“Perdido en la multitud, el individuo casi nunca
ve su influencia.
Su voluntad jamás deja huella en la colectividad,
nada confirma ante sus propios ojos el influjo de
la cooperación.” (p. 6)
Benjamin Constan.
Benjamin
Constant (1767-1830) es una de las figuras más significativas del liberalismo
francés. Su discurso “Sobre la libertad de los antiguos comparada a la de los
modernos” (1819), pronunciado en el Athénée Royal de París, constituye una
precisa caracterización del régimen político defendido por los liberales
franceses en las primeras décadas del siglo XIX. Constant se presenta como
heredero de la RF, claro que la herencia que reconoce no es la de los sans-culottes. En el marco del debate
sobre los resultados de la RF, Constant afirma que la Revolución fue un éxito
porque culminó en la consolidación del gobierno representativo; la RF queda
reducida a una mera lucha institucional.
Pero
el discurso “Sobre la libertad” puede examinarse desde otra perspectiva, que
podemos caracterizar como sociológica. Constant se esfuerza por poner en
relación el régimen político con la forma en que cada sociedad produce su existencia.
De ese modo, las formas de gobierno no derivan de la labor genial de un
legislador mítico, que las saca completitas de su cabeza, sino que se encuentran
condicionadas por el régimen de producción y la organización social. Hay que
indicar que Constant deja de lado la cuestión de la lucha de clases como otro
de los elementos centrales en la comprensión de un determinado régimen
político.
Nota bibliográfica:
Utilicé
la traducción española de Carlos Patiño Gutiérrez, publicada en Libertades, verano de 2013.
Abreviaturas:
RF
= Revolución Francesa (1789)
Constant
se propone estudiar las diferencias entre dos tipos de libertad: la de los pueblos antiguos y la de las naciones modernas.
Su
punto de partida es el reconocimiento de que la RF tuvo un final “feliz”,
consistente en el establecimiento de un gobierno
representativo, forma desconocida por “los pueblos libres de la Antigüedad”
(p. 1).
Constant
examina los casos de Esparta, los galos, Roma. En ninguno de ellos había
gobierno representativo. Ésta forma de gobierno fue un
“descubrimiento de los modernos
(…) el estado de la especie humana en la Antigüedad no permitía a una
institución de esta naturaleza introducirse o establecerse. Los pueblos
antiguos no podían ni sentir su necesidad ni apreciar sus ventajas. Su
organización social la conducía a una libertad completamente diferente a
aquélla que nuestro sistema nos asegura.” (p. 2).
La
afirmación formulada aquí por Constant tiene gran importancia, pues sugiere la
existencia de una relación entre la organización social y la organización
política; más claramente, la segunda condiciona a la primera. Se trata de una
perspectiva materialista de la cuestión de las formas de gobierno.
Ahora
bien, ¿qué es la libertad para un francés, un inglés, un estadounidense? En
otras palabras, ¿en qué consiste la libertad
para los modernos?
Formula
la siguiente enumeración: 1) someterse a las leyes (y a nadie más); 2) no ser
arrestado por la voluntad arbitraria de uno o varios; 3) decir su opinión; 4)
ejercer (y elegir) una profesión; 5) derecho de reunión; 6) “derecho, para cada
uno de ellos, de influir en la administración del gobierno”, ya sea por medio
de funcionarios o por representante, peticiones, etc. (p. 3).
En
cambio, ¿qué era la libertad para los
antiguos?
Constant
resume el concepto de la libertad antigua en tres puntos: 1) ejercicio
colectivo (y directo) de la soberanía; 2) deliberación en la plaza pública
sobre asuntos tales como la guerra y la paz, tratados de alianza, votación de
las leyes, pronunciamiento de sentencias, examen de las finanzas y de los actos
de los funcionarios; 3) subordinación absoluta del individuo al todo. Éste
último punto es fundamental y lo sintetiza de la siguiente manera:
“Todas las acciones privadas
están sometidas a una vigilancia severa. Nada se dejaba a la independencia
individual, ni las opiniones, ni las profesiones, ni sobre todo la religión.
(…) Las leyes regulan las costumbres y como las costumbres lo abarcan todo, no
hay nada que las leyes no regulen.” (p. 3).
A
partir de lo anterior, Constant indica las diferencias entre la posición del
individuo en la Antigüedad y en la Modernidad:
“Entre
los antiguos, el individuo, soberano casi habitual en los asuntos públicos, es
esclavo en todas las relaciones privadas.” (p. 3).
Entre los modernos (…) el individuo – independiente en su vida privada – no es, incluso en los
Estados más libres, soberano sino en apariencia. Su soberanía está
restringida, casi siempre suspendida; y si en épocas concretas (aunque raras),
durante las cuales se satura de precauciones y obstáculos, ejerce esta
soberanía, no es sino para abdicarla después.” (p. 3; el resaltado es mío –
AM-).
La
diferencia entre una y otra situación hace que Constant se formule la siguiente
pregunta: ¿Cuál es el origen de la diferencia esencial entre antiguos y
modernos?
El
reducido tamaño de las repúblicas antiguas tuvo como consecuencia el desarrollo
de una fuerte beligerancia contra los vecinos. Cada una de ellas resguardaba su
libertad al precio de la guerra. Además, “todos estos Estados tenían esclavos”
(p. 3), de lo que se derivaba que “las profesiones mecánicas e incluso, en
algunas naciones, las profesiones industriales se confiaran a las manos atadas
por cadenas.” (p. 3-4).
En
cambio, en la actualidad [Constant escribe en 1819], los Estados más pequeños
son más grandes que Esparta o Roma [en el caso romano, se refiere a los cinco
siglos de República, no al Imperio]. Existe una masa de personas “homogénea en
su naturaleza (…) cuya tendencia uniforme se dirige hacia la paz” (p. 4).
¿Qué
hay detrás de las diferencias esenciales entre Antiguos y Modernos?
Constant
sostiene que la diferencia entre guerra y comercio se encuentra detrás de las
dos formas de libertad mencionadas. Guerra y comercio son “dos maneras
diferentes de lograr el mismo objetivo: el de poseer lo que uno desea. (…) El
comercio no es sino una ofrenda a la fuerza del poseedor por parte del aspirante
a la posesión. (…) Es una forma más suave y más segura de comprometer el
interés de otros para consentir a la conveniencia del interés propio.” (p. 5).
Llegados
a este punto, corresponde decir que Constant plantea la oposición guerra -
comercio de un modo abstracto. El desarrollo del comercio implica la expansión
de la producción mercantil y de la división del trabajo. Esto requiere, a su
vez, del desarrollo de la propiedad privada de los medios de producción.
En la Modernidad [una manera elegante de decir
en el capitalismo, pues la Modernidad que conocemos es capitalista], “hemos
llegado a la época en que el comercio debe sustituir a la guerra.” (p. 5). El
comercio es hoy “el estado ordinario, el objetivo único, la tendencia
universal, la vida verdadera de las naciones.” (p. 5). Constant va más allá y
reconoce que detrás del comercio se encuentra la industria, “la fuente del
bienestar” (p. 5). No hay más esclavos, consecuencia de la expansión del
comercio, la religión, el progreso intelectual y moral de la especie humana.
Por ende, “los hombres libres deben ejercer todas las profesiones y satisfacer
para todos las necesidades de la sociedad.” (p. 5).
Ahora
bien, la vida moderna conspira contra la participación política de los
individuos (la extensión de los Estados – y de la población – reduce cada vez
más la influencia de cada individuo. Éste está ocupado en el comercio y/o en la
industria.
“El comercio (…) inspira a los
hombres un vivo amor por la independencia individual. El comercio atiende a sus
necesidades, satisface sus deseos, sin intervención de la autoridad.” (p. 5).
Por
el contrario, la intervención del Estado en el comercio es un estorbo que
perjudica a los particulares.
A
continuación, aborda luego el caso de Atenas. Se trata de la república antigua
más parecida a los modernos. Dedicada al comercio. Sus ciudadanos tenían más
libertad individual que los de Roma y Esparta.
En
definitiva,
“No
podemos disfrutar, ya no, de la libertad de los antiguos, que consistía en la
participación activa y constante en el poder colectivo. Nuestra libertad
consiste en el pacífico disfrute de la independencia privada.” (p. 6).
Constant
describe (y se anticipa) la alienación del individuo en la sociedad
capitalista:
“Perdido en la multitud, el
individuo casi nunca ve su influencia. Su voluntad jamás deja huella en la
colectividad, nada confirma ante sus propios ojos el influjo de la
cooperación.” (p. 6).
La
afirmación anterior abre perspectivas que Constant no desarrolla. Si la
Modernidad se basa en la libertad del individuo, ésta queda reducida al egoísmo
individual, pues cada persona carece de influencia sobre su comunidad. El
desarrollo del capitalismo (¿qué otra cosa es la Modernidad hasta la
actualidad?] se traduce en individuos rabiosamente egoístas, cada uno de los
cuales tiene una aguda percepción de su soledad en un mundo cada vez más interdependiente.
La
transformación radical de la comunidad precapitalista [tema abordado
ampliamente por la sociología del siglo XIX], erosionada por la economía mercantil,
se traduce, por tanto, en la producción en serie de individuos egoístas.
“El objetivo de los antiguos
era el reparto del poder social entre todos los ciudadanos de la misma patria;
eso era lo que llamaban libertad. El objetivo de los modernos es la seguridad
en el goce privado y llamamos libertad a los garantías concedidas por las
instituciones para ese goce.” (p. 6).
De
ahí que el individuo moderno privilegia la libertad que le permite
atrincherarse detrás de su propiedad. El discurso de Constant se refiere a un
tipo especial de individuo: el individuo propietario. Para esta “especie” se
hizo la RF: Constant revela así el secreto de las revoluciones burguesas.
“La independencia individual es
la primera necesidad de los modernos, por lo tanto no hay que exigir nunca su
sacrificio para establecer la libertad política.” (p. 8).
Los
liberales del pasado no tenían ningún inconveniente en hablar claro. Constant
no tiene ningún prurito en afirmar que los propietarios son más fuertes que el
poder político.
“Sus gobiernos [de los
antiguos] eran más fuertes que los particulares; en nuestros días los
particulares son más fuertes que los poderes políticos; la riqueza es una
fuerza más disponible en todo momento, más conveniente a todos los intereses y,
en consecuencia, más real y mejor obedecida.” (p. 11).
En
rigor, la afirmación de Constant es parcialmente correcta. En la Modernidad
capitalista no son los particulares quienes poseen más poder que el gobierno
(sería más preciso hablar de Estado); es el capital quien ejerce el verdadero
poder detrás del trono. Si no hay crecimiento económico, el Estado se convierte
en un mendigo que suplica al capital que se digne a invertir para recomenzar la
reproducción ampliada de la economía.
Constant
concluye su discurso defendiendo la necesidad del sistema representativo. Además,
critica a Rousseau y su defensa de la democracia directa. Esto resulta
absolutamente coherente con la libertad de los modernos.
Parque
Avellaneda, miércoles 20 de noviembre de 2019
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