miércoles, 20 de noviembre de 2019

PARA LA LIBERTAD: EL DISCURSO DE CONSTANT SOBRE LOS ANTIGUOS Y LOS MODERNOS




“Perdido en la multitud, el individuo casi nunca ve su influencia.
Su voluntad jamás deja huella en la colectividad,
nada confirma ante sus propios ojos el influjo de la cooperación.” (p. 6)
Benjamin Constan.

Benjamin Constant (1767-1830) es una de las figuras más significativas del liberalismo francés. Su discurso “Sobre la libertad de los antiguos comparada a la de los modernos” (1819), pronunciado en el Athénée Royal de París, constituye una precisa caracterización del régimen político defendido por los liberales franceses en las primeras décadas del siglo XIX. Constant se presenta como heredero de la RF, claro que la herencia que reconoce no es la de los sans-culottes. En el marco del debate sobre los resultados de la RF, Constant afirma que la Revolución fue un éxito porque culminó en la consolidación del gobierno representativo; la RF queda reducida a una mera lucha institucional.
Pero el discurso “Sobre la libertad” puede examinarse desde otra perspectiva, que podemos caracterizar como sociológica. Constant se esfuerza por poner en relación el régimen político con la forma en que cada sociedad produce su existencia. De ese modo, las formas de gobierno no derivan de la labor genial de un legislador mítico, que las saca completitas de su cabeza, sino que se encuentran condicionadas por el régimen de producción y la organización social. Hay que indicar que Constant deja de lado la cuestión de la lucha de clases como otro de los elementos centrales en la comprensión de un determinado régimen político.
Nota bibliográfica:
Utilicé la traducción española de Carlos Patiño Gutiérrez, publicada en Libertades, verano de 2013.
Abreviaturas:
RF = Revolución Francesa (1789)

Constant se propone estudiar las diferencias entre dos tipos de libertad: la de los pueblos antiguos y la de las naciones modernas.
Su punto de partida es el reconocimiento de que la RF tuvo un final “feliz”, consistente en el establecimiento de un gobierno representativo, forma desconocida por “los pueblos libres de la Antigüedad” (p. 1).
Constant examina los casos de Esparta, los galos, Roma. En ninguno de ellos había gobierno representativo. Ésta forma de gobierno fue un
“descubrimiento de los modernos (…) el estado de la especie humana en la Antigüedad no permitía a una institución de esta naturaleza introducirse o establecerse. Los pueblos antiguos no podían ni sentir su necesidad ni apreciar sus ventajas. Su organización social la conducía a una libertad completamente diferente a aquélla que nuestro sistema nos asegura.” (p. 2).
La afirmación formulada aquí por Constant tiene gran importancia, pues sugiere la existencia de una relación entre la organización social y la organización política; más claramente, la segunda condiciona a la primera. Se trata de una perspectiva materialista de la cuestión de las formas de gobierno.
Ahora bien, ¿qué es la libertad para un francés, un inglés, un estadounidense? En otras palabras, ¿en qué consiste la libertad para los modernos?
Formula la siguiente enumeración: 1) someterse a las leyes (y a nadie más); 2) no ser arrestado por la voluntad arbitraria de uno o varios; 3) decir su opinión; 4) ejercer (y elegir) una profesión; 5) derecho de reunión; 6) “derecho, para cada uno de ellos, de influir en la administración del gobierno”, ya sea por medio de funcionarios o por representante, peticiones, etc. (p. 3).
En cambio, ¿qué era la libertad para los antiguos?
Constant resume el concepto de la libertad antigua en tres puntos: 1) ejercicio colectivo (y directo) de la soberanía; 2) deliberación en la plaza pública sobre asuntos tales como la guerra y la paz, tratados de alianza, votación de las leyes, pronunciamiento de sentencias, examen de las finanzas y de los actos de los funcionarios; 3) subordinación absoluta del individuo al todo. Éste último punto es fundamental y lo sintetiza de la siguiente manera:
“Todas las acciones privadas están sometidas a una vigilancia severa. Nada se dejaba a la independencia individual, ni las opiniones, ni las profesiones, ni sobre todo la religión. (…) Las leyes regulan las costumbres y como las costumbres lo abarcan todo, no hay nada que las leyes no regulen.” (p. 3).
A partir de lo anterior, Constant indica las diferencias entre la posición del individuo en la Antigüedad y en la Modernidad:
“Entre los antiguos, el individuo, soberano casi habitual en los asuntos públicos, es esclavo en todas las relaciones privadas.” (p. 3).
Entre los modernos (…) el individuo – independiente en su vida privada – no es, incluso en los Estados más libres, soberano sino en apariencia. Su soberanía está restringida, casi siempre suspendida; y si en épocas concretas (aunque raras), durante las cuales se satura de precauciones y obstáculos, ejerce esta soberanía, no es sino para abdicarla después.” (p. 3; el resaltado es mío – AM-).
La diferencia entre una y otra situación hace que Constant se formule la siguiente pregunta: ¿Cuál es el origen de la diferencia esencial entre antiguos y modernos?
El reducido tamaño de las repúblicas antiguas tuvo como consecuencia el desarrollo de una fuerte beligerancia contra los vecinos. Cada una de ellas resguardaba su libertad al precio de la guerra. Además, “todos estos Estados tenían esclavos” (p. 3), de lo que se derivaba que “las profesiones mecánicas e incluso, en algunas naciones, las profesiones industriales se confiaran a las manos atadas por cadenas.” (p. 3-4).
En cambio, en la actualidad [Constant escribe en 1819], los Estados más pequeños son más grandes que Esparta o Roma [en el caso romano, se refiere a los cinco siglos de República, no al Imperio]. Existe una masa de personas “homogénea en su naturaleza (…) cuya tendencia uniforme se dirige hacia la paz” (p. 4).
¿Qué hay detrás de las diferencias esenciales entre Antiguos y Modernos?
Constant sostiene que la diferencia entre guerra y comercio se encuentra detrás de las dos formas de libertad mencionadas. Guerra y comercio son “dos maneras diferentes de lograr el mismo objetivo: el de poseer lo que uno desea. (…) El comercio no es sino una ofrenda a la fuerza del poseedor por parte del aspirante a la posesión. (…) Es una forma más suave y más segura de comprometer el interés de otros para consentir a la conveniencia del interés propio.” (p. 5).
Llegados a este punto, corresponde decir que Constant plantea la oposición guerra - comercio de un modo abstracto. El desarrollo del comercio implica la expansión de la producción mercantil y de la división del trabajo. Esto requiere, a su vez, del desarrollo de la propiedad privada de los medios de producción.
 En la Modernidad [una manera elegante de decir en el capitalismo, pues la Modernidad que conocemos es capitalista], “hemos llegado a la época en que el comercio debe sustituir a la guerra.” (p. 5). El comercio es hoy “el estado ordinario, el objetivo único, la tendencia universal, la vida verdadera de las naciones.” (p. 5). Constant va más allá y reconoce que detrás del comercio se encuentra la industria, “la fuente del bienestar” (p. 5). No hay más esclavos, consecuencia de la expansión del comercio, la religión, el progreso intelectual y moral de la especie humana. Por ende, “los hombres libres deben ejercer todas las profesiones y satisfacer para todos las necesidades de la sociedad.” (p. 5).
Ahora bien, la vida moderna conspira contra la participación política de los individuos (la extensión de los Estados – y de la población – reduce cada vez más la influencia de cada individuo. Éste está ocupado en el comercio y/o en la industria.
“El comercio (…) inspira a los hombres un vivo amor por la independencia individual. El comercio atiende a sus necesidades, satisface sus deseos, sin intervención de la autoridad.” (p. 5).
Por el contrario, la intervención del Estado en el comercio es un estorbo que perjudica a los particulares.
A continuación, aborda luego el caso de Atenas. Se trata de la república antigua más parecida a los modernos. Dedicada al comercio. Sus ciudadanos tenían más libertad individual que los de Roma y Esparta.
En definitiva,
“No podemos disfrutar, ya no, de la libertad de los antiguos, que consistía en la participación activa y constante en el poder colectivo. Nuestra libertad consiste en el pacífico disfrute de la independencia privada.” (p. 6).
Constant describe (y se anticipa) la alienación del individuo en la sociedad capitalista:
“Perdido en la multitud, el individuo casi nunca ve su influencia. Su voluntad jamás deja huella en la colectividad, nada confirma ante sus propios ojos el influjo de la cooperación.” (p. 6).
La afirmación anterior abre perspectivas que Constant no desarrolla. Si la Modernidad se basa en la libertad del individuo, ésta queda reducida al egoísmo individual, pues cada persona carece de influencia sobre su comunidad. El desarrollo del capitalismo (¿qué otra cosa es la Modernidad hasta la actualidad?] se traduce en individuos rabiosamente egoístas, cada uno de los cuales tiene una aguda percepción de su soledad en un mundo cada vez más interdependiente.
La transformación radical de la comunidad precapitalista [tema abordado ampliamente por la sociología del siglo XIX], erosionada por la economía mercantil, se traduce, por tanto, en la producción en serie de individuos egoístas.
“El objetivo de los antiguos era el reparto del poder social entre todos los ciudadanos de la misma patria; eso era lo que llamaban libertad. El objetivo de los modernos es la seguridad en el goce privado y llamamos libertad a los garantías concedidas por las instituciones para ese goce.” (p. 6).
De ahí que el individuo moderno privilegia la libertad que le permite atrincherarse detrás de su propiedad. El discurso de Constant se refiere a un tipo especial de individuo: el individuo propietario. Para esta “especie” se hizo la RF: Constant revela así el secreto de las revoluciones burguesas.
“La independencia individual es la primera necesidad de los modernos, por lo tanto no hay que exigir nunca su sacrificio para establecer la libertad política.” (p. 8).
Los liberales del pasado no tenían ningún inconveniente en hablar claro. Constant no tiene ningún prurito en afirmar que los propietarios son más fuertes que el poder político.
“Sus gobiernos [de los antiguos] eran más fuertes que los particulares; en nuestros días los particulares son más fuertes que los poderes políticos; la riqueza es una fuerza más disponible en todo momento, más conveniente a todos los intereses y, en consecuencia, más real y mejor obedecida.” (p. 11).
En rigor, la afirmación de Constant es parcialmente correcta. En la Modernidad capitalista no son los particulares quienes poseen más poder que el gobierno (sería más preciso hablar de Estado); es el capital quien ejerce el verdadero poder detrás del trono. Si no hay crecimiento económico, el Estado se convierte en un mendigo que suplica al capital que se digne a invertir para recomenzar la reproducción ampliada de la economía.
Constant concluye su discurso defendiendo la necesidad del sistema representativo. Además, critica a Rousseau y su defensa de la democracia directa. Esto resulta absolutamente coherente con la libertad de los modernos.

Parque Avellaneda, miércoles 20 de noviembre de 2019

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