“¿Es la nación verdaderamente soberana, cuando la
mayoría
de los individuos que la componen carece de los
derechos
políticos que constituyen la soberanía?
Maximilien Robespierre (1758-1794), político
francés.
Bienvenidas y bienvenidos a la séptima clase de
este curso.
Ante todo, les pido disculpas por el atraso en el envío
de las nuevas clases. No voy a decir demasiado al respecto, porque quiero pasar
rápido al contenido de la clase. Sin embargo, quiero señalar que así como
ustedes se encuentran cursando en condiciones excepcionales, los docentes
también vivimos un empeoramiento de las condiciones de trabajo. Ya hablaremos
del tema en la medida de lo posible. Por el momento, quiero decirles que tomo
en cuenta la situación y que mi objetivo en este curso es que puedan incorporar
elementos teóricos que les sean de utilidad para la comprensión y el análisis
de la realidad actual. Por eso les pido que no se preocupen por el momento por
las evaluaciones o los trabajos prácticos; ahora de lo que se trata es retomar
el ritmo de la cursada, y eso es en buena medida mi responsabilidad.
Como siempre son bienvenidas sus sugerencias,
quejas, preguntas y demases.
Pasemos, pues, a la clase.
En
clases anteriores hicimos referencia a las características específicas de la democracia ateniense. A diferencia de
la democracia moderna, la democracia
en Atenas se caracterizaba por la importancia de la figura del
ciudadano-trabajador y por la participación directa de los ciudadanos en el
gobierno. De hecho, a nosotros nos cuesta imaginar la forma de gobierno
ateniense, dado que nuestro régimen político es bien distinto, aunque comparta
con el ateniense la palabra “democracia”.
Tratemos
de comprender lo anterior mediante un ejemplo bien cercano: la democracia
argentina. Cada cuatro años los ciudadanos elegimos presidente y vice,
gobernadores o jefe de gobierno (según la jurisdicción), legisladores
nacionales y provinciales, intendentes, etc. En el caso de los legisladores,
las elecciones se llevan a cabo cada dos años. Una vez terminadas las
elecciones, los ciudadanos pierden entidad, se esfuman en las rutinas y preocupaciones
de todos los días. Su única prerrogativa consiste en poner el voto en la urna.
Durante todo el tiempo que transcurre entre elección y elección, el poder, la
toma de decisiones, queda a cargo de los representantes (presidente,
gobernador, legisladores, etc.) elegidos por los ciudadanos en cada proceso
electoral. En pocas palabras, en Argentina gobiernan los representantes,
mientras que los representados (los ciudadanos) carecen de poder en la toma de
decisiones.
En
Atenas, en cambio, los ciudadanos tomaban las decisiones de manera directa en
la asamblea. Ejercían el poder. Esta particularidad, que por sí sola marca una
enorme diferencia respecto a nuestra época, queda empequeñecida si se toma en
cuenta otro rasgo fundamental de la democracia ateniense: la figura del
ciudadano-trabajador. Veamos con detenimiento esta cuestión.
En la
democracia moderna los trabajadores son ciudadanos. Ello significa, en los
hechos, que eligen a los gobernantes en cada elección. Allí termina su
ejercicio de la ciudadanía. Durante todo el tiempo, las decisiones
fundamentales sobre la vida de los trabajadores (el trabajo, la vivienda, la
educación, la salud, la seguridad, el régimen de jubilaciones y pensiones,
etc.) son tomadas sin consultarlos en absoluto.
Hagamos
un paréntesis en la exposición. Como habrán notado dejo de lado la cuestión de la representación, es
decir, no me ocupo de la relación representante - representado o, si lo
prefieren, gobernantes – ciudadanos. No es que pretenda esquivar la cuestión.
Todo lo contrario. Será examinada más adelante, cuando estudiemos el surgimiento
del Estado moderno.
Volvamos
a la especificidad de la democracia ateniense. En Atenas los campesinos,
quienes en las sociedades precapitalistas constituían la inmensa mayoría de la
población, ejercían efectivamente el gobierno a través de su participación en
la asamblea. Tenían voz y voto en todas las cuestiones fundamentales de la
comunidad: la guerra y la paz, las alianzas, los impuestos, los tribunales,
etc. En otros términos, los trabajadores ejercían el gobierno de su comunidad.
No
hace falta pensar mucho para darse cuenta que la situación descripta en el
párrafo anterior es inadmisible en nuestros días. No tenemos nada semejante en
la actualidad. Fuera de poner el voto en la urna el día de las elecciones, los
trabajadores carecen de toda participación efectiva en los asuntos de gobierno.
Aquí
corresponde repetir las palabras de la historiadora Ellen Meiksins Wood
(1942-2016):
“La polis griega rompió con el patrón,
generalizado en las sociedades estratificadas, de la división entre dirigentes y productores, y sobre todo con la oposición entre Estados
apropiadores y comunidades campesinas sujetas. En la comunidad cívica la
pertenencia del productor – sobre todo en la democracia ateniense – significó un
grado de libertad sin precedentes frente a los modos de explotación
tradicionales, ya fuese de servidumbre y trabajo por deudas o por impuestos.”
[2]
La
participación efectiva de los trabajadores en el órgano de gobierno ateniense
(la asamblea) puso un límite preciso a las pretensiones de dominación de la
nobleza. En esto reside la “anomalía” de Atenas frente al resto de los
regímenes políticos del Mundo Antiguo.
Ahora
bien, ¿cómo fue procesado todo esto por la filosofía política?
Hasta
ahora hemos desarrollado tanto la defensa de la democracia por Protágoras (c.
485-c. 411 a. C.), como la crítica del régimen democrático por Platón (c. 422 –
347 a. C.). Pero la filosofía no se limitó a debatir en torno a la democracia;
un filósofo dio un paso más allá en el debate, el cual le permitió formular la
primera clasificación de las formas de gobierno basada en el criterio de clase social. Pero antes de empezar a
explicar dicha clasificación es preciso retroceder un poco en el tiempo.
Ya
hemos dicho que el filósofo Platón fue un feroz crítico de la democracia, a la
que consideraba por lejos como la peor forma de gobierno. La razón de dicha
caracterización es simple: la capacidad para gobernar está distribuida
desigualmente entre los individuos, de modo que algunos (pocos) poseen esa
capacidad, en tanto que otros (muchos) carecen de ella. Un Estado bien
gobernado es aquél en el que gobiernan quienes saben hacerlo. En la democracia,
en cambio, todos podían gobernar (quienes sabían y quienes no sabían, los
capacitados y los no capacitados). Por eso Platón sostenía que la peor forma de
gobierno era la democracia.
Pero
Platón no se limitó a darle palos a la democracia. Como filósofo, estaba
interesado en encontrar los rasgos comunes a una multitud de hechos. En lo que
hace a las formas de gobierno no sólo estaba preocupado por comprender en qué
consistía la democracia ateniense; se interesó, también, por distinguir las
diferentes formas de gobierno, más allá del caso particular de Atenas o de
Esparta. Esto lo llevó a construir una clasificación de las formas de gobierno.
Utilizó para ello dos criterios: a) el número de gobernantes; b) si los
gobernantes gobernaban a favor del bien común.
En
base a los criterios indicados, Platón distinguió dos formas de gobierno “puras”
y tres formas “impuras”. Las “puras” eran aquellas en las que el gobernante
gobernaba defendiendo el bien común; las “impuras”, consideradas degeneraciones
de las primeras, se caracterizaban porque el gobernante seguía fines egoístas
(su propio beneficio). Las formas “puras” eran: monarquía (gobierno de uno); aristocracia
(gobierno de pocos). Las formas “impuras” eran: tiranía; oligarquía; democracia. Así, por ejemplo, en la
tiranía gobernaba una sola persona (el tirano) y lo hacía en su propio
beneficio. Nótese que Platón no pensaba que fuera posible un gobierno de muchos
a favor del bien común. En su opinión, la república bien gobernada era aquélla
en la que el gobierno estaba a cargo de los pocos capacitados para gobernar
(quienes poseían la sabiduría para hacerlo). Por eso en su obra República termina proponiendo que sean
los filósofos quienes estén a cargo de la tarea de gobernar.
La
clasificación platónica adolece de un defecto: uno de sus criterios
fundamentales consiste en un criterio moral (la búsqueda del “bien común”). ¿Cómo
decidir qué es el “bien común” en una sociedad dividida en grupos cuyos
intereses están enfrentados?, ¿quién toma esa decisión? No existe ningún
elemento objetivo que nos permita resolver la cuestión. Veamos un ejemplo,
tomado de la historia ateniense. Durante mucho tiempo los campesinos se
encontraron sometidos a la esclavitud por deudas. Esto significa que si un
campesino contraía una deuda (y el acreedor era casi siempre un noble) y no
podía pagarla, se convertía en esclavo. En este sentido, el interés de los
campesinos y de los nobles era diametralmente opuesto, pues los campesinos
padecían la esclavitud mientras que los nobles disfrutaban de las ventajas de
ella. La cuestión fue dirimida por Solón (c. 638 – c. 558 a. C.), un dirigente
político ateniense que abolió la esclavitud por deudas.
La
resolución de abolir la esclavitud por deudas fue tomada atendiendo a la
presión de los campesinos. Se trató de una decisión política y no moral. Con
esto quiero señalar que la política es un terreno en el que los grupos sociales
luchan en defensa de sus intereses materiales. En el ejemplo anterior, los
campesinos peleaban por abolir la esclavitud por deudas, pues esa institución
los convertía en esclavos. Los campesinos tenían una concepción del “bien común”
diferente a la de los nobles. Ambos grupos (nobles y campesinos) defendían
intereses opuestos en relación a la esclavitud.
Si la
política es lucha de intereses entre grupos sociales, es claro que una
clasificación de las formas de gobierno basada en un criterio moral (el “bien
común”) resulta insuficiente. El mismo Platón había señalado en Republica que la polis era, en realidad, varias polis:
la polis de los ricos y la polis de los pobres. Sin embargo, esta
concepción de la política no se veía reflejada en la teoría de las formas de
gobierno.
Fue
Aristóteles (384-322 a. C.) quien dio el paso siguiente en la clasificación de
las formas de gobierno. La clave de esta nueva forma de pensar dicha
clasificación se encuentra en el Libro III de la Política. Si cabe afirmar que Aristóteles ya había realizado una
contribución imperecedera a la teoría social con su idea del carácter social de
los SH, su reformulación de la concepción platónica de las formas de gobierno
no se queda atrás en importancia. Desgraciadamente no podemos abordar aquí toda
la complejidad del Libro III, que va más allá de la teoría de las formas de
gobierno. Nos concentraremos en dicha teoría, en especial en la distinción
entre democracia y oligarquía.
Antes
de comenzar con el análisis de la teoría aristotélica, hay que decir algunas
palabras sobre su método de investigación. Aristóteles no se propuso sacar de
su cabeza la forma ideal de gobierno y contraponerla a la realidad de las polis de su tiempo. A diferencia de
Platón, quien culminó su obra República
esbozando los rasgos de una polis
ideal gobernada por los filósofos, Aristóteles se dedicó a estudiar cómo se
gobernaban las polis concretas, no
las ideales. Él y sus discípulos investigaron el régimen político de numerosas
ciudades griegas. De ese trabajo monumental ha llegado hasta nosotros la Constitución de Atenas, un trabajo
atribuido a Aristóteles en el que se presenta la historia política de Atenas y
se describen las características fundamentales de su gobierno. Esta vasta tarea
de investigación empírica sirvió de fundamento a la teoría desarrollada en Política.
Ahora
podemos pasar a examinar la teoría de las formas de gobierno. Aristóteles, que
al fin y al cabo había sido discípulo de Platón, comienza la exposición en el
lugar donde la había dejado su maestro.
“Es evidente (…) que
todos los regímenes que tienen por objetivo el bien común son rectos, según la
justicia absoluta; en cambio, cuantos atienden sólo al interés personal de los
gobernantes, son defectuosos y todos ellos desviaciones de los regímenes
rectos, pues son despóticos y la ciudad es una comunidad de hombres libres.”
(1279a, 11; pp. 170-171).
Una
vez establecido este criterio (el del “bien común”), pasa adelante y lo pone en
relación con el criterio cuantitativo (el número de personas que ejercen el
gobierno).
“Puesto que régimen
y gobierno significan lo mismo, y gobierno es el elemento soberano de las
ciudades, necesariamente será soberano, o uno solo, o pocos, o la mayoría;
cuando el uno o la minoría o la mayoría gobiernan atendiendo al interés común,
esos regímenes serán necesariamente rectos; pero los que ejercen el mando
atendiendo al interés particular del uno o de la minoría o de la masa son desviaciones.”
(1279a, 2; p. 171)
La
combinación de los dos criterios (el “bien común” y el número de personas que
gobiernan) permite establecer la siguiente clasificación: los regímenes en los
que se gobierna en función del interés común son la monarquía (una sola persona
ejerce el gobierno); la aristocracia (gobiernan unos pocos); república
(gobiernan muchos). Los regímenes en los que se atiende el interés particular
son: la tiranía (desviación de la monarquía), la oligarquía (desviación de la
aristocracia) y la democracia (desviación de la república).
Si
Aristóteles se hubiera quedado aquí, habría sido un continuador de Platón. Sin
embargo, da un salto cualitativo e incorpora un nuevo criterio en la
clasificación: el criterio de la clase social. Veamos este descubrimiento tal
como figura en el texto:
“Lo
que diferencia la democracia y la oligarquía es la pobreza y la riqueza. Y
necesariamente cuando ejercen el poder en virtud de la riqueza ya sean pocos o
muchos es una oligarquía, y cuando lo ejercen los pobres es una democracia.”
(1279b, 1280a; pp. 172-173).
En
unos pocos renglones y con la precisión que lo caracteriza, Aristóteles
reformula los criterios de clasificación. Deja de lado el criterio moral (el “interés
común”) y adopta el criterio de clase social (ricos o pobres). Con ello lleva
adelante una revolución en el pensamiento político. A partir de ella ya no se
trata de juzgar a los gobiernos en función de criterios morales, sino que hay
que estudiar a qué grupos sociales benefician. O, dicho de otro modo, cuáles
son las clases sociales que ejercen efectivamente el gobierno.
En
este sentido, la política es lucha por intereses materiales:
“Pero
sucede, como dijimos, que unos son pocos y otros muchos, pues pocos viven en la
abundancia, mientras que de la libertad participan todos. Por estas causas unos
y otros se disputan el poder.” (1280a;
p. 174).
La
revolución conceptual desarrollada por Aristóteles permite pararse desde otro
lugar al momento de examinar las luchas políticas y el Estado. Aristóteles
descubre la ciencia de la política al plantear la pertinencia del criterio de
clase al momento de clasificar las formas de gobierno. Dice de un modo claro
aquello que Platón formulaba de manera confusa. En política no se trata de
moral (de lucha por el “bien común”) sino de lucha de intereses materiales de
las distintas clases sociales. La política es el terreno en el que se
desenvuelven esas luchas.
La Política es un libro extraordinario, un
verdadero clásico de la filosofía política. Nosotros apenas hemos chapoteado un
poco en el océano de su contenido. Pero ese chapoteo nos permitió describir dos
grandes descubrimientos: el carácter social de los SH y el criterio de clase
para estudiar las formas de gobierno.
Ya
hemos avanzado bastante. Ahora tenemos que dejar el pensamiento político de la
Antigüedad. No disponemos de tiempo suficiente para examinar la filosofía
política medieval, así que pasaremos directamente a la Modernidad. Por eso,
antes de terminar la clase de hoy quiero decir unas palabras a modo de síntesis
de lo estudiado hasta aquí.
La
filosofía política de la Antigüedad (esta afirmación vale también para el
pensamiento medieval) se basó en la idea de la desigualdad natural de los SH.
Esto se ve, por ejemplo, en la justificación aristotélica de la esclavitud,
desarrollada en el Libro I de Política.
No podía ser de otra manera, dadas las relaciones de producción imperantes en
las sociedades precapitalistas. Una sociedad basada en la apropiación del
excedente campesino por una minoría que no trabaja, no puede darse el lujo de
afirmar que las personas son iguales. La democracia ateniense, que incorporó la
figura del ciudadano-trabajador, fue combatida por Platón pues éste consideraba
que era una aberración que todos los hombres pudieran participar del gobierno.
La
Modernidad, que en el plano del pensamiento político se despliega a partir del
siglo XVI, modificó drásticamente los fundamentos de la filosofía política. Su
idea base fue la noción de igualdad de los SH. Pasar de la filosofía política
antigua y medieval a la filosofía política moderna implica, pues, una serie de
transformaciones monumentales. En las clases siguientes intentaremos dar cuenta
de los rasgos fundamentales de esa gran transformación. Pero antes es preciso
estudiar la obra de un autor que se funda la Modernidad en el terreno del
pensamiento político, aunque por múltiples razones se trata de un autor que debe
ser ubicado en la transición entre el pensamiento clásico y el pensamiento
moderno. Ese autor es Maquiavelo (1469-1527).
En la
próxima clase vamos a comenzar la lectura de El príncipe. Enviaré una copia por
correo electrónico, así como también algunas indicaciones para la lectura.
Esto
es todo por hoy.
Villa
del Parque, jueves 2 de julio de 2020
ABREVIATURAS:
SH = Seres humanos
NOTAS:
[1] Aristóteles. (1988). Política. Madrid, España: Gredos. En
las citas empleo la notación marginal, complementada con la paginación de la
edición Gredos. La traducción española es de Manuela García Valdés.
[2] Wood, E
M. (2000). “El trabajo y la democracia antigua y moderna”. EN: Wood, E. M.
(2000). Democracia contra capitalismo: La renovación del materialismo
histórico. México D. F.: Siglo XXI. (p.220).
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