“El
tiempo, maestro de todas las verdades.”
Maquiavelo
(1469-1527), político y filósofo italiano
Bienvenidas y bienvenidos a la quinta clase del curso.
En la reunión anterior terminamos
nuestra breve revisión de la filosofía
política de la Antigüedad clásica. Hoy iniciamos el análisis de la
filosofía política de la Modernidad, con la lectura de la obra de Maquiavelo
(1469-1527), un autor que, junto con el filósofo inglés Thomas Hobbes
(1588-1679), constituye la transición entre el pensamiento político
precapitalista y el de la Modernidad.
Comencemos, pues, con la clase
propiamente dicha.
A modo de introducción: La ubicación de Maquiavelo en la filosofía
política
En el campo de la teoría social un
autor es clásico en la medida en que sus reflexiones sirven para comprender la
época actual. En este sentido, un clásico es un contemporáneo. Esta afirmación
resulta especialmente valedera para la concepción de la política formulada por
Maquiavelo.
Es habitual identificar a Maquiavelo
con el cinismo político, es decir, con el análisis de los medios necesarios
para apropiarse y conservar el poder, sin importar los fines. La teoría
política maquiavélica es concebida como una mera técnica para la conservación
del control del Estado. De ahí la peculiar combinación de mala prensa y
admiración que ha suscitado dicha teoría. El maquiavelismo tiene una connotación negativa y sirve para
caracterizar al autor de El príncipe (y por extensión a las
políticas que tienden a priorizar el mantenimiento del poder sin importar
ninguna otra consideración); a la vez, es utilizado para escribir obras de
marketing en base a sus ideas políticas, bajo el supuesto de que se trata de
una técnica exitosa que puede ser aplicada a otros campos más allá de la
política. De ese modo, el maquiavelismo es reducido a: 1) una determinada actitud
moral frente a la política (el cinismo respecto a los fines); 2) una técnica
válida para todo tiempo, lugar y actividad.
A nuestro juicio, esta forma de
considerar a la obra de Maquiavelo es errónea y deja de lado lo fundamental.
Para ilustrar este punto, es oportuno recurrir al filósofo francés Louis
Althusser (1918-1990), quien escribió un texto notable, “Soledad de Maquiavelo”.
[1]
Althusser afirma que Maquiavelo se
encuentra en una situación de soledad en el campo de la filosofía política:
“Se nos objetará que es una paradoja hablar de soledad respecto a un
autor que no ha dejado de acechar la historia, que no ha dejado, desde el siglo
XVI hasta nuestros días, y ello sin pausa, o bien de ser condenado
como el diablo, como el peor de los cínicos, o bien de ser aplicado en la
práctica por los más grandes de entre los políticos, o bien de ser alabado por
su audacia y por la profundidad de su pensamiento (en la Aufklärung,
el Risorgimento, por Gramsci, etc.). ¿Cómo pretender, pues, que
pueda hablarse de la soledad de Maquiavelo cuando se lo ve constantemente
rodeado en la historia por una inmensa compañía de enemigos irreductibles, de
partidarios y de comentadores atentos?” (p. 152). [2]
Althusser sostiene que la
excepcionalidad del pensamiento de Maquiavelo, la “soledad” a que alude con el
título de su trabajo, remite a su peculiar posición entre la teoría política
clásica y la filosofía del derecho natural:
“Maquiavelo no habla en ningún momento el lenguaje del derecho natural.
Ahí se halla quizá el punto extremo de la soledad de Maquiavelo: haber ocupado
este lugar único y precario en la historia del pensamiento político entre una
larga tradición moralizante religiosa e idealista del pensamiento político, que
él ha rechazado radicalmente, y la nueva tradición de la filosofía política del
derecho natural, que iba a anegar todo y en la cual la burguesía ascendente se
ha reconocido. La soledad de Maquiavelo es la de haberse liberado de la primera
tradición antes que de que la segunda lo anegue todo.” (p. 162).
Maquiavelo es, pues, un pensador de
transición. Esto significa que no es ni antiguo no moderno. Para Althusser,
este alejamiento de ambas tradiciones, esta toma de distancia, permite explicar
lo fructífero del pensamiento maquiavélico.
Respecto a la tradición
clásica:
“En un tiempo en el que dominaban los grandes temas de la ideología
política aristotélica, revisada por la tradición cristiana y el idealismo de
los equívocos del humanismo, Maquiavelo rompe con todas esas ideas dominantes.
Esta ruptura no es declarada, pero es igualmente profunda. ¿Se ha reflexionado
sobre el hecho de que Maquiavelo, que en su obra evoca constantemente a la
Antigüedad, a la que realmente invoca no es a la Antigüedad de las letras, de
la filosofía y de las artes, de la medicina y del derecho, que es común a todos
los intelectuales de la época, sino a una antigüedad absolutamente
distinta de la que nadie habla, a la antigüedad de la práctica
política? ¿Se ha reflexionado lo suficiente sobre el hecho de que en esta obra,
que habla constantemente de la política de los antiguos, prácticamente
nunca se trata de los grandes teóricos políticos de la Antigüedad, nunca se
trata de Platón y Aristóteles, de Cicerón y de los estoicos? ¿Se ha
reflexionado sobre el hecho de que no hay, en esta obra, traza alguna de la
influencia de la tradición política cristiana y del idealismo de los
humanistas?” (p. 160).
Respecto a los filósofos del derecho
natural:
“…los ideólogos burgueses se han puesto durante mucho tiempo a contar en
el derecho natural su maravillosa historia del Estado, aquella que comienza por
el estado de naturaleza y continúa por el estado de guerra, antes de aplacarse
en el contrato social y el derecho positivo. Historia completamente mítica,
pero que resulta placentera escuchar, porque finalmente explica a aquellos que
viven en el Estado que no hay ningún horror en el origen del mismo, sino la
naturaleza y el derecho, que el Estado no es sino derecho, es puro como el
derecho, y este derecho está en la naturaleza humana, ¿qué más natural y humano
que el Estado?” (p. 162-163).
Ahora bien, ¿cuál fue el fruto de la
“soledad” del florentino?, ¿en qué consiste lo esencial de la obra de
Maquiavelo?
Para Althusser, la obra del
florentino representa una impugnación radical de las fábulas acerca del origen
del Estado, que ponen a éste como el producto de una evolución pacífica, como
el resultado de las decisiones racionales de los seres humanos. Althusser
afirma que El príncipe juega un papel equivalente en la
filosofía política al que le compete en el campo de la teoría social al
capítulo de El capital de Karl Marx (1818-1883) referido a la
acumulación originaria:
“Todos conocemos la Sección VIII del Libro I de El capital en
la que Marx aborda la supuesta «acumulación original» [3]. En esta acumulación
original los ideólogos del capitalismo contaban la historia edificante del
capital, como los filósofos del derecho natural cuentan la historia del Estado.
Al principio había un trabajador independiente, que tenía tal ardor en el
trabajo y tal espíritu de frugalidad que pudo ahorrar y después intercambiar.
Cuando pasó un pobre, le prestó el servicio de alimentarlo a cambio de su
trabajo, generosidad que le permitió incrementar su patrimonio y obtener el
devengo de otros servicios del mismo género de otros desgraciados para el bien
de éstos. De ahí la acumulación de capital: por el trabajo, la ascesis, la
generosidad. Sabemos cómo responde Marx: con la historia de los pillajes, de
los robos, de las exacciones, con la desposesión violenta de los campesinos
ingleses expulsados de sus tierras y de sus granjas destruidas para que se
encontraran en la calle, con otra historia sobrecogedora y totalmente diferente
de la cantinela moralizante de los ideólogos del capitalismo.
Diría, guardando todas las proporciones, que Maquiavelo responde un poco
de esta manera al discurso edificante que sostienen los filósofos del derecho
natural sobre la historia del Estado. Llegaría a sugerir incluso que Maquiavelo
es quizá uno de los raros testimonios de lo que denominaría acumulación
primitiva política, uno de los raros teóricos de los inicios de Estado
nacional. En vez de decir que el Estado ha nacido del derecho y de la
naturaleza, nos dice como debe nacer un Estado si quiere durar y ser lo
suficientemente fuerte para convertirse en el Estado de una nación. Maquiavelo
no habla el lenguaje del derecho, habla el lenguaje de la fuerza armada
indispensable para constituir todo Estado, habla el lenguaje de la crueldad
necesaria en los albores de un Estado, habla el lenguaje de una política sin
religión que debe a toda costa utilizar la religión, de una política que debe
ser moral, pero que debe poder no serlo, de una política que debe rechazar el
odio, pero inspirar temor, habla el lenguaje de la lucha de clases, y en cuanto
al derecho, a las leyes y a la moral, las coloca en su lugar, subordinado.
Cuando lo leemos, y estando como estamos profundamente instruidos sobre las
violencias de la historia, algo en él nos atrapa: un hombre que mucho antes de
que la totalidad de los ideólogos hayan recubierto la realidad de sus
historias, es capaz no de vivir, no de soportar, sino de pensar la
violencia de parte del Estado. Por ello, Maquiavelo arroja una luz cruda sobre
los inicios de nuestro tiempo: el de las sociedades burguesas.” (p. 163-164).
Althusser atribuye a los teóricos del
derecho natural el desarrollo de la versión pacífica sobre el origen del
Estado.
“Todo el mundo sabe que desde el siglo XVII los ideólogos de la
burguesía han elaborado una filosofía política impresionante, la filosofía del
derecho natural, que ha recubierto todo, y naturalmente el pensamiento de
Maquiavelo. Esta filosofía ha sido construida a partir de nociones que se
remiten a la ideología jurídica, a partir de los derechos del individuo como
sujeto, intentando deducir teóricamente la existencia de los derechos positivos
y del Estado político a partir de los atributos que la ideología jurídica
confiere al sujeto humano (libertad, igualdad, propiedad).” (p. 161).
Los filósofos del derecho natural
eran ideólogos de la burguesía. Durante los siglos XVII y XVIII cumplieron el
papel de legitimadores de la dominación burguesa, función de la que fueron
relevados por los economistas a fines del siglo XVIII. Sin embargo, su manera
de enfocar la cuestión del Estado tuvo una vigencia que excedió largamente su
época. Las concepciones que hacen del Estado el representante de toda la
sociedad, el árbitro de los conflictos en la sociedad, la herramienta
fundamental para resolver pacíficamente los diferendos, etc., todas ellas son
tributarias de la fábula del origen pacífico del Estado.
La novedad de Maquiavelo, aquello que
resulta tan perturbador en su obra, es su tratamiento del proceso de
surgimiento y desarrollo del Estado moderno. Su obra pone a la violencia en
primer plano, restituyendo al Estado su carácter de herramienta de dominación.
La unificación italiana y la cuestión del Estado nacional
Maquiavelo fue el primer gran teórico
del Estado moderno. Durante la Edad Media, el poder político se
hallaba dividido entre los señores feudales y la Iglesia. El poder del rey era
ficticio la mayoría de las veces, pues no controlaba todo el territorio de su
Estado. Esta situación complicaba la realización de intercambios comerciales
entre ciudades y regiones, así como también entre reinos. Mientras la economía
giró en torno a la agricultura no hubo mayores dificultades; las cosas
comenzaron a complicarse cuando se produjo la expansión del comercio, algo que
ocurrió a partir del siglo XII. Desde ese momento la burguesía de
las ciudades comenzó a ver con buenos ojos el fortalecimiento del poder
del rey, pues eso garantizaba seguridad para la actividad comercial. Los
reyes, por su parte, vieron en la expansión del comercio la
posibilidad de recaudar más impuestos y, por ende, contar así con los recursos
necesarios para sostener un ejército que asegurara su autoridad en el
territorio de su país. España, Francia e Inglaterra fueron las primeras naciones
en las que surgió un Estado centralizado.
Maquiavelo se encontró con este
panorama cuando empezó a pensar los problemas políticos, a finales del siglo
XVI. El Príncipe [1] le da forma sistemática a esas
reflexiones.
Maquiavelo fue un político, además de
filósofo. Que haya sido un político implica que los problemas prácticos ocupan
un lugar central en su producción teórica. Es por eso que me permito sugerirles
una lectura particular de la obra que estamos examinando: vamos a empezar por
el último capítulo de la obra, el XXVI. Allí se encuentra una de las dos claves
para comprender el sentido de toda la obra: la lucha por la conformación de
un Estado nacional en Italia.
Maquiavelo describe así la situación
de Italia:
“En el presente, para conocer la virtud de un espíritu italiano era
necesario que Italia se viera reducida a los términos en los que está hoy día:
más esclava que los judíos, más sierva que los persas, más dispersa que los
atenienses, sin cabeza, sin orden, expoliada, lacerada, teatro de correrías y
víctima de toda clase de devastación.” (p. 86).
Estas palabras no son exageradas.
Italia, dividida en una multitud de pequeños Estados y ciudades independientes,
con la Iglesia controlando una vasta extensión del territorio (los Estados
pontificios), era presa de las ambiciones de España y Francia, países que
habían desarrollado poderosos Estados nacionales en el transcurso del siglo XV.
Los italianos veían impotentes como las luchas entre franceses y españoles se
desarrollaban en el territorio italiano.
El tono de Maquiavelo es el de un
patriota, indignado por la indefensión de su país frente a los invasores
extranjeros:
“[Italia], inerte, espera a quien le pueda sanar sus heridas, ponga fin
a los saqueos de la Lombardía, a las exacciones en el reino de Nápoles y en la
Toscana, y la cura de sus llagas, desde hace tanto putrefactas. Se la ve
también por completo lista y dispuesta a seguir una bandera, con que haya uno
que la enarbole.” (p. 86).
A lo largo del capítulo, Maquiavelo
insiste en la necesidad de un jefe (un Estado) que sepa conducir a los
italianos en la lucha por la independencia. Aquí, como en otras partes del
libro, pone en énfasis en la necesidad de una nueva organización militar;
precisamente, el elemento distintivo de los Estados nacionales era su capacidad
para dotarse de una fuerza militar muy superior a la de los señores feudales.
El ejército era la base del fortalecimiento de la autoridad real en España y en
Francia.
Maquiavelo nos revela aquí una de las
claves del Estado moderno: el monopolio de la violencia en un territorio
determinado. El Estado es, ante todo, un instrumento de dominación y su núcleo
es la violencia.
El final del capítulo XXVI muestra la
distancia que hay entre el Maquiavelo de carne y hueso y el monigote cínico que
se ha ido creando con el tiempo en torno a su figura y su obra:
“No se debe (…) dejar pasar esta ocasión, a fin de que Italia, luego de
tanto tiempo, vea a su redentor. No tengo palabras para expresar con qué amor
sería recibido en todos los lugares que han padecido las invasiones
extranjeras, con qué sed de venganza, con qué tenaz lealtad, con qué devoción,
con qué lágrimas. ¿Qué puertas se le cerrarían? ¿Qué pueblos le negarían
obediencia? ¿Qué italiano le negaría pleitesía? A todos apesta esta bárbara
dominación.” (p. 89).
De modo que la búsqueda de la
conformación de un Estado nacional que garantice la independencia de Italia es
una de las claves de la obra.
El descubrimiento del pueblo como actor político
La otra clave del libro se encuentra
en el capítulo IX. En los capítulos anteriores Maquiavelo describe diversos
tipos de Estado, así como distintas formas de conquistar el poder y mantenerlo;
se encuentra allí una descripción descarnada de la política de su época,
marcada por la violencia. Pero en el capítulo IX aparece algo diferente, una
innovación política que marcará la historia de la Modernidad: el pueblo se
convierte en un actor político y deja de ser una masa de maniobra a disposición
del monarca o el jefe de turno.
El capítulo IX describe el principado
civil, esto es,
“[El caso de] un ciudadano particular que se convierte en príncipe de su
patria no mediante crímenes ni otras intolerables formas de violencia, sino a
través del favor de sus conciudadanos; cabría denominárselo principado civil, y
llegar hasta él no requiere ni sólo virtud ni sólo fortuna, sino más bien una
astucia afortunada.” (p. 32).
Maquiavelo se pregunta cómo se accede
a esta forma de principado. Responde que se accede o mediante el favor del
pueblo o mediante el favor de “los notables” (los aristócratas, la nobleza
feudal o urbana), “pues en toda ciudad se hallan estos dos humores contrapuestos”
(p. 32). Sigue en esto la tradición de la filosofía política, que desde Platón
(c 427-347 a. C.) en adelante puso el acento en las diferencias de clase como
motor de las luchas políticas.
Llegado a este punto, Maquiavelo
formula su descubrimiento:
“El
pueblo desea que los notables no lo dominen, ni le opriman, mientras los
notables desean dominar y oprimir al pueblo.” (p. 32).
La posición social de cada uno de
esos grupos (pueblo y notables) hace que se enfrenten entre sí y de esa lucha
surgen “el principado, la libertado o la licencia” (p. 32). En otras palabras,
los regímenes políticos no son otra cosa que diferentes relaciones de poder
entre las clases y grupos sociales. Esto ya lo había descubierto Aristóteles
(384-322 a. C.), quien señaló que la democracia era el gobierno de los pobres
sobre los ricos y la oligarquía el gobierno de los ricos sobre los pobres. [5]
Pero Maquiavelo fue más allá de sus
predecesores. No se contentó con indicar que existía una conexión directa entre
las formas de gobierno y las clases sociales; planteó abiertamente que el
pueblo constituía la base más sólida del gobierno. Dicho de modo más preciso,
el apoyo del pueblo era fundamental para consolidar el poder estatal. Lejos de
menospreciar al pueblo, o considerarlo como una amenaza a la que había que
dominar mediante la fuerza, Maquiavelo vislumbró que el pueblo podría llegar a
ser la base de una forma de gobierno mucho más fuerte que todas las conocidas
hasta ese momento. [6]
Maquiavelo examina las diferencias
entre un gobierno basado en los notables y otro basado en el pueblo. El
resultado del examen es claramente favorable al segundo:
“Quien
accede al principado mediante el apoyo popular está solo, sin nadie, o casi, en
derredor suyo que no esté dispuesto a obedecer. Además de eso, no se puede con
honestidad dar satisfacción a los notables sin perjudicar a los otros, lo cual
sí es posible con el pueblo, por ser el fin suyo más honesto que el de
los notables, al querer éstos oprimirlo y aquél que no lo oprima.” (p.
32-33; el resaltado es mío – AM-).
En el párrafo precedente Maquiavelo
presenta la segunda clave del Príncipe: el reconocimiento del
pueblo como actor político de primera línea, capaz de “humanizar” la política
de su época. No se trata, simplemente, de que el gobernante se apoye en el
pueblo por motivos pragmáticos (el pueblo constituye una base más firme de
apoyo) [7], sino también de construir una forma de gobierno que vaya más allá
de la opresión de un grupo social por otro.
Construcción de un Estado nacional y
reconocimiento del papel político del pueblo: ambas ideas se encuentran unidas
de modo indisoluble en la obra. Maquiavelo repite una y otra vez que el
príncipe puede superar las adversidades si cuenta con el apoyo popular:
“Concluyo diciendo que sólo es menester a un príncipe mantener al pueblo
de su lado, pues si no, carecerá de todo auxilio en la adversidad.” (p. 33).
El apoyo del pueblo es el requisito
imprescindible para emprender con éxito la lucha por la independencia de Italia
y, a la vez, la garantía de constituir una política diferente. Maquiavelo se
anticipa así a la época de las revoluciones burguesas, que
postularon el gobierno del pueblo (dirigido por la burguesía) y no de los
nobles. Su construcción teórica se da en soledad y, en la práctica, concluyó en
derrota en el plano de la política concreta, pues ninguno de los Estados en que
se hallaba fragmentada la península adoptó la tarea de la unificación italiana.
Habría que esperar hasta el siglo XIX para ver la conformación del Estado
italiano, con la consiguiente unificación de la península.
Todo lo visto demuestra la distancia
entre la imagen que tenemos de Maquiavelo (un cínico que considera que
cualquier cosa es válida para mantenerse en el poder) y el Maquiavelo teórico y
político del siglo XVI, quien buscaba respuestas a los problemas políticos de
su época.
La construcción de
una ciencia de la política
Ya hemos
destacado la preocupación de Maquiavelo por la construcción de un Estado
nacional italiano y el reconocimiento del pueblo como actor político
fundamental. Pero esto no agota el contenido de la obra; en ella se encuentran,
también, algunos de los fundamentos de la Ciencia política moderna.
En la
Antigüedad, Aristóteles (384-322 a. C.) esbozó unos objetivos y un método para
la filosofía política en su obra Política. Sin
embargo, corresponde a Maquiavelo el mérito de fundar la CP en el sentido
moderno del término. De hecho, aunque suene algo exagerado (y probablemente lo
sea), Maquiavelo es el primer científico social moderno, adelantándose a los
primeros economistas, cuya obra data del siglo XVIII. Para comprender lo
anterior es preciso pegar otro salto en nuestra lectura “rayuelesca” de la
obra; vayamos al capítulo XXV.
Un lector
apresurado puede interpretar que El Príncipe es una colección
de enseñanzas sobre cómo debe comportarse el gobernante, ya sea para adquirir
el poder, ya sea para conservarlo. Desde esta perspectiva, el libro es un
manual práctico, que no pretende ir más allá. Sin embargo, El Príncipe posee
la cualidad de ser engañosamente simple. Detrás de la superficie hay una concepción
compleja del funcionamiento de la política y la sociedad. Ya hemos indicado que
Maquiavelo pone el acento en el conflicto al momento de analizar la política.
Dicho de otro modo, la política es lucha por el poder, entablada entre las
clases y grupos de cada sociedad. Detrás de las ambiciones de los individuos
particulares (y Maquiavelo cuenta muchas historias de estos individuos a lo
largo de la obra), está la lucha entre los sectores que se disputan el poder
para mantener y/o modificar su posición social.
Ahora
bien, si la política va más allá de las ambiciones individuales y se apoya en
una determinada organización de la sociedad [8], entonces es posible construir
una ciencia de la política, que permita, en el límite, encauzar el curso de los
acontecimientos, de las luchas políticas. En otras palabras, la política no es
puro azar ni pura voluntad.
“No me es ajeno que muchos han sido y son de la opinión de que las cosas
del mundo estén gobernadas por la fortuna y por Dios, al punto que los seres
humanos, con toda su prudencia, no están en grado de corregirlas, o mejor, ni
siquiera tienen remedio alguno. De ahí podrían deducir que no hay por qué poner
demasiado empeño en cambiarlas, sino mejor dejar que nos gobierne el azar. Las
grandes mutaciones que se han visto y que se ven a diario, más allá de toda
conjetura humana, han dado más crédito a esa opinión en nuestra época.” (p.
83).
Así
comienza el capítulo XXV. El punto es crucial si tenemos en cuenta nuestra
lectura del capítulo XXVI, donde Maquiavelo plantea la necesidad de construir
un Estado que sea capaz de liberar a Italia de la dominación extranjera. Si la
opinión a la que se refiere en el párrafo precedente es correcta, la única
solución posible para el problema italiano es encomendarse a la voluntad de
dios o de un príncipe audaz y valeroso. Si todo es “fortuna” (azar, golpes de
voluntad) no hay CP posible (ni tampoco, por supuesto, ninguna ciencia social).
Pero
Maquiavelo muestra que existe cierta regularidad en las acciones humanas y que,
por tanto, es posible hacer CP, la cual proporcionará los elementos necesarios
para transformar la realidad existente. Es notable la sencillez con que expresa
esta idea:
“Pensando yo en eso de vez en cuando, en parte me he inclinado hacia esa
opinión [la que afirma que nos gobierna el azar]. Con todo, y a fin de
preservar nuestro libre albedrío, juzgo que quizá sea cierto que la fortuna sea
árbitro de la mitad de nuestro obrar, pero que el gobierno de la otra mitad, o
casi, lo deja para nosotros. Se me asemeja a uno de esos ríos torrenciales que,
al enfurecerse, inundan los llanos, asuelan los árboles y edificios, arrancan
tierra de esta parte y la llevan a aquélla: todos huyen a su vista, cada uno
cede a su ímpetu sin que pueda refrenarlo lo más mínimo. Pero aunque sea esa su
índole, ello no obsta para que, en los momentos de calma, los hombres no puedan
precaverse mediante malecones y diques de forma que en las próximas crecidas,
las aguas discurrirían por un canal o su ímpetu no sería ni tan desenfrenada ni
tan perjudicial.” (p. 83).
La
política es lucha por el control del Estado. Pero esa lucha no es ni
absolutamente imprevisible (puro azar y/o voluntad) ni absolutamente previsible
(pura determinación por la economía, por ejemplo). La política se rige por
leyes y por el azar. Esta forma de pensar la política y la sociedad nos aleja
tanto del determinismo mecánico como del voluntarismo. Y, lo que es más
importante todavía, permite construir una ciencia de la política (y de la
sociedad).
En rigor,
la fortuna se potencia cuando no existe fuerza organizada capaz de
contrarrestarla y/o mitigar sus efectos:
“Algo similar pasa con la fortuna: ésta muestra su potencia cuando no
hay fuerza organizada que se le oponga y por lo tanto vuelve sus ímpetus hacia
donde sabe que no se hicieron ni diques ni malecones para contenerla.” (p. 83).
[4]
Ahora
bien, eso que las personas llamamos “fortuna” no es mero azar. Lo fortuito
expresa el desconocimiento de los factores que confluyen en un suceso
determinado. Por ejemplo, la debilidad de Italia frente a España y Francia a
comienzos del siglo XVI no es únicamente el producto de la intervención del
azar. Maquiavelo sostiene que cada época histórica tiene determinadas
características que se imponen a los individuos.
“Vemos que al perseguir sus fines respectivos, la gloria y las riquezas,
las personas se comportan de distinto modo: uno con precaución, el otro
impetuosamente; uno con paciencia, el otro al contrario; y cada uno, con esos
diversos procedimientos, los puede obtener. También se ve que de dos personas
precavidas, una logra su objetivo y la otra no; y, análogamente, a dos
prosperar igualmente siguiendo métodos diversos, siendo el uno precavido y el
otro impetuoso. Ello se debe a la calidad de los tiempos, que está en
consonancia con su proceder.” (p. 84; el resaltado es mío – AM-). [5]
Luego de
afirmar que la acción del azar puede ser contrarrestada, Maquiavelo demuestra
también que la sola voluntad no alcanza. De manera que, para alcanzar el éxito
en las acciones, es preciso estudiar la realidad de cada época. La sola
voluntad de modificar las circunstancias es insuficiente; ningún método
utilizado en el pasado garantiza el triunfo en el futuro; sólo el estudio de
cada sociedad, de cada coyuntura, permite elaborar planes y cursos de acción
eficaces. En otras palabras, Maquiavelo está fundamentando la necesidad de
construir una CP.
La acción
humana es juguete del azar en la medida en que no se conoce el marco en que se
realiza esa acción; a su vez, el azar aparece como azar, valga la redundancia,
porque se ignora la existencia de regularidades y continuidades en las
sociedades. El político, si quiere triunfar en su carrera, debe complementar la
acción con el estudio.
“Concluyo que, al mutar la fortuna y seguir las personas apegadas a su
modo de proceder, prosperan mientras ambos concuerdan, y fracasan cuando no.”
(p. 85).
Es preciso
destacar otro elemento en el análisis anterior: el cambio. La realidad no
permanece inmutable. Todo lo contrario, las cosas cambian; los imperios surgen
y decaen; los Estados se derrumban y aparecen otros nuevos. Esta es otra razón
para estudiar la realidad, pues es necesario adaptarse a las nuevas circunstancias.
Y es precisamente el cambio el que hace que los métodos y las prácticas que
resultaron exitosas en un momento dado pierdan su eficacia.
Maquiavelo
puso en práctica su teoría sobre la necesidad de estudiar los hechos políticos
y encontrar en ellos regularidades. En especial, dedicó la atención a los
Estados nacionales (Francia, España) que habían demostrado su capacidad para
dominar vastos territorios. El interés de Maquiavelo por los asuntos militares
es producto tanto de su experiencia política en la República de Florencia como
de sus reflexiones sobre las causas de la debilidad italiana. Esto lo llevó a
comprender que el elemento central del Estado era el ejército, que le permitía
ejercer el monopolio de la violencia en un territorio determinado y asegurar
así la dominación de una clase social, así como también evitar las invasiones
extranjeras. [9]
La
preocupación de Maquiavelo por los problemas bélicos es casi obsesiva y se
expresa sobre todo en los capítulos XII y XIII, si bien atraviesa todo el Príncipe.
En el principio del primero de los capítulos mencionados indica expresamente
que va a ocuparse de los asuntos militares. Allí se encuentra el núcleo del
Estado en todas sus expresiones: el monopolio de la violencia. Éste fue el
instrumento para terminar con la fragmentación política feudal y, luego, la
herramienta para asegurar la dominación de la burguesía en la nueva sociedad
capitalista. Pero no nos adelantemos ni le hagamos decir a Maquiavelo cosas que
van más allá de su tiempo.
Maquiavelo
critica el uso de soldados mercenarios por parte de los Estados en los que se hallaba
dividida la península. [10] Los resultados estaban a la vista: los mercenarios
ponían poco empeño en combatir y mucho en regatear las condiciones de su
contrato, para obtener un mejor pago por sus servicios.
“Las [tropas] mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas, y si
alguien mantiene su Estado apoyándose en tropas mercenarias, jamás se hallará
estable ni seguro a causa de su desunión, ambición, indisciplina e infidelidad;
de su arrogancia con los aliados y cobardía frente a los enemigos; sin temor de
Dios, ni lealtad a los hombres, tanto se difiere la caída, cuanto se difiere el
ataque; en la paz te expolian ellas; en la guerra, los enemigos.” (p. 40).
Un Estado
será independiente si posee un ejército propio. No hay otro camino.
“La experiencia nos muestra a príncipes solos y a repúblicas armadas
llevar a cabo acciones notabilísimas, y a las tropas mercenarias nunca hacer
otra cosa sino daño; y que más difícilmente cae una república armada con sus
propias armas bajo el dominio de uno de sus ciudadanos, que otra armada con
tropas ajenas.” (p. 41).
La misma
crítica vale para las tropas auxiliares, es decir, cuando un Estado pide al
apoyo militar de otro. [11] No hay otro remedio, si se quiere obtener y
conservar la independencia, que el mencionado más arriba: construir un ejército
de ciudadanos.
“Un príncipe prudente, por tanto, siempre ha rehuido tales armas [tropas
mercenarios y auxiliares], prefiriendo las suyas propias; ha preferido mejor
perder con las suyas que ganar con las de otro, considerando falsa la victoria
obtenida con armas ajenas.” (p. 46). [12]
Por todo
esto, una vez concluida la crítica del uso de tropas mercenarias y auxiliares,
Maquiavelo dedica el capítulo XIV a examinar el modo en que el príncipe debe
ocuparse de la organización de un ejército propio. Tal como hemos dicho, la
cuestión tenía una importancia fundamental en la Italia de principios del siglo
XVI: sin un ejército nacional era imposible la independencia del país. Pero el
tema es importante, además, a los fines de nuestro estudio: la violencia, el
monopolio de ella, es el núcleo de todo Estado. El Estado, toda organización
estatal, es una herramienta de dominación, y ésta es imposible sin contar con
un ejército.
Elogio del
conflicto social
Para
concluir esta revisión del pensamiento político de Maquiavelo es preciso
atender otra cuestión, que se encuentra desarrollada en la obra Discursos sobre la Primera Década de Tito
Livio [13]. Pero antes de comenzar con ella es preciso decir que en el
primero de los dos capítulos que ustedes tienen para leer [14], el florentino
adhiere a una posición esencialista sobre el SH: éste es malo por naturaleza.
“Quien funda un
Estado y le da leyes debe suponer a todos los SH malos y dispuestos a emplear
su malignidad natural siempre que la ocasión se lo permita. (…) Los SH hacen el
bien por fuerza; pero cuando gozan de medios y libertad para ejecutar el mal,
todo lo llenan de confusión y desorden.” (pp. 265-266).
El
esencialismo consiste en suponer que
existe una esencia de cada cosa. En el caso de los SH, su esencia consiste en
las características que los definen como tales. Ya volveremos sobre esta
cuestión cuando estudiemos a los filósofos
contractualistas.
El
capítulo 4 trata la cuestión del papel del conflicto en la sociedad. Lo
habitual es pensar que el conflicto es malo y que conduce a la crisis y a la
desintegración de la sociedad, pero Maquiavelo defiende una concepción
diferente:
“Sostengo que
quienes censuran los conflictos entre la nobleza y el pueblo condenan lo que fue
la primera causa de la libertad de Roma, teniendo más en cuenta los tumultos y
desórdenes ocurridos que los buenos ejemplos que produjeron, y sin considerar
que en toda república hay dos humores: el de los nobles y el del pueblo. Todas
las leyes que se hacen a favor de la libertad nacen del desacuerdo entre dos
partidos, y fácilmente se verá que así sucedió en Roma. “(pp. 267-268).
Más
adelante reafirma lo anterior:
“Los buenos
ejemplos nacen de la buena educación, la buena educación, de las buenas leyes,
y éstas de aquellos desórdenes que muchos inconsideramente condenan.” (p. 268).
En
pocas palabras, a partir de su lectura de Livio, Maquiavelo afirma que los
disturbios entre patricios (los nobles) y los plebeyos fueron causa de las
leyes y reglamentos en beneficio de la libertad. En este punto, vuelve a
ratificar una opinión formulada en El
príncipe: el pueblo es un actor político fundamental.
“Diré que en cada
ciudad debe haber manera de que el pueblo manifieste sus aspiraciones, y
especialmente en aquellas donde para las cosas importantes se valen de él. (…)
Las aspiraciones de los pueblos libres rara vez son nocivas para la libertad,
porque nacen de la opresión o de la sospecha de ser oprimido.” (p. 268).
En síntesis, en Roma los tumultos
entre patricios y plebeyos originaron la creación de los tribunos, que dieron
al pueblo la participación que le correspondían en el gobierno” (p. 269). En su
opinión se trató de magistrados “que velaron por la libertad romana” (p. 269).
La posición de Maquiavelo sobre el
conflicto es importante y ya tendremos oportunidad de volver a mencionarla en
clases posteriores. En nuestro próximo encuentro trabajaremos el Leviatán (1651) de Thomas Hobbes.
Les agradezco enormemente su atención
y paciencia.
Villa del Parque, miércoles 2 de septiembre de 2020
ABREVIATURAS:
CP = Ciencia política / SH = Ser humano (o seres humanos)
NOTAS:
[1] Althusser, Louis. (2003). “Soledad de
Maquiavelo”. Incluido en: Althusser, Louis. (2003). Textos recobrados II: Soledad
de Maquiavelo. Madrid: Editora
Nacional. (pp. 149-170). Traducción española de Raúl Sánchez Cedillo. Es la
versión escrita de una conferencia pronunciada el 11 de junio de 1977 en la
Fondation Nationale des Sciences Politiques de París.
[2] Althusser menciona a Antonio Gramsci (1891-1937). Es imposible omitir la
obra clásica de este autor: Gramsci, Antonio. (2003). Notas sobre
Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Buenos Aires:
Nueva Visión. Traducción española de José Aricó.
[3] Marx, Karl. (1998). El capital. Crítica de la
economía política. Libro I: El proceso de producción de capital. México D. F.:
Siglo XXI. Se trata de la Sección VII, Capítulo XXIV, “La llamada acumulación
originaria”. (Tomo I, Vol. 3, pp. 891-954).
[4]
Para la redacción de la clase utilicé la siguiente edición: Machiavelli,
N. (2011). El príncipe. En El príncipe. El arte de la
guerra. Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Vida de Castruccio
Castracani. Discursos sobre la situación de Florencia. (pp. 1-89). Madrid, España: Gredos. Traducción de Antonio
Hermosa Andújar.
[5] Ver Aristóteles, Política, Libro IV.
[6] Maquiavelo discute la validez del refrán
que dice que quien se apoya en el pueblo se
apoya en el barro: “si se trata de
un príncipe quien se apoya en aquél [en el pueblo], en grado de mando y lleno
de valor, al que las adversidades no amedrenten y haya adoptado las necesarias
disposiciones, y que con su ánimo y con sus instituciones mantenga en vilo al
pueblo, jamás éste le abandonará, y podrá constatar la solidez de sus
cimientos.” (p. 34).
[7] “Así pues, debe quien llegue a ser príncipe
mediante el favor del pueblo mantenerlo junto a sí, cosa esta fácil, pidiendo
aquél sólo que no se le oprima. En cambio, alguien que en contra del pueblo
llegue a ser príncipe mediante el favor de los notables, debe lo primero de
todo tratar de ganarse al pueblo: cosa ésta fácil si se hace su protector.” (p.
33).
[8] Organización social que determina cierta
distribución del poder entre las clases y grupos sociales. Por ejemplo, en la
sociedad medieval, los campesinos se hallaban sometidos a los señores feudales
y, por ende, carecían de poder político (de control sobre el Estado).
[9] “Afirmo
que, en mi opinión, están capacitados para defenderse por sí mismos quienes,
por abundancia de hombres o dinero, pueden formar un ejército apropiado y
sostener combate abierto con cualquiera que desee atacarlos.” (p. 35). Más
adelante, en el comienzo del capítulo XII: “Y de los fundamentos de todos los
Estados, tanto nuevos como antiguos o mixtos, los principales son las buenas
leyes y las buenas armas. Y puesto que no puede haber buenas leyes donde no hay
buenas armas, y donde hay buenas armas, las leyes son por cierto buenas,
omitiré aquí hablar de leyes para hacerlo sólo de las armas.” (p. 40).
[10] “No creo que se necesite de muchas
energías para persuadir de eso, puesto que la actual ruina de Italia no tiene
más que haberse fundado durante muchos años en armas mercenarias.” (p. 41).
[11] “Dichas tropas pueden ser buenas y útiles
en sí mismas, pero para quien las solicita son casi siempre nocivas, pues una
derrota te hunde, una victoria te hace su prisionero.” (p. 45).
[12] “En conclusión, si no dispone de armas
propias, ningún principado está seguro, o mejor, depende por completo de la
fortuna al carecer de virtud que en circunstancias adversas lo defienda.” (p.
47).
[13] Machiavelli,
N. (2011). Discursos sobre la primera
década de Tito Livio. En El príncipe. El arte de la guerra. Discursos sobre la primera
década de Tito Livio. Vida de Castruccio Castracani. Discursos sobre la
situación de Florencia. (pp. 245-633). Madrid,
España: Gredos. Traducción de Luis Navarro y notas de Luis Saralegui. La
obra es un largo comentario del libro Ab
Urbe condita, del historiador romano Tito Livio (59 a. C.-17 d. C.).
[14] El capítulo 3 del Libro Primero.
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