impuestos a la libre circulación del capital financiero.
Una medida indispensable, urgente, que sólo puede ser asumida por un conjunto
de países en forma de unidad.”
Siempre limitándome al
análisis del caso argentino, cabe decir dos cosas para poner en entredicho el
argumento de Sader: a) el año pasado, el sector que obtuvo mayores ganancias en
el 2013 fue el de los bancos; b) entre 2007-2012 se produjo una fuga de
capitales estimada en 80 mil millones hasta el cepo cambiario. En otras
palabras, durante la década kirchnerista el llamado capital financiero (o
especulativo, si se prefiere) recibió un trato preferencial, permitiendo que
acumulara importantes ganancias y tuviera los dólares necesarios para fugar al
exterior.
Pero la cuestión del capital
especulativo es mucho más compleja del planteo que hace Sader. En una economía
capitalista el trabajo es el creador de valor. Esto ya es sabido desde los
tiempos de Adam Smith. Por tanto, el capital aplicado a la producción es quien
genera el plusvalor que se reparte el conjunto de los capitalistas. En otras
palabras, sólo la producción genera el valor que puede repartirse entre las
distintas fracciones del capital. El dinero no crea dinero. En otros términos,
el capital financiero no crea valor; por tanto, depende para su existencia del
capital productivo. Además, y esto ya era sabido en los tiempos de Lenin,
capital industrial, capital comercial y capital bancario se hayan estrechamente
entrelazados. Por último, capitalismo y afán de ganancias van de la mano.
Acusar de “especulativo” a un capital por buscar mayores ganancias carece de
sentido en una economía capitalista.
¿Por qué Sader insiste
entonces con la cantinela del “capital especulativo?
En 2002, bajo la presidencia
de Eduardo Duhalde, se inició una recomposición del capitalismo argentino luego
de la liquidación de la Convertibilidad en diciembre de 2001. Esa
recomposición, basada en la devaluación, los bajos salarios, la utilización de
la capacidad ociosa luego de largos años de recesión y la exportación de
productos primarios, fue continuada por los gobiernos de Néstor Kirchner y
Cristina Fernández. Esta última reconoció en un discurso que los empresarios
“la levantaron con pala”, aludiendo a las enormes ganancias de los capitalistas
durante el período iniciado en 2003. No hay dudas, pues, sobre el carácter
capitalista del kirchnerismo.
Aquí corresponde hablar de
Sader y su caracterización de la situación argentina. No hace falta mucho
esfuerzo para comprobar que esta caracterización es totalmente equivocada. Pero
Sader representa un tipo de intelectual aferrado a los gobiernos de América
Latina. Se trata de ex izquierdistas, muchos de ellos ex marxistas, que aceptan
al capitalismo como un fenómeno natural. Para ellos la revolución socialista es
una utopía inalcanzable, la clase obrera dejó de existir subsumida en un mar de
identidades y la explotación es un concepto perimido que no da cuenta de las
nuevas realidades del capitalismo. Cuando se los apura, muestran serias
dificultades para demostrar la verdad de los asertos mencionados. Pero eso
carece de importancia, pues aceptar el capitalismo les permite medrar al calor
de la expansión del Estado (léase, para ellos, aumento de las posibilidades de
obtener un empleo rentable en el Estado). A cambio de su aceptación del capitalismo,
ellos obtienen cargos públicos, proporcionando un matiz “progresista” y/o
“rebelde” a los Estados que llevan adelante la recomposición capitalista.
El mercado de intelectuales
es muy competitivo en sociedades donde hay un importante desarrollo del sistema
universitario. Entonces, los intelectuales “progresistas” enfrentan el problema
de cómo distinguirse del resto (por ejemplo, de los intelectuales liberales) y
poder venderse así en condiciones más ventajosas. La respuesta está contenida
en el artículo de Sader que estoy comentando. Frente a los liberales, que
defienden al capitalismo en bloque, los intelectuales “progresistas” se
presentan como rebeldes al combatir de palabra al capitalismo “especulativo”.
Para ellos, el capitalismo es bueno, lo malo son sus contradicciones (Marx dijo
esto hace muchísimo tiempo, refiriéndose a Proudhon); esas contradicciones
encarnan en el capital “especulativo”, que impide el crecimiento de los
pueblos. De este modo, y en el marco de una recomposición del capitalismo
latinoamericano, que pretende alejarse discursivamente del neoliberalismo, el
intelectual “progresista” suma puntos y entra a medrar en el aparato estatal.
No cabe la menor duda de la
sinceridad de Sader. Sólo que se trata de una sinceridad respecto a los
intereses del grupo de intelectuales con que se identifica. Por eso hay tan
poco de realidad argentina en su artículo, si se me permite la expresión.
Villa del Parque,
jueves 26 de junio de 2014
NOTA:
Como en todos mis escritos,
no se encuentra nada original en el presente artículo. Por eso quiero mencionar
mi deuda con el profesor Rolando Astarita, de cuyo artículo “"Después del Club de París, fondos buitres"” tomé los datos cuantitativos referentes a la deuda
externa argentina.