domingo, 1 de diciembre de 2019

ROUSSEAU, PRECURSOR DE LA TEORÍA DE LA HEGEMONÍA: EL DISCURSO SOBRE LA ECONOMÍA POLÍTICA


“La autoridad más absoluta es aquella que penetra hasta el interior
del hombre y no se ejerce menos sobre la voluntad que sobre las acciones.”
Jean-Jacques Rousseau



El filósofo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) participó en ese vasto proyecto intelectual conocido como la Enciclopedia. Sin embargo, Rousseau mantuvo una relación ambivalente con la Ilustración, el movimiento filosófico que engendró al mencionado proyecto. Para Rousseau el desarrollo del conocimiento no era necesariamente sinónimo de progreso, sino que, en las condiciones imperantes en la sociedad europea, generaba una mayor opresión y sometimiento de los seres humanos. Es por eso que mostró una especial preocupación por la forma de gobierno en que se había plasmado esa opresión, por comprender sus orígenes y por encontrar los caminos alternativos para construir otra organización social y política.  
Rousseau plasmó su crítica de las instituciones sociales y políticas en dos obras fundamentales: Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1754) y Del contrato social (1762). En ellas abordó, anticipándose a su concreción histórica, los problemas nodales de las democracias capitalistas. En especial, llevó adelante el análisis de la contradicción entre voluntad general y voluntad particular, que puede ser considerado como un esbozo precursor de la teoría de la hegemonía, desarrollada en el siglo XX por Antonio Gramsci (1891-1937). Una versión simplificada del citado análisis se encuentra en un trabajo menos conocido, el Discurso sobre la Economía política (1755). Al estudio de éste se encuentra dedicada la presente ficha.
Rousseau redactó el artículo Discours sur l’Économie politique para el tomo V de L’Encyclopédie (pp. 337-349), publicado en noviembre de 1755, bajo el título “Économie ou Œconomie (Morale et Politique)”. La segunda edición, cuyo título incluyó la palabra Discours, apareció en Ginebra en 1758.
En esta ficha se presentarán los principales aspectos del artículo. Nuestro propósito es resumir del modo más fiel posible el desarrollo del pensamiento de Rousseau, limitando al máximo los comentarios, aunque esto resulte muchas veces imposible dada la riqueza del tema. En la elaboración seguimos la estructura del trabajo original, que consta de una introducción y tres apartados.

Nota bibliográfica:
Para la redacción de la ficha utilicé la traducción española de José E. Candela: Rousseau, J.-J. (1985). Discurso sobre la Economía Política. Madrid: Tecnos. El traductor indica que es la primera edición en lengua castellana. Candela se basó en la edición francesa incluida en el volumen III de las Oeuvres complètes de Rousseau, editadas en la Bibliothèque de la Pléiade por la editorial Gallimard, París, 1964, pp. 241-278.
Abreviaturas:
EP = Economía política / SH = Seres humanos / VG = Voluntad general / VP= Voluntad particular.

La introducción está dedicada a distinguir el objeto de estudio analizado en el artículo. La EP se ocupa del “gobierno de la gran familia que es el estado” (p. 3). [1] Se distingue de la economía doméstica, que “no significa otra cosa que el sabio y legítimo gobierno de la casa, en pro del bien común de toda la familia.” (p. 3).
Desde el principio del artículo, Rousseau desarrolla una perspectiva crítica sobre el Estado:
“…la sociedad política (…) lejos de tener un interés natural en la felicidad de los particulares, busca con frecuencia el suyo propio en la miseria de éstos. (…) son inevitables los abusos y funestas sus consecuencias en toda sociedad en la que el interés público y las leyes carecen por completo de fuerza natural y son continuamente atacadas por el interés personal y las pasiones del jefe y demás miembros.” (p. 6).
Rousseau considera al Estado existente como un parásito de la sociedad; lo natural es el interés personal (el egoísmo) de los gobernantes;  el interés público carece “por completo de fuerza natural”, porque es artificial. En el párrafo precedente al citado, formula una crítica tanto a la monarquía como a la los regímenes electivos: “Si tenéis un solo jefe, estaréis bajo el arbitrio de un amo que carece de razones para amaros; si tenéis varios, deberéis soportar al tiempo su tiranía y sus divisiones.” (p. 6).
¿Por qué el Estado oprime a la sociedad?
Porque los gobernantes se rigen por su interés particular (el egoísmo) y no por el interés general. Así formulada la cuestión, parece que Rousseau repitiera el viejo argumento platónico sobre las formas de gobierno, clasificadas en base al respeto al bien común o a la búsqueda del interés particular (formas puras o impuras). Sin embargo, la perspectiva rousseauniana es más profunda. Luego de formular una descripción de la sociedad en términos organicistas [2], pone el acento en los lazos que unen a los individuos. Los miembros de la sociedad no permanecen unidos por simple yuxtaposición [3]:
“El cuerpo político es también un ser moral dotado de voluntad. Esa voluntad general, tendente siempre a la conservación y bienestar del todo y de cada parte, es el origen de las leyes y la regla de lo justo y de lo injusto para todos los miembros del estado, en relación con éste y con aquéllos.” (p. 9).
Ahora bien, Rousseau advierte que la conformación de la VG se ve obstaculizada por la existencia de grupos sociales con intereses particulares.
“Toda sociedad política se compone de otras sociedades más pequeñas y de diferente especie, cada una de las cuales posee sus intereses y sus máximas. Pero tales sociedades, que todos pueden ver por su forma exterior y autorizada, no son las únicas que existen realmente en el estado: todos los particulares reunidos en torno a un interés común componen otras tantas sociedades, permanentes o pasajeras, cuya fuerza, aun siendo menos aparente, no es menos real, y cuyas relaciones, si se examinan con detenimiento, nos proporcionan el verdadero conocimiento de las costumbres. Se trata de todas aquellas asociaciones, tácitas o formales, que tan variadamente modifican las apariencias de la voluntad pública mediante la influencia de la suya propia. La voluntad de dichas sociedades presenta siempre dos tipos de relaciones: para sus miembros, es una voluntad general; para la gran sociedad, es una voluntad particular. Con frecuencia es una voluntad recta bajo el primer aspecto y viciosa bajo el segundo.” (p. 11).
La “gran sociedad” (la sociedad en general) está constituida por una multiplicidad de “sociedades particulares”. En este marco, la VG aparece como abstracta frente a la solidez de los intereses personales existentes en cada sociedad particular. Rousseau apunta al problema fundamental de la política moderna: ¿cómo hacer que la voluntad particular de un grupo particular se constituye en VG de la “gran sociedad”? En otras palabras, ¿cómo se construye la hegemonía?
Antes de proseguir, es preciso señalar qué entendemos por hegemonía [4]. Dicho de manera muy rápida, la hegemonía es la transformación del interés particular de un grupo social en el interés general de toda la sociedad. En otras palabras, construir hegemonía significa naturalizar la dominación de una clase social y la forma de explotación correspondiente a esa dominación. La hegemonía, cuando es exitosa, permite reducir al mínimo el momento de la violencia en la dominación.
Rousseau examina los contornos del problema mucho antes de que éste se planteara de manera acuciante en la práctica política. En las sociedades precapitalistas, en las que la dominación se llevaba adelante con un componente mucho mayor de violencia directa, la hegemonía no tenía lugar (habida cuenta, además, de que los miembros de las clases explotadas no eran considerados iguales en términos jurídicos a los integrantes de la clase dominante). Rousseau es un precursor en este terreno.
En su análisis reconoce que el interés del individuo en el grupo particular es mucho mayor que el puesto en la “gran sociedad”:
“Pero por desgracia, el interés personal está siempre en razón inversa del deber y aumenta a medida que la asociación se hace más estrecha y el compromiso menos sagrado, lo cual es prueba infalible que la voluntad general es siempre la más justa y de que la voz del pueblo es en efecto la voz de Dios.” (p. 11).
Ahora bien, si lo único real, concreto, es el interés personal puesto en la asociación más cercana (la “pequeña sociedad”), la VG deviene una abstracción. Esto tiene graves consecuencias sociales pues, entre otras cosas, debilita el lazo social que une a los individuos. Esta problemática fue abordada posteriormente por Karl Marx (véase la contraposición Estado/sociedad civil en el artículo “Sobre la cuestión judía”) y por Emile Durkheim (consultar el concepto de anomia en La división del trabajo social).
Rousseau indica como la oposición entre VG y VP se manifiesta en las deliberaciones públicas:
“Examinad con cuidado lo que ocurre en cualquier deliberación y veréis que la voluntad general propende siempre al bien común, si bien existe siempre una escisión secreta, una confederación tácita que, en favor de miras particulares, elude la disposición natural de la asamblea. Así, pus, el cuerpo social se divide realmente en otros varios cuyos miembros adoptan una voluntad general que es buena y justa respecto de esos meros cuerpos, pero injusta y mala respecto del todo del que todos aquéllos se desvinculan.” (p. 12).
La existencia de estas VP plantea la cuestión de la VG. Mejor dicho, ¿cómo se constituye una VG en una sociedad escindida en VP? Rousseau nos pide que aceptemos la petición de principio consistente en reconocer la existencia de una VG que tiene por objetivo el bien común. Pero esto es precisamente lo que debe ser demostrado. La realidad de la sociedad burguesa es el egoísmo, el individualismo y las VP. De ahí que la construcción de la VG, fundamental para naturalizar la dominación, se vuelve una prioridad en la agenda política de la burguesía.
Por lo anterior, Rousseau resume así el contenido de la introducción: “Establecer la voluntad general como primer fundamento de la economía pública y como regla fundamental del gobierno” (p. 12).  Distingue así entre una economía pública en la que coinciden interés y voluntad entre el pueblo y los jefes (economía pública popular); otra en la que gobierno y el pueblo tengan intereses diferentes (economía pública tiránica).
Todo el trabajo intelectual de Rousseau tiene por objetivo la construcción de una forma de gobierno en la que coincidan VG y VP. En este sentido, el artículo sobre EP se continúa en Del contrato social.

En el primer apartado (pp. 13-19) desarrolla la primera máxima del gobierno legítimo y popular: “guiarse en todo por la voluntad general” (p. 13).
Ahora bien, ¿qué es concretamente la VG, siendo que existen multitud de voluntades particulares que se corresponden a cada una de las sociedades particulares que existen al interior de la “gran sociedad”? ¿Cuál puede ser el sustrato de esta VG?
Para responder al interrogantes, hay que tener presente que Rousseau es contractualista, es decir, que considera que existe un estado de naturaleza previo a la sociedad y que, por tanto, ésta última es una construcción “artificial” (en el sentido de no-natural), surgida de una convención entre los SH. Las personas constituyen la “gran sociedad” y, en particular, las instituciones políticas, para “asegurar los bienes, la vida y la libertad de cada miembro mediante la protección de todos” (p. 14). En este sentido, la “gran sociedad” muestra su superioridad frente a las sociedades particulares, pues su mayor tamaño permite proporcionar mayor protección a cada miembro de lo que podría hacer cada una de dichas sociedades particulares.
Pero la protección tiene sus costos. Thomas Hobbes (1588-1679), otro contractualista, señaló que para evitar la “guerra de todos contra todos” (su forma de concebir al estado de naturaleza) era preciso conformar un Estado omnipotente, frente al cual la libertad de las personas era cuestión subordinada. En palabras afines a Rousseau, Hobbes pensaba que la VG (el Estado) debía subordinar plenamente a la VP en aras de evitar la guerra civil y la vuelta al estado de naturaleza.
Rousseau piensa de manera diferente al filósofo inglés. [6] El Estado debe asegurar la libertad de las personas que lo integran, no someterla (más adelante veremos las contradicciones en las que entra Rousseau al emprender esta tarea). Su problema no es evitar la guerra de todos contra todos, sino impedir que el Estado suprima la libertad individual. A diferencia de los liberales, quienes sostienen que esto se logra poniendo límites constitucionales al poder estatal, Rousseau es consciente de que la misma instauración del Estado implica un recorte a la libertad: “no deja de ser cierto que si se puede constreñir mi voluntad yo no soy libre y que dejo de ser dueño de mi bien desde que otro puede tocarlo” (p. 14).  En otras palabras y por más que se disfrace la cuestión, reconocer la necesidad del Estado implica reconocer el recorte y/o supresión de la libertad.
Ahora bien, Rousseau en ningún momento se permite pensar que es preciso eliminar al Estado. [7] Su problema es cómo conciliar la VG (encarnada en el Estado) y la VP (la de cada uno de los SH que integran la “gran sociedad”).
“¿Cómo es posible que obedezcan sin que nadie ordene o que sirvan sin tener amo, siendo de hecho tanto más libres cuanto que, bajo una aparente sujeción, uno pierde la libertad sólo si ésta puede perjudicar a la de otro? Estos prodigios son obra de la ley. Es tan sólo a la ley a quien los hombres deben la justicia y la libertad. Es ese saludable órgano de la voluntad de todos quien establece, en el derecho, la igualdad natural de los hombres. Es esa voz celeste quien dicta a cada ciudadano los preceptos de la razón pública.” (p. 14-15).
Ahora bien, afirmar que la ley es garantía de libertad es algo que debe ser demostrado. En vez de resolver la cuestión, agrega una nueva complicación. Si la “gran sociedad” está constituida por sociedades particulares, ¿cómo evitar que la VG no sea otra cosa que la VP de una de dichas sociedades? Más en concreto, la burguesía, la más poderosa de esas sociedades particulares por detentar la propiedad de los medios de producción, presenta su interés particular como el interés general.
Rousseau propone una solución al problema, basada en la adopción de determinada actitud por los gobernantes:
“El interés más urgente del jefe y su deber más indispensable es velar por la observancia de las leyes de las que es ministro y sobre las cuales se funda toda su autoridad.” (p. 15).
Pero el “jefe” es parte de un grupo social (clase) y la ley expresa los intereses de ese grupo social y la correlación de fuerzas con los otros grupos sociales. Rousseau nos pide que aceptemos como petición de principio que el “jefe” puede ponerse por encima de los intereses particulares de cada grupo social. Dado que esto no se da nunca en la realidad de la sociedad dividida en clases, Rousseau se ve obligado a postular una especie de fetichismo de la ley. [8]
El fetichismo jurídico lleva a Rousseau a escribir frases como ésta: “La potencia de las leyes depende más de su propia sabiduría que de la severidad de los ministros” (p. 16). Si se toma al pie de la letra, la frase expresa una tontería, pues la potencia de las leyes proviene de las fuerzas sociales que están detrás de ellas. En este punto es mucho más lúcido Hobbes, quien expresó con sencillez que “los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno”. [9]
Rousseau sostiene que el gobierno que representa el bien común tiene que limitarse a ser garante de la ley y, cosa más importante todavía, conseguir que se venere a ésta. Nuestro filósofo considera que el gobernante debe evitar gobernar por la violencia y, en cambio, tiene que hacerlo por la ley. Prefigura así la teoría de la hegemonía. Obsérvese cómo presenta la cuestión en el siguiente pasaje:
“Como cualquier otro, el imbécil sumiso sabe castigar los crímenes, mientras que el verdadero hombre sabe prevenirlos; su respetable imperio se extiende más sobre las voluntades que sobre las acciones. Si el hombre de estado lograse que todo el mundo hiciese el bien, no tendría ya nada que hacer y la obra maestra de sus afanes sería la de permanecer ocioso. Cierto no, al menos, que el mayor talento de los jefes consiste en disfrazar su poder para hacerlo menos odioso y en conducir el estado de forma tan apacible que parezca no tener necesidad de conductores.” (p. 16-17).
La dominación es eficaz en la medida en que no se presenta como tal; mejor dicho, en la medida en que los dominados no la perciben como dominación, sino que se la representan como el orden natural de las cosas. Rousseau lo expresa con claridad:
“Si bueno es saber emplear a los hombres tal como son, mejor aún es tornarlos tal y como se necesita que sean. La autoridad más absoluta es aquella que penetra hasta el interior del hombre y no se ejerce menos sobre la voluntad que sobre las acciones. Cierto es que, a la larga, los pueblos son como los hacen los gobiernos. (…) todo príncipe que desprecie a sus súbditos se deshonra a sí mismo al mostrar que no ha sido capaz de hacerlos estimables. Formad pues a hombres si queréis mandar a los hombres y si pretendéis que las leyes sean obedecidas, haced leyes que puedan ser amadas, de forma que para cumplir lo debido baste con pensar que debe hacerse.” (p. 18-19).
La violencia física es el último recurso de la dominación eficaz. Rousseau prefigura el desarrollo de la hegemonía burguesa, cuyo elemento nodal consiste en lograr que el interés particular de la burguesía sea interiorizado como el interés propio de cada individuo, con independencia de la clase social a que pertenezca éste. Una vez que es interiorizada, la obediencia a la dominación deja de ser percibida como tal y pasa a ser considerada un deber.
Gobernar es, pues, producir a los gobernados.
Los Estados de la Europa de Rousseau hacían todo lo contrario a lo expuesto en el párrafo anterior:
“Mas nuestros gobiernos modernos, que creen haberlo hecho todo cuanto obtienen riqueza, ni capaces son de imaginar que es preciso o posible llegar a tales metas.” (p. 19).
La preocupación rousseauniana en formar ciudadanos expresa la nueva realidad de una sociedad basada en la producción de mercancías y en la explotación de trabajadores libres. Con una masa de ciudadanos compuesta por trabajadores asalariados, es decir, ni esclavos ni siervos, las viejas formas de dominación eran inútiles. Rousseau se adelanta al devenir del proceso histórico e indica la necesidad de moldear a esos trabajadores, de hacerles aceptar gustosos una libertad hecha a medida de la propiedad privada y la producción mercantil. No obstante, el proyecto rousseauniano presenta profundas contradicciones. Ante todo, porque Rousseau no acepta la acumulación de capital en la medida en que acentúa las diferencias de riqueza entre capitalistas y trabajadores. Su propuesta de limitar las fortunas lo lleva a proponer la conformación de un Estado capaz de ejercer un control cada vez más poderoso sobre la sociedad y, en definitiva, a acotar la libertad que dice promover. En definitiva, sus contradicciones prefiguran las que se dan en el seno de una democracia capitalista.

El segundo apartado (pp. 19-33) desarrolla la segunda regla de la economía pública: lograr que reine la virtud, es decir, “la conformidad de la voluntad particular a la general” (p. 19-20).
Este apartado puede ser considerado un corolario del anterior, pues la conformidad VG-VP requiere de un laborioso proceso de educación de los ciudadanos por el Estado. En este sentido,
“el mayor recurso de la autoridad pública se encuentra en el corazón de los ciudadanos y que cuando se quiere mantener el gobierno nada puede suplantar a las costumbres. Más que gentes de bien que sepan administrar las leyes, hay, en el fondo, gentes honestas que saben obedecerlas.” (p. 20; el resaltado es mío – AM-).
Un “buen gobierno” (las comillas son mías) es aquél que sabe naturalizar la dominación, aquél que logra que obedecer se vuelva costumbre. Si aceptamos (cosa que Rousseau rechazaría) la imposibilidad de lograr la conformidad entre VG y VP en las condiciones de una sociedad dividida en clases sociales, queda el hecho innegable de que el capitalismo, basado en la explotación del trabajo asalariado de trabajadores libres, requiere una dominación basada en la costumbre y no en la fuerza.
Rousseau fustiga a los “jefes” que gobiernan en pos de su interés particular. Pero lo más importante del segundo apartado es la afirmación de la necesidad de la educación pública, que enseñe a los ciudadanos a ser “buenos”. El núcleo de esa educación no es novedoso: patriotismo.
“El amor a la patria es el medio más eficaz, porque (…) el hombre es virtuoso cuando su voluntad particular es en todo conforme a la voluntad general y quiere aquello que quieren las gentes que él ama.” (p. 22-23).
Aquí aparece una limitación del proyecto político rousseauniano, que no es otro que el de la burguesía en su forma más radical, pues la conformidad entre VG y VP jamás abarca a toda la Humanidad. Todo lo contrario, subsisten esas sociedades particulares que son las naciones.
“Parece que el sentimiento humano se evapora y debilita cuando se reparte por toda la Tierra, de modo que nos afectan menos las calamidades de Tartaria o del Japón que las de un pueblo europeo. En cierta forma, es preciso limitar y reducir el interés y la conmiseración para poder activarlos. Ahora bien, como quera que esa tendencia sólo beneficia a los que con nosotros conviven, es bueno que la humanidad concentrada entre conciudadanos adquiera en ellos una fuerza renovada gracias al hábito de verse y al interés común que los reúne. Verdad es que los mayores prodigios de la virtud fueron realizados por amor a la patria.” (p. 23). 
Según lo expuesto, la “conformidad” entre VG y VP sólo puede plasmarse al interior del espacio nacional. Por fuera de éste, impera el estado de naturaleza. [10] No se trata de un planteo teórico. El surgimiento y consolidación de los Estados nacionales estuvo acompañado por continuas guerras entre ellos, las cuales eran cada vez más devastadoras habida cuenta el desarrollo de los medios técnicos de la guerra y el incremento del número de efectivos de los ejércitos. En su Discurso sobre el origen de la desigualdad y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1754), Rousseau hizo una crítica lapidaria de la situación:
“Los cuerpos políticos, al quedar de este modo en estado de naturaleza entre sí, se resintieron pronto de los inconvenientes que habían forzado a los particulares a salir de él, y ese estado se hizo aún más funesto entre esos grandes cuerpos de lo que antes lo había sido entre los individuos de que estaban compuestos. De ahí salieron las guerras nacionales, las batallas, los asesinatos, las represalias que hacen estremecer a la naturaleza y chocan a la razón, y todos esos prejuicios horribles que sitúan en el rango de las virtudes al honor de derramar la sangre humana. Las personas más honestas aprendieron a contar entre sus deberes el de degollar a sus semejantes; se vio finalmente a los hombres masacrarse a millares sin saber por qué; y se cometían más asesinatos en un solo día de combate  y más horrores en la toma de una sola ciudad de los que se habían cometido en estado de naturaleza durante siglos enteros en toda la faz de la tierra. Tales son los primeros efectos que se perciben de la división del género humano en diferentes sociedades.” [11]
La afirmación del patriotismo tiene las consecuencias señaladas en el párrafo anterior. A pesar de ello, Rousseau se ve obligado a postular la afirmación del sentimiento patriótico como política de Estado, pues es el único remedio que encuentra para impedir la disgregación de la “gran sociedad” en una multitud de sociedades particulares. Además, la VG expresada por la “gran sociedad” no es otra cosa que la voluntad de la sociedad particular más poderosa en el capitalismo: la burguesía, dueña de los medios de producción. Es por ello que la construcción de esa VG es, en definitiva, la conformación de la hegemonía burguesa.
El Estado debe, pues, desarrollar una educación pública cuyo eje sea el patriotismo. Sin embargo, no basta con ello. La inculcación de una ideología es un acto abstracto si esa ideología no se plasma en ciertas condiciones materiales. Esto está expresado en el siguiente pasaje:
“¿Queremos que los pueblos sean virtuosos?, empecemos pues por hacerles amar a la patria; pero ¿cómo podrán amarla si para ellos la patria no representa algo distinto de lo que representa para los extranjeros y ella sólo les da lo que nadie les puede negar? Sería aún peor si el pueblo no pudiera gozar ni siquiera de la seguridad civil, quedando sus bienes, su vida o su libertad a discreción de los poderosos sin que al pueblo le fuera posible o permitido atreverse a reclamar las leyes. Sometido así a los deberes propios del estado civil, privado incluso de los derechos del estado de naturaleza, y sin poder defenderse por la fuerza, el pueblo se vería reducido a la peor condición en la que un hombre libre puede verse y la palabra patria sólo tendría para él un odioso y ridículo sentido. “(p. 24-25)
La educación en el patriotismo debe ir acompañada por la efectiva incorporación del pueblo a la patria; en otras palabras, se requiere de un mínimo de concesiones de la clase dominante para hacer patriotas a los trabajadores y demás sectores populares. En este punto entra a jugar la economía pública, pues ella debe arbitrar los medios para proveer a cada ciudadano del mínimo de bienes y servicios necesarios para garantizar su “lealtad” a la patria:
“¿No consiste el compromiso del cuerpo de la nación en proveer con el mismo cuidado a la conservación del último de sus miembros y a la de todos los demás? ¿Y es menos causa común la salud de un ciudadano que la de todo el estado? (…) si llegara a mis oídos que se le permite al gobierno sacrificar a un inocente para salvar a la multitud, tomaría esta máxima como una de las más execrables que jamás haya inventado la tiranía, como la más falsa que proponerse pueda, como la más peligrosa que pueda admitirse y como la más directamente opuesta a las leyes de la sociedad.” (p. 25-26).
Desde la perspectiva de Rousseau, la existencia de grandes diferencias sociales genera voluntades particulares mucho más poderosas que la VG. Mejor dicho, la VP de los dueños de la propiedad se convierte en VG y la “gran sociedad” se mantiene unida sólo por la violencia:
“La ley de la que se abusa, tanto sirve al poderoso de arma ofensiva como de escudo contra el débil, y el pretexto del bien público es siempre el más peligroso azote del pueblo. (…) El mayor mal está ya hecho cuando existen pobres que defender y ricos que contener.” (p. 28).
A diferencia de los liberales, para quienes la creación de condiciones que permitan el desarrollo del egoísmo y el consiguiente enriquecimiento de los individuos constituye el camino para asegurar el bienestar de toda la comunidad, Rousseau entiende que la agudización de las diferencias sociales pone en peligro la existencia misma de la “gran sociedad”. Por ello, deposita en el Estado, expresión de la VG, la constitución de un orden social que lime lo más posible las diferencias, sin suprimir la propiedad privada. Tanto la agudeza de la crítica rousseauniana de las condiciones sociales propias de una sociedad mercantil, como las limitaciones de su proyecto político, se encuentran contenidas aquí. Del cruce de esa crítica y de esas limitaciones surge un esbozo de teoría de la hegemonía que arroja luz sobre la dominación de la burguesía. Desde ya que estoy forzando la interpretación, puesto que Rousseau vivió en un contexto en el que la necesidad de la hegemonía estaba en ciernes. Pero considero que resulta útil leer a los clásicos desde una perspectiva rabiosamente política, anclada en las necesidades del presente. En todo caso, para quienes estén interesados en establecer con la mayor fidelidad posible el pensamiento de Rousseau sobre el tema a o el tema b existe una multitud de trabajos disponibles.
Rousseau define así las tareas del Estado:
“Así pues, uno de los más importantes asuntos del gobierno consiste en prevenir la extrema desigualdad de las fortunas, pero no incrementando los tesoros de los que los poseen, sino impidiendo por todos los medios que los acumulen; tampoco construyendo hospitales para pobres, sino preservando a los ciudadanos de caer en la pobreza.” (p. 28-29).
Como indicamos más arriba, Rousseau se ubica en la vereda opuesta a la de la EP clásica. Propone limitar la acumulación de capital para evitar la profundización de la desigualdad social. Tarea imposible, pues no existe capitalismo sin reproducción ampliada del capital, es decir, sin acumulación. Tarea imposible, pues Rousseau no saca los pies del plato de la propiedad privada, y el desarrollo de ésta exige la acumulación de capital. No es posible mantener la riqueza privada en límites preestablecidos. Tarde o temprano salta esos límites, pues su tendencia intrínseca es la búsqueda de ganancias y la acumulación. La democracia radical propuesta por Rousseau se estrella contra esta imposibilidad.
El egoísmo promueve el individualismo, y éste último estimula la acumulación de riqueza por los particulares. Rousseau hace intervenir en este punto a la educación, cuya tarea (que va de la manco con la ya mencionada de promover el patriotismo) consiste en disolver ese egoísmo [12]:
“La educación pública según reglas dictadas por el gobierno y los magistrados nombrados por el soberano, constituye, pues, una de las principales máximas del gobierno fundamental o legítimo. Si los niños son educados en común según el principio de la igualdad, se les inculcan las leyes del estado y las máximas de la voluntad general (…) sin duda se amarán mutuamente como hermanos, jamás desearán otra cosa que lo que la sociedad desee” (p. 31-32; el resaltado es mío – AM-).
La democracia radical termina postulando el más rígido control de la voluntad de los ciudadanos por el Estado. La VP no es otra cosa que una voluntad moldeada por el Estado desde la primera infancia.

El tercer apartado (pp. 34-56) está dedicado al estudio del modo en que pueden ser satisfechas las necesidades públicas o, dicho de manera más precisa, la subsistencia de los ciudadanos. Trata de la economía “en relación con la administración de los bienes” (p. 34).
Desde el punto de vista de esta ficha, cuyo eje es la noción de hegemonía, este apartado presenta menos interés. Sin embargo, contiene algunas cuestiones relevantes.
En primer lugar, Rousseau enuncia que la propiedad privada es el núcleo del Estado y, por ende, de la sociedad:
“El derecho de propiedad es el más sagrado de todos los derechos de los ciudadanos, y es más importante, en ciertos aspectos, que la misma libertad. (…) la propiedad es el verdadero garante de los compromisos de los ciudadanos.” (p. 34; el resaltado es mío – AM-).
La dureza de la crítica de Rousseau a la propiedad privada [13] no resulta obstáculo para que nuestro filósofo considere que esa propiedad es el pilar de la sociedad. La democracia radical busca una estructura social basada en la pequeña propiedad individual, en la que el Estado controla las diferencias de riqueza e inculca el patriotismo a los ciudadanos mediante la educación pública.
En segundo lugar, sostiene que para proveer a las necesidades del Estado conviene dotar a éste de tierras propias [14], para evitar cargar a los particulares con impuestos.
En tercer lugar, Rousseau piensa que el Estado debe cumplir un rol activo en asegurar a los ciudadanos un mínimo de bienes.
“El verdadero secreto de las finanzas y la fuente de la riqueza consiste en la distribución de los productos agrícolas, del dinero y de las mercancías en una justa proporción y según el tiempo y el lugar, siempre que los administradores sean capaces de altas miras.” (p. 40).
Aquí correspondería formular una comparación entre la perspectiva rousseauniana del papel del Estado y la de los liberales (v. gr. Adam Smith). No disponemos de tiempo para realizar dicha tarea.  No obstante, podemos afirmar que Rousseau es especialmente consciente del hecho de que la economía mercantil genera egoísmo, y que éste profundiza las divisiones sociales. De ahí su preocupación por limitar ese egoísmo.
El Discurso sobre la Economía política forma una unidad con el ya mencionado Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres y con Del contrato social. En conjunto, estas obras proporcionan un panorama de la crítica de Rousseau a la economía mercantil y al Estado absolutista, así como también dan cuenta de los límites de la democracia radical rousseauniana.

Parque Avellaneda, domingo 1 de diciembre de 2019

NOTAS:
[1] Respeto la grafía adoptada por el traductor, en la que la palabra “Estado” es escrita con minúscula. En mis comentarios la escribo con mayúscula.
[2] “El cuerpo político, individualmente considerado, puede entenderse como un cuerpo organizado, vivo y similar al del hombre. El poder soberano representa la cabeza; las leyes y las costumbres son el cerebro, origen de los nervios y sede del entendimiento, de la voluntad y de los sentidos, cuyos órganos son los jueces y magistrados; el comercio, la industria y la agricultura son la boca y el estómago que preparan la substancia común; las finanzas públicas son la sangre de una sabia economía que, desempeñando las funciones del corazón, distribuye por todo el cuerpo el alimento y la vida; los ciudadanos son el cuerpo y los miembros que hacen que la máquina se mueva, viva y trabaje, de modo que cualquier herida que ésta sufra en una de sus partes llevaría de inmediato una impresión dolorosa al cerebro si es buena la salud del animal.” (p. 8-9).
[3] Rousseau se refiere a la existencia de un “yo común al todo, la sensibilidad recíproca y la correspondencia interna entre todas las partes. Si cesa dicha comunidad, desaparece la unidad formal” (p. 9).
[4] Me baso en la definición formulada por el sociólogo argentino Adrián Piva: “La realización de la hegemonía burguesa sólo se alcanza (…) en la Forma del Estado. Es en el Estado, en ese lento y dificultoso desarrollo de mecanismos institucionales e ideológicos de canalización de las contradicciones sociales donde, en una «sucesión de equilibrios inestables», se presenta a cada momento el interés particular de la burguesía como interés general.” (Piva, A., Acumulación y hegemonía en la Argentina menemista, Buenos Aires, Biblos, p. 69). Piva se propone recuperar una interpretación del concepto según la cual la hegemonía es una forma histórica de la lucha de clases, una etapa de la dominación burguesa caracterizada por la capacidad de la clase dominante de realizar concesiones materiales a la clase trabajadora y, de ese modo, convertir su interés particular de clase explotadora en el “interés general de toda la sociedad”.
[6] Rousseau describe el estado de naturaleza en la primera parte del Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Allí puede leerse: “veo un animal menos fuerte que unos, menos ágil que otros, pero en conjunto organizado más ventajosamente que cualquiera de todos ellos. Lo veo saciándose bajo un roble, apagando su sed en el primer arroyo, encontrando su lecho al pie del mismo árbol que le ha proporcionado su comida, y ya están sus necesidades satisfechas.” (Rousseau, Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, incluido en Rousseau, J.-J., Del Contrato social, Madrid, Alianza, 2000, p. 236). Esta autosuficiencia de los primitivos SH hace que no precisen luchar con sus congéneres.
[7] Como tampoco plantea la eliminación de la propiedad privada, aunque es plenamente consciente de los males provocados por ella. A modo de ejemplo, transcribo el siguiente pasaje del ya mencionado Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres: “El primero al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir esto es mío y encontró personas lo bastante simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, miserias y horrores no habría ahorrado al género humano quien, arrancando las estacas o rellenando la zanja, hubiera gritado a sus semejantes: « ¡Guardaos de escuchar a este impostor!; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es de nadie»” (Rousseau, op. cit., p. 276).
[8] Es importante recordar al respecto la crítica de Rosa Luxemburgo al fetichismo jurídico: “Ninguna ley obliga al proletariado a someterse al yugo del capitalismo. La pobreza, la carencia de medios de producción, obligan al proletariado a someterse al yugo del capitalismo. Y no hay ley en el mundo que le otorgue al proletariado los medios de producción mientras permanezca en el marco de la sociedad burguesa, puesto que no son las leyes sino el proceso económico los que han arrancado los medios de producción de manos de los explotadores. Tampoco la explotación dentro del sistema de trabajo asalariado se basa en leyes. (…) El fenómeno de la explotación capitalista no se basa en una disposición legal sino en el hecho puramente económico de que en esta explotación la fuerza de trabajo desempeña el rol de una mercancía que posee, entre otras, la característica de producir valor: que excede al valor que se consume bajo la forma de medios de subsistencia para el que trabaja. En síntesis, las relaciones fundamentales de la dominación de la clase capitalista no pueden transformarse mediante la reforma legislativa, sobre la base de la sociedad capitalista, porque estas relaciones no han sido introducidas por las leyes burguesas, ni han recibido forma legal.” (Luxemburgo, R., Reforma o revolución, Buenos Aires, Arte Gráfico Editorial Argentino, p. 92; el resaltado es mío – AM-).

[9] Hobbes, Th., Leviatán, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 137.

[10] Rousseau ya se había referido a la misma cuestión en el primer apartado del artículo: “aunque la voluntad del estado sea general para sus miembros, no lo es para los otros estados ni para sus miembros respectivos; para éstos resulta ser una voluntad particular e individual cuya regla de justicia deriva de la naturaleza, lo cual está también comprendido en el principio antes expuesto, ya que en ese caso la gran ciudad del mundo pasa a ser el cuerpo político cuya ley de naturaleza es siempre la voluntad general, y cuyos estados y miembros particulares sólo son miembros individuales.” (p. 10). Pero la naturaleza no posee ninguna espada para hacer cumplir las leyes; en la práctica, cada Estado utiliza el poder que dispone para garantizar su independencia y, eventualmente, someter a otros Estados.

[11] Rousseau, Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, incluido en Rousseau, J.-J., Del Contrato social, Madrid, Alianza, 2000, p. 295-296.

[12] “Ese interés persona que aísla de tal modo a los particulares que el estado se debilita ante su potencia y nada puede esperar de la buena voluntad de aquéllos.” (p. 33).

[13] Ver la nota 7.

[14] Denomina dominio público a estas tierras.

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