miércoles, 5 de septiembre de 2018

FICHA: TORRE, JUAN CARLOS “LOS SINDICATOS EN EL GOBIERNO 1973-1976”. CAP. 1



Juan Carlos Torre (n. 1940), sociólogo e historiador argentino, es autor de varios trabajos fundamentales sobre la historia del peronismo y el movimiento obrero argentino. Entre ellos se destacaLos sindicatos en el gobierno 1973-1976 (1983) y La vieja guardia sindical y Perón: Sobre los orígenes del peronismo (1988).  Esta ficha es la primera de una serie dedicada a presentar extractos y notas de lectura de la primera de dichas obras. En épocas de crisis es imprescindible pensar la realidad como un proceso, cuyas raíces se encuentran en la historia. Por cierto, esta afirmación no tiene nada de novedoso, pero conviene recordarla, sobre todo cuando se milita en organizaciones que pretenden ser revolucionarias.

La ficha está dedicada al capítulo 1 de la obra, titulado “La trayectoria del sindicalismo entre 1955 y 1973” (pp. 9-40), aborda un período crucial para la conformación de las características del movimiento obrero argentino. Entre el derrocamiento de Perón (1955) y el retorno del líder justicialista al gobierno (1973), los sindicatos soportaron exitosamente la ofensiva de la burguesía para eliminar las conquistas obtenidas durante el primer peronismo (1946-1955). Este capítulo fue agregado a la versión original de la obra, terminada en 1979. Fue publicado inicialmente en la revista CRITERIO, en un artículo sobre las fuentes del poder sindical (1980), y en otro artículo sobre la trayectoria del sindicalismo entre 1955-1973, aparecido como fascículo en la Primera Historia Integral del Centro Editor de América Latina (1980).

Por último, trabajé con la siguiente edición de la obra: Torre, Juan Carlos. (1989). Los sindicatos en el gobierno 1973-1976. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina. Las secciones en que se divide la ficha corresponden a los distintos apartados del texto.


1.    Las fuentes de poder del sindicalismo (pp. 9-21)

El punto de partida de Torre es el siguiente: “El movimiento sindical en la Argentina emergió de los diez años de cambios sociales y políticos operados entre 1946 y 1955 convertido en un actor principal de la vida del país. (…) A partir de 1955, su gravitación social y política se mantendría, proyectando sus consecuencias tanto sobre las modalidades que tomaría el desarrollo económico como sobre los conflictos planteados alrededor del control del Estado.” (p. 9).

Para comprender el poder sindical es preciso examinar el perfil social y político de la clase obrera. El profesor Torre adelante su conclusión: “La clase obrera argentina es una clase obrera madura” (p. 10). Sigue al sociólogo inglés John Goldthorpe (n. 1935), y define esa madurez en torno a dos dimensiones: la demográfica o socio-política y la política.

a)    Dimensión demográfica: en Argentina, existe “una masa de trabajadores asalariados que mayoritariamente están desvinculados de la economía y la sociedad agrarias y residen en los grandes centros urbanos” (p. 10). En la década de 1940, el 50% de los trabajadores urbanos eran recién llegados a la ciudad. En 1966, el 25% de los obreros argentinos tenían padres que habían trabajado en la agricultura. Es “una clase obrera cuyos miembros poseen un alto grado de homogeneidad en su origen socio-cultural y sus experiencias de vida. (…) son, por lo general, segunda generación obrera, es decir, que han pasado la mayor parte de sus vidas en el ámbito de familia y cultura obreras, que han servido para reforzar la integración subjetiva a su condición de clase.” (p. 11).
b)    Dimensión política: la madurez política de la clase es definida a partir de “un alto grado de incorporación a la comunidad política nacional” (p. 11). Durante el primer gobierno peronista (1946-1955) culminó la institucionalización de la clase obrera. Los trabajadores consiguieron el acceso a los derechos civiles, sociales y políticos que los convirtieron en miembros plenos de la mencionada comunidad. En referencia al período posterior al derrocamiento de Perón (1955): “Para una clase obrera incorporada, la existencia del sindicalismo es una conquista irreversible y la acción sindical es el medio normal mediante el que se defienden y mejoran las condiciones de vida y trabajo.” (p. 12).

A partir de lo anterior, es posible comprender la centralidad de los sindicatos en Argentina, similar a lo que se observa en los países centrales en la misma época: “Sólo cuando en una sociedad industrial se está en presencia de una clase obrera, por un lado, homogéneamente articulada como clase social y, por otro, vastamente incorporada en un nivel nacional a la comunidad política, se puede hablar de la vigencia del sindicalismo como fuerza social.” (p. 12). Además, en el período posterior a 1955, la proscripción del peronismo hizo que los sindicatos asumieron la función sui generis de representar a los trabajadores en su identidad política mayoritaria. A diferencia del resto de los países de América Latina, sólo en Argentina se escucha el sonsonete sobre el “excesivo poder de los sindicatos”.

El profesor Torre distingue dos fuerzas de carácter estructural que concurren a potenciar el poder del sindicalismo argentino:

1)   Mercado de trabajo relativamente equilibrado: el resto de los países latinoamericanos se caracterizan por fuertes presiones demográficas y abundancia de mano de obra. Argentina, en cambio, experimentó una escasez relativa de trabajadores. Entre otras cosas, ausencia de una masa de campesinos pobres semejante a la de otros países del continente. En síntesis: “la ausencia de un amplio ejército industrial de reserva ha contribuido a que los salarios se sitúen a niveles altos con referencia a América Latina y a que los sindicatos dispongan de una gran capacidad de recuperación en las luchas económicas.” (p. 14).
2)    Cohesión política de la clase obrera: desde 1946, la correlación entre el voto de los trabajadores urbanos y el voto peronista se mantuvo una y otra vez. A diferencia de otros sectores sociales, los trabajadores mantuvieron su adhesión al peronismo. No se trata tanto de lealtad a Perón, sino de la expresión de la identidad política de los trabajadores (p. 158). Esto le dio al sindicalismo un arma de presión política y, en el caso de derrotas económicas, mantuvo la lealtad de los trabajadores a sus sindicatos, que expresaban su identidad política peronista.

“La existencia de un mercado de trabajo equilibrado y la cohesión política de la clase obrera son parámetros dentro de los que se desenvuelven los conflictos en torno a la distribución del ingreso y la participación política.” (p. 15).

A lo anterior hay que agregarle el peso de los rasgos dominantes del modelo organizacional del sindicalismo argentino:

a)    Las unidades de encuadramiento sindical típicas fueron las ramas de actividad;
b)    El monopolio de la representación sindical por unidad de encuadramiento: un solo sindicato como agente de representación;
c)    La articulación de la estructura sindical en forma de pirámide.

“Se trata de una estructura sindical fuertemente agregada, no competitiva y centralizada.” (p. 16).

El profesor Torre indica que hacia 1973, el 30% de la población asalariada se hallaba afiliado a un sindicato; en el caso de los asalariados industriales, la cifra ascendía al 70%. (p. 16).

Además de todo lo mencionado hasta aquí, la legislación sindical permite completar las características del poder sindical en Argentina:

“El sindicalismo argentino estuvo lejos de desenvolverse en un marco legal permisivo, como el que existe en las sociedades de constitución liberal. En el propio diseño de la ley que, indudablemente, favoreció su expansión estuvo inscripta la voluntad de controlarlo. La institución del monopolio sindical, por la cual el Estado otorga al sindicato la personería gremial y, a través de ella, la facultad de representar con exclusividad a un conjunto de trabajadores, de negociar en su nombre y de retener obligatoriamente un montón de sus haberes en pago de sus servicios, reserva en forma simultánea y en mérito a ese mismo acto a la burocracia pública el derecho de controlar al sindicato en el desempeño de sus funciones gremiales, su vida política interna y el uso de sus fondos.” (p. 17).

Ahora bien, esa estructura legal de control de las organizaciones sindicales por el Estado se volvió más débil a partir de 1955, período en el que se sucedieron gobiernos frágiles, debido a la proscripción del peronismo. Gracias a ello, los sindicatos pudieron “neutralizar los controles legales que regulan su actuación.” (p. 17).

“Pero como todo fenómeno relacional, el poder sindical se define también según el campo de fuerzas dentro del que se ejerce. Dicho en otras palabras, el poder sindical no es solo función de los atributos de los trabajadores que organiza, sino que es, a la vez, función de las características de los grupos sociales y políticos a los que se confronta. (…) el poder de presión que logró movilizar el sindicalismo fue un poder que supo extraer de la debilidad política y la fragmentación social de las fuerzas a las que se enfrentó en el terreno económico y político.” (p. 18).

A pesar de sus muchas derrotas, en el período 1955-1973 los sindicatos explotaron “el vacío de poder crónico con el objetivo de negociar pragmáticamente ventajas económicas para sus representados y un espacio creciente en el sistema político.” (p. 18).

Se han formulado muchas críticas a los sindicatos por su poder económico, algo que era ostensible en la década de 1960. Torre señala que no se trata de un fenómeno argentino: “En realidad, un sindicalismo económicamente próspero y comprometido en primera persona con la actividad política es un fenómeno común de las sociedades industriales complejas. Vista en esta perspectiva, la situación de nuestro sindicalismo es, más bien, parte de la tendencia que un caso aberrante.” (p. 19). Torre menciona al pasar los casos de Alemania, Inglaterra, Suecia y EE.UU. Va al punto: en ninguno de estos países un sindicalismo económicamente próspero y políticamente activo tiene “las consecuencias disruptivas sobre el sistema institucional que se han observado en Argentina” (p. 19).

El profesor Torre explica los rasgos específicos asumidos por el sindicalismo argentino: “En nuestro país (…) la articulación económica y política del movimiento obrero no tiene una contrapartida comparable en las otras fuerzas, a saber, no se ha formado una central empresaria que comande una representatividad similar a la de la CGT (…) Si ha existido un sobredimensionamiento del poder sindical , como lo sugiere la protesta contra el «excesivo poder de los sindicatos», su verdadero origen no ha estado, entonces, en los fondos que manejan o en su incursión directa en la política. Para encontrarlo habría que buscarlo, más bien, en el hecho de que, cuando los sindicatos han contado con libertad para intervenir en la arena política, lo hicieron en el marco de una comunidad fragmentada. Concluir de esta circunstancia atribuyendo (…) a la intervención sindical la inestabilidad política argentina es tomar las consecuencias por las causas y proponer una interpretación que es, por lo menos, superficial e interesada.” (p. 19-20).

El profesor Torre sintetiza así las características del sindicalismo en Argentina:

“Sindicalismo esencialmente reivindicativo, el sindicalismo argentino ha operado entonces de acuerdo a su lógica tradicional de presión y ha vacilado en asumir funciones de co-responsabilidad en la gestión del sistema institucional. Sin duda que con ello no ha hecho más que hacer suya la vocación corporativa de las demás fuerzas sociales. Sugerir, como suele hacerse, que debe limitarse a sus tareas específicas es precisamente confirmarlo en su reluctancia a hacerse cargo de las obligaciones emergentes de la posición que ha alcanzado. ” (p. 20).


2.    La reconstitución del sindicalismo peronista (pp. 21-25)

1955 = El golpe militar, apoyado por una coalición integrada por los propietarios rurales, los sectores del empresariado industrial y las clases medias, derrocó a Perón. La idea general que unificaba a esa coalición era disminuir la importancia de los sindicatos. Objetivos: “a) revertir la distribución del ingreso, reconstituir los beneficios empresariales y alentar nuevas inversiones de capital; b) acrecentar la disponibilidad de la fuerza de trabajo para ponerla al servicio de una racionalización de la estructura productiva y c) crear un orden político menos dependiente del sostén activo de la clase obrera.” (p. 21). Sin embargo, esta coalición fue inestable y no pudo cumplir sus objetivos.

A partir de 1955 se notó la ausencia de “un liderazgo político nacional”. Ocupó su lugar un “heterogéneo espectro de grupos de presión”. (p. 21).

1957 = Elecciones sindicales convocadas por el gobierno militar. Estaban inhabilitados a ocupar cargos gremiales los dirigentes que habían desempeñado esas posiciones durante el gobierno peronista. Los cuadros de segunda línea formados antes de 1955 y los nuevos, salidos de las huelgas de 1956, ganaron el control de un importante número de sindicatos industriales. Fue el comienzo de la reconstitución del sindicalismo peronista. Perón necesitaba de estos nuevos dirigentes, pues el partido peronista estaba prohibido. Los sindicalistas sabían que su ascenso se debía a la identificación de los trabajadores con el peronismo.

El peronismo que emergió de la derrota de 1955 se vio obligado a radicalizarse, debido a que los militares se habían propuesto “privar a los trabajadores peronistas de un lugar reconocido dentro del nuevo orden político” (p. 23). En este contexto, era muy poco lo que podía negociar la dirigencia peronista. De ahí la política seguida por John William Cooke (1919-1968), delegado de Perón durante estos años.

“Para el sindicalismo combativo no quedaba, pues, otro camino que replegarse sobre su aislamiento político y acentuar el carácter no integrable de sus demandas: la consigna de la rehabilitación del peronismo y, eventualmente, de su retorno al poder sirvió a ese propósito. Si desde afuera de la acción sindical este objetivo podía ser juzgado escasamente realista (…) desde adentro de ella, en cambio, tuvo una significación considerable. De él habrían de extraer los cuadros sindicales la fuerza moral para alistarse en un combate que no prometía éxitos seguros y sí, por el contrario, contragolpes represivos. Colocadas en esta perspectiva, las derrotas aparecían como reveses momentáneos, en una marcha que se presentía larga y llena de escollos.” (p. 24).

Gracias a esa actitud, el sindicalismo logró capturar el sentimiento de alienación política existente entre las masas trabajadoras y utilizarlo en un movimiento huelguístico verificado entre 1956 y 1958. “Las huelgas, con alta participación activa y, a menudo, prolongadas, contribuyeron a fortalecer la solidaridad entre los cuadros y las bases y rodearon de un valioso prestigio al emergente liderazgo sindical. (…) una acción sindical que, más allá de sus fines inmediatos, tuvo por función reforzar la unidad y lograr su reconocimiento como portavoz político y gremial de la clase obrera.”

1958 = Pacto Frondizi – Perón. En las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1957, el peronismo logró anotar un 25 % de votos en blanco. De ahí el interés de Arturo Frondizi (1908-1995) de pactar con Perón para ganar el voto peronista en las elecciones presidenciales de 1958. Esto cambió el panorama para los dirigentes sindicales, pues comenzó a quebrarse el aislamiento a que los había sometido la autodenominada “Revolución Libertadora”.


3.    Los sindicatos y el sistema político (pp. 25-29)

Una vez llegado a la presidencia, Frondizi lanzó un programa económico desarrollista, cuyo objetivo era lograr una mayor integración industrial por medio de la expansión de las ramas productoras de insumos básicos, bienes de capital y automotores. La demanda sería generada por la inversión y no por el alza salarial. Los recursos de capital provinieron de la inversión extranjera y de la reducción de salarios. Los salarios cayeron un 30% y sólo se recuperaron hacia 1968. El sindicalismo peronismo respondió con una ola de huelgas en 1959 y 1960; fueron derrotadas y se clausuró el ciclo de movilizaciones iniciado en 1956. La derrota obrera fue durísima, pero la debilidad política del gobierno de Frondizi permitió la recuperación.

El frondizismo era visto con desconfianza por los militares, debido al pacto de Frondizi con Perón, y por los grandes empresarios, que preferían que el Estado fuera administrado por alguien con menos compromisos con el peronismo. Por eso terminó por acercarse a los sindicatos, proporcionándoles oxígeno para su recuperación luego de la derrotas sufridas a partir de 1955. Frondizi llevó adelante una política de cooptación de dirigentes sindicales; los aparatos sindicales comenzaron a crecer en 1957: “además de negociar los contratos de trabajo, proveían a los afiliados los beneficios de una extensa gama de servicios sociales. Los dirigentes sindicales no eran solo los que discutían el nivel del salario, sino, también, los administradores de un enorme patrimonio social. Los recursos ligados a estos aparatos creaban una red de clientelas y de influencias cuyo mantenimiento no era independiente del favor de los gobiernos.” (p. 27).

Luego de derrotar las movilizaciones de 1959, Frondizi levantó las restricciones sobre los sindicatos, inició negociaciones para la normalización de la CGT y permitió la semilegalización del peronismo, que aceptó creando estructuras partidarias basadas en los aparatos sindicales. Los sindicatos retomaron la consigna de la vuelta de Perón. Por ello, puede afirmarse que Frondizi fracasó en su política de cooptación: los sindicalistas aceptaron gustosos las concesiones que les hacía el gobierno, pero fueron reticentes a apoyarlo, sabedores de su debilidad política.

El sindicalismo, que acentuaba su intransigencia frente al gobierno, y a través de él, frente al orden político surgido del derrocamiento de un régimen peronista, era, a la vez, un sindicalismo a la defensiva, obligado a asistir pasivamente al intenso proceso de reorganización capitalista en curso.” (p. 29).


4.    La estrategia de presión política del sindicalismo (pp. 29-34)

Las derrotas de las huelgas de 1959-60 llevó a los sindicatos a desarrollar una estrategia de presión política: “permitió a los sindicatos compensar, en parte, su debilidad en el mercado de trabajo y recurrir al auxilio de una estrategia de presión política. Por sus recursos, por sus objetivos, esta estrategia difería sustancialmente de la acción sindical basada en la movilización de base y el enfrentamiento de clases que había seguido hasta allí. Colocado en el plano del sistema político, en el que su participación ha aumentado, el sindicalismo persigue ahora afectar la estabilidad del gobierno, utilizando su capacidad de provocar crisis y conmociones en el orden público. Cuenta para ello con una clase obrera disciplinada, que secunda masivamente sus llamados a la huelga general: dentro de esta estrategia de presión la huelga general ya no es más la expresión de una intensificación de las luchas sociales, como ocurría en 1956-1959, y es sobre todo, el intento de conmover al gobierno y suscitar su intervención a favor de las de las demandas sindicales.” (p. 29-30).

1961 = Tres paros generales. Se quebró la política de salarios oficial. Renunciaron tres ministros de Economía. Balance formulado por los dirigentes sindicales:  “Ellas [estas experiencias] llevaron a los dirigentes sindicales la conciencia de que el camino más corto para consolidarse era explotar el poder de presión que les confería su ubicación en un sistema político caracterizado por la fragilidad de los gobiernos y la persistente división de sus adversarios políticos y sociales.” (p. 30).

El profesor Torre se refiere al legado de Frondizi en lo que hace a la función política del movimiento obrero: fracasó en acercarlo a su proyecto político, pero “tuvo efectos más duraderos porque hizo posible la incorporación del sindicalismo al cambiante juego de transacciones políticas que dominó el orden postpopulista.” (p. 30). Pero, “la estrategia de presión política de los sindicatos entrañaba (…) un delicado equilibrio porque su propia dinámica entregaba poder de regateo a los militares y ponía en peligro el propio sistema político del que derivaba su peso político social.” (p. 30).

1962-63 = El movimiento obrero recupera el control de la CGT. El sindicalismo pasó a ser considerado por los militares y los partidos políticos como uno más de los “factores de poder”. Esto tuvo dos consecuencias: a) las reivindicaciones se concentraron en lo sectorial, dejando a un lado la consigna del retorno del peronismo al poder. La línea dominante, cuya figura principal era Augusto Vandor (1923-1969),  consideró que lo fundamental era la participación dentro del sistema político. La línea más radical, que se expresó en el Programa de Huerta Grande (1962), perdió importancia; b) la acción sindical pasó a ser una “participación de tipo instrumental, fundada en un cuidadoso cálculo de pérdidas y ganancias”. Dejó de ser una acción asentada en la movilización de masas. (p. 31). Además, los éxitos de 1962 (año de aguda recesión económica) contribuyeron a “revelar que el poder de presión política del movimiento sindical no estaba estrictamente ligado a la coyuntura económica y sí a la trama de los acuerdos que estuviera en condiciones de articular.” (p. 32). En una coyuntura recesiva, los sindicatos peronistas lograron establecer una alianza con los sectores del empresariado mediano. A partir de esa experiencia se logró la reorganización de la CGT en 1963.

El auge del sindicalismo vandorista se dio durante la presidencia de Illia (1963-1966). Se llevó a cabo el plan de lucha con la ocupación de todas las fábricas del país. Si bien hubo objetivos económicos, los objetivos políticos fueron primordiales; entre estos últimos, hay que distinguir entre los explícitos (bloquear el proyecto radical de recorte del poder de las asociaciones obreras) y los implícitos (reforzar el papel de los sindicatos como “factor de poder”, al lado de los militares y los empresarios; mostrar a Perón que las organizaciones sindicales podían darse metas políticas independientes). Pero el vandorismo fracasó en lograr la independencia respecto a Perón; éste se impuso en la lucha interna que se dio entre 1965-66 en el partido peronista; los candidatos de Perón derrotaron a los de Vandor en varios procesos electorales provinciales que se dieron en 1966.


5.    El sindicalismo en crisis (pp. 35-40)

1966 = Golpe militar derroca al presidente Illia. El sindicalismo apoya a los militares. Fue un grave error de cálculo: “en los ámbitos más concentrados de la industria y las finanzas estaba planteado un proyecto ideal de racionalización de la estructura productiva y de redefinición del papel del Estado: al hacerlo suyo, los militares de 1966 decidieron anular al mismo tiempo, el complicado sistema de negociaciones políticas que tantos obstáculos ponía a su realización. Con ello anularon, igualmente, las bases mismas de la estrategia de presión política del sindicalismo. El régimen autoritario del presidente Onganía congeló súbitamente el poder de presión de los grupos sociales y abrió las puertas para que el predominio económico alcanzado desde 1959 por los sectores oligopólicos del mundo de los negocios se proyectara sobre el orden político.” (p. 35).

1969 = Ascenso de las luchas contra Onganía. Torre señala una diferencia respecto a las movilizaciones de años anteriores: “ahora sus efectos habrían de ser mucho más hondos porque después del deterioro experimentado por las asociaciones representativas, el malestar tendió a expresarse en forma inorgánica, a través de motines y huelgas ilegales, hasta culminar con la aparición de la guerrilla.” (p. 38).

Cordobazo: “Dentro del cuadro general de la movilización antigubernamental que empujó a los militares a disociarse del proyecto auspiciado por el mundo de los grandes negocios la protesta obrera desempeñó un papel significativo. Por sus características, por las consecuencias que tendrían sobre la futura dinámica sindical, las luchas obreras posteriores a 1969 constituyeron uno de los fenómenos más novedosos que dejó por herencia el gobierno de la llamada Revolución Argentina.” (p. 38-39).


Villa del Parque, miércoles 5 de septiembre de 2018

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