Vistas de página en total

jueves, 2 de julio de 2020

DERECHOS HUMANOS, SOCIEDAD Y ESTADO CURSO 2020 – CLASE N° 7


“¿Es la nación verdaderamente soberana, cuando la mayoría
de los individuos que la componen carece de los derechos
políticos que constituyen la soberanía?
Maximilien Robespierre (1758-1794), político francés.

Bienvenidas y bienvenidos a la séptima clase de este curso.
Ante todo, les pido disculpas por el atraso en el envío de las nuevas clases. No voy a decir demasiado al respecto, porque quiero pasar rápido al contenido de la clase. Sin embargo, quiero señalar que así como ustedes se encuentran cursando en condiciones excepcionales, los docentes también vivimos un empeoramiento de las condiciones de trabajo. Ya hablaremos del tema en la medida de lo posible. Por el momento, quiero decirles que tomo en cuenta la situación y que mi objetivo en este curso es que puedan incorporar elementos teóricos que les sean de utilidad para la comprensión y el análisis de la realidad actual. Por eso les pido que no se preocupen por el momento por las evaluaciones o los trabajos prácticos; ahora de lo que se trata es retomar el ritmo de la cursada, y eso es en buena medida mi responsabilidad.
Como siempre son bienvenidas sus sugerencias, quejas, preguntas y demases.
Pasemos, pues, a la clase.

En clases anteriores hicimos referencia a las características específicas de la democracia ateniense. A diferencia de la democracia moderna, la democracia en Atenas se caracterizaba por la importancia de la figura del ciudadano-trabajador y por la participación directa de los ciudadanos en el gobierno. De hecho, a nosotros nos cuesta imaginar la forma de gobierno ateniense, dado que nuestro régimen político es bien distinto, aunque comparta con el ateniense la palabra “democracia”.
Tratemos de comprender lo anterior mediante un ejemplo bien cercano: la democracia argentina. Cada cuatro años los ciudadanos elegimos presidente y vice, gobernadores o jefe de gobierno (según la jurisdicción), legisladores nacionales y provinciales, intendentes, etc. En el caso de los legisladores, las elecciones se llevan a cabo cada dos años. Una vez terminadas las elecciones, los ciudadanos pierden entidad, se esfuman en las rutinas y preocupaciones de todos los días. Su única prerrogativa consiste en poner el voto en la urna. Durante todo el tiempo que transcurre entre elección y elección, el poder, la toma de decisiones, queda a cargo de los representantes (presidente, gobernador, legisladores, etc.) elegidos por los ciudadanos en cada proceso electoral. En pocas palabras, en Argentina gobiernan los representantes, mientras que los representados (los ciudadanos) carecen de poder en la toma de decisiones.
En Atenas, en cambio, los ciudadanos tomaban las decisiones de manera directa en la asamblea. Ejercían el poder. Esta particularidad, que por sí sola marca una enorme diferencia respecto a nuestra época, queda empequeñecida si se toma en cuenta otro rasgo fundamental de la democracia ateniense: la figura del ciudadano-trabajador. Veamos con detenimiento esta cuestión.
En la democracia moderna los trabajadores son ciudadanos. Ello significa, en los hechos, que eligen a los gobernantes en cada elección. Allí termina su ejercicio de la ciudadanía. Durante todo el tiempo, las decisiones fundamentales sobre la vida de los trabajadores (el trabajo, la vivienda, la educación, la salud, la seguridad, el régimen de jubilaciones y pensiones, etc.) son tomadas sin consultarlos en absoluto.
Hagamos un paréntesis en la exposición. Como habrán notado dejo de lado la cuestión de la representación, es decir, no me ocupo de la relación representante - representado o, si lo prefieren, gobernantes – ciudadanos. No es que pretenda esquivar la cuestión. Todo lo contrario. Será examinada más adelante, cuando estudiemos el surgimiento del Estado moderno.
Volvamos a la especificidad de la democracia ateniense. En Atenas los campesinos, quienes en las sociedades precapitalistas constituían la inmensa mayoría de la población, ejercían efectivamente el gobierno a través de su participación en la asamblea. Tenían voz y voto en todas las cuestiones fundamentales de la comunidad: la guerra y la paz, las alianzas, los impuestos, los tribunales, etc. En otros términos, los trabajadores ejercían el gobierno de su comunidad.
No hace falta pensar mucho para darse cuenta que la situación descripta en el párrafo anterior es inadmisible en nuestros días. No tenemos nada semejante en la actualidad. Fuera de poner el voto en la urna el día de las elecciones, los trabajadores carecen de toda participación efectiva en los asuntos de gobierno.
Aquí corresponde repetir las palabras de la historiadora Ellen Meiksins Wood (1942-2016):
“La polis griega rompió con el patrón, generalizado en las sociedades estratificadas, de la división entre dirigentes y productores, y sobre todo con la oposición entre Estados apropiadores y comunidades campesinas sujetas. En la comunidad cívica la pertenencia del productor – sobre todo en la democracia ateniense – significó un grado de libertad sin precedentes frente a los modos de explotación tradicionales, ya fuese de servidumbre y trabajo por deudas o por impuestos.” [2]
La participación efectiva de los trabajadores en el órgano de gobierno ateniense (la asamblea) puso un límite preciso a las pretensiones de dominación de la nobleza. En esto reside la “anomalía” de Atenas frente al resto de los regímenes políticos del Mundo Antiguo.
Ahora bien, ¿cómo fue procesado todo esto por la filosofía política?
Hasta ahora hemos desarrollado tanto la defensa de la democracia por Protágoras (c. 485-c. 411 a. C.), como la crítica del régimen democrático por Platón (c. 422 – 347 a. C.). Pero la filosofía no se limitó a debatir en torno a la democracia; un filósofo dio un paso más allá en el debate, el cual le permitió formular la primera clasificación de las formas de gobierno basada en el criterio de clase social. Pero antes de empezar a explicar dicha clasificación es preciso retroceder un poco en el tiempo.
Ya hemos dicho que el filósofo Platón fue un feroz crítico de la democracia, a la que consideraba por lejos como la peor forma de gobierno. La razón de dicha caracterización es simple: la capacidad para gobernar está distribuida desigualmente entre los individuos, de modo que algunos (pocos) poseen esa capacidad, en tanto que otros (muchos) carecen de ella. Un Estado bien gobernado es aquél en el que gobiernan quienes saben hacerlo. En la democracia, en cambio, todos podían gobernar (quienes sabían y quienes no sabían, los capacitados y los no capacitados). Por eso Platón sostenía que la peor forma de gobierno era la democracia.
Pero Platón no se limitó a darle palos a la democracia. Como filósofo, estaba interesado en encontrar los rasgos comunes a una multitud de hechos. En lo que hace a las formas de gobierno no sólo estaba preocupado por comprender en qué consistía la democracia ateniense; se interesó, también, por distinguir las diferentes formas de gobierno, más allá del caso particular de Atenas o de Esparta. Esto lo llevó a construir una clasificación de las formas de gobierno. Utilizó para ello dos criterios: a) el número de gobernantes; b) si los gobernantes gobernaban a favor del bien común.
En base a los criterios indicados, Platón distinguió dos formas de gobierno “puras” y tres formas “impuras”. Las “puras” eran aquellas en las que el gobernante gobernaba defendiendo el bien común; las “impuras”, consideradas degeneraciones de las primeras, se caracterizaban porque el gobernante seguía fines egoístas (su propio beneficio). Las formas “puras” eran: monarquía (gobierno de uno); aristocracia (gobierno de pocos). Las formas “impuras” eran: tiranía; oligarquía; democracia. Así, por ejemplo, en la tiranía gobernaba una sola persona (el tirano) y lo hacía en su propio beneficio. Nótese que Platón no pensaba que fuera posible un gobierno de muchos a favor del bien común. En su opinión, la república bien gobernada era aquélla en la que el gobierno estaba a cargo de los pocos capacitados para gobernar (quienes poseían la sabiduría para hacerlo). Por eso en su obra República termina proponiendo que sean los filósofos quienes estén a cargo de la tarea de gobernar.
La clasificación platónica adolece de un defecto: uno de sus criterios fundamentales consiste en un criterio moral (la búsqueda del “bien común”). ¿Cómo decidir qué es el “bien común” en una sociedad dividida en grupos cuyos intereses están enfrentados?, ¿quién toma esa decisión? No existe ningún elemento objetivo que nos permita resolver la cuestión. Veamos un ejemplo, tomado de la historia ateniense. Durante mucho tiempo los campesinos se encontraron sometidos a la esclavitud por deudas. Esto significa que si un campesino contraía una deuda (y el acreedor era casi siempre un noble) y no podía pagarla, se convertía en esclavo. En este sentido, el interés de los campesinos y de los nobles era diametralmente opuesto, pues los campesinos padecían la esclavitud mientras que los nobles disfrutaban de las ventajas de ella. La cuestión fue dirimida por Solón (c. 638 – c. 558 a. C.), un dirigente político ateniense que abolió la esclavitud por deudas.
La resolución de abolir la esclavitud por deudas fue tomada atendiendo a la presión de los campesinos. Se trató de una decisión política y no moral. Con esto quiero señalar que la política es un terreno en el que los grupos sociales luchan en defensa de sus intereses materiales. En el ejemplo anterior, los campesinos peleaban por abolir la esclavitud por deudas, pues esa institución los convertía en esclavos. Los campesinos tenían una concepción del “bien común” diferente a la de los nobles. Ambos grupos (nobles y campesinos) defendían intereses opuestos en relación a la esclavitud.
Si la política es lucha de intereses entre grupos sociales, es claro que una clasificación de las formas de gobierno basada en un criterio moral (el “bien común”) resulta insuficiente. El mismo Platón había señalado en Republica que la polis era, en realidad, varias polis: la polis de los ricos y la polis de los pobres. Sin embargo, esta concepción de la política no se veía reflejada en la teoría de las formas de gobierno.
Fue Aristóteles (384-322 a. C.) quien dio el paso siguiente en la clasificación de las formas de gobierno. La clave de esta nueva forma de pensar dicha clasificación se encuentra en el Libro III de la Política. Si cabe afirmar que Aristóteles ya había realizado una contribución imperecedera a la teoría social con su idea del carácter social de los SH, su reformulación de la concepción platónica de las formas de gobierno no se queda atrás en importancia. Desgraciadamente no podemos abordar aquí toda la complejidad del Libro III, que va más allá de la teoría de las formas de gobierno. Nos concentraremos en dicha teoría, en especial en la distinción entre democracia y oligarquía.
Antes de comenzar con el análisis de la teoría aristotélica, hay que decir algunas palabras sobre su método de investigación. Aristóteles no se propuso sacar de su cabeza la forma ideal de gobierno y contraponerla a la realidad de las polis de su tiempo. A diferencia de Platón, quien culminó su obra República esbozando los rasgos de una polis ideal gobernada por los filósofos, Aristóteles se dedicó a estudiar cómo se gobernaban las polis concretas, no las ideales. Él y sus discípulos investigaron el régimen político de numerosas ciudades griegas. De ese trabajo monumental ha llegado hasta nosotros la Constitución de Atenas, un trabajo atribuido a Aristóteles en el que se presenta la historia política de Atenas y se describen las características fundamentales de su gobierno. Esta vasta tarea de investigación empírica sirvió de fundamento a la teoría desarrollada en Política.
Ahora podemos pasar a examinar la teoría de las formas de gobierno. Aristóteles, que al fin y al cabo había sido discípulo de Platón, comienza la exposición en el lugar donde la había dejado su maestro.
“Es evidente (…) que todos los regímenes que tienen por objetivo el bien común son rectos, según la justicia absoluta; en cambio, cuantos atienden sólo al interés personal de los gobernantes, son defectuosos y todos ellos desviaciones de los regímenes rectos, pues son despóticos y la ciudad es una comunidad de hombres libres.” (1279a, 11; pp. 170-171).
Una vez establecido este criterio (el del “bien común”), pasa adelante y lo pone en relación con el criterio cuantitativo (el número de personas que ejercen el gobierno).
“Puesto que régimen y gobierno significan lo mismo, y gobierno es el elemento soberano de las ciudades, necesariamente será soberano, o uno solo, o pocos, o la mayoría; cuando el uno o la minoría o la mayoría gobiernan atendiendo al interés común, esos regímenes serán necesariamente rectos; pero los que ejercen el mando atendiendo al interés particular del uno o de la minoría o de la masa son desviaciones.” (1279a, 2; p. 171)
La combinación de los dos criterios (el “bien común” y el número de personas que gobiernan) permite establecer la siguiente clasificación: los regímenes en los que se gobierna en función del interés común son la monarquía (una sola persona ejerce el gobierno); la aristocracia (gobiernan unos pocos); república (gobiernan muchos). Los regímenes en los que se atiende el interés particular son: la tiranía (desviación de la monarquía), la oligarquía (desviación de la aristocracia) y la democracia (desviación de la república).
Si Aristóteles se hubiera quedado aquí, habría sido un continuador de Platón. Sin embargo, da un salto cualitativo e incorpora un nuevo criterio en la clasificación: el criterio de la clase social. Veamos este descubrimiento tal como figura en el texto:
“Lo que diferencia la democracia y la oligarquía es la pobreza y la riqueza. Y necesariamente cuando ejercen el poder en virtud de la riqueza ya sean pocos o muchos es una oligarquía, y cuando lo ejercen los pobres es una democracia.” (1279b, 1280a; pp. 172-173).
En unos pocos renglones y con la precisión que lo caracteriza, Aristóteles reformula los criterios de clasificación. Deja de lado el criterio moral (el “interés común”) y adopta el criterio de clase social (ricos o pobres). Con ello lleva adelante una revolución en el pensamiento político. A partir de ella ya no se trata de juzgar a los gobiernos en función de criterios morales, sino que hay que estudiar a qué grupos sociales benefician. O, dicho de otro modo, cuáles son las clases sociales que ejercen efectivamente el gobierno.
En este sentido, la política es lucha por intereses materiales:
“Pero sucede, como dijimos, que unos son pocos y otros muchos, pues pocos viven en la abundancia, mientras que de la libertad participan todos. Por estas causas unos y otros se disputan el poder.” (1280a; p. 174).
La revolución conceptual desarrollada por Aristóteles permite pararse desde otro lugar al momento de examinar las luchas políticas y el Estado. Aristóteles descubre la ciencia de la política al plantear la pertinencia del criterio de clase al momento de clasificar las formas de gobierno. Dice de un modo claro aquello que Platón formulaba de manera confusa. En política no se trata de moral (de lucha por el “bien común”) sino de lucha de intereses materiales de las distintas clases sociales. La política es el terreno en el que se desenvuelven esas luchas.
La Política es un libro extraordinario, un verdadero clásico de la filosofía política. Nosotros apenas hemos chapoteado un poco en el océano de su contenido. Pero ese chapoteo nos permitió describir dos grandes descubrimientos: el carácter social de los SH y el criterio de clase para estudiar las formas de gobierno.
Ya hemos avanzado bastante. Ahora tenemos que dejar el pensamiento político de la Antigüedad. No disponemos de tiempo suficiente para examinar la filosofía política medieval, así que pasaremos directamente a la Modernidad. Por eso, antes de terminar la clase de hoy quiero decir unas palabras a modo de síntesis de lo estudiado hasta aquí.
La filosofía política de la Antigüedad (esta afirmación vale también para el pensamiento medieval) se basó en la idea de la desigualdad natural de los SH. Esto se ve, por ejemplo, en la justificación aristotélica de la esclavitud, desarrollada en el Libro I de Política. No podía ser de otra manera, dadas las relaciones de producción imperantes en las sociedades precapitalistas. Una sociedad basada en la apropiación del excedente campesino por una minoría que no trabaja, no puede darse el lujo de afirmar que las personas son iguales. La democracia ateniense, que incorporó la figura del ciudadano-trabajador, fue combatida por Platón pues éste consideraba que era una aberración que todos los hombres pudieran participar del gobierno.
La Modernidad, que en el plano del pensamiento político se despliega a partir del siglo XVI, modificó drásticamente los fundamentos de la filosofía política. Su idea base fue la noción de igualdad de los SH. Pasar de la filosofía política antigua y medieval a la filosofía política moderna implica, pues, una serie de transformaciones monumentales. En las clases siguientes intentaremos dar cuenta de los rasgos fundamentales de esa gran transformación. Pero antes es preciso estudiar la obra de un autor que se funda la Modernidad en el terreno del pensamiento político, aunque por múltiples razones se trata de un autor que debe ser ubicado en la transición entre el pensamiento clásico y el pensamiento moderno. Ese autor es Maquiavelo (1469-1527).
En la próxima clase vamos a comenzar la lectura de El príncipe. Enviaré una copia por correo electrónico, así como también algunas indicaciones para la lectura.
Esto es todo por hoy.


Villa del Parque,  jueves 2 de julio de 2020

ABREVIATURAS:
SH = Seres humanos

NOTAS:
[1] Aristóteles. (1988). Política. Madrid, España: Gredos. En las citas empleo la notación marginal, complementada con la paginación de la edición Gredos. La traducción española es de Manuela García Valdés.
[2] Wood, E M. (2000). “El trabajo y la democracia antigua y moderna”. EN: Wood, E. M. (2000). Democracia contra capitalismo: La renovación del materialismo histórico. México D. F.: Siglo XXI. (p.220).

No hay comentarios: